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Dreams

Dreams El tablero de los sueños (Isarois) Óscar A. Nchaso Bekari

Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

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© Óscar A. Nchaso Bekari, 2019

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

www.universodeletras.com

Primera edición: 2019

ISBN: 9788417569884 ISBN eBook: 9788417741020

«No dejes que tu éxito sea un sueño, convierte tu sueño en éxito»

Óscar A. Nchaso Bekari Si no creyeras nada de lo que ni viste ni oíste, tampoco recordarías nada de lo que fuiste, viviste y sentiste.

Agradecimientos

Quiero agradecer a muchas personas que, de una u otra manera, contribuyeron a la materialización de este libro. En primer lugar, al amor de esa mujer que me ha acompañado en todo en distintos colores, olores, sabores y formas, esa estrella, mi musa. A la naturaleza, por brindarme esos lugares de calma con sus verdes, sus aves y su brisa, por permitirme comprender su idioma y regalarme el don de saber transmitirlo. A mis padres; gracias por la educación que me dieron y los valores que me inculcaron, que me convirtieron en la criatura pensante que hoy soy. A mi abeja, por ser ese angelito de esperanza y ternura que hace que, al hablar, piense siempre en añadir sabor a miel. Gracias a todos, a los conocidos en mi camino y a ti también, extraño, por mi familia y los amigos que me ha regalado esta vida, por colocarme entre un sinfín de encrucijadas para que pueda inventarme, reinventarme y elegir así todos los días, entre múltiples probabilidades, los caminos que permiten construir mi mejor destino. A los grandes escritores estudiados, músicos y pintores que han sembrado en mí la pasión por el arte y una visión profunda por ese realismo mágico que, inconscientemente, me ha tocado. Y por el romanticismo, no puedo olvidar a Shakespeare que, con sus amores eternos, también me ha impulsado. A los grandes filósofos, a Sócrates y al relativismo posmodernista, porque me convierten en quien soy en la profundidad del ser y en todos mis cuestionamientos cotidianos. Finalmente, a todos quienes, de una u otra manera, contribuyeron para que este

libro sea una realidad (sobre todo, aquellos escritores que ya no están en este plano de existencia, pero que han inspirado para soñar grande). ¡A todos ellos, muchas gracias!

Prefacio

Hace tan solo un año que tuve la oportunidad de compartir mesa con Oscar Nchaso en una conferencia sobre empoderamiento que se celebró en Malabo (Guinea Ecuatorial) en diciembre de 2017 con motivo de la celebración del evento Mujer Ideal. Cuando nos conocimos, no quedé inmune a su presencia segura, su simpatía fresca, su vieja sabiduría disfrazada de juventud y su preciosa verborrea. Pero no fue eso realmente lo que creó en mí interés por su persona, sino la esencia de las frases que decía. Me di cuenta de que estaba ante un iniciado. La intervención de Oscar resultó breve, pero en esos minutos expresó un océano de conocimiento fácil de masticar y con una gracia destacable. Fui testigo de su don de palabra y de que ha sido llamado para compartir con el mundo su historia y su sabiduría. Sin embargo, cuál fue mi sorpresa al comprobar que su capacidad de comunicar oralmente se iguala a su capacidad de comunicar por escrito. He leído con atención este libro y nadado en sus páginas desde el cariño que produce que un joven paisano esté dando los pasos para mejorar la vida de las personas; es un acto de valentía. Escribir un libro se asemeja a desnudarse frente a los demás y, al tiempo, este requiere mucha responsabilidad, ya que abre la puerta a un mundo en el que ya no hay vuelta atrás. El tablero de los sueños es mágico y la llave a una dimensión nueva. De una manera brillante, te da las claves para una vida plena y el éxito seguro; la respuesta se halla aquí, en estas páginas: aprender a soñar en grande. Este libro no solo está escrito de una manera muy bella y te envuelve con historias de sueños propios, sino que también la lectura atrapa y las crónicas cobran vida en la propia carne. Encierra a su vez relevantes lecciones reducidas a pequeñas frases muy significativas. Mientras uno lee, está soñando y aprendiendo de la realidad onírica. Uno se da cuenta de que ha estado dormido y de que, para despertar, hay que soñar y enlazar un sueño con el otro. Ese es el

camino al todo, a lo eterno, a la esencia. El método elegido para estudiar las leyes para ser exitoso y manifestar los sueños pertenece al pensamiento positivo. Nchaso ha sabido ponerlo en valor y desmarcarse del resto de los textos que ya tratan estos temas. ¡Me ha parecido de una originalidad extraordinaria! Este libro es para todas las personas que quieren abrir los ojos, conocerse mejor y sentirse bien siendo uno mismo. Va desvelando que ahí se encuentra el equilibrio de las cosas. Oscar Nchaso es muy generoso compartiendo. Está claro que su vocación de servicio a los demás lo ha llevado a que su preciosa pluma dé a luz a un texto que recomiendo totalmente. No importa el nivel de conciencia del lector, porque es para estudiarlo en varias ocasiones. Cuando lees El tablero de los sueños, ya no eres la misma persona, sino que te conviertes en una mejor versión; ¡por tanto, debes volver a él una y otra vez!

Nueva York, octubre de 2018 Bisila BOKOKO

Introducción

Como aves, rompemos por vez primera esa cáscara de protección que nos mantenía inmaculados al querer explorar el mundo; pero no, el mundo desarrollado nos descubre a nosotros, robando sus flores y sus riquezas para regalárselas a otros extraños, que también asaltan las minas de oro y plata para ataviarse, el viento para sus fines eólicos, los ríos de agua dulce y salina y un sinfín de préstamos jamás devueltos. Nacemos libres y perdemos la libertad al poco rato, tanto como la virginidad. Aprendemos a volar en medio de nuestra esclavitud, creciendo desde la dependencia hacia la independencia y por el camino de transición hacia la interdependencia. Al llegar al final, hay un nuevo nivel, llamado libertad, un peldaño antes del último y anhelado Cielo, del que nos caímos al gran vacío multidimensional. Bienvenidos al mundo real, descubiertos y calumniados. Este no. ¡Despierta! Estás soñando. Con este libro, revivirás esos sueños que habías olvidado y entrarás en el inconsciente más profundo con la certeza de que todos los demás eran meras ilusiones. Pero este sueño de la vida se acaba con la muerte, justo al despertar del verdadero, que estabas soñando en algún lugar. Debemos ser conscientes al despertar de un sueño para entrar en otro en ciclos infinitos. No existirían nuestras letras, ni nuestras frases más bellas, ni nuestra sonrisa sin ella. Nuestros múltiples sueños constituyen la esencia de la vida. Para regresar a casa, tendrás que recorrer y aprenderte todos los caminos de vuelta, desde el final hasta el principio. ¡Dulces sueños!

Capítulo cero

Tyassö, sueño nº

Viajaban a velocidades inimaginables, millones de veces más rápido que la luz. Sin saberlo ni esperarlo, chocaron frontalmente, sin poder evitarlo. Esparcieron sus diminutos cuerpos por el espacio infinito, como les ordenó que hiciesen el más conocido de todos los caprichosos: el destino. Así se conocieron Recuerdo y Olvido. Olvido quedó impactado por la refulgente mirada de ella, olvidando hacia dónde se dirigía, de dónde procedía y la misión que tenía. Recuerdo grabó el momento y se estampó en ese instante del beso, que los apresó para siempre desde el menor espacio hasta el mayor infinito. Todas sus partículas diseminadas comenzaron a acercarse por la atracción para su reencuentro, como el mercurio liberado del tubo de un termómetro; se aparearon, buscando su alma gemela, haz y envés, sístole y diástole… Eso tomaría, literalmente, una eternidad. Pues mientras las partículas trataban de hallar sus polos opuestos, Recuerdo y Olvido permanecían cara a cara, cogidos de las manos, observando la gran conspiración del inmenso show del universo. ¡Y me desperté bruscamente de aquel sueño! Era el año 2012 d. C., según contaban por estos lares. Salté de la cama hacia mi escritorio, tomé un lápiz y un trozo de papel; pude reconocer en aquel escenario de infinitas partículas varias relaciones lógicas, en una tabla numérica que bauticé el Ciclo. El sueño era claro. La Sumatoria del Universo es igual a la Energía Total () multiplicada por la Incertidumbre (). Las secuencias de las relaciones entre los números iban de menos a más, al infinito, cada una asignada a todas las luces que resultaron tras el impacto (las que permitieron a la materia transformarse en energía pura y viajar entre los sueños), que nos habilitan hoy para experimentar otras realidades. Esas secuencias o patrones son el lenguaje más antiguo y

codificado que sostiene la estructura de la materia: el mismísimo ADN del universo. Todo está disponible, a nuestro alcance y ya fue programado. Solo hay que encontrar las claves para acceder a ese otro plano, donde el ser humano se torna infinitamente rico. Allí, su felicidad es mental y solo depende de la intención y de sus acciones conscientes; utiliza estas en beneficio de los demás, siendo cocreador, constructor y protagonista de su propia realidad. Si solución nunca encuentra, resulta un problema. El resto son meras situaciones y todas tienen resolución para siempre. ¿Existe un para siempre? ¿Y para nunca? Fíjense en que, al nacer, nuestro primer sueño… ¿Perdón? ¿De quién es el sueño que sueña que nosotros soñamos que estamos naciendo? Y nació Tyassö. Soy Tyassö, tú eres Tyassö, todos somos Tyassö. O, por lo menos, el ser que con más frecuencia surge en todos los sueños desde que Recuerdo conoció a Olvido. Tyassö se acordaba de que ya existía mucho antes del impacto cósmico inicial, pero también se olvidó de dónde provenía. Tras aquel brutal choque que se sintió en todos los rincones de este plano dimensional, vibró tan fuerte que Tyassö se halló envuelto y sumergido en un mar de sueños, de olas gigantescas y violentas. Como arca perdida, Tyassö fue a parar a los sueños de otros, pero profunda y especialmente, en el de un ser que soñaba que era Tyassö; desde entonces, este se busca a sí mismo, soñando… Se acostó temprano, luego de otro día confuso, como todos los demás. Entre estaciones de aeropuertos multidimensionales, llamadas de otros sueños y convenciones, solo anhelaba encontrar un sitio donde poder sintonizar las voces y las campanas de vuelta a casa, a su propio yo. De repente, entró en otro profundo sueño… Caminando entre pasillos de una especie de gran terminal con forma de túnel de cristal, debajo de un océano, Tyassö vio un sinfín de especies, personas y animales, todos confusos y cruzándose. Unos caminaban, otros corrían, otros volaban y muchos nadaban, pero todo era tan caótico como si huyeran de alguna estampida provocada para crear el caos consciente. Todos se apresuraban para

distintos lugares, todos expresaban ansiedad, pero, sobre todo, demasiada prisa por llegar a su destino. Al tiempo, otras especies afuera, a lo largo y ancho de todo el túnel, chocaban y rebotaban en el duro cristal, causando estruendosos ruidos. Estos eran notados al otro lado por sueños ajenos, que despertaban a sus soñadores, sugiriendo ser simples pesadillas. Ninguna de esas especies, personas o criaturas lo veía o escuchaba… Era como si Tyassö no existiera o como si solo flotara. De pronto, se oyó una voz que, por su claridad y cadencia pausada, fue captada por todos los seres inmersos adentro y afuera del tubo. Era la Voz. —Bienvenidos a bordo del sueño número 15.042.015. Les habla el comandante de la tripulación, esperamos que solo sea una pesadilla... —¡Hola! —Tyassö gritó, pero nadie le prestó atención. Seguían con sus prisas. De pronto, sintió que lo empujaban desde atrás. —Lo siento, creo que me he equivocado de sueño —reflexionó esa persona en voz alta. Una mujer de aspecto mediterráneo se acercó y le dijo: —Yo me encargo de hacer que lo que vivas ahora parezca que lo hayas soñado. ¿No me recuerdas, verdad? Tyassö intentó reconocer algo o alguien entre la adversidad, la confusión y la simultaneidad de rostros y las criaturas que transitaban dentro y fuera del túnel, mientras la mujer le insistía: —Mira esta foto. La misma situación la verás en otra realidad fuera de este sueño, cuando te despiertes y no recuerdes que ya la habías soñado. En uno de los pasillos, Tyassö visualizó algo borroso, similar a la ruta que conduce al desierto del Sáhara y otra ruta hacia las Pirámides de Egipto... De pronto, se sorprendió, porque en la foto se movía un autobús, que se desplomó sobre el borde de una gigantesca duna. Él mismo sintió su cuerpo salir despedido

con fuerza hacia adelante. Al examinar la fotografía, Tyassö ya estaba inmerso en el último asiento de ese autobús, rompiendo el cristal de la ventanilla con su cara ensangrentada. —¡Aaaaaah! —exclamó. Instantáneamente, volvió con la misma fuerza y velocidad hacia la terminal del túnel donde estaba. Asustado e intrigado, Tyassö se preguntó: —¿Estaré enloqueciendo? —No —le respondió la mujer—. Acabas de predecir uno de tus infinitos posibles destinos. Atónito, mudo y con miles de palabras contenidas en su boca, reflexionó: «Entonces, ella sí puede escucharme». —Por supuesto —le contestó ella, sin necesidad de que Tyassö hablara—, piensas tan ruidosamente que es imposible no oírte. Permíteme presentarme, soy Tecielle, la guardiana de tus sueños. «¿Y para qué necesito un guardián de sueños?», cuestionó Tyassö, mirándola y tratando de acostumbrarse a esa nueva forma de comunicación sin palabras. —Por alguna razón, has invertido el orden y la secuencia de tus sueños y están todos confluyendo al mismo tiempo. Observa la multiplicidad de los acontecimientos que has elegido para ti aquí y ahora. Tecielle abrió una puerta y, frente a ambos, aparecieron suspendidas en el aire un sinfín de escenas, todas sucediendo a la vez. Arriba a la izquierda, Tyassö vio una especie de excavación, dos hermanos sacerdotes desenterrando un cadáver enfrente de un colegio público para estudios arqueológicos, el futuro terremoto de Sichuan (China), la futura hija secreta de su hermano, la reelección de Barack Obama y la colonización moderna de grandes potencias a base de financiación a otras naciones. A la derecha, una clase universitaria, donde otro hombre se presentó: —Soy el profesor Einstein, hoy hablaremos de la relación entre las subpartículas

