La Sana Doctrina 6s3i4v

La Sana Doctrina

Rodolfo Beyra

Derechos de autor © 2021 Rodolfo Beyra Todos los derechos reservados Primera Edición PAGE PUBLISHING, INC. Conneaut Lake, PA Primera publicación original de Page Publishing 2021 ISBN 978-1-64334-750-9 (Versión Impresa) ISBN 978-1-64334-777-6 (Versión electrónica) Libro impreso en Los Estados Unidos de América

Tabla de contenido

¿Por qué creer en la Palabra de Dios? La ley y la gracia El sello del Creador ¿Habrá vida después de la muerte? El juicio de Dios y sus consecuencias El paraíso y el lago de fuego La única Iglesia verdadera Babilonia y sus falsas iglesias La dieta del Creador La conducta del cristiano

Dedico esta obra literaria a mi Señor y Salvador Jesucristo, a mis hermanos en Cristo y a todas las personas que quieran acercarse a Dios con la intención de conocer más de su Palabra.

Agradecimientos

Agradezco primeramente a mi Rey y Señor Jesucristo; el cual es toda la fuente de mi inspiración. Al apoyo innegable de mi esposa Dainelys Pérez, que como ayuda idónea siempre estuvo a mi lado. Al trabajo realizado por mis hermanos en Cristo: Pastor Mariano A. González, Paulo E. Jous, Martha Núñez, Zoltan Rivero, entre otros, cuya contribución fue significativa para la confección de este libro.

Introducción

¿Será importante conocer la sana doctrina registrada en las Sagradas Escrituras? Veamos qué dice la Biblia: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír; se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias”, (2 Timoteo 4:3). “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra”, (2 Tesalonicenses 2:15). “Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió”, (Juan 7:16). “Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado”, (1 Timoteo 1:8–11). “Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las Palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido”, (1 Timoteo 4:6). “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”, (1 Timoteo 4:16). “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina”, (Tito 2:1). “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ese sí tiene al Padre y al Hijo”, (2 Juan 1:9). Decídete a participar en este viaje por las Escrituras, donde no solo conocerás de la Palabra de Dios, sino también de un Dios de amor que quiere que toda la

humanidad proceda al arrepentimiento y goce de la vida eterna (2 Pedro 3:9), (1 Timoteo 2:3–4).

I

¿Por qué creer en la Palabra de Dios?

Todos nos hemos preguntado alguna vez acerca de la veracidad de la Biblia como inspiración divina. Pero, asombrosamente, este antiguo libro escrito desde cerca del año 1500 a. C. hasta el año 96 d. C., nos da respuesta a disímiles inquietudes del ser humano, incluyendo notables hechos científicos e históricos. Conociendo que los años se enumeran antes de Cristo (a. C) de mayor a menor y después de Cristo (d. C) de menor a mayor, analicemos algunos ejemplos: -Se decía que la Tierra estaba sobre una tortuga y elefantes; luego el hombre se pudo percatar de que estaba sobre la nada, flotando en el espacio; sin embargo, ya la Biblia cerca del año 1450 a. C. declaraba que la Tierra está sobre la nada (Job 26:7). -En la época de Cristóbal Colón se pensaba que la Tierra era plana, y en su viaje donde descubrió América, se decía que caería en un precipicio, pero la Biblia ya desde alrededor del año 740 a. C. nos dice que es redonda y no plana (Isaías 40:22). -Los científicos pensaban que existían alrededor de seis mil estrellas, y no fue sino hasta que Galileo Galilei utilizó su telescopio para observar los astros, que supieron que son incontables, pero nuevamente la Biblia nos dice como mil quinientos años antes de Cristo que las estrellas son innumerables (Génesis 15:5), (Génesis 22:17), (Jeremías 33:22). -Los médicos en la antigüedad planteaban que la sangre de las personas enfermas estaba contaminada, y procedían a desangrar al paciente con el fin de sanarlo, pero como consecuencia las personas morían. De esa forma murió George Washington en 1799 sin tener en cuenta que más de mil cuatrocientos años antes de Cristo la Biblia mostraba que la vida de la carne en la sangre está (Levítico 17:11). -Actualmente los medios de difusión masiva resaltan la importancia del consumo de frutas y vegetales como alimento más saludable para el organismo, pero ya la Palabra de Dios un milenio y medio antes de Cristo, nos los da como alimento original y primordial (Génesis 1:29). -En estudios realizados se han descubierto las propiedades curativas de la miel, tales como facilidad para la digestión, gran aporte de vitaminas, el ser antioxidante, cicatrizante, prevenir infecciones, combatir la tos, el dolor de

garganta, entre otras funciones, pero alrededor de 960 años a. C., en la Biblia se nos habla de sus propiedades medicinales (Proverbios 16:24), (Proverbios 24:13). -La ciencia ha avanzado con rapidez y el hombre cambió el caballo, el arco y la flecha por las naves espaciales, los sistemas computarizados y los cohetes teledirigidos, pero alrededor del año 606 a. C., Dios nos dice en su Palabra que la ciencia aumentaría (Daniel 12:4). Los científicos que no creen en Dios, ponen su fe en un supuesto Big Bang, en condiciones perfectas para la vida a través de miles y millones de años, en el surgimiento de la raza humana desde un organismo unicelular que evolucionó dando lugar a los peces, anfibios, reptiles, aves y finalmente a los mamíferos. Son muchos milagros y casualidades y jamás se ha encontrado un animal en evolución, y el eslabón sigue perdido. Nunca una explosión a lo largo de la historia ha logrado tan perfecto orden. Todo apunta hacia un Creador, la exactitud de todo lo que nos rodea lo afirma. La línea por donde pasa la Tierra es muy estrecha, si se acerca al Sol en solo 5 por ciento los océanos cubrirían todo el planeta, si se aleja 5 por ciento se congelaría. La velocidad de rotación es exacta, la presión atmosférica no puede ser otra, la Luna no está por casualidad, ella origina y controla las mareas. Vemos la perfección en la naturaleza, los animales. El ser humano posee una información genética codificada llamada ADN; y si está codificada, entonces, ¿quién la codificó? A medida que se desarrolla el feto, las células se multiplican dando lugar a estructuras más complejas, formando los órganos de todo el cuerpo. La lógica indica que todo fue creado. Si yo dijera que mi reloj de pulsera fue creado solo porque pasaron miles y millones de años, seguramente dirían que es imposible, la mano de un relojero estuvo presente. De igual forma no se puede negar la existencia de un Creador, de alguien que ha diseñado toda esta obra de arte que nos rodea, tan exacta que no puede ser producto de la casualidad (Génesis 1:1), (Romanos 1:20). Solo que algunos prefieren no creer que Dios es el creador de todo lo que existe, porque eso implicaría reconocer que Él es su dueño y se le debe obediencia y respeto (Salmos 14:1). Dios ha revelado la historia de la humanidad hasta el fin del mundo: -El pueblo de Israel en la época de los reyes fue un pueblo desobediente a Dios y por consecuencia Dios predijo que el Imperio Babilónico iba a destruir la ciudad

y deportarlos a Babilonia (Jeremías 34:2). Luego la historia confirmó lo dicho por Dios, y en el año 605 a. C. surge Babilonia como imperio mundial, destruye a la ciudad de Jerusalén y lleva cautivo su pueblo a Babilonia. -En la Biblia alrededor del año 740 a. C., Dios profetiza la caída de Babilonia e indicó que nunca más sería habitada por el hombre (Isaías 13:19–20). Luego en Daniel 5:1–31 narra que estando los babilonios reunidos en un gran banquete, apareció una mano que escribió en la pared unas palabras que solo Daniel pudo interpretar; en ellas se decía que los medos y los persas iban a derrotar a Babilonia. La historia lo confirmó; los medos y los persas unieron sus fuerzas y derrotaron a Babilonia en el año 539 a. C. y se cumplió la profecía dada por Dios de que nunca más sería habitada. -También entre los años 606 y 536 a. C. la Biblia recoge una visión que se le mostró a Daniel, donde un carnero con dos cuernos era destruido por un macho cabrío que tenía un gran cuerno, luego ese cuerno fue quebrado y en su lugar salieron cuatro cuernos que cada uno se dirigió hacia un punto cardinal diferente, después salió otro que hizo guerra contra el Príncipe de los ejércitos, (todo este evento lo podemos encontrar en la Biblia capítulo 8 del libro de Daniel). Dios da la interpretación de esta visión y está relacionada con lo sucedido en la historia de la humanidad (Daniel 8:20–25). La historia confirmó lo predicho por Dios en la Biblia. En el año 331 a. C. los medos y persas fueron derrotados por Grecia con Alejandro Magno a la cabeza (el cuerno grande del macho cabrío), y luego que murió, el Imperio quedó repartido entre sus cuatro generales (los cuatro cuernos que le salieron: Lisímaco que fue al este, Casandro al norte, Seleuco al oeste y Ptolomeo al sur). Pero en el año 168 a. C., surgió el Imperio Romano (el último cuerno que salió, el cual fue dirigido por los césares), quienes crucificaron a Jesús o al Mesías Príncipe como también se le llama (Daniel 9:24–27). Por lo que nuevamente es predicho el futuro por Dios y lo podemos ver en la historia. Pero todo no termina allí, continúa diciendo la Biblia que Dios, sin intervención humana, quebrantará a este último imperio que se levantó contra el Príncipe de los príncipes (Jesús) (Daniel 8:25). Si todo lo escrito en la Biblia se ha cumplido, también se ha de cumplir el resto de la historia predicha por Dios, donde destruirá a todos los desobedientes como consecuencia de su pecado. Solo es cuestión de fe y creer para no fracasar como los que han intentado ir en contra de las Sagradas Escrituras.

El Señor te está llamando (Salmos 95:7–8). La humanidad será dividida en dos: los que son obedientes a Dios y los que no lo son. -Los desobedientes serán destruidos cuando Jesucristo regrese por segunda vez (2 Tesalonicenses 1:7–9), y condenados en el gran juicio de Dios (Apocalipsis 20:12, 15) donde recibirán la muerte segunda (Apocalipsis 21:8). -Mientras que los salvos no recibirán la muerte segunda (Apocalipsis 2:11), sino que partirán con Jesús cuando vuelva (1 Tesalonicenses 4:13–18) y el Príncipe de los pastores les dé la recompensa (1 Pedro 5:4), (Apocalipsis 22:12), gozando de una eternidad de felicidad en el cielo y la tierra nueva, lo cual no podemos imaginar (1 Corintios 2:9), donde no habrá más sufrimiento (Apocalipsis 21:4). Entonces, ¿cómo nosotros los pecadores podemos ser obedientes a Dios y alcanzar la vida eterna? -Dios nos dio la más significativa profecía alrededor de 740 años antes de que sucediera: el nacimiento de Jesús a través de una virgen (Isaías 7:14); acontecimiento que marcó una pauta en la historia de la humanidad. Esta profecía se cumplió en la virgen María, la cual Dios usó para traer al mundo a Jesús con el nombre Emanuel (Mateo 1:22–23), el Príncipe de Paz (Isaías 9:6). De igual forma fue predicho que Él salvaría al mundo (Isaías 53:4–6), y Jesús, a quien Dios exaltó con su diestra por Príncipe y Salvador, nos trajo arrepentimiento y perdón para nuestros pecados (Hechos 5:30–31). -También el Señor nos dejó en la Biblia lo que no debemos hacer y le llamó las obras de la carne (Gálatas 5:19–21), y nos entregó sus Diez Mandamientos (Éxodo 20:1–17), exhortándonos a:

No tener otros dioses. No hacernos imágenes, ni postrarnos ante ellas. No tomar su Nombre en vano. Dedicarle su día guardando el sábado. Honrar a nuestros padres.

No matar. No adulterar. No hurtar. No hablar falso testimonio. No codiciar.

Hoy en día tenemos los mismos mandamientos (1 Juan 2:7), (1 Corintios 7:19). Nuestro deber es respetarlos y guardarlos, ninguno debe ser quebrantado (Mateo 5:19), (Santiago 2:10–11). Todos están estrechamente relacionados, por eso se resumen en amar a Dios con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37–40), pues el amor, es el cumplimiento de todos los mandamientos de Dios (Romanos 13:8–10). Debemos esforzarnos por obtener el fruto del Espíritu, el cual es el vivo reflejo del carácter de Dios (Gálatas 5:22–24). Tú puedes lograrlo (Filipenses 4:13), Dios ya hizo su parte y quiere salvarte (Juan 3:16). La salvación es un don, un regalo que se recibe por fe y gracia (Efesios 2:8–10). Arrepiéntete y pídele en oración a Jesucristo el Hijo de Dios que te ayude y podrás unirte a esta linda y maravillosa familia. Recuerda, la Biblia siempre ha tenido la razón, se ha anticipado al futuro (Isaías 42:9), alumbra nuestro camino y es el manual de Dios para la humanidad (Salmos 119:105). Nada fue escrito inspirado por el hombre, sino por Dios y el Espíritu Santo, para enseñar, enmendar, reprender e instruir (2 Timoteo 3:16–17), (2 Pedro 1:19–21). No desprecies esa gran oportunidad y ese inmenso amor que Dios te brinda.

II

La ley y la gracia

Muchos Cristianos, Apoyados en Efesios 2:15, son de la opinión de que la Ley de Dios está abolida con la muerte de Cristo y que ya no hay que guardarla, pero, tal vez sin darse cuenta, están torciendo las Escrituras y enseñando errores doctrinales, por eso el apóstol Pedro nos advierte que debemos tener mucho cuidado a la hora de interpretar los escritos del apóstol Pablo (2 Pedro 3:15–16). Pero en Efesios 2:15 el apóstol Pablo se está refiriendo a la ley ceremonial efectuada a través de ritos y sacrificios para la expiación de pecados, la cual tuvo cumplimiento en Cristo como sacrificio perfecto. Todavía existe una Ley que refleja el carácter de Dios y la encontramos en sus mandamientos, fue Satanás el primero en quebrantarla, puesto que pecó y fue expulsado de la presencia de Dios (Ezequiel 28:11–19). Los mandamientos de Dios siempre han existido (Salmos 111:7–8), (Salmos 119:44–45). Abraham los guardaba unos quinientos años antes de que fueran dados por Moisés en el monte Sinaí (Génesis 26:5). Recordemos que cuando Caín mató a Abel, Dios lo tomó como pecado e impuso un castigo sobre él, dando a entender que sus mandamientos ya existían (Génesis 4:8–16). Estos mandamientos los podemos encontrar en Éxodo 20:1–17, escritos con tanto celo que el mismo Dios fue quien los escribió con su propio dedo (Éxodo 31:18). Incluso, luego de Moisés quebrar las tablas que contenían los Diez Mandamientos por causa de la idolatría del pueblo (Éxodo 32:19), Dios no permitió que Moisés escribiera los mandamientos, sino que por segunda vez, el Señor los escribió en dos tablas nuevas (Éxodo 34:1), (Deuteronomio 10:1–5). Con la venida de Cristo, ¿habrá que guardarlos? Veamos qué dice el Nuevo Testamento. ¿Cuál es el nuevo pacto que Dios hizo con nosotros? Los mandamientos, en lugar de estar en dos tablas de piedra, ahora están en el corazón (Hebreos 10:16). Los que guardan los mandamientos, son los que verdaderamente conocen y aman a Dios (1 Juan 2:3–7), (Juan 14:21), (1 Juan 5:2–3). Si los guardamos somos justificados (Romanos 2:13), ya que el pecado es infracción de la Ley (1 Juan 3:4). Imagínense si no existiera Ley, ¿cómo conoceríamos el pecado? (Romanos 7:7), el apóstol Pablo nos dice: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley”, (Romanos 3:31).

