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Carina

Sofía Lorenzo

Carina Sofía Lorenzo

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© Sofía Lorenzo, 2020

© de la traducción: Sofia Lorenzo

© de la corrección: Yasna Acosta Vergara

© de las ilustraciones e imagen de cubierta: Sofia Lorenzo

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

www.universodeletras.com

Primera edición: 2020

ISBN: 9788418385377 ISBN eBook: 9788418386169

Dedicado a mi querida hermana. Que este mundo siempre te cuide y una mano invisible te lleve por el camino de rectitud, felicidad y justicia. «Ella era la pequeña ventanita, el minúsculo agujero luminoso en mi sombría cueva de angustia. Era la redención, el camino de la liberación. Ella tenía que enseñarme a vivir o enseñarme a morir; ella, con su mano segura y bonita, tenía que tocar mi corazón entumecido para que al o con la vida floreciera o se deshiciese en cenizas».

Hermann Hesse El lobo estepario

Él

La conocí por casualidad. Esa noche regresé al hotel después de una recepción oficial, en la cual, como siempre, hicieron muchas promesas irrealizables, hablaron sobre «nada especial» y fueron amables con o sin razón. Estaba muy cansado de esas ostentosas conversaciones vacías y solo quería acostarme. Ya era bastante tarde. Ella estaba detrás de la recepción y entregaba las llaves de las habitaciones. Cuando la vi, me impresionó la fatiga en su rostro y una tristeza misteriosa en toda su apariencia, pero también me sorprendieron sus increíbles ojos verdes, los que cambiaron inmediatamente mi primera impresión. El fuego de la fuerza interior y la sabiduría vital ardía en ellos. Me di cuenta de que delante de mí estaba una mujer que podía entenderme perfectamente. El fuego en sus ojos decía que su espíritu a veces podía inclinarse, pero no era posible romperlo. Inesperadamente, fui capturado por esta fuerza y no podía simplemente tomar la llave e irme. Yo empecé a hablar. «Good evening», fue su primer saludo en inglés. Ella habló con un acento británico. En ese momento, yo no podía imaginar que ella fuera de Rusia. No hubo nada típico ruso en su apariencia. Solo el cabello largo castaño, recogido a la manera española, mostraba un poco sus raíces eslavas. Inmediatamente después de descubrir que yo vivía en España, para mi sorpresa, cambiamos al español. Apenas tuvimos tiempo de intercambiar un par de frases, cuando de repente se apagaron las luces. En una metrópolis bien organizada como Berlín, esto ocurre muy pocas veces. Los alemanes suelen mantener el orden en todo fielmente. Por razones desconocidas todo el vecindario se quedó sin electricidad. El hotel encendió las luces de emergencia y empezó el pánico entre algunos huéspedes. Bajaron de las habitaciones a la recepción e hicieron preguntas posibles e imposibles. Ella trató de calmar a todos y trató de aclarar la situación. En ese momento yo tuve una razón para quedarme cerca de ella por las próximas dos horas y, al final, por unos años. Nuestra primera conversación continuó con una larga serie de conversaciones, las cuales mantuvimos en los lugares más inesperados: por la noche, sentados en el piso de un hotel en Viena, en la cocina de mi apartamento en Madrid, en el

barrio judío de París, en la embajada rusa en Berlín… Solo no pude visitarla en Rusia. Los rusos siempre encontraban alguna razón para no darme la visa. Eso estaba relacionado con mi actividad profesional. Yo «le di» el nombre de Carina —«carina» en italiano significa «querida» y también, figurativamente, «mi tesoro»—, porque para mí, ella se convirtió en la más querida del mundo. Yo sabía que mi tiempo ya había pasado y la diferencia de edad era más de treinta años. Nuestras familias, mis hijos y las circunstancias de la vida nunca nos hubieran permitido estar juntos, pero cuando esa noche la miré a los ojos, no pude simplemente levantarme e irme. Me abrumaron los sentimientos y dejaron de lado en mi mente todos los argumentos, los cuales, mi cerebro analizador, intentaba gritarme. Cada vez que hablaba con ella el concepto de tiempo, de edad y de todo lo demás desaparecía para mí. Existía solo ella y su encanto. Me absorbía de cabeza y no me permitía terminar nuestra historia, la que en realidad solo existía en mi imaginación. Pero yo ya no podía parar. Esa primera tarde hablamos durante horas. Resultó que en algún sentido éramos colegas. Ella todavía estudiaba en la universidad en la especialidad donde yo ya era un profesor venerable. Bromeábamos sobre nuestra ciencia común, bromeábamos sobre la vida. Ese mismo sentido del humor le dio un toque especial a nuestras conversaciones. A veces recordaba algunos de sus detalles solo unos días después de la conversación y me reía de buena gana al recordar nuestros chistes comunes. Esa noche no tenía ganas de dormir, sin embargo, pronto decidí irme. No quería parecer intrusivo. Yo tenía que irme a la noche siguiente. Adiós, Carina, adiós, Berlín, adiós, sueños… No creía que podría verla en otra ocasión e hice todo lo posible para encontrarme con ella al día siguiente. Me senté junto a la ventana en un viejo café a orillas del Spree y bebí whisky para tener coraje y decirle que no podía permitirme verla por última vez. Ya me daba cuenta de que tenía que encontrarme una y otra vez con ella. Era un día gris de primavera en Berlín. Húmedo e incómodo. El cielo cubierto de nubes incoloras, la humedad estaba en el aire y entraba hasta los huesos, ellas estropeaban el estado de ánimo. Su sonrisa en la entrada de la cafetería iluminó toda la calle y mi corazón. Inmediatamente me sentí cálido y confortable. Sí, el whisky hizo su truco. Su abrigo azul de primavera hasta las rodillas y la bufanda de rojo y azul, sus ojos verdes y cabello castaño me recordaron los colores de los

dibujos de Marc Chagall. Nos hemos saludado con amabilidad. Ella se sentó frente a mí y pidió el té con cruasanes. Así comenzó mi historia con ella… Entonces, ella solo tenía veinticuatro años, pero, según mis sentimientos, no hubo diferencia en nuestra edad. Su espíritu era tan fuerte y maduro que a veces me parecía que era mayor que yo. El secreto estuvo en la historia de su vida. Carina me contó mucho sobre sí misma, la historia de su vida me sorprendía cada vez más. Ella nunca se quejaba de su vida. Solo en algunas ocasiones me decía ciertas cosas o cuando le hacía preguntas. A sus pocos más de veinte años ya había vivido tanto, como nunca habían visto muchos en toda su larga vida. En primer lugar, me sorprendió la historia sobre lo que la trajo a Europa y la dejó aquí. Entonces, para mí la palabra «Rusia» se asoció con algo como «el bosque oscuro». Debido al trabajo, por supuesto, tuve que tener o con los rusos. Pero nunca hablé en directo con ellos, de alguna manera no tuve que hacerlo. Comencé a descubrir un mundo nuevo, empezando con la melancolía rusa ya expresada en la tonalidad de la nota «la menor» en la música, con «la tragedia de ser» y terminando con un enorme y cálido corazón ruso que me calentó en todas las partes del mundo donde me encontraba en ese momento, sin importar cuánto tiempo pasara entre nuestros encuentros. Para todos los que no conocían su historia, ella era una joven exitosa con una buena educación, de una familia maravillosa. Así pensaban ellos. Muchos la envidiaban, creyendo que ella alcanzaba todo muy fácil y simple en la vida. Ella sonreía y no respondía nada. Solo una sombra de profunda tristeza cruzaba su rostro por un instante. En general, no importaba que yo fuera un italiano que pasara la mayor parte de mi vida viviendo y viajando por muchos países y que, finalmente, me quedara en Madrid. Mi hijo mayor, cuando aún era muy joven, orgullosamente informaba a sus compañeros que su padre trabaja en el aeropuerto. Llegó a esta conclusión porque él y su madre constantemente tenían que acompañarme o recogerme allí. Carina era rusa, ella también estaba buscando su felicidad en los países hispano hablantes, pero encontró su «refugio» en Berlín. Ambos éramos como nómadas, que se encontraron en un lugar del camino, donde en ese momento no teníamos idea de cómo llegar al comienzo de nuestra historia. Nuestras vidas se asemejaban a un tren en movimiento. A lo largo de la ruta los pasajeros temporales ingresaban al tren en las estaciones y nos acompañaban en el camino por un tiempo. Luego salían en las estaciones de la vida donde, en su opinión, era su lugar correcto. Entraban nuevos. El movimiento continuaba. Yo, al igual que ella, esperaba salir algún día en una estación predeterminada solo para mí y quedarme allí para siempre. Entonces, nos convertimos en «pasajeros del mismo

tren de la vida», el cual nos llevaba al propósito designado como nos parecía.

***

La conocí en esa etapa de mi vida, cuando acababa de nacer mi segundo hijo y mi «segunda parte», como la llamaron después en el tribunal, se enfermó de cáncer y no pudo cuidar a los niños. En ese tiempo todavía yo no me daba cuenta de que la enfermedad venía normalmente para que nosotros entendiéramos algo en la vida, para darnos cuenta de que estábamos haciendo las cosas mal, para poder girar nuestro barco en la dirección correcta y no navegar hacia el espejismo brumoso, donde seguíamos dirigiéndonos, casi rompiéndonos en las rocas; por el contrario, era para que llegáramos hacia nuestro destino correcto. En el caso de mi «segunda parte», todo sucedió al revés. Se enojó con el mundo, se puso de mal humor y en relación conmigo y con los niños su comportamiento fue simplemente insoportable, como desafortunadamente les sucede a muchos en un estado de enfermedad. Muy a menudo, en vez de analizar los errores de uno mismo y darse cuenta de lo que estaba haciendo mal, la gente comienza a buscar un «culpable externo». Y cuando encuentran a una víctima, empiezan a sacar todo su descontento frente a ella, tratando de escapar de la conciencia de sus propios errores en la vida. Es mucho más fácil decir que alguien tiene la culpa, que trabajar en uno mismo. El trabajo interno implica el reconocimiento y la conciencia de los propios errores. Esta situación se complicó aún más por el hecho de que debido a mi alto puesto laboral a nivel internacional, tenía que ir constantemente de viajes de negocios y, por lo tanto, no podía participar diariamente en la vida de mi familia. Como resultado, fui elegido por ella como esa víctima. Mi «segunda parte» era de una familia española muy rica, que poseía una gran cantidad de propiedades inmobiliarias y antigüedades valiosas. Pero, paradójicamente, para ella siempre fue insuficiente en los términos materiales. Cuando más tarde ella me dejó, se llevó casi todo: mi Mercedes, mis valiosas pinturas en original quitándolas de las paredes de mi departamento, dinero y todo lo que ella podía llevarse. Al principio, traté de resistirme, pero ella me amenazó diciéndome que podría prohibirme tener o con mis hijos. Según las leyes españolas, esto probablemente podría suceder, así que me reconcilié

con mi destino y decidí seguir el camino de menor resistencia. En realidad, yo no quería tener hijos, no porque no me gustaran, simplemente me tomé esto tan en serio que tuve miedo de cometer algún tipo de error. Me preguntaba si podría convertirme en un verdadero padre, darle todo lo que un niño necesitaba. Este miedo me confinó por completo. Yo era un profesional en quitarle esposas y novias a mis amigos. Con mi apariencia, nunca tuve un problema con las mujeres. Mi temperamento italiano y un sentido del humor inusual siempre atrajeron a las bellezas. Entre las mujeres yo era famoso por mi delicada piel, la cual ellas llamaban «femenina», y por lo que yo podía hacer con ellas en la cama. Sin embargo, no podía imaginar tener un hijo con ninguna de ellas. Me aseguraba de que esto no sucediera, así que mi primer hijo nació cuando yo ya tenía cincuenta y cuatro años. Sí, mi primer hijo. Esto sucedió solo porque yo seducí a la novia de mi muy buen amigo, y después no pude evitar rendirme a su persuasión de tener un hijo. Mi edad y mi culpa por mi amigo me dijeron: «Ahora o nunca». Entonces, yo me rendí. Probablemente, debido al hecho de que idealicé todo demasiado, Dios me hizo una broma cruel y la vida me dio una madre para mis hijos completamente opuesta a la que yo quería. Ella apasionadamente quería dar a luz. En sus treinta y dos años, ya era «tiempo». Los niños eran lo que la sociedad y sus familiares querían de ella. No creo que ella realmente lo quisiera. Habiendo adoptado las ideas de otras personas, las puso en su vida como una máscara, bajo la cual ocultó su incapacidad de cuidar a los demás y hacer compromisos. Toda su vida fue solo una decoración para la sociedad circundante. Habiendo dado a luz ella no podía manejar a los niños. Ya en el hospital yo comencé a proteger y cuidar a los hijos, mientras ella sorprendía a las niñeras y enfermeras con su comportamiento indiferente hacia sus bebés. Así comenzó la vida de mis dos hijos. El padre se convirtió automáticamente también en la madre. Pero yo no me quejé de la vida. Por el contrario, los niños se han convertido en el sentido de mi vida. Lo único que me deprimió fue que se me estaba acabando el tiempo. Aunque yo parecía más joven para mi edad, el tiempo pasó la factura. A veces, en las noches de insomnio, me acostaba en la cama y pensaba que no tendría tiempo para darle a mis hijos todo lo que había soñado. Cuando yo conocí a Carina, vi en ella todo lo que quería de una mujer y que la madre de mis hijos no lo tenía.

***

A menudo pensaba cuál era la razón de mi extraña vida que me llevó a donde estaba ahora, tanto físico como emocionalmente. Todo comenzó con mis raíces, con la familia de mis padres. Mi padre en los días de Mussolini estaba en el «lado falso» y después de la victoria sobre la Alemania fascista y el fascismo en Italia, tuvo que huir a Brasil para no caer bajo del cuchillo de los ganadores. Afortunadamente, en su cabeza no solo había ideas fascistas, sino también comerciales. Mi padre tenía doce hermanos y hermanas que se dispersaron por todo el mundo. En aquellos días, Brasil no era un paraíso terrenal y seis meses después nos mudamos a Argentina, donde mis dos tíos ya se habían establecido. Durante esos seis meses yo fui a una escuela brasileña, sin saber nada de portugués, tratando de comunicarme con este mundo completamente nuevo para mí con «mis manos» mostrando lo que quería decir. Cuando ya más o menos hablaba portugués, me sacaron de este entorno y me arrojaron a un nuevo idioma hispano, donde tuve que repetir la misma historia desde el principio. Pero a mi edad yo aprendía rápido y, en general, eso me ayudó después a adaptarme rápidamente a las nuevas circunstancias. Mi padre abrió su fábrica en Buenos Aires. Al escapar de Italia, después de la victoria sobre el fascismo, naturalmente se llevó consigo todo lo que había adquirido y saqueado. Había dinero suficiente. Su fábrica estaba creciendo y después de una crisis emocional debido a «las falsas ideas políticas» y el cambio forzado no solo del país, sino también del continente, el único placer en la vida para él era su trabajo. Después de haber tenido tres hijos, se alegró de que su esposa estuviera ocupada con su descendencia y, mientras le daba dinero, no expresaba ningún deseo especial. Él le llevaba a cabo todos sus caprichos, porque simplemente quería que ella lo dejara en paz y no interfiriera con sus negocios. Los niños eran solo una «adición obligatoria» para su vida, nada más que eso. Él mostraba a sus hijos a la sociedad cuando lo necesitaba, pero, en realidad, eran de poco interés para él y esto era solo una forma de mantener ocupada a su esposa. Además del dinero, yo no recibí mucho de mi padre. Él estaba muy poco en nuestra casa y daba tanto dinero como le pedían, solo para no tener que confrontar con el problema por el cual se necesitaba las monedas. En mi alma yo odiaba a mi madre. Ella era una mujer emocionalmente fría y, por lo tanto, al demostrar sus emociones a menudo iba demasiado lejos, mostrándole

a todos que estaba llena de emociones. Siendo muy inteligente y educada, ella eligió una vida donde todo giraba en torno a su esposo. Mi madre nunca se realizó. Ella era solo una esposa, eso fue todo. Yo no podía perdonarla por eso. Mi padre, el cual constantemente estaba ausente y ocupado todo el tiempo, no se interesaba en sus hijos, a eso combinado con una madre, la cual solo «seguía la corriente de la vida» y mostraba las emociones falsas, a menudo me enfurecía. Quería huir de ellos en la medida de lo posible. Esto me ha llevado a vivir en siete países diferentes, donde viví algún tiempo en cada uno de ellos. Nacido en Italia, más tarde viví en Brasil, Argentina, Chile, Francia, Austria, Estados Unidos, hasta que, finalmente, me instalé en España. Mi primer escape de mis padres fue a Chile, un país vecino. Primero me escapé a «corta distancia» hasta que decidí escapar aún más lejos y para siempre. En Chile comencé mi carrera universitaria. Elegí la arquitectura. Era una carrera que incluía todo lo que me interesaba en la vida: ciencias exactas, combinadas con el dibujo creativo y el trazado, la capacidad de mostrar talento y mis ideas. Después de graduarme en mi facultad de arquitectura, me di cuenta de que tenía que aprovechar el momento único y utilizar los cambios políticos en Chile para avanzar en la ciencia. Estuve allí justo cuando se estaba gestando el golpe de Estado de Augusto Pinochet y me convertí en un testigo ocular de todo lo que sucedía. Entre los estudiantes de la universidad había sus propios movimientos políticos, los cuales me dieron material para la investigación científica. Así, de arquitecto me convertí en doctor de ciencias en sociología, escribiendo un doctorado sobre la influencia de la clase media en el golpe militar y el golpe político en Chile. Mi carrera científica ha crecido rápido. Más tarde, mis profesores y conocidos avanzaron tan alto que, incluso, podía estar orgulloso de que uno de mis amigos se convirtiera en el presidente de Chile. Cuando vivía en Argentina, tenía una edad en la cual aún no me intrigaban los temas como la belleza de la naturaleza o algo así. Fue en la juventud. Estaba constantemente ocupado con las peleas de mis padres, la escuela y los juegos con mis compañeros. Después de mudarme a vivir a Chile, comenzó mi desarrollo personal, durante el cual yo empecé a descubrir un mundo nuevo para mí, que también incluía la naturaleza circundante. Me enamoré de Chile por esta loca altitud de la costa, 6435 km, por los «millones de lagos», el desierto en el norte y los icebergs en el sur de la Patagonia, por las playas de arena blanca y por la Isla de Pascua, perdida en el océano, cuyo origen sigue siendo un misterio en nuestro planeta.

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En el momento en que conocí a Carina, ella apenas comenzaba a descubrir Europa. Ella tenía más o menos la misma edad que cuando yo comencé a descubrir este vasto mundo por mí mismo y miré todo a través de los ojos del descubridor. Ella me trajo a los recuerdos de Chile, donde comencé mi vida adulta consciente. En aquellos tiempos yo, como ella, estaba lejos de mi tierra natal. Cuando empecé a estudiar en la Universidad de Chile, por supuesto, conocí todos los rincones interesantes de Santiago de Chile. Esta ciudad está ubicada en una de las zonas de mayor sismicidad. El centro de la ciudad se ve bastante moderno y en algunos lugares para mí fue monótono, debido al vidrio, el concreto y los rectángulos de los edificios modernos. A veces, sin embargo, entre ellos hay casas barrocas de la época colonial, pero no hay una sensación de conjunto arquitectónico integral. Algunos edificios interesantes que sobrevivieron a muchos terremotos se encuentran, principalmente, cerca de la Plaza de Armas. Mi lugar favorito allí era el barrio Bellavista, que se encuentra al pie del cerro San Cristóbal, donde por las noches los restaurantes y bares están llenos de gente. Este es un verdadero «Soho chileno» con innumerables bares, cafeterías, clubes nocturnos de moda. El brillante arte callejero y los sonidos de salsa y rumba que salen de las puertas abiertas le dan un toque especial. Pasé muchas noches allí con mis amigos en busca de aventuras. Sin embargo, no me convertí en un apasionado bailarín de salsa. Desde la colina del Santa Lucía se abre una vista impresionante a Santiago y a las montañas circundantes. A veces subía allí y pensaba en la vida y la ciencia, miraba cómo hervía la vida de esta ciudad, parecía un hormiguero que se extendía debajo de mí. Conducía hasta la colina del San Cristóbal, desde donde la vista era aún más sorprendente. También me gustaba caminar por el parque Los Domínicos, llamado así por la orden católica de los Domínicos. A veces iba a la iglesia de San Vicente Ferrer no para hacer oración, sino porque me gustaba su estilo arquitectónico. Observaba allí a las bellezas locales que se vestían con sus mejores vestidos para alardear una de la otra durante de la misa. Más tarde, ya en España, repetí las mismas visitas a los lugares sagrados para mirar a las bellezas, sin imaginar que

esto podría ser un pecado. También me gustaba mirar a los payasos que inundaban esta ciudad. Fue una tradición increíble, que me recordaba más a una tragicomedia que a una comedia. La gente se cambiaba de ropa, algunas para salir de la vida cotidiana y ponerse otra máscara, otras para ganar dinero. Cuando deambulaba por Santiago a menudo me encontraba con alguien vestido con un colorido traje de payaso que intentaba entretener a los transeúntes. Carina me dijo una vez que le gustaba actuar en el escenario y acostumbrarse a una imagen diferente huyendo de la realidad. Probablemente, estas personas, en los tiempos crueles de los acontecimientos políticos, también querían probar una imagen completamente diferente, salir de su cabeza al otro mundo, en el cual todo fuera fácil y claro. Debido a mis estudios en la universidad no podía viajar mucho por todo el país. Al año siguiente volé al sur, a Puerto Montt, que se considera la «puerta de entrada» a la Patagonia chilena y la «puerta de entrada» al lugar de los Lagos. Fui hasta allá por todas las vacaciones. Había muchas cosas interesantes. Mi padre me daba dinero suficiente para todo. Pasé un par de meses allí explorando los rincones más remotos de la Patagonia hasta donde logré llegar. Puerto Montt fue construido por inmigrantes alemanes y esto se sintió en su arquitectura, además de las calles limpias. Se dice que Chile es el país más europeo de América del Sur. Esto se aprecia en muchas cosas, sobre todo en el nivel de educación de los residentes, el cual es bastante alto. El paisaje europeizado se complementa con éxito con un pico nevado de una forma perfecta, el volcán Osorno. Este se encuentra al otro lado del lago y la vista es simplemente maravillosa. En las cercanías de Puerto Montt hay varios picos de montañas, valles, glaciares, lagos y cascadas, algunas de las más bellas del mundo. En el sur de Chile la tierra parece hundirse parcialmente en el agua y los picos nevados de las montañas construyen una forma increíble. Yo miraba esas montañas y tenía la impresión de que alguien hubiera roto un gran vidrio y hubiese clavado sus fragmentos en el suelo. Muchos picos de montañas parecían surreales, piezas de vidrio de increíble tamaño, que se elevaban sobre el suelo con sus crestas ásperas y afiladas. Cuando conduje más al sur me impresionó mucho el monte Fitzroy, el pico principal de la Patagonia. Cerca de este pico se encuentran otras montañas: cerro Poincenot, Rafael y Saint Exupery, cerca también hay otro grupo de picos de la fama mundial; el grupo cerro Torre. Sus formas inusuales de «fragmentos de vidrio» fueron depositadas en mi memoria para toda la vida. Muy cerca se encuentran unos lagos con una

belleza increíble. En sus aguas cristalinas se reflejan estos mismos picos nevados y las nubes volando. En esta zona hace bastante frío y a menudo se encuentran icebergs. Para llegar a las montañas tuve que viajar durante mucho tiempo en un transbordador que atravesaba los fiordos, como si pasara por un laberinto. Me preguntaba cómo era posible no perderse en esta miríada de islas, montañas, lagos y «fallas de la tierra». El puerto más cercano era Tortel, desde donde se podía llegar de inmediato a los preciosos lagos, rodeados de montañas con glaciares que se encontraban al norte y, conduciendo hacia el sur hasta Laguna Verde, tomabas un bote y te acercabas lo más posible a Fitzroy. Ya se encontraban los icebergs en estos enormes lagos. Probablemente los glaciares fríos de las montañas cercanas contribuyeron a su formación. Cuando le conté a Carina sobre los icebergs en la Patagonia, ella se recordó de una canción de una famosa cantante rusa, llamada «Iceberg». «Un iceberg sale de la niebla, como una montaña helada… Tú tienes tanto frío, como un iceberg en el océano y todas tus penas están bajo el agua oscura». Inmediatamente nos hemos recordado de nuestras «segundas partes», que estaban en ese momento en algún lugar en casa. Y juntos estuvimos tristes por la injusticia de la vida… Me sorprendió que cuando le conté a Carina sobre mis viajes a las montañas, de repente me itió que también conocía esas emociones. Las montañas la curaron hace poco tiempo. Ella pasó varios años allí, cuando buscaba un elixir de salud y su propia felicidad. Como resultado, «encontró a Dios en las montañas». Escuché con sorpresa y me pregunté qué más era la similitud entre nuestras vidas diferentes y, al mismo, tiempo idénticas. Carina me dijo una vez que después de haber estudiado castellano en la universidad tuvo algunos problemas con el español cuando fue a México. Inmediatamente recordé que al principio también tuve dificultades con el español chileno. Incluso los propios residentes locales iten que su idioma no es el español, sino el chileno, que tienen muchas palabras y frases que no se usan en ningún otro lugar, se llaman modismos, muchos de los cuales provienen del idioma de los mapuches, con los cuales los chilenos tuvieron que comunicarse y establecer relaciones. Además, los chilenos hablan muy rápido, «tragan» los finales de las palabras y las distorsionan descaradamente. Por lo tanto, cuando ya pensaba que era un profesional en el español después de haberlo estudiado en Argentina, casi tuve que estudiar nuevamente para adaptarme al nuevo entorno lingüístico.

***

Al tiempo, me separé de mi familia y me encaminé hacia la ciencia y a un mundo nuevo que aún no conocía. Con mi apariencia, temperamento italiano y el sentido del humor inusual, fui objeto de tentación para muchas mujeres bellas. Ellas mismas buscaban mi compañía. Todos mis amigos me consideraban vanguardista, porque nunca tuve largas relaciones con las mujeres. Nunca me casé y tampoco tuve hijos. En los años setenta me consideraban uno de los portadores más avanzados de nuevas ideas que realmente no tenían nada que ver conmigo. Después de haber observado «la relación de caricatura» entre mis padres, en algún sentido yo tenía miedo de colapsar en mi propia familia. Tenía miedo de lastimar a mis hijos, no nacidos, de la misma manera que mis padres me lastimaron a mí. Me escapaba en los momentos cuando me daba cuenta de que la relación se estaba volviendo seria. Quería que todo fuera perfecto y correcto. El miedo a un fiasco me llevó a estrellarme cuando conocí finalmente a mi «segunda parte». Tenía miedo de crear una situación similar y, a pesar de ello, la vida me presentó exactamente lo que más temía. En lugar de abrir mi puerta a las mujeres que podrían hacerme feliz y ser madres maravillosas para mis hijos, siempre elegía a las que eran completamente incapaces de esto. Yo tuve muchas «aventuras amorosas» en mi vida. Los tiempos de los hippies y del «amor libre» me envolvían por completo. Mis ojos marrones y mi sonrisa italiana, el acento italiano en español, mi francés e inglés, así como mi piel que era tan delicada, que se parecía a la piel de una niña, enloquecían a las mujeres. Yo nunca dejaba a las mujeres. Simplemente se iban por su cuenta cuando dejaba de amarlas. Incluso ahora, cuando ya tenía más de sesenta años, lo único que mostraba mi edad era mi cabello ligeramente gris y las pequeñas arrugas en mi cara. Mi cuerpo permanecía joven y mi piel fue igual de tierna y atractiva sin una sola arruga. Sabía muy bien lo que una mujer quería en la cama y podía volverla loca con mis toques y mi cariño. Me encantaba disfrutar de las damas. Al principio, siempre necesitaba tiempo para «entrar en el papel». Me enamoraba de cada una de ellas a mi manera. Las mujeres querían mantenerse en o conmigo, porque me enamoraba y sabía cómo sentir sutilmente los deseos de sus cuerpos. Sí, las amaba, aunque solo fuera un instante. Pero después de que el amor desaparecía, no me importaba a dónde se iban. No le prometía nada a nadie

y nunca quise tener hijos. Yo mantuve relaciones amistosas con algunas de ellas. Otras se fueron sin dejar rastro ni en mi corazón ni en mi memoria. Yo no rompía los corazones. Era conocido por romper las parejas, no los corazones. Los triángulos amorosos que até me cuadraban perfectamente. Yo siempre podía decir: «Lo siento, cariño, tienes un esposo o un novio», y me iba cuando era conveniente para mí. Mi deseo de tener una carrera brillante y la falta de voluntad de tener hijos siempre justificaban mis comportamientos ante mis ojos. Logré robarles a sus esposas y novias a varios amigos y conocidos y luego rompía esas conexiones, cuando me daba cuenta de que la relación no tenía sentido. Incluso, a mi «segunda parte», como la llamaron más tarde en la corte, también la conocí en mis vacaciones, cuando era la novia de un buen amigo. Él vino a pasar sus vacaciones conmigo. Yo estaba avergonzado por esa historia con mi amigo, pero luego en el transcurso de los acontecimientos él me agradeció inmensamente que le hubiese quitado tanta desgracia. Las mujeres que elegía para mí siempre tuvieron algún tipo de problema. Ellas, de alguna manera, se parecían a mi madre. Todo esto era como una matriz programada, que se repetía cada vez y de la que no podía salir. Mi subconsciente cada vez se sentía atraído por el mismo esquema de relaciones. En cada historia, al principio yo solo veía algunas partes de ella, luego intentaba entender su sentido y buscaba el significado. Pero mis pensamientos no llegaban a nada. Solo cuando la historia ya terminaba y tenía la oportunidad de distanciarme de ella y de alguna manera mirar todo lo que había sucedido desde un lado, comenzaba a comprender todo el significado de lo que estaba pasando. Comenzaba a comprender todas las lecciones que la vida me daba. Yo trataba de ayudar a esas mujeres, intentaba cambiar su vida como me parecía mejor. Pero la vida me ha demostrado que es imposible cambiar a alguien o demostrarle algo. Siempre he tratado inconscientemente de probarle algo a mi madre a través de estas personas. En algún momento solo necesitaba ganar fuerzas y marcharme, si ya no podía vivir con alguien que no me convenía. Finalmente, una vez me di cuenta de que lo único que podía cambiar era a mí mismo, que en sí ya era bastante complicado. Otros individuos tienen su propio camino en la vida y todos tienen el derecho de seguir su propia vía y recibir sus lecciones. Al final, yo entendí todo eso. Pero ya era demasiado tarde. Errores, relaciones inestables, niños, enfermedades, todo esto ya estaba presente y seguía su curso. Poco a poco me movía hacia el final, pagando por los errores de mi juventud…

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Ese día de otoño me enviaron a la fuerza a un examen médico desde mi trabajo. Para ese entonces ya conocía a Carina hacía varios años y siempre me jactaba de mi notable salud. Todos los años nos obligaban a someternos a un examen físico, debido a la gran cantidad de viajes, reuniones de negocios y falta de tiempo, a menudo nos olvidábamos de nuestro bienestar. Yo pasé todas las pruebas necesarias con plena confianza de que estaba absolutamente sano. Después de un tiempo, el médico me llamó y me dijo que debía hacer una cita con él inmediatamente. A todas mis objeciones él me respondió que no podía hablar de eso en una conversación telefónica. Incluso cuando fui a ver al médico, aún no lograba pensar que todo pudiera ser tan serio. Me sentía muy bien y no podía imaginar nada terrible. Cuando el médico me informó sobre el diagnóstico, «cáncer de próstata», yo pensé que era un error. La enfermedad no afectó mi bienestar, ni mi potencia, pero los análisis eran tan malos que las personas con tales indicadores generalmente ya no vivían. Yo inmediatamente pensé en los niños. Tan pronto como su madre se recuperó de cáncer su padre entró en la misma historia. Yo entré en pánico. Lo único que me quedaba era luchar contra la enfermedad, la cual estaba destruyéndome y esperar un milagro. Esa fue la primera vez cuando pensé seriamente en mi vida. Solo después de haber recibido el diagnóstico comencé a analizar lo que estaba haciendo mal. Antes de eso la vida continuaba y yo seguía «su corriente», solo ocasionalmente girando ligeramente «un poco a la derecha o a la izquierda» dentro de esa corriente. Comencé a leer varios libros sobre este tema y llegué a la conclusión de que la desafortunada historia con mi «segunda parte» se convirtió en la principal causa de mi mala salud. Era una mujer más joven y hermosa que me rechazó y golpeó mi virilidad. Este golpe energético fue tan fuerte que mi «virilidad» contrajo cáncer. Yo no podía perdonarla, porque en algún momento ella comenzó a abandonar la intimidad conmigo y luego me dejó por completo. Yo dudaba de mí mismo, pensaba que tal vez debido a mi edad ya no era igual que antes en la cama, que tal vez me faltaba algo… Todo esto eran solo pensamientos. Y aquí estaba el resultado… El cáncer en general es una enfermedad de nuestra civilización. Damos demasiada importancia a las cosas materiales, pero el consumismo no es lo principal en la vida. Estrés en el trabajo, en casa, viajes, compras, falta de

tiempo, fatiga crónica y todo a la fuga… En las tribus que viven en la sabana africana o en la selva amazónica no se encuentran enfermedades como el cáncer y depresión. Allí, las personas no contaminan su cerebro con los problemas innecesarios, sino que simplemente viven de acuerdo con las leyes de la naturaleza y en armonía con ella. Nosotros, cada vez alejándonos más de la naturaleza, nos enfermamos de nuevas afecciones y acudimos a los psicólogos para poder arreglar de una manera nuestra vida. Solo cuando ya tenía la enfermedad terminal y mi «segunda parte», con quien nunca había estado casado, me quitó la oportunidad de ver a mis hijos todos los días, me di cuenta de lo equivocado que estaba en la vida. Me di cuenta de que mi filosofía de aventurero me llevó a un punto muerto. Me escapé de la familia y de las obligaciones y eso era exactamente lo que me faltaba en mi vida. Todas mis mudanzas y viajes fueron solo un escape de mí mismo. Sabiendo cómo era la familia de mis padres, temía el dolor de la desilusión y aspiraba a ideales que, en realidad, no eran míos. Me esforcé por no ser tan superficial e insensible como mi madre. Como resultado, yo mismo no podía vivir mis sentimientos más profundos, porque también idealizaba las relaciones interpersonales y buscaba la imperfección en lugar de disfrutar de la intimidad con una mujer y las emociones positivas. Podía dar amor con todo mi corazón, sin temor, solo a mis hijos, que llegaron tan tarde a mi vida. Pero también me quitaron a los niños. En ese momento de mi vida, cuando estaba listo para darles todo mi amor interno, ya no tenía esa oportunidad. Hacía todo para mis hijos. Pero ahora la enfermedad me estaba comiendo lentamente y sin dejar rastro. La desesperación en las noches de insomnio me apretaba la garganta, porque comprendía lo poco que me quedaba y la poca oportunidad que me daban para ver a mis hijos y realizar para ellos todo lo que quería. Me habría gustado retroceder el reloj cuando mis hijos estaban sentados conmigo en la mesa hablándome en mi idioma que yo les había enseñado, mirándome con los mismos ojos marrones que yo tengo, riéndose de mis bromas y haciendo preguntas que los niños suelen hacer. No tenía poder contra el tiempo. Sus preguntas… Ellos redescubrieron el mundo para mí. La curiosidad y el deseo de mis hijos de aprender cosas nuevas, a veces, me mostraba que yo tampoco sabía nada. Yo, un distinguido profesor y científico, a veces me veía obligado a encontrar algunas respuestas para ellos, porque tales preguntas nunca habían pasado por mi mente. Habíamos acordado escribir una «enciclopedia de preguntas». Se reían. En esos momentos yo estaba inmensamente feliz y por tenerlos yo estaba dispuesto a darlo todo.

De vez en cuando, la debilidad me apretaba la garganta y me impedía respirar. Yo salía al balcón por las noches y miraba lo negra y vacía que estaba. Le pedí a este vacío que me diera fuerzas para superar mi impotencia. Yo tenía una sensación como si algo allí, en esa oscuridad, me escuchara y me sentía mejor. Me pareció escuchar una muda respuesta del vacío de que mañana iba a tener la oportunidad de cambiar mi realidad. Por alguna razón creí en ello. Cuando llegó la mañana, en realidad, logré cambiar para mejor todo lo que pude. No sabía cuánto tiempo me quedaba y no pospuse nada para más tarde. A veces me preguntaba por qué el llamado Homo sapiens, sabiendo que no era inmortal y que no podía llevar nada a la tumba, pretendía algo en esta vida. Para mí fue absolutamente ilógico. Por supuesto, podríamos vivir como una simple ameba: nacer, satisfacer las necesidades básicas del cuerpo y luego morir cuando el cuerpo se desgasta y se apaga solo. Pero la mayoría de nosotros no vivimos así. ¿Por qué? Esta pregunta me ha perseguido toda mi vida. Un día me pregunté, si alguna vez habría conocido a Carina si no hubiera logrado todo el éxito que he tenido en mi vida. No habría creado la carrera que tenía detrás de mí. No sería el profesor en las materias que le interesaban y no hablaría todos los idiomas en los que hicimos juntos muy buenos chistes. Probablemente no. Incluso si me hubiera conocido, lo más probable era que yo no le hubiese interesado simplemente. Por extraño que parezca, casi todas las personas desde la infancia saben que van a morir. Durante toda la vida la gente trata de fingir que esto no les va a suceder a ellos. Y luego, cuando descubren que la muerte está casi en el umbral, se comportan como si fuera una sorpresa. Pues la muerte, como muchos sabios ya han escrito, nos acompaña casi toda nuestra vida. Nadie sabe en qué momento decide llevarnos con ella a lo desconocido, a un lugar de donde nadie ha regresado tan fácilmente. ¿La muerte misma sabe esto? ¿O alguien le está dando instrucciones? Desconocido. Pero si previamente me hubiera dado cuenta de la existencia de la muerte en mi vida, trataría de vivir como si cada día pudiera ser el último. Disfrutaría la vida al máximo y no pospondría todo hasta «más tarde». Terminaría las cosas importantes que iniciaba para mí y las disfrutaría al máximo. Probablemente, habría apreciado aún más lo que me gustaba de mi «hoy». Pero ahora, cuando entendí todo esto, la edad y la enfermedad ya no me permitían vivir al cien por ciento.