atómicas y su incidencia en los fenómenos de una nueva física… A la izquierda, la primera niña negra que asistió a un colegio de blancos; captó también al rey Midas y su valioso oro y contempló todo: el Paleolítico, el Neolítico, el Mesolítico, la Edad de Cobre, la de Bronce y la de Hierro. Abajo, estaba el fuego de grandes volcanes, bajo los pies de unas criaturas en llamas, un escenario muy siniestro de otras muchas energías intangibles; presumiblemente, aquel lugar se trataría del Infierno. Al mirar hacia arriba, lo cegó la intensidad de una luz más potente que cien soles juntos, con lo cual no pudo ver nada. De pronto, Tecielle le dijo: —Es posible que estés viviendo todos los sueños a la vez. Encuentra tu esencia y devuélvele su cuerpo para que se armonicen y puedas experimentarlos de uno en uno. Tyassö despertó de ese sueño. «Al fin», pensó. «Solo era una pesadilla». El golpeteo insistente de la puerta del cuarto donde ahora se hallaba, soñando de nuevo, le aceleró el pálpito de su pecho. Quiso incorporarse, pero no lo logró. «¡Pero qué diablos!». Estaban llamando insistentemente, pero no era la puerta de la habitación, sino el sellamiento de una de las cámaras de las Pirámides, que hacía unos momentos había dejado atrás en su sueño anterior. Tyassö miró y no encontró más a Tecielle, y por más que intentaba llamarla no lograba hacerlo. El enterramiento con arena adentro de la Cámara en la Pirámide, afectaban a su cuerpo y lo inmovilizaba, en la “otra realidad” dejando muda sus cuerdas vocales. Tyassö oía todo lo que pasaba allí afuera, pero sentía que se ahogaba y que cada vez le resultaba más difícil respirar. La arena lentamente iba llenando todo el espacio, ya casi sin luz. Entendió que debía viajar rápidamente hacia otro sueño para salir de ese estado con su cuerpo inmóvil sobre la cama, donde estaba atrapado y le costaba inspirar. «Tecielle, ¿dónde estás?». Tyassö exhaló, abriendo los ojos y sudando litros. Frente a sí, percibió a un ser con una capucha cubriéndole su rostro; no sabía muy bien de quién se trataba. El pavor fue tal que sintió un escalofrío desde los pies hasta su cabeza, que bajó de golpe a su pecho, acelerando aún más su

corazón. Una vez despierto, su mente intentó racionalizar, relacionar y buscar una explicación lógica a todo lo que le había sucedido. Entonces, lo asaltó la confusión de dos voces que conversaban en su cabeza: —No eres especial, únicamente tenías sed; se te resecó mucho la garganta y tu organismo medió esa señal en medio del sueño para que te despertaras. La otra le dijo: —Todo cuanto viste, oíste y sentiste fue real. Cuando abriste la puerta, les permitiste entrar; cuando gritaste «ya voy», tu voz quedó archivada en la biblioteca de todos los sonidos, en el gran museo de los recuerdos. Saliste ileso de la pesadilla número 15.042.015. Estabas enterrado en una tormenta de arena en pleno desierto del Sáhara y en las pirámides de Egipto; también te salvaste de perecer ahogado. Continuó: —Pues te anticipo que, cuando se acerque el momento, no podrás evitar el accidente; tendrás lo que las otras personas tienen, un simple déjà vu, a menos que logres reubicar la secuencia inicial y todo vuelva a su estado de equilibrio: el de las compensaciones móviles, transmutando tu energía en los sueños de un estado a otro. »En este actual, coexisten en confluencia, lo que significa que podrás estar en varios lugares a la vez y las acciones que realices incidirán simultáneamente entre sí. Todo cuanto hagas en cada uno de ellos afectará a los otros. Recuerda que no hay un orden del tiempo; aquí, los sueños del pasado, presente y futuro se vinculan a la vez. El futuro puede modificar al pasado y eso repercute en tu presente. Sí, existen y no a la vez un nunca y un para siempre. «Esto es de locos», pensó Tyassö, reflexionando sobre todo lo que había visto y oído; sus ojos se cerraron involuntariamente, leyendo este mismo libro, que él mismo escribió en un futuro. «¿Cómo? ¿Qué? ¡Esto es de locos!».

Visto en sueños de 2008 d.C

Capítulo primero

Sueños asimétricos, sueño nº 832421-318

Tyassö soñaba lo que acontecía y se replicaba en todas las dimensiones. Podía oír voces y ubicarlas cardinalmente desde su mente en el cosmos. Pues en él se manifestaba la realidad de que, en otro estado de consciencia, existía; no hay tiempo, ni espacio… Le iban y venían los recuerdos borrosos del momento de la colisión entre Olvido y Recuerdo, que apuntaban a que Tyassö se hallaba muy cerca del evento; las ondas expansivas del boom penetraron en su tejido y modificaron por completo su ADN, afectando con un incremento notable sus sentidos extrasensoriales. Soñó que soñaba y, en aquel sueño, alguien que no conocía soñaba con él y, en sus sueños, ella soñaba que él también soñaba con ella. Pero no la identificaba. Era una réplica de lo que acontecía a los inmortalizados, de todo lo que Recuerdo le decía a Olvido: —Me encantas, me encanta tu forma de ser. Siento como si te conociera de toda una vida. Tu aura, esa esencia natural que desprendes de forma divertida, romántica, una mezcla tan original... Me encantas… Ese mismo sueño lo estaban teniendo otros muchos soñadores, siendo los protagonistas de la misma historia. Tyassö no quedó atrás, también se vio inmerso en sueños con su pedacito de mercurio, acercándose cada vez más, reencontrándose. Se hallaban inundados en sueños y ensueños en una cadena; cada vez que despertaba, ella venía de otro. La perdió entre tantos bailes de sueños que ahora solo sueña con encontrarla de nuevo. Tyassö solicitó la presencia de Tecielle por telepatía: «¿Tendría que escapar de todos mis sueños al mismo tiempo para armonizarlos?».

—Exacto, Tyassö. Ya comienzas a entender. Simplemente, todo es relativo. Abrumado por las respuestas sin preguntas, soñaba y soñaba, pero al despertar, no se acordaba. Se perdía en miles de visiones, de las que salía y entraba, donde creaba una vida y la vivía cada vez. En uno de esos múltiples ensueños, retuvo el código clave para acceder y huir, pero cuyo uso todavía desconocía: 0-IVIX, XIXVIIIVIII-0. Fue automático. Tyassö comenzó a remover sueños, buscando preguntas, a veces, en aquella dimensión donde vivía otro tipo de rutina, haciendo cálculos de peso y masa. Allí, se distraía y se le hacía tarde, ya que hablaba con metáforas y frases hermosas acerca del devenir del tiempo. Este transcurría simplemente. «¿Y hacia dónde viaja cuando nos movemos en sueños?», se preguntó. Mañana es martes, 1 de diciembre del año 2037; depende de cuándo estés leyendo este libro y recuerdes haber soñado todo esto antes. Pasaron sueños y algunas pesadillas y Tyassö no podía dejar de pensar en la mujer de sus dulces visiones. Cuanto más se alejaba, más presente y nítido se hacía el recuerdo de su sonrisa misteriosa de Mona Lisa. El timbre de su voz, su manera de andar, sus diferentes expresiones, unas veces, la de «todo lo puedo», y otras, aquella de «lo puedo todo». «¿Quién será esa fémina que se me aparece?», se cuestionó. De repente cayó en picado en otro sueño. En un jardín donde escuchaba la voz de una mujer que cantaba a lo lejos, el ruido provenía donde el jardín se unía con la selva virgen. A medida que se acercaba siguiendo el sonido de aquella melódica voz, ésta paraba de cantar y ya sólo hmmmeaba. Tyassö llegó al borde del jardín, donde la mata era muy espesa y le era difícil apartar la maleza para descubrir a la hermosura. Para su sorpresa, al atravesar el bosque se halló con una cascada en medio de un lago, vio una preciosa mujer bañándose de espaldas, como quien deseara ser sorprendida en el acto. Era ella. La dueña del árbol, ¿Amiga de la serpiente? Se giró sensualmente y sosteniendo una manzana, la mordió y le ofreció a modo de invitación para que se metiera con ella en el agua. «¡Oh, La manzana mordida!». Se engrandecieron sus ojos al tiempo que se dilataban sus pupilas. ¿Era roja? ¿Era verde? De todos modos ya tenía asignada un color antes de que

nos formulásemos la pregunta. Poco a poco se fueron uniendo todas las remembranzas; corrieron y recorrieron todo el Edén de rosas y girasoles, desnudos en su traje de Adán y de Eva. Se amaron como el primer hombre y la primera mujer sobre la Tierra. Contaban cada momento, cada historia, cada canción, la misma que se repetía durante todo el trayecto mientras Tyassö regresaba a otros lugares en sueños, entre aeropuertos, terminales y sus túneles multidimensionales. Volvía a empezar cada vez que acababa, como si nunca fuera a finalizar, nunca, el único posible imposible. Esa noche, soñó con ella de nuevo: algunos pocos abrazos atrapados, encerrados en aquellas horas que secuestraba el tiempo al reloj, como si no les importara. Tyassö se quedó dormido durante aquel viaje de una hora, aproximadamente, durante muchos siglos y muchas vidas. Así, ensayaba aquella combinación para ver el ciclo terminar y repetirse, reviviendo una y otra vez todos y cada uno de los momentos compartidos, los paseos sin fin por los senderos de aquel hermoso bosque, las noches y los días que se sucedían como luces y sombras, hasta que encontró la secuencia y se descubrió con ella, desnudos otra vez, por primera vez. Crecieron desde la Prehistoria, irrumpieron volcanes y se heló todo. Marcharon largas rutas y descubrieron el fuego frotando rocas, caminaron y pecaron gravemente con la segunda manzana. Primero, fue Newton y, luego, le siguió Einstein. A continuación, en un fin de semana de piragüismo, de vinos y abrazos bajo una manta, música jazz, mil besos y varios «te quiero», pasaron noches de poco sueño en la serenidad de una habitación. Esta daba justo sobre una calle principal, donde se escuchaban los cláxones de los autos. La brisa guiaba la cortina de la ventana que habían dejado abierta y el respiro agudo de los dos. Tyassö sintió el latido del corazón de ella al poner una mano sobre su seno izquierdo, cuando la abrazaba para protegerla, hasta que amaneció y vieron la luz del sol saliendo de sus sueños por separado. Rezaron juntos en voz alta y callaron la otra oración que separaba la línea fina entre sus fervientes deseos y sus posibilidades sin miedo al temor. Y sí, habían deseado estar juntos contra el mundo entero, incluso en contra de ellos mismos y

de esa parte que no estuviese en contra de toda contra de verse juntos. Sabiendo que su historia solo resultaba posible entre sueños fugaces, buscaban una y otra vez la forma de entrar en esa realidad. Estaban enamorados, pero ni él ni ella lo iban a pronunciar en alto con esas palabras necias, por lo menos no en ese tiempo, no de aquella manera vulgar y reptil, no sin el momento apropiado. No. Ya habían llovido otros muchos siglos y sueños y tan solo un año físico en calendario gregoriano había transcurrido desde que se conocían. Tyassö se dio cuenta de que había soñado con ella durante toda su vida entera. Él no tuvo que mendigar ni un instante aquellos besos amielados que ella le ofrecía, voluntaria, untados de pasión. —¿Te quedas a dormir? —Mientras él descubría su piel suave y prohibida. Allí, perdidos en sus laberintos, ella le dijo: —Róbame, róbame, apodérate de todo; yo te ayudaré. Tómame entera, el cuerpo entero, ahora. El corazón no todavía, todavía no, no todavía. —Despacio, que nos escuchan. Te amo. No quería decir eso, lo siento. No te lo creas; en serio. Te amo. La sentía tanto que parecía que sus siluetas se habían fusionado en ese precioso y preciso momento, resbalando sudor con sudor; ¡lo hicieron a pelo! El flujo del placer y del amor inundaba todas partes, mientras la manzana crujiente que mordían les inspiró a amarse aún más con total originalidad. Luego, él solo la miró, sin tocarla. La observó tendida sobre la cama; él, de pie junto a la ventana. Ella seguía gimiendo, más discreta, tocándose los senos, acariciándose los pezones sensual y atrevidamente. Con todo ese cuerpo suyo heredado de vaya a saber qué reinas ninfas marinas, semejaba que estuviese poseída. Él ya no logró resistirse al verla así ni un minuto más, así que volvió a amarla con la fuerza de todas las corrientes oceánicas. Él le contó su secreto y le entregó su verdad expuesta. Así fue como cayó de nuevo en la ceguera del amor, ya que solo amarla lo hacía feliz. La tomó en

infinitas ocasiones en aquel cuarto, hasta que se quedaron dormidos, desnudos como el primer día del pecado, a media luz, que perfeccionaba la sombras de sus rostros. Estaban sentenciados, sentencia de enamorados. Pesaba esa frase, más ligera la condena por el placer de conocerse. Dormían y no dejaban de turnarse y abrir los ojos para regalarse besos diminutos en la frente y cara, en los ojos y mejillas, en la espalda, él en sus piernas y sus nalgas. Le susurró al oído: —Te besaré y te besaré aquí y aquí también y también aquí. Necesitaba muchas «y» para violar con ósculos de algodón su interminable cuerpo infinitas veces, de nuevo en ese precioso y preciso momento. Ella se llevó uno muy atrevido justo en la más pequeña y profunda de sus rosas, que crecía al latir del o de sus labios con su piel. Guarros y sudados, agotados, felices y brillantes, refulgentes, apasionadamente violados, gozados, oliendo a placer, deseo y amor de brutos. El sudor como gotas de lluvia descendía por sus cuerpos y el aroma de la piel emanaba la pasión, como frutas maduras jugosas y rojizas, calientes por las caricias del sol. Mientras, los silencios entre sus miradas les gritaban como locos: «¡Viva el amor celebrado en esta cama!». Ya exhaustos y semidormidos, Tyassö soñó nuevamente, ahora para encontrarse en la puerta principal de un palacio con un patio circular en el centro, que tenía muchas gradas. La gente por doquier aullaba, animando su salida. Él continuó recordándola, mientras infundía su espada. El amor verdadero le dio el coraje para vencer cualquier fortaleza, esa fuerza que poseía en sus manos para estrangular a un león o para desafiar a diez ejércitos armados. Y sí, él era un gladiador y luchaba porque no le restaba otra opción en aquel sueño. Había sido capturado y obligado a pelear entre las fieras. Entablaba batalla, entonces, en nombre de ese amor. Ella lo observaba desde el palco, junto al emperador. La reconocería donde fuera, como fuera, luego de sepultarlos a todos bajo los escombros de lo que llamarían el gran coliseo romano. De pronto, el celular sonó, pero no les importó, ya no. Quien fuese insistió, hasta que ella le dijo:

—¡Cógelo! Justo cuando él iba a tomarlo, paró. Al mirarlo, descubrió un mensaje de ella, en el que figuraba «hola» a secas. No tenía sentido. Tyassö se encontraba con ella al recibirlo. Entonces, lo comprendió una vez más. ¡Qué iluso! Estaban viviendo otro sueño, así que de nuevo se despidió de ella; las imágenes se desvanecieron velozmente, desintegrándose y, con esto, la posibilidad de estar con ella. Era la misma hora, pero resultaba otra la insignia. Salieron de aquel sueño de cortinas de seda transparentes a las nueve y doce.