Actualmente tenemos los mismos mandamientos (1 Juan 2:7), (1 Corintios 7:19). Inclusive, los mandamientos que Jesús le citó al joven rico, fueron los dados a Moisés en Éxodo 20 (Mateo 19:16–19), ya que el mismo Cristo los escribió en el monte Sinaí (Hechos 7:38–41). Tenemos que respetarlos y obedecerlos, ninguno debe ser quebrantado (Mateo 5:19), (Lucas 16:17), (Santiago 2:10–11). Todos están estrechamente relacionados, por eso se resumen en amar a Dios con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37–40). De hecho, este mandamiento ya había sido dado por Dios en el Antiguo Testamento (Deuteronomio 6:5), (Levítico 19:18). El mandamiento nuevo que Jesús nos dio fue: amarnos unos a otros como Él nos amó (Juan 13:34), (Juan 15:12), y el amor se demuestra, guardando todos los mandamientos de Dios (Romanos 13:8–10). Es importante saber que, para recibir el Espíritu Santo, debemos guardar los mandamientos de Dios (Juan 14:15–16), (Hechos 5:32). Observemos cómo a los que guardan los mandamientos, el Señor les llama “santos”, (Apocalipsis 14:12) y son a los que el diablo quiere destruir (Apocalipsis 12:17). Quiero aclarar que con el solo hecho de guardar los mandamientos, no somos salvos. Necesitamos un verdadero arrepentimiento, amar a Jesucristo y reconocer que es nuestro Señor y Salvador. Desde el momento en que aceptamos a Jesús, nuestra vida es transformada y comenzamos otra de obediencia a Dios. ¿Cómo? Guardando sus mandamientos, alejándonos del pecado y pidiéndole a Jesús que nos perdone, para vivir en santidad, lo cual es la voluntad de Dios para nosotros (1 Pedro 1:16). El apóstol Pablo, en Gálatas 4:21–31, hace una alegoría entre Sara y Agar, haciéndoles entender a los gálatas que la salvación no se obtiene por las obras de la Ley entregadas en el monte Sinaí (justificación por las obras), como el mismo Abraham trató de obtener al hijo de la promesa utilizando un plan humano, apoyándose en sus propias fuerzas por medio de Agar, una esclava egipcia (Génesis 16:1), sino que debemos imitar al “padre de la fe”, cuando esperó y obtuvo finalmente al hijo de la promesa por medio de su esposa Sara. Igualmente, Dios nos ha prometido que, a través de su Hijo (Jesús), podemos obtener la victoria sobre el pecado (Filipenses 4:13), ya que el pecado es transgresión de la Ley (1 Juan 3:4), y al pecar, somos esclavos del pecado (Juan 8:34), cayendo bajo la maldición de la Ley (Romanos 3:19). Por lo que andamos en libertad, cuando obedecemos los mandamientos de Dios (Salmos 119:45), con

la ayuda de nuestro Señor Jesucristo (Juan 8:35–36). La Ley de Dios es como un espejo que nos muestra el pecado (Romanos 7:12– 13), (Santiago 1:23–25), luego la sangre de Jesús nos lava (su gracia) (1 Juan 1:7). Esto implica que no estamos bajo la condenación de la Ley, ni somos más esclavos del pecado (Gálatas 3:13), ya que por mediación de Cristo recibimos el perdón y ayuda para no pecar violando los mandamientos de Dios (1 Juan 1:9), (1 Juan 2:1–2). Como hemos podido apreciar, existe una Ley santa, justa y buena (Romanos 7:12), en la cual el apóstol Pablo se deleita (Romanos 7:22), y otra abolida. Entonces, ¿cómo identificarlas?

Ley dada por Dios a través de los Diez Mandamientos, la cual refleja su carácter, es eterna y para siempre (Salmos 111:7–8). Ley ceremonial, efectuada mediante los sacrificios que simbolizaban a Cristo, en el cual tuvo cumplimiento como sacrificio perfecto (Hebreos 9:11–14).

También en la Biblia aparecen diversas leyes que abarcan temas como los actos de violencia, el trato con los animales (Éxodo 21:12–36), el cuidado de la salud (Deuteronomio 23:9–14), etc., y se habla de otras impuestas por los hombres, las cuales Dios nunca mandó y no han de tenerse en cuenta (Marcos 7:6–8), (Lucas 11:46). Hay que tener bien identificada cada ley para no confundirnos a la hora de interpretar las Escrituras. Por esta razón, se mostrará una tabla que resume las diferencias entre la ley ceremonial abolida, cumpliéndose en Cristo como el sacrificio perfecto, y la Ley dada por Dios, plasmada en los Diez Mandamientos, que está vigente y es eterna.

LEY CEREMONIAL O RITUAL

LEY DE LOS DIEZ MANDAMIENTOS

Débil e ineficaz (Hebreos 7:18)

Perfecta (Salmos 19:7)

Escrita por Moisés (Éxodo 34:25–27)

Escrita por Dios (Éxodo 31:18)

Está fuera del Arca (Deuteronomio 31:26) Está dentro del Arca (Deuteronomio 10:4–5) Abolida por Cristo (Efesios 2:15)

Confirmada por Cristo (Mateo 5:17–19)

Simbólica y temporal (Hebreos 9:9)

Eterna y para siempre (Salmos 111:7–8)

Es importante resaltar que, al igual que hubo un santuario en la Tierra, en el cielo también está el Santuario de Dios, el cual fue mostrado a Moisés para que construyera el terrenal (Hebreos 8:5). En el Santuario Celestial está presente el arca del pacto (Apocalipsis 11:19), donde se guardan los mandamientos de Dios (Deuteronomio 10:4–5), esperando el día en que el Señor manifieste su gloria y efectúe el juicio final para juzgar según las obras (Apocalipsis 20:11–15). Aunque la salvación no es por las obras (Efesios 2:8–10), la fe se muestra por ellas (Santiago 2:14–24). Recordemos que seremos juzgados por nuestra conducta, sea buena o mala (2 Corintios 5:10), (Apocalipsis 2:23). Con nuestras propias fuerzas no podemos, por eso Dios envió a su Hijo para morir por nosotros (Juan 3:16), pagando nuestra culpa con el objetivo de reconciliarnos con Él, librarnos del pecado y de su condenación, regalándonos la vida eterna (Juan 5:24). Podemos llegar a la conclusión de que, al obedecer la Ley de los mandamientos, evitamos caer en pecado (1 Juan 3:4). Esto contribuye a adquirir una correcta conducta, desechando las obras de la carne, las cuales son contrarias a Dios y no se sujetan a su Ley (Romanos 8:7). La Ley fue la guía utilizada por Dios para llevarnos hasta Jesús con el fin de que fuéramos justificados por la fe (Gálatas 3:24). Ella nos muestra que necesitamos la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual puso punto final a la ley ritual (Hebreos 9:24–26). Jesús es la única solución para el pecado (Hechos 4:11–12), (Romanos 5:19, 21). Él guardó todos los mandamientos (Juan 15:10) y quebró la maldición de la muerte producto de la desobediencia del hombre (Efesios 4:8). El Dios Omnipotente, con su sola palabra creó todo el universo (Génesis 1:3– 25). Pero resultó significativo para Él, deleitarse en hacer dos únicas cosas con sus propias manos: al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (Génesis 1:26–27), y los Diez Mandamientos que debían cumplir escritos con su puño y letra (Éxodos 31:18). El fin de todo este discurso es, temer a Dios y guardar sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre (Eclesiastés 12:13), ellos no son una carrera de obstáculos para la vida, sino el reflejo del amor de Dios en beneficio de la humanidad. Debemos prestar oídos a esta Ley para que nuestra oración no sea abominable (Proverbios 28:9), (1 Juan 3:22). Hermanos, no continuemos en pecado violando los mandamientos de Dios, pues esto nos lleva a una horrenda

espera del juicio final (Hebreos 10:26–27). Seamos obedientes a Dios como muestra de nuestro amor y gratitud, y Jesucristo, nuestro abogado defensor, nos justificará (1 Juan 2:1).

III

El sello del Creador

Muchas personas creen agradarle al Señor y se sienten respaldadas en todo lo que hacen; sin embargo, el mismo Señor Jesucristo dijo que no todo el que le dice “Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino aquellos que hagan la voluntad de su Padre. Muchos le reclamarán aludiendo haber hecho grandes cosas en su Nombre y Él les dirá: “nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”, (Mateo 7:21–23). Los que verdaderamente conocen a Dios, son los que guardan los mandamientos dados al hombre desde el principio (1 Juan 2:3–7), (1 Corintios 7:19), (Éxodo 20:1–17), ninguno debe ser quebrantado (Mateo 5:19). Todos están estrechamente relacionados, por eso se resumen en amar a Dios con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37–40), pues el amor es el cumplimiento de todos los mandamientos de Dios (Romanos 13:8–10). Guardar los mandamientos es un requisito imprescindible para recibir el Espíritu Santo (Juan 14:15–16), (Hechos 5:32). Observemos cómo a los que guardan los mandamientos, el Señor les llama “santos”, (Apocalipsis 14:12) y a los que el diablo quiere destruir (Apocalipsis 12:17). Todos los mandamientos son importantes y deben ser respetados y obedecidos, incluyendo el cuarto mandamiento donde Dios nos manda a guardar el sábado. La mayoría de los cristianos son de la opinión de que el día que hay que dedicarle a Dios con mayor fervor, para reunirse y compartir de su Palabra, es el domingo, pero a la luz de las Escrituras vemos todo lo contrario: -Dios apartó el sábado desde la creación del mundo, siendo el único día santo y bendito (Génesis 2:2–3). -El sábado se guardó mucho antes de que fuera dado a Moisés en el monte Sinaí (Éxodo 16:4–5). Se le ordenó al pueblo de Dios que recogiera doble porción del pan celestial (maná) el viernes, para que el sábado no tuviera que hacerlo. Se nota aquí, cómo Dios puso énfasis en la observancia del séptimo día de la semana como día especial. -Notemos cómo en el cuarto mandamiento Dios dice: “acuérdate”, dando a entender que ya el sábado había sido dado, solo había que recordarlo (Éxodo 20:8–11).

En el Nuevo Testamento encontramos que todavía debemos continuar guardando el cuarto mandamiento: -En Mateo 24:15–20 se nos habla de la destrucción que realizarían los romanos a la ciudad de Jerusalén en el año 70 d. C., de la cual profetizó Daniel, donde los romanos iban a rodear la ciudad para destruirla y sus habitantes debían huir, por lo que Cristo les exhortó a que oraran para que ese día no fuese en invierno, ni en sábado. Con esto nos dice que muchos años después de su muerte y resurrección, sus discípulos guardarían el sábado, haciéndolo vigente hasta nuestros días. -Nuestro Señor Jesucristo se reunía los sábados (Lucas 4:16), al igual que sus discípulos y la congregación (judíos y gentiles) (Hechos 13:44), (Hechos 17:2), (Hechos 18:4). Luego de su muerte se continuó guardando el cuarto mandamiento (Lucas 23:54–56), y hasta nuestros días se mantiene el mismo calendario semanal. También se resalta en los versículos anteriores la forma de guardar el sábado: de puesta de sol a puesta de sol, según se denotan los días en la creación (Génesis 1:1–31). En la Biblia, el sábado es el único día mencionado por su nombre (Sabbat). El resto son nombrados por su orden en la semana: el domingo es el primer día, el lunes es el segundo, y así sucesivamente. Estos tomaban como punto de referencia, el sábado, “curiosamente”, el único día santificado por el Creador. Además, si el Sabbat quedaba abolido, ¿por qué se le continuaba llamando el Día de Reposo en el Nuevo Testamento? Simplemente porque resalta su perpetuidad. El sábado se guardó en la antigüedad, todavía ha de guardarse y lo guardaremos en los cielos nuevos y la nueva tierra que Dios hará (Isaías 66:22– 23). ¿Por qué no se guarda el sábado, valorándose como un mandamiento innecesario, si el Nuevo Testamento no lo anula? En lugar de eso, Dios nos dice que ni una jota ni una tilde de su Ley pasará (Mateo 5:17–19), y especifica que hasta que pasen el cielo y la tierra porque en el cielo y la tierra nueva, voluntariamente todos seremos obedientes a su Ley. En Apocalipsis 21:1, 4 vemos que ya no habrá más muerte, por lo que no existirá más el pecado (Romanos 6:23), y si no hay pecado es porque nadie violará la Ley de Dios (1 Juan 3:4). Mucho cuidado con quitar alguno de los mandamientos, el Señor nos dice que no

caerá un punto de su Ley (Lucas 16:17), y que si infringimos en un punto, los violamos todos (Santiago 2:10–11). No podemos añadir ni quitar a los Diez Mandamientos de Dios (Deuteronomio 4:2), (Deuteronomio 4:12–13). En ningún lugar de la Biblia dice que por la resurrección de Cristo el primer día de la semana se transfirió la relevancia del día sábado al domingo. Siempre ha sido y será el sábado, pues es el único día santo y bendito por Dios desde la creación, y lo que Dios bendice es para siempre (Números 23:19–20), (1 Crónicas 17:27). Fue el hombre, sin la autorización de Dios, quien lo cambió (Daniel 7:25) llamándole al domingo de forma incorrecta “el día del Señor”, cuando el verdadero día del Señor según la Biblia es el sábado (Isaías 58:13–14), (Mateo 12:8). Además, el apóstol Pablo enseña que la institución que conmemora tanto la muerte como la resurrección de Cristo es el bautismo (Romanos 6:3–4), y no la observancia del domingo. ¡Cuidado con atribuirle al domingo la importancia que en realidad le pertenece al sábado! En la Biblia encontramos un ejemplo, donde los hijos de Aarón ofrecieron un fuego a Dios que no les fue mandado y sufrieron las consecuencias por su desobediencia (Levítico 10:1–2). Para Dios no son iguales todos los fuegos, como tampoco son iguales todos los días. Dios ha separado un día para Él y debe ser respetado y obedecido. Hay quienes no conciben el hecho de que Adán y Eva hayan desobedecido a Dios, al comer del árbol prohibido. Pero si analizamos detenidamente, para los cristianos de hoy, existe un paralelismo entre el mandato de no comer del árbol y el cuarto mandamiento de la Santa Ley de Dios (Romanos 7:12). El Creador le pidió al hombre una prueba de fe y fidelidad. Se le permitió comer de todos los árboles, con la excepción de uno que se encontraba en el centro del huerto, el cual solo le correspondía a Dios, y el ser humano debía respetarlo (Génesis 2:16–17), (Génesis 3:3). Esta misma prueba de fidelidad la encontramos en el centro de la Ley de Dios, la cual nos dice que tenemos seis días para hacer todas nuestras obras, pero el séptimo es dedicado al Creador (Éxodos 20:8–11) y debemos respetarlo (Isaías 58:13–14). Aunque todos los árboles y todos los días son del Señor, Él decidió escoger qué árbol y qué día, quería que el hombre respetara sin profanarlo (Isaías 56:2). Tenemos que llevar la fe y la Ley juntas (Romanos 3:31). Pero si en tu corazón no hay amor y no aceptas a Jesús, de nada te sirve guardar la Ley, su función es mostrarnos el pecado (Romanos 7:7), (Romanos 3:20) y luego, por mediación de