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Un virtuoso de la música, no recuerdo si era de Austria o de Alemania, solo recuerdo que tenía un apellido alemán, se inspiraba en sus conciertos en alguna mujer hermosa que elegía de la sala, la iraba y tocaba todo el concierto como si fuera solo para ella. Una vez, después de uno de sus conciertos, conoció accidentalmente a una chica, quien lo inspiró esa noche. Ella era muy bonita, pero era tan estúpida y sin tacto que él quedó muy decepcionado, colapsando su carrera. Cada vez, después de conocerla, él pensaba que la mujer que estaba sentada frente suyo en el auditorio y cuya belleza lo inspiró a tocar virtuoso, podría ser una persona tonta, estúpida y sin tacto, como la que una vez encontró después de su concierto. Recordando esta historia, aprecié aún más la inteligencia de Carina. Yo conocía a muchas mujeres, pero rara vez conocía una combinación de cualidades como belleza, sensibilidad, alta inteligencia y la capacidad de escuchar y ayudar en el momento adecuado. Yo sabía que, para un hombre común de nivel medio, ella era «demasiado». Por lo general, los hombres tienden a dominar, quieren estar en el centro de atención. Ella era tan brillante que simplemente asustaba a muchos. Varios no sabían qué hacer con eso. Siempre hubo dos extremos en su vida con el sexo opuesto: era demasiado amada durante muchos años, o los hombres huían de ella para no permanecer en su sombra. Yo entendía todo el valor de su mundo interior. Mi amor que era de todo corazón y que no pedía nada a cambio, siempre la atraía hacia mí. Yo disfrutaba el hecho de hablar sobre varios temas posibles e imposibles. Nosotros podíamos cambiar del español al francés cuando, por ejemplo, recordábamos nuestras aventuras en París. Algunas bromas son simplemente imposibles de traducir de forma literal. A veces me olvidaba y cambiaba a mi italiano nativo. Ella entendía casi todo, incluso bromeaba en italiano, aunque no lo aprendió en ningún curso. A veces yo le escribía en italiano para expresarle toda la profundidad de mis sentimientos, lo que me abrumaba en ese momento, sin dejar de comenzar mi carta con la introducción «Carina mia». De repente, recibía una respuesta en italiano, estaba orgulloso de ella y me regocijaba como un niño. Cuando nos conocimos, más o menos dos años después, Carina, de repente, decidió venir a estudiar a una universidad en España, esta no estaba lejos de la ciudad donde yo vivía. Ella nunca había estado antes aquí. Yo tenía muchas

ganas de mostrarle el pueblo donde ella, un poco más tarde, iba a pasar meses de su vida. No quise perder la oportunidad de presentarle todo para que ella lo viera «con mis ojos». Yo conocía bien esta ciudad. Esa era una de las mejores y más antiguas universidades de Europa. Por supuesto, allí fui invitado a dar clases repetidas veces. Yo ofrecí llevarla allí. Nos reunimos en el aeropuerto de Madrid, tiré su maleta en el maletero y comencé a jugar un papel agradable como su guía. Era principios de septiembre, un hermoso día. El sol brillaba con todas sus fuerzas y parecía que el verano nunca terminaría. Ella llevaba una blusa lila clara y una falda corta oscura. Necesitábamos viajar un par de horas. Charlábamos de todo, nos reíamos. Su cercanía me volvió loco. Ella estaba sentada en el asiento delantero a mi lado y yo tenía muchas ganas de tocar la piel de sus piernas bronceadas y sentirla en mis brazos. El ardiente sol encendía mi sangre aún más, y apenas podía contenerme. Inicialmente, yo planeaba alquilar una habitación con dos recámaras, como lo hacía a veces, y pasar la noche allí. Pero de repente me di cuenta de que no podría contenerme si estuviera solo con ella, sabiendo que estaba durmiendo detrás de la pared y que podría abrir la puerta, entrar y tocar su cuerpo desnudo. En el camino tuve que mentirle y decirle que tenía una reunión importante por la mañana en Madrid, así que la dejé sola para que pasara la noche en esta vieja ciudad, nueva para ella y llena de romance. Para empezar, cuando llegamos a la ciudad, la instalé en un hotel. Luego decidí mostrarle lo más destacado de esta ciudad. La Plaza Mayor, como siempre, era estilo español, estaba rodeada de edificios que tapaban el a ella. Uno podría llegar solo atravesando un arco o una pequeña calle adyacente a la plaza central. Nos acercamos al arco. Cerré sus ojos con mis palmas y la conduje a esta plaza deslumbrante por su magnificencia. Ya estaba oscuro. En la luz de los reflectores, todo parecía aún más magnífico y pomposo. La España colonial y su antigua influencia en la historia mundial era recordada de inmediato. De mala gana soltando mis manos me congelé en anticipación a su reacción. Un grito de alegría resonó en toda la plaza. Estuvo parada con los ojos bien abiertos, estudiando cada bajorrelieve ingenioso de la fachada de los edificios. Me abrumó la alegría loca. Ella aceptó este país, que ya se había convertido en mi hogar durante mucho tiempo, tal como yo lo había aceptado una vez cuando llegué a Barcelona y me quedé con la boca abierta cerca de las creaciones de Gaudí. En ese entonces todavía soñaba con volver a la arquitectura. Pero mis trabajos científicos se vendieron mejor, me fascinaba la ciencia, prácticamente

no me quedaba tiempo para inventar nuevos edificios. Pero durante el resto de mi vida en mi alma seguía siendo un arquitecto y siempre iré la fuga de ideas de un colega talentoso. Esa noche tuve la idea de mostrarle lugares especialmente interesantes y raros de las más famosas ciudades europeas que pocas personas conocían. Como profesional yo encontré estos sitios y ellos me han fascinado toda la vida. Por mi trabajo tenía que viajar a menudo. Me mantenía en o con ella. A veces, se me ocurría una razón para que ella acudiera a mí cuando yo estaba en un viaje de negocios. Otras veces mentía sobre que tenía una reunión importante en la ciudad donde ella estaba y una vez ahí le preguntaba si tendría tiempo para cenar conmigo en la noche. Como un verdadero gastrónomo, elegía los mejores restaurantes. Carina ni siquiera lo sabía, simplemente confiaba en mi gusto. Para empezar, le comenté a Carina que, al comienzo de mis estudios en la universidad, me interesé en crear nuevas estructuras mirando el antiguo edificio del mercado en Santiago de Chile, que fue una de las pocas construcciones antiguas de la ciudad que sobrevivió a los terremotos. En ese momento, para mí, un estudiante de la Facultad de Arquitectura, un estilo tan urbano con la falta de una composición holística y algún tipo de ambiente atractivo fue un desastre completo. Si no fuera por las montañas nevadas de los Andes en el este, que convertían a Santiago en un lugar pintoresco, la ciudad habría sido bastante aburrida. Por eso, me encantaba ir a cenar a una de las «marisquerías» del mercado central, cuyo edificio tenía el estilo muy peculiar. Esta estructura, que sobrevivió a los terremotos, es una enorme construcción metálica, hecha de hierro galvanizado, fundida en Inglaterra, según el diseño de Manuel Aldunate en 1872. Se las arregló para combinar el estilo del Renacimiento con el neoclasicismo, lo que me llevó a la iración. La construcción de columnas de hierro fundido era la base del edificio, rematadas con un techo que también era del mismo material y que tenía una forma compleja. En este mercado se puede encontrar una increíble variedad de pescados del Pacífico y los mariscos más raros que puedes probar en uno de los restaurantes ubicados en los rincones de este sitio. Este lugar es famoso hasta hoy como uno de los mejores mercados de mariscos del mundo. Las playas de Chile no son buenas. No tanto por la costa rocosa, sino por las corrientes frías que hay en sus aguas. Por lo tanto, cuando vivía allí, me gustaba tomar el sol, pero rara vez nadaba en el océano. La ventaja de este clima era que en el océano había una gran cantidad de deliciosas criaturas marinas. De toda la costa las llevaban a

Santiago, a este mismo mercado. A veces, los fines de semana, sentado por la mañana en uno de los restaurantes y mirando el estilo y la sinuosidad de sus arcos, observaba lo que sucedía. Por lo general, los cocineros de los restaurantes eran los primeros en llegar a buscar los mejores mariscos, luego la gente local aparecería con pequeños carros. Fue difícil permanecer allí durante mucho tiempo, debido al olor acre del pescado. Pero, a pesar de todo, me gustaba estar sentado allí por varias horas con un plato de camarones o calamares y vino blanco. Lo más probable es que fue aquí donde comencé a comer ostras. Los dueños de estos mismos restaurantes me enseñaron. Hablaban sobre una pesca fresca y el sabor inusual de las ostras. Al principio, comer ostras era desagradable para mí, pero luego me involucré. Cuando íbamos juntos a los restaurantes, Carina no entendía cómo yo podía comer ostras con jugo de limón, las marisquerías chilenas fueron exactamente las que me enseñaron este gusto inusual. Cuando se la robé a todos y la llevé a París, yo como el verdadero arquitecto, por supuesto, no fui con ella a la Torre Eiffel. Para mí eso era demasiado común y trillado. Paseé con ella por las pequeñas calles con casas pintadas de diferentes colores. Eran conocidas solo por los expertos, a quienes, en virtud de la profesión, yo también pertenecía. Algunas calles terminaban repentinamente con una vista incomparable a todo París. Nos quedábamos allí, congelados de alegría y ni siquiera queríamos decir una palabra para no estropear la impresión de ese momento mágico. Luego nos girábamos, entendiéndonos sin palabras y caminábamos en silencio a un restaurante y solo allí discutíamos lo que habíamos visto y los estilos de los edificios, tan hábilmente escondidos de una gran corriente de turistas. En París, esta capital gourmet, el servicio no siempre fue el mejor. A los ses no les importaba mucho si tenías hambre o si simplemente ibas a tomar una copa. Se debía elegir todo rápidamente cuando te traían el menú y, después de atrapar al camarero, era importante pedir todo de una vez, para que luego no esperaras horas. Por esta razón, en Francia, primero elegíamos rápidamente los platos, y solo entonces comenzábamos nuestras largas conversaciones con el intercambio de impresiones. Cuántas veces traté de convencerla, pero ella todavía no quería comer ostras ni caracoles. Yo las comía con mucho apetito, mirando la expresión de su rostro, donde había una gran perplejidad sobre cómo yo podía hacerlo. En cuanto a la comida, nuestros gustos no siempre coincidieron. Luego, un día que nos encontrábamos en Lisboa, decidimos ir al norte, a la ciudad de Porto. Queríamos probar el vino de oporto y montar en viejos barcos

en la bahía. Llegué desde España en coche y, sin dudarlo, emprendimos un nuevo viaje por la mañana temprano. Después de visitar la bodega y caminar por las calles con casas, cuyas fachadas estaban decoradas con azulejos con los dibujos azules, fuimos a cenar a un antiguo restaurante con vistas al mar. Miré por la ventana del restaurante hacia el paisaje y sentí una sensación de déjà vu. Recordé algo muy cercano de mi juventud y le conté sobre mis viajes al balneario de Valparaíso, en un continente completamente diferente, sobre la llamada ciudad de marineros y poetas. Valparaíso se traduce como «valle del paraíso». Es como si estuviera dividido en dos partes muy diferentes entre sí: ciudad superior e inferior. La ciudad alta era mucho más interesante para mí. Contiene calles increíblemente pintorescas con casas coloridas, muy bien complementadas con grafitis callejeros, iglesias, barrios residenciales pobres que suben pendientes empinadas y, como suele ser el caso en las ciudades portuarias, residentes coloridos y amigables. Estas casas coloridas, que se arrastraban en la colina, cuando las mirabas, estando de pie abajo en la playa, siempre me recordaban una colcha de retazos, que en muchas combinaciones de colores se podía encontrar en varios países de América Latina. Eran terriblemente similares a esta ciudad portuguesa donde estábamos con Carina. Ambas partes de Valparaíso están conectadas por antiguos funiculares, viaje que, al principio, también me pareció una aventura. Yo era fanático de Pablo Neruda, quien tenía una casa allí. Afortunadamente, Carina compartió mi pasión por esta famosa persona y pudimos discutir sus poemas durante muchas horas seguidas. Neruda amaba el mar y soñaba con la navegación, pero sufría de mareo, por lo que no pudo realizar su sueño. Pero gracias a ese sueño, contrató buenos arquitectos y construyó tres casas en diferentes lugares de Chile. Todas con forma de barco. Su casa de cinco pisos en Valparaíso tenía vidrieras. En su estilo, el famoso poeta también encarnaba su amor por el mar. El último piso de la casa se lo hizo en forma de puente de mando. Desde aquí, a Pablo le gustaba mirar hacia el mar y ver los fantásticos brotes de fuegos artificiales del Año Nuevo, por las que esta ciudad costera era famosa. Sentado en Valparaíso en un restaurante ubicado en una ladera y con una impresionante vista al mar, observaba el movimiento de los trolebuses y de las parejas que caminaban por el paseo marítimo. A veces iba a acostarme a la playa en el lugar vecino, Viña del Mar. Los leones marinos se sentían dueños de la costa. Tomaban el sol en las rocas o en las estructuras de concreto de la zona costera, completamente ajenos a las personas que pasaban. Los volví a ver solo

unos años más tarde en San Francisco, cuando estuve allí en una conferencia. Los animales, que históricamente fueron dueños de la costa del Pacífico, no querían ceder al ser humano sus elementos y parecían recordarnos que eran los principales y no nos permitían interferir en sus vidas. Un poco al norte, se podía encontrar, incluso, a los pingüinos que llevan el nombre del gran explorador Alexander Humboldt. Me gustaba sentarme en un pequeño restaurante en la playa en un pueblo de pescadores y mirar a los torpes pingüinos viviendo sus vidas paralelas. A Carina le gustaban mis historias sobre la vida y sobre mis viajes. Paseamos por la playa cerca de Porto y volvimos a Lisboa. Al día siguiente, ella tenía que tomar el vuelo y decidimos regresar, para que a la mañana siguiente pudiéramos desayunar en un restaurante con la vista a la estatua de Cristo, al otro lado del río Tejo. Entonces, todavía era algo ingenua en sus ideas sobre la vida. Carina quería realmente trabajar en la ONU. He estado allí con demasiada frecuencia para poder entender que eso no era para ella. Una vez la llevé conmigo a Viena. Necesitaba asistir a varias reuniones y la acredité como mi asistente. Su felicidad no tuvo límites. Se sentó en una de las filas de ese gran salón. Me senté en el lugar para las personas importantes. Hubo una presentación. Ella escuchó con entusiasmo. También yo tuve que hablar sobre mi tema. Vi que ella brillaba de felicidad, incluso desde la lejana fila de donde estaba. Mi Carina… En estos dos días, para mí y para ella, no existía nada más. Solo hubo bromas de política y la discusión sobre Naciones Unidas. A veces sentado en una reunión de la ONU, pretendiendo escribir las notas importantes, yo, en realidad, le estaba escribiendo cartas de amor a Carina, las cuales nunca se las entregué, mientras tanto, en estas reuniones se discutían temas de importancia mundial y, aun así, me filmaban para la televisión y me tomaban fotos para los periódicos. Si la comunidad mundial hubiese sabido esto… Yo estaba muy cansado de la prostitución de esa institución y ya no creía que pudiera influir de alguna manera en ciertas decisiones. Por esa razón, me di por vencido e hice lo que pensé que era correcto en ese momento. Le mostré los lugares más importantes de Viena. Carina, una ávida amante de la fotografía, olvidó su cámara y llegamos a la conclusión de que las mejores fotos eran las que no habíamos tomado. Pusimos nuestro pulgar e índice en un «marco fotográfico» y fingíamos estar disparando, luego comparábamos quién «había tomado la mejor foto» y nos reíamos hasta las lágrimas. Esa vez incluso me

acordé de mi juventud y fui con ella al club latinoamericano, donde bailamos salsa. Sosteniéndola en mis brazos y respirando el aroma de su cuerpo, reuní toda mi voluntad en un puño para no comenzar a besarla. Bailé horriblemente ese baile. Ella se rio y siguió bailando conmigo. En ese mismo momento pensé que aquellos que no entendían las palabras de esas canciones simplemente tenían suerte. Siempre fue absurdo para mí ver a esas parejas bailando alegremente las palabras de una canción como: «Me rompiste el corazón, fuiste de otro, estoy completamente deprimido y me muero sin ti». Otro día fuimos a un concierto de música clásica y a una galería de arte con una exposición de pinturas de algún loco artista y tuvimos la misma opinión sobre este arte. No sabía de dónde ella sacaba todo este conocimiento y cómo lograba ver y sentirlo todo como yo. Cada vez que nos encontrábamos ella me sorprendía con algo nuevo, que luego me ocupaba por varios días y, algunas veces, por semanas. Incluso en broma le pedí que me escribiera «instrucciones para su uso», para saber cómo manejarla mejor y así que no hubiera sorpresas. Nos reíamos por mucho tiempo. En Viena vivíamos en una habitación. No quería que estuviera lejos de mí. No me atrevía a tocarla como un hombre, temía su negativa y temía perderla para siempre. A la tenue luz de la luna, me paré junto a su cama. Carina estaba profundamente dormida, yo me estaba muriendo de deseo, pero me limité a irar su rostro somnoliento, como el de una niña pequeña que estaba tranquila y cómoda. Guardé su sueño mientras en mis pensamientos, involuntariamente, acariciaba cada parte de su cuerpo. A menudo la miraba y veía una sonrisa misteriosa y oculta en su rostro. La llamé la «sonrisa de los etruscos». En mi opinión, la Gioconda de Leonardo da Vinci también sonrió con una sonrisa de etruscos. En aquella época, los escultores intentaban transmitir sus creaciones en tres dimensiones. Tallaban los labios de las esculturas de tal manera que cuando la luz las tocaba daba la impresión de que estaban sonriendo. Por lo tanto, a pesar de la tristeza que a veces parpadeaba en su rostro, siempre noté en ella esa particular «sonrisa de los etruscos» que me volvía loco y me hacía volver con esta mujer una y otra vez. Juntos viajamos por muchos países. Un otoño, cuando estaba en un viaje de negocios en Canadá, vi un bosque con las hojas coloridas y un árbol que me recordaba uno de nuestros paseos en otoño por un parque en Europa. Las emociones se apoderaron de mí, la llamé y casi dejé caer el teléfono cuando escuché que estaba en América Latina, justo en el país donde estaba el apogeo de un golpe militar. La capital en la que se encontraba estaba con barricadas y con enfrentamientos de los insurgentes. Yo tenía la sensación de que ella no

entendía toda la seriedad de esa situación y lo peligroso que era estar allí. Como yo viví en América Latina durante mucho tiempo y, además, fui testigo del golpe de Augusto Pinochet, yo lograba ver todo perfectamente y casi me morí de miedo por ella. Tras traducir todo a una broma para no causarle pánico, concerté una cita con ella. Compré un boleto para el siguiente vuelo y bajé en el mapa por varios países hacia el sur. La encontré en un restaurante donde acordamos juntarnos y en el que apenas pude contenerme para no traicionar mi miedo por ella, además del temor de que pudiera repentinamente desaparecer de mi vida. Yo tenía un simposio importante en Montreal, que casi me perdí, pero regresé a Canadá solo cuando me convencí de que ella se había ido y no se había quedado en esa ciudad loca, llena de peligros impredecibles. Después de eso intenté aconsejarla sobre los viajes más seguros. Ya había viajado por medio mundo y ella estaba interesada en mis historias, por eso escuchaba la mayoría de mis consejos. Me sentí muy halagado. Cuando la llevaba conmigo a las recepciones ceremoniales, donde se suponía que todos hablaban inglés, no se avergonzaba, mantenía la conversación y me sorprendía con sus bromas bien dirigidas. Ella se parecía mucho a mí, un vagabundo perdido entre diferentes países, idiomas, culturas, perspectivas de la vida, ideales falsos y genuinos. Asistimos a recepciones en varias embajadas. Un día yo dejé de llevar mis tarjetas de presentación, porque la mayoría de la gente me conocía, y quien no, le pedían a mis os quienes sí lo sabían. Ambos sorprendíamos a la gente de otros países al pasar de un idioma a otro, bromear y hablar sobre temas serios en el idioma de las personas que se nos acercaban. Yo notaba las miradas de la gente alrededor de nosotros. Todos se preguntaban quién era Carina para mí. Mi apariencia italiana era tan contrastada con la de ella que era eslava y mis ojos marrones eran tan diferentes a sus verdes, por eso todos estaban seguros de que no éramos parientes. Yo captaba las miradas envidiosas de los hombres y las miradas despectivas de las mujeres. Pero eso no me importaba. En medio de toda esta charla aburrida, sobre cualquier cosa, ella fue mi salvación e inspiración. Yo sabía que cuando ella estaba ahí, no existían conversaciones superficiales. Bromeábamos sobre todas esas reuniones importantes, personas, recepciones y luego nos escapábamos a un café acogedor o a un lugar secreto, conocido solo por los dos. Después no había más política, ni diplomacia, ni ayer, ni mañana. Solo estaban sus ojos verdes, iluminados por una sonrisa etrusca, mirándome con fatiga y iración. También mi ternura eterna que la envolvía como una manta suave y, a pesar de todo su cansancio, no la dejaba dormir.

A veces estaba listo para dejarlo todo por una oportunidad para estar con ella nuevamente. Cuando estaba en viajes de negocios la llamaba desde los rincones más imposibles del mundo y casi saltaba de alegría, como un niño, cuando ella aceptaba venir por el fin de semana al lugar donde me encontraba. Mi trabajo era estresante. Un puesto internacional, no podía ser diferente. Sabía lo que estaba haciendo cuando acepté este puesto. La recogía en los aeropuertos, la miraba a sus brillantes ojos y para mí no existía nada más en el mundo. Solo sabía que ahora todo estaría bien. Muchas veces hice bromas diciéndole que ella me gustaba mucho. Bromeaba diciendo que, si no existiera tanta diferencia de edad, podríamos ser una gran pareja. A eso, ella solo sonría tristemente y respondía que estaba casada. Así fue siempre el caso, hasta ese fatídico día cuando ella descubrió lo poco que me quedaba de vida. La enfermedad ya me estaba comiendo. Ningún milagro de recuperación podría haber pasado. Le conté mi diagnóstico unos días después de que yo me convenciera de la realidad. No quería creer en él, porque no sentía ningún síntoma físico, pero las pruebas realizadas varias veces confirmaron ese diagnóstico. Me iba. Lentamente, pero irrevocable. Mi tren de la vida todavía me llevaba hacia adelante, aunque nunca llegaría a la parada en la que realmente quería salir y quedarme allí para siempre. Ya no esperaba lograr ese objetivo. En un momento, mi tren comenzó a partir, dejándome en una estación llamada soledad. La estación, a la cual menos quería entrar en esta vida. Mis constantes compañeros de viaje: el perfeccionismo, el miedo al fracaso, el egocentrismo, el orgullo y la falta de voluntad para permitir que los cambios entraran en mi vida, así como el encarcelamiento en mi mente analítica, me llevaron a esta estación y ahora estaban sentados en frente de mí, sonriendo maliciosamente en mi cara. Como me dijo un cura, quien quería convertirme a la iglesia; «Por lo tanto, el orgullo era un pecado mortal porque no nos permitía dejar entrar algo nuevo a la vida. El alma vino a la tierra para aprender algo y seguir su camino de cierta manera. Por eso, lo nuevo tenía que entrar a nuestra vida para poder desarrollarnos más». En ese momento, yo estaba en el bautizo de un niño y me negué a escuchar las enseñanzas morales de este cura.

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Fue un día a finales de otoño. Ella fue a España por sus negocios y la invité para que me visitara en Madrid. Le contaba mucho sobre mi vida, como el soltero en esa capital. Creo que ella tenía curiosidad por ver todo eso con sus propios ojos y llegó. Yo estaba totalmente preocupado. Realmente quería mucho que le gustara mi apartamento. En las paredes de él estaban colgadas las copias de famosos artistas del modernismo. Los originales, que coleccioné durante muchos años, se los llevó la madre de mis hijos, sin siquiera informarme cuando se mudó de mi apartamento. A veces yo tenía la impresión de que cuanto más ricas eran algunas personas, más codiciosas y mercantiles. Le preparé a Carina una habitación separada, persuadiéndola para que se quedara conmigo. La seduje por el hecho de que el fin de semana iríamos al tablao flamenco que estaba cerca de mi casa. Le encantaba el flamenco y le costaba rechazar mi oferta. Ella tocó el timbre. Cuando entró, yo noté por primera vez que la estancia en España durante sus estudios había dejado una peculiar «huella española» en ella. Después de vivir aquí durante seis meses, ella comenzó a usar chales al estilo español y a elegir más «adornos españoles». Llevaba un abrigo de color pastel de una famosa marca española, bordado a mano y en su cabeza estaba una bufanda con patrones que se asemejaban a las pinturas de Picasso. Ella tenía su propio estilo especial que me gustaba cada vez más. Yo podía hablar con ella de todos los temas. Con la música suave de Vivaldi, vimos caer los copos de nieve en este domingo congelado de Madrid y hablamos sobre ciencia y tecnología. Incluso, a veces, ella me daba algunos consejos o hacía comentarios que me impresionaban. De repente me pregunté por qué no había pensado en esto antes yo mismo. A veces protestaba contra sus consejos, pero después de un año o dos, llegaba a las mismas conclusiones. De hecho, ella me había hablado de esto hace unos años. Ella nunca me recordó mi falta de voluntad para ver estos temas de una manera diferente. Ella me miraba con sus ojos verdes y sonreía secretamente, regocijándose por mi «crecimiento espiritual». Después, yo decidí cocinar algo muy sabroso. Me encantaba cocinar e invitar a los amigos a cenar. Ya tenía fama en ciertos círculos por mi exquisita cocina. A veces, incluso me invitaban a las importantes fiestas nocturnas como el cocinero. Yo lo aceptaba cuando quería tomar un descanso de la política y de mi tenso trabajo. Eso traía calidez a mi vida nómada y tenía la impresión de que a alguien realmente le importaba lo que hacía y cómo vivía yo. El doctor me aconsejó una dieta especial. Esa noche elegí un avestruz. Me retiré a la cocina e intenté crear

algo inolvidable. No le permití que me ayudara. Yo tenía muchas ganas de darle una sorpresa. Todos estos años, muchas veces, habíamos comido juntos algo sabroso e inusual. Por varias razones. En diferentes ciudades y países. Pero siempre en los restaurantes. Esa fue la primera vez que cenamos juntos en la casa y yo quería dar lo máximo. Carina amaba el arte y la pintura. Ella caminaba de cuarto en cuarto observando los cuadros. Intercambiamos opiniones sobre el estilo de este o aquel artista. Nos gustaron algunos, otros no. Por extraño que parezca, nuestras opiniones coincidieron. He estado coleccionando estos objetos de arte durante muchos años. Dependiendo de mi estado de ánimo y de mi gusto en aquel momento. Usando ese ejemplo, yo vi cómo mi vida y mis prioridades cambiaron con la edad. Después de una tormentosa juventud, los gustos se hicieron más maduros y apareció una inclinación por la filosofía. Nos reímos mucho discutiendo cómo fueron cambiando mis puntos de vista y cómo se reflejaron en esas pinturas. Me reí con placer sobre mí mismo y una vez más vi lo absurdo de mis pasiones juveniles. ¡Qué agradable era comunicarse con un alma gemela! Luego ella se fue. A ella le gustó estar en mi apartamento y me prometió volver. Esperé hasta el comienzo del siguiente otoño y ese día finalmente llegó. Cada vez que me separaba de ella, tenía la sensación como si me hubiera separado de algo muy querido para mí y caía en el abismo del suspenso. Recordé el fresco La creación de Adán de Miguel Ángel. Era una tarde lluviosa. Gotas de lluvia golpeaban la ventana, como presagiando la despedida del verano y del calor que nos habían estado calentando durante varios meses. La temporada cálida estaba terminando y con ella también mi esperanza por mejorar mi salud. Ella se paró en mi salón al lado de la terraza y observaba mis plantas exóticas. El cielo parecía llorar por la desesperanza del ser. Ella todavía era joven, hermosa. La miré desde la cocina. Su rostro pensativo estaba un poco triste. ¿Qué estaba pensando ella en ese momento? Yo no quería interrumpir el curso de sus tristes pensamientos al ritmo de la lluvia de Madrid y simplemente disfrutaba de su aspecto. Su largo cabello le caía sobre los hombros. La cara estaba iluminada por el sol poniente que atravesaba el corriente de la lluvia. Esa feminidad y fragilidad me volvieron loco por completo. De repente sentí de forma dolorosa cuán apasionadamente la he deseado durante todos estos años. Ya me he desvanecido. La enfermedad ya se hizo sentir, ganó impulso. Los médicos me informaron hace tiempo sobre cuánto me quedaba por vivir. Yo no estaba asustado. Me daba pena no haber visto cómo

crecían y maduraban los niños. Me daba un poco de miedo que sin mí no pudieran hacer frente y pudieran tropezar en su camino. Fue un poco doloroso darme cuenta de que esta vida no me dio la oportunidad de estar con esa mujer, que era exactamente «mía». Por alguna razón, la vida me llevó a ella en un momento equivocado, cuando casi no había posibilidad de estar juntos. Durante muchos años intenté averiguar qué nos conectó tanto. Pero no pude encontrar la respuesta. Como si algo sobrenatural nos llevara uno al otro y nos conectara para siempre. Se me hizo claro que era la última noche en la que podría acercarme a ella. Después de tantos años. En ese momento no existía nada más, solo mi Carina y yo. Me acerqué a ella por detrás. Mis rodillas temblaron de miedo. Probablemente no habría sobrevivido si ella me hubiese rechazado en ese momento. Hemos pasado tantos años juntos en las habitaciones de diferentes hoteles, pero nunca la había tocado. Todo era algo así, como una loca amistad. Algún tipo de una conexión profunda, cuyo significado ni siquiera intenté entender. Realmente me gustaba cuando ella estaba a mi lado. Yo puse mis brazos alrededor de sus hombros. Ella se sorprendió un poco, pero permaneció en su lugar. Muriendo de un loco deseo, enterré mi cara en su cabello. Mis manos se deslizaron sobre sus hombros y espalda. Al principio, con miedo, luego con más y más confianza. Como verdadero italiano, yo era hábil en hacer el amor. Yo era perfeccionista e incluso en esa parte de mi vida intenté vivir al máximo. Sabía muy bien lo que le gustaría. Le desabotoné la blusa y comencé a acariciar sus pezones, lento y muy suavemente. Sentí que despertó un deseo en ella y crecía. Me di cuenta de que ahora ella ya me pertenecía, aunque solo fuera por una noche. A pesar de la enfermedad progresiva, todavía yo tenía suficientes fuerzas para llevarla a la cama. Desnudándola lentamente disfruté cada centímetro de su cuerpo. Intentando no perder mi cabeza hasta el final, alargando el placer. Ella estaba temblando de deseo y en su mirada vi una muda orden de tomar posesión de ella. La acaricié hasta que sentí que, además de esta noche lluviosa, mi cama y mis gentiles manos, en ese momento no existía nada más en el mundo para ella. Entré en ella lentamente y con mucha suavidad, luchando conmigo mismo para no explotar. Ella quería el ritmo, pero yo quería disfrutarla lentamente y durante mucho tiempo, pensando en todos los años perdidos cuando no me atrevía a tocarla temiendo perderla para siempre. Ella gimió de placer y sucumbió en mí, sumida en placer. Ella acarició mi piel. Las mujeres me decían que era tan

elástica y tierna como la de ellas. Ella repitió casi lo mismo. De sus gentiles manos casi perdí la cabeza por completo. Y exploté. Yo tenía la sensación de un sueño cumplido, el cual yo abrigaba durante muchos años y solo antes de morir, finalmente, decidí alcanzarlo. Un placer indescriptible llenó mi cuerpo. Yo tuve que luchar conmigo mismo, con mis emociones para no desmayarme. Carina se acostó a mi lado, me miró y en sus ojos vi que ella entendía perfectamente lo que me estaba sucediendo. La amargura me abrumaba. Me di cuenta de que mi tiempo se había acabado. Al día siguiente, la llevé al aeropuerto y entendí que la había visto por la última vez.

***

Durante toda mi vida, por alguna razón, cuidaba y me preocupaba solo de los demás. Nunca me preocupé por mí mismo. Ahora, de repente, necesitaba hacer algo que nunca había hecho antes… Esa fue una situación completamente nueva para mí. Descubrí que era mucho más difícil ocuparme de mí mismo que de los demás. Me enfrenté a mis propios problemas, a los que nunca había prestado atención. Si hubiera hecho eso a tiempo, no habría llegado a la situación en la que me encontraba en ese momento. Pero ahora era necesario vivir la realidad que tenía. Me sentí completamente solo. A mi lado no estaba la mujer amada y me sentía como en el desierto. Me estaba acercando al final de mi vida. Por alguna razón, involuntariamente, recordé Chile y mi primer o con el desierto. En ese entonces yo conduje hacia el norte por la carretera Panamericana. Mi sueño era ver el desierto de Atacama y el volcán Ojos del Salado, el más alto de la Tierra, cuya altura es de 6893 metros. Cuando lo escalaron por primera vez, los científicos encontraron allí altares de sacrificio de los Inca. Aparentemente, el volcán Ojos del Salado fue venerado por los indios como una montaña sagrada. Cuando me paré frente a esa montaña, también tuve un sentido inusual de reverencia. Me gustaba mirar las cimas de las montañas y a las llamas, vicuñas, paradas pastando en sus laderas. A esa altitud, generalmente, siempre hay glaciares, pero en las montañas adyacentes al desierto, debido a su sequedad inusual, no hay suficiente nieve. Para mí fue extraño mirar las montañas tan altas, las cuales estaban casi desnudas.

Al oeste del volcán y hacia la costa del Pacífico se extiende el desierto de Atacama, considerado el desierto más seco de la Tierra. Algunos lugares me recordaron un paisaje lunar, en cambio, en otros lugares podías encontrar oasis. En ciertos partes del desierto la lluvia cae solo algunos años. Y es increíble que los cauces de los ríos estén secos desde hace unos 120 mil años. En el área de San Pedro de Atacama se encuentra el Salar de Atacama, que está a 3200 m sobre el nivel del mar, y en ese lugar vi un flamenco rosa, no podía creer lo que veía. La peculiaridad de este tipo de flamenco radica no solo en su color y el amor por los lagos salados, sino también en el hecho de que la mayor parte de su vida viven con la misma pareja. Monógamo, por así decirlo… Los residentes locales utilizan los llamados «eliminadores de niebla» para recoger el agua. Estos son cilindros de altura humana, cuyas paredes están hechas de hilos de nylon. La niebla se condensa en las paredes del cilindro y fluye hacia el barril a lo largo de estos hilos. Con la ayuda de dicho dispositivo logran recolectar hasta dieciocho litros de líquido por día. Para mí eso fue un nuevo «descubrimiento de América». Acostumbrado al hecho de que cuando abría el grifo salía agua, me maravillé de la fortaleza y la paciencia de los habitantes de ese desierto, que valoraban cada gota. En este desierto está construido uno de los observatorios más importantes del mundo. Cuando cayó la noche, yo entendí por qué. Esa fue la primera vez que vi las estrellas tan cerca. Debido al clima seco no había ni una sola nube en el cielo. Parecía que la Vía Láctea podía ser tocada por mi mano extendiéndola hacia el cielo infinito. En algunas montañas de la zona eran visibles las pinturas rupestres. El ser humano vivía aquí, aparentemente, ya hace mucho tiempo. Algunos de los dibujos parecían ser no de origen terrestre. Ellos representaban algunas criaturas que parecían personas, pero a juzgar por algunos objetos indefinibles en sus cabezas y rodillas, se podría suponer que eran extraterrestres. Mirando el cielo cubierto de estrellas, me di cuenta de que ese lugar podría ser un perfecto campo de aviación para naves espaciales. Excelente visibilidad casi todo el año, algún tipo de proximidad mística con las estrellas. Miraba a los satélites que pasaban volando y me guiñaban, yo fantaseaba que en una de las estrellas algunos seres también podrían estar mirándome, preguntándose qué estaba pasando ahí en ese planeta azul. En mi juventud fui solo a ese desierto, para mí no fue problema estar solo en medio de sus vastas extensiones y sentir que, durante muchos kilómetros, no había vida a mi alrededor a la que todos estábamos acostumbrados. Ahora,

cuando me quedé solo en medio de esta ciudad grande, infestada de millones de habitantes, me sentí como en ese desierto, porque cerca de mí no había un corazón lleno de amor en el que pudiera apoyarme en los tiempos difíciles. Me vi a mí mismo como si estuviera parado frente al sagrado volcán Inca, mirando el cielo estrellado sobre mi cabeza y pensando en lo que le sucedería a mi alma después de mi muerte. Recordé los flamencos rosados que había visto una vez en el Salar de Atacama. Eran monógamos y los envidiaba, porque habían estado con sus seres queridos toda su vida y donde yo no tuve éxito. Mi soledad, como en ese desierto, me atacaba una y otra vez y ya no podía resistirme. Ya era muy tarde. Después de todas las pruebas, resultó que yo también tenía cáncer de riñón. Me eliminaron el riñón izquierdo. Yo sabía muy bien que era posible vivir con uno solo. Pero no quería poner a prueba mi paciencia. Ya no me sentía como una persona plena. Yo era perfeccionista y, por lo tanto, este hecho me mató por completo. Era como si creara mi propia religión con el nombre «riñón izquierdo, riñón derecho y yo entre ellos». Todo mi tiempo libre estaba ocupado con pensamientos al respecto. Me han recetado hormonas femeninas. Con ellas me volví más sentimental y esperaba con su ayuda comprender finalmente la naturaleza femenina en su raíz. Incluso con su ayuda aún me parecía que no llegaba a su verdad. ¿Se puede entender la naturaleza de otra persona hasta el final? Resumiendo mi vida, me di cuenta de que el «problema» no estaba en los términos globales: «¿Qué quieren los hombres y qué las mujeres?». La esencia del asunto era, simplemente, que éramos personas diferentes. Cada uno con su propia historia y su visión del mundo, con cierta educación, con su propia experiencia de vida, la cual podría ser compatible con una persona y con otra no. En la época de mis padres y, seamos honestos, también en mis tiempos, la sociedad estaba acostumbrada al matrimonio clásico y la gente debía casarse una vez y vivir con su pareja. Las mujeres dependían económicamente de los hombres. No encajaban en otro lugar, tenían que mantener a los hijos. Por eso, la mayoría de la gente simplemente se adaptaba. No había muchas opciones para pensar quién era mejor para quién. Las personas intentaban crear, a partir de sus vidas, lo que podían, unos crearon una vida agradable, los otros se quedaron con un estrés interminable, el cual duraba toda la vida y como resultado existían los efectos secundarios como enfermedades, amantes, etc. Al estudiar sociología, descubrí para mí mismo que el matrimonio fue inventado

por el hombre al comienzo de un estilo de vida sedentaria con el advenimiento de la propiedad privada, por una simple razón: el hombre simplemente no quería dar su propiedad a los hijos de los demás. Él ató a una mujer consigo con la ingenua esperanza que de esta manera él podría saber de quién exactamente eran los hijos de ella. ¿Es todo esto relevante hoy día cuando la mujer puede trabajar, cuando hay medios para examinar de quién fue la concepción? Además, la sociedad se ha vuelto menos conservadora. Era bastante normal, al darse cuenta de que tu pareja «no era el hombre de tus sueños», seguir tu propio camino sin torturar a nadie y no tratar de resolver el enigma ilusorio; cuál es la verdadera esencia de los hombres y las mujeres. Sí, nunca me he casado, pero vivía con diferentes mujeres que me habían fascinado durante muchos años. Viví con una incluso durante casi quince años y estaba feliz. Cuando llegaba el momento, yo trataba de agradecer a las mujeres por el tiempo que me habían regalado y me separaba de ellas amablemente. Así era con todas, excepto con la madre de mis hijos. La metástasis pasó desde el riñón a los pulmones, cerca de la aorta. La quimioterapia no ayudó para nada. Me iba lentamente y conmigo no estaba la mujer con la cual yo soñaba pasar mis últimos días. Eso fue mi culpa. Yo tenía la sensación de que antes de irme, tenía que darle a esta jovencita todo lo que pudiera. Ella incluso intentó tratarme. Una vez me preguntó si le permitiría hacer eso. Yo estuve más de acuerdo en broma que en serio para no decepcionarla. Yo mismo ya no esperaba una recuperación. Luché contra la enfermedad, mientras en algún lugar del subconsciente me daba cuenta de que todavía no se pagaba algún tipo de deuda interna con Carina. Después de darme cuenta de que mi papel en su vida ya había sido jugado, me rendí a la enfermedad y decidí irme. Yo quería que ella me recordara alegre y soleado y que no viera el marchitamiento de mi cuerpo. Treinta años de diferencia a lo largo de los años se hicieron más evidentes. Me fui dejándola con recuerdos de un profesor importante y no de un viejo desmoronado. Decidí alejarme de ella y vivir mi vida, donde cada día nuevo traía la esperanza o la decepción. Ya no pude trabajar, me retiré debido a mi enfermedad y no quería que ella viera mi condición, la que a mí mismo no me gustaba en absoluto. En mis más de sesenta años he experimentado y visto mucho en mi vida. Pero el regalo más valioso del destino lo recibí al final. Estos eran mis hijos y Carina. Carina fue quien trajo consigo un sentimiento de amor verdadero, no como lo que había vivido antes. Acercándome al final, yo estaba inmensamente agradecido con el destino por el hecho de que, aunque no fue por mucho tiempo, en mi vida, a pesar de todo, había una mujer de la que yo no quería separarme, quería vivir y por la que no

quería morir.

¡El Señor, al ver tu corazón y tu intención, te bendiga! «Tú eres fiel con quien es fiel e irreprochable con quien es irreprochable; sincero eres con quien es sincero, pero sagaz con el que es tramposo».

Salmos 17:26-27

«Él había amado y se había encontrado a sí mismo. La mayoría, en cambio, aman para perderse».

Hermann Hesse

Ella

Él entró a mi vida tan simple y fácil. Todo fue como si nos hubiéramos conocido durante mucho tiempo, como si nos hubiésemos separado hace poco y nos volvimos a encontrar casualmente. Ese día él entró al hotel donde yo trabajaba a tiempo parcial, ya que estudiaba en la universidad. Era de noche. Él regresó de algún banquete y vino a recoger la llave de su habitación. Estaba un poco borracho e inmediatamente comenzó a coquetear conmigo y a bromear. Todo fue simple y discreto. No así, como sucedía con la mayoría de los hombres que yo conocía, por eso no me opuse. Los turnos nocturnos eran bastante aburridos. Era necesario hacer algo para no quedarse dormida y decidí charlar un rato con este hombre. Él resultó ser un conversador extremadamente interesante. En ese entonces no esperaba que tal encuentro se convirtiera en algo extraordinariamente importante en mi vida. Así que por muchos años busqué la respuesta a la pregunta: qué exactamente nos había conectado tanto, por qué nos encontrábamos constantemente durante los años venideros e incluso una vez íbamos a romper todos los estereotipos que la sociedad nos imponía. Como resultado, la respuesta a mi pregunta fue inesperada y nada de lo que yo me podría haber imaginado. Todo comenzó absolutamente banal, con un ligero coqueteo entre una joven recepcionista de hotel y el eminente «profesor de España», el cual era treinta años mayor que yo. Esa noche ocurrió un accidente en una central eléctrica que prestaba servicio a los vecindarios donde se encontraba el hotel. Debido a este accidente, el profesor no se fue a dormir inmediatamente, sino que se quedó en la recepción para hablar. Era evidente que a pesar de su eminencia y todas las insignias, la presencia de una familia y las obligaciones con los niños, él se sentía solo. Me recordó a un vagabundo perdido, que se había extraviado y estaba buscando el camino correcto. Quizás en ese momento de mi vida yo sentí lo mismo. Hemos comenzado a entendernos perfectamente. Finalmente, tuve la oportunidad de estudiar en una de las universidades más prestigiosas de Europa. Lo logré yo misma, sin la ayuda de nadie. Estaba orgullosa de mí, fascinada por la ciencia. Quería trabajar en la ONU después de graduarme para poder convertir el mundo en un lugar mejor. Elegí una especialidad relacionada con la sociología y la política. Para ese entonces yo

todavía pensaba que tendría muchas oportunidades para contribuir a la sociedad, aún no sabía sobre la corrupción y que solo se podía conseguir trabajo en esta organización a través de las relaciones. En ese momento, el profesor trabajaba en la ONU y, por supuesto, realmente quería saber más sobre esta organización, sobre todo de una persona que la conocía por dentro. Por eso yo acepté de inmediato su oferta de encontrarnos al día siguiente. Yo tenía muchas preguntas, las cuales quería averiguar por mí misma. Casi de inmediato él comenzó a llamarme «Carina». Era italiano y me dijo que le gustaba llamarme así. Al principio no le presté mucha atención a esto, pero al final lo convirtió en mi segundo nombre, que solo él conocía. Durante mucho tiempo yo era «su Carina», como me repetía muchas veces a lo largo de todos estos años. Ese fue nuestro pequeño secreto común. Algún tipo de secreto que nos unía a ambos, un «nombre secreto» que conocía solo él. Cuando me llamaba así, yo parecía ser transportada a otro mundo que le pertenecía solo a él, donde yo estaba completamente inmersa. Él se convirtió en el centro de lo que me estaba pasando, mientras que todo lo demás se desvanecía automáticamente en el fondo. Solo el profesor podía hacer eso. Cuando me miraba con sus hermosos ojos marrones, me llevaba a un lugar donde me sentía simplemente bien. Por lo tanto, cada vez que me invitaba yo no podía rechazarlo. Pasaba todo el tiempo buscando la respuesta a la pregunta: ¿qué nos conectaba tanto? Siempre había una chispa traviesa en sus ojos que me sacaba de mis pensamientos tristes. Me contagié con su temperamento italiano y la capacidad de ver los aspectos positivos, incluso en las cosas más trágicas. Él tenía muchos rangos y títulos, un trabajo de importancia internacional. Pero lo más importante para mí, a pesar de todo esto, era que seguía siendo solo un hombre. Él sabía que en ese momento yo era solo una pobre estudiante, no tenía padres ricos ni nadie que me apoyara en la vida. Él sabía mucho sobre mí y nunca me reprochó ni me humilló. Me hizo sentir que estábamos en pie de igualdad. Y lo que era principal, él creía en mí, aceptaba mi forma de ser y no trataba de cambiarme a mí ni a mi vida. Me alegraba de encontrarlo una y otra vez. Me dio un incentivo para seguir adelante y no darme por vencida en esos momentos difíciles que tuve en Europa, la cual no era mi patria. Yo estaba inmensamente agradecida con la vida por la posibilidad de conocer a este hombre. Sí, vi en él, precisamente, una persona que me hacía recordar a mí. No busqué en él un reemplazo para mi padre, no quería una historia de amor con él. Simplemente lo iraba y lo apreciaba por el hecho de que él estaba conmigo. Éramos completamente diferentes. Él tenía una mente analítica, la cual analizaba todo. No creía ni en Dios ni en el diablo. Su

ateísmo se manifestó en muchos aspectos de la vida. Yo estaba conectada con la naturaleza y sabía que había algunos poderes superiores. Ellos no me dejaron sola y no me permitieron ahogarme en el océano de este mundo cruel. A menudo discutíamos todos estos temas, tratábamos de demostrarnos el uno al otro quién tenía la razón. Luego nos dábamos la mano, cada uno tenía sus propias opiniones y éramos felices, cada uno de nosotros era un conversador interesante y no insistíamos en nuestros puntos de vista. Para mí, el profesor era el que no establecía ningún límite para sí mismo en el espacio de las opciones de la vida. Aprendí de él todo lo que pude. Yo llegué a comprender, no de inmediato, pero suficientemente rápido, que, en algún lugar, más allá de los límites de nuestra conciencia, todavía había algunas fuerzas que impulsaban el mundo. Hubo una cadena de circunstancias en mi vida que me llevó a la comprensión que en este mundo las cosas no pasaban casualmente. Analizando algunas situaciones de la vida, comencé a llegar a la conclusión de que había algo que me guiaba por cierto camino de la vida y que no me permitía salir de él. Este camino parecía estar destinado de antemano. Cuando lo dejaba, me regresaba, a veces bastante cruel.