Capítulo segundo

El tablero, sueño nº 470235

Aquel día había sido diferente a los demás. Tyassö presentía que algo importante iba a suceder, pero no sabía muy bien qué. En su cabeza, sonaban otras voces que no pertenecían ni a Recuerdo ni a Olvido. Esa noche, se acostó con la sensación de que soñaría algo diferente. Entrecerrándose sus ojos, Tyassö oyó en su cabeza una disputa de otras dos voces que ya en otros sueños le habían susurrado, pero que siempre captaba muy distorsionadas, como si precisaran una mejor sintonía. También vio un tablero, un enorme tablero. Se trataba de una cosa rara que mezclaba fichas y diminutas imágenes de expresión muy antigua, algunas parecidas a las del ajedrez chino con símbolos extraños, marcados con algo muy contundente de origen desconocido. Quiso despertarse, pero esta vez era cierto, totalmente real y advertido. Amenazado e intimidado, rezaba cada noche, sollozando de miedo, sintiendo angustia, poder, tristeza, furia, sospecha, remordimiento, fuerza, confianza, ánimo, pereza, fatiga, seguridad, nobleza, amparo, estrago, respaldo, asfixia, gozo, calma y paz. No podía mencionarlo, todavía temblaban sus manos; el impacto de solo recordarlo respondía a esas preguntas cuyas contestaciones siempre habían estado allí. Sentadas sobre dos enormes asientos flotantes, dos figuras con trajes encapuchados, vestida una todo de negro, y la otra, todo de blanco, sin mostrar sus rostros, movían sus fichas por turnos; hablaban en un idioma extraño, atribuible a uno de los más codificados del universo, pero que en ese momento, durante el sueño, Tyassö pudo entender. «¡Sí, existen!».

Tyassö estaba aterrorizado en ese cuarto. Las dos figuras apostaban por el bien y el mal antes de cada movimiento. Uno creaba y otro destrozaba personajes en cada dimensión, según ganaban o perdían; uno pedía catástrofes, y el otro, rescatar solo a unos cuantos, según la magnitud del reto. Uno pretendía que crecieran las enfermedades, y el otro, que sanaran, siempre al son de sus estrategias... Y, por supuesto, uno jugaba con trampas, aprovechándose del ligero despiste del otro, mientras este ensayaba técnicas para salvar vidas, y así aumentaban las quiebras. Al otro no le importaba que lo consideraran despistado, porque en esa distracción él rescataba más vidas, modificando las condiciones para reducir las catástrofes ambientales y humanas que su adversario se encargaba de pensar; en esos terrenos, la fuerza de los pensamientos se volvía realidad. A medida que pasaba el tiempo en el sueño, que Tyassö presenciaba en ese cuarto, lo veía más claro y podía explicarlo mejor. Era un tablero de múltiples e interminables fichas y figuras, que se conducían paralela y multidimensionalmente con sus opuestas, como un mar de increíbles e incalculables combinaciones y de infinitas e interminables posibilidades. Tyassö ya debía despertar, pero de camino a la salida, lo pilló un doble sueño en una estación de metro de Moscú. Tropezó con ella, la mujer de sus visiones, justo cuando estaban cerrando las puertas del tren y los dos corrían para entrar. El resultado fue un revuelo de papeles que ella portaba, que cayeron al suelo. Los dueños del tablero oyeron el golpe y se percataron de que había alguien en el cuarto, que accedía al sueño y a la realidad al mismo tiempo. El corazón de Tyassö latía como un preso condenado a la horca un día seis, a las seis de la mañana, cuando escuchó al gallo cantar, sabiendo que aquella era la fecha de su ejecución. No logró despertarse por más que lo intentó, porque se había quedado quieto en ese cuarto para pasar desapercibido, por miedo a ser descubierto y aplastado como una diminuta hormiga. El tiempo corría en su contra, pues solo le restaban cuarenta segundos para salir sin ser visto ni notado y tomar el impulso necesario para pasar a la realidad simultánea, para entrar en o con ella antes de que se bajara en la siguiente

estación. Mientras tanto, su cuerpo yacía inmóvil, paralizado en su cama. Aunque su cerebro estaba despierto, su alma aún no había regresado; andaba entre otros sueños en eras persas, viviendo la vida de Michael Jackson de los años noventa en dimensión terrestre, como estalló el Big Bang entre otras realidades simultáneas entre dimensiones. Tyassö sentía esa agonía de cuando quieres recuperar la consciencia, pero no puedes moverte. El tiempo pasaba su cuenta regresiva: veinte, diecinueve, dieciocho… —Lo siento mucho, ¿estás bien? —le dijo Tyassö. —Sí, no te preocupes —respondió ella. Con una sonrisa, ocurrió un flechazo y, rápidamente, añadió: —Soy Tyassö. —Mi nombre es Bella. —La mía es la siguiente estación; por favor, solo escribe tu número de teléfono. —Lo siento, no —replicó ella con una sonrisa. —Por favor, quiero volver a verte; tenemos solo diez segundos —insistió allí y en otras seis pieles diferentes de seis diferentes sueños, en seis diferentes trenes y en seis diferentes idiomas, con el mismo contenido que en otros seis distintos ensueños de seis distintos lugares en la sexta dimensión. Tyassö casi se declaró allí mismo, estampado ante su belleza, tendiéndole su celular con otra sonrisa. Sonreía porque sabía que ya la había visto y recordaba los lugares donde habían estado. Tyassö miró el reloj en un instante y miles de imágenes acudieron a su mente: allí estuvieron, lo habían contemplado y hecho todo: París, Praga, Venecia, Marte y Júpiter. «No lo dudo, es ella», se dijo. Esta podía presentir esa misma perezosa fatiga de los viajeros cuando retornan

de un largo y exhaustivo viaje. Lo recorrieron todo, de la A hasta la Z, y dieron otro salto para comenzar de nuevo, porque son así, porque así son, dos enamorados rebeldes que roban tiempo al universo, que se niegan a renunciar a su amor. Diez, nueve, ocho… Tyassö le tomó el móvil y marcó su número. Siete, seis, cinco… Mientras tanto, en el otro sueño, el ser de la capucha negra celebraba una victoria de una de sus múltiples apuestas. Tyassö vio cómo con su mano derrumbaba ese Yak’42D en aquel once de septiembre del 2011. Tres, dos, uno… Llegó el tren a la estación y Tyassö se despidió de Bella con un «te veo pronto». Huyó, aprovechando la distracción de ambos jugadores, para salir corriendo directo hacia la puerta, tras una discusión por las continuas trampas del juego de Capucha Negra. Escapó así de ese agonizante sueño, donde todo parecía confuso y una pesadilla total, con una mezcla de tantas emociones como si hubiese pasado en realidad. Tyassö olvidó todo al despertar porque llegaba tarde a trabajar, así que se fue corriendo a la ducha. Se sintió inquieto durante toda la mañana y no logró darse cuenta de por qué. A las 16:02, hora local de Moscú, donde, casualmente, le tocaba vivir una de sus millones de vidas, se quedó perplejo y preocupado al enterarse de ese accidente que él había testificado en aquel sueño. Se preguntó qué podría haber hecho, culpándose de no haberlo evitado, aunque no supo bien cómo lo habría conseguido. El evento lo dejó impactado y atónito, porque no imaginaba cómo explicar esto a nadie. La sincronicidad del sueño con la realidad, lo que Tecielle, la guardiana de los sueños, le había anticipado sobre cómo distintos estados de consciencia podían coexistir e influirse mutuamente… Ahora intentó recopilar los demás detalles de ese sueño y de muchos más, uno tras otro. Entendió que, si veía desde el tablero pasado, presente y futuro (incluyendo un terrible futuro accidente, del que saldría ileso, el cual acontecería cuatro años después, en el quince de abril del 2015, en la misma dimensión terrestre que encerraba el código numérico del nacimiento y el nombre de ISAROIS, 1542015), como todas las personas, podría ser jugador del tablero.

Así incidiría en su destino y en el de los otros, aprendiendo a manejar las alternativas que se le presentaran y creando las posibilidades más cercanas a lo que quería alcanzar; modificaría las condiciones del contexto, generando nuevas situaciones con sus acciones y pensamientos para que los acontecimientos tuvieran lugar.

Capítulo tercero

¡Hasta siempre, amor! Sueño nº 8585972710*

Cuando ella abrió los ojos, Tyassö ya no se encontraba allí. Se había retirado sigilosamente mientras ella dormía y, sin darse cuenta, se le había caído del bolsillo una carta; en el último instante, se había arrepentido de escribirla y decidió que ella jamás descubriría su contenido. Mas algo intervino en su destino, pues la misiva llegó de todos modos. De pronto, se sintió un enorme vacío y, aunque no estaba allí, Tyassö presintió que el destino los había dividido. Ella se levantó y caminó hacia la puerta, donde vio la carta en el suelo. La abrió y…

Querida amada mía: Te escribo esta carta con ese comienzo que escuché una vez que recitó un poeta, dedicado al gran amor de su vida. Ojalá supiera ataviar con dulces palabras este regocijo aclamado que siento por ti, como un borracho por su bebida, como un poeta de verdad. Deseo tantas cosas, tantas cosas, tantas. Anhelando quererte, me perdí en el intento. Perdóname. Perdóname, perdóname por ser imperfecto. Perdóname por ser perfectamente imperfecto. Debí tomar la derecha, pero seguí todo recto y, si es incorrecto amarte, me encantaría que fueras tú quien señalase mi defecto. Me marcho; tengo miedo de quedarme atrapado y perderte de nuevo, como la primera vez en este sueño. Pretendía decir que un día me enamoré de ti y más, que no existía otra persona que me provocara tanto latir. Te mentí siempre con la verdad, hasta cuando

juraba, pues no te amaba; si en litros me supiera el mar entero y cuán alto mide mi suelo hasta el techo vacío del cielo, es mi querer y solo en tus manos cabría. Pues no te amaba; te amo. Me llovieron muchas, hasta que tu sol rescató mi día. Maquillé de besos y dulces caricias mi eterna rebeldía. Confieso que me amaron, pero mi amor por ellas yo escondía; hoy me rindo aquí, con el pecho abierto y mi entera cobardía. Poder rozar tus labios, mientras, yema con yema, presumen suaves caricias nuestros dedos, es la imagen más pura de amor que conservo en mi mente, reclusa en lo más profundo de aquel abismo que creaste para dos, cuya luz eres tú. Envidiosa y mentirosa es toda persona que reniega de su envidia al proclamar a la mujer más bella. Por quererla o estar con ella y ese incandescente brillo que destella, mi estrella. Te amo, doncella, y aquí lo sella mi huella para que a aquel que se atreva y presente una querella lo desestime el juez, al escuchar la más original declaración de amor jamás oída de un criminal, escrita y perdida en el mar dentro de una botella. Pero no, nunca perdemos; ganamos o aprendemos. Perdóname. Perdóname, perdóname por ser imperfecto. Perdóname por ser perfectamente imperfecto. Lo que no ve el ciego no lo escucha el sordo ni lo dice el mudo. Y si nunca juntas fueron vistas la verdad absoluta y la absoluta verdad, a aquel que a ti se declare, mintiendo crudo, le ate su garganta menudo nudo, tan agudo que ponga de manifiesto el desnudo de su trola ante tu escudo. Declárese la guerra y que el infierno invada el cielo si amarte es un pecado. Satán prenda su fuego, aún seré tu fiel amado. Corónenme de espinas y feliz soy coronado; si amarte es mi pecado, feliz soy condenado. Emprendí mi rumbo y tracé una ruta, que se cruza con tu camino; en mi mochila, hay solo pan y agua, lo que dure hasta llegar a mi destino, soñando... ¿Recuerdas aquel día en el que me dijiste «te extrañé»? No te respondí no porque no sintiera lo mismo; sonaba vulgar pronunciar «yo también te echo de menos», porque no era simplemente. Por eso cambié de tema, como a mí bien se me daba. Aquí mi testamento, sellado con tinta de tintas imborrables, que encierran mis

pensares más profundos, los más abiertos y también los más ocultos.

De pronto, los días se hicieron tan oscuros como las noches. Tyassö despertó, olvidando todos los demás sueños por volver a entrar en este feliz, sin muchas ganas de recuperar la consciencia, ni reencontrarse y llenar aquel enorme vacío en el pecho. ¿Tú crees que Tyassö la extraña? Desde luego, claro que sí. ¿Y que la quiere? Por favor, no. No se lo digas a ella. Lo descubrió justo en ese momento, cuando ella le hizo esas preguntas que solo él sabía cómo se contestan, pero que no logró responder. ¿Y ella imagina que él la ama? Tampoco. Aunque se lo confirmaran, nunca lo creería. Y aunque lo creyese, lo dudaría, porque son así, porque les da miedo querer, porque conocen lo que significa y están felices en el intento, sin trascender. Abrazados, hablaron de pistolas y rosas, de amantes y esposas. Él se mantuvo fiel, acariciando su espalda. Oh, cómo la deseaba, menos de lo que la iraba. La sellaba con besos consentidos y a traición desde su cuello hasta el resto de su cuerpo, los que a ella le gustaban. ¿Crees que ella lo echa de menos? Di que sí y acertarás. ¿Y si lo quiere? Ja, ja, ja, ja, se reiría; ja, ja, ja, ja. Repetiría: «Eso nunca, jamás, jamás, nunca o jamás». Nunca lo sabrías y, si se lo dijese, él lo dudaría, porque tienen miedo, porque así es Tyassö y así es ella; porque son así, porque así son. Tyassö despertó de otro sueño, uno más, rodeado de almohadas, en una cama vacía y oliendo a ella. ¡Qué iluso! Su fragancia vino mentalmente. En ese momento, percibió y olió con el cerebro los recuerdos. Se le pasó, debió de rociar la cama de ella con su perfume. «Esto es la guerra», pensó Tyassö; no hay arma prohibida en una batalla sobre el campo del amor. En el interior de su mente, el ego y este libraban otra batalla: —Huye, comando, que todavía estás a tiempo. Si te enamoras, no seré responsable de…

—¡Basta ya! ¿Qué es lo peor que podría suceder? Solo piensas en ti y en tu inquebrantable ego. ¿Y los demás? ¿Acaso no nos merecemos vivir, además de respirar? ¿Opinas que prefiere a los hombres más altos y cachas? Pues aquí tiene un músculo cerebral de estatura considerable. Deja que ella decida y no tú y tus desalentadores prejuicios, haciendo que la ignore todos los días como si fuese esa la solución. Y claro que lo es, pero para ti y tu ego rascacielos. Y ahora, si me disculpas, voy a enviarle mis buenos días. Había llovido bastante desde entonces; habían pasado varios eclipses solares y lunares, parciales y totales. Tyassö le pidió que se convirtiera en su esposa. Ella le dijo que sí ante millones de testigos y meteoritos; él le ató la cuerda del símbolo de unión en la mano izquierda, la más próxima al corazón. Vivieron una eternidad de amor ciego. Ella lo quiso y él la quiso tanto que Tyassö se volvía a casar con ella siempre que morían y nacían de nuevo. No podía dejar de reelegirla, ni ella a él tampoco. Llovió otro tanto y Steve Jobs plantó el árbol de la tercera manzana. Entonces, los días eran más soleados y su amor ya veía sombras de luz. Ella seguía aceptando ser su esposa, a veces, en ritos musulmanes, otras, en ritos de otras creencias, tantas diferentes que Tyassö desconocía. Alá los bendecía y a su hijo lo llamaron Mahoma, pues había nacido un profeta. Llovieron los meteoritos en otra era, que acabaron con los dinosaurios. No sé si todo esto Tyassö lo soñaba o lo pensaba, o si lo pensaba y luego lo soñaba o quién era yo narrando los sueños de Tyassö. Al despertar, él siempre la extrañaba, claro que sí, desde luego. La echaba de menos y anhelaba el placer de tenerla, tanto, que comprendió la inspiración que da Vinci halló en su día, aquel que había retratado a la misma Mona Lisa. Y volvió a soñar otra vez con ella… El entorno le resultó extraño, pero era imposible no reconocerla, el alma que afloraba por sus ojos y su sonrisa, que él notaría dondequiera que fuera. La miraba mucho, siempre que podía, sin que ella se diera cuenta. Era tan bella que ningún Picasso se atrevía a pintarla.