Cristo, somos perdonados (1 Juan 1:7, 9), (1 Juan 2:1–2). Si el pecado es infracción de la Ley (1 Juan 3:4), ¿cómo pudiéramos identificar el pecado, si no tenemos los mandamientos de Dios donde se enseña cómo debe ser nuestra conducta? En la escritura encontramos que Dios pone una “señal”, sobre sus hijos como “pacto perpetuo”, y es precisamente el guardar el sábado (Éxodo 31:13–17), (Ezequiel 20:12, 19–20). Aunque se dice que es para los israelitas, esta señal es para todos los hijos de Dios. Abraham, sin ser israelita, guardó los mandamientos de Dios unos quinientos años antes de ser dados a Moisés y cuando todavía no existía el pueblo de Israel (Génesis 26:5). Recordemos que fue a Jacob el nieto de Abraham, a quien Dios le cambió el nombre por Israel (Génesis 32:27–28), y entonces fue cuando se empezó a adoptar este nombre para el pueblo de Dios. También recordemos cómo desde el principio y antes del pecado, Dios creó el sábado, constituyendo parte de la creación, haciéndolo bendito y santo (Génesis 2:2–3), sin ser Adán y Eva judíos ni israelitas. Si observamos bien el cuarto mandamiento (Éxodos 20:8–11), veremos cómo los extranjeros dentro del pueblo de Dios tenían que guardar el sábado. Notemos que se nos dice sábado de Jehová y no sábado de los judíos, ni de los israelitas. Igualmente, nosotros los gentiles, al ser injertados en Israel (Romanos 11:17) debemos guardarlo, de la misma forma que si fuéramos a la casa de alguna persona en la que debemos respetar sus leyes. Pero ahora no hay judíos, ni gentiles, todos somos hijos de Dios por igual (Gálatas 3:28), (Efesios 2:14) por medio de Jesús (Juan 1:10–12), y fue Dios quien tanto a judíos como a gentiles dio sus mandamientos (Éxodo 12:49) colocando la señal del sábado. Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34), ahora nosotros somos el Israel espiritual (Romanos 2:28–29), y si todas las promesas bíblicas dadas para Israel las tomamos como nuestras, ¿por qué no tomar también la señal que Dios ha dado para su pueblo? Las Escrituras revelan que Dios sella a sus discípulos con su Ley (Isaías 8:16), y en el cuarto mandamiento encontramos los tres atributos de un sello: el nombre (Jehová), su cargo (Creador) y su territorio (el cielo, la tierra y el mar) (Éxodo 20:11). Además, si para Dios una “señal”, representa un “sello”, (Romanos 4:11), la señal del sábado es el sello de Dios que deben tener todos sus discípulos

para no recibir las plagas que vendrán en el tiempo del fin (Apocalipsis 9:4). Hemos visto cómo el mandamiento del sábado está vigente hasta nuestros días, así como su importancia. La Biblia no se contradice si se usa correctamente (2 Timoteo 2:15); por lo que damos respuesta a algunos versículos que pudieran traer confusión, de interpretarse incorrectamente:

Hay quienes apoyados en Colosenses 2:16–17 plantean que el cuarto mandamiento, donde Dios manda a guardar su día santo, quedó abolido. Pero en realidad este texto se refiere a los días festivos donde tampoco se trabajaba y por tanto se llamaban sábados, que significan días de reposo o no laborables. La Biblia menciona dos clases de sábado: el reposo semanal sabático del séptimo día como recordativo de la creación, desde antes del pecado de la raza humana (Génesis 2:2–3), (Éxodo 20:10–11), y los sábados anuales relacionados con los ritos ceremoniales de Israel: Fiesta de la Pascua, Pentecostés, las Cabañas, etc. (Levítico 23:4–44), los cuales eran sombra de Cristo. Los sábados ceremoniales podían caer en cualquier día de la semana, y todas estas festividades se establecieron aparte del cuarto mandamiento (Levítico 23:37–38), por lo que nada tienen que ver estas fiestas no laborables llamadas sábados abolidas por Cristo, con el día sábado que Dios mismo bendijo y santificó desde la creación para la eternidad (Isaías 66:22–23). En Romanos 14:5–6 no se habla de flexibilizar el mandamiento de guardar el Día de Reposo, sino del que hace caso de un día o de días; que al no especificarse indica que son días comunes y corrientes. Siempre que Dios se ha referido al día sábado del cuarto mandamiento, lo hace solemnemente y le llama Sabbat (Día de Reposo). El capítulo trata de una polémica entre unos que comen de todo (carne) y otros que comen vegetales (Romanos 14:2–3), y en los versículos 5 y 6 se le da libertad al creyente para escoger los días que estime conveniente para comer de todo o abstenerse de ciertos alimentos. Es decir, comer de todo en días específicos o comer vegetales a diario. La enseñanza es que no se debe juzgar la preferencia alimenticia ni el día en que se decida ingerir ciertos alimentos, cada uno dará cuenta a Dios de sí (Romanos 14:12). El Reino de Dios no radica en comida ni bebida (Romanos 14:17) y su obra no debe ser destruida por causa de la comida, aunque lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada que sea de tropiezo para el prójimo (Romanos

14:20–21). Dios escogió el sábado desde la creación para bendecirlo y santificarlo (Génesis 2:2–3), y recalcó que se guardase constituyendo el cuarto mandamiento de su Ley (Éxodo 20:8–11) escrita con su propio dedo (Éxodo 31:18). Es un error pensar que este pasaje abolió el mandamiento del sábado, ya que le añade algo que no dice, poniéndolo en contradicción con toda la Biblia y ninguna interpretación es exacta si contradice otros textos. En Hebreos 4:1–11, no se trata de que cualquier día pueda ser utilizado como Día de Reposo. El apóstol Pablo utilizó las palabras de David (Salmos 95:7–8) para darnos a entender que, si somos rebeldes a Dios, Él en su gran misericordia nos vuelve a dar hoy otra oportunidad de salvación a través de Cristo, y quiere que al oír su voz no cerremos el corazón. El apóstol también se apoya en las bendiciones que proporciona guardar el sábado (Isaías 58:13–14), para ilustrar el reposo de la salvación. Esto invita a los cristianos a reconocer que, al guardar el sábado, se está prefigurando el reposo eterno prometido por Dios. Otro detalle significativo se encuentra en el versículo 9, en el cual se nos dice que todavía queda un reposo sabático para el pueblo de Dios, y la frase “reposo sabático”, o “sabatismo”, la podemos encontrar en los manuscritos antiguos o en las biblias que han traducido correctamente el Nuevo Testamento escrito en griego, como la Nueva Reina-Valera (2000) y la Nueva Reina-Valera Versión Siglo XXI. Aquí el apóstol Pablo les muestra a los hebreos que el verdadero reposo sabático incluye a Jesucristo, quien es indispensable para la salvación (Hechos 4:11–12). El sábado es la clausura de la creación, es la firma de Dios desde antes de la desobediencia del hombre para demostrar que el mundo le pertenece (Éxodo 20:10–11). Tampoco en Gálatas 4:9–11 se alude al cuarto mandamiento, sino a las celebraciones de los días festivos que caducaron en Cristo. Dios en el monte Sinaí dio dos leyes fundamentales, la Ley de los Diez Mandamientos escrita con su propio dedo (Éxodo 31:18), la cual iba dentro del arca del pacto (Deuteronomio 10:4–5), y la ley ritual o ceremonial, que incluía los días festivos, escrita por Moisés (Éxodo 34:25–27) y colocada fuera del arca del testimonio (Deuteronomio 31:26). Por lo que el apóstol Pablo se está refiriendo a los días de reposo ceremoniales, las lunas nuevas, los meses, los tiempos y los años del sistema ceremonial (Levítico 23:4–44), (Ezequiel 46:6), (Números 10:10), (Números 28:1–2), (Levítico 25:8–10), cuyos símbolos tuvieron cumplimiento en Cristo (Colosenses 2:16–17).

Además, el reposo semanal sabático del séptimo día fue instituido en la creación desde antes que el pecado entrara en la humanidad, y previo al sistema ceremonial dado en el Sinaí, que apuntaba al Mesías. Es absurdo pensar que el apóstol Pablo dijera que al guardar el cuarto mandamiento nos esclavizamos, pues si la observancia del sábado semanal sometiera al hombre a esclavitud, entonces el mismo Creador se sometió a esa esclavitud cuando observó el primer sábado que hubo en el mundo (Génesis 2:2–3). En Hechos 15 no se está insinuando que los gentiles no tengan que guardar los Diez Mandamientos escritos por Dios (Éxodo 31:18), sino que el capítulo trata acerca de cómo algunos fariseos querían imponerle a los gentiles la circuncisión y la ley de Moisés (Hechos 15:1, 5). En respuesta a esto, el apóstol Pedro declara que Dios no ha establecido ninguna diferencia entre los judíos y los gentiles (Hechos 15:6–9); es decir, no existe una ley que sea para los judíos y otra para los gentiles, pues Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:28) ni existe un plan de salvación diferente para cada uno de ellos (Hechos 15:11). Toda esta polémica termina dando a conocer que los gentiles que acepten al Señor deben apartarse de lo sacrificado a los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre (Hechos 15:19–20, 28–29). Pero esto no quiere decir que los mandamientos de Dios quedan desplazados, sino que estas leyes debían guardarse adicionalmente a los Diez Mandamientos, pues todos sabemos que, aunque no se mencionan aquí, los gentiles no deben matar, ni robar, ni adulterar, ni codiciar, ni tomar el Nombre del Señor en vano, ni hacerse imágenes, ni violar ninguno del resto de los Diez Mandamientos que incluye el sábado como el Día de Reposo. Con tantas evidencias que apuntan a guardar el cuarto mandamiento, todavía persisten muchas personas en rechazarlo, y se valen de cualquier pasaje con el objetivo de evadir esta gran verdad. Algunos cometen el error de aceptar solo nueve mandamientos, olvidando que los diez fueron escritos por Dios (Éxodo 31:18), con el propósito de ser obedecidos (1 Corintios 7:19). No obstante, los cristianos que no guardan el sábado como Día de Reposo semanal, están desaprovechando una especial bendición de parte de Dios (Isaías 56:2), (Isaías 58:13–14), pues el sábado se creó por causa (para beneficio) del hombre, y no el hombre por causa del sábado (Marcos 2:27).

¿Para qué es el sábado?

A Cristo se juzgó de violarlo (Juan 5:18), pero Él guardó todos los mandamientos de Dios (Juan 15:10); de no haber sido así se hubiese convertido en un pecador, ya que el pecado es infracción de la Ley (1 Juan 3:4), y si Él transgredía uno de los Diez Mandamientos, se hacía transgresor de todos (Santiago 2:10–11). Él justificó que no quebrantaba el Día de Reposo; es lícito hacer el bien (Mateo 12:10–14). Jesús enseñó que el sábado es para orar por los enfermos (Lucas 13:10–13), predicar, reunirse con los hermanos, estudiar la Palabra de Dios (Marcos 6:2), (Lucas 4:16), comunicarnos con Dios de una forma especial, ya que es el único día santo y bendito. Como mismo le ofrendamos a Dios nuestro dinero, y eso no nos exonera de entregarle el diezmo, así también las personas pudieran trabajar para la obra de Dios todos los días, y eso no implica olvidarse del santo sábado (Génesis 2:3). Bíblicamente Dios nos regala seis días para realizar nuestras obras, y el séptimo día (sábado) para trabajar en solo las que le corresponden a Él (Éxodo 20:8–11). No obstante, si tienes una “situación difícil”, o necesitas hacer el bien en sábado, puedes hacerlo (Mateo 12:1–8), (Lucas 14:5); pero no todos los sábados se te cae un buey al pozo. A pesar de que la resurrección de Cristo juega un papel muy importante en la vida del creyente (1 Corintios 15:17), nunca los apóstoles se reunieron el domingo en honor a ese hecho, sino que todos los días se congregaban en el templo (Hechos 2:46). Siempre respetando el Día de Reposo (Hechos 18:4), pues es significativo que tanto la creación como la redención tienen como Día de Reposo el sábado, pues el Verbo de Dios (Jesús) (Juan 1:1–3), lo creó todo en seis días (Éxodo 20:11) y el séptimo (sábado) reposó (Génesis 2:2–3). De igual forma, el Salvador, en su plan de redimir al mundo del pecado, en el día de la preparación culminó su obra con las palabras: “consumado es”, (Juan 19:30), y reposó el sábado en el sepulcro conforme al mandamiento (Lucas 23:54–56), pues para Dios la muerte es un descanso (Apocalipsis 14:13). Por lo que Dios nos regala la señal del sábado para recordarnos que fuimos creados por Él (Éxodo 20:8–11), y redimidos del pecado (Egipto espiritual) en el que nos encontrábamos (Deuteronomio 5:12–15), y este regalo se les extiende también a los extranjeros que quieran incorporarse al pueblo de Dios (Isaías 56:2–7), (Éxodo 20:10).

Como dato curioso

-El año tiene 365 días porque es el tiempo que demora la Tierra en darle la vuelta al Sol. -La duración de los meses está dada por el tiempo que demora la Luna en darle la vuelta a la Tierra. -El día tiene 24 horas porque es el tiempo que demora la Tierra en girar en sí misma. -Y, ¿por qué la semana contiene siete días? No hay explicación científica ni astronómica, solo en la Palabra de Dios. Porque en seis días hizo Dios los cielos y la tierra y todo lo que en ella habita y el séptimo día reposó, poniendo este día por señal de que Él es nuestro creador (Éxodo 20:10–11). No es casualidad que el séptimo día (sábado), coincida con el número escogido por Dios (siete) más nombrado en las Sagradas Escrituras. Si toda la humanidad se hubiese mantenido guardando el cuarto mandamiento, donde se exalta a Dios como el creador del cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, hoy no existirían los ateos, ni la teoría de que el hombre proviene del mono. Dios sabía que el hombre iba a tender a olvidar el sábado; por eso, no es casualidad que el cuarto mandamiento comience diciendo: “Acuérdate del Día de Reposo para santificarlo”, (Éxodo 20:8). Ahora ya conoces la verdad del sábado, y Dios te pide no rechazar su santo mandamiento (2 Pedro 2:21). Jesús, el Señor del sábado (Lucas 6:5), nunca quebrantaría el día que Él mismo designó como su día santo (Colosenses 1:15– 17), (Génesis 2:3), sino que hizo del sábado la correcta observancia cuando estuvo sobre la tierra (Lucas 4:16), (Mateo 12:10–13). ¿Deberíamos nosotros, como sus seguidores, hacer menos? (1 Pedro 2:21). Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos (2 Corintios 13:14).

IV

¿Habrá vida después de la muerte?