***

Mi vida comenzó con el hecho de que mi madre tuvo un parto largo y difícil. Mi madre quería tener un niño, pero no estaba lista para eso. La presión de la sociedad y de la familia y las palabras tan familiares para todos: «¡Pero ya era hora!» la llevó a dar a luz. El nacimiento fue difícil y el bebé se convirtió más en una carga que en una alegría, incluso eso estropeó y cambió la vida para siempre. Me sacaron de una madre llena de medicamentos, operada e inconsciente, por esa razón, me llevaron a otra habitación por varios días mientras mi madre se recuperaba. Así comenzó la historia de mi vida, donde la mayoría de las cosas, al principio, ocurrieron exactamente de la manera que yo, de ninguna forma, quería… En el centro de maternidad lograron enfriarme de inmediato. Era invierno con heladas fuertes. Comenzó la inflamación de los pulmones, que luego se convirtió en inflamación crónica y otras enfermedades. Al final, cuando tenía tres o cuatro

años, un «médico competente» me inyectó una sobredosis de antibióticos y mis riñones no pudieron soportarlo. De modo que hasta la edad de dieciséis años más o menos, crecí prácticamente en diferentes hospitales, donde todas las enfermeras ya me conocían. Me saludaban con sabias palabras: «Bueno, nada, antes de la boda te recuperarás». Debido a mi debilidad severa, me hacían transfusiones de sangre, me torturaban con varias pruebas, sondas y dietas, así como inyecciones y goteros… Al mismo tiempo, todos los parientes cercanos, en lugar de apoyar de alguna manera, complicaban más las cosas. No pudieron hacer frente a esta situación y todo su estrés lo descargaron conmigo. Me veían como una carga para ellos, porque debían ocuparse más de lo normal a lo que la gente estaba acostumbrada a cuidar a los niños. Al final, decidieron no hacer nada, dejándolo ir por casualidad y esperando que funcionara de alguna manera o terminara de alguna forma por sí mismo. Al principio vivíamos en una aldea cosaca, que era prácticamente un suburbio de Krasnodar. Era la misma forma de vida urbana. En las afueras del pueblo fluía el río Kubán y, por otro lado, había campos de arroz. En el verano corríamos al Kubán, jugábamos en la orilla, pero a los niños se les tenía prohibido entrar. La corriente era muy rápida. A menudo se encontraban embudos en el agua y ni siquiera los adultos se decidían a nadar en él. Mi padre en su juventud era boxeador y cruzó el Kubán varias veces. La corriente lo demolía, pero luchaba con ella y no se rendía. A veces me sentaba a orillas de este río increíblemente fuerte y, bajo los suspiros de iración de las mujeres y las exclamaciones de ánimo de los hombres, veía a mi padre luchar contra los elementos del agua y lograr su objetivo, encontrando su manera de conquistar este río desenfrenado. En esos momentos me di cuenta de que la fuerza de voluntad era exactamente lo que en la mayoría de los casos nos llevaba a todos a lograr nuestros objetivos, y fue la voluntad la que me ayudó a combatir mis enfermedades más de una vez y, finalmente, derrotarlas. En esos instantes yo cerraba mis ojos y veía a mi padre nadando contra la corriente hacia la otra orilla y esto me daba nuevas fuerzas para luchar como una vez lo hizo él. Los días de verano cerca del Kubán fueron algo especial. El peligro de la corriente del río y los juegos divertidos en la orilla le dio a todos un toque especial. Los árboles grandes crecían a lo largo de la orilla, a la sombra de los cuales todos se acomodaban y miraban a los pescadores que intentaban pescar un bagre grande. Cuando uno de ellos lograba atraparlo, este bagre que todavía se movía, se vendía inmediatamente a algunos de los «espectadores». Se encendía una hoguera y el bagre se convertía en una sopa o en una barbacoa para alegría

de todos los reunidos. En la aldea sabían divertirse. Alguien sacaba su acordeón, otro una guitarra y con alegres canciones cosacas los jóvenes bailaban hasta que oscurecía por completo y la gente comenzaba a irse lentamente a sus casas. En el verano, mi abuelo normalmente pensaba cómo podría enseñarme a nadar bien. En el río Kubán era imposible. Por lo tanto, nos llevaba en bicicleta a mí y a una de mis amigas al embalse cerca de los arrozales por todo el día. Usualmente, salíamos por la mañana. A lo largo de los campos, a menudo, se extendía la niebla. Mientras conducíamos por los senderos entre los campos de arroz, vimos garzas que se elevaban sobre la difusa neblina, caminaban de un lado a otro y atrapaban algo en el agua para su desayuno. Cuando el sol salía más alto la niebla se disipaba y entre los brotes de arroz, en el agua, se reflejaba el cielo con las nubes flotando sobre él. El embalse estaba entre toda esta belleza. Colocábamos nuestras pertenencias en la tierra y nos quedábamos ahí por medio día. El abuelo nos enseñaba a nadar «como una rana» y mi amiga y yo luchábamos por aprender. No era fácil para las dos, pero con cada nuevo viaje al embalse, nos sentíamos cada vez más «ranas» y un buen día transferimos nuestra experiencia «de la rana» al mar. Estábamos encantadas. Una de las hermanas de mi abuela vivía en Ucrania y el hijo de la segunda hermana, en Moscú. Sus hermanas tenían hijos y nietos, que a veces venían a quedarse por el verano. Realmente me gustaba ver que en la casa de mi abuela todos se juntaban en el salón grande a mirar la televisión. Los parientes que no cabían en las camas y sofás se quedaban en los colchones en el piso. Hasta la medianoche todos contaban diferentes historias, bromeaban, reían, hasta que alguien, que tenía que ir a trabajar al día siguiente, les ordenaba a todos que se durmieran. Después de eso los parientes se calmaban, entraba el silencio y se dormían. Me gustaba que, de los diferentes rincones de la URSS, todos venían a la casa de mi abuela. Ella sabía cómo reunir a las personas, darles calidez, atención y todos volvían a ella una y otra vez. Vivíamos en la periferia. Me gustaba, realmente, comunicarme con las primas en segundo grado que venían de las grandes megaciudades. Traían ropa y peinados a la última moda, así como las historias sobre los chicos de las ciudades grandes, los cuales hacían todo tipo de travesuras que ni siquiera yo había imaginado. Mis primas eran mayores y, a menudo, por las noches yo escuchaba las historias sobre sus amores, que ellas, acostadas en el colchón, se susurraban entre sí. Casi siempre en el verano cuando llegaban los familiares, mi abuela conseguía en su trabajo un viaje gratuito al mar para todos y a las cinco de la mañana nos

sentábamos en el autobús del «Centro de Entrenamiento de Kubán», donde ella trabajaba, y conducíamos hacia el mar por una o dos semanas. Estábamos ubicados en unas casas entre los pinos. Desde la infancia recuerdo el olor de las agujas del pino mezclado con el olor salobre del mar. Incluso cuando, muchos años después, viajando por el mundo, me sentaba en una playa y, a pesar de su belleza y exotismo, siempre hacía recordar mi nativo mar Negro, con sus pinos y cipreses en la orilla, los guijarros de su playa y el olor salobre del mar, que eran para mí «el verdadero mar», esa orilla donde pasaba, en aquellos tiempos, los días más divertidos con mi abuela y sus parientes. En ese tiempo, ciertamente, no había suficientes vouchers gratuitos que daba la empresa a los trabajadores. A menudo en una casa vivían más personas de lo calculado. A veces dormíamos dos en la misma cama. Pero por alguna razón, para todos, esto fue más un entretenimiento en vez de incomodidad. Todos tenían suficiente dinero para alquilar una habitación en un hotel, si hubieran querido, pero todos estábamos bien juntos y nadie quería separarse el uno del otro. Todos estaban felices de dormir en el suelo en un colchón o los dos en la misma cama en una casa junto al mar. Ese «romanticismo natural» permaneció conmigo durante mucho tiempo. Años después, durante mis viajes, yo escuchaba, a veces, las quejas de algunos huéspedes del hotel porque no cambiaban las toallas todos los días o algo así, y yo siempre recordaba nuestra alegre compañía en la casa junto al mar y entendía que en el mundo todo es relativo. En invierno y otoño había menos que hacer. Todos estaban involucrados en algún tipo de artesanía. No me interesé de inmediato en todo eso, ya que en ese entonces no tenía muchos años. La mayoría de las veces me sentaba y veía a mi abuelo encender la lámpara fluorescente y pintar cuadros. No me gustaba el olor de las pinturas al óleo. Por eso, cuando más tarde comencé a pintar, nunca usé ese tipo de pinturas. Ese olor me hacía recordar cómo tosía mi abuelo preparando algún tipo de color, ya que su olor acre le irritaba los pulmones. En ese entonces, me sentaba y miraba cómo él untaba pincelada por pincelada para crear algún tipo de imagen en el lienzo y para mí era un misterio que un simple boceto de repente cobraba vida con cada pincelada. Al ver esto, muchas veces, no podía entender cómo exactamente funcionaba, por eso, yo iba a verlo una y otra vez. Yo tenía raíces en ambos lados, de los cosacos y los circasianos, ellos eran guerreros valientes. Unos sirvieron a los reyes, otros, incluso, llegaron a Egipto y

se convirtieron en la mejor guardia de los faraones. En esos tiempos violentos, ninguno de los antepasados sabía lo que podría pasar mañana, por lo tanto, todos vivían en el hoy. No sabían si la guerra llegaría mañana y si los amantes y seres queridos se encontrarían de nuevo. Por eso, esta gente tan especial no frenaba sus sentimientos. Celebraban cuando se divertían, cantaban cuando querían expresar la profundidad de sus sentimientos, bailaban danzas muy expresivas cuando estaban abrumados por la energía y cuando amaban con todo su corazón. Y así también odiaban. Crecí entre dos mundos. Esta fue una característica del Cáucaso del Norte. Yo tampoco tenía sentimientos promedio, siempre con todo mi corazón. En la aldea cosaca, mi abuela me enseñaba canciones con letras de pensamiento libre cuando cocinábamos borsch en la cocina y también bailes efusivos de cosacos en las fiestas. Los cosacos tenían su propia cocina y tradiciones. Incluso, muchos años después, yo recordaba la ensalada favorita de mi abuela de tomate con pepinos, sazonada con crema agria, con el sabor del eneldo. Por otro lado, mi abuelo, que vivía en una aldea rusa en Adygea, aunque su alma permanecía a un circasiano, enseñaba a honrar las viejas tradiciones, respetar a los ancianos y desarrollar el espíritu. Los circasianos siempre han sido una nación orgullosa. Yo asumí el orgullo de los montañeses profundamente y, a veces, este me impedía vivir. Incluso en los momentos más difíciles traté de sobrevivir y no pedir amparo, aunque a veces esto podía ayudarme mucho… La relación entre mis padres no fue la mejor. A pesar de todos los idilios que me parecía entonces, los padres de mi padre, con quien vivíamos en la aldea, no se llevaban muy bien con su nuera. Mi padre, a menudo, prefería la compañía de sus amigos en vez de su familia y después de uno de los escándalos mi madre empacó sus cosas y se fue al pueblo de sus padres llevándome con ella. Este fue un momento clave de mi vida, cuando desde los suburbios y la vida acomodada me sumergí, de repente, en un entorno completamente diferente, donde en lugar del bullicio de la ciudad había una economía de subsistencia que ayudaba a sobrevivir a los campesinos en su dura vida. Los padres de mi madre le compraron una casa en la misma calle y ella comenzó a adquirir una granja. Igual como el profesor, yo nunca pude entender por qué mi madre, con una educación superior y grandes perspectivas de vida, simplemente se mudó a esta aldea y comenzó a vivir una vida de granja sin utilizar todo el potencial que tenía. En aquellos tiempos el gobierno no permitía que alguien muriera de hambre y, si lo hubiera deseado ciertamente, habría organizado su

vida como soltera. Pero ella no lo hizo. Como resultado, mi padre se vino a vivir con nosotras a la misma aldea, arruinándose ahí igual como mi madre. Ellos tenían una relación familiar muy difícil, pero, aun así, no se divorciaron. A veces vivían por separado, pero luego volvían el uno al otro una y otra vez. Fue un amor extraño, que duró todos los años hasta su muerte. Dieron a luz a dos niñas, pero nunca estuvieron particularmente involucrados. Como todos los niños, yo amaba a mis padres tal como eran, aunque no me correspondían. Les perdonaba todas sus palizas y humillación y siempre quise creer que, yo al menos, tenía una familia. Mi padre nunca golpeaba a los niños. Solo mi madre perdía los estribos. Pero yo intentaba encontrar una excusa para ella. De alguna manera yo explicaba todos los problemas internos que ella nos transmitía a mí y a mi hermana. Yo nunca tuve un ejemplo de una madre que todo niño debería tener. Nuestro día comenzaba por la mañana con los escándalos que ella montaba por cualquier cosa y terminaba de la misma manera. Su incapacidad de organizar su vida personal y familiar lo descargaba con nosotras, acusándonos de todos los pecados mortales y, al mismo tiempo, no evitaba las palizas. Ella creció en la misma atmósfera. Por lo tanto, consideraba esto como la norma de su vida. En su edad consciente, ella no aprendió ninguna sabiduría vital sobre las relaciones familiares. Mudarse a la granja trajo otra innovación a mi vida. La abuela materna también estaba a menudo enferma como yo. Al ser de una escuela vieja y haber sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial y la hambruna, ella no creía en los médicos. Ella hacía sus tratamientos con hierbas y usaba otros métodos no tradicionales que la pusieron de pie una y otra vez. Más tarde, cuando ella ya tenía noventa y tres años, se quejó en broma que ella se había curado de buena manera que ni siquiera podía morir. En el verano ella me llevaba consigo al jardín o al bosque, luego al campo. Juntas reuníamos hierbas y flores. Los secábamos o los preparábamos de alguna manera para tratar a alguien. Comencé a tomar diferentes cocciones, como estigmas de maíz, brotes de abedul, trébol, tanaceto, escaramujo, aerva lanata u otra cosa y, por algún tiempo, me sentí mejor. No, no me había recuperado por completo. Pero estas hierbas, seriamente, mejoraron mi condición. En mayo, íbamos juntas al bosque para recolectar los lirios del valle. Fue algo inusual. En los claros del bosque, con la luz del sol de mayo, brillaban flores blancas de los lirios del valle, colgadas de un tallo, como guirnaldas. Siempre recogía estas flores cuidadosamente para no dañar las raíces. Sobre todo, recuerdo su aroma, que se derramaba después en la cocina, donde estaban puestos durante los días siguientes. Por lo tanto, al principio me enamoré del olor a lirio de los valles. Solo más tarde permití que los olores de otros

perfumes entraran a mi mundo.

***

En el verano el ganado de la granja colectiva era conducido a las praderas alpinas en las montañas¹. Mi abuelo era brigadier y, a veces, en el verano me llevaba a los pastos de la montaña. El ganado que llegaba ahí era de diferentes lugares. También llegaban los montañeses circasianos de diferentes pueblos. Hacían queso y feta, todos comían sentados en la noche y conversaban alrededor del fuego. Algunos también traían a sus hijos o nietos y yo tenía la posibilidad de jugar con alguien, mientras los adultos a caballo y con la ayuda de los perros pastores muy inteligentes llevaban el ganado de pasto en pasto. Los perros fueron mis mejores amigos. Vivíamos en pequeñas casas de madera de pastores en lo alto de las montañas. Tales prados alpinos, tan ricos en vegetación, los he visto solo en el Cáucaso. En todas las otras montañas que más tarde tuve que escalar, ya no veía tanta abundancia. Los recuerdos de las hierbas en altura humana con flores enormes, que debajo en el valle eran solo flores pequeñitas, siempre me llevaban de regreso a la infancia. Corría con otros niños entre esta hierba alta, especialmente alta para nosotros los niños, hasta que de pronto nos encontrábamos con arbustos de frambuesa alpina y la comíamos como locos. Entre la vegetación se encontraban flores de enorme tamaño, que nos parecían exóticas. No las cortábamos, porque los adultos también nos habían contado acerca de algunas plantas venenosas que se encontraban entre toda esta riqueza verde y temíamos confundir una planta útil con una venenosa. A veces subíamos más al altiplano. En todas partes crecía un rododendro caucásico, que sobrevivió al período Jurásico. La extraña planta se encontraba con las flores blancas, luego con las flores de color rosa claro. Ella servía a algunos pastores como cura para la enfermedad cardiovascular y, además, daba polen a las abejas alpinas. El abuelo dijo que esta planta era una de las más antiguas del mundo. Por lo tanto, a veces me sentaba a su lado, acariciando sus pétalos y preguntándome cómo ella pudo vivir durante tantos siglos. Para mí eso era un misterio. El Cáucaso es un sistema montañoso ubicado en Eurasia entre los mares Negro y Caspio. La cordillera se extiende por 1100 km desde la península de Taman y la ciudad Anapa hasta la península de Absheron, en las cercanías de Bakú. En el

Cáucaso occidental las montañas, por supuesto, no son tan altas como el monte Elbrús en el centro de la cordillera. Pero, aun así, ellas tienen su propio encanto. También hay «picos altísimos», los que se elevan por encima de las nubes, mostrando su dominio sobre todo su alrededor. Esta es la tierra de lagos y glaciares, que está llena de contrastes entre la hierba verde con las flores, en la cual se intercalan partículas blancas de «la nieve eterna». Las extrañas formas de los picos de las montañas se asemejan a un diente afilado, una joroba de camello, la cresta de un gallo, una mujer pensativa acostada, un oso que llegó al bebedero y se quedó junto a un lago brillante de montaña, o una puerta a una tierra trascendental, o una corona como olvidada por alguien en esta increíble altura. Cuando en la infancia me paraba en el altiplano y miraba los picos de las montañas cuya imagen se complementaba con águilas que se elevaban con gracia, se me ocurrieron diferentes historias sobre las criaturas que deambularon alguna vez por ahí y como por el toque de la varita mágica de alguien, de pronto se petrificaron. Me preguntaba: «¿Quién era este mago malvado que los hechizó a todos?». Los ríos de montaña corrían deprisa al mar. Las cascadas que se encontraban en ellos eran de una belleza increíble. Se parecían a la melena de un caballo, a su cola en evolución, al cordón de una bota, a las trenzas de una bella mujer, o a las enormes lágrimas de alguna criatura mítica. Luego me enamoré de estas montañas, como si fuera mi primer amor serio que encontré, el que permaneció conmigo para siempre. Me llamaron una y otra vez. Volví a ellos como una mujer corriendo hacia su amante después de largos días de ausencia. Con la misma impaciencia y euforia cuando los dos amantes se encuentran de nuevo. A veces, mi abuelo me tomaba consigo a caballo y llevábamos a los animales a un lugar de riego. Los ríos alpinos eran muy rápidos y fuertes. Para que el agua no se llevara a las ovejas, los pastores las dirigían hacia los lagos, porque temían que bebieran en los ríos. En la cordillera del Cáucaso había muchos glaciares, por eso también había muchos lagos de gran altitud. Existe una versión que una vez hubo un océano interior, del cual como resultado del movimiento de las placas tectónicas las montañas del Cáucaso se elevaron, dividiéndolo en los mares Negro, Caspio y Mediterráneo. A causa de esto, se dice que las montañas del Cáucaso son parcialmente huecas, como los arrecifes de coral. Tienen muchas cuevas y varios «agujeros» que se llenan de agua durante el derretimiento de los glaciares y se convierten en lagos de alta montaña. Me sentaba en la orilla de los lagos que a menudo «lamían la lengua del glaciar», veía a los animales calmar su sed y a las nubes flotar en el cielo reflejándose en las aguas cristalinas. Los picos de las montañas tenían varias formas extrañas.

Me gustaba mirarlos y crear algún tipo de cuento de hadas. Los pastores en la noche alrededor de la fogata contaban las leyendas sobre los gigantes y sobre los amantes Lago y Naki, de los cuales nombraban la meseta de la montaña donde estábamos. Según la leyenda, algunas cuevas contenían los tesoros escondidos durante la guerra ruso-turca. Los cazadores de tesoros todavía intentaban, en vano, encontrarlos. O tal vez alguien ya los había encontrado y nadie lo sabía. A veces pasaban los turistas. Ellos compraban nuestro queso y paraban para conversar. En ese momento yo no podía imaginar que algún día también iría con una mochila a lo largo de estas mismas montañas e iría donde los pastores por queso. Al mediodía, el aire cálido del mar Negro se elevaba a los picos, el que se enfriaba en los glaciares, dando origen así a las nubes. Se ponía frío. Los animales trataban de permanecer cerca el uno del otro y era inusual mirar en las nubes las blanqueadas espaldas de las ovejas acurrucándose. Luego las nubes se dispersaban y volvíamos a nuestras cabañas para preparar la cena. A los hombres caucásicos les encantaba cocinar y todos se jactaban entre sí de sus habilidades para preparar algo especial. En casa, en la llanura, generalmente, ellos preferían que sus esposas prepararan la comida. A veces ellos brillaban con su arte en casa cuando convidaban a los invitados importantes. Pero allí, en las montañas, ellos creaban pequeñas obras maestras a partir de los productos improvisados y nosotros comíamos sintiéndonos como en el mejor restaurante del mundo. La vista más emocionante para mí en las tierras altas fue el amanecer. En la madrugada, cuando todos íbamos a desayunar, los valles todavía estaban cubiertos de nubes y solo se veían los contornos desiguales de las cimas de las montañas, como si se elevaran sobre el mundo entero. El sol se levantaba lentamente sobre las nubes y el rocío, que yacía en los prados alpinos, comenzaba a lucir. Todo empezaba a brillar, primero con una luz amarillenta, luego se volvía más brillante, hasta que el día dispersaba las nubes, agrupadas debajo, comenzando a dibujarse los barrancos cercanos.

***

Un día, al ver el amanecer, de repente escuché los gritos de los pastores: «¡Mira, se acerca la hechicera!». Me volteé hacia las personas que hacían ruido y vi a

una mujer caminando por el sendero cerca de la montaña. Cuando la vi desde lejos no me pareció inusual, solo una mujer. Tenía entonces unos cuarenta y cinco años, delgada, con una bolsa de trapo grande, colgada oblicuamente sobre su hombro. Todos los turistas que pasaban llevaban mochilas, tiendas de campaña y algo más. Ella solo tenía una bolsa ligera de trapo, como si acabara de salir de su casa y estuviera a punto de regresar. Mi abuelo se acercó a mí con pasos rápidos y me dijo que esta mujer sabía curar bien, por eso en las montañas la llamaban en broma «la hechicera» y, si teníamos suerte, me trataría hoy. A veces la veían cuando salía de su pueblo cercano para recolectar hierbas medicinales. Cuando se acercó a nuestro lugar, me llamó la atención el contraste del cabello negro con los penetrantes ojos azules sin fondo. Al pasar, me miró muy atentamente a los ojos, lo que de repente me hizo sentir incómoda y luego pasó hacia los hombres que la saludaron. La persuadieron para que se quedara con nosotros y le ofrecieron dinero o productos para que les tratara. Aparentemente, ella ya conocía a algunos de ellos y esa primera vez yo vi algo con lo que tuve que enfrentarme después repetidas veces. Una fuerza que vino de la nada y que curó las dolencias que sufrían las personas durante muchos años. Ella se sentó en un tronco talado, primero escuchando la descripción de la enfermedad. Luego, ponía sus manos en el lugar donde les dolía o simplemente cerraba los ojos y se sentaba en silencio, por un rato, haciendo algo que ninguno de nosotros podía entender entonces. A veces, ella le contaba a alguien sobre los problemas de su pasado que provocaban la enfermedad y, luego, le aconsejaba lo que había que cambiar para que la enfermedad desapareciera. Siempre, y a todos, les dijo que era necesario cambiar la conciencia para recuperarse de lo que les molestaba. Recordé este encuentro para siempre, a pesar del hecho de que tenía solo cinco años. No solo por la magia que estaba sucediendo, sino también porque mi abuelo me trajo a ella y le dijo que yo estaba muy enferma y que había estado a punto de morir varias veces, pero que los médicos me habían ayudado. Ella me miró fijamente a los ojos por un momento, luego levantó la cabeza y le dijo a mi abuelo que no me curaría. Lo que lo sumió en un shock absoluto. Siendo caucásico, él inmediatamente comenzó a tratar de convencerla, le ofreció dinero, luego aumentó las tasas, pero ella se negó. Hasta que él finalmente hizo la pregunta lógica: «¿Por qué?». También lo miró fijamente a los ojos y le respondió diciéndole que no podía curarme, porque llegaría el momento en que yo me curaría, que yo misma sabría cómo curarme. Yo tenía que ir por este camino para encontrar la respuesta, cómo no enfermarme más. El abuelo se enojó un poco y ella se levantó. Cuando estaba a punto de irse, dijo mirándome a

los ojos que no me enojara. El destino fue cruel conmigo, pero el tiempo pasaría, dejaría mi país, viviría en un lugar muy lejano y obtendría la misma fuerza que ella. La gente también vendría a mí para pedirme consejo, recibir tratamiento y aprender lo que solo yo sabía. Esa noche yo tuve un sueño muy extraño. Caminaba por un sendero en las montañas que de alguna forma eran diferentes. Estas no eran las mismas montañas en las que yo estaba entonces. Subía más y más, hasta llegar a un lugar abierto donde se encontraba un monasterio. No sé por qué, pero inmediatamente me di cuenta de que eso era el Tíbet. A la entrada del monasterio había un lugar donde recibían a los visitantes. En una plataforma redonda estaban sentados, como en los tronos, varias personas de diferentes edades y sexos. Eran seis de ellos. Todos me miraban con alegría. El mayor se volvió hacia mí y me dijo que esta mujer, a quien los pastores llamaban hechicera, finalmente me había traído hacia ellos. Estaban muy contentos de que yo hubiese encontrado mi camino. Por sus túnicas y algún tipo de luz interior inusual que emanaba de ellos, me di cuenta de que eran sacerdotes de varias religiones. No se adherían a una sola enseñanza. Cuando entendí esto, una de las mujeres se volvió hacia mí y dijo que cada uno de ellos caminaba un camino espiritual diferente, porque cada uno tenía sus propias habilidades que podían usar de la mejor manera. Caminaban su propio camino espiritual, pero no importaba qué camino seguían, tenían una esencia divina y sus almas llevaban a este mundo solo algo bueno. Luego se pusieron de pie, se inclinaron y me dijeron: «Bienvenida a los guerreros de la luz». Incluso muchos años después, a veces cuando me acostaba y cerraba los ojos, por un momento veía las puertas de ese monasterio tibetano y los sacerdotes sonrientes que me miraban. Parece que cuando yo necesitaba ayuda o consejo me mostraban que estaban cerca. Cuando bajamos de las montañas a la casa, la vida cotidiana en la aldea era bastante monótona. En ese momento, la granja y el jardín eran enormes. Era necesario dar de comer y beber a todos y ocuparse de las reservas para el invierno. En nuestro patio había varias vacas, toros y ovejas que necesitaban ser pastoreadas. Los campesinos, generalmente, contrataban a los pastores para el verano. Pero a menudo había casos que uno de los contratados se iba de borrachera y los habitantes de la aldea, a su vez, tenían que jugar el papel de pastor. Los adultos tomaban los días libres en su trabajo, pero esto no siempre era posible. Por lo tanto, los retirados y niños también estuvieron involucrados. Para mí fue más difícil pastar vacas que ovejas. Los rebaños eran entonces grandes. Era necesario mantener a todos en la manada y luego conducirlos a la

casa sanos y salvos. La aldea estaba ubicada en un suburbio de la capital local, aunque había muchos prados, campos y bosques a su alrededor. Cuando en el verano crecían los dientes de león, yo hacía coronas con ellos junto con otras flores silvestres. Me imaginaba una princesa de un cuento de hadas, poniéndome una corona, que era de flores silvestres y salía hacia los súbditos, que eran mi rebaño de vacas u ovejas que estaban en el prado. Les decía qué tareas tenían ese día: pastar bien y llegar a casa a tiempo. Sobre todo, me encantaba cuando florecían las amapolas y los acianos. Las coronas más hermosas estaban hechas de ellas, que luego yo les mostraba a los niños locales bajo su irado suspiro. Mi abuela usaba el hecho de que yo estaba afuera en la naturaleza para darme diferentes tareas, como recolectarle varias plantas medicinales. Cuando me equivocaba y le traía algo incorrecto, ella me explicaba cómo estas u otras flores u hojas eran diferentes, para no equivocarme, y así yo aprendí a recolectar la colección medicinal para mí, que usaba todo el año hasta la «nueva cosecha». Durante la temporada, cuando teníamos las ovejas, a menudo, yo las pastaba por separado. Los aldeanos recordaron durante muchos años cómo yo, flaca como una caña, debido a mis enfermedades constantes, frecuentemente cabalgaba a la cabeza de la manada por la calle, sentada en un carnero y conducía a las ovejas a pastar. Ellos me escuchaban. Yo los entendía. Ellos, como mi abuela, me mostraban cuáles eran las hierbas y flores comestibles. Yo recogía estas hierbas, hacía las cocciones y me curaba. La enfermedad no me dejaba y, de vez en cuando, me «encadenaba» a la cama. Los animales, a su manera, me ayudaron a sobrevivir. Simplemente me amaban porque los tenía. Yo también los amaba, porque me entendían más que las personas que vivían cerca de mí. Cuando a veces me sentaba en el establo donde vivían, distanciándome de la gente, enferma, nuevamente golpeada por uno de mis parientes, se me acercaban, sentían lástima por mí, a su propia manera animal, y a veces en sus ojos yo veía casi lágrimas humanas de compasión. Lloré durante varios días cuando fueron sacrificados por carne o cuando alguno estaba muriendo. Habiendo vivido la crueldad de este mundo, yo no reconocía la crueldad. Cuando me forzaban a comer la carne de un animal que habían matado, que, recientemente, había vivido cerca de mí y que luego fue cocinado para el almuerzo, esa carne era como un golpe en la garganta. A menudo yo salía al patio y vomitaba. Yo entendía que me había comido a alguien que ayer vivía conmigo y que era mi criatura amada. La comida salía de mí y luego comía solo el pan con aceite vegetal para no comer esta carne.

***

Luego me mandaron a una escuela local. Se encontraba en una aldea vecina y estaba destinada a los niños de seis aldeas cercanas. Debido a mis frecuentes enfermedades, en ocasiones, yo iba a la escuela solo tres meses al año. Tampoco permanecí en el segundo año, porque yo misma aprendí todo de los manuales que llevaba al hospital conmigo. Me escapaba de la realidad leyendo libros. A pesar de la vida rural, teníamos una gran biblioteca en casa. Tanto mi madre como mi padre leían mucho. Aunque estaban interesados en géneros diferentes, la colección de los libros en nuestra casa era muy interesante. Sobre todos los temas posibles. A veces, yo leía hasta la mañana con una lámpara debajo de las sábanas y mi madre me encontraba así leyendo cuando venía por la mañana a levantarme para ir a la escuela. Me regañaron por esto, me quitaron los libros y me prohibieron leer, pero caía la noche, me acercaba de puntillas a la estantería, sacaba mi libro con una linterna y volvía a esconderme en otro mundo, donde había historias con un final feliz, el que también esperaba para mi vida. Tenía mucho miedo de madurar. No sabía si tenía la fuerza para superar sola los elementos del océano de la vida. Me pareció que yo era un pequeño grano de arena en un vasto mundo, que a veces puede ser amable y, a veces, simplemente te quita con una ola de crueldad. Pero algo en mí decía que, a pesar de todo, yo podía manejarlo. Muy a menudo iba al hospital al área infantil y me quedaba allí durante semanas cuando me sentía peor. Allí me hice amiga de una niña, la hija de una enfermera, a quien yo quería mucho. La enfermera fue muy amable y atenta. Ella sentía pena por todos los niños enfermos. Además de la inflamación, mis riñones también bajaron de su lado, debido a mi pequeño peso y las cargas durante las tareas en mi casa. Por lo tanto, yo necesitaba usar todo el día, durante varios años, un ramillete para reducir el dolor. A veces, cuando no podía dormir por el dolor en la noche, yo salía al pasillo hacia esta enfermera cuando ella estaba de turno. Nos sentábamos por la noche y hablábamos sobre todo. Esta enfermera me habló muchas cosas, de las cuales yo nunca podría haber hablado con mi madre. Esta simple mujer curaba no solo mi cuerpo, sino también mi alma y me dio lo que yo extrañaba en mi familia. Lo que sucedía, a veces, era que ella no tenía a nadie con quien dejar a su hija en la casa y la traía con ella al hospital. Era una niña muy hermosa con los ojos marrones en forma de almendra. A menudo jugábamos juntas. Ella traía sus muñecas y otros juguetes. Nos

entendíamos perfectamente y yo quería ser tan interesante y hermosa como mi amiga. En la aldea yo tenía pocos amigos, así que era muy importante para mí tener una verdadera amiga. Las tareas en nuestra casa tomaban todo mi tiempo y no me quedaba absolutamente nada para los juegos. Y en la aldea, donde solo había unas cien casas, casi no existían niños de mi edad. No había nadie con quien jugar. Solo durante las vacaciones de verano llegaban otros niños de la ciudad, los que eran enviados donde sus abuelos. Era como un «viento de cambios» que traía noticias de la ciudad, una nueva moda en ropa, nuevos juegos, historias interesantes y los amores infantiles. Comprendí que en otro lugar existía un mundo diferente. Él era interesante y ofrecía otras posibilidades. Una vez, durante seis meses, yo no tuve que ir al hospital, porque no me enfermé gravemente. De repente, me sentí peor y terminé en el departamento para niños. Yo estaba encantada de poder ver pronto a mi querida amiga. Cuando, finalmente, llegó el momento del turno de esa enfermera, fui donde ella y le pregunté cuándo vendría su hija. La enfermera respondió que ya no vendría, que ella se había ido, ya no existía y se fue apenas conteniendo las lágrimas. Luego descubrí que la niña se había muerto repentinamente de leucemia. La enfermedad se detectó muy tarde. Era imposible salvarla. Me atravesó un loco dolor por su pérdida. Esta fue la primera persona querida que había perdido para siempre en mi vida. Esa noche tuve un sueño. La puerta de la habitación se abrió y entró la niña que se había muerto. Ella me parecía aún más hermosa. Su vestido se parecía al de una princesa y era el sueño de todas las chicas de mi edad tener uno así. Mi amiga se sentó al borde de la cama y me dijo que no me preocupara por ella. La niña comenzó a decir que estaba muy bien ahí, en otro mundo. Me contó que estaba mucho mejor. Ella dijo que podía mostrarme este otro mundo, tomó mi mano y fuimos a la puerta, detrás de la cual vi una luz dorada brillante. Me hizo señas. Tuve un sentimiento de inmensa felicidad y caminé hacia esa luz junto con mi querida amiga. Yo quería ver lo que había ahí, detrás de esa puerta. El grito del doctor: «Bien, ¡gracias a Dios!» me trajo a la conciencia. Estaba acostada en la unidad de cuidados intensivos, mis manos estaban tachonadas con goteros, en el cuerpo estaban algunos tipos de aparatos. No entendía lo que pasaba. Luego me dijeron que me habían encontrado esa noche medio muerta en el umbral de la habitación. La enfermera de servicio escuchó el sonido de una puerta abriéndose y el golpe de un cuerpo cayendo al suelo. Yo estaba inconsciente. Nadie podía entender por qué me habían encontrado en la puerta de la habitación, pero me di cuenta de que mi amiga casi me había llevado con

ella. Yo tenía una pregunta; ¿por qué me habían dejado en este mundo? ¿Por qué no me dejaron ir a un lugar donde estaría tan bien como esta chica? Busqué la respuesta durante muchos años hasta que la encontré. La respuesta la hallé donde menos pensaba encontrarla. Después de este incidente, yo conseguí mi propio ángel. Yo misma me lo imaginé. Yo sentía que este mundo me cuidaba y me ayudaba, a pesar de todas las cosas malas que me sucedían. Quería tener su hermosa imagen. Me faltaba imaginación para representar al que se llamaba Dios en todo su esplendor. Para mí, él era algo tan enorme y con tales habilidades que no encajaba en una simple conciencia humana. Por eso yo tomé un rango más bajo y simple: mi ángel guardián. Mi ángel era un rubio hermoso —aunque en mi vida no me gustan los rubios, me gustan los hombres con el cabello oscuro—, con un peinado de moda, con un cabello que bajaba un poco por debajo de las orejas. Me sonreía con una sonrisa de Hollywood, de dientes blancos y me miraba con sus ojos azules sin fondo. Aunque deseaba, no pude unirle alas. Yo sabía que él podía moverse también así, sin alas. Los ángeles pueden todo. Tenía una larga túnica blanca con un corte «angelical» de moda, con un bordado inusual en la que estaban unos símbolos desconocidos. Siempre le pedía que se pusiera botas o zapatos cuando caminábamos juntos por la calle. Él trató de explicarme que los ángeles no necesitaban zapatos. Nunca pude entender esto y discutía con él todo el tiempo. Por lo general, él caminaba a mi derecha, mientras tanto yo me preguntaba si los ángeles podían resfriarse sin botas. Se convirtió en mi amigo de verdad. Cuando los tiempos fueron muy duros y no tenía a nadie con quien hablar, lo llamaba y nos sentábamos, miraba en el océano de sus ojos azules, le hablaba de todos mis problemas y él solo me decía: «¡Mira, yo estoy aquí, contigo! Todo se resolverá, aunque no inmediatamente. Con el tiempo entenderás por qué era necesario que fuera de esa manera». Él siempre tenía razón. Me di cuenta de que todo en esta vida era temporal. Todo terminaba un día. Lo bueno y lo malo. Cuando estás mal solo tienes que ser paciente. Y cuando tienes algo bueno no te aferres. No puedes sostener algo por la fuerza. Cuando una puerta se cierra, otra siempre se abre, detrás de la cual habrá algo nuevo, mejor. Dios siempre tiene dos respuestas; «sí» o «no, porque tiene algo mejor, preparado para ti». Pero esto llegué a entenderlo más tarde. Mientras tanto, era necesario continuar la lucha por la supervivencia. Padres y familiares irrumpieron en mi vida sin pedir permiso, tratando de establecer el «orden», lo que, en mi opinión, era un caos absoluto. Me cortaron

las ramas de mis deseos y las oportunidades, como un árbol bonsái enano, exprimido en una pequeña maceta decorativa. El árbol era una decoración y debía encajar en el interior y adaptarse al gusto del propietario. Nadie pensó que en la naturaleza este árbol era uno de los árboles más bellos del bosque o del parque, encantador por su peculiaridad y singularidad y que llegaba a varios metros de altura. Cuando tenía unos quince años, Rusia estaba en medio de la Perestroika — reestructuración—. Mi madre, antes de que comenzara eso, ya se había encontrado una ocupación decente en la aldea donde vivíamos e hizo carrera en el Partido Comunista durante la Unión Soviética. Fue diputada del consejo de la aldea, laboró en varios trabajos relacionados con las actividades de su partido. De repente, llegó la Perestroika. Las circunstancias en el país habían cambiado. También el trabajo de mi madre había cambiado. Después de la primera hiperinflación, no había dinero. Después de la segunda, nuestro dinero almacenado en el banco, antes que colapsara el país, podría haber sido suficiente para comprar una nueva casa y un automóvil, sin embargo, ahora solo alcanzaba para comprar el pan por un par de meses. Cuando ocurrió la segunda hiperinflación, el verano fue muy caluroso, sofocante. Con el estrés aumentó la presión sanguínea de mi madre. En ese día caluroso, se sobrecalentó al sol y sufrió un derrame cerebral por la noche. Ella soñó que su tía muerta había venido por ella. Según las supersticiones de la aldea, cuando los muertos aparecen en los sueños no se debe abrir la puerta para que entren ni ir con ellos a ningún lado, de lo contrario te llevarán al mundo de los muertos. Mi madre se levantó y fue a abrir la puerta a su tía, quien estaba tocando. Así fue encontrada más tarde inconsciente en el umbral. Luego los derrames cerebrales se repitieron varias veces más. Los médicos me dijeron que mi madre iba a vivir más o menos dos años. Los ataques se habían repetido y le provocaron una parálisis parcial para un tiempo. Ella no podía levantarse, tenía que ser atendida. De repente tuve tres hijos: mi hermana pequeña, a la que se debería dar un futuro, mi madre, que estaba constantemente enferma y necesitada de cuidados y mi padre, que estaba deprimido por toda esta situación y empezó a embriagarse. Nunca volvió a salir de la borrachera otra vez. Todo el dinero que nos quedaba se gastaba en medicamentos para salvar a mi madre. Había llegado la pobreza. Vivíamos de la agricultura de subsistencia. Nos habíamos salvado solo con los vegetales de nuestro huerto y con el dinero ganado en el mercado local por la

venta de estos. Comíamos nuestras hortalizas y verduras y ganábamos un poco de dinero por ellas. En la zona rural en ese momento no había teléfonos. Los ataques de mi madre eran a menudo de noche. Ella comenzaba a asfixiarse y convulsionaba. Mi hermana pequeña estaba asustada y me preguntaba con horror en sus ojos: «¿La mamá va a morir?». Yo trataba de decir de manera convincente que todo iba a estar bien. La ambulancia muchas veces llegaba después de unas pocas horas. Por eso yo tuve que aprender a poner inyecciones para ayudar rápidamente a mi madre durante los ataques. Aunque yo todavía era niña, tenía que desempeñar el papel de madre. Me pareció que la vida me había dado una broma cruel. Yo aún estaba muy enferma y mi madre no siempre se comportaba correctamente conmigo. Pero yo no podía ser tan cruel como ella. En algún lugar de mi alma tenía la sensación de que en cada familia las personas estaban conectadas por un amor especial y misterioso, incluso si en realidad se peleaban entre sí. Estaban unidos por algo que se transmitía de generación en generación, una especie de amor absoluto a la consanguinidad, que no siempre mostraba su presencia, pero todos lo tenían. A pesar de toda su crueldad, yo amaba a mis padres. Siempre un padre indiferente, una madre cruel. Ella constantemente trasladaba sus problemas a los demás. Nunca pude responderles con lo mismo. Solo quería que me trataran como un ser humano. A pesar de todas las dificultades, no podía dejarlos con toda esta situación difícil. Mi hermana pequeña debería haber crecido. Entonces la miré, apreté mi voluntad en un puño y recordé cómo mi padre una vez había cruzado el tormentoso Kubán. Él encontró su manera de lidiar con los elementos. También busqué una salida a esta situación difícil distribuyendo mi tiempo entre la escuela, la tarea y el cuidado de los de la familia. De algún lado recibí un instinto maternal de protección. Mi hermana todavía era una niña y, como todos los niños, no tenía la culpa de que las circunstancias se hubiesen desarrollado de esa manera. Yo quería que ella tuviera una infancia. A veces, cuando yo estaba muy cansada, mi ángel se sentaba en el borde de mi cama y me miraba con sus ojos azules sin fondo, en los que yo veía la comprensión y simpatía. Él ponía su mano sobre la mía, la apretaba y decía que yo podía manejarlo, porque él nunca me dejaría. Al entrar en sueño, yo todavía veía su forma y sabía que no me dejaría romper. En esos momentos, me llenaba una sensación de confianza en mí misma, a pesar de que las circunstancias no estaban de mi lado.