Tyassö la amó nuevamente, aunque ya antes muchos otros la amaron: Abraham, el propio Adán y el gran Ramsés. Cuando ella apareció, Tyassö quedó cautivado por completo y la fémina captó toda su atención. Se acercó y dio justo en el clavo, acertando en el lugar preciso, la diana de su alma, con esos minuciosos detalles que llenaban su corazón e iluminaban ese amor. Este pronto dejó de ser tuerto y vio por completo la luz. Ya no era la carne lo que los movía. Sabían que podían hacerlo, pero cuando llegaba el momento, sus miradas trascendían ese instante. Querían captar la esencia de sus emociones y recordar para siempre el sentimiento. Entonces, sus almas comenzaron a viajar juntas en el tiempo. Pasaron millones y millones de eras, hasta que se inició el deshielo. Fue como si estuvieran hibernando; sus energías se hallaban diseminadas por diferentes puntos de distintas galaxias. Algunas veces, morían en una vida y, en otras, eran la energía de volcanes que habían sufrido un coma etílico. Aunque durmieran profundo, cabía la posibilidad de que, un día inesperado, se despertasen para otro trago y engendrasen un ecosistema lleno de vida, en algún otro recóndito lugar del planeta. Así Tyassö y ella perecieron y florecieron nuevamente en la rueda del Ciclo, haciendo penitencia por sus males del pasado. Se vieron unidos como carne y uña, como tecla y piano, en una pareja de dos enamorados pingüinos con una tremenda torpeza en tierra firme, que igualaba esa agilidad que poseían en las aguas del Polo Sur del planeta Tierra. Nacieron también en las constelaciones del cielo oscuro de la noche, entre la Osa Mayor y la Menor. Se reencarnaron, como siempre, el uno para el otro en todas sus vidas paralelas. Pasaron muchos sueños y Tyassö ya dominaba las múltiples dimensiones, entraba y salía como Pedro por su terraza; fue mineral, caballo de Troya, ave, a veces, tiburón, a veces, secuoya o ciprés; fue montaña, agujero negro y nebulosa; también humano, un criminal asesino, amante y celoso de su paz en medio de la guerra. Tyassö ya se había transformado en un campo de energía pura, sin materia. Viajaba en el tiempo a su antojo y podía situarse en cualquier época vivida y por vivir. Recordaba sus días como centauro, mitad hombre, mitad caballo, de mucho pelo en pecho, viviendo en una aldea de tierra. Allí, las constantes luchas,

el sexo de las bestias y el instinto pobre de resolución pacífica constituyeron su característica grupal de honor y fuerza entre iguales. Tyassö murió tantas veces que ya le aburría. Pero la parte más excitante era saber que nacía automáticamente en sincronía en cualquier otro lugar, como cualquier otra cosa existente donde hubiera vida. A veces, fallecía siendo una estrella que se tragaba un agujero negro; otras, era humano y lo enterraban vivo, cuando no sabían que él dormía profundo por su catalepsia; otras, perecía siendo una criatura de otro mundo, que había caído en un lugar inhabitable para su especie; o se apagaba el corazón de su volcán para siempre y nacía como otro volcán, para volver a escupir su lava incandescente. Durmió un largo periodo, perdido en otro de sus sueños más ruidosos. Estaban todos contentos de que Tyassö hubiera regresado después de millones de sueños, que incluso lo habían dado por muerto. Bella, su Estrella de entonces, era el monte Victoria de Camerún, la hermana gemela de Basilé; preciosa y atractiva aquella montañosa, deseada por todos por cómo le quedaba su falda. Tyassö, sin embargo, no sabía qué ponerse para la ocasión; entonces, comenzó a remover las tranquilas aguas de su vestidor durante toda la mañana, haciendo saltar ballenas, cachalotes y delfines. Estos golpeaban sus toneladas de cuerpo cada vez que salían a flote contra las olas que él levantaba. Su hermano, profundamente dormido durante varios siglos, se despertó por tanto ruido que provocaba para preguntarle por qué tanto jaleo. Sorprendido de verlo, Tyassö dio un salto que partió el suelo de la casa en dos. Una gran fisura se sintió desde lo más profundo de aquel océano, a modo de un gran estruendo, al otro lado de la montaña. El lugar perdió claridad, ese día se vistió de gris y se maquilló oscuro, con un sombreado muy notable propio para un funeral. Comenzó a caer una fuerte lluvia torrencial, cogida de la mano de unos vientos violentos; como caravana de avanzadilla, anunciaban la llegada del presumido, inadvertido y uno de los más ruidosos de la pandilla: ciclón. Victoria estaba muy excitada, habían quedado todos para montar la mayor de las orgías nunca jamás folladas. La brecha que abría el terremoto de su hermano seguía avanzando a gran velocidad, como si partiera la misma tierra con un cuchillo de dientes de sierra.

Tyassö arribó invisible y se metió por debajo de la falda de su novia, concretamente, en sus laberintos. Se movió todo a gran escala, una combinación de todos ellos; montaron un gran ruido, provocando temblores y sacudidas bruscas de magnitudes inimaginables y relámpagos capaces de brillar seis universos juntos. Sus padres y vecinos, paralela y simultáneamente en aquel sueño, siendo especies animales, sufrieron aquella horrible y devastadora catástrofe. Rezaron y gritaron, implorándoles que callaran. Pero a Tyassö y a ella no les importó, a nadie hicieron caso. Maremoto y Terremoto juraron sus votos de compromiso aquel día. Aplaudieron los meteoritos, chocándose y observando el show; grandes remolinos tragaron chatarra del tamaño del puente de San Francisco o el de Mbini, cuando ambos alcanzaron el clímax al mismo tiempo con una gran explosión. ¡Tyassö eyaculó! Perdón, erupcionó violentamente. Lanzó una columna de humo muy alta, que derramó sus cenizas, cubriendo toda la sábana de aquella cama. Comenzaron a fluir aquellos flujos piroclásticos. Su semen rojizo y vivo se deslizó como magma, abriéndose paso desde la boca de su volcán con un movimiento denso y rápido, derribando todo cuanto se encontraba en su camino. Bailaron todos juntos y revolcados toda la noche. No faltaron vino para emborrachar ni sexo, estaban todos bien follados. Como quien canta baladas, ya de madrugada, se debilitaron sus fuerzas, una vez llegadas a lo más álgido; se adormecieron sus impulsos de locos sedientos. Los pocos que todavía seguían en pie hacían el amor, pues el silencio, que invadía poco a poco el encuentro, convirtió sus estruendos en disimulados gemidos. Alguien escribió que, después de la tormenta, siempre llega la calma, pero se equivocó esta vez. Justo al hallarse dormidos y resacosos, detrás de todo el mundo y después de la fiesta que traía de alguna de sus andadas, borracho y con muchas ganas de más celebración, apareció un aireado tsunami. Despertó de nuevo a todos. Retomaron sus tambores, sus pitos y sus flautas, como enchufados por la droga más temida; compusieron otra canción de amores en tiempos revueltos. Sopló incesantemente el viento del huracán, tronaron nubes y cayó más fuerte otro diluvio. La euforia del público espacial se desató con un larguísimo aplauso;

planetas y meteoritos se metieron precipitados en los vacíos de esos agujeros negros, como millones de espermatozoides corriendo maratones para fecundar un óvulo. Estos fondos no conocían ningún alargado pene que tocara su pared para saciar su succión. A todo ello, explotaban a carcajadas estrellas y sus luces, creando nuevas galaxias. Otra vez Tyassö se metió bajo su falda y explotaron juntos de nuevo. No faltó sexo divino; bebieron y no se ausentó el vino, hasta que se tornó todo congelado. El frío de la Edad de Hielo se presentó. Pero desde la forma o no forma, en la materia o en la antimateria, la seguía extrañando a ella. No encontraba pareja en la dimensión terrestre, porque ella no estaba allí. Ella era perfecta. En su pecho, ese escudo poderoso tan frágil que protegía la misma fortaleza de todo un imperio, con esa presencia que desprendía y que todos le veían. A ratos, creía haberla hallado, pero de repente se rompía en pedazos de cristal y se hacía daño recogiendo esos diminutos trocitos. Eran perfectos, una combinación de fidelidad más lealtad. Si acaso, se demostraban infieles consigo mismos o con otras personas. La lealtad no callaba el secreto de contarlo, celarse, odiarse, después, llorar, romper, alejarse para luego extrañarse y añorar el daño fiel que le hacían a ese cariño. Llegó a todas las vidas de Tyassö y se coló en todos sus sueños la más fugaz de las estrellas; sí, sin ser invitada, porque sí, a su antojo. Escuchaba cada párrafo de toda esta historia antes de ser divulgada, como si acaso necesitara su permiso para contar este relato. De hecho, apareció y ya toda su vida con él estaba escrita antes de revivirla juntos, con todas las incursiones malditas y los benditos besos que se daban cada vez que conjugaban el verbo «amar» en su tiempo y modo informal. Su cama no se aburría y no envidiaba a ninguna otra por el amplio repertorio de pasión, sexo, deseo y posturas nunca jamás vistas. Pero más temprano que tarde, así exactamente y como antes descrito, fugaz salió de su vida, durmiendo un profundo sueño junto a otros muchos fugaces, que descansan a tres metros del barro. Aunque para ella fueron seis metros. Contaban algunos labios que, a la menor de

las más ligeras sospechas de seres tan especiales como ella, tenían que echarle el doble de tierra. Su espíritu no comprendía la transición y se liberaba rápidamente para deambular y elegir otro cuerpo. Esto chocaba, creando una especie de cortocircuito, por tratarse de un envoltorio ocupado, provocando así demencias y otras alteraciones repentinas al sujeto elegido. Tyassö se despertó muy apenado, con la tristeza de haber enterrado al amor de su vida; sufría por lo poco que duró su relación. Abrazó el alcohol para ahogar su dolor. Su despecho, mar adentro, surfeó océanos, litro a litro de lo más fuerte. Un día, lo hallaron sus vecinos durmiendo un sueño de tres días, con la cabeza metida en un charco de su propia sangre, resultado de una caída por imprudencia bajo los efectos de aquella colonia barata que tomaba y apreciaba con tanto cariño. Sin duda, todos ya habían advertido que sería el motivo que lo uniría a los profundos tres metros. Al velorio lo acompañaron lágrimas de familiares y conocidos con un triste adiós, cuando los efectivos del hospital no pudieron salvarlo. Tyassö se despertó de golpe en otro sueño, que no era suyo, ante un juez. El que soñaba estaba en otra dimensión, reclamando que le devolvieran esa muerte, la misma que le había cobrado la vida en la visión anterior. El juez sentenció a su favor con todas sus irrefutables pruebas. Tyassö debía morir a causa del alcohol, sin embargo, no de aquel modo. Entonces, le concedieron el plazo de un sueño para devolver la muerte completa a aquel hombre a cambio de la de Tyassö, ya que él tenía que entregársela a su viuda. Aquel mismo día, esta debía reunirse con él al otro lado de la calle Sesenta y nueve. Al ver que ella no llegaba según lo previsto, se preocupó y avisó del error de tal confusión. Se quedó soñando y vio a Tyassö salir por la puerta del juzgado y alejarse en sus sueños. Cerró y, de pronto, Tyassö se hallaba en el hospital, a donde lo habían trasladado sus vecinos. Se recuperó del coma repentinamente, al tiempo que aquel hombre abrazaba a su cónyuge en aquella acera de su sueño. Allí habían quedado después de varios sueños sin verse. La mujer se desnucó cuando iba a cruzar la calle Sesenta y nueve (la avenida Esperanza), para protegerse bajo la cubierta de

la parada del bus de las gotas que caían a cántaros. En ese sueño, el médico tenía una noticia buena y otra mala para Tyassö. Se había salvado de aquel tremendo golpe en su nuca y, por suerte, no le quedaron secuelas, pero le habían detectado un cáncer terminal de hígado, que solo necesitó aquel sueño para acabar con él. Regresó a aquel mismo adiós a donde lo habían acompañado esos «amigos» casuales que conoció soñando. Ellos cargaron el cajón que lo transportaba, su foto y unos ramos de flores con notas que decían: «Nunca te olvidaremos». Al otro lado del cuarto en el cual Tyassö dormía, descansando en paz, el silencio absoluto era la voz del poder que lo trascendía todo. Así lo expresaba la gravedad de su alma, que ahora flotaba quietilenta, como una cortina que se desliza suavemente al empuje de una ligera y apenas percibida brisa, junto con una notoria ausencia del tiempo. Detrás de una pared muy fina, había una mujer gritando de dolor, mientras le decían «empuja, empuja…». Ella, entre llanto y sufrimiento, gritó: «¡No puedo más!»; insistieron: «Tú puedes, empuja, ya casi está, lo vemos, empuja». Hubo un tremendo silencio de un milisegundo de tiempo, medido en dimensión terrestre. Un viejo, el último cliente de un bar, acababa de terminarse su último trago de vino sobre las cuatro o cinco de la madrugada, en un pueblo remoto. Antes de marcharse, tomó su mechero, pretendiendo encenderse un cigarrillo; le dio repetidas veces, combinando la rueda y el pulsador, y este solo chispeaba por la poca precisión de sus dedos, poco coordinados, quizá por los efectos del feliz vino. No paró de insistir, comprobando que, aunque poquísimo fuese el gas que quedaba, todavía había algo en el depósito. Pulsó una, dos, tres… Al cuarto intento, se encendió la llama del mechero, alumbrando su cara; esta escena coincidió con el alumbramiento de la mujer en el cuarto de aquel hospital, donde le comunicaron que había tenido un niño. Y así volvió Tyassö a nacer en esta dimensión, vestido con su desnudo y un llanto más corto de lo habitual. Sí, tocaba, pues, soñar otra de las muchas vidas de otro inquilino, para poder encontrarse en una nueva cita con ella. Esta había

llegado tres meses antes, aquel mismo año, a este planeta.