La Biblia nos da la respuesta y nos explica primeramente cómo surgió la vida del ser humano (Génesis 2:7). Adán fue un ser viviente, o lo que es lo mismo, un alma viviente (1 Corintios 15:45). Entonces, si unimos el cuerpo (polvo) con el espíritu (aliento de vida) se forma el alma o el ser vivo. Su descomposición se produce a la inversa, el polvo va a la tierra y el espíritu a Dios (Eclesiastés 12:7), (Salmos 104:29), (Salmos 146:4). Incluso, tanto los animales como los seres humanos tenemos lo mismo, polvo y aliento de vida (Eclesiastés 3:18–21). Algunos creen que, al morir, el alma va para el cielo. Pero en ningún lugar de las Sagradas Escrituras se hace este planteamiento. La Biblia enseña que, al morir, el alma o el ser vivo perece y el cuerpo permanece en descomposición bajo la tumba hasta la venida de Cristo (Job 14:10–12), (1 Corintios 15:22–23), (1 Tesalonicenses 4:13–18). Además, Dios prohíbe que se consulte a los muertos (Deuteronomio 18:10–12), ya que son espíritus engañadores de demonios haciéndose pasar por personas fallecidas (1 Timoteo 4:1), (Apocalipsis 16:14), de entre los cuales el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz (2 Corintios 11:14). En la Palabra de Dios encontramos que el alma que pecare morirá (Ezequiel 18:4, 20), nótese que solamente plantea que ha de morir y no de dirigirse a sitio alguno. Además, una vez que morimos nuestra mente es puesta en olvido (Salmos 6:5), (Eclesiastés 9:5–6), y no podemos alabar al Señor (Salmos 115:17). Con la muerte no se obtiene ningún provecho (Salmos 30:9), solo nos espera el sepulcro (Job 17:1), y una vez que descendamos a él no subiremos (Job 7:9) hasta que se cumpla la promesa de cielo nuevo (Job 14:10–12). Los hijos de Dios esperan esta linda promesa de cielo nuevo y tierra nueva, donde mora la justicia del Señor (2 Pedro 3:13), (Apocalipsis 21:1). El mismo David plantea resucitar a semejanza de Dios (Salmos 17:15), y en el Nuevo Testamento se nos dice que todavía no ha subido al cielo (Hechos 2:29, 34), (Hechos 13:35–37). A los salvos que hayan muerto, el Señor los llamará del sepulcro y los resucitará con cuerpos renovados (Job 14:14–15), semejantes al de Cristo (Filipenses 3:20–21), y este llamado será para vida o para muerte (Juan 5:28–29), (Daniel 12:1–2). Jesucristo vendrá en compañía de sus santos ángeles (Marcos 8:38), (Mateo 25:31), (1 Tesalonicenses 3:13), para dar a cada uno según fueron sus obras (Mateo 16:27), y aunque la salvación no es por obras (Efesios 2:8–10), fe y obras han de ir juntas: son inseparables. Una fe que no

produce obras es muerta, no es fe genuina (Santiago 2:14–24). Debemos recordar que seremos juzgados por nuestras acciones en el juicio que Dios hará sobre toda la humanidad (2 Corintios 5:10), (Apocalipsis 2:23). Los salvos serán resucitados en el día final cuando Cristo venga por segunda vez (1 Corintios 15:22–23), ya que sin resurrección estarían perdidos (1 Corintios 15:16–18). El profeta Daniel resucitará en el día final (Daniel 12:13), al igual que todos los que obtengan la vida eterna (Juan 6:40, 54). Al morir Lázaro, el hermano de Marta, se esperaba que su resurrección tendría lugar en el día final (Juan 11:24), y una vez que Jesús lo resucitó para glorificar a Dios, Lázaro nunca contó haber tenido alguna experiencia en el cielo, el paraíso o en la vida después de la muerte. Porque nuestra recompensa y salvación la obtendremos cuando venga Cristo por segunda vez y no en el momento de la muerte (2 Timoteo 4:6– 8), (Lucas 14:13–14), (Hebreos 9:28), (1 Pedro 1:5), (Apocalipsis 22:12). Cuando el Señor Jesucristo venga, los hijos de Dios que hayan muerto serán resucitados con un cuerpo incorruptible, mientras que los que se encuentren vivos serán transformados (1 Corintios 15:51–53) y partirán todos juntos con Jesús rumbo al cielo (1 Tesalonicenses 4:13–18). Este es el cumplimiento de la promesa que Jesús hizo para todos sus discípulos: ir a preparar lugar en el cielo para en su regreso buscarlos (Juan 14:1–3). Nuestro Señor Jesucristo les prometió a algunos de sus discípulos que no morirían hasta ver su segunda venida (Mateo 16:27–28), y seis días después el Señor cumplió su promesa, puesto que Dios le dio el privilegio a Elías y a Moisés de ir al cielo y ejemplificar la venida de Cristo (Mateo 17:1–9). En el monte de la transfiguración, Jesús se transfiguró representando su segunda venida en gloria. La aparición de Moisés representa a los muertos en Cristo resucitando primero (1 Corintios 15:51–53), de la misma forma en que Dios lo resucitó y el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputándose el cuerpo (Judas 1:9). Recordemos que su cuerpo fue sepultado por Dios y nadie supo nunca su paradero (Deuteronomio 34:5–6), y al aparecer de repente en el monte, nos da evidencia de que el mismo Dios lo resucitó. Además, si le damos una segunda aplicación a Romanos 5:14, utilizando la frase del apóstol Pablo: “reinó la muerte desde Adán hasta Moisés”, notaremos que la palabra “reinó”, significa que la muerte siguió teniendo dominio sin interrupción sobre los que habían muerto hasta Moisés. Así que, con la resurrección de Moisés, Dios rompió por

vez primera el imperio de la muerte sobre los que habían fallecido. Mientras que la aparición de Elías representa a los que serán arrebatados por Cristo sin ver la muerte en su segunda venida (1 Tesalonicenses 4:15–17), como mismo él fue llevado al cielo sin morir (2 Reyes 2:11). Por eso el mismo apóstol Pedro dijo haber visto la venida de Cristo en el monte santo (2 Pedro 1:16–18). La Biblia enseña que Cristo viene para juzgar al mundo (Hechos 17:31) y recompensar a sus fieles resucitándolos para ir al cielo (1 Tesalonicenses 4:15– 17). Ser de la opinión de que inmediatamente al morir vamos al cielo, le resta importancia a la venida de Jesús, pues no tendría sentido buscar a un pueblo que ya está en el cielo, y mucho menos efectuar un juicio si ya están todos juzgados. También, previo a la venida de Cristo habrá gran tribulación (Mateo 24:21–24), y una vez que Jesús aparezca en el cielo, la destrucción de los impíos será inmediata (2 Tesalonicenses 2:8). Muchos cristianos anuncian un rapto secreto donde los salvos desaparecerán y no pasarán la gran tribulación que azotará al mundo entero, cuando Cristo esté a las puertas, pero en las Sagradas Escrituras no encontramos tal afirmación, por el contrario (Lucas 21:7–19, 25–28). Con la venida de Cristo toda la tierra será destruida, incluyendo a los pecadores (Isaías 13:5, 9), (Mateo 13:49–50), (Mateo 24:37–39), (2 Pedro 3:10–12). Solo se salvarán aquellos que, obedientes a Dios, hicieron su voluntad, pues Jesucristo llevará al Padre tanto a los cristianos vivos como a los muertos en su resurrección (1 Tesalonicenses 4:13–18). En el momento del advenimiento de Jesucristo se producirá una destrucción tal como fue en los días de Noé y de Lot cuando salió de Sodoma (Lucas 17:26–30). Dios prometió no volver a destruir la tierra con agua (Génesis 9:11), Él utilizará fuego (2 Tesalonicenses 1:6–10) y caerán los pecadores muertos con el resplandor de la venida de Jesús (2 Tesalonicenses 2:8), solo sus fieles no serán consumidos por el fuego (Isaías 33:14–16). Los cristianos no desaparecerán de forma secreta evadiendo la gran tribulación, sino que todo ojo verá al Señor (Apocalipsis 1:7), los impíos se lamentarán (Mateo 24:29–31) y Dios juntará a sus escogidos, aquellos que perseveraron hasta el final (Mateo 24:3–13). Debemos estar preparados, puesto que Cristo nos puede sorprender en cualquier momento (Lucas 12:40), (Marcos 13:32–37), para probar nuestra fidelidad y darnos la victoria junto a aquellos que han muerto en su Nombre, resucitándolos de entre los muertos para la vida eterna.

V

El juicio de Dios y sus consecuencias

El Apocalipsis es uno de los libros bíblicos más interesantes, pero a la vez más complejos para su interpretación. Este no puede ser entendido de forma literal, ni cronológicamente. Para ello es necesario un minucioso análisis de toda la Biblia, poniéndola en armonía, puesto que la misma no se contradice si se utiliza correctamente (2 Timoteo 2:15). Es precisamente este libro uno de los que habla a grandes rasgos del juicio de Dios, y aunque a las personas no les gusta oír hablar de la palabra “juicio”, la realidad es que Dios llevará uno a cabo (Eclesiastés 12:14), (Hechos 17:31), donde todos compareceremos ante el gran tribunal de Cristo, para recibir retribución conforme a nuestro comportamiento, sea bueno o malo (2 Corintios 5:10), (Romanos 14:10), (Mateo 12:36). Es importante resaltar que el juicio de Dios consta de tres etapas fundamentales:

Juicio investigador (Daniel 7:9–10), (Apocalipsis 14:7), en que el Señor nos anuncia que la hora de su juicio ha llegado, y se está examinando y definiendo la vida de los seres humanos, para salvación o perdición. Juicio comprobatorio y explicativo (Apocalipsis 20:4), (1 Corintios 6:2–3), que se llevará a cabo en el cielo durante el milenio, donde los redimidos juzgarán tanto a los impíos como a los ángeles caídos, y se aclarará el por qué supuestos creyentes no fueron salvos, mientras que otras personas sorprendentemente habrán alcanzado la salvación. Juicio ejecutivo (Apocalipsis 20:7–15), cuando el Señor llevará a cabo su sentencia sobre los que no alcanzaron la salvación por medio de Jesucristo.

Nadie podrá burlarse, ni engañar a Dios (Gálatas 6:7), todas nuestras obras están anotadas en los libros celestiales (Apocalipsis 20:12), y entre ellos, los salvos son los únicos registrados en el Libro de la Vida (Apocalipsis 3:5), (Apocalipsis 20:15). La Ley a tener en cuenta en el juicio son los mandamientos de Dios (Santiago 2:10–12), (Salmos 119:45), y la oportunidad de obtener la salvación es ahora y no después de la muerte (Hebreos 9:27). Y aunque nadie será salvo por las obras (Efesios 2:8–10), fe y obras han de ir juntas (Santiago 2:14–24);

recordemos que seremos juzgados por nuestras acciones (Apocalipsis 2:23), (Mateo 16:27). Por eso Dios envió a su Hijo para morir por nuestros pecados librándonos de su condenación (Juan 5:24), moldear nuestro carácter a su semejanza (Efesios 4:13) y regalarnos la vida eterna (Juan 3:16). Muchos creyentes desconocen cómo se efectuará el gran juicio de Dios sobre toda la humanidad. Esto trae como consecuencia que surjan especulaciones y falsas doctrinas referentes al tema. Pero si analizamos cuidadosamente las Escrituras, nos percataremos de que el Señor ha detallado este gran acontecimiento. Luego de la venida de Jesús, en la que los impíos serán destruidos con fuego (2 Tesalonicenses 1:6–10), (2 Tesalonicenses 2:8) y los salvos resucitados rumbo al cielo (1 Tesalonicenses 4:13–18), la tierra quedará desolada y vacía (2 Pedro 3:10–12), (Isaías 13:5, 9), (Jeremías 4:23–26) y Satanás permanecerá atado sin tener a quién engañar por mil años; tiempo en el cual se estará efectuando un juicio en el cielo (Apocalipsis 20:1–6), donde Dios dará el privilegio a los santos de juzgar a los perdidos y a los ángeles caídos que se rebelaron (1 Corintios 6:2– 3). También se nos informa que los que no murieron en Cristo, o sea, los otros muertos que aún no habrán resucitado en la venida del Señor, lo harán después del milenio en una segunda resurrección (Apocalipsis 20:5–6). Cristo y sus santos descenderán del cielo a la tierra con la santa ciudad (Apocalipsis 21:2), y Satanás quedará suelto para engañar a las naciones que resucitaron en la “segunda resurrección”, con el objetivo de ir contra la santa ciudad, pero Dios con fuego los consumirá para siempre (Apocalipsis 20:7–10) y finalmente los santos hijos de Dios heredarán el reino prometido con cielo nuevo y tierra nueva, donde morará la justicia de Dios y la felicidad eterna (Apocalipsis 21:1, 4). Este evento también se describe con “el juicio del gran trono blanco”, donde los impíos, luego de ser resucitados, serán juzgados según sus obras. Se les mostrará el registro de todos sus pecados, los cuales no fueron perdonados (Apocalipsis 20:11–13), y entonces serán condenados y lanzados en el lago de fuego (Apocalipsis 20:15). Las consecuencias de este juicio son terribles. Todos los desobedientes a Dios, que no aceptaron a Jesús como su Señor y Salvador, serán lanzados al ‘‘fuego eterno’’, el cual no puede ser apagado (Mateo 25:41), (Marcos 9:43); esto muestra que serán destruidos, pero no significa que serán torturados por toda la eternidad.

La expresión utilizada, “fuego eterno”, nos declara que el castigo proviene de Dios, el cual es eterno (Isaías 40:28), (Isaías 57:15) y fuego consumidor (Deuteronomio 4:23–24), (Hebreos 12:28–29). Pero esta forma de expresión no es literal, en la Biblia encontramos que Sodoma fue quemada con “fuego eterno”, (Judas 1:7). Sin embargo, hoy en día podemos ver que su fuego fue extinguido reduciéndolo todo a cenizas, también se nos dice que el castigo final de los impíos va a ser similar a lo sucedido en estas dos ciudades, donde Dios hizo descender fuego del cielo y no quedó nada (2 Pedro 2:6). Este evento final será como una lluvia de fuego consumiendo a todos los desobedientes (Apocalipsis 20:9); y al descender fuego y azufre del cielo, dará lugar al lago de fuego y azufre donde serán echados todos los que no estén escritos en el Libro de la Vida (Apocalipsis 20:15). A esto también se le conoce como “el infierno”, nótese su similitud: ‘‘quedarán expuestos al infierno de fuego’’, (Mateo 5:22), ‘‘serán arrojados al infierno’’, (Mateo 5:29), (Lucas 12:5). (En 2 Pedro 2:4 la palabra infierno no se refiere a un lugar de tormento de fuego, sino a una prisión de espera). Si interpretamos bien las Escrituras, nos percatamos de que no existe ningún lugar donde estén las almas de los perdidos sufriendo una tortura sin fin, de ser así el alma sería inmortal y el único inmortal es Dios (1 Timoteo 6:15–16). En la Biblia encontramos que el alma puede morir y ser destruida (Ezequiel 18:4, 20), (Mateo 10:28). El ser humano nunca fue inmortal, antes de la caída, su inmortalidad estaba condicionada a comer del árbol de la vida, condición que se perdió con el pecado (Génesis 3:22–24). Pero una vez que obtengamos la salvación, Dios volverá a permitir que el hombre coma del árbol de la vida, restituyéndolo como era antes del pecado (Apocalipsis 2:7). Son dichosos y santos los que tengan parte en la primera resurrección cuando Cristo venga, ya que a los resucitados en la segunda resurrección después del milenio, les espera la muerte segunda (Apocalipsis 20:6), que es el mismo evento de ser lanzado en el lago de fuego y azufre (Apocalipsis 21:8), pues los únicos que recibirán la muerte segunda o el lago de fuego son los que no alcanzaron la salvación (Apocalipsis 2:11). La primera muerte no será para siempre porque de ella nos rescatará Jesús, mientras que del lago de fuego y azufre llamada “muerte segunda”, nadie saldrá con vida: todos los impíos serán aniquilados en una muerte eterna y para siempre (Juan 11:25–26). No quedará nada de los malhechores, los salvos pisotearán las

cenizas de toda la humanidad rebelde destruida por el horno de Dios (Malaquías 4:1–3), (Mateo 13:40–42). Todos serán atormentados ‘‘día y noche por los siglos de los siglos’’, esto muestra que las consecuencias del castigo son para siempre (Apocalipsis 20:10). La frase anterior no significa que serán torturados por toda una eternidad. En la Biblia encontramos la misma idea aplicada a la ciudad de Edom, de la cual Dios dijo que iba a arder y su fuego no se apagaría ni de noche ni de día, sino que perpetuamente subiría su humo. Pero hoy en día ya no está ardiendo, sino que simplemente dejó de existir para siempre (Isaías 34:10). Tanto el diablo como sus seguidores recibirán el castigo de Dios y llegará el momento en que el fuego del Señor los consuma de una vez y por todas, y “para siempre dejarán de ser”, (Ezequiel 28:14–19), como si nunca hubieran existido (Abdías 1:15–16). Nuestros pensamientos no son los de Dios, el ser humano es de naturaleza vengativa y no entiende la bondad y misericordia del Señor. Dios es amor y no un torturador, su castigo se materializa en que los desobedientes sean destituidos de su gloria, perdiendo así la vida eterna (Romanos 3:23). Además, ¿por qué las personas han de arder eternamente si ellas no pidieron nacer? Los impíos no pueden sufrir más que Satanás, el causante de todo el mal; algunos ilustran a los demonios torturando a los perdidos en el infierno cuando en realidad está reservado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41). No te dejes engañar con falsas doctrinas que se apartan de la verdad de Cristo (Colosenses 2:8). El Señor nos regala una vida sana, pura y libre de pecados, el no aceptarla trae perdición en el día del juicio final (2 Pedro 2:9), (2 Pedro 3:6–7), (Juan 12:48). Él no impone que le amen, es nuestra sabia decisión tomar el camino de la salvación.