***

Se acercaba la graduación y con la situación difícil que yo vivía me di cuenta de que estudiar era la única forma de poder mejorar mi vida. Mis calificaciones me permitieron tener la oportunidad de obtener una medalla de oro.² Las noches de insomnio en los hospitales con la memorización de los libros escolares para escapar de la triste realidad no pasaron sin dejar rastro. Yo no tenía muchas ideas a qué especialidad ingresar, porque estaba claro que era imposible incorporarme a las universidades que quería, debido a la corrupción. En aquellos tiempos yo ni siquiera podía imaginar que años más tarde enviaría mis documentos a tres universidades extranjeras en diferentes países y en todos ellos, inmediatamente, quisieron darme una plaza y, además, no tendría que pagar por nada. En ese momento ni siquiera podía soñar con algo así, pero la vida me ha demostrado que esto era posible. Encontré una especialidad en que el primer examen era un idioma extranjero que tenía que aprobar con «excelente» para poder inscribirme de inmediato, sin aprobar el resto de los exámenes. Mi alemán de la escuela no alcanzó el nivel de un examen universitario. En la ciudad había cursos de idiomas y me inscribí para prepararme. Estudié en dos escuelas al mismo tiempo, cuidé de mis parientes cercanos y conseguí algo de dinero para estudiar vendiendo en el mercado la leche y las papas de mi huerto. Los pensamientos de que esta era la única oportunidad para un futuro mejor me ayudaron a superar la fatiga. Esta chance no me la podía perder. Mi profesora de alemán era judía y soñaba con emigrar a Israel. Afortunadamente, trabajaba como maestra en la institución donde yo debía aprobar este mismo examen. En los días de la Unión Soviética, ella no pudo tener una carrera científica, debido a la «falsa nacionalidad». Por lo tanto, después de la Perestroika y la apertura de las fronteras, los documentos necesarios ya se habían enviado a Israel y la esperanza de una vida mejor se parecía cada vez más a la realidad. Cuando me vio y me preguntó por qué yo quería ir a esa universidad, lo más probable es que ella se viera a sí misma en mí, luchando, al igual que yo, impotente contra las difíciles circunstancias de la vida que tuve esperando mi lugar debajo del sol. Antes de emigrar, decidió darle una oportunidad, para que tuviera una vida mejor, a esta chica delgada con ojeras debajo de los ojos, por la vida que ella misma había soñado alguna vez a esa

misma edad. Ella trabajó conmigo en cada oportunidad. Ella me enseñaba con su propia metodología que desarrolló para estudiar idiomas y por la cual no le permitieron hacer el doctorado. Ella estaba encantada que su metodología funcionara. Yo era una estudiante capaz. En pocos meses logramos buenos resultados y el examen se aprobó con la nota «excelente». Yo conseguí una plaza para la especialidad que realmente me gustaba. Todo lo peor parecía estar detrás. Pero en la etapa final aún era necesario someterse a un examen médico. Los médicos tenían que dar un certificado de que mi salud me permitía estudiar en la universidad. En mi facultad el deporte era una de las asignaturas principales y los médicos no te liberaban de esa actividad. En todos mis años escolares estuve exenta de educación física, debido a mi enfermedad. La junta médica decidió que yo no era adecuada para esta especialidad. Pero yo no iba a rendirme. Resultó que la jefa médica de la clínica estudiantil era amiga de mi maestra de alemán. Ella tomó mi mano y fuimos donde la jefa médica. La maestra le explicó toda la situación. La doctora, sabiendo que en aquellos días todos los que podían sobornar al decano recibían una plaza en la universidad, decidió hacer una excepción. Ella reescribió la decisión de la junta médica, me dio un nuevo certificado haciendo el comentario que yo nunca obtendría ninguna liberación de educación física y que de todos modos me expulsarían debido a mi enfermedad. Nos empujó a las dos por la puerta, dándonos un portazo. La maestra y yo nos miramos con una sonrisa misteriosa en nuestras caras, como si fuéramos cómplices de algo muy importante. La maestra me hizo una sola pregunta: «¿Puedes manejarlo?» Al ver mi consentimiento, ella dijo; «Creo en ti. Así va a ser». Mi ángel estaba parado a la salida de la clínica en la calle iluminada por el sol de verano, y alegremente asintió en respuesta. Pero esto fue solo el comienzo de un camino difícil que tuve que seguir. No tenía dinero. En ese momento, a los niños superdotados se les pagaba una beca que apenas alcanzaba para la comida. Pero eso era mejor que nada. La beca fue la única forma de salir del agujero material e hizo posible pagar la vivienda. En la semana alquilé una habitación de paso a una anciana amiga de mi abuela. Ella no tomó tanto dinero como los otros que alquilaban piezas a los estudiantes. Al mudarme de una casa de la aldea a un departamento de la ciudad en el tercer piso, de repente, comencé a entender a los animales que vivían en el zoológico. Sintiéndome encerrada en la jaula del apartamento, desde donde no había salida al suelo, eso hacía que, a veces, no me sintiera a gusto. La comunicación con la tierra era muy importante para mí. En el verano, estando de pie en el suelo con los pies descalzos, yo sentía la fuerza que me daba la naturaleza.

El deporte se convirtió en una tortura para mí. A veces, por la noche, yo apretaba la almohada con los dientes para no gritar por esta maldita enfermedad que destrozaba todo mi cuerpo. Soñaba con ser una persona normal que no necesitara de los hospitales, medicamentos ni visitas al médico. Cansada de la marca «enferma», solo quería vivir la misma vida que todos los demás y no quería que la enfermedad me conquistara. En ese momento, el chico que fue mi primer amor escuchaba los reproches de sus familiares diciéndole que él había encontrado a una novia tan enferma que de eso no podía salir nada bueno. Él simplemente me amaba, hasta que un día empezó a creer en lo que todos le habían persuadido durante mucho tiempo. Yo misma lo dejé después de sentir un cambio en él. Pero en algún lugar en el fondo de mi alma yo sabía que, a pesar de todo, yo, como muchos otros, encontraría la simple felicidad humana. Esperaba encontrarla, aunque no fuera pronto, pero definitivamente eso me ocurriría alguna vez. Mi ángel guardián, de ojos azules, me habló sobre este tema y yo decidí, por supuesto, recuperarme. Recordé las palabras de esa hechicera en las montañas, quien afirmó que yo tenía que curarme a mí misma. Decidí comenzar a ir a las montañas esperando encontrarme nuevamente con la misma mujer ermitaña, para hacerle preguntas que me atormentaban. Mi madre en su juventud trabajó como instructora de turismo y fue guía de montaña. Cuando yo era niña, ella recordaba sus campañas, contaba las historias e incidentes que le ocurrieron en ese lugar. Cantábamos varias canciones turísticas. El espíritu del romance sin límites ha estado presente en mí desde mi infancia. A veces, en el verano, me dejaban ir a campamentos infantiles que estaban en las montañas, yo odiaba caminar por ahí. Me encantaba la naturaleza, pero arrastrarme con un grupo de compañeros en algún lugar hacia arriba y luego hacia abajo, no me gustaba. Todos fueron forzados por los consejeros de campamento. Ellos nos dijeron que allí arriba sería agradable y hermoso. Pero, aun así, todavía no quería ir. Acá en la universidad un «sabio» profesor de educación física se le ocurrió la idea de que necesitábamos hacer ejercicios en las montañas. Ir a acampar. Al principio, en términos de esfuerzo físico, todo eso para mí fue equiparado con la muerte. Pero una vez nuestro vicerrector, obsesionado con la naturaleza y el turismo, invitó a algunos estudiantes a su cabaña en las montañas. Él practicaba yoga, cuando estudiaba en Moscú y era un estudiante de un famoso maestro de yoga. Él nos hablaba de la vida desde una perspectiva completamente diferente, de la cual yo nunca había pensado. El yogui nos mostró distintos métodos de liberación de la conciencia para poder aprender nuevos aspectos del

mundo. Nos sentamos juntos cerca de una cascada meditando sobre el agua que caía con un rugido, soltando nuestros pensamientos en el cielo, meditando sobre las nubes. Una semana después, me di cuenta de que algo en mí había cambiado. La naturaleza de la montaña no era solo algo que me creaba dificultades. Ella también era algo vivo ofreciéndome su mano amiga. Yo ya sabía cómo tratarme con las hierbas. Ellas me acompañaron siempre, desde el momento en que los animales me mostraron en el pasto qué se podía comer y qué no. De repente, me quedó claro que, además de las hierbas, había otra fuerza de la madre tierra, mucho más grande y poderosa, con las posibilidades ilimitadas. No es de extrañar que casi todos los grandes maestros fueron a las montañas para estar solos y aprender allí la sabiduría del universo. V. L. Belilovsky dijo una vez: «Las montañas llaman a aquellos cuya alma tiene su altura». Me di cuenta de que yo tenía que aprender a usar el poder de la naturaleza para poder recuperarme. Yo fui a la escuela de guías de montaña, como una vez lo hizo mi madre. Aunque yo hacía todo lo posible para no ser como ella, a veces me encontraba haciendo algunas cosas de la misma manera que ella. Quizás el llamado de la sangre era a veces más fuerte que los argumentos de la mente. Yo necesitaba las montañas. Algunos amigos-guías, que una vez fueron a las montañas con mi madre, no dejaban esta ocupación y ya eran personalidades conocidas en este campo. Cuando descubrieron quién era yo, tenían mucha alegría por estar con la hija de su amiga, porque las mujeres no solían convertirse en guías de montaña. Esta no era una profesión fácil. Me aceptaron inmediatamente como una de ellos y me enseñaron su oficio aún más cuidadosamente, porque conocían a mi madre, con quien una vez realizaron algunas campañas muy difíciles. Eran como hermanos para ella. Ellos atravesaron juntos varias dificultades en la montaña. Las montañas me llamaron como si necesitara encontrar información importante allí. A veces, cuando ya no tenía fuerzas para estudiar y hacer las tareas del hogar, yo tomaba mi mochila, me subía al tren e iba a la cordillera, donde había muchas cuevas y cascadas. A veces no quería cargar una carpa. Solo tomaba un saco de dormir y dormía completamente sola en varias cuevas. Fue interesante para mí ponerme a prueba, superar mis miedos. Por la noche yo escuchaba el aullido de los chacales, escuchaba cerca de mí el susurro de los animales que llegaban al lugar donde yo estaba pasando la noche. Ellos nunca me tocaron y me di cuenta de que no había otro animal peor que el ser humano. Los animales nunca mataban por placer. Sentada sola junto al fuego, en algún lugar lejano en las montañas, fuera de la gente y del bullicio de este mundo, medité sobre el

fuego, miré las lenguas danzantes de las llamas. Me lavé en el agua helada de los ríos del monte, dormí en el suelo, tendí solo una fina colchoneta y no me enfermé. Las montañas parecían estar sanándome. Eran algo enorme, lleno de inmenso conocimiento. Parecían succionarme gradualmente la enfermedad, demostrando que no estaba en mi cuerpo, sino en mi espíritu roto, que necesitaba ser curado. Mi alma, uniéndose a la naturaleza, dejaba de sufrir. Comprendí que teniendo una amiga tan grande y sabia como la madre tierra, los problemas humanos de repente se volvían insignificantes, porque yo no estaba sola, como me parecía antes. Yo conseguí uno que era más grande y aún más fuerte que mi ángel guardián, cuyas posibilidades eran tan diversas e ilimitadas que en un momento ni siquiera encajaban en la conciencia. Yo sudaba mucho cuando caminaba por las serranías. De esa sudoración fueron saliendo las toxinas que se habían acumulado en mí por los medicamentos. Sus efectos secundarios también afectaron negativamente a mi salud. Mi cuerpo se limpiaba de varias maneras utilizando todas las posibilidades naturales. Yo bebía el agua pura de los manantiales de montaña. Mi cuerpo se entrenaba cuando yo subía las montañas y esto lo conducía a su recuperación. En los montes era mejor lavarse durante el día cuando el sol calentaba el cuerpo, porque así se crea el contraste cuando el agua helada se vierte sobre él. La temperatura del agua de los ríos de ese lugar era generalmente de cuatro grados como máximo. Naturalmente, para no resfriarme, me lavaba justo después que paraba para descansar, cuando mi cuerpo todavía estaba caliente por la larga caminata con carga, en la altura cambiante del sendero de la montaña. Esto mismo fue lo que llevó al efecto, como el cura católico alemán Sebastian Kneipp describió en su investigación sobre la medicina alternativa, famoso por su técnica de hidroterapia, cuya existencia yo ni siquiera sospechaba en ese momento. Ya en el siglo XIX, él describió un sistema de tratamiento con el agua fría, según el cual los estímulos de temperatura y del agua causan fuertes cambios en la distribución de la sangre en el cuerpo. Aparentemente, estas duchas también hicieron su trabajo y los flujos de sangre entraron en las áreas correctas en mí, mejorando el trabajo de los órganos enfermos. A veces, sentada en la mañana temprano en las montañas, cerca de mi carpa, al borde de un acantilado, mirando el sol naciente y las nubes flotando debajo de mí, yo estaba inmensamente feliz. La felicidad y la alegría me abrumaron, porque vi toda esta belleza con mis propios ojos, estaba aquí y ahora, en este mundo increíble, extendido allá abajo a mis pies. Este paisaje matutino de montaña curaba mi alma herida. Los rayos del sol naciente acariciaron mi

mejilla, como si dijeran que todo estaría bien y que ya no necesitaba afligirme.

***

Cuando me senté, una vez, en la mañana temprano en el acantilado y miré la belleza del sol que se elevaba sobre las nubes, de pronto yo escuché un susurro detrás de mí. Yo estaba en lo alto de los montes, donde una vez en mi infancia yo pastaba las ovejas con mi abuelo. Comencé a escuchar un sonido extraño detrás de mí, yo ya estaba acostumbrada a estar sola en las montañas y a no tener miedo a los animales. Pero realmente, en ese momento, no quería encontrarme con un oso o un lobo cara a cara. Mi carpa estaba lejos de la ruta de senderismo, para poder disfrutar de la soledad. Era poco probable que los turistas anduvieran por esa ruta a esa hora del día. Casi no había senderos por ahí. Comencé a girar mi cabeza lentamente para no asustar al animal con un movimiento brusco. De repente, me encontré con la atenta y escrutadora mirada de los ojos azules. La hechicera… No sabía si alegrarme o tener miedo. Muchas veces recordé mi primer encuentro con ella hace muchos años. En secreto yo esperaba encontrarme con ella nuevamente aquí en la cordillera. Ahora ella estaba parada frente a mí. Exactamente igual como la recordaba de mi infancia, no ha cambiado en absoluto. Solo unas cuantas canas aparecieron en su pelo negro alquitranado. Ella estaba cerca, y de repente, de mi cabeza, salió lo que exactamente quería de ella, por qué la estaba buscando. «Veo que no me equivoqué en ti —dijo la hechicera, rompiendo el silencio largo —. Ya has aprendido mucho, pero aún no has aprendido cómo sanar tu alma — continuó ella—. Sé que querías encontrarme, te vi muchas veces en estos lugares, pero aún tenías mucho que aprender antes de esta reunión. —La miré y no entendí, ¿cómo ella podía saber que la estaba buscando?—. La mayoría de las enfermedades tienen su raíz en el sufrimiento mental. Solo cuando encuentras la raíz del problema puedes sanar el cuerpo por completo», dijo y me miró fijamente a los ojos. Repentinamente, ante mí aparecieron mis problemas con mis padres y con los padres de mi madre. Los constantes escándalos que organizaban por cualquier motivo, las frecuentes palizas de mi madre, de mi abuela y sus problemas que tuve que resolver yo. Pensaba que era injusto. «Sí, es cierto —dijo—. Debes sanar tu alma de este sufrimiento y tu cuerpo se

recuperará. Cuando te recuperes, comenzarás a sanar a los demás. Para hacer esto debes aprender cómo protegerte para no arrastrar las enfermedades y problemas de otras personas sobre ti. Lo primero que debes aprender a hacer es a cerrarte de la energía de otra persona. —Y ella puso un cordón de cuero en mi cuello, en el que estaba colgada una especie de piedra negra—. Turmalina negra —continuó—, una piedra de brujas, magos y hechiceros. Ellos sabían que ella protegía contra las interferencias externas, por lo que fueron unos de los primeros en aprender a usarla. Debes usarla todo el tiempo cuando comiences a sanar, de lo contrario te quemarás en el fuego de los problemas de otras personas». Le pregunté por qué yo tendría que comenzar a curar otra gente, cuando yo misma estaba enferma casi todo el tiempo. ¿Cómo puedo dar algo a los otros si yo misma no puedo resolver mi propio problema? «El alma no tiene límites ni tiempo —respondió ella—, tu alma ya sabía a qué venía a la Tierra cuando decidió tomar una apariencia humana. —Luego me contó todo lo que yo necesitaba saber sobre los planes terrenales de mi alma—. Tu alma ha venido a recuperarse y a sanar a los otros, esa era su intención». Luego empezó a caminar lentamente hacia el monte. De repente, se volvió y dijo una frase que entendí solo unos años más tarde: «Si me necesitas, solo llámame, mi espíritu estará contigo y te ayudará en los momentos difíciles», y se alejó. Me quedé como medio dormida. Lo que me pasó me pareció solo una visión. Solo el talismán de la turmalina negra me recordó que todo eso no era un sueño. De vez en cuando, en el verano, yo iba desde las montañas hasta el mar con algunos de mis compañeros de la universidad. Después de varios días en las tierras altas bajábamos al mar, estuvimos en la orilla con las tiendas de campaña. El mar Negro tenía su propia magia especial, que no he visto en ningún otro lugar ni en otros mares. Debe haber sido mi conexión especial con él desde la infancia. No sabía por qué esto era así. Había mucho fósforo en el mar Negro. Me bañaba en él por la noche. Su agua tibia parecía quitarme todo el estrés de la vida y mis manos y cuerpo brillaban con una tenue luz fosfórica cuando nadaba. Nadé en él mirando las estrellas reflejadas en el mar y sentí como si estuviera cayendo en un cuento de hadas y no era yo, sino una sirena de los dibujos animados de Walt Disney, nadando hacia donde estaba esperándome el príncipe de hadas. Me sentaba por la noche a la orilla del agua y escuchaba el susurro de las olas. Entonces me pareció que era el aliento del planeta Tierra. La ola venía, se iba. Inhalación, exhalación, inhala, exhala. La tierra respiraba y mostraba que su fuerza estaba cerca de mí, la que podía usarla cuando fuera necesario.

Probablemente, este aliento del planeta fue exactamente lo que curó mi alma, como me aconsejó la hechicera. Al sentir este «aliento de la tierra», me di cuenta de que mis problemas eran solo un grano de arena en el océano del ser y la madre tierra me daba todo lo que la gente no podía darme. Ella estaba por encima de todos los problemas cotidianos y, a pesar de todas las dificultades de la vida, nos mantenía a todos, nos alimentaba, nos daba el agua y esa superpotencia era la que nos ponía a todos juntos, sin importar qué. Una vez hicimos una expedición larga con la escuela de instructores de turismo. Fue un verano caluroso. La caminata fue bastante difícil. Fui nombrada médica de campo, por lo tanto, yo tenía el equipo de primeros auxilios. Para mala suerte, todos los días siempre sucedía algo. Alguien se dislocaba la pierna, alguien se lastimaba sus pies hasta que sangraba, alguien se quemaba bajo el malvado sol de gran altitud, las ampollas explotaban y se formaban heridas debajo de ellas. Estuvimos dos semanas caminando. Ya a la mitad de la travesía se habían acabado los medicamentos y al pueblo de montaña más cercano, donde podría haber una farmacia, había sesenta kilómetros. Unos dos días para caminar. Como yo conocía las hierbas, decidí alejarme del campamento que habíamos instalado y recoger lo que pude encontrar para «mis pacientes». Cerca de ahí había un río grande, cuyas aguas corrían con gran velocidad a algún lugar hacia abajo, apurados por fusionarse con el mar y convertirse en una parte del vasto océano mundial. Caminé río abajo recogiendo las hierbas. No había nadie cerca. Decidí sentarme debajo de un árbol para descansar, confiar en la sabiduría del agua corriendo a mi lado, como había hecho una vez un yogui, cuando estábamos meditando cerca de una cascada. Me senté debajo de un árbol, miraba el agua y me sumergí en un trance profundo. De repente, sentí que un animal se había subido a mi regazo. Por el rabillo del ojo vi un ratón de campo que estaba sentado en mi regazo y me miraba atentamente. Luego vino la ardilla, también se acomodó y comenzó a considerarme. De repente, diferentes animales comenzaron a acercarse a mí. No los miré directo, seguí permaneciendo en estado de trance. La conciencia me dijo que si lo dejaba yo tendría miedo, eso lo sentirían los animales y podría estar en peligro. Yo estaba sentada, sentía cómo iban llegando más animales y mientras tanto continuaba viéndolos por el rabillo del ojo. Luego llegaron algunas aves. Se acercaron como dándome la bienvenida y demostrando que todos eran como uno, una parte de este vasto mundo, en el que vivían uno al lado del otro y que este los alimentaba y cuidaba a todos. Este era el territorio cerrado de una reserva de la biósfera, donde vivían muchos animales diferentes y que venían a

mí para conocerme. Una frase de la caricatura sobre Mowgli de repente sonó en mi cabeza: «Tú y yo somos de la misma sangre, tú y yo». En algún lugar profundo de mi alma, la respuesta sonó; «Sí, tal como es». No sabía cuánto duró todo eso. Cuando se fueron salí del trance y aún tenía un sentimiento de felicidad absoluta. Yo estaba feliz porque el mundo de los animales me hubiese reconocido como suya. Entendí que, en las montañas o en otro lugar, los animales serán siempre mis amigos. Éramos «de la misma sangre». Ellos y yo. Una parte de algo que tuvo un comienzo único y nos ha unido a todos. Una sensación de inmensa gratitud me invadió y yo regresé con calma absoluta. La expedición continuó y seguimos caminando por las tierras altas. De repente comenzó a llover. Los puntos de referencia desaparecieron debido a las nubes que taparon todo. Tuvimos que parar y esperar hasta que la lluvia terminara para no extraviarnos. Cuando esta terminó ya eran alrededor de las tres de la tarde y nos dimos cuenta de que faltaba poco tiempo para el anochecer. En los montes oscurecía temprano. Según el plan, teníamos que bajar al valle del río y quedarnos allí a pasar la noche. Habiendo perdido demasiado tiempo, debido a la lluvia, logramos llegar solo a la mitad de la pendiente cuando comenzó a oscurecer. Bajar era demasiado arriesgado. El instructor principal decidió que era necesario pasar la noche en la pendiente. No había ningún lugar para poner las carpas. La pendiente estaba salpicada de pequeñas terrazas en las que podíamos encajar solo dos personas tumbadas una al lado de la otra. No había más espacio. Era necesario desempacar las cosas con mucho cuidado, porque si algo se cayera por la pendiente, volaría hasta el mismo río de aguas turbulentas que estaba abajo y este se lo llevaría todo al mar. Una esperanza eran los árboles coníferos, parados en la ladera que, con suerte, podrían atrapar algo caído. Desafortunadamente, esto le sucedió a un tipo que no calculó que el saco de dormir enrollado, que sacó de su mochila, podía rodar perfectamente. Había una ligera pendiente natural en la terraza de la montaña y el saco de dormir rodó bajando por la pendiente. Afortunadamente, se enganchó en el tronco de un abeto, unos cinco metros más abajo. El chico decidió intentar atraparlo. Teníamos que caminar varios días más. En las montañas por la noche hace mucho frío y sin un saco de dormir era posible contraer neumonía.

***

Le enganchamos al seguro, él bajó con cuidado y tomó su saco de dormir en la mano. En la oscuridad no logró ver que estaba pisando una piedra y que esta podía rodar. Se cayó y tropezándose sobre el nudo de un abeto, cortó su brazo justo por encima del codo. Lo sacamos de la pendiente. Ya estaba oscuro. Casi no quedaban medicamentos. La sangre brotaba de la herida y era peligroso lavarla con el agua que habíamos encontrado en la ladera en un pequeño arroyo sucio poco antes de que oscureciera. Yo era el médico en esa campaña, así que vendé la herida con el último vendaje. Pero la sangre no se detenía. El vendaje estaba todo mojado, la herida era profunda y había que hacer algo urgentemente para que el hombre no perdiera mucha sangre. Aún había varios kilómetros hasta el pueblo más cercano y la situación podría volverse muy peligrosa. Le quité el vendaje, porque ya no le servía para nada y con desesperación le cubrí la herida con mis manos, apretándola, mientras otros buscaban algo más o menos limpio para hacer un nuevo vendaje. Recé con todo mi corazón para que la sangre se detuviera y la herida se curara, sin pensar en otra cosa. Yo cerré los ojos, no quería mirar la sangre que se filtraba por mis palmas y me concentré por completo en la oración silenciosa. Cuando alguien se nos acercó con un pañuelo que encontraron y abrí las manos, para sorpresa de todos, la sangre se había detenido y la herida parecía sanar un poco. No sabía si se trataba de una casualidad, pero por la noche en el sueño recordé a la hechicera que había conocido en mi infancia en las mismas montañas, la que una vez más me recordó claramente que yo sabía curar como ella lo hacía. En la mañana el chico se sintió mucho mejor. La herida estaba cubierta con una costra y la sangre prácticamente no supuraba. Así llegamos al final de la expedición, sin nuevos incidentes. Para el año de graduación yo tenía muy poco dinero, así que fui a los montes por una temporada más para ganar dinero como guía. He tenido esa calificación desde hace ya mucho tiempo. Habiéndome contratado en la montaña un albergue turístico, yo empecé a llevar a los turistas a las expediciones, ganándome el dinero para vivir. El trabajo no era fácil, pero pagaban bien, como en muchos trabajos de temporada. Cuando todos se iban a la cama, me sentaba junto al fuego en algún lugar, lejos en las montañas, miraba el cielo estrellado y le pedía a este cielo que no me dejara sin ayuda. Las estrellas parecían muy cerca. Quería alcanzar y obtener al menos una de ellas, pedir un deseo y dejarla regresar a su hogar en el espacio para cumplir el pedido. Una noche de agosto yo conté treinta y dos estrellas fugaces. En el Cáucaso, cuando era el momento de la caída de meteoritos, por las noches, a menudo podías ver un increíble espectáculo de estrellas fugaces, con las que solo podías soñar. En el contexto de la bien visible Vía Láctea, una estrella parpadea y aparece de aquí para allá haciendo feliz a

alguien al cumplir un deseo. Pedí algunos deseos, repitiéndolos una y otra vez, con la esperanza de que al menos una estrella me escuchara y todo saliera bien. Pasaron los años. Y todo esto se ha hecho realidad. La temporada estaba terminando, cada vez llegaban menos turistas. Quien podía iba a trabajar como guía de montaña privado. También me ofrecieron ese trabajo. Lo acepté. Me encontré con un grupo de «nuevos ricos» mimados que creían que absolutamente todo se podía comprar con dinero. Decidieron cruzar la cordillera hasta el mar. Había muchas opciones de rutas, pero por alguna razón eligieron accidentalmente la que yo no conocía. Eso no fue difícil para mí. Después de completar todos los preparativos apropiados, yo solo necesitaba un mapa y una brújula para llegar al destino. Habiendo planeado la ruta seguimos el camino. En las tierras altas donde caminábamos, debido al clima, llegaron las nubes después de mediodía. El aire cálido del mar Negro se levantaba y al mediodía se enfriaba en los glaciares altos. El primer día todo salió según lo planeado. Los turistas se comportaron como niños mimados, pero obedecieron las instrucciones. Al día siguiente, nos acercamos a un monte cubierto de hielo. A partir de ese momento comenzó un segmento del camino que yo no conocía. Después de recoger leña y almorzar, todos estaban de buen humor. Era necesario establecer un campamento, porque la montaña comenzaba a cerrarse cada vez más con las nubes espesas. Según las reglas, estaba prohibido seguir caminando por la ruta entre las nubes. Los senderos de las cumbres eran sinuosos, a menudo bifurcaban en diferentes direcciones y con la pérdida de los puntos visibles de referencia uno podría perderse y, además, tener graves consecuencias. Los «nuevos ricos», como ha sucedido a menudo y se ha vuelto familiar, se sentían atraídos por el extremo. Ignoraron todos los argumentos y las creencias del instructor, decidieron ir más allá, hacia las nubes. Ellos decían que nada les podía pasar. No tenían ni brújula, ni mapa. Eran cuarenta kilómetros hasta el pueblo más cercano. Los pastores que pastaban ganado en prados alpinos estaban a un día de caminata. No había ni un alma alrededor. Yo era la única persona de todo el grupo que tenía experiencia en las montañas. Yo no podía dejarlos solos. Todos juntos fuimos a lo desconocido, escondido detrás de las nubes. La orientación fue cero. Debido a las piedras que se encontraban en el sendero era difícil caminar. Las nubes se movían. El movimiento de ellas me recordaba a las películas de terror, donde detrás de la niebla esperaba a alguien un peligroso imprevisto. Al movernos por las nubes nos surgieron algunas sombras, como si nos persiguieran desde atrás. Era terrible. La humedad y el frío por el nubarrón y los glaciares nos perforaban

hasta los huesos. Antes de ir al sendero, yo estudié la ruta y supe que este tenía que dispersarse en algún momento. Un camino conducía a lo largo de la ladera de la montaña hacia el mar. El otro, caminando a lo largo del borde del acantilado, conducía al valle, donde no queríamos ir. Yo no estaba segura de si veríamos el borde del acantilado a tiempo, si giraríamos en la dirección equivocada. La visibilidad era terrible y el desenfreno de los turistas ilimitado. Ellos no querían entender absolutamente el nivel de peligro. Yo caminé adelante esperando notar la bifurcación a tiempo, mientras trataba de convencerlos de que se detuvieran y establecieran el campamento, porque las nubes no se iban y era muy peligroso seguir sin puntos de referencia. De repente, de una espesa nube un hombre salió hacia mí. Parecía escuchar todo lo que decíamos. Se me acercó y simplemente dijo: «Te guiaré». Yo estaba tan ocupada con lo que hacían mis turistas que ni siquiera le daba importancia a la ayuda enviada desde algún lugar. Simplemente, la acepté agradeciéndole por lo que era. Ni siquiera examiné particularmente a este hombre. Él se quedó en mi memoria como alguien que tenía unos treinta y cinco años, era guapo y, por alguna razón, caminaba ligeramente sin ningún equipo, aunque estaba en lo alto de las montañas y en teoría necesitaba comida, una mochila y una tienda de campaña. Desde el lugar donde estábamos era imposible llegar caminando en un día a un pueblo para encontrar alojamiento y comida. Había muchos kilómetros hasta el pueblo más cercano, lo que llevaría un par de días. Pero me di cuenta de esto solo más tarde. Él caminó frente a mí, un poco escondido por la nube. Apenas vi su forma. El camino a lo largo de la roca estaba marcado en el mapa. Pero al acercarnos a su base vi que, debido a algunos desastres naturales que aparentemente habían ocurrido recientemente, el camino se había derrumbado. Si lo recorríamos en una niebla no veríamos su final y, definitivamente, caeríamos al abismo, porque las piedras que se desmoronaban estaban sueltas. Simplemente no tendríamos tiempo para reaccionar resbalando en las rocas. El hombre que caminaba frente de mí me dijo que sabía cómo ir y nos llevó más arriba de la montaña. Solo si conocía las características de la pendiente era posible encontrar el camino en la niebla. En algún momento, cuando ya estábamos a salvo y las nubes comenzaron a irse, el hombre se despidió, me sonrió astutamente y se fue en la dirección opuesta, disolviéndose en la nube que lo tragó. Yo no sabía quién era, de dónde venía ni a dónde se había ido. Solo cuando establecimos el campamento para pasar la noche, sentada sola junto al fuego y mirando la oscuridad de la noche, me di cuenta finalmente de que nos salvó de la muerte inminente.

A partir de ese momento me di cuenta de que el que se llamaba Dios no estaba en un lugar muy lejos. Él estaba aquí, conmigo, y me enviaba ayuda o lecciones en los momentos en que era exactamente necesario. Su mano invisible me conducía por el camino de la vida hacia ese objetivo que era el mío. Mi alma debe haber elegido este camino antes de bajar a la Tierra. Todavía no sabía por qué él había sido tan duro y esperaba descubrir su esencia. Los turistas estaban dormidos. Me senté junto al fuego, miré la Vía Láctea y la miríada de estrellas guiñándome con los cometas que caían. «La caída de estrellas» en agosto era habitual en el Cáucaso. En lo alto de las montañas las estrellas eran muy brillantes y parecía que estaban muy cerca. Unos años más tarde, un profesor de España, a quien conocí por casualidad en Berlín, me dijo que, en algún lugar lejano de Chile, en el desierto de Atacama, también se sentó, hace muchos años, y miró el mismo cielo que le parecía muy cerca. En ese entonces, él también era un estudiante como yo. Con problemas completamente diferentes, pero pensando en lo mismo, que las estrellas parecían estar tan cerca que se podían tocar con la mano. Incluso en esto éramos increíblemente similares. Mi ángel guardián se sentó enfrente pensando en algo y sonriendo con su sonrisa de dientes blancos. Al ver el próximo cometa cayendo le pedí un deseo, que me hiciera feliz en la vida y que me ayudara a comprender el universo. Esa noche inusual, después de lo que pasó, yo pedí muchos deseos. Pero lo más importante fue mi deseo de encontrar a mi hombre. No, no un «príncipe en un caballo blanco», sino un hombre con quien la reciprocidad fuera posible: el amor mutuo, la comprensión mutua, el apoyo mutuo, la asistencia mutua, los objetivos comunes en la vida por los cuales ir juntos sería un placer. En aquellos tiempos yo todavía no podía imaginar que tendría relaciones con hombres muy ricos, un par de años después. Lo que entendí rápidamente con ellos fue que no era importante cuánto dinero tenía una persona, sino cuánto estaba dispuesto a compartirlo. Muchas mujeres sueñan con tener a un hombre rico, sin darse cuenta de cuán demonios malvados o egoístas pueden ser. Ellos creen que es posible comprar todo con su dinero y que todos «deberían bailar a su ritmo» solo porque tienen riqueza. Al no tener esa experiencia, intuitivamente le pedí a la estrella fugaz que me enviara un hombre con el que pudiera ser feliz. De hecho, la felicidad implica estar bien con una persona, eso significa que ella tiene exactamente lo que necesitas y esto te trae emociones positivas en la vida. No lo necesitaba para no estar sola. No era un miedo a la soledad. Hace tiempo que estoy acostumbrada a estar sola y a resolver no solo mis propios problemas, sino

también las de los demás. Quería disfrutar de su compañía, compartir las alegrías del universo con él, irarlo y darle mi amor, porque a veces, cuando das algo, obtienes mucho más a cambio si es tu persona. Dormir junto a él con una sensación de alegría porque estaba a mi lado y, además, volverme loca con la ternura de su piel, de su olor, por la seda de su cabello. Acariciarlo con placer y enloquecer con su toque. Al regresar del trabajo tarde en la noche, abrir la puerta del dormitorio y desear dejarlo todo para que, finalmente, se meta debajo de las mantas y sentirlo lo antes posible. Ahogarme en el océano de sus ojos sentada frente a él y mirándolo, porque simplemente me gusta mirarlo. El romance de las estrellas sobre el paisaje nocturno de la montaña me llevó a estos pensamientos y esperaba que este deseo se escuchara en algún lugar, en medio del espacio exterior infinito. Algo decía en mí que el mundo en muchos aspectos consistía en dos partes: los polos norte y sur, día y noche, bien y mal, calor y frío, principios masculino y femenino. Solo el equilibrio entre los dos opuestos fue lo que hizo que nuestro mundo fuera exactamente lo que debería ser. La relación entre un hombre y una mujer también asumió un equilibrio de dos universos unidos en uno solo, que pertenecía solo a ambos, pero era parte de un principio divino común y, debido a lo cual, se creó una oportunidad para el surgimiento de algo nuevo que podría dar lugar a nuevas oportunidades. Por lo tanto, yo quería encontrar exactamente a mi hombre, con el que sería bueno solo porque estaba cerca. Algún tiempo después, me di cuenta de que el papel de una mujer en el mundo era dar su amor. Pero solo podía darlo cuando se sentía protegida por el hombre. Si él no estaba listo para ser el apoyo necesario, el amor de ella se convertiría en una relación neurótica con el programa de autodestrucción. La temporada terminó, estaba llegando un otoño lluvioso y comenzaba el último curso de la universidad. Al igual que después de la graduación escolar, el pánico se produjo gradualmente y se apoderó el miedo del futuro. Después de la escuela, una vida adulta independiente la tuve que posponer hasta un poco más tarde y gradualmente me mudé a una vida estudiantil. Pero ahora estaba llegando pronto a su fin y la pregunta se acercaba: «¿Qué hacer después?». Yo tenía experiencia en el turismo, pero era un trabajo más estacional y no quería interrumpirlo de una temporada a otra. Después del verano, acumulé algo de dinero que podría darme un comienzo, aunque por ahora no estaba claro a dónde. El último año de mis estudios me tomó mucho tiempo y esfuerzo. Era necesario

tomar exámenes estatales, hacer todo en la casa, resolver los problemas cotidianos. Debido al fuerte sobreesfuerzo, mis enfermedades empeoraron, aunque la salud después de las montañas, en general, estaba bastante bien. En el verano hubo una temporada alta de tareas domésticas, yo tenía que manejar todo. Mi madre tuvo una nueva exacerbación de la enfermedad. La ayuda de mi padre no fue suficiente. Escapó de la realidad con la borrachera. Un día llegué a la casa y vi que los amigos arrastraban a mi padre ebrio hasta la casa, después de una pelea de borrachos. Una vez en su juventud él fue boxeador, pero en algún momento de su vida simplemente se derrumbó. Mi padre amaba a su esposa, pero ella prefería vivir la vida de sus padres, ella caminaba como un cordero tras una manada y no vivía su propia vida. Al principio él la ayudó, la cuidó, pero en los momentos cuando él la necesitaba, no tenía su apoyo. En un principio mi padre trató de hacer algo, peleó, habló sobre lo que era importante para él. Y luego simplemente fastidió las cosas saliendo con otras mujeres, buscando el reconocimiento como un hombre, el cual no tenía en su casa. Pero él no podía dejar a la mujer que amaba y se rindió. Nadó a lo largo de la corriente de la vida, ya no expresaba su opinión y simplemente vivió esperando su final. El hombre que alguna vez fue boxeador y cantó en el escenario, teniendo éxito, se convirtió en una criatura flácida que buscaba una salida de su realidad en el vodka. Mi padre yacía en el sofá, sin prestar atención a sus heridas y abrasiones. Bajo la influencia del alcohol él se durmió. Me senté a su lado, lamentaba muchísimo que este hombre tan amable se rindiera a su destino. Puse mis manos sobre sus heridas, pedí que sanaran y la sangre se detuvo. En ese momento me di cuenta de que esto no era una casualidad, como pensé entonces en las montañas. Había algo en mí que podía curar incluso las heridas. Al principio tenía miedo, porque no sabía qué hacer con eso. Entonces decidí que, dado que me dieron esto, debería aprender a istrar este regalo.