Capítulo cuarto

El espejo, sueño nº 31356370

Pasaron sueños y ensueños... No había tenido noticias nuevas de Tecielle hasta esa noche, que cayó rendido en la cama, luego de un viaje extenuante. Tyassö se despertó y se encontró en la plaza mayor de una ciudad desconocida. Al frente, increíblemente, estaba él mismo, disertando: —La mayor de las claves del éxito consiste en CAER: Comprender, Aprender, Emprender y Recomponer. Tyassö no daba crédito a sus ojos; sin duda, era una de sus mejores versiones de sus múltiples yos, que inspiraba a los demás a desarrollar lo mejor de sí mismos con tan solo verlo. Ese hombre tenía un aura refulgente, algo profundo en la mirada y contaba más años; hombre de palabra y de la palabra, saliendo y entrando en los sueños propios y de otros extraños y conocidos, los ayudaba con sus charlas motivacionales. Aquella versión de Tyassö era de las más especiales, lograba comunicarse en múltiples idiomas; era la única que conectaba consigo. Él soñó sobre su propia existencia y se despertó convencido de lo que había visualizado. Lo asustó, porque sabía que él había comenzado a buscarlo y que, posiblemente, se toparían; tal certeza tuvo de ese encuentro que se cuestionó, inclusive, si este era su doble cuántico. Tal resultó la confusión que tanto él como Tyassö llegaron a pensar, creer, descartar, dudar el descarte, reconsiderar, contrariar su doble duda de si eran ellos, cada uno por su lado, el dueño de todos sus sueños. De pronto, se desveló; ¡noooo! Tyassö enseguida cerró otra vez los ojos para escuchar ese discurso tan bien coordinado, que le nacía naturalmente desde

dentro y que cautivaba la atención en aquella multitud de personas. En ese sueño, Tyassö era un líder nato. —La mayor de las claves del éxito está encerrada en nuestros sueños —dijo. Notó que el discurso había sido modificado al regresar. Salió corriendo, porque él, en su versión de disertante, se había detectado a sí mismo entre el público y no resultaba lógico encontrarse con su doble cuántico en la vida real. Entonces, cayó al suelo, inconsciente, y al desmayarse, las personas que estaban alrededor reaccionaron y lo llevaron a un hospital. Al abrir los ojos, Tyassö era ahora un doctor que anunciaba a la mujer desmayada que todo estaba en orden con su embarazo. Tyassö, al mismo tiempo, adivinó en otra dimensión, aquella mañana al despertar, que su hermana estaba encinta. Tuvo que retornar de todos modos a ese mismo sueño para devolver el cuerpo prestado a la mujer y al doctor, porque los había intercambiado para confundir el evento. Regresó al mismo lugar donde se había congelado la última diapositiva de lo que estaba soñando. Se camufló entre la multitud, muy seguro, para no ser notado y escuchar aquel aclamado discurso. —Sueña, sueña tu sueño y no sueñes pequeño. Sueña, sueña tu sueño, que tú eres el dueño. Soñar grande es eso que yo enseño, porque la mayor de las claves del éxito está encerrada en nuestros sueños. No dejes que tu éxito sea un sueño, convierte tu sueño en éxito. »El sueño y el éxito coinciden en dejarse CAER, que significa transitar el proceso de Comprender, Aprender, Emprender y Recomponer. Nuestras vidas son sueños creados, puzles. En todos ellos, queremos alcanzar lo más alto y hacernos una foto al lado del mástil. »Recorremos nuestros sueños, atravesando espacios, mares, galaxias, rompiendo esquemas, irrumpiendo sueños ajenos y propios, queriendo completar el rompecabezas. »Aquí está la clave: comprenderlos para poder interpretarlos, aprender en ellos para actuar, emprender con gran anhelo nuestros sueños y recomponerlos fuera para convertirlos en realidad.

Fueron largos e interminables los aplausos que allí sonaron durante varios minutos. Aquel doble suyo era su mayor estrella, y Tyassö, un gran fan repleto de iración, que destellaba en sus ojos. Prosiguió: —Somos el producto de todos los eventos que nos suceden en el universo, pero también el resultado de todo cuanto permitimos que nos ocurra, un proceso inconscientemente consciente a través de nuestros sueños. Siguiendo una estrategia, vamos recomponiendo el puzle y acercándonos cada vez más al mástil, a nuestra esencia, a nuestra versión original. »¿Para qué quieres un reloj, si no existe el tiempo? Al que mantienes atado ante ti, sentado en una silla, le restriegas tu altura. Sin embargo, otro sueño se encargará de arrodillarte ante ese mismo, en esa misma silla, para que él compare tu estatura. »Marca tu rumbo y elige tu camino. Cuando la duda sea más fuerte que la firmeza, elige «NO»; pero escoge un sueño, soñar y sueña; sueña tu sueño y no sueñes pequeño. Sueña en tu sueño que tú eres el dueño. Soñar en grande es eso que yo enseño. Para terminar, sacó de su bolsillo un dispositivo; este proyectó sobre la pared a sus espaldas unas imágenes. En ellas ilustró cómo lograban convivir el bien y el mal al mismo tiempo, reflejados uno ante el otro en el espejo. Pero cada uno, sin embargo, éramos dueños de nuestro destino y, por tanto, podíamos elegir el camino. —Sed gracia. Orad todos, pequeños, medianos y grandes, el salmo, hijos, para la salvación de lo inmaculado de vuestras almas y lenguas antes de entrar en el cielo merecido, de sueños con título: Como un ángel te apellidas. »Caricias de luz para vuestros sentidos, aunque estos me digan «no más descuida», capaz de alumbraros aún más. Espíritu, el fiel canal, mi buen amigo, imploro: guía como sol de duendes de vapor a mis hijos y aparta de su camino todo obstáculo del medio, metro a metro.

»Desgracia, raros todos, pequeños, demonios y grandes, malos hijos; con mentiras vacilonas de lo calumniado con vuestras malas lenguas, esas que salen de un liceo mediocre, de sueños con título: Como un ángel en pesadillas. »Ciscaría de oscuro vuestros destinos, aunque estos me digan «no más suciedad capaz de manchar aún más». Tupiréis el fiel canal, mi nube, amigo. Imploro: queme como sol, desnude de pavor a mis hijos y trace en su camino todo obstáculo sin miedo, temor con temor. ¡Y se despertó con un tremendo escalofrío! El eco del discurso latía en todos sus otros sueños. Los estaba conectando, ¡claro! Había empezado a recomponer el puzle. Tyassö sabía que se estaba volviendo más libre. En ese momento, sintió que se había soltado su eslabón de la cadena. En esa versión, era más fuerte e independiente.

Capítulo quinto

ISAROIS (666 versus 333), sueño nº 15042015

En otro nivel de otro sueño, el ser vestido todo de negro y con capucha profetizó: —Probará mi espada todo aquel que en mi contra vaya. Castigo merecerá quien mi secreto conozca y desvele, pues no habrá piedad para aquel que mi existencia comprometa. Pagarán juntos con él o ella los que compartan el conocimiento. Así lo sentenció tres veces seis, en cada ocasión que Tyassö intentó revelar lo que había vivido en sus sueños. Otra puerta se abría cada vez que Tyassö moría, pero en un nuevo lugar volvía a nacer. Tyassö pensó: «No hay secretos, ¿o sí los hay? Secretos abiertos son los conocidos por unos cuantos pocos; por más que los llamen así, se trata de información disfrazada al alcance de todos». Y reflexionó: «La mejor manera de pasar desapercibido es no esconderse, circular libremente entre lo común y corriente. Este es el secreto donde se esconden las mentiras, los más ocultos, los que están siempre allí y no destacan: la duda ante la fe o viceversa, como el llanto del silencio o el susurro intermitente del estruendoso ruido». Para Tyassö, nada era nuevo; todo estaba dicho, incluyendo este libro, que ya fue escrito varias veces en el tiempo, y esta historia, cuantiosas veces repetida y escuchada. Pero Tyassö pudo escuchar también otra profecía, proveniente del ser vestido de blanco y con capucha: —Y llegará el momento en el que todas las especies estarán a punto de

proclamarse cocreadoras del universo. Tyassö era uno más de esos mensajeros, un viajero del tiempo en sueños; compartía lo que acontecería en todas las dimensiones. Fue el quince de abril del año dos mil quince. El día del nacimiento de ISAROIS, en su cifrado código 15(6).042.(6) 015(6), el triple seis estaba indignado, porque esperaba un varón, según rezaba su apuesta en el tablero, pero nació su hija. Mandó matar a la madre justo después del parto. Era el comienzo de la profecía que él mismo tanto temía. Los sueños de Tyassö la habían desafiado tantas veces que Capucha Negra decidió darle una fuerte lección; casi se cobró su infinita vida en esta esquina del universo. Se hallaba todo listo para perecer eternamente, pues si perdías el hálito en su territorio, te convertías en alma perdida… para siempre. Acabar con nosotros, los mensajeros, antes del nacimiento de la única hija de Lucifer remataba con las esperanzas de que fuera guiada por los poseedores de las escrituras y se casara con el unigénito del más alto, para gobernar bajo una sola corona: la del bien. Pues este nacería con un trago perfecto que, por defecto, contendría amor en exceso. No podía pecar de ningún modo, pues a su paso haría el amor a todo, contagiando de felicidad lo que mirase o tocase. No cabría maldad en ningún pecho, mucho menos en los pensamientos. Era el jaque mate de Capucha Negra. Tyassö recibió una llamada mental, ofreciéndole oro y placeres propios de la fragilidad humana. —Tú eliges, Tyassö —le dijo la voz—: Nunca seduzcas a la pareja de tu vecino si estos se aman. Tampoco seducirás a la pareja de nadie que sea feliz con su mitad. No robarás. Sé siempre honesto. Si tu vecino invade tu mejilla izquierda, pon la derecha sin rencor; ámalo sobre su odio, no respondas con la misma moneda. No, nunca la ilusiones ni permitas que te quiera una mujer si no vas a hacerla feliz hasta que otro sueño os separe. No conocerás sus labios ni verás el alma de su pecho a través de sus ojos, porque la fémina que te ama tiene preparados su alma y su corazón para ti. Se trataba de la guerra de dos voces, luchando por prevalecer sus valores en la mente de Tyassö.

—¿Sabes que puedo darte todo cuanto desees a cambio de tu alma, sí? Vive tu vida sencillamente como un miserable, o toma mi mano y te enviaré los más intensos placeres de mujeres nunca jamás vistas. Seduce a la pareja de tu vecino si te gusta. Crea tus propias reglas sin comparación. Desviaré toda la atención del mundo entero y la concentraré sobre ti. ¿Para qué quieres ser selectivo entre lo que anhelas y lo que necesitas, si puedes tenerlo TODO aquí y ahora? No vivas como los impíos. Elige la luz o abraza mi camino. Yo escogí lo oscuro, pero si vienes conmigo, te prometo, mi amigo, placer en exceso y tu poder será un imán para tus enemigos. El secreto del gran misterio consiste en recordar estas combinaciones: cero, uno, dos; dos, tres, cuatro; tres, cinco, seis. En la misma imagen, pasaron siglos: nueve, cinco, siete; cero, ocho, seis; mil novecientos diecisiete; cero, cero, siete; ¿007?; cuatro, seis, seis, cuatro; seis, seis, seis; ¡666!; doce. Volvieron al pasado, Mesopotamia, por ejemplo… Dos, cero, ocho, cero; cero, nueve, siete; veintisiete, diez, ochenta y cinco. Se despertó en otro sueño, en medio de un bosque rodeado de mucha niebla; se escuchaba una gran cascada no muy lejos. No tenía mucho sentido esa visión. De golpe, regresó al del túnel. Vio la foto de lo que le acontecería y volvió al presente, donde ya no recordaba las combinaciones. Eran las doce pasadas de la noche del día anterior. Tyassö no encontraba la postura idónea para alcanzar el sueño profundo. Pasó la primera hora; a las 1:05 (6), Tyassö cerró los ojos y, al instante, sonó el timbre. Alguien llamaba a la puerta. Abrió y se topó con Estrella; llevaba puesto un pijama que él le había comprado, pero que nunca le entregó. Era extraño. Tyassö le dijo que no podía dormir. Tomó las llaves del coche y salieron a dar una vuelta por la manzana. De repente, había mucho ruido y la gente estaba bebida y entretenida; ambos se sumaron al baile como locos. Concentraron toda la atención en ellos, convirtiendo la fiesta en una gran celebración. Uno de los hombres, a bordo del barco de un sueño paralelo, gritó: «¡Iceberg, iceberg, vamos a colisionar, vamos a colisionar!». Corrió rápidamente la voz y el capitán giró el timón. El choque no fue frontal, pero el hielo abrió una gran rajadura en nuestra embarcación. Al principio, celebramos no haber impactado

de frente, pero entonces habían pasado tres horas y Tyassö, sobresaltado, salió de aquel sueño. No le veía ningún sentido y eran las 4:02 (6) de la madrugada en su presente. En ese pasado recién vivido en su visión, se hundió el famoso Lucitania. No sospechó que se estaba acercando su hora. Llamaron de nuevo a la puerta. Tyassö se despertó y se aseguró de que no estuviera soñando. Efectivamente, no era un sueño. Había humo debido al fuego que se estaba propagando desde el tejado adyacente. Los nobles vecinos intentaban sofocar las llamas, mientras se escuchaban las sirenas de los bomberos a pocos kilómetros; estaban en camino hacia el lugar donde Tyassö pudo haberse calcinado. La verdad es que lo habían quemado por ser albino en una persecución de otra aldea debido a sus mitos y creencias. Un tal profesor Bravo justo estaba preparando su clase e iba a hablar sobre el pigmento de nuestras pieles. Entretanto, paralelamente, en pocos minutos, los bomberos habían logrado reducir las llamas del tejado, con un final que podría considerarse feliz, con daños únicamente materiales. La señal era ahora más intensa y clara, pues la noche se tornaba larguísima en esos laberintos infernales, de sueños tras ensueños. Y solo eran las 5:01 (6). Tecielle le advirtió: —Entre los imprevistos matinales y el cometido general del día, se nos escapa todo lo soñado en detalle. Es exactamente la intención de la foto para impedirte conectar el pasado, presente y el futuro que viste en tus sueños. No podrás recordarlos al despertar. Mostrándole de nuevo el panorama de los millones de sueños, todos sucediendo a la vez, vio cómo se cobraban la vida de uno de los mensajeros. Recibió una llamada aquella mañana, justo después de soñar lo que le venía. Partió del garaje con su coche y la noticia, poco después, llegó mucho más deprisa a su casa, antes que su cuerpo sin vida. Se cruzó en la autovía con un camión, que pisó con el lateral de uno de sus neumáticos una piedrita. Esta salió disparada y lo alcanzó, penetrando su cráneo como una bala en la cabeza. Él perdió el control de su vehículo, que se estampó con una pared de hormigón, causándole la muerte en el acto para siempre.

Otra mensajera recibió la misma llamada unas tres horas después. Pasó más tiempo en la ducha de lo acostumbrado. Se secó con la toalla ante el espejo, peinando su pelo largo. Tuvo imágenes mentales de lugares nunca vistos, oyó voces que susurraban su contenido de forma confusa y letras del discurso del espejo del sueño del orador motivacional. No hizo mucho caso. Planchó su vestido y se aplicó maquillaje, que iba a ver por última vez ese día. Llevaba veinticuatro minutos de retraso (6) y ahora no encontraba las llaves de su coche. Las buscó por todos lados en su casa, hasta que asumió que no las hallaría. Decidió que tomaría un taxi hacia su destino, cuando dichas llaves aparecieron en el lugar más expuesto, sobre su mesa. ¿Crees que no había comprobado antes allí? Cerró la puerta y arrancó su vehículo. Estaba a casi seiscientos metros de su casa, cuando decidió regresar, porque le pareció haber dejado la plancha enchufada. Entretanto, Tyassö seguía observando a través de aquella cortina todos los hechos simultáneos de todas las dimensiones, buscando qué, cómo y cuándo le tocaría. Se vio a sí mismo en una ciudad, donde esperaba a uno de los directivos que tenían que firmar el acuerdo, quien se retrasaba. Paralelamente, estaba en un juicio de receso, a la espera de una sentencia firme; la intención: borrarlo en todos sus sueños para siempre. Tyassö examinó muy confuso las infinitas imágenes, la creación de nuevas galaxias, futuras tecnologías, túneles de cristal de trenes bajo los océanos para transporte intercontinental y muchísimo más… Otra vez, al mirar hacia arriba, lo cegó de nuevo el brillo, al tiempo que lo despertó. Tyassö ya no sabía en qué sueño estaba. Se sentó a esperar, mientras nuestra mensajera llegaba a su casa y verificaba que su plancha estaba en orden. Ahora llevaba cuarenta y dos minutos (6) de retraso para su encuentro, según el tiempo en su reloj. Volvió a cerrar la puerta y salió más apurada. Pero otra vez se alejó con la sensación de no haber pasado la llave, por lo cual, regresó para comprobarlo. Efectivamente, la puerta estaba bien asegurada. Cuando iba a marchar, recibió una llamada que la dejó atónita: un vehículo había atropellado a la persona con quien ella iba a reunirse hacía exactamente cuarenta y dos minutos.