VI

El paraíso y el lago de fuego

Las Sagradas Escrituras muestran que en el momento de la muerte cesan todos nuestros pensamientos (Eclesiastés 9:5–6), hasta que Jesucristo regrese por sus escogidos en su segunda venida (1 Tesalonicenses 4:13–18), (1 Corintios 15:22– 23, 51–53). Pero muchos piensan que en el mismo momento de la muerte los salvos van al paraíso y los perdidos al infierno. Sin embargo, en la Biblia no encontramos tal planteamiento, solo es el efecto de haberla interpretado incorrectamente. La Palabra de Dios no se contradice si se utiliza correctamente (2 Timoteo 2:15), por eso a continuación trataremos temas muy controversiales, tales como: el ladrón en la cruz, los espíritus encarcelados, las almas debajo del altar, el rico y Lázaro, entre otros.

De Lucas 23:43 se dice que el ladrón perdonado por Cristo en la cruz fue ese mismo día al paraíso. Sin embargo, la Biblia nos dice que Cristo al resucitar el domingo dejó claro que todavía no había subido al Padre (Juan 20:17), entonces, ¿cómo es posible que el viernes fuera a estar con el ladrón en el paraíso donde está el árbol de la vida y el trono de Dios (Apocalipsis 2:7), (Apocalipsis 22:1– 3), si aún no había ascendido al cielo? La Biblia no se contradice, entre las traducciones realizadas al Nuevo Testamento escrito originalmente en griego, encontramos la traducción correcta a la respuesta que Cristo le dio al ladrón: ‘‘De cierto te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso’’, (ni la conjunción “que”, ni los signos de puntuación se encuentran en el texto griego), y la Biblia enseña que será cuando Cristo nos resucite en su segunda venida. Por esa razón el mismo ladrón le pidió a Jesús que se acordara de él cuando viniera en su reino (Lucas 23:42), es decir, cuando regrese por sus escogidos (1 Tesalonicenses 4:13–18), (Juan 14:1–3). En la actualidad, hay biblias que traducen este pasaje de la forma correcta, como la Nueva Reina-Valera (2000) y la Nueva Reina-Valera Versión Siglo XXI. También en el Antiguo Testamento, nos encontramos esta misma forma de expresar hoy, algo futuro (Deuteronomio 30:18). Muchas personas expresan que el Señor Jesucristo bajó al infierno para predicarle a los perdidos en el tiempo de Noé, pero en ningún momento se habla de que Cristo fuera al infierno. Lo que realmente muestran las Escrituras es que Jesús resucitó hecho un espíritu vivificante (1 Corintios 15:45), (1 Pedro 3:18–

20), y con ese mismo espíritu, también se le predicó a los espíritus encarcelados en el tiempo en el que Noé construía el arca, y ¿quién fue el que predicó en el tiempo del diluvio? Sin dudas fue Noé, vivificado en espíritu, y ¿a quiénes les predicó? A los espiritualmente presos en el pecado. Para Dios los pecadores están presos espiritualmente (Lucas 4:18), (Juan 8:32), o sea, fue Noé el que les predicó a los desobedientes a Dios, espiritualmente encarcelados por el pecado. Por otra parte, adoptar la otra postura significaría creer algo parecido a la doctrina católica acerca del “Purgatorio”, según la cual, si una persona en vida no quiere saber de Cristo, después de su muerte hay solución para ella. La Biblia nos enseña que Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34), (1 Pedro 1:17). Después de la muerte no hay más oportunidad para los que no alcanzaron el perdón de Dios por medio de Jesucristo, el hombre muere una vez y luego le espera el juicio (Hebreos 9:27). Muchas personas se entusiasman con la idea de que, al morir, el alma de los redimidos va para el cielo, mientras que la de los perdidos se dirige al infierno, y se apoyan en Apocalipsis 6:9–11, donde están las almas debajo del altar. Pero si analizamos detalladamente, ¿por qué pedirían venganza los redimidos si ya los malos se supone que han recibido su castigo en el infierno? Queda demostrado que este pasaje no es de interpretación literal, las almas están esperando su redención hasta que se junte el número de los que han de morir al igual que ellos. También se les dice que sigan descansando (Apocalipsis 6:11), dándonos a entender que están muertos y que aún no ha llegado su hora, la cual será cuando venga Cristo por segunda vez para recompensar a sus escogidos (2 Timoteo 4:6– 8), (Lucas 14:13–14), (Hebreos 9:28), (1 Pedro 1:5), (Apocalipsis 22:12). Similar a este evento simbólico, lo encontramos en Génesis 4:9–10, donde la sangre de Abel clama a Dios desde la tierra pidiendo justicia. De todo lo que dice la Biblia sobre el estado de los muertos, quizás nada es más citado que el pasaje de Lázaro y el hombre rico en Lucas 16. Este relato se utiliza para apoyar la creencia de que los muertos van inmediatamente al ‘‘seno de Abraham’’, también llamado el paraíso, (a donde se supone que fue el ladrón perdonado por Cristo en la cruz), o al siempre ardiente fuego del infierno para ser torturados. Pero pensar que Jesús apoya la idea de que en el mismo momento de la muerte se va al paraíso o al infierno, equivale a contradecir una multitud de otros textos bíblicos, y ninguna interpretación es exacta si contradice otros pasajes. Por lo

que esta parábola que utilizó Jesús está en sentido figurado; analicemos algunas de sus características: -Es importante resaltar que si el ‘‘seno de Abraham’’, es el paraíso, entonces se encuentra en el cielo junto al trono de Dios, allí encontramos como punto de referencia al árbol de la vida, el cual nos muestra que tanto el paraíso como el trono de Dios están en el mismo lugar (Apocalipsis 2:7), (Apocalipsis 22:1–3). La Biblia no registra ningún lugar transitorio donde estén las almas esperando para ir al cielo, el origen de esta creencia se encuentra en el catolicismo con la doctrina del purgatorio. -Si la supuesta alma al morir se libera del cuerpo, ¿cómo es posible que tenga ojos, dedos y lengua? (Lucas 16:23–24). ¿Cómo es posible que el infierno esté tan cerca del ‘‘seno de Abraham’’, donde se pide que Lázaro refresque la lengua del hombre rico, existiendo comunicación entre ambos lugares? Si hubiera estado en las llamas destructoras del fuego eterno, el hombre rico habría pedido un océano de agua y no “una gota”, (Lucas 16:24). -¿Cómo se sentirían los redimidos al ver el sufrimiento de los perdidos por toda la eternidad? (Lucas 16:25), no se cumpliría la Palabra de Dios en Apocalipsis 21:4 donde se dice que ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron. -Por otra parte, se nos dice que de no creer en la Ley dada por Dios a través de Moisés y los profetas, tampoco creerán aunque se levante alguno de entre los muertos (Lucas 16:31), y ¿cómo se va a levantar uno de entre los muertos, si se supone que todos están vivos en el ‘‘seno de Abraham’’, o en el paraíso? En la Biblia encontramos que Abraham, al morir, fue unido a su pueblo junto a sus padres (Génesis 25:7–9), (Génesis 15:15), y muchos asumen que él está en el paraíso con sus antepasados. Pero el libro de Josué nos dice que los antepasados de Abraham eran idólatras (Josué 24:2), y según Efesios 5:5 ningún idólatra tiene herencia en el Reino de Dios. Si los antepasados de Abraham estaban en el siempre ardiente infierno, al cual muchos creen que van los malvados, entonces se podría interpretar que Abraham está con ellos. El significado idiomático de “unido a su pueblo”, simplemente muestra que está sepultado en la tierra esperando el día de la resurrección (1 Corintios 15:51–53). Él no ha recibido el cumplimiento de la promesa de estar en la ciudad celestial (Hebreos 11:8–10, 16, 38–40), porque iremos todos juntos

al mismo tiempo cuando Cristo venga (1 Tesalonicenses 4:13–18). En cierta ocasión Jesús dijo: “El que guarda mi Palabra, nunca sufrirá muerte”, a lo que le respondieron: “¿eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió?”, (Juan 8:51–53). Si en realidad Abraham hubiese estado en el paraíso, esta era la perfecta oportunidad para aclarar el asunto explicando que su alma estaba viviendo eternamente, pero el silencio de Jesús era testimonio de que Abraham todavía estaba muerto en el sepulcro esperando la resurrección. Jesucristo se refería a los obedientes a su Palabra, que no recibirán la muerte segunda (Apocalipsis 2:11), la cual será para siempre (Juan 11:25–26). La Biblia dice que los muertos nada saben y que al morir no tendrán ningún provecho (Salmos 6:5), (Salmos 30:9), la recompensa será cuando Cristo venga y los resucite para llevarlos al Padre (1 Tesalonicenses 4:13–18), (Lucas 14:13– 14), (Hebreos 9:28), (Apocalipsis 22:10–12), (Juan 14:1–3). Entonces, ¿cuál sería la enseñanza de Jesús en este pasaje, el cual no se puede interpretar de forma literal? Esta parábola comienza en Lucas 16:13, mostrando que no se debe tener amor por las riquezas, puesto que la codicia es uno de los pecados más arraigados en la sociedad (Mateo 19:23–24), (1 Timoteo 6:10). Jesús realmente hablaba de obedecer la Ley y los profetas (Lucas 16:16–18), diciéndonos que solo en esta vida tenemos oportunidad para obtener la salvación (Lucas 16:29), y que si no oímos la Ley de Dios dada por Moisés y los profetas, tampoco la escucharemos aunque resucite uno de entre los muertos (Lucas 16:31); de hecho, Cristo resucitó a un hombre llamado Lázaro y tampoco los principales sacerdotes ni los fariseos creyeron en Él, al contrario, querían matarlos (Juan 11:41–47), (Juan 12:9–11). Por lo que la moraleja de esta parábola es obedecer los mandamientos de Dios y no hacerse tesoros en la tierra (Mateo 6:19). Otro pasaje en el que se apoyan para decir que el castigo será una tortura eterna es en Marcos 9:48, donde dice que el gusano no muere y el fuego nunca se apaga. Pero en el contexto de todos estos versículos el Señor está hablando en sentido figurado (Marcos 9:42–50). Nótese que se habla de atarse una piedra en el cuello y arrojarse al mar, cortarse la mano, el pie, sacarse un ojo, para evitar sufrir las consecuencias del pecado, cuando sabemos que la única forma de lograrlo es alejarse del pecado por mediación de Cristo (Hebreos 10:26–29). La expresión “el gusano de ellos no muere”, también está en sentido figurado, el

gusano no es inmortal, el único inmortal es Dios (1 Timoteo 6:15–16). Simplemente, ilustra que los perdidos serán cadáveres llenos de gusanos, muertos para siempre (Juan 11:25–26). Ellos serán consumidos al igual que Satanás de una vez y por todas (Ezequiel 28:14–19) como si nunca hubieran existido (Abdías 1:15–16). La frase ‘‘el fuego nunca se apaga’’, muestra que el fuego es el Eterno Dios (Hebreos 12:28–29), (Deuteronomio 4:23–24), quien consumió las ciudades de Sodoma y Gomorra con su “fuego eterno”, (Judas 1:7), llevándolas a cenizas, destruyéndolo todo, poniéndolas por ejemplo de lo que sucederá en el día final (2 Pedro 2:6). También se dice que el castigo es eterno (Mateo 25:46), pero, esto significa que dejarán de existir por la eternidad. Al ser Dios eterno (Deuteronomio 33:27), (Isaías 40:28), (Isaías 57:15), a su castigo se le llama ‘‘castigo eterno’’, similar a la frase del ‘‘fuego eterno’’, donde Dios es el fuego consumidor (Hebreos 12:28– 29), (Deuteronomio 4:23–24). El castigo que recibirán los condenados será el lago de fuego y azufre o, lo que es lo mismo, la “muerte segunda”, (Apocalipsis 21:8), la cual será para siempre (Juan 11:25–26) como si nunca hubieran existido (Abdías 1:15–16), mientras que los salvos resucitarán cuando Cristo venga (1 Tesalonicenses 4:13–18) y no recibirán la muerte segunda (Apocalipsis 2:11). En el pasaje de Filipenses 1:21–23 muchos interpretan que el apóstol Pablo se está refiriendo a ir con Cristo en el momento de su muerte. Pero, si analizamos cuidadosamente, no se está refiriendo a esto. Pablo sufrió mucho por la obra de Dios (2 Corintios 11:23–27), de tal modo que si moría descansaría de toda su tribulación, por lo que tendría ganancia, pero si se mantenía vivo también porque traería frutos para la obra de Dios a través del evangelismo. Por tales motivos no sabía qué le resultaría más beneficioso. Es entonces cuando hace mención de algo mucho mejor, y es de partir para estar con el Señor, aquí el apóstol Pablo se está refiriendo a la segunda venida de Cristo cuando tanto los redimidos vivos como los ya muertos van a ser arrebatados para ir al cielo y estar siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:13– 18), (2 Timoteo 4:6–8), (1 Corintios 15:22–23). Otra afirmación errónea es la de los que, apoyados en 2 Corintios 5:6–8, dicen que el apóstol Pablo expresa estar con el Señor inmediatamente al abandonar el cuerpo. Pero el apóstol Pedro nos advierte que muchos son los que utilizan los escritos de Pablo para torcer las Sagradas Escrituras (2 Pedro 3:15–16). El apóstol Pablo exhorta a preferir dejar el cuerpo y estar con el Señor; y él mismo explica que será en la segunda venida de Cristo (1 Tesalonicenses 4:13–18), (2 Timoteo 4:6–8), (1 Corintios 15:22–

23).