***

Las fronteras de la Unión Soviética, previamente cerradas, ya se habían abierto en ese momento. Todos los que podían irse, algunos por razones económicas y otros solo para ver el mundo, utilizaban estas nuevas oportunidades. Mi universidad en ese momento era bastante nueva y los profesores intentaban ser mejores que los demás. El extranjero, tan distante para muchos antes del

principio de los noventa, se estaba volviendo más cercano y accesible. La universidad trató de establecer relaciones internacionales y buscó formas para realizar pasantías de estudiantes en el extranjero. Invitaba a los extranjeros. Se crearon proyectos internacionales. Yo participé en uno de estos proyectos. Gracias al equipo bien formado de compañeros de estudios, se convirtió en uno de los proyectos más exitosos para una organización extranjera. Los socios alemanes contribuyeron a que todo el grupo de estudiantes que trabajaban en el proyecto fueran invitados a visitar Berlín. Este fue mi primer viaje al exterior, en el que descubrí un nuevo mundo y nuevos horizontes. En el Departamento de Relaciones Internacionales, las relaciones con Alemania y Francia se consolidaron cada vez más. Algunos de mis compañeros fueron a esos países durante un año a vivir con las familias locales para mejorar el idioma. Había noticias sobre su vida al otro lado de la frontera, sobre todo lo bueno y lo malo que los acompañaba. Yo no tenía nada que perder. Hablando bien el alemán me postulé en Alemania, quería que mi vida decidiera si eso era adecuado para mí. La respuesta fue positiva. Esta fue una señal del comienzo de una vida nueva. Por lo general, lo que era «mío» venía a mi vida sin mucha lucha y esfuerzo. Por lo tanto, mi voz interior me decía que esta era la decisión correcta. En ese momento de mi vida yo no quería irme para siempre. Solo quería mejorar el idioma y ver los países sobre los que leí mucho en los diferentes libros. En ese momento era difícil encontrar un buen trabajo y yo esperaba que esto aumentara mis chances para una buena carrera después de regresar. Me fui. Yo no tenía dinero para un boleto de avión. Después de comprar un boleto de ida, me fui una noche oscura de otoño. No sabía qué me esperaba allí, a cientos de kilómetros de distancia y detrás de varias fronteras. En ese momento todo me pareció ser mi destino, llevándome a donde lo necesitaba. Antes de irme, miré a mi hermana y mi alma se rompió en pedazos. Debido a la situación difícil con mis padres, me sentí como una traidora. Ella era como una hija para mí. La crie como pude. No le dije cuánto la amaba, pero fue gracias a este amor que soporté todo, queriendo protegerla de al menos algo de la dura realidad. Pero luego me di cuenta, en las instrucciones de la máscara de oxígeno que mostraban en los aviones, no era en vano que si faltaba oxígeno se debía aplicar primero a sí mismo la máscara y luego al niño sentado a tu lado. Si te asfixias tu hijo no tendrá a nadie que le ayude. Ambos simplemente morirían, y al menos, así, había alguna posibilidad de supervivencia. Mi hermana ya se estaba graduando de la escuela. Por lo tanto, yo sabía que ella podría manejarlo sola. Desde la ventana

del autobús miré hacia la oscuridad, mi alma estaba llorando, pero las lágrimas se negaron a brotar de mis ojos. La lluvia de otoño lloró por mí y me despidió tocando la ventana del autobús que se dirigía a lo desconocido. Ya era finales de otoño, todos se estaban preparando gradualmente para la Navidad católica. Ya había muchas calles decoradas con varias tiendas alrededor. Cuando deambulaba por esas calles tuve la impresión de estar en un cuento de hadas. Todo esto lo solía ver solo en la televisión. Este nuevo mundo me recibió con el aroma de las almendras fritas recubiertas de caramelo y con el olor a vino caliente en los mercados navideños, las guirnaldas en las casas y las velas en los alféizares en las noches, las compañías ruidosas en los restaurantes que celebraban la Navidad y el sabor de las galletas de canela que se vendían en todas partes antes de Navidad. Entonces comenzó la primera nevada. Caminé por la calle y miré los copos que caían. Sentí una nostalgia inmensa. Me acordé de mi calle natal, otra nieve. A pesar del anhelo me sentí feliz, porque había algo fascinante en la caída de los copos de nieve. En ellos, a pesar del movimiento, había cierta calma. Cuando miré la nieve que caía a la luz de una farola encendida, por un momento me pareció que los copos de nieve tenían prisa, como si se estuvieran adelantando, intentando caer al suelo lo antes posible. Mirando más de cerca, ya no parecía una persecución de algo. Este era un espacio tranquilo y equilibrado lleno de la nieve que caía. Estaba nevando por todas partes encantando con su belleza, silencio y tranquilidad. Todo siguió como siempre. El anhelo regresó una y otra vez, pero con el tiempo cada vez menos. Después de irme dejé mi corazón allí, en mi familia, y estaba muy preocupada por cómo estarían todos sin mí. Todos los días revisaba mi buzón del correo, pero no recibía ni una sola carta de mi casa. Los familiares sabían mi dirección, pero ninguno de ellos estaba particularmente interesado en cómo vivía yo. Así continuó por dos años. Al llegar a Europa, me di cuenta de lo diferente que era la cultura de la vida cotidiana, entre mi entorno nativo y el de la europea. Se podría decir que ella simplemente no estaba ahí cuando me fui de Rusia. En la Unión Soviética, la palabra «intelectual» a veces casi se equiparaba con palabrotas. Básicamente, solo en las grandes ciudades y en algunas familias se inculcó una cultura de la vida, por ejemplo, comer con un cuchillo y un tenedor o guardar cosas bellas en un armario, adhiriéndose a un determinado sistema. Los alemanes se reían de mí, sin dudar en hacerme comentarios, porque yo no conocía la secuencia del uso de los cubiertos en la mesa. La mujer que me alquiló una habitación se agarraba la cabeza abriendo mi armario. Ella me dibujó los esquemas para doblar las cosas y

de esta forma yo podría aprender la belleza y el orden en el armario. Estaba incómoda y avergonzada. Pero en mi familia no había nadie que pudiera enseñarme estas cosas elementales. Mis padres no sabían esto y no eran capaces de hacerlo. Incluso todos mis conocidos que tenía vivían igual de «analfabetos» en la vida cotidiana. Cada palabra burlona se me pegaba como un hierro candente y causaba un dolor insoportable. Yo entré a este mundo occidental con los ojos bien abiertos y con el alma abierta. Él, como un enorme monstruo, me tragó y rechinó en las muelas de sus afilados dientes. Lo más probable es que eso fuera un proceso de transición a una vida adulta independiente, que sucedió fuera de mi tierra natal. En casa, probablemente, tampoco sería muy fácil. Pero en aquellos tiempos yo comparaba precisamente todo con el Occidente, arrojando sobre él mis altibajos. No, no me he adoptado todo este pensamiento occidental. Tomé de él solo lo que me ayudaba a vivir en una realidad diferente. «Cuando vives con los lobos, tienes que aullar como un lobo», dice el proverbio. Pero los ideales que he desarrollado a partir de la gran cantidad de los libros que leí en la infancia, huyendo de la realidad, se han roto. De repente me di cuenta de que el mundo de los libros había terminado y que la vida había comenzado. Llegué a la conclusión de que todos los libros leídos también fueron escritos por personas comunes que vivieron en un momento determinado y tuvieron una cierta experiencia de vida. Una vez fui infectada con sus ideales, pero ¿eran míos? Al entrar en la edad adulta tuve como un sentido de sobriedad de las cosas idealizadas, que en la vida cotidiana no eran como «según decía el libro». Años más tarde, por casualidad, tuve que conocer a los autores de algunos libros de amor y sobre temas filosóficos, que una vez había leído «con entusiasmo». Ellos mismos estaban lejos de lo que escribieron para el público en general. Por supuesto, no todos. Algunos de los héroes de estos libros siguieron siendo mis ídolos y siempre estaba lista para quitarme el sombrero ante esos autores. Pero algunos escritores eran personalidades narcisistas, egocéntricas, que extraían sus profundos pensamientos de relaciones que no se formaron en el pasado. En realidad, ellos mismos no eran capaces de tener sentimientos profundos y relaciones estables con las personas a largo plazo y lo único que les interesaba era su creatividad y autoafirmación. El resto del mundo estaba en algún lugar al otro lado de su realidad. Un escritor vino a mi mente, al que una vez la mayoría de los lectores y yo misma iramos. ¿Alguien ha pensado en cómo se sentiría un niño pequeño abandonado por su madre para que fuera criado por una niñera, quien al

principio era absolutamente una extraña para él y ella una mujer solitaria? La niñera le daba todo lo que podía, como era costumbre en esos días, ¿pero estaba feliz de no tener derecho a casarse, vivir en una familia extraña y cuidar a los hijos de otras personas sin derecho a la privacidad? ¿Qué podría dar ella a un niño sin derecho a su vida personal con un hombre? Se sabría, que más tarde en su vida, habría muchas mujeres. Pero ¿de dónde vino este deseo de buscar el reconocimiento femenino que se convirtió en un deseo de demostrar, en primer lugar, a sí mismo que todas estas mujeres lo necesitaban para saber que no lo abandonarían como lo había hecho su madre? La fuente de su locura por el «sexo débil» fue, muy probablemente, el deseo de demostrarle a la mujer que era su madre, que él podía ser necesario. Ella no lo amaba y él buscaba el amor donde podía. Él describía su dolor interno con palabras hermosas y todos vieron solo las palabras, sin darse cuenta de lo que estaba escondido detrás de ellas. Fue lo mismo con la mayoría de los escritores. Todos querían decirle algo a este mundo. Traer a él su angustia y desesperación que roe en la noche. Cada uno proporcionó sus propias respuestas a las preguntas que él mismo se había hecho. ¿Pero podría ser esta la respuesta a las preguntas que atormentaron mi alma? Muy a menudo esa no era mi historia en absoluto… Yo hacía muchas cosas sola. Teniendo todavía pocos años me di cuenta de que lo que me gustaba era necesario hacerlo hoy. Debido a mis enfermedades, me parecía que yo no viviría mucho tiempo y si esperaba que alguien aceptara compartir mis intereses y «seguirme el ritmo», era muy probable que este momento nunca llegaría. La gente no siempre tenía el tiempo y el deseo de hacer lo mismo que yo quería en ese momento que era adecuado para mí. Yo iba a las discotecas sola, volvía locos a varios hombres en una noche, no le daba a nadie mis coordenadas y también me iba sola a la casa, desapareciendo repentinamente de la vista de todos cuando me cansaba y quería ir a dormir. No buscaba a los hombres. Normalmente tenía un problema diferente: rara vez había un momento en que un hombre no me estaba buscando. No me interesaban los clubes alemanes de moda. Todo era igualmente aburrido allí y hablaban «de nada». La mayoría de los visitantes no sabían bailar y simplemente pisoteaban, estaba aburrido de verlos. Además, mi concepto de estética no se ajustaba a la imagen de las chicas que se consideran atractivas, bailando en clubes de moda con la música techno y al mismo tiempo vestidas con trajes de noche, con escote y con zapatos con tacones de aguja. Esto no encajaba en mi concepto de danza y su ropa correspondiente. Al ir a las discotecas, no busqué hombres ni la oportunidad de aparecer en la sociedad. Solo quería bailar.

Cuando conocí al profesor de España, visitamos diferentes ciudades y lugares. Por supuesto, traté de hacerlo bailar, pero, a pesar del temperamento de un hombre sureño, realmente no le gustaba bailar. Una vez fuimos juntos a un club latinoamericano en Viena, donde lo saqué a bailar salsa. Probablemente, él fue a bailar solo para hacerme feliz, pero en realidad no logró bailar. Nos reímos hasta las lágrimas cuando no pudo hacer las piruetas o cuando me pisó el pie un par de veces. Me preguntó por qué me gustaba tanto bailar y me acordé de cómo empezó eso.

***

Comencé a bailar en el jardín de niños, cuando tenía más o menos cuatro años. Luego, en la escuela, los doctores no me permitieron participar en educación física debido a mi enfermedad, pero, aun así, iba a clases de baile apretando los dientes por el dolor. Bailar era una parte de mí. A través de él podía mostrar mis sentimientos, lo que no siempre fue posible en la vida cotidiana. Fue un poco de autoexpresión. En nuestra aldea se llevaban a cabo conciertos y yo bailaba en el escenario junto con otros, olvidando la enfermedad y los problemas de la vida. Los trajes de escena me llevaban a otro mundo en el que solo había arte y nada más. Sobre todo, me gustaban los bailes en pareja. Mi concepto de una relación ideal entre un hombre y una mujer encaja en una sola palabra: tango. Aprendí a bailarlo después de ver una película de Carlos Saura. No fue el baile más fácil, pero lo que yo iraba en él era la unidad de un hombre y una mujer que lograban la armonía y se fusionaban en una sola melodía. Cada uno de ellos bailaba su propia parte, hacían pasos completamente diferentes, a veces, incluso, iban en direcciones diferentes. Pero lo más importante en todo esto era que el hombre podía guiar a su dama, era el «director» de este baile. Él no siempre sabía todo de antemano, a veces hacía movimientos imprevistos, para lo cual ella no estaba absolutamente preparada. Sin embargo, él siempre encontraba la dirección correcta y la armonía siempre reinaba. La mujer sabía que no importaba qué pasos estaban bailando. Incluso cerrando sus ojos podía sentir que no perdían el ritmo y la belleza de los movimientos haciendo todo bien. El compañero que bailaba con ella siempre daba una sensación de confianza y ella lo seguía bailando sus propios pasos,

completamente diferentes de los movimientos de él. De todos modos, bailaban juntos y se veían increíblemente hermosos… Él sabía lo que estaba haciendo y ella, simplemente, le creía y seguía su propio camino en la dirección que él le daba. ¿Pero era mi realidad como un tango? La vida ha hecho una mujer fuerte de mí, sin preguntar si lo quería o no. Cuando era niña ya tenía que cuidar a los demás. Prácticamente no tuve infancia, ella me fue robada por las constantes estadías en el hospital y la resolución de los problemas de los adultos, los cuales, por alguna razón, cambiaron de roles conmigo. Yo necesitaba ser fuerte, de lo contrario no habría sobrevivido. Siempre soñé estar con un hombre fuerte que cuidara de mí, yo lo amaría y le daría toda mi ternura y caricia. ¿Pero dónde estaban estos hombres fuertes cuando yo necesité su ayuda? Incluso mi padre, un adulto, que estaba en las condiciones extremas y no el niño que era yo en ese momento de mi vida, no podía soportarlo. Él se deprimió y se emborrachó, y yo tenía la sensación de que siempre tenía que mantenerme fuerte, sin importar lo que sucediera. A veces, incluso, soñaba por las noches que el mundo se estaba desmoronando y yo me paraba bajo su peso y lo sostenía para que no se derrumbara hasta el final. No, no quería convertirme en la mujer fuerte en la que me convertí. Simplemente no tuve otra opción. En mi vida, todavía no he conocido al hombre con el que podría sentirme como una mujer y no mantenerme fuerte. Cuando ya vivía en Alemania yo seguí practicando baile, esto no lo planifiqué, sino que surgió de manera espontánea. Probablemente, esto también fue el destino llevándome hacia algunas pruebas que tenía que pasar. Esa noche uno de mis amigos de Indonesia, con quien estudié alemán, me invitó a su cumpleaños. Lo celebró en un club donde bailaban bailes latinoamericanos. Esa noche allá todo siguió como siempre. Nos sentamos en una mesa y a nuestro lado varias parejas hacían las hábiles piruetas como si trataran de competir unas con otras. El nivel de bailarines era muy alto. Me pareció que en mi vida nunca podría aprender algo como esto. Me senté conteniendo la respiración con iración y mirando a los bailarines. Salsa, bachata, merengue: las parejas cambiaban de un baile a otro con facilidad, de acuerdo con la música que estaba sonando en ese momento. De repente, un hombre se me acercó y me invitó a bailar. Se veía un poco gracioso. Parecía un gitano. El bigote se lo había cortado al estilo gitano. Una camisa blanca en su cuerpo de piel morena y los pantalones negros complementaban su aspecto gitano. Su cabello estaba un poco despeinado por un baile rápido. Él era del este de Asia. Yo pensaba solo en el gitano y no podía

imaginar de dónde venía realmente. Él me sonrió con su deslumbrante sonrisa blanca y sin aceptar una sola objeción, de que yo no sabía bailar esos bailes, simplemente me llevó a la pista. Un sentido innato del ritmo y, probablemente, una escuela de danza en Rusia, hicieron su trabajo. Él me mostró los elementos básicos de la danza. Me volví más confiada. La música con letra en español parecía llevarme a otro mundo, en algún lugar de América Latina, al que solo un año después estaba destinada a ir, lo que no sabía en ese mismo momento arrastrada por este tipo de baile. Me lancé de cabeza a este mundo nuevo convirtiéndome en una habitual de este local, en la pequeña ciudad de estudiantes. El bailarín del club latinoamericano se enamoró de mí con locura. Él comenzó enseñándome a bailar para que yo estuviera allí. Tan pronto como yo aparecía en este club él inmediatamente me invitaba para que nadie más pudiera hacerlo. Como todavía yo no estaba segura de mis habilidades de baile, aceptaba modestamente sumergiéndome en un mundo de fantasía, donde en mis pensamientos no era con él, sino un hombre completamente diferente, del lejano México, con quien quería bailar con la misma habilidad. Solo con él. Nos convertimos en una de las parejas más profesionales y todos observaban con iración los espectáculos que podíamos organizar juntos de manera espontánea. Incluso ópticamente nos veíamos muy bien en la pista de baile. Su aspecto gitano y su invariable camisa blanca con el pantalón negro. Mi largo cabello castaño, con un vestido corto al estilo hispano. Incluso en altura éramos una bonita pareja de baile a la que todos miraban. El hecho fue que la historia tomaría un giro completamente diferente que en ese tiempo no me lo podría haber imaginado. Como resultado esta relación terminó en un completo desastre. Mi vida giró por un camino completamente nuevo y echando de mi vida a un hombre con quien me iba a casar. Resultó que la calidad del bailarín no era lo principal, las cualidades humanas eran más importantes. Pero eso sucedió más tarde. Al principio todo parecía estar a gusto y dulce. En aquellos tiempos dimos los pasos más exclusivos en la pista de baile, atrayendo las miradas de iración del público. En Europa descubrí un mundo nuevo para mí, dándome cuenta de cuán amplios eran sus horizontes. Después de leer muchos libros históricos desde la infancia yo tenía el sueño de llegar a Alemania, Francia e Italia. Al llegar a Alemania no pensaba quedarme allí. Solo quería mejorar mi alemán y regresar a mi tierra natal con mejores perspectivas. Sin saber cómo resultaría la vida, yo decidí viajar por Europa lo más posible para llevarme conmigo una maleta de recuerdos

e impresiones. Después de leer las novelas de Dumas, historias sobre los amoríos en Roma y pensadores de la época, clásicos rusos sobre la Europa vieja, desde el principio quería caminar por las aceras donde los reyes ses habían caminado. Soñé con pasear por los restos de la antigua Roma; tomar un paseo en góndola por Venecia, ahogada en el mar con un gondolero cantando; pasear por el callejón de oro en la vieja Praga y «mirar la casa» de Franz Kafka; tomar un paseo en un viejo tranvía en la colina de Lisboa y sentarme en un café con azulejos mirando la estatua de Cristo al otro lado del río Tajo; pararme en Barcelona frente a la Sagrada Familia del gran Gaudí, impresionante y irable; y escuchar la música en vivo de los músicos callejeros cerca del lago de Zúrich.

***

Ese día yo estaba sentada con el profesor en un restaurante en Montmartre. Acabábamos de caminar por las calles interesantes, no turísticas, con una arquitectura magnífica que le gustaba mostrarme. Los barrios de Montmartre son una mezcla loca de las tiendas y restaurantes baratos, principalmente propiedad y visitados solo por inmigrantes árabes y por los africanos negros, tiendas caras de moda, sex shops y Moulin Rouge, una «Meca turística» llamada Sacre Coeur, tiendas de los recuerdos baratos y restaurantes gourmet, en uno de los cuales nos instalamos ese día soleado en la calle y observamos a los transeúntes. Pedí un plato «сoq au vin» con el vino tinto. Fue excelente. El profesor comió ostras, lo que yo no entendía por qué chirriaron cuando vertió jugo de limón encima de ellas, las acompañó con vino blanco. No me gustaban mucho por la sola idea que todavía estaban vivas, cual no me imponía para que las comiera. Los turistas pasaban junto a nosotros hacia la Basílica del Sacre Coeur. Una de las parejas jóvenes que pasó por al lado de nosotros, compuesta por una chica de apariencia europea y un chico latino, de repente me llevaron a la memoria de cómo había llegado a París la primera vez. Yo estaba en Alemania, lo primero que hice fue viajar a todas las partes donde podía ir y, habiendo ahorrado algo de dinero, compré un boleto de autobús a París. Recordé el dicho: «¿Que importa qué zapatillas tenga si caminan por

París?». Fue allí donde empecé mi viaje por Europa, pero decidí hacerlo; «ver París, pero no morir», en contra del proverbio. No había muchos kilómetros entre la ciudad donde vivía y la capital sa, pero el autobús salía de otra ciudad cercana más grande a donde tuve que ir. Algunos de mis compañeros de la universidad ya vivían en París, quienes se habían ido para empezar una nueva vida, como yo, solos en Francia. Yo quería encontrarme con ellos, hablar sobre ambos países, la vida en el extranjero y juntos caer en la nostalgia recordando nuestra ciudad. Cuando llegué a la estación internacional, vi a un chico joven con una apariencia exótica para mí. Me sorprendió con su piel morena a principios de la primavera, cuando todavía no había un sol abrasador y con el perfil de los aztecas. Su piel morena y la forma de ojos me recordaron algo extravagante, de otro mundo desconocido. Nos sentamos cerca por un tiempo hasta que él me preguntó si yo también estaba esperando el autobús a París que llegaría tarde. Tal vez, la falta de experiencia internacional o la extrañeza de la situación misma me atrajo tanto. Cuando se volvió y me miró con sus ojos marrones, me ahogué en sus ojos y un par de días después me volvieron loca por muchos años, haciéndome volar a través del vasto océano con los vuelos transatlánticos. En ese momento todavía no entendía que esta reunión cambiaría mi vida radicalmente. También conduciría al hecho de que algún día iría sola en el tren Moscú-Vladivostok a lo largo del Ferrocarril Transiberiano para ver la inmensidad de Rusia y despedirme de mi vasto país. Mis amigos me llamaban «loca», los pasajeros rusos en el tren me dijeron que era estúpida y mis familiares temieron por mi seguridad en ese largo y solitario viaje de despedida al fin del mundo. Pero eso fue años después. Finalmente, estaba de pie en el vestíbulo de un hotel en París, era de noche, regresaba de una caminata larga por esa ciudad romántica. Era la primera noche en París, no quería dormir, mi alma cantaba de felicidad, ya que por fin había llegado a esta ciudad del amor y de la poesía. Decidí tomar un té y cuando estaba a punto de ir al restaurante del hotel para pedirlo, escuché a mi lado: «Hola, señorita». Se le ocurrió una excusa absolutamente banal para volver a hablar conmigo. No, él no me gustó de inmediato. Fue una noche cálida y fabulosa. París, el olor a cruasanes y flores lilas. En algún lugar el sonido de un acordeón de músicos callejeros, y decidí: «¿Por qué no tomar el té juntos?». Entonces nuestra historia comenzó. Probablemente, después cuando conocí al profesor de España, él

también me recordó un poco al mexicano. Tenía muchas cualidades similares, pero el profesor poseía más niveles de un hombre intelectualmente educado en su tipo de comportamiento. Eso nos unió también de cierta manera. El mexicano hablaba alemán con muchos errores y un acento fuerte. En la universidad tuve inglés como segundo idioma extranjero, el que me dejó sin decir adiós después de entrar en un entorno de habla alemana. Hablamos, mezclamos idiomas y nos reímos sobre la nueva forma de comunicación que entendíamos solo nosotros dos. Éramos jóvenes y, por coincidencia, juntos en París, una ciudad de amor y euforia. Paseamos juntos por horas descubriendo los secretos de esta ciudad. Él hablaba francés. Esto trajo un encanto especial y nos permitió encontrar los lugares correctos más rápido. Él, como un latinoamericano, quería, por supuesto, todo a la vez. No me enamoré de él a primera vista. El amor vino un poco más tarde, pero luego se quedó por muchos años. Era absolutamente increíble que en ese momento él viviera en la misma ciudad de Alemania donde vivía yo. Si era el destino o su broma malvada no lo sabía entonces. Inmediatamente me llamó la atención su increíble sentido del humor. Nos sentábamos y reíamos durante varias horas discutiendo nuestras vidas de extranjeros en Alemania, las peculiaridades de los parisinos y mucho más. Mi alma estaba de alguna manera cálida y tranquila. Él me empezó a gustar más y más. Los días siguientes decidimos pasarla juntos en esta increíble ciudad. Nuestras primeras fotografías de los dos fueron cerca de la catedral de Notre Dame. Él era un latino, yo una «chica del campo ruso». Él era muy apasionado y yo tenía miedo de lo desconocido. En París, nos volvimos un poco locos, pero aparte de los besos calientes, no me atreví a hacer nada. Ese año él realizaba una pasantía en Alemania, porque había trabajado para una empresa alemana bien conocida. Necesitaba aprender el idioma para comunicarse mejor con sus colegas alemanes. El final de su pasantía se acercaba cada vez más rápido. Por supuesto, volvimos a Alemania juntos. El autobús estuvo parado en el tráfico, perdimos nuestro último tren a casa y no pudimos llegar a la ciudad, que en ese momento era nuestro refugio. Llegamos a la estación de tren y comenzamos a buscar la oportunidad de pasar la noche. Se ofreció a hacerme compañía. No sabía a dónde ir y acepté. Mi corazón latía por dentro como si una campana presagiara el comienzo de algo nuevo, pero desconocido y misterioso.

Sin sospechar nada, fuimos al hotel con el nombre francés «Oui». Nos pareció divertido después de regresar de París y decidimos quedarnos allí. En ese momento yo todavía no estaba enamorada. Era interesante y me gustaba mucho, pero aún estaba lejos de ese amor loco que vino más tarde y que se quedó conmigo durante muchos años, ardiendo por dentro y haciéndome levantar una y otra vez de las cenizas como un ave fénix. Él salió de la ducha. Una toalla blanca sobre su cuerpo musculoso y moreno lo hacía aún más atractivo. Había algo salvaje y desenfrenado en él, algo real, amerindio, mezclado con los antepasados europeos y con un conocimiento de la naturaleza de la mujer y de cómo manejarla. Me encogí por dentro. Los encuentros solo por sexo no me eran familiares entonces. En mi interior se desencadenó una tormenta y una mezcla de deseo y miedo, me preguntaba si estaba haciendo lo correcto. Estaba sola en este país nuevo para mí. Todavía no tenía amigos y hombres aquí y el deseo de estar con alguien cercano, sintiéndome deseable, superaba los temores y las dudas. Lentamente se quitó la toalla y permaneció desnudo. Fue la primera vez que vi cuánto me deseaba. Su excitación comenzó a extenderse hacia mí. Ya estábamos en la misma cama. Comenzó a acariciarme lentamente, con gran pasión y ternura. Él acarició mi cuerpo que respondió al toque de sus manos y labios y me volví loca de pasión. Él entró en mí lento y suavemente. Con mucha paciencia. Acelerando el ritmo, luego lo fue bajando, él me volvía loca. Después me reunía con él sin tener absolutamente ninguna idea de lo que nos pasaría a continuación. No hicimos ningún plan. Simplemente nosotros disfrutábamos del tiempo que pasábamos juntos. Ninguno de nosotros sabía a dónde nos llevaría todo eso y cuando se fue yo le dije adiós, sin pensar que algún día volvería a verlo. El tiempo que pasamos juntos fue demasiado corto para hacer algunos planes serios. Desde pequeña recordaba la imagen de una hermosa barra de chocolate, en cuyo envoltorio había dibujos de diferentes colores. El chocolate se veía muy atractivo desde el exterior. Y cuando lo habría encontraba algo muy agradable al interior. Tenía un doble placer cuando encontraba algo especial y muy sabroso fuera y dentro de este. Cuando conocí al mexicano, él se convirtió para mí en algo así como una barra de chocolate. Se veía muy bien, se vestía con estilo y había un mundo enorme e ilimitado dentro de él que me atrajo hacia este hombre como un imán y no se soltó por muchos años.

Yo pasé la mayor parte de mi vida en una aldea después de que mi madre decidiera, sin éxito, dejar a mi padre, mudándose allí desde la ciudad y llevándose a los niños consigo. En consecuencia, todos nos quedamos atrapados en esa aldea y me hice una idea sobre las personas interesantes con los libros. En realidad, en ese momento las personas inusuales les encontraba muy poco. Al conocer a este hombre y descubrir la versatilidad de su esencia interior, me sentí fascinada por su deseo de conocimiento, profesionalismo en el trabajo, conocimiento de varios idiomas, sus hermosos ojos y sonrisa. Incluso sabía un poco de japonés, porque iba a escribir una tesis doctoral en ello. En su especialidad, los japoneses estaban por delante de todos y podría ganar mucho dinero trabajando para ellos, como creía adecuado para él. La agudeza de su mente y un inimitable sentido del humor me hacían recordar algunas de las frases que había dicho, incluso después de un tiempo y, además, reflexionar sobre ellas o reír de nuevo desde el corazón. Era un caballero hasta los extremos de su cabello. Su caballerosidad incluso causó las miradas envidiosas de otras mujeres cuando salíamos. Tenía un aroma y sabor corporal peculiar que era incomparable con cualquier cosa. Incluso, cuando él regresó a su tierra natal y rara vez nos vimos, los recuerdos de su sabor y de su olor me daban la impresión como si hubiera recién salido de la habitación y esto me volvía loca por la noche. Me volví adicta a él en la cama. Incluso cuando nos peleábamos solo su toque en mi piel desnuda era suficiente para que nos encontráramos de inmediato en la cama. Era mutuo y, a pesar de la complejidad de nuestra relación, siempre todo terminaba en una pasión que ni él ni yo podíamos resistir. Nos amábamos apasionadamente, no importaba cuán cansados estuviéramos si nos encontrábamos después de un día de trabajo. Olvidando todo en el mundo, pasábamos tiempo haciendo planes para el futuro y simplemente disfrutábamos de la intimidad. Para mí, él era un mundo nuevo, interesante y enorme, concluido en una sola persona. No podía creer que tal cosa fuera posible en absoluto. En la cama él sabía cómo comportarse con una mujer sin aceptar ninguna objeción. Simplemente hacía todo lo que quería, pero de una manera que no era vulgar ni grosera. Era natural y agradable, aunque al principio era algo nuevo y desconocido. Sentía el límite cuando era necesario detenerse, para que no doliera y hacía todo con moderación. Él sabía cómo volver loca a una mujer, subordinándola a sí mismo en la cama, haciendo que la sumisión se convirtiera en éxtasis y no en algo desagradable. Solo recordarlo me volvía completamente loca.

Esto duró años. Cuando él volvía a aparecer frente a mí, nos miramos el uno al otro y ambos nos volvimos locos por la sed de meternos rápidamente en la misma cama y sentir la seda de la piel del otro. Me gustó todo de él: el olor, la sensación de su piel, labios y manos, su voz, todo. Podía llamarme en medio de la noche y volverme loca solo con su voz, hablando de las cosas de la vida cotidiana. Podíamos hablar toda la noche sin darnos cuenta del tiempo. Él tenía un sentido del olfato muy desarrollado y podía determinar de inmediato qué perfume yo usaba ese día en el que coincidíamos y cuál era mi estado de ánimo. Él era alguien especial, a diferencia de las personas que yo conocía en ese momento.

***

Desde mi infancia tengo dos recuerdos muy vívidos. El primero es de una época en la que tenía unos dos años. Por alguna razón, recordaba perfectamente el día en que me enviaron a la aldea donde vivía mi abuela y ella me acostaba por la tarde. Era una cama en la que ella solía dormir. Cerca había una estufa, que en el invierno se calentaba con leña y a mí realmente me encantaba quedarme dormida bajo su ruido, disfrutando del calor que provenía de la estufa. Mi abuela, como siempre, me daba las instrucciones sobre «cómo dormir mejor» y salía. Me sentaba en la cama, miraba por la ventana y, por alguna razón, me di cuenta de lo corta que era realmente la vida. De repente, como en una tira de película, ante mí aparecieron todas las opciones posibles del futuro. Me vi creciendo, me di cuenta de que llegaría el momento en que pudiera quedar embarazada y tener un bebé. ¿Podría hacerlo bien? Entendía toda la responsabilidad y el hecho de que los niños no era algo temporal, si no ocurría alguna desgracia. Si diera a luz un niño, estaría apegada a él para siempre. ¿Estaba preparada para esa responsabilidad? No lo sabía, estaba asustada. Vi en una imagen delante de mis ojos, que una vez que el cuerpo invariablemente empezara a envejecer, me volvería más indefensa y enferma y el día invariablemente llegaría cuando yo tuviera que morir. ¿Por qué? ¿A dónde iré después de la muerte? ¿Por qué la vida era tan corta? Estas preguntas me atormentaban. Eso llevó a que una niña de dos años se sentara en la cama de su abuela y sollozara al comprender la inevitabilidad de la muerte y toda la responsabilidad que la vida le había impuesto.

El segundo recuerdo vívido se asoció con un programa de televisión que una vez vi. Probablemente tenía catorce años. Era algo relacionado con los viajes y el reportaje era sobre México. No sé por qué, pero de repente me di cuenta de que pasarían no muchos años y yo iría a esos lugares. También tenía la sensación de que ya había vivido allí y había visto todo eso. Sentada en el suelo cerca del sofá —por alguna razón estaba cómoda así—, en una pequeña aldea abandonada en el Cáucaso, donde solo había unas cien casas, donde no había ni teléfonos, ni taxis, ni perspectivas de vida y un autobús que conectaba a todos con el mundo exterior yendo solo tres veces al día, ni siquiera podía imaginar que un día podría ver México con mis propios ojos. Solo cuando llegó ese momento, parada en el aeropuerto de la Ciudad de México, involuntariamente se me vino a la memoria el recuerdo de esa extraña noche frente al televisor. En ese momento, en la aldea, no podía imaginar cómo sucedería esto. Pero el sentimiento de absoluta confianza de que eso era exactamente lo que sucedería nunca me dejó. Por lo tanto, después de conocer a un mexicano y enamorarme de él, no me sorprendió su nacionalidad. Llegó el día en que él necesitaba regresar a su casa, a su país y dejarme aquí, donde no había nadie más aparte de él. La despedida fue corta. Sin promesas y verbosidades. Buenas noches y solo: «Adiós, seguimos en o». Eso fue todo. Se fue sin prometerme nada. Solo me dejó su correo electrónico. Él tenía mi número de teléfono, pero pasaban los días y no me llamaba. De repente, me di cuenta de que yo no podía permitir perderlo. El amor por él irrumpió en mi vida como una avalancha, demolería todos los argumentos de la mente en su camino y lo que parecía una novela fugaz se convirtió en parte de mi vida, cambiándola para siempre. Reuní mi coraje y le escribí un correo electrónico, sin saber cómo explicar que después de que me quedé sola una tormenta de sentimientos me invadió. El amor llegó sin previo aviso, fuerte como podría ser. A veces tenía la sensación de que una parte de mí había sido arrancada, incluso sentía que él me faltaba físicamente. Fue el dolor de la partida lo que me llevó a la locura. Cuando él regresó a su tierra natal, por algún tiempo mi vida continuó como siempre. Fui a los cursos de alemán, aumentando mi nivel que, en principio, era el objetivo principal de mi estadía en ese país. En esa ciudad había un club de jóvenes como yo que acudieron a Alemania «en busca de su propia felicidad». A veces nos reuníamos allí en las tardes. En su mayoría eran chicas jóvenes. Ellas eran más fácilmente acogidas en las familias que los hombres jóvenes bajo el

programa de intercambio juvenil. Las mujeres expresaban un mayor deseo de ayudar en la casa y, por su naturaleza, tenían más capacidad para ocuparse de los hijos de la familia, quienes les daban alojamiento y un poco de dinero. Las historias que los jóvenes intercambiaron en esas reuniones eran muy diferentes. Algunos tuvieron suerte, porque fueron aceptados como de la familia y vivieron contentos y alegres. Esas eran, principalmente, excepciones a las reglas. La mayoría de los jóvenes fueron utilizados como mano de obra muy barata. Hubo casos en que el jefe de la familia creía que la niña que había llegado estaba a su disposición y trataba de tener alguna aventura con ella. Eso, también, fue poco frecuente. Algunas organizaciones que los invitaban al programa juvenil ofrecían abiertamente un trabajo paralelo como prostitutas. Los tratos hacia las mujeres de Europa del Este eran muy negativos. Tenían el estigma de que se podía tener un fácil con ellas. Esto fue el resultado de la actitud de sus predecesores, quienes se fueron al oeste por dinero fácil a principios de los noventa. Algunos de esos jóvenes cambiaron de familia de acogidas y también de organización, otros regresaron a su casa, porque no se resignaron a tal actitud hacia ellos. Pero algunos permanecían ahí resignados a las circunstancias con la esperanza de que algún día podrían convertirse en el dueño de su destino. Para muchos la situación después del colapso de la URSS, en algún lugar de Ucrania, Rusia, Moldavia, Georgia, Bielorrusia y otros países de la antigua Unión Soviética, fue tan deplorable que de los dos males en ese momento ese parecía el más pequeño. La familia en la que yo vivía tampoco era perfecta. Afortunadamente, nadie trató de persuadirme para proporcionarle servicios sexuales. Eran simplemente personas que se parecían mucho a los «nuevos ricos» rusos. Después de la reunificación de Alemania lograron estar en el momento correcto en un lugar correcto. Habiendo invertido exitosamente en el negocio de restaurantes y en la organización de banquetes, rápidamente recaudaron el dinero y creyeron que su vida ya se había desarrollado. Ambos eran alcohólicos de la nobleza. Tenían un hijo pequeño a quien dieron a luz bastante tarde. Él vivía en la misma familia, pero lo mandaban todo el tiempo donde algunos familiares y niñeras, sin preguntarse cómo se sentía con todo eso. Alguien les aconsejó que llevaran a un extranjero a la familia, de acuerdo con el programa de intercambio juvenil que estaba muy de moda en ese momento. Decidieron que una persona permanente era mejor para su hijo que muchas personas diferentes. Me llevaron y me traspasaron todas las responsabilidades como padres y, además, las tareas del hogar. El niño tenía entonces solo tres años. Dos meses después él ya me llamaba «mamá». Prácticamente, él no veía a su propia madre, quien se iba

temprano por la mañana y regresaba cuando ya estaba durmiendo. Me dio pena este niño. De alguna manera me recordó a mí misma, dejada a merced del destino por mis padres que estaban justificados por la falta de tiempo. Los padres del niño compraban todo lo que él quería, tratando de compensar su ausencia con esto y enmendar su falta de atención hacia él. El niño era muy malhumorado y mimado por las compras de todo lo que quisiera. Rápidamente encontramos un lenguaje común e incluso intentó, lo mejor que pudo, ayudarme en la cocina cuando le preparaba la comida. Esto no siempre funcionó y juntos nos reíamos de su torpeza. Estábamos tan acostumbrados el uno al otro que, en mi opinión, se volvió casi como mi propio hijo. Debido al hecho de que era vergonzoso traer a alguien más a la casa donde vivía yo, mi ardiente mexicano y yo nos encontrábamos en el hotel donde vivía él en esta pequeña ciudad donde había llegado para realizar una pasantía y una capacitación avanzada. Eran noches locas, donde había poco sueño y mucha pasión. Yo tenía visa para Alemania solo por un año. Inicialmente, no me iba a quedar viviendo en el extranjero. La constatación de que, si yo volvía a Rusia, la posibilidad de verlo de nuevo equivalía a cero, era el impulso para la búsqueda de nuevas oportunidades en mi vida. Fui a los cursos de alemán donde muchos extranjeros se preparaban para aprobar el idioma e ingresar a la universidad. Mi nivel era bastante alto. Por lo tanto, mis nuevos amigos comenzaron a persuadirme para que también lo intentara. Dijeron que era el sueño de su vida estudiar en el extranjero. Era muy difícil conseguir esa oportunidad y tampoco entendían por qué no quería intentarlo, cuando ya estaba aquí en el país y tenía un nivel que me permitía estudiar en Alemania. Me instaron a entregar los documentos argumentando que, si no podía, siempre habría la oportunidad de regresar. Finalmente me convencieron. Afortunadamente, el rector de mi universidad en Rusia fue tan visionario que logró agregarlo a los catálogos internacionales. Por lo tanto, en Alemania reconocieron que mi educación era suficiente para ingresar a una universidad y lograr conseguir una plaza para estudiar allí. Ni siquiera lo creía. Solo quedaba aprobar el examen de alemán para confirmar que las habilidades lingüísticas eran adecuadas para estudiar en la universidad. Había alrededor de doscientos cincuenta extranjeros en el examen. En ese año, la universidad endureció el examen porque muchos lo tomaban, pero el nivel para los estudios aún no era suficiente. Escribí mi examen con mano temblorosa, sin esperar suerte. Las listas fueron publicadas una semana después. De doscientos

cincuenta personas pasaron solo veinte. Lágrimas de alegría cayeron de mis ojos cuando encontré mi nombre en esa lista. Una nueva página en mi vida, un nuevo estudio, nuevas perspectivas… Y lo más importante: él. Ahora tenía la esperanza de volver a verlo. Se comunicaba conmigo, luego desaparecía. Le escribía cartas por correo electrónico cuando las emociones me sobrepasaban y luego las releía como una oración. Me aferraba a cada palabra escrita para no extraviarme, mantenerme fuerte y no cambiar de opinión bajo la influencia del amor que me abrumaba. Lo que me hizo era insoportable. Mezclando alemán con inglés, traté de explicarle cómo le extrañaba y cómo yo estaba aguantando la separación. Empecé a aprender español para explicarle todo en su lengua materna. Esperaba que así él entendiera mejor cuánto lo amaba.