Tyassö, desde su ángulo, presintió algo; le vinieron a la mente esas imágenes, pues todos los mensajeros estaban más interconectados entre sí que con cualquier otra especie. Comprendió que ese coche había ido a por los dos y que una había sobrevivido o que tu destino le tocó a otro, porque a ti te otorgaron un comodín en alguna apuesta del tablero. Se santiguó como ateos y agnósticos, que ahora sí ya creían en algo, como lo llamaran o sin nombre. Ahora era su turno. Para no crear suspense, eran las 3:33 p. m. en esta dimensión. Había comenzado la guerra que partía en dos al triple 6. Un soldado se interpuso ante una bala que iba a alcanzar la frente de una niña que vivía en una aldea en Medio Oriente en medio de una guerra. En ese mismo milisegundo, la misma piedrita del camión que cobró la vida al mensajero en su vehículo viajó dentro de la misma dimensión hasta esas coordenadas. Reventó la rueda frontal del coche que manejaba Tyassö, el cual se desestabilizó en cuestión de un suspiro, en tres, dos, uno… Se tornó todo oscuro. Volvió la luz en otros tres segundos. El olor a muerte se debía a que habían explotado los dos airbags en toda su cara, dejándolo suspendido entre dos dimensiones. El vehículo, irreconocible; Tyassö… Tyassö seguía respirando o eso parecía. Asustado no era la palabra. Un poco más allá en esa ECM, no sabía todavía si estaba bien por completo y vivo. Tal fue así que creyó que sus últimos nervios agotaban sus últimas reacciones. Sintió su alma abandonar su cuerpo, literalmente, buscando otro. Giró, se vio perdida y decidió reconciliarse de nuevo con su envoltura, antes de que llegaran los testigos para hacer las diligencias. Entonces, aterrizó en su cuerpo, cien por cien ileso. Salió precipitado del automóvil, sin pensarlo dos veces, por temor a una posterior explosión. No sabía a qué, ni a quién, ni cómo agradecer por no perecer en aquel triple seis que aquel día le había tocado. Las claves 1:05, 4:02 y 5:01 eran las señales.

Capítulo sexto

Los relocalizadores, sueño nº 146073314

Una vez más, Tyassö entró en aquel cuarto del tablero, entre sueños simultáneos, soñando que otro soñaba que él entraba en otro de sus sueños, para hacerle soñar que él está soñando que existe en otro lugar dormido y soñando que sueña estar en el cuarto del tablero. Así fue cómo y dónde, atrevidamente, se coló de improviso y sin ser notado. Guía hacia el cuarto del tablero

Y allí estaban de nuevo, no aburridos, los seres encapuchados con sus apuestas y todas las probabilidades potenciales para ser activadas: el MH370 desaparecido en el vuelo desde Malasia; los portales en los campos electromagnéticos en el Triángulo de las Bermudas, que alteraban el tiempo y las condiciones climáticas; la caída del general Hitler; otro brote de ébola en el Congo; la nueva vida en el espacio; el aumento de poder de Putin; las amenazas de los agujeros negros y las de uno de los presidentes más jóvenes de mundo al planeta Tierra; la confirmación de vida en el espacio o las consecuencias de la caída del precio del crudo en el mercado internacional… Esas eran las apuestas, mientras perdían o ganaban otras batallas del tablero, creando cielos más azules y aguas más calmadas que pusieran a salvo embarcaciones perdidas, tras varios días de búsqueda y rescate. Tyassö salió casi ahogado de ese sueño y se puso a escribir todo cuanto había visto y oído, para publicarlo en todas sus vidas y liberar así todas esas almas de marioneta. Pero fue sorprendido y advertido por los emisarios del farsante y tramposo jugador del tablero. Le prohibieron hablar y mucho menos mencionar una sola imagen de lo que había testificado. Le robó el ordenador un ladrón, rompiendo el cristal de su coche y borrando la historia simultáneamente en todas sus otras vidas para impedir que lo contase. Esa realidad despertaba a todos los dormidos y el juego del tablero se acababa si los que jugaban eran sorprendidos por todos los soñadores. Al principio, Tyassö no se percató de tal amenaza; pensó que se trataba de un simple robo de unas cuantas páginas fáciles de reconstruir, aunque no en su totalidad. Entonces, se puso a reescribirlas, recordando detalles que en la versión anterior no existían. Pero al entrar en el cuarto del tablero, Tyassö era ahora el enemigo número uno de Capucha Negra, su apuesta más fuerte sobre la mesa, mientras Capucha Blanca lo defendía. Ya todos los demás mensajeros habían sido eliminados y en él recaía la virtud de portar la información para salvar los sueños dañados de un sinfín de almas. Sin embargo, Tyassö volvía a perder cada vez que, víctima de sus trucos y

trampas, los dados lanzados decían «NO» a la publicación del libro que resolvía el misterio del universo con nombres, lugares y fechas. En cada ocasión que este era reescrito, constaban menos detalles, pues Capucha Negra apostaba al mismo tiempo por eliminar a Tyassö y borrarle poco a poco la memoria con la historia ya tatuada del juego del tablero. Tyassö vio en este que la apuesta iba mucho más allá de robarle los recuerdos y la crónica porque, cada vez que se esfumaba del papel, Tyassö volvía a reconstruirla, como un dragón que multiplica diez cabezas por cada una que le corten. Entonces, el jugador apostó por eliminar al último mensajero en todos sus sueños, simultáneamente, o buscar la fuente y rematarla: la luz de su dueño. Pero eso requería refuerzos y fueron llegando muy dispersos los contingentes. Al principio, cuando comenzaron sus apariciones en varios lugares del planeta, arribaron vestidos con capuchas idénticas a la de su líder, otras veces, con trajes muy elegantes y sombreros que les cubrían medio rostro. Hoy en día, conocen tanto nuestro hábitat que ya son capaces de camuflarse en cualquier ser viviente; su misión consiste en «hacer parecer», de ahí su nombre: relocalizadores. Son expertos en crear desorden en los escenarios, cambiando súbitamente las realidades, creando espejismos… De forma inesperada, venían a llevarse a todos y a todo cuanto se encontraban a su paso. Entonces, se presentaron con sus inmensos carruajes y perro-caballos gigantes, arrastrando paisajes enteros consigo, dejando polvo y confusión en todo animal vivo en un radio significativo para el entendimiento terrestre, en diversas manifestaciones y a través de ciclones, terremotos, tsunamis o huracanes; son denominados fenómenos naturales por nuestra limitada inteligencia. Muy pocos conocían de su existencia entre los humanos; con sus múltiples habilidades en el dominio de la materia, se hacían indistinguibles del resto. Resulta difícil explicar por qué estos llamados fenómenos naturales nunca ocurren donde están las figuras reales y fuentes de poder o, por lo menos, por qué no las alcanzan en lo más mínimo: el emperador de Japón vive en el epicentro de terremotos y tsunamis, el presidente de los EEUU no ha sido sorprendido por las innumerables catástrofes que cobran los tributos de sus residentes cada dos por tres; ¿quieren más?

En un minuto de luto, nada más, en tan solo un segundo, del mundo tu alma se va. Tyassö sabía que ahora venían a por él, por lo que debía moverse más rápido entre los sueños. Era hora de despertar a otros; aunque comunes, Tyassö ya había aprendido el juego y sabía que, sacándolos del estado de ensueño, los relocalizadores ya no podían cambiar esta realidad. Tyassö salió huyendo del cuarto del tablero, pero justo antes, pulsó el interruptor, apagando así la luz de aquella habitación. Como por arte de magia, colapsó todo y se congeló el universo entero como una película en pausa.

Capítulo séptimo

El ciclo, sueño nº 019

Pasaron muchísimos sueños, se heló de nuevo el todo y se congelaron las galaxias en cápsulas, que resetearon el sistema. Durmieron incluso los dos encapuchados. Se despertaron al frente de un tablero; no sabían qué significaba, por qué estaban allí ni qué tenían que hacer. Pero nada era nuevo, todo estaba dicho; este libro ya fue escrito varias veces, y esta historia, cuantiosas veces repetida y escuchada. Solo quería recordaros que existen todos, todos existen: Alá, unicornios, ángeles y demonios. Sucederían de nuevo en el mismo orden del ciclo con figuras independientes y sus ligeras modificaciones, cuando les afecte la sobrecarga. Pero sí que existen: Lucifer, su tenedor y su número favorito; los dinosaurios y el ser humano, sí, los humanos también; el Expediente X y los extraterrestres del Área 51; también esa energía que los creó a su imagen y semejanza que, además, los juntó en un gran circo, como repetidores sucesivos del eco de las voces del tablero… Existen todos: cíclopes y sirenas, todos. Un par de manuscritos con el mismo contenido fueron hallados en diferentes partes del planeta; hallazgos arqueológicos y arquitectónicos aparecieron en distintos países, en el gigante asiático China, en África, en Egipto y en Guinea Ecuatorial. En Europa, surgieron en Alemania, Grecia e Italia, y en Norteamérica, en Estados Unidos y Canadá. Las creencias de los indígenas dicen que en ellos se explica el pulso mismo de la vida contado por los dioses y que son tan longevos que no se ha podido determinar su antigüedad. Pero muy poco se logró recuperar de sus textos, los cuales quemaron e hicieron desaparecer una y otra vez los relocalizadores, tras proclamarlos un fraude. Aludieron que eran un peligro, los quemaron, los escondieron en diversos períodos y culturas de la humanidad y ocultaron el secreto en las piedras más resistentes de las cuevas de cuarzo-cristal, para que no

pudieran destruirlos más. El manuscrito data de miles de millones de millares de sueños y habla de generaciones pasadas y futuras. Denota una tecnología muy avanzada que en aquellas épocas no existía, pero que, en parte, hoy en día utilizamos. Recrea un círculo ascendente que seguía el curso de una espiral, la cual se repetía una y otra vez; quien accedía a ella alcanzaba un mayor nivel de claridad en sus sueños, porque podía ver más. Este libro nunca ha sido ni será publicado en su totalidad, nunca ha querido. Son pocos los que lo encontraron, los que lo intentaron y no lograron contarlo; otros lo hicieron y no fueron creídos. Algunos experimentaron la revelación y en papel la plasmaron, pero nunca tuvieron éxito y todos fracasaron. Tyassö también lo trató. Este apenas es el contenido original, solo una idea, la mínima de lo que engloba todo el misterio. Asuman, pues, de este ser la millonésima parte del todo. Aquellos que han procurado revelar su contenido impreso sufrieron su robo en el pasado; en generaciones digitales, perdieron sus ordenadores, se corrompieron o sus sistemas y dispositivos electrónicos fueron infectados y nunca pudieron recuperarlo. Algunos se lastimaron, otros los silenciaron en nombre de la muerte. El ADN de la vida, según explican sus tintas, es la combinación de todas las luces y números del cosmos contadas. Cada luz encendida en cada rincón de este universo representa la vida de un ser existente y sus cifras asignadas determinarían su sino, pasado, presente y futuro. Una a una, miles en su conjunto, formando constelaciones, luces rojas y brillantes, pequeñas y grandes, multicoloridas, todas asociadas a una criatura viviente, lo creas o no. Y tú eres una de esas, como la que creó el viejo con su mechero tras aquel feliz vino en ese pueblo remoto. Desde un milisegundo al año luz en el que se enciende una luz, surge una vida y, al apagarla, se deshace otra; he allí el juego de la existencia. Desde nuestra raza humana, en una versión más simple y reducida que la original, las damos y tomamos, pero aún no las podemos crear. En la combinación de esas luces, surge el origen y el resultado de todas y cada

una de las diferentes especies grandes, visibles, pequeñas y diminutas, dentro y fuera de nuestro globo terrestre; se contraen y dilatan rítmicamente, creando vida por doquier. Se trata de una energía divina, mucho más amplia, expansiva y poderosa que ningún relocalizador con sus perro-caballos; reorganiza el caos, construye desde la destrucción, crea la materia desde la antimateria y permanece por la eternidad, hilando los sueños de muchas especies. Replica matemáticamente las formas que permiten organizar la energía en la materia, donde el espíritu se introduce sutil para manifestar la belleza en todas sus vertientes perfectas. Y así surgió y quedó relacionado el Cielo con la Tierra; siempre lo estuvo, siempre lo estará. Existen todos, despiertos y dormidos; dormirán los despiertos y se despertarán los dormidos durante el curso de estos interminables soñares y despertares del ciclo eterno de la vida en el lapso del reinicio, cuando se apague la luz en el cuarto del tablero. Y por estos lares, en una de las múltiples versiones de este precioso planeta, volverán los romanos y querrán imponer sus mismos imperios, regresará el primer hombre negro que llegó a la Casa Blanca, nacerá de nuevo una cooperación internacional mucho más solidaria, surgirán los dinosaurios y la teoría sobre su extinción… Habrá otra Ucrania sin Chernóbil y Japón no quebrará ante la bomba atómica, pues el ser humano habrá aprendido de sus propios inventos en sueños, esta vez, creando con mayor equilibrio, más cerca de su propia divinidad. Las megaempresas pondrán en jaque a la economía mundial, pero esta no colapsará. Fidel Castro anunciará de nuevo a un papa latino y a este le sucederá uno africano. Aparecerán más mujeres en las presidencias y en China gobernarán los clanes Wu y Han y será otra vez famosa por su muralla. Vendrá otra revolución tecnológica y el hombre casi olvidará sus orígenes; caer nieve será oficial porque, en el año 3000, África hablará de inviernos fríos. Los relocalizadores, entretanto, en todos los tiempos, se encargarán de confundirlo todo, proclamarán internet, sus redes y portales dioses-creadores con saber absoluto, confundiendo velocidad de datos con real sabiduría. A las familias de los futuros bebés les ofrecerán alterar su mapa genético para mejorar sus condiciones anatómicas, y a las clases más pudientes, dispositivos adicionales de memoria para incrustar en sus cerebros, con la ilusión de poder

elegir la capacidad de conocimiento que contendrán sus hijos, todo al precio del mercado y dependiendo de cada bolsillo familiar, como si cantidad y capacidad de almacenamiento de información fuesen lo mismo que producción de conocimiento e integración de saber. Y sí, serán muchas las ilusiones distractoras en el camino hacia el verdadero despertar. Ficción, predicción o azar, mucha imaginación o locura; Tyassö no podía ser considerado vidente, ya que no existía profeta en vida reconocido y fielmente seguido. La realidad entera atrapada en diez números del cero al nueve. Al noveno, el grado más alto de tolerancia del universo, recomenzaba todo tras la destrucción; todos, creyentes, agnósticos y no creyentes, pasaban del cuento a la historia.