La Biblia enseña que los muertos nada saben (Salmos 6:5) y no tienen ninguna recompensa (Salmos 30:9) hasta la venida de Cristo. En ese momento los salvos serán resucitados y recompensados (1 Corintios 15:22–23), (Lucas 14:13–14), (Apocalipsis 22:12), (1 Tesalonicenses 4:13–18), y los perdidos arrojados al lago de fuego y azufre (Apocalipsis 20:15), recibiendo la muerte segunda (Apocalipsis 21:8), la cual es para siempre (Juan 11:25–26). Dios nos ha dado su Palabra y es nuestro deber escudriñarla (Hechos 17:11), (Proverbios 25:2), para que nadie nos engañe con falsas doctrinas que se apartan de la verdad de Cristo (Colosenses 2:8).

VII

La única Iglesia verdadera

Existen muchas iglesias y denominaciones alrededor del mundo, pero solo hay una definida proféticamente como verdadera. Son pocas las congregaciones que estudian el libro Apocalipsis, donde se muestra la revelación de Jesucristo (Apocalipsis 1:1). Y a los que lean, oigan y guarden lo que está escrito en este libro, Dios les tiene preparada una especial bendición (Apocalipsis 1:3). Es específicamente el libro Apocalipsis el que nos habla del período histórico por el que pasó la Iglesia primitiva hasta nuestros días. -En Apocalipsis 12:1 se nos dan varias simbologías:

La mujer, representa a la Iglesia (Efesios 5:23–25). Vestida del sol, significa vestida del Señor (Salmos 84:11). La Luna bajo sus pies, simboliza que está fundada en la Palabra de Dios (Salmos 119:105), (Génesis 1:16); de la misma manera que la Luna es iluminada por el Sol, la Biblia refleja a Cristo. La corona de doce estrellas representa las doce tribus de Israel, Iglesia del Antiguo Testamento (Génesis 37:9–10).

Al unir todos los elementos, nos encontramos con una Iglesia que está vestida del Señor, fundada en la Palabra de Dios y que representa la Iglesia del Antiguo Testamento. -En Apocalipsis 12:2 la Iglesia del Antiguo Testamento está para dar a luz al Salvador del mundo, Jesucristo. -En Apocalipsis 12:3–4 tenemos al dragón, que representa al diablo (Apocalipsis 12:9), el cual quería destruir a Jesús en cuanto naciera; esto se cumplió con el gobernador Herodes cuando intentó matar a Cristo (Mateo 2:16).

-En Apocalipsis 12:5–6 nos encontramos con la Iglesia del Nuevo Testamento, que surge después del nacimiento del Mesías, y ahora la corona de doce estrellas representa a los doce apóstoles. Esta Iglesia pasó por un período de gran persecución representado por la huida al desierto (Apocalipsis 12:13–14). -En Apocalipsis 12:17 se muestra la Iglesia que sobrevivió a la persecución, y que continúa siendo perseguida por el diablo. Para identificar esta Iglesia tenemos varios símbolos:

El dragón es el diablo (Apocalipsis 12:9). La mujer representa a la Iglesia (Efesios 5:23–25). La descendencia de la mujer, que son las iglesias hijas que han salido de la Iglesia Madre. El resto de la descendencia de la mujer es un remanente que proviene de las iglesias hijas salidas de la madre, este remanente es perseguido por el diablo por tener dos características que lo identifican como la verdadera Iglesia de Dios:

Primero: Guarda los mandamientos de Dios.

¿Cuáles mandamientos? Los dados por Dios a través de Moisés (1 Juan 2:3–7), (1 Corintios 7:19), (Éxodo 20:1–17). Debemos guardarlos para recibir el Espíritu Santo (Juan 14:15–16), (Hechos 5:32). Ningún mandamiento debe ser quebrantado (Mateo 5:19), (Santiago 2:10–11), (Lucas 16:17), incluyendo el del sábado, el cual es para toda la humanidad, ya que fue el único día que Dios bendijo y santificó desde la creación del mundo cuando aún no había judíos ni gentiles (Génesis 2:2–3).

Segundo: Tiene el testimonio de Jesús, que es el espíritu de la profecía (Apocalipsis 19:10).

Se dice “el testimonio de Jesús”, porque en la Biblia los profetas hablaban y testificaban de Jesucristo (Lucas 24:27), (Juan 5:39), a través del espíritu de profecía. ¿Qué es el espíritu de profecía? Es el don de profetizar, dado a los profetas por el Espíritu Santo, para edificar y prevenir al pueblo de Dios (2 Pedro 1:19–21). Dios nos exhorta a no menospreciar las profecías (1 Tesalonicenses 5:18–20). En las Escrituras encontramos varias profecías muy significativas y la gran mayoría de los cristianos desconocen su significado e interpretación; por ejemplo: la purificación del Santuario (Daniel 8:14), las profecías del libro Apocalipsis, donde se narran los acontecimientos del fin del mundo.

El pueblo de Dios, para pertenecer a la Iglesia verdadera según la Biblia, tiene que tener estas dos características, que se encuentran estrechamente relacionadas (Proverbios 29:18). Si examinamos detalladamente los períodos históricos por los que transitó la Iglesia del Nuevo Testamento (la mujer), se puede apreciar que fue perdiendo su primer amor, cayendo en errores doctrinales y en apostasías (Apocalipsis 2:4–5), que como consecuencia dio lugar al Papado como Iglesia imperante, el cual violó y eliminó el segundo y el cuarto mandamiento de la Ley de Dios (Éxodo 20:4–5), (Éxodo 20:8–11), estableciéndose la venta de indulgencias, la doctrina del purgatorio, la llamada “Santa Inquisición”, (que asesinó a muchos de los que se opusieron a sus doctrinas), etc. (Apocalipsis 2:9–10). Contra tales errores doctrinales luchó un movimiento reformista que se desprendió de esta propia iglesia, denominándose Iglesia Protestante (la descendencia de la mujer). Recordemos a los grandes reformadores, entre ellos tenemos a Martín Lutero, a

quien siendo sacerdote católico no le importó que lo excomulgaran por regresar a las enseñanzas de la Biblia y revitalizar el cristianismo, apartándose de la corrupción y la apostasía existente en la época (Apocalipsis 2:19). Pero esta Iglesia Protestante aún continuaba presentando problemas que le impedían llegar a la perfecta y sana doctrina (Apocalipsis 3:2–3), por lo que de este movimiento protestante y reformista sale un remanente (el resto de la descendencia), una Iglesia perseguida por el diablo (el dragón), cuyos tienen la sana doctrina (Apocalipsis 3:10–11), los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús (Apocalipsis 12:17): “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Si analizamos bien, el diablo (el dragón) no fue a hacer guerra contra la Iglesia Madre (la mujer), ni contra la Iglesia Protestante (la descendencia), sino contra el resto de la descendencia de la mujer (el remanente). No es la voluntad de Dios que existan iglesias con diferentes doctrinas, la causa es que muchos interpretan la Biblia incorrectamente (2 Timoteo 4:3). Pero a diferencia de ellas, existe una Iglesia que se esfuerza en obedecer la Palabra de Dios tal y como es, cumpliendo con las características que la convierten en la única Iglesia verdadera: los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús (interpretando las profecías bíblicas, utilizando las Escrituras como única regla de fe y conducta). En la actualidad existe una Iglesia, como institución, que desde el punto de vista doctrinal posee y enseña estas características. La Iglesia Adventista de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo, guardadores del séptimo día, la cual guarda todos los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesús, que es el espíritu de profecía (Apocalipsis 19:10), o sea, el conocimiento de las profecías bíblicas. Dentro de esta Iglesia hay imperfecciones, puesto que el trigo y la cizaña crecerán juntos hasta el tiempo de la cosecha (Mateo 13:24–30). Pero el Señor conoce a sus ovejas, y como buen pastor las pastoreará hasta la eternidad (Juan 10:27–28). Esta Iglesia es el remanente de Dios, criticado y aborrecido por la gran mayoría, sobre todo por el enemigo de las almas (2 Timoteo 3:12). Así como en el tiempo de Jesús los judíos decían ser descendientes de Abraham, pero solo eran israelitas de nombre, y no hacían las obras de Abraham ni producían frutos de obediencia (Juan 8:39), así hoy los verdaderos cristianos no

deben serlo solo de nombre, sino deben aceptar y practicar la sana doctrina. Dios tiene hijos en todas las iglesias, y a medida que ellos vayan creciendo en el conocimiento de las Sagradas Escrituras, deberán elegir qué rumbo tomar. El Señor desea unir a su remanente (Juan 10:16) y para ello nos ha dado su Palabra (2 Pedro 1:19). Es nuestro deber respetarla, obedecerla y darla a conocer al mundo entero (Mateo 28:19–20), (2 Timoteo 4:2). “Todo el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si esta doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”, (Juan 7:17).

VIII

Babilonia y sus falsas iglesias

Si alguna vez has tenido la intención de visitar alguna iglesia con el propósito de relacionarte con Dios, ¿cómo saber a qué iglesia ir? ¿Cómo podemos identificar las iglesias falsas para no ser engañados? En la Biblia encontramos la respuesta, pero antes es necesario conocer el significado de determinadas simbologías:

El dragón es el diablo (Apocalipsis 12:9). La mujer representa a la Iglesia (Efesios 5:23–25).

En el libro Apocalipsis encontramos la historia de una Iglesia, la cual huyó al desierto perseguida por el diablo (Apocalipsis 12:6), (Apocalipsis 12:13–14), pero finalmente el enemigo de Dios desvió su guerra contra el resto de su descendencia: los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús (Apocalipsis 12:17). Si el resto o remanente de la descendencia de la mujer es la Iglesia verdadera que el diablo quiere destruir, ¿cuál es la Iglesia que estaba en el desierto, con la que el dragón no hizo guerra, y quiénes son sus descendientes? Al apóstol Juan se le mostró lo que sucedió en el desierto; la mujer se alió con el diablo y se convirtió en la Iglesia falsa (Apocalipsis 17:3), y pasó de una Iglesia pura a una Iglesia ramera (Babilonia), cumpliéndose una vez más lo dicho por el profeta Isaías (Isaías 1:21). El libro Apocalipsis ofrece ciertas características para identificar a Babilonia, nombre que proviene de Babel, que significa confusión, lugar donde Dios confundió las lenguas (Génesis 11:9).

Esta Iglesia ramera está sentada sobre muchas aguas (Apocalipsis 17:1), lo que

significa que está sobre grandes multitudes de personas (Apocalipsis 17:15). Esta Iglesia falsa ha dado su vino de corrupción a las naciones y se relaciona con los reyes de la tierra o dirigentes del mundo (Apocalipsis 17:2). Esta Iglesia está sentada sobre una bestia con siete cabezas y diez cuernos (Apocalipsis 17:3), características que tiene el dragón que representa al diablo (Apocalipsis 12:3), esto demuestra que ambos están estrechamente relacionados con la Iglesia. También se nos dice que tiene nombres de blasfemia, que significa hacerse pasar por Dios (Juan 10:33). Esta Iglesia se viste de púrpura y escarlata, al igual que la bestia, posee grandes riquezas: oro, piedras preciosas, y tiene en su mano una copa de abominaciones (Apocalipsis 17:4). A esta falsa Iglesia, Dios le pone un nombre: “Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”, (Apocalipsis 17:5), y si es madre de rameras, es porque sus hijas la imitan, asumiendo de una forma u otra sus falsas doctrinas. Esta Iglesia les causó la muerte a muchos santos de Dios, mártires que dieron sus vidas por no renunciar a su fe en Cristo Jesús (Apocalipsis 17:6). Esta Iglesia está asentada geográficamente sobre siete montes (Apocalipsis 17:9).

Ahora, estamos en condiciones de identificar cuál es esta Iglesia madre de las rameras, y todas las características apuntan al Papado (Iglesia Católica Apostólica Romana).

El Papado se encuentra oficiando sobre grandes multitudes de personas (Apocalipsis 17:1). Esta Iglesia también se relaciona con los gobernantes y presidentes de la tierra, cuyos países tienen más de cien embajadores en el Vaticano. Al nacer Cristo, el

diablo intentó destruirlo mediante el gobernador Herodes (Mateo 2:16), ahora se apoya en las iglesias falsas y en los gobernantes del mundo para intentar destruir al cristianismo, combinando la verdad con el error (Apocalipsis 17:2). El Papa blasfema al atribuirse cualidades que solo le pertenecen a la Deidad (Apocalipsis 17:3). El título que recibe es el “Vicario de Cristo”, (Vicarius Christi), que significa alguien que sustituye a Cristo o actúa por Él (en lugar de). Sin embargo, este no puede ser el papel de un ser humano, ya que esta tarea le fue encomendada al Espíritu Santo (Juan 14:15–17, 26), (Juan 16:7–8). Por lo tanto, al afirmar el Papa que es el representante de Jesucristo en la tierra, asume el papel asignado al Espíritu Santo, quien es uno de los de la Deidad (2 Corintios 3:16–17). Además, la Biblia nos enseña que en términos de intercesión entre Dios y los hombres, a nadie llamemos “Padre”, sino solo a Dios (Mateo 23:9). Los papas dicen ser sucesores del apóstol Pedro, pero la promesa de autoridad dada por Cristo (Mateo 16:19), no solo fue para Pedro, sino también para todos sus discípulos (Mateo 18:18). Dios no hace distinción de personas (Romanos 2:11), (Hechos 10:34). Todos los cristianos son sacerdotes para servir a Dios (Apocalipsis 1:6), (1 Pedro 2:9) y Cristo es el Sumo Sacerdote (Hebreos 3:1), (Hebreos 9:11). No podemos interpretar que Pedro es la Roca donde está fundada la Iglesia de Cristo (Mateo 16:16–18). La Palabra de Dios nos enseña que la Roca inconmovible es Cristo (1 Corintios 10:3–4), (1 Pedro 2:6–8). El Papa no tiene poder para perdonar los pecados, sino Dios, quien es el único que puede escudriñar la mente y el corazón (Apocalipsis 2:23), (1 Crónicas 28:9), y conoce si la persona está verdaderamente arrepentida. El mismo apóstol Pedro enseñó, que solo Dios puede perdonar los pecados del hombre (Hechos 8:20– 22). La realidad es que Cristo nos mandó a predicar el arrepentimiento y el perdón de los pecados por todo el mundo (Lucas 24:46–47), (Hechos 20:21), siendo embajadores en su Nombre, como si Dios rogase por medio de nosotros (2 Corintios 5:20). Tenemos autoridad para perdonar y aceptar en la iglesia a todo el que se arrepienta (2 Corintios 2:9–10), y excluir al rebelde y contumaz (1 Corintios 5:1–5, 11–13), (Juan 20:23), pero siempre con la prerrogativa de que quien nos justifica, limpia y perdona los pecados, es Dios (1 Juan 1:9), (Lucas 11:2–4), (Marcos 2:7), (Juan 10:33) y su único mediador Cristo Jesús (1 Timoteo 2:5), (1 Juan 2:1–2), (Colosenses 2:13–14), (Marcos 2:10), (Lucas 5:24).