***

Habiendo comenzado mi vida estudiantil en Alemania no podía imaginar de inmediato cuántas dificultades traería esto consigo. A los estudiantes extranjeros se les permitía trabajar solo noventa días al año y en esos tres meses se necesitaba ganar tanto que fuera suficiente para vivir todo el año. Tenía conocidos que habían elaborado los documentos necesarios para financiar mis estudios, pero eso fue solo en el papel. Me dieron la oportunidad de encontrar una opción de supervivencia y no era poco. La mayoría de los estudiantes extranjeros de familias pobres lo hicieron así. Todos entregaban los documentos necesarios, pero luego trabajaban como podían, arreglando sus agujeros de la pobreza según los estándares alemanes. Todos dividían estos noventa días en siete u ocho días hábiles por mes para recibir un salario, pagar un apartamento y la comida. Era un campus donde había muchos estudiantes extranjeros. Los estudiantes locales también ganaban dinero. La competencia fue enorme y encontrar un trabajo era muy difícil. Cuando más tarde me mudé a Berlín, tuve que estudiar y laborar. El destino en mi trabajo me llevó al profesor de España. Probablemente fue necesario que nos reuniéramos. Para los estudiantes extranjeros esta era la única oportunidad para un mejor futuro y ellos, ahorrando en todo, trataban de mantenerse a flote y no renunciar a

las dificultades de la vida. Una amiga mía conoció a un alemán y su familia necesitaba una señora para la limpieza. Con muy mal humor yo lavé los pisos y la ropa, planché, limpié. Me era difícil entender que en Rusia yo era una de las niñas dotadas, periodista, graduada con honores y trapeaba pisos en una aldea en Alemania, no lejos del campus. No fue fácil, pero era dinero que se necesitaba para la comida y el alojamiento. Una cosa me consolaba: todo esto era temporal. Sabía entonces que las cosas podrían mejorar. Esto me lo recordaba constantemente mi ángel, que estaba sentado al borde de la cama cuando me quedaba dormida. En ese momento, mi pareja de baile del club latinoamericano estaba listo para hacer todo lo que fuera necesario para estar más cerca de mí, lo que entendí solo a la luz de otros eventos. Trabajaba como cocinero en uno de los restaurantes más prestigiosos de los suburbios. Cuando él descubrió que, como estudiante, yo no podía trabajar mucho, me consiguió un trabajo como camarera allí. El copropietario del restaurante era su hermano, quien, por supuesto, no podía rechazar ese pedido. Este restaurante pagaba el doble que la mayoría de los demás y daban propina. El dinero me empezó a alcanzar para vivir. Como todo era oficial y las autoridades contaban los días no las horas, yo a veces trabajaba hasta dieciséis horas al día, comenzando por la mañana y terminando por la noche para ganar suficiente dinero y poder pagar las necesidades básicas. A menudo no podía conciliar el sueño. Después de tantas horas parada me dolían muchísimo los pies y dormía por un corto tiempo, ya que me despertaba del dolor una y otra vez. Un compañero de la universidad me dijo una vez que nunca había conocido a una mujer que se viera tan cansada. Él no podía entender lo que me estaba pasando y me daba vergüenza decirle la verdad. Las mujeres del este de Europa en ese momento no tenían una buena reputación. Fue desagradable para mí decirles a los alemanes que yo trabajaba de noche. Al principio, el bailarín se convirtió, como me parecía, en un amigo. Me ayudó tanto como pudo. Yo le contaba sobre mi amor por el mexicano y me quejaba sobre el comportamiento de mi amado que era incomprensible para mí. Después de leer varios libros románticos, todavía no tenía idea de que la vida podría ser tan dura. Las relaciones con los hombres que tenía en mi tierra natal eran bastante románticas. Esto para mí y para ellos era entonces, a esa edad, algo nuevo, algo verdadero, cuando el corazón decidía y no la mente. En ese momento, me parecía que los hombres después iban a decidir con sus corazones en la vida. Al vivir en las provincias todavía no estábamos mimados por la abundancia de conexiones aleatorias que existían en la vida urbana. ¡Qué

equivocada estaba! Después de recibir una visa de estudiante tuve que dejar a la familia donde vivía como participante en el programa internacional de intercambio juvenil. Pasaron unos días antes de que pudiera registrarme en un albergue para estudiantes. Mis amigas aún vivían en las familias. No pude quedarme con ninguna de ellas. Los hoteles eran caros. El bailarín me invitó a quedarme con él por varios días. Había suficiente espacio en su gran apartamento. La familia cerró el seguro médico que me pagaban. Era necesario hacer uno nuevo de estudiante. Hubo, oficialmente, un período de transición cuando mi contrato con la familia que me hospedaba ya había terminado y el nuevo seguro todavía estaba en proceso. Como yo sabía que en Alemania varios jóvenes a menudo vivían en un apartamento comunal, me mudé a la casa del bailarín sin pensar que para mí esto podría terminar mal. Él vivía en Alemania hacía ya muchos años. En el restaurante donde trabajaba todos lo respetaban y hablaban bien de él. Su apariencia no me causó ninguna sensación de peligro. Durante varios días vivimos una vida ordinaria. Era conveniente conducir al trabajo juntos. Todo parecía ser claro y entendible. Finalmente, unos días después me dieron una habitación en un albergue estudiantil y podría mudarme. De repente, él cayó de rodillas frente a mí y comenzó a rogarme para que me quedara, diciendo que no podía vivir sin mí, que era todo lo que necesitaba en esta vida. Le dije que amaba a otro hombre y que no podía quedarme con él. Cuando llegó la noche, antes de la mudanza, comenzó una pesadilla que duró una eternidad, por lo menos así me pareció. Me violó con furia. Con la desesperación de un hombre que agarra un clavo ardiendo. Él sabía que yo no tomaba ninguna pastilla anticonceptiva, ya que no tenía un hombre, tampoco tenía un seguro médico y las tabletas se vendían con receta. Él pensó que un niño nos uniría y que me quedaría con él para siempre. No me golpeó, pero comenzó a cortarse las venas, repitiendo varias veces que moriría si me resistía y me apretó fuertemente. No podía creer que esto me estuviera sucediendo, porque era una persona en la que yo había confiado todo y no creía que pudiera hacerme esto. La conmoción y el horror me encadenaron y recuperé el sentido solo cuando todo había terminado. La policía simplemente se rio de esta joven rusa, ya que muchas, en ese momento, venían a trabajar en gran cantidad de toda la ex Unión Soviética. Dijeron que, probablemente, yo vivía con mi proxeneta local, con quien no compartía algo y me sacaba por la puerta. Impotencia. Sí, probablemente fue la impotencia ante la crueldad de la vida lo que me mató en ese momento. Mi ángel trató de decir algo reconfortante, pero las lágrimas silenciosamente fluyeron de mis ojos e inundaron mi alma inocente.

De repente, un dolor punzante bajo el vientre me detuvo en el trabajo. Ya estaba buscando otro trabajo para no verlo en el restaurante. Me dolía bajo el vientre y los pechos. Me di cuenta de que él había logrado lo que quería. Los resultados de la prueba de embarazo, naturalmente, no me sorprendieron. No hace mucho había dejado a una familia donde crie a un niño pequeño durante casi un año, que se hizo tan cercano a mí que me sentí como si fuera mío. Me llamó mamá, porque lo traté mucho mejor que su propia madre y estuve allí durante todos los momentos difíciles de su vida. Él entendía esto con su conciencia infantil y confiaba en mí incondicionalmente. Me pedía que le cantara canciones rusas por la noche y bajo esa melodía se quedaba dormido. Conocía varias canciones folclóricas tristes que reflejaban en ese momento el estado de mi alma y las cantaba para él por las noches. Eran lentas y le gustaba quedarse dormido bajo ellas. No sabía qué tipo de idioma era, solo repetía en el idioma de su niñez lo que entendía, distorsionando el idioma ruso a su propia manera y me pedía cantar exactamente lo que le gustaba. Cuando me fui de esa familia, al principio, lo encontraba o llamaba a veces. Él lloraba y decía que estaba sentado todo el tiempo en la ventana y esperaba a que yo llegara finalmente. No fui todo el tiempo. Cuando sus padres le dijeron que no volvería él no quería creer y dijo que, definitivamente, yo vendría. Necesitaba alejarme del niño que se había convertido en mi familia. Eso me estaba rompiendo el corazón. En ese momento tener a mi bebé era exactamente lo que más quería. Una familia y un pequeño milagro que me amaría incondicional e irrazonablemente y a quien le podía dar todo el amor que se había acumulado en mi corazón herido. Los recuerdos del pasado surgieron sobre mí. Después de haber sufrido tantos años, tampoco quería que mi hijo sufriera, porque sabía qué significaba eso. No podía imaginarme un padre así para mi hijo. Mi seguro médico ya había llegado. Los doctores hicieron todo rápidamente bajo anestesia local. El embarazado aún era de pocas semanas. Sentí que de mí sacaban un pedazo de vida. Un pedazo de mis esperanzas, un pedazo de mi alma, un pedazo de fe en el bien de la vida, un pedazo de felicidad que estaba tan cerca y ahora parecía distante e inaccesible. Las lágrimas fluyeron por sí mismas, no pude controlarlas. Después no pude levantarme del dolor por mucho tiempo. Un dolor mental y físico. Los medicamentos no ayudaban. Después de unas horas pude levantarme e irme como una persona completamente diferente. El bailarín lo sabía todo, pero ya no podía detener absolutamente nada. Me estaba esperando cerca de la entrada. Pasé sin mirarlo y me fui para siempre de su vida. Me estuvo buscando durante mucho tiempo, incluso cuando me mudé a otra ciudad. Permanecía de pie en las noches, bajo el frío, debajo de mis ventanas tratando de hablar. Pero para mí él

murió. Ha desaparecido de mi vida y todo pareció ser una pesadilla con la que una vez tuve un sueño. Aprendí una oración que me ayudó a limpiarme de la carga de mi vida, cuando volvían los recuerdos yo repetía:

Señor, acepta el arrepentimiento por mis pecados. Señor, acepta el arrepentimiento por los pecados de los demás. Señor, acepta el arrepentimiento por los pecados de mis parientes vivos. Señor, acepta el arrepentimiento por los pecados de mis parientes fallecidos.

Me sentía mejor. Después de lo que sucedió yo tuve un sueño muy extraño. Habiendo perdido un hijo, logré decirle adiós antes de que falleciera, pero la eterna pregunta «¿por qué la gente tenía que morir?» no me dejó. En ese sueño yo estaba en un lugar extraño. Era algo fuera del tiempo y el espacio, como si se elevara en algún lugar en las nubes. Vi un cenador semicircular hecho de columnas en el estilo griego o romano. Este mirador era parte de una habitación, en cuya pared había extrañas letras y letreros. Ella se destacó como si se elevara sobre un abismo entre las nubes. Entre el cenador y la habitación había un espacio abierto donde había una mesa redonda de color verde como si fuera de malaquita. Salí de la puerta de esa habitación hacia el cenador y vi que había alguien sentado a la mesa de espaldas a mí. Llevaba una túnica monacal y la capucha estaba puesta en su cabeza. Los contornos de este alguien eran visibles, pero no estaba completamente claro quién podría ser. Solo había dos sillas en la mesa redonda. La segunda estaba justo enfrente de este desconocido. Se veía muy extraño. Parecía que algo me empujaba a ir ahí y mirar a la cara a este alguien que estaba sentado a la mesa. Como si este estuviera sentado allí esperándome. Tenía el presentimiento que ahora me encontraría con alguien muy importante. Que eso iba a cambiar todas mis ideas. Pero algo también trabó mis movimientos. Muy lentamente, como en cámara lenta de una película, me acerqué por detrás y

comencé a dar vuelta a la mesa redonda y, finalmente, me senté en la silla vacía, sin atreverme a mirar a quien estaba sentado enfrente. Luego, recogiendo mi fuerza de voluntad, levanté mi cabeza y miré a la cara a este extraño. El horror helado barrió todo mi cuerpo. Quería gritar, pero ningún sonido salió de mi garganta. Frente a mí estaba la muerte, en la forma en que fue retratada en las películas de terror, un esqueleto con los ojos vacíos. Pero yo vi una triste sonrisa en el rostro de la muerte, después de que se hizo evidente mi reacción a este encuentro. De repente, después de darme cuenta de que la muerte también tenía sentimientos, todo miedo desapareció. El rostro de la muerte era infinitamente triste. Ella estaba triste debido al hecho de que la mayoría de la gente la veía solo como un monstruo que reclamaba vidas. La muerte empezó a hablar. Varias lágrimas rodaron de sus ojos vacíos. Ella habló sobre el trabajo importante que le habían confiado los poderes superiores. Ella dijo que el mundo no se quedaba quieto, que todo estaba en constante movimiento y transformación. Que el cuerpo humano era temporal y el alma era eterna y solo a través de la transformación constante en algo nuevo para el alma joven, era posible mejorar y ganar experiencia. Muriendo en el cuerpo terrenal se podría nacer, por ejemplo, en algún lugar de la constelación de las Pléyades, luego renacer en Sirio o en un lugar lejano, donde la conciencia humana nunca había existido. A través de la muerte uno tiene la oportunidad de liberarse del tiempo y del espacio, teniendo la opción de renacer ahí con esa imagen que el alma deseaba para una experiencia nueva. Yo sentí pena por la muerte. Tomé sus manos huesudas en las mías, las acaricié y le agradecí por su arduo trabajo. Así que nos sentamos a la mesa de malaquita y hablamos sobre su destino triste en esta vida. Por la mañana me desperté como otra persona, consciente de la profundidad de la vida y del papel que la muerte desempeñaba en ella. Después de mudarme a un albergue de estudiantes, descubrí nuevamente un mundo desconocido. En esos momentos, los pisos de los albergues en Rusia se dividían en «para hombres» y «para mujeres». Y aquí vivía, por así decirlo, en el mismo apartamento con tres hombres, donde todos tenían su propia habitación separada, pero compartíamos la cocina y el baño. Cuando le dije esto a mis amigos en Rusia, todos hicieron preguntas estúpidas sobre lo que estaba haciendo con los muchachos allí. Pocas personas entendían que esto era posible y decían que el Occidente estaba completamente loco y que no había moral. Las puertas de las habitaciones, generalmente, no estaban cerradas. De alguna manera no era aceptado. Solo la puerta principal estaba cerrada. Por lo tanto,

cuando desapareció el dinero que estaba escondido en mi habitación para una emergencia, no sabía qué hacer, porque podría haber sido cualquiera de los vecinos de nuestro «apartamento». Ninguno de ellos itiría nada y las relaciones se deteriorarían con todos si yo comenzara a aclarar las cosas. Ese fue el comienzo de mi vida en un albergue estudiantil y de la comunicación con los vecinos de mi departamento.

***

Ese día el profesor, de repente, voló desde Montreal al lugar donde me encontraba. Dijo que necesitaba ir a una reunión a esa ciudad latinoamericana donde yo acababa de estar, accidentalmente, en el centro de un golpe político. Yo llegué a esta ciudad justo antes de las elecciones presidenciales. Eso pasó cuando todavía estaba allí. Un opositor del presidente electo, que era el favorito de la gente común, afirmó que los resultados de las elecciones habían sido manipulados. Él se llamó a sí mismo el presidente del pueblo. Por consiguiente, había dos presidentes en un país, uno de los cuales se nombró a sí mismo. Las tropas entraron en las calles principales. La ciudad estaba en barricadas. Las opiniones estaban divididas. Alguien luchaba por el poder del «presidente oficial», otro por su oponente. La capital estaba en completo caos. Nosotros estábamos sentados en un restaurante en el barrio rico de esta gran ciudad, no estaba en el centro, por lo tanto, «no participaba» en los movimientos políticos. El profesor me preguntó con ironía qué me había traído a América Latina. De repente, vinieron los recuerdos sobre mi primer viaje a este mundo multicapa y multinacional, luchando por los diferentes intereses del sistema de las clases múltiples de su sociedad. El descubrimiento de este mundo por mí misma estaba relacionado con mi «amor mexicano». El mexicano era casi diez años mayor que yo y en ese momento ya era un hombre bastante adinerado, aunque él no era de una familia rica. Sus padres estaban divorciados y los hermanos tenían poco o entre ellos, logró hacer una buena fortuna con su propio trabajo, consiguiendo uno en una prestigiosa empresa alemana. En América Latina en ese momento, la mayoría de la población vivía por debajo

del umbral de la pobreza. La especificidad de estos países es que todos quieren pertenecer al mejor y más prestigioso estrato social. Subiendo la escala social la gente quería brillar en su nuevo nicho y no tener nada que ver con los plebeyos. Yo era de Europa, por tanto, era «valorada» en su casa. Además, pocas personas podían averiguar cómo yo vivía allí exactamente y qué hacía. Sin embargo, él no quería tener una «estudiante pobre», sino una hija de padres ricos enviada a estudiar a Europa. Él mintió a todos sobre cuánto dinero yo tenía, sobre mis padres, sobre mi vida hermosa. Terminé en una especie de mundo surrealista que hasta ahora no conocía. Crecí en la Unión Soviética donde las personas eran más o menos iguales, no había una estratificación social tan fuerte entonces, para mí fue difícil aceptar la idea que, de repente, era necesario desempeñar el papel de alguien que yo no era para acercarme al estado de su sociedad. Probablemente, mi amor incondicional por él era tan ingenuo y loco que seguramente a él le interesó saber qué ocurriría. Continuó la comunicación conmigo y me dio una chance, que en ese momento simplemente le parecía divertido. Pasó casi medio año después de que él se fue. Él compró una casa y me invitó para que fuera a conocerla. En Fráncfort del Meno, desde donde tuve que volar a México, tenía varias amigas. Fui para allá con mucho tiempo antes de partir. Paseamos por la ciudad. En el camino nos encontramos una tienda de vestidos de novia. Mis amigas bromeaban diciendo que solo quedaba elegir el vestido y pedir los anillos. Miré hermosos vestidos blancos y parecía que la felicidad, finalmente, estaba en algún lugar cercano, muy cerca. Mi hombre amado podría estar conmigo por muchos años. Yo podría despertar cerca de él, tocar su piel delicada y mirar los ojos que amaba. Yo no tenía dudas de sus sentimientos. Sabía que era «mi» hombre. Lo seguiría hasta el fin del mundo. Yo tomaba los cursos de español dos veces por semana tres meses antes de la salida. Era casi lo mismo que no hacer nada. Además de «hola, gracias y por favor», se quedó muy poco del material después de este corto tiempo. Al llegar al país me volví completamente dependiente de él, porque no sabía el idioma, no conocía el país ni las reglas del juego. Me invitó de inmediato por un par de meses, tanto como fuera posible para obtener una visa. Quería vivir conmigo y conocerme más. Primero, nos instalamos en la casa de su madre. La casa comprada todavía no estaba lista. Era necesario terminar la reparación y comprar todo el equipo.

Fuimos de compras, elegimos juntos todo lo que nos gustó. Él estaba orgulloso de las rejas en las ventanas de su nuevo hogar y el cerco eléctrico instalado alrededor del perímetro de la casa. Yo estaba acostumbrada a vivir en condiciones de seguridad suficiente y me sentía incómoda al ver ventanas con barrotes y electricidad en la cerca. Era un mundo completamente nuevo para mí, un poco peligroso e incomprensible. Era la temporada de lluvias. Cuando vi a las personas viviendo en «las cajas de cartón» en la calle y ahogadas en la lluvia, mi corazón se contrajo. Ya había visto mucha crueldad, pero aún no había encontrado tanta desesperanza. Nosotros amoblamos bellamente nuestro nuevo hogar. Frente a él había un pequeño pedazo de tierra donde hicimos un jardín. Vi una gardenia en el mercado de las flores y me enamoré de inmediato. Esa fue la primera vez que vi esa planta, similar al jazmín. La plantamos debajo de la ventana del dormitorio y su fragancia nos complacía en las noches románticas y apasionadas de amor. También compré algunos rosales. Él plantó las fresas, puso decorativamente las piedras y las plantó entre ellas. Nuestro jardín resultó ser simplemente maravilloso y a veces nos quedábamos de pie por las noches, lo irábamos después de regar, antes de sumergirnos en la locura de los cuerpos fusionados en uno solo.

***

Para México, mi apariencia era muy exótica. La ciudad en la que vivía él era una de las más conservadoras de México. No me vestía desafiante. Pero mi hermoso aspecto europeo, cabello castaño y los ojos verdes atrajeron tanto la atención de los hombres que, cuando caminaba por la calle, todos los autos, en los que su esposa no estaba sentada al lado del conductor, señalaban. El silbido y las exclamaciones de alegría llegaban a la persecución. Intentaban encontrarse conmigo en todas partes. Incluso cuando yo estaba caminando por la calle con él, algunos hombres se nos acercaban y le preguntaban quién era y de dónde venía. El mexicano estaba quemado de celos. Me prohibió salir sola de la casa. Me prohibió incluso hablar con su hermano y sobrino, las únicas personas con las cuales yo podía hablar cuando él estaba en el trabajo, porque sabían inglés.

Me quedaba solo comunicarme con su madre, quien, a excepción del español, no hablaba nada más. Esta mujer me acogió en su familia de inmediato, como si se diera por sentado. Ella tuvo tres hijos y no fue un destino fácil, porque su esposo la había dejado sola con tres niños pequeños, ya que se había ido con una mujer más joven. Aunque solo sabía unas pocas palabras en español, nos entendíamos mucho mejor que con su hijo. En este pueblo mexicano conservador, el destino de las mujeres no era el más fácil. En este lugar había ochocientas recetas de postres creadas por mujeres locales. Hace un par de décadas atrás, estas mujeres solo se dedicaban al hogar, la cocina y los niños, nunca vieron nada más en sus vidas, solo les quedaba una cosa: mostrar un nuevo plato frente a sus amigas. Que ellas también hacían. Su nombre significaba en español «la soledad». Era como una broma malvada del destino, como si supiera que ella tendría que quedarse sola con tres hijos y nunca volvería a casarse. Pero, como muchos latinoamericanos, ella también intentaba convertir cada situación en una broma y redujo su nombre a la mitad, esto significaba «el sol». Así que encontré una amiga maravillosa, que se convirtió casi en mi segunda madre, la señora «Sol». Al principio hablábamos casi «con los dedos», nos reíamos de buena gana cuando alguien entendía algo mal. Luego, gradualmente, fui aprendiendo más y más palabras en español. Comenzamos a hablar sobre temas más interesantes. Esta mujer, prácticamente, nunca ha viajado a ninguna parte, excepto a las ciudades cercanas, donde vivían sus familiares y a la costa mexicana. Por lo tanto, ella estaba interesada en saber qué había allí, lejos, más allá de esta frontera. Ella me preguntaba sobre Europa, sobre Rusia. Juntas hacíamos algo en la cocina, limpiábamos la casa, íbamos de compras. Me enamoré del mango mexicano y lo preparábamos muy rico. A partir de mangos picados hacíamos diferentes tipos de bebidas. Tenía la sensación de haberla conocido toda mi vida. Fue fácil y sencillo con ella. La vida me envió a esta simple mujer mexicana, con quien nos entendíamos perfectamente y que, a pesar de la vida difícil, con su actitud positiva y buen humor, curó las heridas emocionales que yo tenía y que eran más que suficiente. El clima mexicano no era bueno para mí. El calor de cuarenta y cinco grados reducía mi presión. A menudo yo estaba en un estado somnoliento que era difícil de combatir. El agua no se suministraba todos los días, por eso debían tener unos barriles encima del techo de donde salía el agua cuando esta no se proporcionaba. En consecuencia, estos recipientes estaban repletos de bacterias.

Constantemente tenía problemas de salud. Una tarde, cuando me sentí enferma, el mexicano estaba conmigo en la cama y me puso las manos encima. Estas se pusieron calientes y el dolor se me pasó gradualmente. Yo ya sabía sobre el tratamiento de manos. En Rusia ya me trataban así. Allí era normal ir a la llamada «abuela» que sana, pero no me imaginaba que él podía hacer eso. Comenzó a curarme cada vez que era necesario, poniendo sus manos sobre mí, las que se ponían calientes cuando hacía esto. Después de eso, todo se iba. Este hombre inusual, habiendo viajado por medio mundo, hablando diferentes idiomas, volviéndome loca en la cama y curándome con sus propias manos, me volvió completamente loca. Más tarde, cuando regresé, tuvimos algún tipo de conexión telepática. Tan pronto como pensaba en él me llegaba su mensaje. Él me estaba escribiendo un mensaje, mientras yo estaba marcando su número de teléfono. Sentía cuando él estaba enfermo de gripe o cuando sucedía algo en su vida que lo inquietaba. Lo mismo le sucedió a él. Podríamos hablar toda la noche sin darnos cuenta del tiempo. No podía imaginarme que en algún lugar pudiera haber una trampa. Luego, mucho más tarde, entendí que las personas con las habilidades paranormales atraían a mucha gente. A menudo, alguien se enamoraba de ellas. Pero esto no significaba que podían manejar correctamente su sabiduría y no abusar de ella. Cuando me convertí en lo mismo, me di cuenta de que mucho poder estaba en las manos de esas personas y, una vez, también caí en la trampa de un sanador muy fuerte. Pensaba que porque él sabía cómo funcionaba la energía, no podría hacerme nada malo. Pero resultó que mintió a todos los que lo rodeaban usando sus habilidades para «atraer a nuevas víctimas», que dejaba ir después de tomar todo lo que quería. Pero este conocimiento me llegó más tarde. Y ahora estaba descubriendo un nuevo mundo que me sorprendía cada vez más. Lo más probable es que, precisamente por el mexicano, también comenzaría, gradualmente, a probar de lo que soy capaz. Entonces quería demostrarle algo o simplemente estaba interesada en encontrar un nuevo campo de actividad, no lo sé. Más tarde, cuando descubrí que el profesor estaba enfermo mortalmente, desarrollé mis habilidades enormemente tratando de salvarlo. Él no creía ni en Dios ni en el infierno, así que no podía contarle al respecto. Solo lo curé como pude. Desafortunadamente, no tuve suficiente fuerza para salvarlo. Mi querido mexicano durante el día estaba en el trabajo. Por lo general, en ese momento me quedaba con su madre o hacía algo en su casa nueva, en la que ya estábamos pasando la noche. Me llevaba a la casa de su madre antes del trabajo

y luego me recogía allí. Usualmente, yo no contestaba cuando sonaba el teléfono en su habitación en la casa de su madre. A veces llamaba del trabajo y su mamá me lo pasaba a mí para hablar con él. Cuando llamaba preguntaba cómo estaba yo y si debía comprar algo de camino a casa. Una vez se tardó en llegar del trabajo, sonó el teléfono, yo contesté pensando que era él y quise preguntarle por qué se había retrasado. Al otro lado del teléfono había una mujer que estaba muy sorprendida de escuchar mi voz. Le pregunté quién era, a lo que recibí una respuesta que ella era su novia y me pidió de manera convincente que le dijera que debía llamarla urgentemente cuando regresara. Ella dijo su nombre. A la pregunta planteada, el mexicano respondió que debido a mi mal español yo debí haber entendido todo mal y que él no tenía otra novia. Pero por alguna razón comenzó a quedarse más a menudo en el trabajo y un par de veces no vino a la casa a dormir, explicando que tenía que ir a algún lugar por cosas de trabajo. Él no quiso definir nuestra relación. No me habló de ningún plan para el futuro. Era algo así como «venir de visita». En Europa, yo conocí a una persona, pero cuando fui a México, lo encontré completamente diferente y no me era familiar. En Europa, él era solo un extranjero y se comportaba como la mayor parte de los extranjeros que lograban algo en su vida, en la medida de provocación y de moderación, dependiendo de la situación. En su tierra natal, en México, él era una persona con un cierto estatus en la sociedad, él mismo lo había logrado en su vida y trató de enfatizar esto en cada paso. Él me mostraba a la gente, en cada oportunidad que tenía, como si fuera una hermosa muñeca exótica. Todos los hombres de los alrededores jadeaban de envidia. Al mismo tiempo, los celos lo volvían loco y llegando a la casa hacía escándalos, porque le parecía que por las noches yo miraba a otro hombre más de lo «normal». Él no hacía absolutamente nada en la casa y esta fue la primera vez en mi vida que yo conocí el concepto de «machismo». Él esperaba que yo le sirviera todo. Para todas las tareas domésticas de los hombres, simplemente pagaba a los trabajadores asalariados, porque no quería hacerlo él mismo. Después de conocer varias familias mexicanas, me di cuenta de que el fenómeno del machismo no era solo masculino. También estaba presente en las mujeres. Ellas mismas no permitían que los hombres tomaran su lugar en la cocina cuando alguien quería ayudar, o no les permitían hacer algo de las tareas del hogar diciendo que ellas mismas podían hacerlo mejor. Era un mundo de adultos nuevo para mí. En mi tierra natal, en alguna parte, las parejas también tenían tales relaciones, pero no en una forma tan exagerada, por eso nunca lo había visto antes. Acostumbrada en la mayoría de los casos a relaciones más o menos igualitarias entre hombres y mujeres, fue difícil para mí adaptarme a tal situación de inmediato.

Eran noches de loca pasión. Él estaba bien conmigo. Yo dependía de él en este mundo nuevo y extraño. Al mismo tiempo, él disfrutaba de su poder ilimitado sobre mí. Él comenzaba a acostumbrarse a una vida medida, cuando lo esperaba en casa después del trabajo y le encontraba con una alegría genuina cuando regresaba. Los dos apenas nos conteníamos para no ir a la cama de inmediato. A veces la pasión se llevaba todos los argumentos de la mente y simplemente nos encontrábamos en ella tan pronto como regresaba a casa. Se aseguró de que yo no quedara embarazada accidentalmente. Yo quería absolutamente todo con él. Lo miraba a los ojos y quería aumentar mi amor. Quería ver los mismos ojos en una pequeña copia de él cuando estaba en el trabajo o en un viaje de negocios y seguir dando mi amor a un hombrecito que estaría formado por los dos. Pero eso no sucedió. Toqué su delicada piel y fui atravesada por la corriente de pasión que era simplemente imposible de mantener. Nuestra proximidad era de alguna manera sobrenatural. No como cualquier cosa que yo pudiera imaginar. Parecía que todo debía encontrar algún tipo de final feliz. A pesar de sus ataques de celos y machismo, nuestra conexión apasionada suavizaba todos los rincones afilados. Me di cuenta de que en un par de semanas tenía que regresar a casa. Quería explicarle mi vida difícil en Alemania, donde, además de mí, no había nadie que pudiera ayudarme a sobrevivir en este mundo occidental complicado, donde todos pensaban solo en sí mismos. Ni siquiera podía tomarme unos días libres por enfermedad, porque si no estaba trabajando, simplemente no tenía dinero para pagar el albergue y comprar algo para comer. Después de irme unos meses con él, yo no trabajé y gasté todos mis modestos ahorros en pagar el albergue y regresé absolutamente sin dinero. No le pedí nada. No esperaba que él me ayudara con algo. Solo quería que él entendiera que mi vida era completamente diferente, no la forma en que lo imaginaba. No quería entenderme. No quería escuchar nada sobre mis padres que no podían ayudarme de ninguna manera. Él quería tener una imagen de una mujer que estudiaba en Europa, porque los supuestos padres adinerados le pagaban. Luego le conté lo que me pasó, cómo quedé embarazada y cómo tuve que quedarme sin un bebé. Era muy ingenuo suponer que él me entendería. Pero no podía mentirle. Quería hablar con él sobre mi dolor. Me parecía que cuando las personas se amaban, ellas podían hablar de todo, sobre la alegría y sobre el dolor. En ese momento estábamos en la cama. Se levantó, comenzó a caminar nerviosamente por la habitación. Lo primero que dijo fue que no me creía. Que yo misma me acostaba con este hombre y luego me deshice del niño para que no existiera vergüenza. Que en la religión católica era inaceptable abortar. Me dijo

que no podía estar con una mujer así. No podía creer lo que escuchaba. Como si me echaran encima un balde de agua fría, me senté en la cama y no pude recuperarme de sus duras palabras. Él sabía que todavía me faltaban un par de semanas para mi partida. Ya había pedido las vacaciones y pagado un viaje para ambos al sur de México, a la costa caribeña. No podía enviarme a Europa antes de lo planeado, porque para todos los que lo rodeaban todo en su vida tenía que ser perfecto. Él no quería explicar a todos mi partida inventando alguna razón. Así que nos fuimos de viaje por México y debido a este nuevo giro de los acontecimientos su estado de ánimo cambiaba constantemente.

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Crecí cerca de la costa del mar Negro, generalmente iba allí varias veces durante el verano y, en ese momento, mis ideas sobre el exotismo se limitaban a los prados alpinos sobre los cuales se elevaban las montañas de la cordillera del Cáucaso. También con una imagen de un viaje en yate cerca de Sochi, cuando estando en él lejos de la costa, se veían picos de montañas cubiertas de glaciares y debajo de ellos, en la costa, se veían las palmeras y los cipreses, que se parecían a las velas. Esta imagen se quedó conmigo por toda la vida. Antes de mi llegada, él había decidido mostrarme los rincones más famosos de México. Primero viajamos por las cercanías de la Ciudad de México. Caminamos por el camino de la muerte hasta las pirámides de la luna y del sol en Teotihuacán. Por supuesto, las subimos, luego fuimos a las coloridas trajineras de Xochimilco. Comimos tacos y quesadillas preparados allí mismo, escuchando las canciones de los mariachis. Fuimos al museo antropológico en la capital, lamentablemente no tuvimos tiempo para ir al museo de Frida Kahlo. Fuimos a Cholula al pie del volcán Popocatépetl, que en ese momento estaba muy activo y cubría todos los barrios con sus cenizas. Miramos a la hermosa iglesia amarilla construida en la cima de la pirámide azteca como un símbolo del dominio de la Iglesia católica. Excavamos dentro de la pirámide, subimos, iramos el volcán y luego nos dirigimos hacia el sur, a los restos de la civilización maya. En ese momento, solo sabía que las enormes pirámides estaban en Egipto. Las

pirámides mexicanas eran un descubrimiento completamente nuevo para mí. Antes de este viaje, no podía imaginar que en otro lugar también hubiera pirámides enormes. Del mismo modo que no podía imaginar que algún día iría a Bosnia a las enormes pirámides cerca de Sarajevo, con un hombre que amaría con un amor especial, absolutamente sobrenatural. Lo abrazaría en la ladera de la pirámide del Sol al anochecer, mirando debajo las luces de las casas y mezquitas iluminadas de la ciudad de Visoko, escuchando las melodías de un mulá que llama a los musulmanes locales para la oración de la tarde y entendería que mi alma vino a este mundo solo para ver esos ojos marrones y conocerlo a él. Así como la mayoría de la gente no podía creer que había pirámides en Bosnia, hasta el día en que estuve en la ladera de esa pirámide, tampoco podía creer que existiera un amor tan sobrenatural, incluso más grande que el amor que sentía por el mexicano. Esto sucedió muchos años después, cuando yo ya no esperaba encontrar un nuevo y verdadero amor. Este serbio que me volvía loca en un rincón de Europa también era un hombre inusual. Fue amor a primera vista. Al comunicarme con los curanderos conocidos, escuchaba muchas historias sobre un cierto serbio que tenía habilidades curativas extremadamente fuertes. Dijeron que, si quería, incluso, podría resucitar a los muertos. Me dijeron su inusual nombre, que significaba en ruso «montañés». Cuando me hablaban de él, me imaginaba a un hombre canoso de unos sesenta años, con la sabiduría de la vida, con una apariencia ordinaria, «pulida» por la espiritualidad. Al llegar una vez a un seminario sobre ciertas técnicas de curación, entré a la sala donde se encontraba un apuesto joven musculoso de físico deportivo mirando algo en su iPhone. No era como ninguno de los hombres que ya conocía. Una calidez interna especial emanaba de él, haber estado una vez en ese campo ya era difícil separarse. Su aspecto eslavo tenía un tono exótico de los Balcanes. Era alto, apuesto y absolutamente no encajaba en mis ideas sobre la apariencia de un sanador e, incluso, no era mucho mayor que yo. Arrancando su mirada del teléfono me miró y dijo: «Ya te estábamos esperando, ahora comenzaremos. Soy “montañés”. ¿Y tú?». En ese momento me miró profundamente a los ojos y eso fue suficiente para amarlo por el resto de mi vida. Pero eso sería muchos años después. Mientras tanto, pensaba que el mexicano sería el hombre con quien pasaría el resto de mi vida. Entonces, me fui de viaje al sur de México y descubrí nuevos lados de nuestro planeta. México era un mundo muy diverso y único a su manera. Comenzando con la comida mexicana real, que en este país era mucho más sabrosa que en

todos los restaurantes mexicanos familiares de Europa y terminando con una flora y fauna exótica en varias partes de este país. Al principio me encontré con las grandes pirámides, en las cuales, generalmente, no enterraban a nadie. En ese lugar reinaba el dios sediento de sangre Chac Mool, a quien le sacrificaban los corazones humanos. El juego de fútbol entre los indios terminaba, en esos días, con el hecho de que el ganador era sacrificado tallando su corazón. Luego descubrí el mundo del México moderno, con su modernismo absoluto en algunas cosas y con restos de las primeras civilizaciones en el estado de Chiapas, donde hay más de cincuenta dialectos de nativos americanos que aún existen. Mi amistad con Chiapas comenzó con el cañón del Sumidero en la zona de Chiapa de Corzo. Además de las aves y plantas exóticas, allí pasaban los cocodrilos que podían ser tocados con las manos si no hubiesen sido depredadores. Luego hice un viaje a la selva. Iba sentada al frente cerca de la ventana en un minibús, miraba las marcas blancas de las carreteras donde constantemente aparecía algo negro. Al principio, pensé que era tierra que la lluvia aún no removía, pero la «tierra» comenzó a moverse y a convertirse en grandes escorpiones negros o enormes arañas negras y peludas, estaban tomando el sol al costado del camino. Luego me metí en un cuento de hadas en la iglesia de San Juan Bautista en San Juan Chamula. Era imposible fotografiar allí, pero esa imagen permaneció conmigo toda la vida. Los indios creían que al fotografiarlos les robaban su alma. Por lo tanto, a veces había escaramuzas con los turistas, incluso alcanzando hasta las palizas y rompiendo teléfonos y cámaras cuando los turistas no respetaban las normas locales. El piso de la iglesia estaba cubierto de agujas de pino. Había un olor increíble, diferente a todo. Cerca de los santos había espejos que, según la fe de la gente local, quienes se vieron obligados a convertirse de indios en católicos, lo rehicieron a su manera, reflejando el alma de los adoradores. Había muchas velas blancas grandes en el suelo, alrededor del perímetro de la iglesia y en el altar. No había más luz. Los indios creían que el fuego limpiaba el aura, por lo que cuando la gente venía a limpiar sus almas de la pesada carga de la vida cotidiana, debía haber mucho fuego para limpiarlas por completo. Los chamanes se sentaban en el suelo, recitaban hechizos en el idioma de la civilización maya y hacían algunos pequeños sacrificios. De repente, un chamán se me acercó y me habló en español. El mexicano me tradujo. El chamán señaló un punto negro que estaba en mi piel debajo de mi ojo derecho. Apareció un par de días antes. Al principio pensé que, probablemente, era un grano que me había salido de manera inoportuna en la mejilla. Pero la

mancha creció rápidamente y me di cuenta de que era algo serio en la piel. Incluso traté de arrancarlo, pero estaba profundamente en mi piel y tenía un color negro. Me asusté cuando pensé que podría ser cáncer de piel en mi cara por el sol abrasador de México y pensé en ir al médico tan pronto regresara a Europa. El chamán me miró cuidadosamente, luego a mi novio. Me dijo que mi alma estaba sufriendo y quería deshacerse de la situación que me había sucedido hacía muchos siglos atrás. Me dijo que durante la civilización maya yo había sido un sacerdote, al igual que mi novio. Mi alma recordó esto y comenzó a sufrir cuando llegué a México, porque era un sacerdote bajo la influencia de quien en ese momento era mi novio. Él practicaba los sacrificios humanos, lo cual yo creía que no era correcto, ya que yo fui un sacerdote desde la infancia y no podía luchar contra el sistema, incluso siendo un hombre fuerte en aquella vida. Después de una de las fiestas religiosas, el sacerdote estaba muy desesperado al darse cuenta de que ningún dios podía exigir un asesinato. Dios era exactamente lo que todos buscaban, porque era un absoluto con un predominio de energía positiva. Él sometía a las almas del ser humano a muchas pruebas para que pudieran crecer y desarrollarse, poder distinguir entre las energías para transformarlas precisamente en positivas y de alta frecuencia. Incluso, él creó un diablo que hacía todo el trabajo sucio, devolviendo las almas perdidas a su camino correcto, mostrándoles qué estaba mal. Pero la mayoría de las almas buscaban precisamente a Dios, sin importar si iban a él a través del infierno o del paraíso. Era por el hecho de que él les daba lo que era el amor absoluto y la positividad. Por lo tanto, el alma del sacerdote, al darse cuenta de esta verdad, sufrió. Ella entendía que matar no era la voluntad de Dios. Permaneciendo en este estado, camino a casa, el sacerdote caminó por un rastro estrecho en las montañas de Chiapas. De repente, comenzaron a caer unas rocas y una piedra grande lo golpeó en un lugar debajo del ojo en la mejilla. Llegó la muerte de forma instantánea y el alma se fue a descubrir nuevos mundos, sin haber tenido tiempo de liberarse del sufrimiento de ese momento. El chamán habló lentamente. Me sumergí en un trance extraño y ante mis ojos, como en una película, los momentos de esa vida sobre los que él estaba contando, pasaron de manera absolutamente clara. De repente, me dijo que debido al hecho de que ahora yo lo había experimentado nuevamente y me daba cuenta de que no tenía la culpa de ese suceso, de que en esa vida también había participado en los sacrificios, mi alma se calmó. De repente recuperé el sentido y vi que estaba en una iglesia maya en el siglo XXI. Fue difícil sumergirme en la

vida cotidiana después de lo que vi con la ayuda de ese chamán. A la mañana siguiente fui al espejo para lavarme la cara y vi una costra de piel gris y seca alrededor de esta mancha negra. Tiré del borde de la piel seca y la piel negra se me cayó, como si nunca hubiese estado ahí. Su misión terminó después de que esta me mostró un trauma mental y, luego, la herida se curó. Más tarde, cuando comencé a curar a las personas, ya sabía que muchas enfermedades no eran solo de esta vida. Podrían ser ecos de traumas, tanto físicas como mentales, que ocurrieron en algunas vidas anteriores. Cuando las personas de diferentes religiones y razas que acudían a mí se recuperaban después de curar las heridas de las vidas pasadas, yo no tenía dudas sobre la reencarnación.

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Este viaje a México fue, probablemente, unos dos años después de haber conocido al profesor de España. Todavía yo tenía una pregunta: ¿qué exactamente nos conectaba tanto? ¿Por qué me sentía atraída por él y él, a pesar de todos sus títulos y reconocimientos, seguía volviendo a mí y haciendo las cosas por mí que, generalmente, no hacía por los simples conocidos? No éramos amantes. Solo había una comunicación profunda. Poco antes del viaje yo tuve un dolor debajo del omóplato izquierdo. Comenzó sin ninguna razón y los médicos no pudieron encontrar ninguna explicación de dónde provenía. Como el chamán me ayudó con la mancha negra en mi cara, le pedí que viera de dónde venían los problemas con el omóplato, porque me preocupaba que pudiera ser por el corazón. Me dijo que al día siguiente fuera a cierto lugar en las montañas, no lejos de la iglesia donde nos conocimos por primera vez. Allí había una cascada. Cuando llegué, el chamán ya estaba parado en la orilla del río y miraba el agua que caía de la roca. Era un día despejado. El cielo se reflejaba en el agua del río. En la selva, a nuestro alrededor, se escuchaban los gritos y los sonidos de animales y pájaros que pululaban en ella. Cuando me acerqué, el chamán me ordenó sentarme en una piedra grande que yacía en la orilla, frente a la cascada. Luego puso su mano derecha sobre mi cabeza y dijo; «¡Mira!». Al principio solo vi caer agua de una cascada y nada especial. Pero,

gradualmente, el agua comenzó a separarse y me encontré en un tiempo y lugar completamente diferente. Yo era un hombre de unos cincuenta y cinco años, podría decirse, de apariencia eslava. Por alguna razón inmediatamente me di cuenta de que yo pertenecía a los escitas. Probablemente por las típicas figuras escitas en el estilo animal de mi cinturón y ropa. Era el siglo I d. C. Ya conocía las enseñanzas de Jesucristo, porque en uno de mis vagabundeos en Rusia yo conocí al apóstol Andrés, quien hablaba sobre la crucifixión de Jesús y su resurrección. Como filósofo de esa época, escuché con gran interés las nuevas enseñanzas, pero me mantuve en mi propio camino y no me uní a ninguna de ellas. Mi hogar paterno estaba en algún lugar más allá de los Urales. Los escitas eran nómadas y mi padre me llevó a un viaje al oeste cuando yo todavía tenía pocos años. Él era un aproximado del príncipe escita y quería hacer un verdadero guerrero de mí. Pero me hice muy amigo del asesor del príncipe que me veía como si fuera su hijo que se había muerto y en lugar de hacer asuntos militares yo escuchaba, en mi tiempo libre, las historias filosóficas del asesor obteniendo varias enseñanzas e ideas. En ese entonces no teníamos un lenguaje escrito, todo pasaba de boca en boca y por las noches, en secreto, yo escuchaba las historias del asesor frente a sus estudiantes reunidos y sus discusiones sobre diversos temas científicos y políticos. Mi padre no me permitía participar en esto, todavía esperaba convertirme en un verdadero guerrero. Yo poseía habilidades militares, pero no me veía en este campo. Como resultado, llegamos a Crimea, donde gobernó el rey de los escitas Khodarz, el hijo de Ompsalak, quien fue elevado al trono por el rey del Reino del Bósforo Aspurgo. Los escitas difundieron el rumor que el gobernante de Mesia en el bajo Danubio, Plavius Sylvan, le daba tierra a los escitas trasladándolos al Imperio romano. Los escitas eran guerreros fuertes y su idea era convencerlos de participar en la lucha por el poder en Roma, donde la dinastía Flaviana había comenzado a gobernar, lo que finalmente sucedió. Los Roxolanos y otros escuadrones de escitas se involucraron en la lucha por el poder. Después de haber enterrado a mi padre decidí ir con el príncipe escita a Mesia, porque los filósofos romanos eran famosos por sus enseñanzas y yo quería aprender nuevas ideas. Siendo guerrero y consejero, en el que me convertí gracias a un mentor, para mí fue fácil encontrar un lugar en el escuadrón. Todo fue bajo su propio poder y no presagiaba problemas, hasta que el rey Dacio Decébalo invadió Mesia y derrotó al gobernador romano Opio Sabino, logrando capturar la mayor parte de esta provincia. En respuesta a estas acciones el emperador romano Domiciano envió sus tropas a la Dacia bajo el mando del general Cornelio Fusca. Pero fueron derrotados y Decébalo capturó todas las

banderas romanas. Los escitas no querían involucrarse en una disputa entre los dacios y los romanos, por eso, yo fui a la Narbona Galia, donde en ese momento estaba tranquilo. Fue el reinado del emperador Domiciano que siguió activamente una política de fortalecimiento de la única autoridad. Con este fin limitó sistemáticamente la influencia del Senado e hizo su apoyo a la clase de jinetes, el ejército y las provincias. Domiciano estaba tan centrado en sí mismo que exigía que lo llamaran «maestro y dios» y también se apropió de la autoridad de un censor. Lo más probable es que esto se debiera al hecho de que la gente y el Senado amaban más a su hermano Tito, quien se murió de fiebre durante su corto reinado. Algunas personas acusaron a Domiciano de estar involucrado en su muerte. Por lo tanto, en venganza él se proclamó a sí mismo un dios en la tierra. Sus magníficos edificios suponían una pesada carga para la tesorería del estado. Naturalmente, esto causó descontento en ciertas clases y comenzaron las conspiraciones contra el emperador. Después de que se reprimió el levantamiento del gobernador romano de Germania Superior, Lucio Antonio Saturnino, aumentó el número de juicios acusados de «insulto a la grandeza» y, posteriormente, vino la ejecución. Por orden de Domiciano, comenzó la persecución de los filósofos estoicos, entre los cuales se encontraban algunos de mis amigos. En ese momento yo ya había dominado el latín y era libre de escribir panfletos contra el emperador déspota, quien estaba matando a mis compañeros filósofos. Yo tenía un verdadero amigo que me ayudaba a distribuir las cartas de protesta entre el Senado y la aristocracia. Vi toda la imagen, pero por alguna razón yo no pude ver claramente la cara de mi amigo. Él tenía el pelo castaño hasta los hombros con pequeños rizos. Vi su perfil, pero no su cara. Estábamos en la ciudad con el nombre actual de Nimes, cuando comenzaron a organizar redadas. Los librepensadores fueron ejecutados en público para impedir que los otros repitieran las mismas hazañas. Algunos fueron expulsados a la arena del anfiteatro para luchar contra los gladiadores. El final de esta batalla ya era predecible, sus cuerpos serían destrozados por las bestias bajo los aplausos del público. Ambos entendíamos lo que nos esperaba si nos perseguían o traicionaban. Me traicionó un romano cuando llevé mis manuscritos al edificio del Senado. Como a veces me veían con un amigo, me torturaron para descubrir quién era él.