Capítulo octavo

La batalla, sueño nº 768450

Tyassö comenzó a despertar a los soñadores de sus ensueños, trayéndolos hacia este otro lugar, donde ellos podían hacer realidades con sus pensamientos. Redescubrieron el juego, sin saber a qué estaban jugando. Vieron cómo sus deseos se cumplían cuando se alternaban por turnos: que llueva, que no llueva; que sea de noche, que sea de día; que crezcan flores, que haya un desierto; que trinen los pájaros o que permanezca el silencio… Así se turnaban los soñadores despiertos, quienes ya habían descubierto cómo crear con su mente. Con los mejores deseos, pensaron y reconstruyeron todo lo bonito, los cielos y paisajes más hermosos. Pero a Capucha Negra no le gustó ese evento. Probó algo diferente esta vez, que tuvo tanto efecto que se esparció con rapidez por todo el universo. Borró los recuerdos de felicidad de las especies, ya no rememoraban qué les hacía felices ni cómo se sentía ese estado. Perdieron su conexión con lo sagrado, que no era otra cosa que la celebración del encuentro con su propia esencia, con su propio espíritu y formar parte del espíritu colectivo, que todo lo crea y lo recrea. En este, todos creamos, recreamos, construyendo la risa, y compartimos abrazos. Pero él cortó deliberadamente algunos hilos de esa conexión y, entonces, aparecieron los sentimientos de tristeza, desorientación y esa sensación de abandono, el egoísmo y la persecución de sueños sin sentido. Muchos de ellos tenían ahora una sutil impresión de que algo les había sido arrebatado, pero no entendían bien qué era, al perder en parte su potencial creador, su esencia. Capucha Blanca deseó que reapareciera la consciencia, que Capucha Negra había robado a las especies. Por aquel entonces, el Jardín ya no era tan Jardín y el Planeta Azul, similar al Cielo, comenzó a tener lugares desagradables y adversos. Había tantos que ya no creaban ni recreaban; solo deambulaban por el mundo, medio perdidos.

Capucha Blanca reinstaló hilos ocultos y se multiplicó por miles de millones de veces; colocó un pedacito de su propia conciencia en el lugar más profundo y sagrado de cada ser, modificando el ADN, donde Capucha Negra no podía intervenir. Capucha Blanca tenía la capacidad de estar en uno y mil lugares a la vez y en el tiempo de todos los tiempos… Así, en todas las especies se instaló nuevamente la sensación de alegría en la búsqueda de la recuperación de su felicidad. Esto provocó el enojo de Capucha Negra que, a estas alturas de los acontecimientos, se había transformado en verdadera ira. Entonces, comenzaron sus peores estados de alteración, sus combinaciones y todas sus posibles recurrencias. Con una persistencia absoluta, una acción detrás de la otra, todos los deseos de Capucha Negra se concatenaron para destruir. Pero en muchas partes de muchas versiones diferentes del mismo planeta, Tyassö continuaba saltando entre sueños, despertando a los soñadores para que no olvidaran su poder creador y, con ello, activaran su consciencia. Surgió un sinfín de acciones y reacciones opuestas, batallando por senderos sin precedentes hacia laberintos sin salida cada vez más complicados. En simultaneidad, las pulseadas se balancearon entre las fuerzas hacia uno y otro lado y el tablero de los sueños se volvió laberinto de infinitas combinaciones, aleatorias e increíblemente confusas. A cada creación le llegó su destrucción y viceversa. Sin embargo, ante las múltiples adversidades que vivían las especies, también les ocurrían acciones buenas. Aunque en su nivel de consciencia no entendían mucho cuando eso pasaba, les invadía una inconfundible y amplia sensación de alegría y felicidad. Entonces, simplemente, decían: «¡¡¡Pero qué suerte!!!». Nació la metáfora, propagándose por todos los rincones, cuando el tramposo dijo: «Deseo que llueva sobre Ruanda una lluvia irreversible». Pero en otros lados, no solo se desconectaron hilos, sino también trozos de redes enteras. Acontecieron Ruanda y Sarajevo. Los soñadores despiertos que viajaron a esos lugares para reconectarlas se perdieron en el tiempo o se trasladaron con la misión de despertar a otros, pero ellos nunca recuperaron la consciencia. Capucha Blanca no pudo advertir esa nueva verdad escondida en una bella mentira: llover. No apostó en contra por constituir un bien para las familias que,

tras el caos, no tenían agua para beber. Pero en Ruanda no cayeron gotas de lluvia; llovieron días de balas despedidas y escombros, que declararon uno de los mayores genocidios de la humanidad, perpetrado desde el cuadro del tablero y liderado por una de sus infinitas marionetas. Los días y noches de tristeza y desesperanza, genocidios y otras miserias humanas, a estas alturas, tan grotescas, ya eran inhumanas. Pero las fuerzas que las movían no pertenecían a este plano de existencia. Resultaban difíciles de concebir para el ser humano como una de las múltiples especies y hasta una ofensa para la consciencia de todas las razas movidas por los hilos, tanto animales como humanas, todos vivos. Capucha Negra no descansó y continuó eliminando vidas (transfiriéndolas a otros planos del mismo juego), creando y sembrando terror por doquier, transformando a nobles en innobles, borrando escenarios enteros con su mano de un solo golpe. Súbitamente, en México y Chile los movimientos sísmicos surgieron, mientras que, en Japón, un tsunami junto a una planta nuclear amenazó con crear una destrucción mayor. ¿Recuerdas? Y ocurrió el inevitable terremoto de Sichuan. Pero Capucha Negra no tuvo éxito con su objetivo, porque Capucha Blanca, junto con muchos otros soñadores despiertos, cada uno en su nivel, tejió los hilos para bloquear otros mayores eventos. Redujeron la Tercera Guerra Mundial, armada con misiles nucleares, a una simple guerra comercial. Una gran onda expansiva fue liberada desde el tablero para poner a salvo a todas las especies del universo. Se repitió aquella imagen que Tyassö había mostrado en el discurso de su sueño. Ahora, en forma de oración, en todas las visiones de todos los soñadores, simultáneamente, solo se transmitió la primera parte, que puso a todos a salvo: —Sed gracia. Orad todos, pequeños, medianos y grandes, el salmo, hijos, para la salvación de lo inmaculado de vuestras almas y lenguas antes de entrar en el cielo merecido, de sueños con título: Como un ángel te apellidas. »Caricias de luz para vuestros sentidos, aunque estos me digan «no más descuida», capaces de alumbraros aún más. Espíritu, el fiel canal, mi buen amigo, imploro: guía como sol de duendes de vapor a mis hijos y aparta de su camino todo obstáculo del medio, metro a metro.

Capucha Negra estaba tan contrariado y tal resultó su frustración que se fue a explotar volcanes en otros planetas. Los dilató hasta reventarlos como globos; aspirando su materia, creó más agujeros negros, porque nada lo saciaba. A estas alturas, su vacío se hallaba por dentro y tan profundo que no encontraba con qué llenarlo. No tenía paz ni calma y tan desorientado y enojado estaba que ya ni él se toleraba a sí mismo. Entonces, se acordó de que le restaba un recurso más: despertaría a los testigos para que lo ayudaran en su batalla.

Capítulo noveno

El reencuentro, sueño nº 05642

Tyassö despertó de ese sueño propagado con unas cenizas en su mano. Al abrir el puño, descubrió que pertenecían a un papel quemado con el mismo mensaje de la oración. Sopló un sigiloso viento escalofriante, que se llevó dichas cenizas desde la ventana entreabierta. No quedó ni rastro. Se sintió entre confuso y asustado, no sabía si seguía soñando. Se sentó encogido en un rincón, pensativo, hasta que se quedó como... ido. Se hallaba acostado boca arriba sobre la cama, meditando entre sus pensamientos, que iba soltando al tiempo que su respiración se relajaba. No se dio cuenta cuando esta lo transportó a un sueño tan ligero como una pluma. Desde donde estaba, juraría que podía acariciar con su mente la brisa que inhalaba. De la experiencia en esa visión, Tyassö aprendió que respirar, como todo en la existencia, traía consigo sus mejoras. El elemento clave de todo ahora era conseguir más que simplemente inhalar y exhalar. Si se hacía bien, el sujeto podría liberarse de la cadena, ser dueño de su sueño y burlarse del tablero. Pues respirar era eso, llamado «aliento para la vida», que encerraba el misterio para toda cura. En realidad, Tyassö estaba en un proceso de despertar de todos sus sueños, en una especie de cuenta atrás para regresar al primero y reencontrarse con su dueño. Se quedó dormido y soñó nuevamente. Era una visión consciente, en la cual tenía su cuerpo real suspendido y recto en el aire, a unos diez centímetros sobre la sábana blanca de la cama. Condujo el aire hacia adentro, hacia todos los puntos de su organismo dañados y doloridos de toda su fatiga, concentrándose en retenerlo. Para lograrlo, Tyassö inhaló, tomando oxígeno y parte de esa realidad; la dirigió conscientemente, eligiendo un conducto para canalizarla hacia dentro. Luego, aguantaba la respiración durante unos segundos para limpiar las

impurezas, como si estuviese aclarando un envase sucio y vacío con agua; para echar el residuo, exhaló con profundidad, hasta que quedara limpio ese cuerporecipiente. Ese aire sucio lo condujo hacia fuera por la boca, gradualmente, aumentando el ritmo y la frecuencia. En ese devenir, Tyassö sintió que, con cada exhalación, despedía todos los males, penas, dolores y los peores recuerdos. En ese estado de relajación profunda, Tyassö volvió a entrar en un sueño profundo… Era él, pero no en su cuerpo. Perplejo y de pie ante un espejo, de pronto el cristal se desvaneció. Cara a cara, como viento y brisa abrazándose, Tyassö se encontró con aquella otra versión de sí mismo, la que convocaba en las plazas a que las personas despertaran, transformando sus sueños en realidad. Su otro yo estaba un poco más viejo y relajado, pero cómodo en su traje con ese aire de sabiduría. Tyassö observó su atenta y confiada mirada y, aunque tenía que irse, no sabía cómo despedirse de su versión del futuro. Con la misma expresión confiada y una amplia sonrisa, esta le tendió su mano, que Tyassö estrechó sin pensarlo. Entonces, sus pupilas se cruzaron. Tyassö sintió algo de ansiedad y prisa durante aquellos treinta segundos suspendidos en el tiempo que compartieron sin palabras. —Sé fiel a ti mismo, Tyassö. Aunque transites por muchos caminos, no olvides construir el tuyo propio para llegar a tu destino y recuerda que tu brújula está en tu interior —le dijo su versión del futuro con su pensamiento—: No dejes que tu éxito sea un sueño, convierte este en éxito. De pronto, un estruendoso e inesperado ruido le obligó a abrir los ojos. No era más que su cabeza golpeando sobre la mesa, al zafarse el puño que la sostenía, en otro sueño con sus colegas. Estos lo despertaron a risotadas; se hallaban debatiendo cuestiones filosóficas entre el ser y parecer. Tyassö se encontró en medio de una acalorada discusión, donde un colega que también era profesor de Física le pedía su opinión. Tyassö le respondió, pero no acerca de ese tema, porque la deliberación no hacía otra cosa que llevar las ideas a certezas rígidas e inflexibles. Abrió un nuevo debate con otra cuestión. —¿Y si la respuesta nació antes que la pregunta?

—Para relativizar el poder absoluto de quienes se sienten seguros en el saber cerrado y acabado, en este mundo tan comunicado con otros mundos, donde todo es tan cambiante y relativo que depende del punto de vista y, por el solo hecho de mirar, ya el espectador modifica lo observado. Depende de la perspectiva que cada ser se anime a experimentar para resignificar su marco de conocimiento y nuevamente a sentir y a ver… Entonces, las certezas absolutas que había descubierto la ciencia ya no eran tan ciertas. —¿Y, entonces, cuál sería de ahora en adelante nuestra guía en el proceso del conocimiento? —se preguntó Tyassö. Se acabó la charla y se fue a casa. En esta dimensión, Tyassö, como estudiante, vivía otro tipo de rutina, haciendo cálculos de peso y masa; entre sus anotaciones, descubrió que había números que él escribía y se repetían una y otra vez. «Qué extraño, siempre las mismas secuencias», pensó Tyassö. Dejó sus notas y, ya de regreso, sentado en el coche y ensimismado entre sus propias cavilaciones, reflexionó: «Todo tiene una explicación, un porqué. Nada resulta mera casualidad y el destino… ¡Y anda con el destino! Todo es relativo…». Abrumado por las respuestas sin preguntas, soñaba y soñaba, pero al despertar, no se acordaba. Esa noche, soñó con las secuencias numéricas en las que había estado trabajando largas horas hasta la madrugada. Como la más burlesca ironía, los números danzantes aparecían y desaparecían una y otra vez en un tablero. «¿Y esto qué significa?», se preguntó. Tyassö estaba convencido de que las combinaciones matemáticas podrían explicar algunos fenómenos de la vida. Al mismo tiempo, se cuestionó cómo operarían las secuencias lógicas en la generación de las formas vivas que habitan en el universo; también si aportarían para descubrir patrones de movimiento de los campos energéticos que permitieran realizar predicciones más precisas sobre el funcionamiento de este y otros universos paralelos. En medio de sus pensamientos, Tyassö se durmió. En su sueño, observó cómo, literalmente, los números construían puentes y estos se hacían caminos y redes ferroviarias. Esas líneas se enroscaban entre sí, repitiéndose con formas

helicoidales, que a su vez tejían redes, rítmicamente, contrayéndose y dilatándose. Los números tenían música y, al vibrar, formaban colores. «¡Pero qué precioso es todo esto! ¿Pero qué es? ¿Y dónde estoy?», se preguntó. Tyassö continuó contemplando todo a su alrededor. En la oscuridad del espacio más absoluta, increíbles formas puras de color danzaban y recreaban el baile de la vida; si se observaban al detalle, la belleza de esa armonía seguía patrones matemáticos coloridos. No eran los números, sino las relaciones entre estos y su combinación con las luces, que tejían una red invisible. Por esta la energía se entrelazaba para que de ella surgiera la materia. Todo se producía con tal rapidez que, solo en el aletargamiento del espacio-tiempo y en esa lenta y rudimentaria dimensión, la velocidad de la energía se podía enlentecer y así materializarse. Siempre seguía el patrón que le proveía la sumatoria matemática de todas las luces, como una red luminiscente a través del azul infinito, flotante y latente, como los continentes y los cauces por donde corren los ríos vivos. Súbitamente, cuando ese estado de paz y creación viva, que era consciente de sí misma, descubrió que Tyassö estaba presenciando su creación, este salió despedido hacia atrás con tal velocidad que en menos de un instante despertó. Volvió a su habitación y, entre sus apuntes, yacía sobre el escritorio la matriz que había visto en sueños, tal y como él la había soñado. El Ciclo

Dimensiones 1 2 (11) 3(12) 4(13) 5(14) 6(15) 7(16) 8(17)

2 20 21 22 23 24 25 26

3 29 30 31 32 33 34 35

4 38 39 40 41 42 43 44

5 47 48 49 50 51 52 53

6 56 57 58 59 60 61 62

7 65 66 67 68 69 70 71

8 74 75 76 77 78 79 80

9 83 84 85 86 87 88 89

10 92 93 94 95 96 97 98

9(18) 10(19)

27 36 45 54 63 72 81 90 99 28 37 46 55 64 73 82 91 100

Visto en sueños de 2012 d. C.