Las vestiduras de color púrpura y escarlata son algunas de las vestimentas con las que oficia el Papado: sacerdotes, obispos y cardenales; sus crucifijos son de oro y llevan incrustadas piedras preciosas. Esta Iglesia Universal ha dado a beber su vino de abominaciones (falsas doctrinas) a todas las naciones de la tierra, las cuales se han embriagado, y no se percatan de sus errores doctrinales (Apocalipsis 17:4), al igual que los hijos de Aarón cuando murieron por no discernir entre lo santo y lo profano, debido a que estaban bajo los efectos del alcohol (Levítico 10:1–2), (Levítico 10:8–11). Algunas de estas falsas doctrinas son: -Establecimiento del culto a los muertos, desviando las peticiones a María y a supuestos santos que según se dice están en el cielo, cuando el Señor prohíbe que se consulte a las personas fallecidas (Deuteronomio 18:10–12), además la Biblia claramente dice que Cristo es el único que nos lleva al Padre (Juan 14:6) y el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). -Cambió el verdadero bautismo de sumergir en agua (Hechos 8:35–39), por el de aspersión y lo autorizó a niños pequeños. Los infantes no tienen que bautizarse para ser salvos, porque de los tales es el Reino de Dios (Marcos 10:14). Son las personas que tienen conciencia de sus pecados y se arrepienten, las que deben manifestarlo en las aguas bautismales (Hechos 2:38). -Quebrantó los mandamientos de Dios al introducir imágenes que representan a personas fallecidas, a las cuales se les hacen peticiones (Éxodo 20:4–5), y sustituyó el verdadero día del Señor (sábado) por el domingo (Éxodo 20:8–11), cuando en realidad los mandamientos no han cambiado (1 Juan 2:7) y ninguno debe ser quebrantado (Mateo 5:19), (1 Corintios 7:19), incluyendo el del sábado, pues es el único día que Dios bendijo y santificó desde la creación, cuando no existían judíos ni gentiles (Génesis 2:2–3). Ambos mandamientos fueron eliminados y sustituidos dentro de los Diez Mandamientos que aparecen en el libro de Catecismo de la Iglesia Católica, en la versión oficial publicada por el Vaticano (páginas 455 y 456). -Inventó la existencia del purgatorio, abriendo una puerta a la creencia en la inmortalidad del alma y al espiritismo, al afirmar que, al morir, el alma de algunos queda fuera del cuerpo purificándose y luego sube al cielo, doctrina que le resta importancia a la venida de Cristo, porque si al morir, inmediatamente vamos al cielo, ¿para qué viene Cristo a buscarnos? Todos los salvos irán al cielo en la segunda venida de Jesús (Juan 14:1–3), (1 Tesalonicenses 4:13–18) y

entonces recibirán la recompensa (Lucas 14:13–14). -Definió el infierno como un lugar de tormento eterno, donde según algunos comentan los demonios se divierten atormentando a las almas perdidas, cuando realmente está preparado para Satanás y sus ángeles (Mateo 25:41). -Estableció fiestas, celebraciones y aniversarios que el Señor no instituyó, como días para cada uno de sus santos, entre ellos el día de San Valentín o día de los enamorados en honor a su muerte. También enseñó a celebrar la Navidad poniendo fecha al nacimiento de Cristo un 25 de diciembre y dándolo feriado a nivel mundial, fecha que se debe a la antigua celebración anual al nacimiento del dios-sol en el solsticio de invierno por los paganos y adoptado por la Iglesia Católica Romana en el tercer siglo d. C. para permitir un sincretismo religioso entre el cristianismo y los pueblos paganos, apartándose de la verdad (Tito 1:14), (Marcos 7:7), (Ezequiel 22:26), cuando realmente la Biblia no indica la fecha del nacimiento de Cristo, por voluntad de Dios. El Papado proclama, que la Iglesia Católica es la “Santa Madre Iglesia”, de donde salieron las Iglesias Protestantes, a quienes considera como sus hijas, que de una forma u otra han adoptado parte de sus creencias y costumbres sin respaldo bíblico, porque las estableció el catolicismo, convirtiéndose en la madre de las rameras (Apocalipsis 17:5). Esta falsa Iglesia creó la llamada “Santa Inquisición”, con la cual torturó, mató y asesinó a miles de cristianos que no quisieron seguir con sus falsas doctrinas (Apocalipsis 17:6). La ciudad de Roma también se conoce como la Ciudad de las Siete Colinas, pues en su núcleo se encuentran las históricas siete colinas o siete montes (la Colina Palatina, el Aventino, el Campidoglio, el Quirinal, el Viminal, el Esquilino y el Celio). Esta ciudad alberga en su interior al estado de la Ciudad del Vaticano, gobernado por el Obispo de Roma (Apocalipsis 17:9).

Si analizamos Apocalipsis 12:17, vemos a una Iglesia Madre y a su descendencia, de donde sale un remanente que guarda los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesús como características de la Iglesia verdadera, perseguida por el diablo. Pero ahora, en Apocalipsis 17:1–6, comprendemos con

más claridad cómo la Iglesia Madre fue perdiendo su primer amor (Apocalipsis 2:4–5), dando lugar al Papado y a sus hijas las Iglesias Protestantes salidas de ella, que han adoptado algunas de sus falsas doctrinas. El Papado como Iglesia Madre está luchando por reconciliarse nuevamente con sus hijas en el llamado “Consejo Ecuménico de las Iglesias”, donde participan tanto católicos como protestantes, trabajando juntos en puntos doctrinales en los que coinciden, como verdaderas madre e hijas. Debemos ser uno (Juan 17:21–23), pero con la misma doctrina: la correcta (1 Timoteo 4:16), (Tito 2:1), (2 Juan 1:9). Porque, “¿andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?”, (Amós 3:3). Un ciego no puede guiar a otro ciego, pues ambos caerán en el hoyo (Lucas 6:39). Dios hace un llamado a través de tres ángeles al pueblo que se encuentra en esas falsas iglesias: -El primer ángel advierte que la hora del juicio de Dios ha llegado (Apocalipsis 14:6–7), y si el Señor está juzgando a su pueblo, es porque todavía no ha recibido su recompensa; esto será hasta que Cristo termine de interceder y venga a buscar a sus redimidos para llevarlos al Padre (1 Tesalonicenses 4:13–18), (Lucas 14:13–14), (Hebreos 9:28), (Apocalipsis 22:10–12), (Juan 14:1–3). También se nos dice: “adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar”; palabras tomadas del cuarto mandamiento (Éxodo 20:8–11), donde el Señor nos manda a guardar su único día santo, como señal de que Él es nuestro creador, que hizo los cielos, la tierra y el mar (Génesis 2:2–3). -El segundo ángel dice: se ha desenmascarado la Iglesia falsa, la que ha dado a beber de sus falsas doctrinas al mundo (Apocalipsis 14:8). -El tercer ángel anuncia en Apocalipsis 14:9–11, que todo el que adore a la bestia sobre la que está sentada la Iglesia falsa (Apocalipsis 17:3), la que da el vino de falsas doctrinas, beberá como consecuencia del vino de la ira de Dios. Es por tal motivo que el Señor ratifica este mensaje a través de otro ángel: -El cuarto ángel confirma que la falsa Iglesia ha sido desenmascarada y su vino de errores doctrinales está respaldado por demonios, y termina haciendo un llamado a que el pueblo de Dios salga de esas iglesias que han caído en el error, para que no compartan el castigo que ha de venir sobre ellas (Apocalipsis 18:1– 5).

El mensaje de salvación no tiene el propósito de herir, sino de edificar al mundo. Dios quiere que sigamos esforzándonos hasta llegar a la perfección (Efesios 4:13), (Mateo 5:48), (Proverbios 4:18). El Señor está llamando a su pueblo, a todos los que van a salir de Babilonia, apartándose de la gran confusión que caracteriza a estas iglesias (tanto madre como hijas), para unirse a su remanente (Miqueas 4:6–7), los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús (Apocalipsis 12:17). Queda por ti tomar el camino correcto que nos lleva al Padre.

IX

La dieta del Creador

La conducta del cristiano debe estar en armonía con su Creador, ya sea al comer, beber o al hacer cualquier otra cosa (1 Corintios 10:31). Dios siempre ha estado interesado en la salud de su pueblo, tanto en lo físico como en lo espiritual (3 Juan 1:2). Él está en contra de que las personas de una forma u otra destruyan su cuerpo, el cual es templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16–17). Es por esa razón que, desde el origen de la raza humana en el jardín del Edén, Dios le proporcionó al hombre y a la mujer una correcta alimentación, basada únicamente en productos de origen vegetal (Génesis 1:29); incluso los animales también debían alimentarse de los mismos (Génesis 1:30). Luego que el ser humano cayó en pecado, Dios ordenó que el hombre continuara comiendo del fruto de la tierra (Génesis 3:17–19). Entonces, ¿qué motivó a Dios a permitir el sacrificio de animales para la alimentación de la humanidad? El pecado fue creciendo hasta tal punto que Dios decidió enviar un diluvio para exterminar la raza humana, con la excepción de Noé y su familia (Génesis 7:1– 24). Luego de este, la tierra se vio desprovista de todo tipo de vegetación y fue entonces cuando Dios autorizó el consumo de ciertas carnes para la familia sobreviviente (Génesis 9:1–4), (Levítico 11:1–47). Al pasar el tiempo la tierra sería nuevamente reverdecida, pero sucedió que el hombre nunca dejó el consumo de carne para retornar a su dieta original. Nuestro Padre celestial siempre ha luchado contra la desobediencia de su pueblo respecto al régimen alimenticio. Recordemos cómo Israel, al ser sustentado en el desierto con el maná preparado por Dios desde el cielo, prefirió las ollas de carne que había ingerido cuando era esclavo en Egipto (Números 11:4–23). Esto trajo como consecuencia que el Señor se enojara contra su pueblo, mandándole codornices, conjuntamente con una severa plaga, que provocó la muerte a muchos israelitas (Números 11:31–35). Los hijos de Dios encontrarán al estudiar las Sagradas Escrituras que, a medida que se adentran en el Santuario, la dieta se va perfeccionando. Los alimentos que se encontraban fuera del Santuario, incluían a los animales limpios e inmundos; dentro de los Atrios, solamente los limpios; en el Lugar Santo, los panes de la proposición; y en el Lugar Santísimo, dentro del arca del pacto, el maná, junto a

los Diez Mandamientos y la vara de Aarón (Hebreos 9:2–4). Estos tres elementos son muy significativos y están presentes en el arca del pacto que está en el cielo (Apocalipsis 11:19). El maná, aparte de simbolizar a Jesús como el pan de vida enviado del cielo (Juan 6:47–51), también resalta a la dieta escogida por Dios para su pueblo, la cual no es de origen animal, sino que se le llama pan del cielo o de ángeles (Nehemías 9:15), (Salmos 78:24–25). La alimentación vegetariana ha de ser para el pueblo de Dios hoy, lo que el maná era para Israel, pues esta dieta nos brinda mejor salud, conocimiento e inteligencia. En la Biblia encontramos unos jóvenes valientes, los cuales Dios exaltó por su obediencia al no contaminarse con la comida que el rey Nabucodonosor les ofertó, se trata de Daniel, Ananías, Misael y Azarías, ellos mantuvieron un estilo de alimentación saludable, solamente con productos de origen vegetal. Como resultado, su constitución física y mental superaba “diez veces”, a la de los que el rey alimentaba de su propia comida (Daniel 1:8–21). De allí la importancia de que los líderes que Dios ha puesto sobre su pueblo imiten este régimen alimenticio, para tener discernimiento y sabiduría (Daniel 1:20). Cuidado con malinterpretar los pasajes de Mateo 15:1–20 y Marcos 7:1–23. Cristo se refiere a la contaminación moral y no a la física. Mejor es un corazón puro, que un excesivo hábito de lavarse las manos antes de comer (Marcos 7:3). Los alimentos diseñados por Dios para la humanidad son limpios y no contaminan la moral del hombre, aunque se ingieran sin lavarse las manos (Mateo 15:19–20). “Nada es inmundo en sí mismo”, (Romanos 14:14), no significa comer de todo; la Biblia no se contradice. En Apocalipsis 18:2 se nos da a entender que aún existen animales inmundos. Tampoco en 1 Timoteo 4:1–5 se está refiriendo a que en el tiempo del fin, mandarían abstenerse del consumo de carne, sino de los alimentos que Dios creó, a saber, los obtenidos del fruto de la tierra (Génesis 1:29). En la actualidad el mundo está siendo influenciado por dietas cargadas de filosofías paganas, desacreditando el consumo de ciertos vegetales e incorporando disímiles productos de origen animal, llamándole a lo malo bueno y a lo bueno malo (Isaías 5:20). Todo lo que Dios creó es bueno, con un propósito y uso correctos, y así el hombre debe utilizarlo (1 Timoteo 4:4–5). También se malinterpreta la visión del apóstol Pedro respecto al lienzo que tenía animales limpios e inmundos, al cual el Señor le dijo que matara y comiera (Hechos 10:11–16). Si estudiamos todo el capítulo nos percataremos de que en realidad el Señor se estaba refiriendo al centurión Cornelio, al cual, a pesar de

que no era judío, Dios no lo desechaba y se lo mostró de forma simbólica a Pedro mediante el lienzo, esclareciendo que en su plan de salvación no hace acepción de personas (Hechos 10:28), (Hechos 10:34–35), (Hechos 11:1–18). Dado todo lo expuesto, surge la pregunta más polémica referente al consumo de carne: si comer carne no es lo más saludable, ¿por qué Jesús la comió?

Cristo no vino a predicar una dieta vegetariana, sino arrepentimiento de nuestros pecados para la salvación (Hechos 5:30–31), su reino no radica en comida ni bebida (Romanos 14:17), por lo que ese no fue su objetivo principal. Jesús comió pescado, entre otras carnes que no eran inmundas porque era tolerable su consumo. Era lo que tenía a la mano, teniendo en cuenta la época en que se encontraba. La Biblia no registra en Israel gran variedad de alimentos de origen vegetal como la que tenemos en nuestros días, debido al comercio entre países, vía aérea o marítima. Las civilizaciones pasadas debían alimentarse de la manera más sana posible, acorde a sus circunstancias y posibilidades. Este era el caso del pescado, el cual hace dos mil años no se encontraba contaminado, producto de las sustancias tóxicas y químicas arrojadas al mar que tenemos actualmente. También el consumo de carne estaba vinculado a las ordenanzas que debían cumplir los sacerdotes (Éxodo 29:31–33) y a la cena del Cordero Pascual, símbolo de la redención, que anunciaba al Mesías (Éxodo 12:1–11), (1 Corintios 5:7–8). Debemos de ir al espíritu y no a la letra del por qué Jesús comió carne (2 Corintios 3:6), analicemos las circunstancias en que se encontraba cuando decidió comer de algo que no forma parte de la dieta original. También entendamos la razón por la cual Dios le mandó carne al profeta Elías, valorando la situación en que se encontraba y el estado de la vegetación por la inmensa sequía (1 Reyes 17:1–7), (Santiago 5:17–18).