Éramos escitas, yo era conocido por mis actividades como asesor y filósofo, pero nadie conocía a mi amigo. Él me ayudaba porque, por voluntad del destino, caminamos juntos desde Crimea hasta la Narbona Galia, sobrevivimos a las redadas de los ladrones y las luchas de las tribus militantes. Un viaje en conjunto nos selló con lazos de amistad que no podían ser destruidos. El hierro caliente se enterró en mí, pero no podía traicionar a este hombre, incluso bajo la tortura. Al final yo, completamente exhausta por la tortura, fui colgada en una cruz en medio de la arena de Nimes, no fui fijada con clavos como se hizo con los otros, sino atada con cuerdas y me abandonaron allí para morir de hambre. Bajo el peso del cuerpo y el edema por el hambre, las cuerdas se clavaron en mi piel cortando todo y causando un dolor insoportable. Fue la cuerda que se hundió debajo de mi omóplato izquierdo, cuando estaba colgada en la cruz, la que causó el dolor en otras vidas y otros siglos. Colgada en la cruz yo hice la última mirada al público reunido en la arena. Quería ver las caras de aquellas personas que disfrutaban de los espectáculos tan inhumanos, contra los cuales escribí mis panfletos políticos. De repente, entre el público, yo vi a mi amigo. Él me miró a través de la bajada capucha de su capa con inmensa gratitud por la vida salvada y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Aquí fue la primera vez, cuando claramente vi su cara. El profesor. Por supuesto era él, con sus ojos marrones y su piel morena bronceada al sol. Lo más probable es que la conexión que se originó hace muchos siglos atrás llevó al reconocimiento intuitivo de las almas cuando nos encontramos casualmente en Berlín. En la cruz, me di cuenta de que la vida me abandonaba gradualmente. Miré a los ojos de mi amigo, de los cuales fluyeron las lágrimas de gratitud, de dolor por la pérdida, y yo estaba inmensamente agradecida que en mi vida hubiera una persona en quien se podía confiar, incluso más tarde, varios siglos después. A pesar de todo, él nunca me traicionaría, igual como yo a él, ya sea porque luchamos juntos por una gran causa en el Imperio romano o simplemente por la amistad, peleando juntos por las noches contra los ladrones en el camino hasta ahí, en los bosques entre Crimea y Narbona Galia, luchando hombro con hombro y sin retroceder un solo paso. El chamán retiró lentamente su mano de mi cabeza y la imagen desapareció. Ante mí solo había una cascada y el sonido del agua cayendo. Me senté en una roca costera y no podía creer lo que acababa de ver. La voz del chamán me llevó a mis sentidos: «Su alma te paga la deuda —dijo refiriéndose al profesor—. Y solo puedes curar tu dolor debajo del omóplato cuando tu alma se recupere de la amargura de una derrota injusta, rompiendo la cuerda romana que aún cava en tu

cuerpo». Yo no sabía cómo hacer esto, pero le di las gracias al chamán y fui a un restaurante cerca de la carretera, donde me esperaba mi mexicano.

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Luego el camino se extendía en Palenque, donde en el legendario Templo de las Inscripciones había una tumba del sagrado reino de B‘aakal, Pakal, con un gran sarcófago de piedra. En el sarcófago se encontró la momia del gobernante de los antiguos indios mayas, Pakal el Grande. Era inexplicable que el cuerpo del rey fuera momificado con la misma tecnología que se utilizó en el antiguo Egipto para enterrar a los faraones. Además, el sarcófago se instaló en la tumba, sorprendentemente similar a la pirámide egipcia. En ella había una imagen de un hombre que se inclinaba ligeramente hacia adelante, como si estuviera sentado en el asiento de una aeronave. La cabeza de esa persona estaba protegida por un casco transparente, desde el cual se extendían unos cables. Adelante había un aparato que se asemejaba a un generador de oxígeno. Sus manos se estiraban hacia adelante tocando el de control. Con una mano apretaba la palanca y con la segunda presionaba una tecla o un interruptor de la palanca. La tumba fue escondida cuidadosamente. Una escalera secreta en el templo conducía a ella. Además, las inscripciones en Palenque fueron las que llevaron al hecho, que muchos creían, que el fin del mundo llegaría el 21/12/2012, porque el calendario maya parecía terminar en esa fecha. Para mí todo era completamente nuevo. Paseé por las ruinas de los restos de una gran civilización que desapareció de repente, siendo este hecho un gran misterio hasta nuestros días. Mi amado se estaba acercando, después se alejaba de mí, dependiendo de su estado de ánimo, porque no podía o no quería entender lo que me había sucedido en Alemania y lo que llevó al rechazo del niño. Nuestro paseo interesante suavizó estas «esquinas afiladas». Pero entendí que, muy probablemente, no habría continuidad en nuestra relación después de regresar a Europa. Luego visitamos la etnia indígena Lacandón, la única descendiente de los mayas que ha conservado su cultura hasta el día de hoy. Vivían en la llamada selva lacandona entre la unión de los ríos Lacantún, Jataté y Usumacinta, donde también se encontraba la mayor reserva de Montes Azules en Chiapas. Los lacandones viven en pequeñas comunidades en las selvas tropicales.

Anteriormente aislado, ahora influenciados por los mexicanos y mestización. Anteriormente se consideraba que eran descendientes directos de los creadores de las ciudades mayas de los siglos V-IX, y se encontraban en la piscina del río Usumacinta. Entre ellos se extendió el culto a los dioses de la lluvia, de la fertilidad y a los espíritus de la naturaleza. Cada año, sus hombres hacen peregrinaciones a las ruinas de Bonampak y Yaxchilán, ubicadas en el territorio de la tribu. Vi a los hombres de pelo largo con las túnicas blancas a rayas con algunos símbolos exóticos. Al principio, desde la distancia, me pareció que eran mujeres. Pero al acercarme quedó claro que estos eran hombres de apariencia exótica y muy atractiva. El guía dijo que en la Selva Lacandona el turismo sexual era muy común. Hasta los principios del siglo XX, los lacandones vivían aislados y había muchos matrimonios entre los parientes, lo que también se convirtió en una de las razones de la desaparición gradual de la tribu. Se consideraban descendientes de los dioses mayas y trataban de casarse solo con «los suyos». La poligamia era común, algunos tenían hasta cinco esposas. Por lo tanto, cuando las turistas «locas» llegaban a la selva para acostarse con el considerado descendiente de los dioses, y en ocasiones quedar embarazadas de él, la comunidad no condenaba esto, incluso todo eso trajo un cierto ingreso, porque los turistas dejaban su dinero allí por la compra de varias prendas y joyas exóticas. Esta jungla también fue uno de los últimos bosques donde aún se encontraban jaguares, pero, desafortunadamente, no pudimos verlos. Para los turistas en la selva se hicieron pequeños restaurantes bajo toldos. Cuando deambulábamos por las diferentes ruinas yo noté que una gran cantidad de mosquitos tropicales que volaban, pero cuando estábamos sentados en estos restaurantes, por alguna razón, no había ninguno, a pesar de que los turistas sentados eran un cebo maravilloso para ellos. Le pregunté al guía cuál era el milagro que no había mosquitos en ningún lugar de los restaurantes. Señaló hacia el techo, donde estaban colgadas pequeñas bolsas de agua que se movían ligeramente bajo la influencia de las corrientes de aire y creaban algún tipo de vibración que los mosquitos no podían tolerar. Incluso aquí, los indios estaban por delante de varias tecnologías, simplemente conociendo las leyes de la naturaleza. Llegar a Yaxchilán era posible solo en bote por el río Usumacinta. Luego, muchos años después, aún recordaba este viaje mágico en un bote pintado en colores brillantes, con un barquero de pelo largo con túnica blanca lacandona que murmuraba algo en un idioma maya incomprensible. Alrededor estaba solo

la selva. Parecía que ya no existía nada fuera de ella. Solo los gritos de algunos pájaros, libélulas y mariposas que pasaban, lianas que colgaban de las palmeras que estaban en la orilla. Era un mundo completamente diferente, una especie de mundo perdido en el que todo seguía siendo real, no fingido, sin falsedad. Las ruinas de Yaxchilán eran diferentes de las demás. Estaban poco arregladas. Los restos de los edificios se alzaban en medio de las plantas, las cuales les trenzaban por todos lados. Entre las piedras había árboles que crecían a volúmenes increíbles y de alguna manera parecían sobrenaturales, debido a su tamaño. Cerca estaban las iguanas curiosas que parecían interesadas en mirar a los «extranjeros». Eran suficientemente grandes y yo no sabía si temerles o confiar en ellas. Antes de eso, en mi vida, nunca había visto algo así. Su apariencia era un poco aterradora, pero siempre se mantenían a distancia y no se acercaban. Volaban muchas mariposas coloridas, lo que parecía increíble. Solo más tarde supe que en esta selva había alrededor del cuarenta y cuatro por ciento de todas las mariposas mexicanas. Fue como un cuento de hadas. Incluso mi novio se puso un poco más tierno conmigo, y nos quedamos abrazados en la ruina de una de las pirámides, mirando esta jungla, donde todo era surrealista y muy romántico. Vimos otras parejas jóvenes, algunas también abrazadas, otras besándose, cediendo a un momento de romance aparentemente sobrenatural. En ese momento quería que este cuento de hadas no terminara, que él me entendiera, que me aceptara en su mundo que parecía inalcanzable. Quería gustarle, amarlo, ser su mujer, solo suya, despertar en sus brazos, mirarlo a los ojos y ahogarme en un sentimiento de felicidad. Cuando él estaba cerca los otros hombres simplemente no existían. Más tarde fuimos a ver las pirámides en Chichén Itzá con el templo Kukulcán y el cenote sagrado. El descubrimiento más interesante fue en Uxmal, donde había una Pirámide del Mago ovalada, que era diferente de todas las otras que había visto antes. Se elevó treinta y siete metros sobre el suelo y fue coronada como un templo, por lo tanto, todo el edificio también se llamaba «el templo del Mago». Aquí, a diferencia de las otras pirámides mayas escalonadas, los niveles no eran rectangulares o cuadrados, sino ovalados. Según la leyenda, fue creada por el poderoso mago enano, quien más tarde se convirtió en el gobernante de la ciudad de Uxmal. Después de todo este esplendor, nos quedamos durante varios días en el costoso y totalmente americanizado Cancún, donde solo los frescos con los motivos indios en los diversos edificios del centro turístico permanecían de la cultura

mexicana. Lo único que me impresionó mucho fue el mar Caribe con sus muchos tonos de azul y turquesa. Más tarde vi lugares al sur de Cancún donde México aún era auténtico y, realmente, se podía disfrutar de lo exótico que era el mar Caribe. La arena era blanca como la nieve, se pegaba a la piel y era difícil quitarla con el agua. Cuando unos amigos míos fueron al Caribe mexicano, algunos de ellos también les encantó la arena y guardaron un poco en una bolsa de plástico. Pero cuando llegaron a su país, en la aduana, tuvieron que explicar durante un par de horas que era solo arena blanca y no lo que pensaban los funcionarios de aduanas, que era algo que simplemente les gustaba y, por lo tanto, se lo trajeron con ellos. En el hotel caro, donde nos hospedamos, me regalaron una manta mexicana que ha sido mi compañera durante muchos años. Fue uno de los recuerdos más preciados de mi primer viaje a este maravilloso país. Incluso todos mis viajes siguientes no fueron tan impresionantes como el primero. Esta sencilla manta mexicana con rayas rojas y blancas que me regalaron como un recuerdo en el hotel en ese momento, era una pieza de ese nuevo mundo mágico que descubrí por mí misma en este primer recorrido. También fue parte de mi amor por este hombre y por este país, algo que se convirtió en mi familia para siempre. Atesoré esta manta como algo completamente especial. Cuando se murió mi perro fiel, que me acompañó durante muchos años y que era un verdadero amigo, que intentó ayudarme cuando yo estaba enferma y no podía levantarme del dolor y la impotencia, lo enterré en el bosque envuelto en esta manta. Fue en ese bosque que mi perro amaba mucho y donde se escapaba de los jabalíes, casi arrojándose sobre mi cuello cuando se daba cuenta de que, a pesar de su raza cazadora, los jabalíes eran más fuertes. Mi amigo fiel, a quien amaba como si fuera una persona, me dejó. Él nunca reemplazó a los hijos. Este animal entendía todo como una persona. Cuando mi amigo perro se sintió mal, lo traté de salvar haciendo lo mejor que podía. Le curé como pude, probando en él todas mis habilidades curativas, que eran impotentes contra el cáncer de sangre. Lo envolví en la manta que yo usaba mientras estaba recostada en el sofá y a él le encantaba dormir encima de ella cuando venía al diván conmigo. Le di en su último viaje lo que era tan querido para mí, como la amistad de un viejo amigo, un perro que se había ido prematuramente debido a una enfermedad grave. Mi corazón se rompió cuando yo enterré la manta y a mi amigo perro. Lo único que me quedaba eran los recuerdos y también la comprensión que un día terminaría todo, incluso mi propia vida un día seguiría siendo solo el recuerdo de alguien.

El mexicano y yo volvimos a su ciudad. El viaje y la experiencia juntos nos conectó de alguna manera. Pero la relación ya no era la misma que antes. Por alguna razón yo entendí que su actitud, a su manera, era solo una excusa que él eligió simplemente para no complicarse la vida. Lo más probable era que tuviera una novia, a quien una vez yo escuché por teléfono. Debido a su trabajo y la ocupación constante no era sorprendente que él no tuviera tiempo. Por lo tanto, podía tener ambas relaciones y durante mucho tiempo fue imperceptible. Yo no sabía qué esperar de él después. En la última noche, él me amó apasionadamente, como si fuera la última vez en su vida. Fue una noche loca, con muchas caricias y gemidos de éxtasis. En la cama él me volvía loca. Luego, antes de irme, me despedí de su casa que se convirtió casi en mi hogar, donde estaba la cama en la que yo lo amaba con locura. También, de un pequeño jardín que hicimos con mucho amor. Bajo las ventanas de esta casa pusimos la gardenia y las rosas. Él me llevó al aeropuerto. Estuvimos en silencio todo el camino. Nadie le prometió nada a nadie. Un breve abrazo antes de irme a la zona del control y se fue. Las lágrimas brotaron involuntariamente cuando ya estaba sentada en el avión. Me fui en un vuelo transatlántico para siempre, como me pareció. Lo dejé ir dándome cuenta de que si él realmente lo deseaba nos quedaríamos juntos. Él me amaba a su manera y volvía a mí una y otra vez. En las bellas películas y libros el amor se presentaba como algo muy importante y por amor los héroes de estas novelas estaban listos para hacer cualquier cosa. Pero las películas y los libros rara vez mostraban lo que sucedía «más tarde». La realidad cotidiana terminaba en el final feliz, pero detrás de escena quedaba la pregunta: ¿fueron estos amantes felices juntos? Él no me aceptó y no entendió mi esencia. Sus antepasados eran de una familia de conquistadores hispanoses, pero estaban en bancarrota. Él logró todo en la vida por sí mismo y quería algo especial para presentar en público. En la sociedad, donde él rotaba, era importante de quién eres hijo y quién es «tu segunda parte». A pesar de su amor por mí, para él yo era solo una chica de provincia. Él no pudo presentarme con orgullo en una gran recepción como la hija de una persona muy importante. Él aún no reconocía sus propias raíces, ni la familia empobrecida de sus padres, la cual se había derrumbado, ni los conflictos con sus hermanos. Después de todos los esfuerzos que hizo para corresponder a la sociedad, a la cual él estaba tan ansioso de entrar y cuando finalmente estaba en ella, para él la opinión de esta sociedad en ese momento excedía de todos sus otros intereses. Yo no quería ser para él una «persona de segunda clase». No soy esa señora de la alta sociedad con quien él soñaba ver a su lado. Yo decidí darnos a ambos una nueva

oportunidad en la vida.

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Al regresar a Alemania sin absolutamente ningún dinero y con las esperanzas rotas de un futuro feliz, decidí por mí misma que nunca y para nadie sería una «persona de segunda clase». En ese momento, las diferencias de clase en la sociedad todavía eran incomprensibles para mí. Entendí eso más tarde junto con la experiencia de la vida. Yo encontré un nuevo trabajo, nuevos amigos y la lucha por la supervivencia en la selva de la despiadada realidad me tragó nuevamente. Decidí continuar mis estudios en la universidad alemana para ser una mujer con una educación prestigiosa para él. Eso me costó esfuerzos sobrehumanos, pero seguí adelante dándome la oportunidad para un nuevo futuro. En la universidad era posible aprender diferentes idiomas. Asistí a los cursos intensivos de español y nuestras frecuentes conversaciones nocturnas cambiaban cada vez más de una mezcla de alemán con inglés a español. Debido a la diferencia de horario, a veces yo lo despertaba por la noche y él siempre respondía a mi llamada, nunca estaba molesto por despertarle, me decía todo tipo de ternuras. Fue lo mismo conmigo. Él no me prometió nada. Nosotros solo seguimos en o y, a veces, dependiendo de su humor, él se volvía frío conmigo, lo que me llevaba a la desesperación total. Así pues, el profesor se convirtió en alguien especial para mí precisamente porque, a pesar de su alta posición en la sociedad, todos los títulos y regalías, me trató como a una igual y nunca me menospreció. Era exactamente lo contrario de la sociedad superficial en el que rotaba mi amante. Para el profesor lo más importante eran las cualidades humanas en cada persona y nunca se centró en el origen y en el hogar de los padres. Tal vez, porque, a pesar de los padres ricos, esto no le trajo mucha felicidad a su vida. Él apreciaba a las personas por sus propias cualidades. Yo podía aprender mucho de él. Yo apenas comenzaba a girar en el mismo campo de actividad de la sociología, este no era su límite, él tenía los conocimientos multilaterales en campos completamente diferentes. Yo, como una esponja, absorbía todo lo que él me daba y le estuve inmensamente agradecida por esto. Me sentí atraída por él una y otra vez, porque siempre me abría algo nuevo, que en ese momento me parecía increíble.

Mi mundo consistía en muchos colores hermosos, que hablan por sí mismos. Cuando mi amado mexicano me decepcionaba, a veces las palabras no eran suficientes para expresar todo lo que hervía en mi alma y quería salir de allí. Yo comencé a dibujar, porque ante mis ojos aparecieron algunas imágenes que reflejaban el estado de mi alma. Cuando era niña me encantaba dibujar, hacer periódicos que ponían en la pared de la escuela, me gustaba tomar lápices y crear mi propio mundo en una hoja de papel vacía, comprensible solo para mí. Un mundo donde no había ni dolor, ni infelicidad. Pero entonces no estaba muy interesada en el arte. Mi extraño abuelo paterno era artista. Me encantaba ver las pinceladas que hacía durante horas, me pareció maravilloso y fabuloso convertir un lienzo blanco vacío en una imagen, donde había un bosque verde con hermosos animales, luego las mujeres con los vestidos, los cuales yo misma soñaba tener. Siempre quise que me dibujara, pero él respondía que no tenía tiempo. Tampoco encontró tiempo para mostrarme o explicarme qué técnica utilizaba para obtener una imagen. Mi decepción ante tal indiferencia fue tan grande que yo intenté alejarme de la pintura, aunque realmente me gustaba. Pero luego apareció ÉL. Quien se fue al finalizar su contrato y vivió en algún lugar allí, muy lejos, en el extremo opuesto de la Tierra. No podía describir con palabras lo doloroso que fue que él no estuviera conmigo. Que mi «chocolate favorito», probablemente, era disfrutado por otra persona. Que sus manos ya no me acariciaban, que sus labios besaban a alguien más. Solo pude expresarlo con los colores fuertes en mis pinturas comenzando a obtener dibujos bastante expresivos, precisamente porque una vez pasé horas mirando cómo lo hacía mi abuelo. Comencé a entender que en esa pequeña ciudad donde yo vivía no podía convertirme en la persona interesante e inusual que el mexicano quería para sí. Yo tenía amigos en Berlín que me ayudaron a trasladarme a una universidad metropolitana más prestigiosa y conseguir un trabajo en un hotel, donde pagaban bastante bien. Tal vez fue el destino conocer al profesor en ese hotel, de lo contrario nunca nos hubiésemos conocido. Después de que obtuve un elegante ángel guardián, tuve la sensación de que no me podía pasar nada malo. Posteriormente, me instalé en el distrito más criminal de Berlín, porque vivir allí era barato y yo no tenía miedo de caminar sola por las calles en la noche. Incluso los hombres no se sentían seguros allí. Me encantaba ir sola al cine en las sesiones nocturnas. Después de la película caminaba sola respirando la frescura de la noche. Quería tener una idea más profunda de la película. No me gustaba llevar un paraguas conmigo cuando iba al cine. A veces los copos de nieve caían sobre mí, iluminados por la luz de neón de los escaparates o las gotas de lluvia

ocultando mis lágrimas que corrían por mis mejillas. A menudo, estas eran lágrimas de sentimentalismo, una corriente de sentimientos después de la película. Pero a veces se trataba de lágrimas de amargura que lavaban mi alma herida, lavaban el polvo y la amargura asentadas, dando aún un brillo mayor de pureza y que hacían posible volver a brillar. Aquellas seguían corriendo por mis mejillas mezclándose con la lluvia… En los aeropuertos de Berlín salían vuelos a varias partes del mundo. En la primera oportunidad yo compré un boleto de avión y me familiaricé con todas las perlas de Europa. Empecé a aprender francés, porque él también hablaba. Decidí que trabajaría en la ONU después de terminar mis estudios. De repente, el mexicano dijo que había hecho un nuevo contrato para trabajar en Alemania y que vendría por dos años para estar más cerca de mí. Estaba borracha de felicidad hasta que llegó. Su lugar de trabajo no estaba en Berlín, pero quedaba a solo dos horas en automóvil, lo que permitía vernos con suficiente frecuencia. Mientras yo esperaba un encuentro con él, a menudo me sentía como si estuviera bajo el agua, flotando lentamente hacia arriba, donde había oxígeno. El aire en los pulmones aún no se había acabado, pero era necesario distribuir las fuerzas correctamente para no asfixiarse y no tratar de respirar bajo el agua para no entrar en pánico, porque el aire todavía estaba lejos, varios metros más arriba a donde yo tenía que llegar. Bajo esa capa de agua ya podía ver el cielo azul, el sol. Era un anticipo que pronto sería posible respirar libremente. Pero entre eso todavía había algunos segundos, minutos, horas, días, meses, metros y «kilómetros» de vida. Era como si me estuviera moviendo lentamente hacia arriba, con la esperanza de que el aire que estaba en mis pulmones aún fuera suficiente, que no me dejaría mi fuerza y que en un impulso de reflejo no empezaría a respirar bajo el agua… Así como una vez en México queríamos ver todos los rincones interesantes del país, tanto como fuera posible, así también queríamos hacerlo en Alemania, por lo tanto, viajamos juntos por todo el país. Me recogía si el lugar al que íbamos quedaba por el camino, si no yo llegaba a él en tren y nos íbamos en su automóvil. Descubrimos muchos lugares interesantes en Alemania. Aquellos que podíamos visitar durante el fin de semana, porque durante la semana teníamos que trabajar. Primero fuimos al Rin, a la legendaria roca Lorelei, que se encuentra cerca de la ciudad St. Goarshausen, en el punto más estrecho del río. Ambos leímos a

Clemente Brentano y Goethe, quienes describieron a Lorelei como una de las ninfas del Rin, quien con su canto bonito atraía a los marineros hacia las rocas, como las sirenas en la antigua mitología griega. En este lugar, la corriente fuerte y la costa rocosa de esta sección del Rin crearon, en los viejos tiempos, todas las condiciones para los naufragios frecuentes. Este lugar también fue llamado comúnmente «la roca susurrante», porque el efecto del susurro era producido por los rápidos, los cuales existieron aquí hasta los principios del siglo XIX. Ahora, aparte del nombre y las costas pintorescas no quedaba nada. Pasamos la noche en la capital comercial de Alemania, Fráncfort del Meno, después de ver cómo el río Meno conecta con el Rin en la ciudad de Maguncia. Los rascacielos de Fráncfort me causaron una impresión inolvidable. Las nubes se aferraban al techo del edificio conocido popularmente como el «lápiz», por la forma óptica de un lápiz afilado, y este atravesaba las nubes, por así decirlo, con el techo. Una vista inolvidable de los rascacielos y de todo el centro comercial y bancario de la ciudad se abría desde el puente sobre el río Meno. Nos quedamos allí por la noche, abrazados, mirando esta vista iluminada por las luces y luego nos fuimos a dormir a un hotel cercano. El siguiente viaje memorable fue la isla de Rügen, con sus acantilados de tiza blanca, cubiertos de exuberante vegetación verde. Desde ellas se veía el mar abierto. Nosotros sentados en un restaurante cerca de la playa vimos de noche las luces de los barcos que pasaban. Por la tarde caminamos alrededor de la isla, considerando su forma bastante extraña, en la cual la orilla está marcada fuertemente y sus curvas forman muchas bahías, ensenadas, penínsulas y cabos. En el cabo Arkona, en la península Witte, había una vez un asentamiento eslavo fortificado, con un templo dedicado al dios Svetovid. La ubicación del asentamiento ya ha sido parcialmente «devorada por el mar», pero las murallas de tierra se han conservado. Los arqueólogos afirman que la isla estaba habitada ya en la Edad de Piedra. Los montículos y las piedras de sacrificio, los cuales son características de las tribus eslavas, se han conservado en toda la isla. La conversión forzada a la fe cristiana se produjo solo a fines del siglo XII, cuando la isla quedó bajo el dominio del rey danés y el rey ruyano Jaromir se convirtió en su vasallo y la isla se convirtió en una parte del obispado de Roskilde. Nos quedamos en la ciudad de Binz, donde, de acuerdo con el plan del arquitecto Otto Spalding, se construyó un kurhaus, creando la atmósfera del Brighton inglés, que era la principal atracción arquitectónica de la isla. Esta isla sobrevivió a los eslavos, daneses, suecos, incluso a Napoleón Bonaparte, y conservó su entusiasmo por la mezcla histórica de diferentes culturas y pueblos, reflejada tanto en los monumentos históricos como en los edificios más nuevos

de la era de la RDA. También me llamó mucho la atención la Suiza sajona, llamada así en el siglo XVIII por iniciativa de los dos artistas suizos Adrian Zingg y Anton Graff, quienes la denominaron así cuando viajaron a la zona, ya que les recordó a su Suiza natal, sobre todo la cordillera del Jura. Antes de eso, la parte sajona de las montañas de arenisca del Elba se llamaba «Meseta de Meissen». Esta se encuentra en la parte alta del río Elba, cerca de Dresde y continúa en la República Checa. La peculiaridad de estas montañas es que consisten, por así decirlo, en majestuosas «esculturas» naturales formadas por la destrucción erosiva de las antiguas rocas de arenisca. Durante milenios, las corrientes de agua y los vientos dominantes han creado extrañas figuras de piedra. En este sitio de la cordillera, una vez salpicó el mar y los picos de hoy se encontraban en el fondo. Después del periodo Cretácico, el mar retrocedió y dejó los acantilados desnudos con un paisaje fantástico, valles estrechos y gargantas sombrías. Pasamos parte de la ruta más famosa de estas montañas, el «Camino de los artistas», que se extiende por ciento doce kilómetros. A lo largo se encuentran todas las atracciones principales de este parque nacional. La vista más impresionante fue el macizo rocoso de Bastai, con forma de una plataformafortaleza de montaña, rodeado de protectoras barandas de piedra con el hermoso puente Bastai, de setenta y cinco metros de largo, que pasa a través del desfiladero «mortal». Inicialmente, en este sitio había un puente levadizo de madera, que durante el asedio podría levantarse o simplemente quemarse, si los enemigos ya estaban parados sobre él. Por eso la garganta que está debajo del puente se llama «mortal» —Mardertelle—. Según la leyenda, en el siglo XI, las tropas imperiales de Enrique IV atacaron repentinamente el castillo de Neuraten, que en esos días pertenecía a los sorbios. Los asustados guerreros sorbios salieron corriendo de la fortaleza, pero no pudieron quedarse en el puente tembloroso y encontraron su muerte en el desfiladero «mortal». Más tarde, este puente fue reemplazado por uno de piedra y la fortaleza se convirtió en un museo. La Suiza sajona atraviesa el río Elba. Conducimos a lo largo de su sinuoso cauce en un pequeño bote, mirando desde allí a las montañas de Elba con la vista más magnífica en toda su altura. Luego fuimos a las cascadas más hermosas de Lichtenhain y comimos un refrigerio en un pequeño restaurante ubicado justo al lado. Desde aquí diverge una red de senderos para caminar. Estos pasan por un bosque con pinos altos y suelo rocoso rojizo, casi desprovisto de hierba. Incluso logramos llegar a la llamada «Bastilla sajona», la fortaleza de Königstein, rodeada por un muro de cuarenta metros, que

se eleva doscientos cuarenta metros por encima de las orillas del Elba y cubre un área de nueve hectáreas y media. Las impresiones de esa zona permanecieron de manera inolvidables en mí. Incluso hasta el pintoresco pueblo de Bad Schandau, ubicado a orillas del río, donde pasamos la noche. En Alemania, el mexicano era una persona completamente diferente. Sin ataques de celos sin causa, sin esa arrogancia de una persona de otro estrato social, sin ningún secreto. Probablemente era solo él mismo dejando caer todas las máscaras que llevaba en su país. Yo estaba feliz con él a mi manera. Pero él nunca se preocupó por mí y no hizo nada para ayudarme. A veces él pagaba los boletos para ir a México o los hoteles donde nos alojábamos, porque le gustaba mi compañía, pero nunca me preguntó cómo y de qué vivía yo. A menudo tenía la impresión de que él no estaba interesado absolutamente nada sobre esto. Él decía que Alemania no era un país para él, que volvería a México de todos modos, que su vida estaba allí. Él quería estar en el círculo de personas de un estrato social diferente, ser alguien «especial» en su país y no solo un extranjero en Alemania. Yo estaba buscando interesantes trabajos secundarios. A veces trabajaba como traductora para los altos funcionarios del gobierno. Yo iba a varias embajadas. Fui coautora de un libro sobre el Parlamento Europeo. Yo quería que él, finalmente, me reconociera como «suya». Pero él continuó viviendo su vida, sin interesarse en lo absoluto en la mía. Fuimos a elegir un reloj caro con diamantes que él quería tener para que los alemanes no pensaran que era un mexicano pobre. Su ropa interior costaba una cuarta parte de mi salario. Él vivía su vida dejándome entrar en ella solo cuando quería sexo o compañía, pero no entraba en los detalles de mi existencia. Él vivía en otra ciudad, nos veíamos solo los fines de semana o en las vacaciones. Cuando nos volvimos a encontrar, yo tuve la sensación de que había miles de años luz entre nosotros, nos alejamos mucho el uno del otro durante el tiempo de separación. Pero cuando él terminaba en mis abrazos, la distancia entre nosotros era igual a cero y nadie era más querido. Cuando nos vimos, apenas nos contuvimos para no estar inmediatamente en la cama. Estas eran las noches locas de amor que recordé por muchos años. Yo siento que esto no lo tuve con nadie más. Lo veía y todo lo demás dejaba de ser importante. Incluso los recuerdos de su sabor, su olor, la ternura de su piel me volvían loca de inmediato. Una vez estuvimos en un hotel en la costa del Báltico, en ese lugar hubo un mal funcionamiento de las luces y estas se apagaron cuando ambos estábamos en la bañera llena de agua tibia. Se encendió la luz de emergencia. En la tenue luz roja, nos amamos locamente y luego él se fue. No me llevó a

México. Él simplemente me dijo: «Hasta luego», lo que significaba algo como; «nos vemos un día» y se fue a su propio mundo, donde no definió ningún lugar para mí. La desesperación me invadió. En mis ojos llenos de lágrimas había varias preguntas: «¿Por qué? ¿Por qué yo no podría estar con la persona que amaba? ¿Por qué la diferencia en los estratos sociales era tan importante en este mundo? ¿Por qué mi amor y mis esfuerzos por convertirme en la que él imaginó como la compañera de su vida no fueron suficientes para estar con el hombre que fue un ídolo para mí? ¿Por qué el dinero y el estatus social eran más importantes que mi enorme corazón que le di y que podría calentarlo toda su vida?». No tenía respuestas a estas preguntas. Yo decidí seguir viviendo mi vida, sin vincularla con nadie específico, solo conmigo. Los encuentros con el profesor llenaron mi vida con algo cálido e inusual. Me sentí atraída por él una y otra vez como por un imán, incluso sin ninguna intimidad sexual, era algo mucho más que solo amistad. Nadie entendió la esencia de esta conexión hasta el final, porque todavía éramos una mujer y un hombre atractivos, simplemente no podíamos vivir el uno sin el otro por mucho tiempo y buscábamos razones para encontrarnos nuevamente en los próximos meses. Cuando me enteré de la enfermedad del profesor, yo intenté durante mucho tiempo encontrar su causa.

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Siempre me pregunté «por qué», pero cuando el chamán en Chiapas, usando el ejemplo de una mancha negra en mi mejilla, me demostró que las conexiones de una vida pasada podían tener la influencia en el presente, yo no tuve dudas de que la historia con el profesor, que me mostró después, fue una vez algo real. Esta unión era algo completamente loca para mi comprensión de la realidad, pero el hecho de que nuestras almas tenían esta conexión profunda hizo que nos encontráramos en esta vida, de ello no tenía ninguna duda. Después de descubrir que teníamos una amistad tan fuerte, ella no me permitía traicionarlo, ni siquiera bajo tortura. Yo quería darle algo en esta vida, sabiendo que su alma me había encontrado para agradecerme. Por lo tanto, cuando descubrí su enfermedad quise curarlo. Por alguna razón, ingenuamente asumí que podía hacer esto, porque tenía algunas habilidades. Comencé a leer muchos libros sobre varios métodos

de medicina alternativa. Hasta que en una clase de yoga oí que un maestro iría a Berlín para dictar seminarios sobre las técnicas del arte de la curación meditativa, la cual tenía ya más de mil años. En la antigüedad, esta enseñanza era secreta y se transmitía de maestro a alumno en absoluto silencio y mutismo. Durante una generación, siempre hubo solo un sanador que curaba a multitudes de personas con un solo toque. En el siglo XXI, se abrió a un público más amplio, como muchas otras enseñanzas, conectando a más personas al proceso de transformación espiritual. En ese seminario se necesitaban pacientes para que aquellos que estaban estudiando pudieran entrenar con alguien. Participar así era gratis. Como uno de mis amigos estaba aprendiendo, sugirió que yo fuera su paciente, porque yo no tenía dinero. Entonces me familiaricé con el método, cómo estando en un estado meditativo, reconocer la enfermedad de un paciente y cambiando mi condición, puedo cambiar su salud. A partir de esto comenzó mi viaje a nuevos horizontes, donde descubrí por mí misma que el alma no tenía límites. Para curar a alguien, su presencia física cerca de mí no era necesaria. Este maestro, por alguna broma del destino, también era mexicano, que pertenecía, originalmente, a una familia de magos o hechiceros indios, sobre quienes Carlos Castaneda escribió en sus libros. En virtud de esto, poseía tal riqueza de conocimiento que el yogui indio necesitaba transmitir todas sus enseñanzas. Según las leyendas, el yogui lo encontró telepáticamente. Además, en el transcurso de quince años transmitió telepáticamente su conocimiento, hasta que el mago mexicano se convirtió en el guardián del sistema completo de ese camino espiritual. Desde el principio, lo que yo iraba en esta persona no era que él fuera una especie de gurú, sino que era su extraordinario sentido del humor y facilidad de comunicación. Y también que emitía algún tipo de luz interior, que automáticamente iluminaba a todos los presentes. Como dijo uno de los estudiantes, el «gurú» era la persona quien, con solo una mirada, podía cambiarte. Así fue. Cuando el maestro entró en la sala y miró a su audiencia, algo cambió en todos. Todo se convirtió en una especie de atmósfera especial. Al final, dijo que su espíritu estaba en todas partes. Cuando necesitáramos su ayuda podíamos llamarlo y él podía dirigirnos en el camino correcto o apoyarnos con algo. Por extraño que parezca, a veces yo recordaba estas palabras por las noches en un sueño, como si sintiera su presencia. Y al día siguiente aparecía la solución al problema, por el cual le pedí ayuda. Después de comenzar a profundizar mis conocimientos en curación, de repente yo tuve miedo de la información que me había llegado. Me di cuenta de que este

era un vasto campo de conocimiento, donde se podía abusar de muchas cosas si quisieras. Como la mayoría de mis amigos, yo estaba indignada en el pasado, porque había unos secretos conocimientos, para los cuales no todos tenían permitido el . Pensé que era sectarismo, esnobismo u otra cosa, suponiendo que las personas que pertenecían a algún tipo de conocimiento simplemente querían parecer alguien especial. Pero habiendo estudiado las capas más profundas del conocimiento, de cómo funciona la energía humana y qué interconexiones existen, incluida «la ley del boomerang», recordé involuntariamente una escena del libro de Olga Kharitidi, donde ella describe cómo un chamán, mientras enseña, pone una serpiente en la mano de su estudiante y lo obliga a sostenerla. Al mismo tiempo, explica que el poder era como una serpiente: si la sostienes con mucha fuerza y la presionas, te morderá, y si la sostienes sin fuerza, se te escapará de la mano y se irá. Por lo tanto, se necesita encontrar un equilibrio para no perder y no sufrir. En este sentido, me quedó claro que solo los elegidos fueron itidos al conocimiento, de modo que mientras recorrían el camino del conocimiento, se organizaban diferentes exámenes para ellos, donde podían comprobar la pureza de sus pensamientos antes de revelarles toda la verdad. Aun así, no siempre fue posible evitar el abuso del conocimiento y del poder, como la historia lo ha demostrado repetidamente. Habiendo alcanzado cierto grado de conocimiento yo tuve miedo. No sabía si yo podría ser tan neutral como para no usarlo en detrimento de alguien. Decidí no ir más profundo para no entrar en lo desconocido. En ese momento me encontré con un libro donde el autor acababa de describir la afición de la gente al esoterismo, algo que de repente se puso de moda y hubo un deseo de meterse en las materias sutiles. Él pidió hacerse una pregunta: «¿Por qué una persona quería hacer esto? ¿Cuál era su propósito?». De hecho, a muchos les gustaban las cosas sobrenaturales precisamente porque querían aumentar su ego, tener un poder que otros no tenían o simplemente querían ganar mucho dinero. A menudo la gente entraba en algún tipo de conocimiento, pero no estaba preparada física o intelectualmente para ello. Cuando comenzaron a ver algo que estaba más allá de los límites de la realidad ordinaria, para algunos la psique, simplemente, no pudo soportarlo y terminaron en los hospitales psiquiátricos. Esto le sucedió a dos de mis amigos y decidí alejarme lo más posible de todo esto para no sufrir por alguna casualidad y, además, para no hacer sufrir a nadie. Al sumergirme más y más en el llamado «mundo sutil», descubrí por mí misma que entre más habilidades yo tenía, más me veían tanto en el «mundo blanco»