—Pero ¿cómo puede ser? ¡Ángeles! —exclamó Tyassö. De pronto, sintió la voz de Tecielle: —Tyassö, ¿por dónde has estado y qué te has traído? —Es que no sé muy bien cómo ha llegado esto hasta aquí —le respondió. —¿Será que has viajado y lo has cargado con tu intención? ¿Y para qué has trasladado contigo una copia de la matriz de la creación del universo? Algo desde lo más profundo del interior de Tyassö le contestó: —Son las secuencias de las relaciones entre los números menos a más infinito, asignadas a todas las luces. Estas permiten a la materia transformarse en energía pura y viajar entre los sueños, que habilitan para experimentar otras realidades. Esos patrones son el lenguaje más antiguo y codificado y sostiene la estructura de la materia en el universo. Todo está disponible, al alcance y ya fue programado; solo hay que encontrar las claves para acceder a ese otro plano, donde el ser humano se torna infinitamente rico. Allí, su felicidad es mental y solo depende de la intención y de sus acciones conscientes; utiliza estas en beneficio de los demás, siendo cocreador, constructor y protagonista de su propia realidad. —Excelente —le dijo Tecielle—. Y ahora que ya lo sabes, ¿qué vas a crear desde tu intención con el pensamiento? Y este se despertó.

Capítulo décimo

Despertar a los testigos, sueño nº 50g + 1t + 53t, 50l, 4, R x 4t + R x 3p +…

Mientras tanto, en otro nivel de otro sueño, Capucha Negra conspiraba con sus conjuros y ritos, intentando desesperadamente despertar a los testigos. Él sabía que, con el caos y las distracciones creadas por los relocalizadores, no resultaba suficiente. Aumentaba el número de soñadores que se despertaban que, a su vez, despertaban a otros. Ya era demasiado alto el grado de consciencia; donde existe la autoconsciencia, las falsas realidades o ilusiones distorsionantes, por más temibles que parecieran, ya no funcionaban. Tyassö, mientras tanto, escondido en un rincón, observaba la escena: Capucha Negra despertaba cosas, criaturas raras, volcanes dormidos y brujas exiliadas con sus venenos y frutas prohibidas, unicornios y dinosaurios. Utilizó tecnologías muy avanzadas que estaban olvidadas. Un sinfín de misterios dormidos despertaron con tan solo ser pronunciadas. Lo que ocurrió a continuación resultó devastador, pues aquel que contó el secreto no pudo controlar su alcance y el universo entero se pobló de nuevo de aquellos seres. Estos, siendo testigos de la miseria, el caos y la destrucción, no hacían nada por evitarlos. Al existir fuerzas constructivas, pero sin criaturas que las utilizaran, las fuerzas destructivas se fortalecieron. Volvió la era mala, volcanes, depredadores, agujeros negros y todo lo que Capucha Negra había despertado. Este quiso retomar el control, aplicando la ley del más fuerte; fueron duros aquellos sueños donde pocos, por no decir casi nadie, sobrevivieron. Especies enteras se mudaron de galaxias y se apagaron muchas estrellas.

El ciclo tomó otro rumbo por miles de millones de sueños, hasta que un soñador que soñaba en otro plano contó a Tyassö cómo podían restaurar el equilibrio, utilizando la voz más poderosa, que es el silencio: «Si lo mencionas, existe, y si no lo mencionas, le quitas la vida hasta que desaparece». Tyassö ahora estaba más cerca, en o directo con su dueño, el primer soñador. Pasaron otros millones de sueños. Seguidos de pesadillas de exterminio y sin ser nombrados, poco a poco, los testigos pasaron a la extinción, muchos de ellos, del cuento al mito y del mito a la leyenda. En otro plano, Capucha Blanca, que ya conocía a su adversario, trató de transformar a los testigos de la destrucción en seres libres para elegir sin confusiones ni falsas ilusiones. Se había anticipado en modificar la clave, como un ladrón que roba a otro ladrón. Ahora no bastaba con pronunciar el nombre del testigo una sola vez; cada especie, según su crimen, su peligrosidad y merecido castigo, necesitaba un número determinado de repeticiones de su nombre para despertar. Acertando con la cifra, soltaba la cadena de cada bicho según su condena. Los testigos estaban encerrados en una gran prisión de una sola ventana. Los más viejos habían aprendido a liberar sus propios espíritus para colarse en sueños y convencer a los soñadores para liberarlos. Algunos no encontraban el camino de vuelta, tras perderse; otros regresaban tarde, su cuerpo los rechazaba y, por tanto, morían para siempre. Espíritus más aventureros viajaron largas galaxias con diferentes sentidos. Se apoderaron de distintos sueños e incubaron en ellos las llamadas redes sociales en esta dimensión. Al despertarse, sus soñadores comenzaron a desarrollar ese lenguaje encriptado para unir personas. Obviamente, funcionó: todas las gigantes redes sociales. Se trataba de una réplica del juego original; cuanta más gente hablara de ello, lograban despertar a más bestias y las hacían famosas. Lo que no sabían los pobladores de la Tierra era que, detrás de todo eso, había un plan de invasión y aniquilación, una vez que esas herramientas se volviesen imprescindibles; por entonces, estas ya se habían convertido en las innegables drogas y armas letales del momento. Llegó el tiempo de activar a través del sueño de los soñadores el modo «publicar

el nombre» o la representación en imagen de los testigos indeseados para requerir aquellos «me gusta»; una vez que estos explotasen la cuenta numérica deseada, despertarían a las criaturas una tras una en su nuevo hogar. La historia recorrió tantas vueltas en sueños por el mundo que se formó tal confusión entre verdades, mentiras, falsos positivos y falsos negativos que el eco de la clave también propagaba sus despertares. Los testigos pasivos podían transformarse en soñadores semidormidos. Solo hacía falta espabilarlos, dándoles esperanzas. Entonces, las brujas ya no eran tan brujas y la maldad lo era, porque, en realidad, no habían visto las oportunidades y ventajas de lo que significaba ser buenas. Pero ahora que lo sabían, se sentían libres para elegir. Muchos escogieron mudarse de bando, empezando por la maldad misma, que ahora quería tornarse buena. Capucha Negra gritó con tanta furia y rabia que su voz retumbó en cada rincón del universo. Tyassö había hecho su trabajo al ayudar a la maldad a pensar y cambiar de perspectiva, rechazando seguir sirviendo a su señor Capucha Negra. Pero ya Tyassö estaba muy cansado y despertó de ese sueño agotado y falto de materia; su alma flotaba perdida, como huérfana, buscando de nuevo un cuerpo con el cual soñar. Su alma lo transportó al futuro, en un viaje largo y lento dentro de una cápsula de hibernación. Se incorporó en el cuerpo de un niño de doce años, en la dimensión terrestre; por lo visto, esta se había convertido en su lugar favorito. Se despertó de un coma que, según el diagnóstico de los doctores, era irreversible. Al instante, el niño, solo en ese momento y en aquel cuarto del hospital, retiró las sondas y los sueros que lo mantenían inconsciente, pero estable en aquel estado vegetal. Se lanzó a la computadora de diagramas y tecleó hábilmente, generando un lenguaje de comunicación entre él y la máquina:

«Introduce la contraseña». «DESPERTAR A LOS TESTIGOS». «Clave incorrecta, compruebe que su teclado no esté en mayúscula e introduzca de nuevo la contraseña».

«despertar a los testigos». «Contraseña incorrecta, haga clic en mostrar sugerencia de contraseña: combinar mayúsculas, minúsculas, cursiva, negrita, fuente y/o números». «D35P3RT4R 4 L05 T35T1G05». « denegado, combinación incorrecta. Pruebe de nuevo».

Tyassö sonrió en ese nuevo cuerpo, con la satisfacción de que todo había acabado. La clave se había encriptado con éxito. Las páginas de internet que consultaba estaban relatadas como cuentos infantiles, mitos y leyendas que se remontaban a muchos siglos atrás; hoy, se habían transformado en historias para guiones de películas. Hablarían de extraterrestres, que vivían y viajaban a la velocidad de la luz desde el Área 51 hasta el Triángulo de las Bermudas; del lago Moca y del misterioso bosque de Ureka, lugares claves. Sellaron pactos con sus soñadores, que confundían a sus iguales haciéndoles creer que los sueños eran, simplemente, sueños. Aparecían en los lugares más remotos con sus habilidades de teletransporte, creando una cortina de humo que sugería una ilusión o engaño mental para todo ser que los sorprendiera.

Epílogo

Cuentan que la Duda nació de su madre, la Fe. Si creer sin cuestionar sugiere que a lo mejor llegó antes la respuesta que la pregunta, sabrás que esta no es solo otra historia cualquiera. Así deambuló la Duda y se perdió entre la multitud. Su madre, que nunca abandonó las esperanzas de volver a reencontrarse, sembró su fe en todos los rincones del universo. ¡Y me desperté! Se trata de un laberinto de infinitas combinaciones, aleatorias e increíblemente confusas, cuya probabilidad de salida lo determina el dueño cuando este escape de su primer sueño. Nació la doble duda, esa que duda de la duda misma, con aceptación y rechazo opuestos en ambos extremos, dándose la espalda con los brazos cruzados, como dos niños orgullosos peleados por lo que, cuando sean adultos, se reirán. Era yo, pero no en mi cuerpo. Perplejo ante un espejo real sin cristal, cara a cara como viento y brisa abrazándose, estreché la mano de aquel yo un poco más guapo, pero cómodo en su traje y su atenta y confiada mirada. Tenía que irme, pero no sabía cómo despedirme. Se notaba cierto estrés y prisa en mí durante aquellos treinta segundos que compartimos. ¿Y si la respuesta nació antes que la pregunta? Tyassö soñó las combinaciones matemáticas de los sueños encerrados en un cuadro de diez números claves del cero al nueve. Explicaban muchos fenómenos de la vida, pasados, presentes y futuros, motivos de su próximo libro, cuando las computadoras cuánticas utilicen las nuevas relaciones matemáticas que permitan realizar predicciones más precisas sobre el funcionamiento de este y otros universos paralelos. Tyassö buscaba lo que nunca le había faltado: su amor incondicional. Cada vez que se encontraban en cualquier sueño de cualquier dimensión, formaban un solo cuerpo y estallaban en cientos de miles de átomos brillantes y refulgentes. Quedaban suspendidos en el espacio, creando nuevos campos de energía y ondas

expansivas, iluminándolo todo como dos estrellas supernovas, diseminando su amor por todos los rincones de este y otros múltiples universos.

Índice

Agradecimientos 11

Prefacio 13

Introducción 17

Capítulo cero: Tyassö, sueño nº 19

Capítulo primero: Sueños asimétricos, sueño nº 832421-318 27

Capítulo segundo: El tablero, sueño nº 470235 35

Capítulo tercero: ¡Hasta siempre, amor! Sueño nº 8585972710* 41

Capítulo cuarto: El espejo, sueño nº 31356370 55

Capítulo quinto: ISAROIS (666 versus 333), sueño nº 15042015 61

Capítulo sexto: Los relocalizadores, sueño nº 146073314 71

Capítulo séptimo: El ciclo, sueño nº 019 77

Capítulo octavo: La batalla, sueño nº 768450 83

Capítulo noveno: El reencuentro, sueño nº 05642 89

Capítulo décimo: Despertar a los testigos, sueño nº 50g + 1t + 53t, 50l, 4, R x 4t + R x 3p +… 97

Epílogo 103

Conferenciante Bilingüe Galardonada, Personalidad de Televisión y Asesora de Líderes Mundiales

Bisila Bokoko ha inspirado a miles de personas y organizaciones en todo el mundo, a través de sus conferencias motivacionales, e inspirará a su audiencia con un mensaje adaptado para lograr los objetivos de su programa y aumentar las aspiraciones de sus asistentes. Desde presentadora de la ONU en Suiza hasta dar ponencias poderosas en República Dominicana, y presentadora de radio en Sudáfrica, Bisila Bokoko ha compartido su experiencia empresarial y su viaje inspirador con audiencias de todo el mundo durante sus 18 años de carrera. Desarrolló su experiencia en geopolítica, turismo y cultura trabajando estrechamente con ciudades de España y países de África; y, cultivando relaciones con jefes de Estados extranjeros y líderes empresariales internacionales, convirtiéndose en una de las diez mujeres españolas más influyentes en el mundo de los negocios americanos. Ha aparecido en Forbes, la revista Entrepreneur, Bloomberg TV, Black Enterprise, Harper’s Bazaar y otras publicaciones destacadas. Ella tiene un historial impresionante de tomar negocios de lo local a lo global. Como Directora Ejecutiva de la Cámara de Comercio de España y Estados Unidos durante 7 años, trabajó estrechamente con una amplia gama de industrias y marcas líderes en España. En 2012, fundó BBES, una agencia de desarrollo empresarial con sede en Nueva York que representa, promueve y comercializa marcas a nivel internacional. También se desempeña como asesora de líderes emergentes, brindando orientación sobre marca personal y liderazgo que los prepara para pasar al escenario mundial y compartir su experiencia en todo el mundo. Su deseo de empoderar a los menos afortunados para crear una vida mejor, la inspiró a fundar BBALP, una organización sin fines de lucro comprometida a abrir bibliotecas en toda África con presencia actual en Ghana, Zimbabwe,

Kenia y Uganda. Los esfuerzos de Bokoko por usar su conocimiento para empoderar a otros, ganó un gran reconoci- miento y la llevó a una participación dinámica en EMPRETEC, un programa de las Naciones Unidas que apoya a los futuros empresarios. Ella lideró el esquema de las mujeres y trabajó activamente para apoyar a las empresarias en sus esfuerzos por lanzar negocios. Además, Bokoko organizó la Gala Pikolinos Maasai en las Naciones Unidas para apoyar a la tribu de Kenia. A través del Proyecto Maasai, más de 1,600 mujeres maasai bordan a mano el cuero en los zapatos y bolsos de Pikolinos, lo que les permite obtener un ingreso estable y preservar su patrimonio cultural y su estilo de vida. Ella se desempeña como miembro de la junta asesora del Programa de Mujeres EMPRETTEC de las Naciones Unidas, fomentando la capacidad empresarial entre las mujeres de América Latina, África y Oriente Medio, como embajadora global de la Fundación Liceu Barcelona Opera House US, y participa activamente en la construcción del Museo Afrika en Madrid. Bokoko obtuvo un MBA en istración de Empresas y Economía en Madrid en la Universidad de San Pablo, un certificado de Derecho Británico en la Universidad de Manchester y una maestría en Relaciones Internacionales del City University de Nueva York. Se graduó en octubre del 2017 como Profesora de Naam Yoga y practica Iyengar regularmente. Originaria de Valencia España, sus raíces familiares provienen de la tribu Bubi en Malabo, Guinea Ecuatorial. Se describe a sí misma como “un híbrido cultural”, nacida en España de padres africanos, se convirtió en ciudadana estadounidense y vive en la ciudad de Nueva York durante los últimos quince años. Habla español, francés y alemán básico. Sigue a Bisila dentro y fuera de servicio en todo el mundo @BisilaBokoko @bbesinternational