Pero nadie está facultado para juzgar el proceder alimentario del prójimo. En Romanos 14 se informa acerca de un grupo de personas que comían de todo (carnes) y otros que comen solo vegetales (Romanos 14:2–3), y en los versículos 5 y 6 se le da libertad al creyente para escoger los días que estime conveniente

para comer de todo o abstenerse de ciertos alimentos. Es decir, comer de todo en días específicos o comer vegetales a diario. La enseñanza final es no juzgar a ninguna persona respecto a su alimentación, ni en cuanto al día en que se decida ingerir ciertos alimentos; cada uno dará cuenta a Dios de sí (Romanos 14:12). El Reino de Dios no radica en comida ni bebida (Romanos 14:17) y su obra no debe ser destruida por causa de la comida, aunque lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada que sea de tropiezo para el prójimo (Romanos 14:20–21). Abstenerse de ingerir carne o productos de origen animal es una sabia decisión, aunque se trate de animales criados y alimentados correctamente, ya que, en el momento del sacrificio sus niveles de estrés suben y liberan sustancias tóxicas, que afectan la calidad de la carne; esto es sin contar las enfermedades contagiosas que hayan podido tener previas a su muerte. Por otra parte, el proceso desde que sacrifican al animal hasta que distribuyen su carne en la carnicería o mercado es muy largo, y como consecuencia la carne comienza a descomponerse, pasando a un estado de putrefacción, el cual se acelera si carece de un buen sistema de refrigeración y condiciones higiénico-sanitarias. En relación con los embutidos y los picadillos, la población desconoce muchos de los productos y elementos que contienen, así como su proceso de elaboración. Al observar la sangre de los seres vivos a través de un análisis de laboratorio, podemos valorar cuál es su estado de salud. Si el animal estuviera enfermo, su sangre estaría contaminada. Por lo que entre las medidas que nos da Dios para cuidarnos, nos pide abstenernos de sangre (Hechos 15:19–20). Pero lo que algunos desconocen, es que en el proceso de elaboración de la carne el desangrado nunca es total, y siempre quedan restos que no pueden ser eliminados. La mejor opción es no consumir la carne (Romanos 14:21), aceptando la dieta del Edén (Génesis 1:29), y así cumplir con la Palabra de Dios, evitando introducir a nuestro organismo la sangre (Hechos 21:25). Está demostrado científicamente que existe una estrecha relación entre el consumo de carne y la aparición de tumores cancerígenos. Esto se debe, entre otras cosas, a que en el proceso de la digestión se aumentan los niveles de ácido en nuestro organismo, favoreciendo al desarrollo de las células cancerígenas. En la actualidad vemos cómo el índice de muerte por las enfermedades aumenta, y la mayoría de las mismas son producto de la mala alimentación y el consumo de drogas, inclúyase el café, el tabaco y las bebidas alcohólicas. Los verdaderos cristianos deben vivir en total fidelidad, y sin ningún vicio ante Dios (Daniel 6:4), (Proverbios 2:14). Es necesario alimentarnos del modo más sano posible

(Hechos 27:34), sin sacrificar la salud por los placeres del gusto (Salmos 78:18, 27–31), pues de no ser así, nos exponemos a consecuencias desagradables como: obesidad, hipertensión, diabetes, enfermedades cardiovasculares, cáncer, etc. (Filipenses 3:19). Nuestro organismo no está diseñado para el consumo de carne, poseemos un largo sistema que hace lenta la digestión, provocando de forma indeseable la acumulación de productos de origen animal durante mucho tiempo dentro del sistema digestivo, con altas posibilidades de formar quistes y tumores malignos, que en el peor de los casos pudieran dar lugar al cáncer. Además, nuestra dentadura se asemeja a las que poseen los animales vegetarianos y no a las de los carnívoros. Los productos cárnicos no son el alimento más adecuado para los seres humanos, ya que, al comer carne, estamos expuestos a ingerir: urea, ácido úrico, creatinina, adrenalina, hormonas, antibióticos, pesticidas, herbicidas, gérmenes, grasas saturadas y niveles elevados de colesterol. Además, se aumenta el riesgo de contraer bacterias y parásitos como la Salmonella, el Campylobacter, Clostridium botulinum, Trichinella, etc. Aunque algunos vegetales se encuentren contaminados con ciertos químicos o sustancias (fertilizantes, abonos, herbicidas), nunca la carne sería la mejor opción, ni ocuparía un peldaño superior en la alimentación del hombre. Hemos de saber que, al alimentarnos de forma incorrecta sin necesidad, estamos tentando al Señor (Mateo 4:7). Actualmente la ciencia apoya una alimentación más saludable, eliminando el consumo de carnes y grasas de origen animal e incorporando cereales, legumbres, semillas, frutas y hortalizas, las cuales aportan de manera exitosa: carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas, minerales y fitoquímicos para nuestro organismo; todo lo que Dios ha previsto desde la creación. Además, al alimentarnos de fibra vegetal, estamos ayudando a prevenir problemas relacionados con el estreñimiento, las hemorroides, las venas varicosas y hasta el cáncer de colon. Si el hombre nunca hubiera pecado, la carne no formaría parte de su menú, esta es una dieta de emergencia. El régimen señalado para el hombre al principio, no incluía ningún alimento de origen animal, hasta después del diluvio, cuando toda la vegetación desapareció de la tierra. La carne nunca fue el mejor alimento y su uso es hoy día doblemente inconveniente, ya que las enfermedades aumentan cada vez más entre los animales. La tuberculosis, brucelosis, triquinosis, la

encefalopatía espongiforme bovina, o enfermedad de las vacas locas, son solo unos pocos ejemplos de las enfermedades que pudieran afectar a las personas que consumen productos de origen animal. Pero si hacemos lo recto y obedecemos los mandamientos de Dios, Él nos ha prometido librarnos de enfermedades (Éxodo 15:26). ¿Hasta cuándo el pueblo de Dios continuará comiendo cadáveres y asesinando a los animales inocentes que el Señor creó, teniendo los vegetales a su alcance? Debemos buscar información referente a la dieta saludable, basada en productos obtenidos de la tierra, y sustituir las carnes de nuestros platos para obtener mejor salud, porque una cosa es no tener realmente la posibilidad de sustituir los productos de origen animal, y otra muy diferente es querer justificarse ante el que todo lo sabe (Dios), para satisfacer nuestro apetito y preferencias. Muchos de los que usan como pretexto su deficiente situación económica, olvidan las palabras de Jesús cuando dijo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”, (Lucas 16:10). La Biblia nos enseña, que el que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, comete pecado (Santiago 4:17). Todos los que se estén preparando para ir al cielo, deben cambiar su estilo de alimentación apoyado en las carnes por una dieta sana obtenida de la tierra, ya que en el cielo no se alimentarán de cadáveres (animales muertos). La Biblia dice: ya no habrá más muerte, ni llanto, clamor, ni dolor (Apocalipsis 21:4), incluso el cordero y el león andarán juntos como fue antes del pecado (Isaías 11:6–7). La alimentación será única y exclusivamente de la vegetación de Dios (Apocalipsis 2:7, 17), (Apocalipsis 22:2), tal como lo fue en el jardín del Edén. El pueblo de Dios perece por falta de sabiduría (Oseas 4:6) y los necios por falta de entendimiento (Proverbios 10:21), pero la Biblia nos libra de toda ignorancia. Si consumir carne hubiese sido indispensable para la humanidad, Dios la habría incluido desde el principio. Los animales no fueron creados para morir con el propósito de alimentarnos, matar para comer vino como consecuencia del pecado. El Señor está trayendo a su pueblo al plan original, a la dieta diseñada para la humanidad, obtenida del fruto de la tierra (Génesis 1:29), y desea que sus hijos sean obedientes hasta en lo que comen y beben, para que también de esa forma Él pueda ser glorificado (1 Corintios 10:31).

X

La conducta del cristiano

Todo hijo de Dios debe ser portador del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–24), el cual es el reflejo de llevar una relación íntima con Jesucristo, pues separados de Él, nada podemos hacer (Juan 15:5–6). Cuando nos comportamos de manera indebida y no con la conducta que deben tener los hijos de Dios, estamos demostrando que nuestra relación con Cristo está afectada, o en el peor de los casos no existe. Nuestra meta debe ser ir creciendo, hasta llegar a la estatura del varón perfecto: Cristo Jesús (Efesios 4:13), (Proverbios 4:18). No debemos conformarnos con el nivel espiritual que hemos alcanzado. Dios nos hace un llamado: ser santos, como Él es santo (1 Pedro 1:16), y nos ha dado a su hijo para que por mediación de Él podamos lograrlo (Filipenses 4:13). Dios le ha dado a cada ser humano libre albedrío y es nuestra decisión tomar el camino correcto que nos lleva al Padre, cuidando nuestra relación con Cristo, manifestando una conducta digna de un hijo de Dios. Por consiguiente, es importante conocer qué dice la Biblia acerca del comportamiento y el estilo de vida cristianos, así como las herramientas que el enemigo utiliza, intentando debilitar el ejército de Dios. -En el área matrimonial, Dios aconseja a los solteros no unirse en yugo desigual con los incrédulos (2 Corintios 6:14). Esto trae como consecuencia conflictos entre las parejas, puesto que ambos son una sola carne (Marcos 10:7–8). También afecta la crianza de los hijos y la armonía de un hogar cristiano, el cual debe constituir nuestra primera iglesia. -Es necesario evitar al máximo todo lo que de una forma u otra afecte nuestra moral (Isaías 33:14–16). Debemos hablar con rectitud, no ser partícipes de ganancias deshonestas, tapar nuestros oídos a las propuestas que el mundo nos hace, el cual utiliza la música mal intencionada, como arma que invade la mente, llenándola de corrupción y vulgaridad. Debemos cerrar los ojos a toda contaminación que el enemigo usa contra el pueblo de Dios, apoyándose en literaturas inconvenientes o en programas audiovisuales como novelas, películas, series, documentales, donde las personas se deleitan al observar los actos de inmoralidad, violencia, robo, adulterio, fornicación, asesinato, idolatría, hechicería, homosexualismo y, en algunos casos, hasta toman el Nombre de Dios en vano y en tono de burla. “Examinadlo todo; retened lo bueno”, (1 Tesalonicenses 5:21), muchos lo

interpretan mal, y es el pretexto que el enemigo de las almas está utilizando para poner en las mentes de los cristianos tolerancia sobre lo incorrecto, porque en realidad lo que el Dios de paz quiere es que nos apartemos de todo mal, santificándonos completamente para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:21–23). Es increíble que algunos digan ser seguidores de Cristo y llamen a lo bueno malo y a lo malo bueno (Isaías 5:20). Tener discernimiento es clave para alejarnos de esta escuela de pecado (Hebreos 5:14) y buscar solo lo que edifique y agrade al Señor (Efesios 5:10). ¿Qué sucedería si, al regresar Cristo, nos encontrara en esos deleites? Bienaventurado aquel siervo, al cual, cuando su Señor viniere, le hallare haciendo lo correcto (Mateo 24:45–47). -El pueblo de Dios debe caracterizarse por estar sano y salvo (3 Juan 1:2), cuidando el cuerpo como templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16–17). Por esta razón es muy importante tener un correcto hábito alimenticio, ya que es uno de los factores que ayuda a la salud, glorificando a Dios tanto al comer como al beber (1 Corintios 10:31). La mayoría de las enfermedades son el resultado de una incorrecta alimentación y el consumo de drogas, inclúyase el tabaco y las bebidas alcohólicas. Por eso Dios desde el jardín del Edén le enseñó al ser humano cuál debería ser su correcta dieta, para que gozara de una buena salud (Génesis 1:29). No por gusto a nivel mundial se le da tanta promoción a un estilo de vida encaminado al consumo de vegetales. -Nuestra forma de expresarnos debe ser diferente a la del mundo (Colosenses 3:8). Siempre con un buen testimonio y cuidando no adoptar una actitud contraria a la que deben tener los discípulos de Jesús. Al tener un comportamiento contrario al de Cristo, violamos abiertamente uno de los Diez Mandamientos de Dios: no tomar el Nombre del Señor en vano (Éxodo 20:7). Porque al llamarnos cristianos, tenemos la responsabilidad de llevar en alto con nuestro actuar cotidiano el Nombre de Jesucristo: el Dios verdadero (1 Juan 5:20). La Biblia enseña que el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado (Santiago 4:17). Tengamos los ojos puestos en Jesús y pensemos solo en lo verdadero, honorable, justo, puro, amable y de buen nombre (Filipenses 4:8). -Tomemos responsabilidad de nuestro tiempo libre, aprovechándolo bien, porque los días son malos y debemos entender cuál es la voluntad del Señor (Efesios 5:15–17). No podemos obsesionarnos en vanidades (modas, tecnologías, deportes, juegos) que para nada edifican. Ha llegado el momento de seleccionar solo lo que nos alimente espiritualmente (1 Corintios 10:23). Seamos buenos mayordomos del poco tiempo que nos tocó vivir en la tierra y cumplamos con la

gran comisión que nos fue encomendada: ir a predicar el mensaje de salvación a todo el mundo (Mateo 28:19–20), (2 Timoteo 4:2–5). No es suficiente profesar fe en Cristo y tener nuestro nombre registrado en el libro de una iglesia, necesitamos que Jesús sea reflejado en nuestro carácter y vida práctica, dándonos la posibilidad de formar parte de los registros celestiales en el Libro de la Vida (Apocalipsis 3:5), (Apocalipsis 21:27). La fe verdadera obra deleitándose en hacer el bien (Santiago 2:14–24), y más aun conociendo que todos debemos darle cuenta al Dios del cielo, quien conoce todas nuestras acciones, sean buenas o malas, justas o injustas (Hebreos 4:13). Debemos entrar por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella, pero estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mateo 7:13– 14). Cuando los hijos de Dios logren tener una relación genuina y sincera con Jesucristo, en total comunión y sin descuidar la oración como alimento diario (1 Tesalonicenses 5:17), dejarán de vivir conforme a sus pasiones y malos deseos (Gálatas 5:24), para que Cristo tome el timón de sus vidas (Gálatas 2:20) y sus preferencias sean servirle, agradarle y obedecerle en todo. “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos”, (Juan 15:8). Si le permitimos a Jesús obrar en nuestras vidas, todos tenemos la posibilidad de ser perfectos, y alcanzar salvación y vida eterna (Mateo 5:48), (Colosenses 1:28), (Juan 3:16). “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús”, (2 Pedro 1:2). Amén.

Bibliografía

Biblias utilizadas:

-La Santa Biblia Reina-Valera (1960). -La Santa Biblia Nueva Reina-Valera (2000). -La Santa Biblia Nueva Reina-Valera Versión Siglo XXI. -La Santa Biblia Nueva Versión Internacional. -King James Version w/ Strong’s Numbers. -Interlineal Griego–Español.

Datos y hechos históricos registrados:

-Enciclopedia digital Encarta. -Enciclopedia digital Wikipedia.

Diccionarios:

-Diccionario Bíblico Digital. -Diccionario Hebreo-Español.

-Diccionario Griego–Español. -Diccionario Larousse.

Catecismo de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Sobre el Autor

El Lic. Rodolfo Beyra nació en Camagüey, Cuba, en 1982. Procedente de una familia católica, desde joven se dedicó a estudiar las Sagradas Escrituras. Se bautizó en la Iglesia Metodista y fue líder activo en diferentes ministerios que le permitieron conocer otras Iglesias Protestantes, entre ellas, la Iglesia Adventista del Séptimo Día, donde encontró que tenían un sólido basamento bíblico y argumentos de gran importancia, plasmados en este libro. Recibió cursos de Teología, pastoreó una congregación y escribió este libro, hecho especialmente para personas de otras denominaciones que aún no conocen ciertas verdades fundamentales de la Palabra de Dios.