como en el «mundo oscuro» e intentaban usarme de alguna manera. Los casos eran diferentes y, de hecho, mi talismán de turmalina negra, la que me había dado una vez en las montañas la hechicera, me ayudó repetidas veces. Al mismo tiempo, al acercarme a la «hermandad blanca», yo sentía su protección increíble que me salvó en varias situaciones impredecibles. La lucha entre la luz y la oscuridad, como lo descubrí después, no fue solo en las películas o en algunos libros. La mayoría de las veces era en la vida cotidiana, lo que simplemente la gente no notaba, no se daba cuenta de esos temas. Ella sucedía de diferentes maneras. Muy a menudo en la realidad, pero a veces también en los sueños, porque en ese momento la mente controladora se apagaba y la conciencia se movía a otros mundos, donde no tienes el durante el día. El más vívido era uno de los sueños que tuve durante los críticos eventos políticos, que en ese momento tuvieron lugar en el mundo. Ese fue un sueño muy extraño. Yo estuve en un castillo viejo. Este era muy alto. Conmigo estaban las mismas personas con las habilidades extrasensoriales. La puerta principal parecía un portón, donde intentaban entrar los gigantes. Para mí no estaba claro del todo qué querían ellos allí. ¿Por qué eran tan grandes si el castillo tenía el tamaño normal, construido para las personas de mi altura? Hasta que, de repente, en el castillo aparecieron algunas criaturas vestidas de gris. Una de ellas vestía ropa moderna, alguien usaba antiguos vestidos con las faldas magníficas, como las emperatrices, decoradas con las mismas joyas grises o incoloras. Resultó que desde algún lugar yo ya conocía sus caras y me sorprendió mucho cuando de repente ellas comenzaron a atacarnos usando sus habilidades mágicas. Parecían seres humanos, pero no eran personas. De repente me di cuenta de que se trataba de entidades del mundo del demonio, las que antes vivían entre nosotros reuniendo la fuerza e información para un ataque decisivo. La pelea se parecía a las películas, como El señor de los anillos o Harry Potter. Volaron bajo el techo y usaron el fuego y todo lo que estaba a mano de la magia. Nosotros éramos el poder de la luz, ellos eran el poder de la oscuridad. La pelea fue muy difícil, pero nosotros ganamos. Inmediatamente después de esta victoria, difícil para nosotros, fue como si alguien me hubiera despertado. Por alguna razón yo quería dormir. Apenas abrí los ojos. Yo estaba acostada de espaldas, de cara al techo. Cuando los abrí, me horroricé al ver una calavera volando debajo del techo, como si sonriera, estaba hecho de un metal plateado iridiscente, similar al mercurio. Alrededor de él y en sí mismo había una energía, como una niebla y brillaba en rojo. Esta criatura parecía sonreír, burlándose de

nuestra victoria y recordándome que la batalla aún no había terminado, que todavía ÉL estaba aquí, en algún lugar cercano y que podría atacar nuevamente en cualquier momento adecuado para él. El cráneo «metálico» comenzó a evaporarse. Él desapareció gradualmente sonriéndome. Había un resplandor rojo debajo del techo. Se desapareció más lentamente aún. Como a regañadientes recordando a su dueño. Mi corazón latía terriblemente de horror tratando de saltar de mi pecho. Hice lo mejor que pude para llamar al arcángel Miguel pidiéndole que me protegiera. Inmediatamente después de eso, la luz roja comenzó a desvanecerse más rápido. Como si estuviera asustado. Llamé a los santos Cipriano y Justina, san Trifón, Jesús, todos los arcángeles. Mis ojos se cerraron casi por sí mismos. Por alguna razón yo tenía mucho sueño. Encendí la luz. Eran las 05:10 de la mañana. En la calle pura oscuridad. Dejé la luz encendida, por el miedo de que volviera la maldad. Me giré de lado para no mirar al techo. No podía conciliar el sueño, porque ante mis ojos cerrados había destellos de luz blanca y dorada. Como si los arcángeles quisieran mostrarme que estaban conmigo y me protegían. Un poco más tarde descubrí que entre las tres y las cinco de la mañana, el mundo sutil es más activo y, a menudo, se manifiesta a aquellos que pueden verlo. Caí en un sueño, en el que no soñé nada más. En la mañana descubrí que, en la noche, antes de ir a la cama, había una amenaza de una nueva guerra nuclear. Todo se resolvió precisamente en la mañana. Los «grandes jugadores» se calmaron y llegaron a algún tipo de acuerdo. Si eso fue solo una coincidencia, yo no lo sabía. Pero esa noche la luz conquistó la oscuridad protegiendo a nuestro planeta de la guerra nuclear. Al principio, los problemas de salud que tenía el profesor no eran tan graves. O no me quiso decir todo hasta el final. Pero con el tiempo yo comencé a notar que él estaba empeorando. Esto se hizo evidente en las ojeras bajo sus ojos. Dijo que tenía cáncer de riñón, luego tuvieron que extirpárselo para tratar de prolongar su vida. Yo no quería volver a la curación, pero de repente comencé a enfermarme, como si me castigaran por tal decisión. Una noche, el arcángel Miguel vino a mí. Yo no tenía idea de lo que se suponía que era él, pero cuando apareció, supe de alguna manera que era él. Fue como si algo dentro de mí me dijera su nombre. No era una especie de imagen de un hombre con alas, como ha estado pintado en iconos. Era un resplandor brillante de color azul, una energía en movimiento muy poderosa y con la forma de alguien, como con alas. No había imagen, solo un montón de energía fluyendo hacia algún tipo de silueta. Se paró a mi lado y fue como si oyera una voz que me decía que yo no debía salir del camino que

había elegido antes de nacer en la tierra, de lo contrario sería castigada. Fue como si una pantalla apareciera ante mí, en la que me vi como en una película de la Guerra de las galaxias u otra película de ese género, dentro de algún tipo de construcción que se parecía a una enorme nave espacial. Mi alma estaba en el medio de una gran sala circular. Detrás de un enorme ojo de buey se veían algunas estrellas, galaxias. Había seres a mi alrededor que nunca había visto en la tierra. Había una persona o alguien, al menos una especie humanoide no particularmente diferente de los terrícolas. Todos se pararon a mi alrededor, vestidos con algo que parecía largas capas con capucha. Las capuchas no estaban puestas sobre la cabeza. Yo estaba vestida de la misma manera. En la ropa estaban los mismos símbolos que en la túnica blanca de mi ángel a la moda que me acompañaba desde la infancia. Entendí claramente que eso simbolismo nunca lo había visto en la tierra. Me llamaron «hermano», diciéndome que todos éramos de la «hermandad blanca». Cada uno de nosotros tenía su propia tarea que debía cumplir. Entonces uno de ellos se me acercó y me entregó algo así como un rollo de papiro. No tenía la sensación de que en la sala hubiera criaturas de diferentes jerarquías, todos parecían ser iguales, incluyéndome a mí. El pergamino me lo entregó simplemente uno de nosotros, quien dijo que era mi contrato con la hermandad blanca y que tenía que cumplir cuando naciera pronto en la tierra. Añadió que yo misma necesitaría siempre recordar que había consolidado este acuerdo. La imagen desapareció y antes de desaparecer escuché del arcángel Miguel: «Hazlo». A partir de ese momento ya no tenía un camino de regreso. Durante los siguientes cuatro años, muy a menudo sentí la presencia del arcángel Miguel, como si me estuviera guiando por un camino específico, sin permitirme que lo abandonara. Dejó de aparecer tan a menudo solo cuando se aseguró de que yo nunca saldría de mi camino…

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Yo estaba sentada con el profesor en el tablao flamenco en Madrid, el cual no estaba lejos de su casa. Este tenía la forma de un restaurante con un gran escenario, donde los bailarines mostraban su arte, mientras que la gente comía los platos españoles más exquisitos, regados con el mismo exquisito vino de las bodegas locales. El programa fue corto, pero los bailarines causaron una

impresión fuerte. Luego nos sentamos allí por un tiempo después del espectáculo, discutiendo uno u otro baile en particular. En este programa había mucha coreografía, donde un hombre y una mujer bailaban en pareja, algo que no se veía tan a menudo en un concierto regular de flamenco. Así pues, desde la danza expresiva entre un hombre y una mujer, fuimos cambiando lentamente al tema de las relaciones personales y él tocó el tema de mi matrimonio. Yo recordé lo que sucedió en ese entonces, hace mucho tiempo, después de que el mexicano se fuera para siempre y yo decidera vivir una vida diferente, la mía. En ese momento ya distante, la vida seguía su curso. Además de reunirme con el profesor, no tenía hombres en mi vida personal. La historia con el mexicano volvió mi alma al revés y yo no busqué nuevas relaciones. En ocasiones, mis amigos me invitaban a una cancha de tenis en la universidad, se podía jugar sin invertir mucho dinero en ella. Todos eran estudiantes jóvenes que esperaban un futuro mejor. Se formó una compañía divertida. Un chico decidió enseñarme a jugar porque era muy aficionado a eso. No le presté mucha atención. Su buen amigo demostró un gran interés en mí, quien por todos los medios intentó conquistarme. Este amigo me pidió mi número de teléfono. Acabé dándoselo para que, finalmente, me pudiera deshacer de él. Pero ese día él olvidó su teléfono en su casa, por lo tanto, el número fue grabado en el teléfono de mi compañero de tenis. Pasó el tiempo, pero el amigo del tenista, tan interesado, no me llamó. Unas semanas más tarde, en un club de estudiantes, donde esa noche había una discoteca rusa, accidentalmente me encontré con el tenista. Pasamos tiempo juntos y fue una compañía muy agradable. Ni siquiera me pidió mi número de teléfono, porque ya lo tenía. Al día siguiente me invitó a un café, me llamó de inmediato tan pronto como se despertó. Así yo conocí a alguien, quien luego se convirtió en mi esposo. Él tenía las raíces mixtas. Su padre era alemán y la madre pertenecía a una de las nacionalidades de la multifacética Rusia. Este hombre hablaba alemán casi sin acento y si alguien no lo sabía, era difícil adivinar que vino a Alemania como un alemán del Volga. Se esforzó mucho por integrarse en Alemania y ser como los alemanes. Estudió para ser ingeniero, pero toda su compañía hablaba ruso, sin reconocer a los alemanes nativos. Su familia era igual. Se enamoró muy rápido de mí. Fue una especie de amor fanático, que no permitía ninguna objeción. Él creyó en mí. Su amor y su fe en mí me sobornaban. Cuando algo era difícil para mí y pensaba que no podría hacer frente, él me abrazaba, me miraba a los ojos y decía: «Tú puedes, lo sé». En esos momentos, yo pude sobrellevar eso, porque sabía que había alguien que creía en mí. Con él todo era simple y claro. Por lo

tanto, «me entregué». El deseo de una vida normal y tener mi propia familia me vencieron. Yo nadé en la corriente de la vida, ya no luchaba ni me resistía a nada. El estudio continuó como siempre. Las dificultades no disminuyeron, porque este hombre también era un estudiante pobre. Los primeros seis meses vivimos por separado. Luego nos cansamos de conducir de un apartamento a otro y decidimos vivir juntos. No pensábamos en niños entonces, primero queríamos tratar de graduarnos de la universidad y luego comenzar a trabajar. De repente, me llegó un mensaje que mi padre estaba muy enfermo y, muy probablemente, no le quedaba mucho tiempo. Fue un verano caluroso. Mi padre era un hombre con un gran corazón que trató de no ofender a nadie. Incluso, cuando era necesario matar un pollo para el almuerzo, él se disculpaba varias veces con el pollo antes de hacerlo. Más tarde, cuando se murió, muchas personas vinieron a su funeral para despedirse, lo que yo realmente no esperaba, porque en los últimos años él se había convertido en alcohólico. Todos recordaban su amabilidad y cómo él, de alguna manera, les ayudó durante su vida no muy larga. Yo sentí seis meses antes que él podría morir. Yo fui, traté de hablar con él y curarlo, pero por alguna razón él tenía un miedo increíble a los hospitales y de ninguna manera quería ir a los médicos. Como yo sabía que era inútil curar a alguien sin su consentimiento y estaba prohibido interferir con el plan del alma que una persona tenía para esta vida, me di cuenta de que no podía ayudarle. Por la temporada alta no había boletos de avión y por eso me fui en autobús. Para ir al Cáucaso se necesitaba tres días. El calor y la larga distancia hicieron que mis piernas se me hincharan y parecía algo terrible. No había tiempo para descansar en casa después de mi llegada. Era necesario resolver muchos problemas relacionados con mi padre enfermo, mi madre y su hogar. La hinchazón no desapareció completamente. Habiendo resuelto todos los problemas tanto como era posible, llegó la hora de volver. Las piernas se hincharon nuevamente y comenzaron los problemas serios. La rodilla derecha me comenzó a doler, debido a esto, a veces era imposible dormir por la noche. Los doctores no encontraron nada. Los medicamentos no ayudaron. Trabajar en un hotel grande en la recepción implicaba que yo tenía que hacer todo de pie. Tratando de no cargar mi pierna adolorida, me ponía de pie más sobre mi pierna sana, la cual, con el tiempo, naturalmente, se sobrecargó también y las noches se convirtieron en un infierno. En ese momento, me di cuenta de qué era ser un extranjero que solo tenía

derechos limitados. No podía permitirme estar enferma, porque cuando no estaba trabajando, simplemente no tenía dinero para la vida. Además, la competencia entre los estudiantes extranjeros era muy alta. La mayoría venía con algún tipo de documento sobre el financiamiento de sus estudios confirmado por alguien, pero, de hecho, necesitaban trabajar para asegurar un mejor futuro para ellos. Por lo tanto, si las personas estaban enfermas durante mucho tiempo, simplemente eran reemplazadas por otras nuevas. Y encontrar un trabajo, donde yo pudiera ganar suficiente dinero por siete u ocho días al mes para poder cubrir mis gastos mensuales, no era fácil. Cuando viajé en autobús desde Berlín al Cáucaso durante tres días interminables, en esos dos mil quinientos kilómetros, recordé involuntariamente cómo mi bisabuelo y bisabuela, después de haber llevado a sus niños y haber escapado del exilio, donde fueron enviados después que expropiaron su propiedad por el nuevo gobierno ruso en los años treinta, caminaron tres años desde Siberia al Cáucaso. Eso fue casi cuatro mil quinientos kilómetros. A veces, cuando era difícil para mí, yo recordaba cuán fuertes tenían que ser estas personas para tomar la decisión y hacerlo, eso, de alguna manera, me dio fuerzas. Cuando llegó la colectivización, mis bisabuelos tenían propiedades en los campos y trabajadores, tanto del lado de mi padre como también de mi madre. Ambas familias sufrieron el mismo destino. La familia de mi padre tenía una historia especial, porque cuando comenzaron a expropiar los bienes del estrato próspero de la población, el rumor ya había pasado antes de que comenzara a hacerse en el Cáucaso. Al darse cuenta de que enfrentarían el exilio o la ejecución, decidieron huir a Azerbaiyán y allí consiguieron un trabajo en la granja de un bai rico. El trabajo en los viñedos proporcionaba un medio de vida. No todo fue tan malo, hasta que el bai se enamoró de la hija mayor y decidió casarse con ella y tomarla como su cuarta esposa. Uno de los criados les advirtió de una boda inminente. La bisabuela, que tenía las raíces aristocráticas, decidió regresar a su hogar en el norte del Cáucaso y entregarse a la voluntad del destino, en lugar de darle su hija como su cuarta esposa, lo cual era una vergüenza para ella. Al regresar, esperaban el destino inevitable de «puños», como les llamó el nuevo gobierno proletariado. Cuando la gente de la policía vino a expropiar su casa, los testigos dijeron que en la casa hubo un aullido extraño, que salió de la nada. Como si los lobos aullaran o varias personas lloraran por alguien. Nadie sabía lo que era, como si una fuerza desconocida estuviera tratando de proteger a la familia de la desgracia asustando

a los intrusos. Después de que arrestaron a la familia de la bisabuela, todos los policías salieron de esa casa con el pelo canoso. Incluso los espectadores en la calle escucharon y vieron esto y luego, muchos años después, contaron en las aldeas cercanas sobre este incidente increíble. Fueron cargados en los vagones y les enviaron a Siberia para que se murieran. A la población local no se le permitía ayudar a los «enemigos del pueblo» y en alguna parte tuvieron que cavar cuevas subterráneas para esconderse del frío. Era el final del verano y estaba claro que el hambre y el frío los matarían muy rápidamente. Por lo tanto, huyeron con nombres falsos, temiendo que alguien los encontrara, ellos volvieron al Cáucaso, donde al menos hacía calor. Vivían con nombres falsos en la región vecina de su tierra natal, antes del comienzo del «deshielo» de Nikita Jruschov, solo pudieron rehabilitarse a fines de los años ochenta. Cada nación tiene su propia historia con las hazañas y las catástrofes de la era política. Mi familia sufrió tal destino en ese momento, yo aún podía escuchar esto de algunos testigos. Siempre para mí fue increíble observar cómo los mismos acontecimientos podrían afectar la conciencia de una persona de diferentes maneras. Los parientes maternos, después de los eventos de colectivización, pasaron por todo el infierno de las estepas de Kalmukia, a donde fueron enviados, y donde tuvieron que comer las ardillas de tierra para sobrevivir. Después de años regresaron a su tierra natal absolutamente enojados por todo. Durante toda mi vida he conocido, probablemente, solo una persona más que tenía tanto odio como mi abuela. Los familiares del lado de mi padre, que huyeron y caminaron casi cuatro mil quinientos kilómetros desde Siberia hasta el Cáucaso, enfrentaron todo tipo de peligros que podrían ser fatales, tanto por las personas como también por los animales en los bosques, ellos aprendieron a apreciar la vida y todo lo bueno que les trajo, porque no sabían cuánto tiempo podrían mantenerse a flote por si alguien los traicionaba, lo que inevitablemente podría llevarlos a la ejecución. Ellos intentaron sacar las cosas buenas de la vida, sin sumergirse en sus aspectos negativos. A pesar de todas las enfermedades de la infancia, cuando yo tampoco sabía cuánto tiempo iba a tener para vivir, me alegraba que mi mente eligiera el camino de mi bisabuelo y bisabuela por parte de mi padre, quienes no se enfadaron con la vida. El camino difícil de mi enfermedad me enseñó a apreciar los aspectos buenos de la vida. Yo estaba agradecida de mis antepasados por el ejemplo que me mostraron. Después de comenzar a tener problemas con mi pierna, debido al viaje largo en

el autobús, yo sufrí hasta el invierno y luego me llegó la desesperación. El hombre, por quien permanecí en Europa, vivía su vida apareciendo y desapareciendo cuando él quería. Él nunca clarificó nuestra relación y ni siquiera le molestó que ahora yo tuviera un novio, porque él en su casa, de vez en cuando, también tenía a alguien. Era aún más conveniente para él, siempre podía explicar la falta de voluntad para conectar su vida conmigo por el hecho de que yo tenía a alguien más. Él seguía viviendo en México y de vez en cuando me escribía cartas o me llamaba. Yo comprendí que era imposible «saltar por encima de mi cabeza» y decidí dejar la universidad y volver a Rusia, donde al menos yo tenía todos los derechos de un ciudadano y donde encontraría un futuro para mí misma teniendo el conocimiento de los idiomas extranjeros y varios semestres de una universidad europea. Decidí terminar mi semestre actual, recoger mis documentos y partir. Ya era la tarde cuando le dije mi decisión a mi novio. Él me abrazó y anunció que no me dejaría ir a ningún lado. Yo lloré, le expliqué mi situación, él también lloró y explicó que no podía vivir sin mí y que sería mejor casarse para que yo tuviera todos los derechos en vez de permitir que me fuera. Me convenció diciéndome que la medicina en Alemania era mejor, que no me dejaría y que todo estaría bien. Yo acepté. Era necesario recolectar los documentos, eso tomó algo de tiempo, sin embargo, el día de la boda ya estaba establecida. Sí, yo quería tener mi propia familia. Esperando poder ser una buena esposa. Esperaba que todo en la vida saliera bien, pero estaba amargada de tener que casarme así, debido a las circunstancias. Fueron ellas las que decidieron la mayoría de las cosas en mi vida, por eso comencé a buscar las formas de ser más fuerte que esas y poder manejar mi vida por mi cuenta. Esta fue una de las razones para desarrollar mis habilidades paranormales. No por la fama, ni por el poder, ni por el enriquecimiento, sino por la capacidad de controlar la propia realidad, al contrario de todas las circunstancias.

***

Solo faltaba una semana para la boda cuando, de repente, el mexicano me llamó desde un teléfono alemán y me anunció que había hecho un nuevo contrato y que había vuelto a Alemania por dos años. Nos encontramos un día el fin de semana

antes de la boda. Le expliqué mi situación, le dije que en una semana yo tendría mi boda. En la mesita de noche en su hotel estaba una fotografía de otra mujer. Me miró a los ojos durante mucho tiempo y luego me dijo que eso era mi vida y que dependía de mí decidir qué hacer con ella. Le dije que si él quería yo podía cancelarlo todo. Pero no hubo respuesta. Me fui por muchos años, pero resultó que tuve que «retroceder» varias veces. La boda se celebró como lo querían los padres del novio. Nosotros no teníamos dinero entonces. Mi madre y mi hermana me compraron un vestido de novia en Rusia, el que les gustaba. Siempre quise un vestido largo de novia al estilo griego, pero tuve que casarme con un vestido con aros, parecido al algodón de azúcar. No estaba mal, pero no era de la forma que lo quería yo. De parte mía en la boda había solo cuatro personas. Mi madre respondió a mi invitación que tenía cosas más importantes que hacer que en vez de ir a bodas. Mi hermana se puso muy enferma y tuvo que cancelar el viaje. Hubo solo tres amigas y un conocido común que llegaron allí, uno podría decir, por casualidad. Rara vez yo me sentía tan infeliz como en mi propia boda. Me pareció que yo estaba enterrando mis esperanzas por la vida que una vez soñé tener. Donde estaba el amor, la comprensión mutua, todo el corazón y no la voluntad de las circunstancias. Sus padres vivían en otra ciudad, nosotros lo celebramos ahí para que no tuvieran que gastar dinero extra en el viaje y los hoteles, porque la mayoría de sus familiares vivía allí. Traté de sonreír a todos, pero por dentro estuve llena de tristeza. Me pareció que yo estaba lista para pasar mi vida con este hombre que me amaba y con quien todo era relativamente simple y claro. Entonces no supe lo equivocado que estaba. En ese momento había vacaciones en la universidad. Estuvimos con sus padres durante tres días, luego tuve que volver para ir a trabajar. Él se quedó. En ese, entonces, realmente le necesitaba. Le pedí que se fuera conmigo, pero él se quedó allí durante todas las vacaciones, justo después de la boda. Probablemente, si él no me hubiera dejado sola en ese momento, eventualmente podría haberlo amado como él quería. Pero volviendo sola a Berlín, me sentí tan desolada, que me parecía que todo el mundo me había abandonado y todo lo que quedaba era yo con mis sueños rotos de felicidad en la vida. Entonces el profesor se convirtió en mi escape. Las reuniones con él fueron tan interesantes y variadas que yo ya no podía estar sin él por mucho tiempo. Nos encontrábamos en cada oportunidad que teníamos. Le conté sobre los métodos alternativos de tratamiento, intenté ayudarle lo mejor que pude. Una vez yo vi en

el boletín informativo que el mismo gurú iba a llegar a Madrid, de quien comencé a aprender a curar. Le pedí al profesor que fuera a verlo, porque un par de días antes del seminario o después del cual, él iba a ofrecer reuniones individuales para la curación. Después de mucha persuasión, el profesor programó una cita con él. Un hombre que no creía ni en Dios ni en el diablo, reaccionó con escepticismo al hecho de que el gurú le dijo en la sesión que él necesitaba cambiar su mente para poder recuperarse. Naturalmente, él creía que en su conciencia todo estaba en orden y su enfermedad no era de esto. Yo estaba muy frustrada, porque el profesor no aprovechó su oportunidad para recuperarse. Lo vi retirarse. Quizás, cuando el hombre mismo decidió irse, todos los intentos de salvarlo ya eran inútiles. Y también, como me dijo uno de mis maestros de curación, cuando una persona se enferma gravemente no tiene fuerzas. El éxito de la recuperación puede depender solo del veinte por ciento de la voluntad propia, ya que la energía durante la enfermedad es débil, y el ochenta por ciento de los demás. Cuando una persona le dice a la gente que tiene cáncer u otra enfermedad muy peligrosa, sucede que los familiares y los amigos en el subconsciente comienzan a enterrar al enfermo. Algunos por el miedo por su vida, otros por la envidia, otros por alguna otra razón. Muy a menudo, es esta energía de los que lo rodean la que lleva a una persona a la tumba, incluso si realmente tenía la oportunidad de recuperarse. Por lo tanto, el maestro aconsejó hablar menos sobre sus enfermedades a un gran círculo de conocidos para poder enfrentarlas si hubiera oportunidades. Cuando el profesor una vez me invitó a Madrid y me quedó claro que él ya no quería luchar por la recuperación, lo acepté. Fue una noche maravillosa, cuando él mismo preparó unos platos increíbles. Había un vino italiano sabroso, que él amaba tanto y que ya no podía beber. Pero esa noche no le importó, él decidió disfrutarlo al máximo. Me quedé en la habitación mirando las plantas exóticas en su balcón y pensé en algo mío, él se me acercó por detrás y comenzó a acariciarme lentamente, con una pasión de amante que no permitía ninguna objeción. En mi cabeza recordé de inmediato todos los años de nuestra conexión, la cual no estaba clara para nadie, recordé su cuidado y el hecho de que él nunca me tocó como mujer. De repente se me hizo claro, cuánto me había deseado él durante todos estos años y se contuvo. Esa noche, él se dio cuenta de que, probablemente, no habría tal segunda oportunidad. Instantáneamente yo recordé la historia de nuestra amistad durante la época del emperador Domiciano, que el chamán me mostró cuando yo estuve en México. Él era un verdadero amigo. Este fue mi regalo de

despedida, porque yo sabía que debido a su enfermedad ya no podíamos vernos tan a menudo como antes. Él seguía en buena forma, a pesar de las ojeras bajo sus ojos. Un poco más tarde, cuando el cáncer comenzó a progresar y su apariencia comenzó a cambiar, él no quería aparecer frente a mí en esa condición. Él quería que lo recordara exactamente como si fuera el seductor italiano Casanova, quien en su vida hizo que más de una docena de mujeres se enamoraran de él. Me llevó a la cama. Entonces todavía tenía fuerzas. Me dio todo su amor y su ternura acumulados a lo largo de los años. Y también todo su ardor y experiencia como casanova. Esa noche me di cuenta de que lo que me contó sobre sí mismo era solo una parte de lo que había aprendido sobre sus artes amorosas en la cama. Yo viví en matrimonio durante varios años, los que me parecieron muy muy largos. Una vez me di cuenta de que mi deseo de tener una familia era solo lo que esperaba y forzaba la sociedad. De repente, me pregunté qué tan importante era para mí cumplir con los estándares de otras personas. Yo no podía amar a mi marido como él quería. En parte, eso era su propio mérito. Con la experiencia de la vida llegué a comprender que necesitaba un hombre a quien pudiera irar. No podría vivir con un hombre con quien estaba durmiendo en mi cama, si no lo amara. Yo quería despertar junto a uno con quien no cuente los días, sino que me alegrara de que él simplemente estuviera a mi lado. Al imaginarme que viviría sin amor con mi esposo toda mi vida, me sentí terrible. Empaqué mis cosas y me fui tranquilamente, sin las explicaciones largas. Él intentó recuperarme muchas veces, pero para mí todo ya estaba decidido. Nadie me entendió. Él ya se había graduado de su universidad y era un ingeniero con buenos ingresos, que podría ofrecerme un buen futuro, pero para mí todo había terminado. Más tarde nos divorciamos. Yo misma lo quería. Cuando se leyó la decisión del tribunal, de repente me eché a llorar. Apenas me contuve para permanecer en mi sano juicio. Me di cuenta de que este era el final. El fin de los sueños de la propia familia, el fin de la comunicación con este hombre, el fin de lo que la gente consideraba «decente para una mujer normal». Me di cuenta de que nada más me mantenía en este país. El fin de las ilusiones… Me he dado cuenta de que ahora ha llegado el fin de la ilusión, de que yo no estaba sola. Ahora sentía que yo no tenía absolutamente a nadie aquí, incluso un esposo formal. Solo mi ángel vestido de moda estaba cerca, sacudiendo la cabeza como si me hiciera saber que yo no necesitaba sentir lástima por mí misma después de tomar decisiones independientes.

Las lágrimas cayeron por mis mejillas y no se detuvieron. Una lágrima enorme cayó sobre la superficie de una mesa grande de madera pintada de verde, donde nos sentamos en la sala del tribunal. Al salir del pasillo, miré esta gota de agua. Un pequeño charco en la mesa enorme de la justicia fue todo lo que quedaba de mi propia familia y mi esperanza. Yo sabía que incluso él sería eliminado unos momentos después de que me fuera. Tragando mis lágrimas yo caminé por la ciudad nevada. La nieve cayó sobre mi rostro, se derritió, se mezcló con las lágrimas y ayudó a ocultar el desesperado grito del alma con una pregunta muda: «¿Por qué me pasa esto?». Los transeúntes pasaban caminando, cada uno ocupado con lo suyo. El monstruo de la ciudad grande anónima me tragó de nuevo. Aquí a nadie le importaban las emociones y el sentimentalismo. Caminé del brazo con mi soledad e intenté contenerme. Como siempre, yo misma era mi única salvación. Pero ¿esto era exactamente lo correcto?

***

Unos meses después del divorcio, un fin de semana sonó el timbre. Por el sonido de la campana me di cuenta de que alguien tocó el timbre mientras ya estaba justo en frente de la puerta de mi apartamento. Al mirar por la mirilla vi al mexicano con una caja de mis galletas favoritas en sus manos, incluso en broma él me llamaba «galleta» o «la galletita», debido a mi amor por esta galleta deliciosa. Yo le abrí la puerta. Él me miró con iración, con esos ojos marrones que yo amaba, que reflejaban el llamado de la selva y los restos de la gran civilización azteca. Su madre le dio mi dirección, con quien yo seguía comunicándome. Él me dijo que escuchó que yo me había divorciado y que él había entendido que me ha amado todos estos años, que no podía olvidarme… Sacó un anillo y pidió mi mano, diciendo que durante todos estos años no había encontrado a otra que estuviera lista para hacer todo por su bien y a quien le gustaría decir estas palabras, con quien desearía formar una familia y pasar años de vida juntos. En ese momento mi mundo se puso patas arriba. Me apoyé contra la pared. Escuché las palabras con las cuales había soñado durante tantos años mirando a los ojos de mi hombre amado. Los sentimientos me abrumaron.

Yo cerré la puerta frente a él. Estas palabras fueron pronunciadas demasiado tarde. Con los años yo entendí que en mi vida lo importante no eran las palabras, sino las acciones. También yo sabía ahora que el amor no significaba automáticamente que serías feliz con la persona que amaras… Durante estos años, él nunca estuvo conmigo en los momentos cuando tanto lo necesité y ya no creía que él, de repente, podría convertirse en una persona diferente. Pero esta no fue la razón principal de mi rechazo. Hemos experimentado tanto juntos que un corazón lleno de amor podría perdonar mucho. Como una vez dijo un gran psicólogo: «Piensa qué es más importante para ti en tu vida; ¿tener razón o ser feliz?». Y la felicidad era mucho más importante para mí. Ahora a mis pies estaba todo el mundo. Tratando de alcanzar el alma de mi amado, en el camino a él me encontré a mí misma. No había una forma de volver a la «prisión de la mente», donde él siempre quiso encarcelarme con sus ideas sobre la vida. Yo sabía que sus ideas nunca cambiarían. En muchos sentidos, yo misma me convertí en lo mismo que era él y adquirí para mí lo que iraba tanto de él. Al principio, además de ser muy atractivo para mí como hombre, también era mi ídolo, porque hablaba muchos idiomas, viajaba por todo el mundo, tenía un buen trabajo y estatus. Él podía curar con sus manos y tenía habilidades paranormales que muchos otros no tenían. Tratando de complacerlo durante tantos años yo desarrollé lo mismo en mí. Una vez, después de haber aprendido todo lo que sabía él, y aún más, ya no me adaptaba al papel de la esposa que él podía ofrecerme. La página de la vida pasa y se abren nuevos horizontes que corresponden al nivel de una nueva conciencia. En algún lugar profundo de mi corazón y alma, esta persona tan amada permanecerá para siempre. Pero con él ya no es posible seguir en el mismo camino. El amor mismo, como tal, no desaparece inmediatamente, pero como hombre y mujer ya no pueden estar juntos, porque el amor de una mujer o un hombre un día se rompió sobre las rocas de la indiferencia de su pareja. Incluso, cuando él decidió aprobar mi importancia en su vida, ya era imposible cambiar mi conciencia, porque ya había entrado a otro nivel. Yo ya no podía simplemente convertirme en una ama de casa, porque sabía que en mi vida podía hacer mucho más que quedarme en casa y criar hijos. Yo entendí que la vida es como un gran océano y los continentes. El amor es uno de los mares de este océano. Si este mar desaparece repentinamente, por algunas razones trágicas, entonces, naturalmente, algo faltaría en el océano de la vida. Quizás algunas especies de flora y fauna que viven en este mar desaparecerán.

Pero el océano seguirá siendo tan vasto y la vida, debido a esto, no perderá su belleza. Cuando el mar de amor por un hombre desaparece, el océano permanece con enormes continentes y sus costas azules. Todavía quedan los acantilados de formas extrañas que sobresalen en el océano, las islas con la vida hirviendo sobre ellas, las venas de los ríos que corren con mucha prisa hacia el océano con la esperanza de encontrar en él una parte de sí mismos y convertirse en algo enorme y fuerte, icebergs que se elevan sobre él y brillan con su hielo transparente. El océano de la vida es tan vasto y diverso que la ausencia de un mar de amor no reduce la felicidad de él. Con él, el océano solo se vuelve más rico y diverso. Cuando no está allí, él está listo para acariciar los icebergs y las costas de los continentes, las islas, regocijándose en la diversidad de este mundo y viviendo su vida soberana. Y cuando de repente las circunstancias cambian y un nuevo mar de amor nace en el océano, él le abre los brazos y se ahoga en este mar de amor y ternura. Incluso está listo para suspender sus olas corrientes para no dañar los hermosos arrecifes de coral que viven en el mar y son agradables a la vista. Él está listo para enriquecer el mar dándole una parte de sus recursos, darle una parte de sus aguas, peces y algas. Con él, nuevamente se abre para el intercambio y el enriquecimiento. Me aparté de la puerta. Mi ángel estuvo parado en la puerta del pasillo. Él me miró con sus brillantes ojos azules y sonrió con una resplandeciente sonrisa blanca de Hollywood. Yo sabía que había hecho lo correcto. Unimos nuestras manos y seguimos juntos nuestro camino hacia los nuevos y más amplios horizontes…

***

Después de eso la vida siguió su propio camino. Pasaron unos meses más, llegó el otoño y yo llamé al profesor para el día de su cumpleaños. Él estuvo de buen humor con su familia e hijos. Nos reímos mucho, él bromeó sobre un año más de su vida, que se había puesto aún mayor. Pero hubo algo en su voz que me alarmó. Todo parecía estar, como siempre, pero de repente sentí que el profesor había encontrado su estación y que había decidido salir del tren de mi vida.

Después de colgar me sumergí en una corriente de recuerdos de los años de mi vida donde él estuvo a mi lado e incluso pudo alegrarme con su maravilloso sentido del humor aún en el momento más triste. Pasaron solo dos semanas cuando su hermano me envió la noticia de su muerte. Corta. Muy sencilla. El profesor me incluyó en ese círculo estrecho de las personas que supuestamente debían estar informadas sobre lo que había sucedido. No conocía a nadie de su familia, nunca hablé con ellos. Por lo tanto, estaba aún más emocionada de recibir esta noticia. No se reportó ninguna información sobre el funeral. Yo dejaría todo e iría a despedirme de él y acompañarlo en su último viaje. Todos sus parientes cercanos vivían en ese momento en Italia. Pensé que él sería enterrado en el cementerio familiar. Su hermano escribió que estaba listo para responder a todas las preguntas, si tuviera alguna. No me importaba a dónde ir, yo quería solo despedirme de él. A mi pregunta su hermano respondió que no había funeral. El profesor legó su cuerpo a la ciencia, solicitó una investigación con la esperanza de que, finalmente, encontraran la causa de la enfermedad y esto ayudaría a alguien más. Un dolor agudo atravesó todo mi cuerpo. Entumecida por la comprensión de la pérdida, me senté en una silla, casi ahogándome en las lágrimas. La idea de que se realizarían algunos experimentos en su cuerpo, simplemente me volvía loca. No podía imaginar su delicada piel sobre la cual se deslizaría un escalpelo. Él dejó esta vida de la misma manera como la vivió, pensando en los demás. No me quedaba nada más que recuerdos. Ni siquiera existía una tumba a donde se podía ir y poner flores. De repente me sentí completamente sola, como si estuviera sola en todo este enorme planeta y no hubiera nadie más. De recuerdo yo solo tenía un pañuelo rojo de seda, el que me regaló en uno de nuestros encuentros. Él, por supuesto, lo compró en algún aeropuerto internacional camino a mí. El pañuelo de un diseñador famoso, errante como nosotros dos, continuó su viaje alrededor del mundo decorando mi cuello y recordándome su impecable gusto italiano. Al día siguiente, después de reunir mis pensamientos, yo entendí que él me había dejado todo su amor, el cual, a pesar de la enfermedad que lo estaba comiendo por dentro, pudo dármelo en los últimos años de su vida. Ese amor del que él era capaz de dar. ¿Qué habría pasado conmigo si él no me hubiera acompañado todos estos años? ¿Sin su sonrisa, sin su sentido del humor, su «locura» positiva? ¿Sin él me habría convertido en la personalidad que yo era ahora? Entre lágrimas yo le sonreí a él para despedirme y mentalmente le agradecí por haber estado en mi vida. Sin tener una posibilidad de acompañarlo en su último viaje le dije

adiós en mis pensamientos y me pareció escuchar su voz, susurrando suavemente: «Adiós, mi Carina». Su alma me pagó su deuda de una vida pasada y se fue. Yo miré a los ojos azules de mi ángel y entendí que esta era también una de las lecciones que yo necesitaba aprender en esta vida, en el camino a mí misma.

Cuando me preguntaron cómo sobreviví todo esto, respondí que en mi camino conocí a buenas personas… Y uno de los primeros quien se me vino a mi mente fue él… Y también recordé esa oración: Señor, concédeme recibir con tranquilidad espiritual todo lo que me traerá el día que comienza. Concédeme que yo pueda entregarme íntegramente a tu santa voluntad. En cada hora de este día instrúyeme y apóyame en todo. Cualquier noticia que reciba en el transcurso del día enséñame a aceptarla serenamente y con firme convicción de que todo es tu santa voluntad. En todas mis palabras y actos dirige mis pensamientos y sentimientos. En los sucesos imprevistos no permitas que olvide que todo ha sido enviado por ti. Enséñame a actuar con rectitud y juiciosamente con cada miembro de mi familia, sin perturbar ni afligir a nadie. Señor, dame fuerzas para sobrellevar el cansancio de este día y de todos los acontecimientos que en él se produzcan. Dirige mi voluntad y enséñame a rezar, a creer, tener esperanza y paciencia, a perdonar y a amar. Amén. Oración matutina de los Santos Padres de Óptina. ¹ Las praderas alpinas constituyen un tipo de vegetación anual de hierbas y plantas con flores —por ejemplo, edelweiss— de clima alpino situado en los Alpes y en otras cordilleras —especialmente del hemisferio norte—, que se encuentra entre el piso de vegetación del bosque y el ocupado por nieves perpetuas. Se encuentran en casi todas las regiones de la Tierra (nota de la autora). ² Una medalla al mérito al final de la educación secundaria en las escuelas de Rusia y los países de ex Unión Soviética. La medalla es uno de los principales tipos de recompensas para los graduados de secundaria por su excelencia académica. La medalla de oro «Por logros especiales en el aprendizaje» se otorga a los graduados que aprobaron la certificación estatal —final—, que obtuvieron calificaciones de seis meses, anuales y finales con la nota «excelente» en todas las materias generales del plan de los estudios en el nivel de educación general secundaria —completa—. El certificado de medalla de oro tenía un sello de oro y daba varias ventajas para ingresar a una universidad

(autor).

Epílogo

Me paré en el umbral de la escuela esperando a mi hijo. Era un hermoso día de primavera en el sur de Europa, donde me mudé a vivir después de haber conocido a un sanador serbio, cuyo nombre en ruso significaba «montañés». Este era exactamente el hombre que le pedí a Dios una noche sentada junto al fuego en lo alto de las montañas del Cáucaso. Probablemente, me dieron todas estas dificultades de la vida para encontrarlo exactamente a él, mi hombre, con quien finalmente fui inmensamente feliz. Pero la vida me ha preparado aún más regalos y sorpresas. Esta fue la fecha en que yo, hace muchos años, conocí al profesor en una tarde gris de primavera en Berlín. Los recuerdos me barrieron como una ola de calor que él me envió desde el pasado. Nuestra conexión, que ha sobrevivido muchos siglos y épocas, por alguna razón, en esta vida no fue creada para que estuviéramos juntos como hombre y mujer. Los caminos del Señor seguían siendo inescrutables. Después de haber pagado las deudas que teníamos de una vida pasada, nuestros caminos divergieron. Nadie podría adivinar si hubiésemos podido ser felices juntos o si fue mejor exactamente así, como sucedió. O tal vez en la próxima vida podremos encontrarnos en el momento correcto, en el lugar correcto y crear nuestra familia fuerte, y ya no pasar todas las pruebas y sufrimientos de la vida, sino simplemente estar juntos y ser felices de inmediato. Han pasado ya casi diez años después de la muerte del profesor. Cuando yo pensé en la escuela a la que yo debería enviar a mi hijo, intuitivamente elegí Italia y la ciudad cerca del mar, la que el profesor amaba realmente. Al «montañés» le gustó mi idea y juntos abrimos un centro de curación en esta ciudad. Las personas de todos los países venían aquí, algunos para recibir tratamiento, otros para tomar clases. En mi barriga, debajo de mi corazón, estaba su hijo, quien, según mis sentimientos, debería volverse tan inusual como sus padres. De repente, mis recuerdos del pasado fueron interrumpidos por la exclamación de mi hijo en italiano: «Mamá, “carina mia”, vamos, te mostraré a mi nueva amiga». Él me miró con los ojos marrones del profesor y cada vez que hablaba conmigo no lo hacía en ruso, sino en su idioma. A menudo me llamaba «carina mia», como si supiera que su padre me llamó así. Inmediatamente pensé que el

profesor estaría orgulloso de su hijo, si supiera que a esa edad ya era un caballero galante. Mi ángel de ojos azules estaba de pie junto a la fuente en el patio de esta escuela italiana y me sonrió con una sonrisa de dientes blancos. Mi hijo, a veces, también lo veía, como yo, sin sorprenderse en absoluto de quién podría ser. En su comprensión infantil, los ángeles eran algo por sentado. Fuimos juntos a conocer a la nueva amiga de la escuela de mi hijo. La vida tiene sus propias leyes. La vida a veces continúa, incluso donde todos piensan que ya ha terminado.

Índice

Él 9

Ella 55

Epílogo 193