Origen Del Tiempo De Adviento 3i2h6

CHARLA 1: ORIGEN, DESARROLLO Y EL HOY DEL ADVIENTO. 1. Origen del Tiempo de Adviento El término latino adventus (traducción del griego parousía o también epipháneia), en el lenguaje del culto pagano significaba la venida anual de la divinidad en su templo para visitar a los fieles. El cronógrafo romano usa la expresión Advetus Divi en el año 354 para para designar el día del aniversario de la ascensión al trono de Constantino. En los autores cristianos del siglo III – IV, adventus indica la venida del Hijo de Dios en medio a los hombres, su manifestación en el templo de su carne. Si Adventus, Natale, Epiphania expresan la misma realidad fundamental, debemos preguntarnos cómo Adventus ha pasado a designar el período litúrgico preparatorio a la Navidad. Al final del siglo IV encontramos en Las Galias y en España los primeros rasgos de una preparación a la Epifanía. El testimonio más antiguo sería un texto atribuído a San Hilario de Poitiers (+367) donde se habla de tres semanas preparatorias a la Epifanía. Igualmente el I Concilio de Zaragoza (380) invita a los fieles a frecuentar la asamblea durante tres semanas antes de la Epifanía. Es un período ascético sin precisiones litúrgicas. En la Iglesia de Roma no se tienen noticias de estas celebraciones antes del siglo VI, los documentos más antiguos son el Liber sacramentorum Romanae Aeclesiae ordinis anni circuli (GeV) y el Sacramentario Gregoriano (GrH).

2. Desarrollo de la celebración hasta hoy En el GeV y el GrH se encuentran unos formularios que se recogen bajo el título de Orationes de Adventu Domini. Lo difícil en estos formularios es establecer cuándo estos textos hablan de una preparación a la Parusía y cuándo están hablando de una preparación a la Navidad. Los textos bíblicos de los primeros leccionarios romanos muestran que el antiguo adviento romano se refería sea a la venida del Señor en la carne o a su retorno al final de los tiempos. La forma primitiva, aquella de GeV, constaría de 7 semanas antes de la Navidad y otra forma, la litúrgica del papa Gregorio Magno (GrH) tendría solamente 4 semanas. Por un tiempo existieron ambas tradiciones (el adviento de 4 semanas en la liturgia papal). Solamente en los libros litúrgicos del siglo XII – XIII se impone definitivamente el uso de las 4 semanas de Adviento. En el alto medioevo el significado del Adviento romano se puede deducir de los antiguos leccionarios por la lectura evangélica del I Domingo de Adviento: el texto del ingreso de Jesús a Jerusalén (Mt 21,1-9), que no se volvió a usar más en el Misal Romano de 1570. Este texto muestra al Señor que viene en humildad y en gloria, como servidor y como rey, como hombre y como Dios. Este episodio era propuesto como imagen del entero misterio

del Adviento del Señor desde su primera venida, donde se cumple la gran espera mesiánica del antiguo Pueblo electo, hasta su retorno glorioso que colmará la esperanza de la Iglesia. Después del Concilio Vaticano II se ha querido unificar mucho mejor estos dos tiempos, donde adviento es preparación a la Navidad, pero juntos al mismo tiempo son espera de la última venida del Señor. El tiempo de Adviento tiene dos características: es a la vez un tiempo de preparación a las solemnidades de Navidad en que se conmemora la primera Venida del Hijo de Dios entre los hombres, y un tiempo en el cual, mediante esta celebración, el ánimo se dirige a esperar la segunda Venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estos dos motivos, el Adviento se presenta como un tiempo de piadosa y alegre esperanza1.

El Adviento entonces no es una preparación penitencial en la prospectiva del regreso del Señor para el juicio, sino celebración de la Encarnación, y solamente a partir de ahí, también es espera de la parusía. La primera venida de Cristo inicia aquello que la segunda y definitiva venida cumplirá. Son dos aspectos que se hacen presentes al mismo tiempo. Así mismo en cada celebración, que es histórica y escatológica al mismo tiempo, emerge la globalidad del misterio pascual, que iniciado con la Encarnación encontrará su cumplimiento en la Parusía. En el actual ordenamiento del año litúrgico, el adviento inicia “con las primeras vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre, o más próximo a ese día, y concluye antes de las primeras vísperas de Navidad” (N° 40). En el Misal Romano de 1970 las ferias que van del 17 al 24 de diciembre tienen formulario propio para la Eucaristía, cosa que antes no había. Las ferias hasta el 16 de diciembre tienen solamente la oración colecta y las lecturas bíblicas propias. Se advierte una tensión más fuerte de la espera escatológica en los textos bíblicos y eucológicos de las primeras dos semanas y una atención particular a la preparación a la Navidad en las semanas restantes, especialmente a partir del 17 de diciembre.

3. La teología de la celebración del adviento El objetivo de la fiesta de la Navidad no es el cumpleaños de Jesús, sino los inicios de la Redención, que encuentra en la Pascua su cumplimiento. Por eso el adviento es espera del cumplimiento del misterio de la Redención. Es interesante ver cómo en el alto medioevo el texto del ingreso de Jesús a Jerusalén (Mt 21,1-9), se utilizaba el I domingo de adviento, evento que muestra al Señor que viene en humildad y en gloria, como servidor y como rey,

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PABLO VI, Normas generales del año litúrgico. CARTA APOSTÓLICA « MYSTERII PASCHALIS», N° 39. 1969.

como hombre y como Dios. De esta manera se ven todas las dimensiones del adviento, que es anuncio, promesa y cumplimiento misterioso. La colecta del 21 de diciembre dice así: Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal, y haz que, cuando vuelva en su gloria, al final de los tiempos, podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo.

La primera venida del Señor cumple la gran espera mesiánica del Pueblo electo; su retorno glorioso debe cumplir la esperanza de la humanidad redimida con la sangre de Cristo en el misterio de su Pascua. En la misma palabra Adviento se encierra venida, llegada, pero expresa al mismo tiempo presente y futuro, como lo expresa la colecta del 21 de diciembre. La lectura patrística del Oficio de lectura del primer domingo de adviento propone un texto de las catequesis de san Cirilo de Jerusalén donde la primera venida de Cristo está en razón a la segunda venida; dice san Cirilo: “Por lo tanto, no nos detengamos en la primera venida, sino esperemos ansiosamente la segunda”. De hecho los dos eventos están en estrecha relación y se reclaman y se complementan a voluntad. Es más, podríamos afirmar que los dos eventos forman parte de un solo evento dentro de todo el diseño histórico-salvífico de Dios. El adviento celebra las tres misteriosas etapas de la historia de la salvación: la antigua espera de los patriarcas sobre la venida del Mesías que se cierra con la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios; el presente de la salvación de Cristo obrada ya en el mundo, pero no todavía completada; el futuro de la salvación que mostrará la transformación del mundo al final de los tiempos. San Bernardo, en la lectura del oficio del miércoles de la I semana, habla de estas tres venidas: “En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria”. Entre el ya pero no todavía está el tiempo de la espera. El adviento se presenta como el tiempo de la espera, pero una espera alegre de la fiesta de Navidad que nos orienta hacia el retorno glorioso del Señor. La primera venida del Señor nos asegura la última venida de Cristo. Aunque esperar no siempre es alegre, sin embargo al cristiano la alegría de la espera se da en que tenemos la certeza de la presencia, es algo de alguna manera que ya poseemos, por eso el tercer domingo de adviento nos invita a la alegría: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito: estén alegres. El Señor está cerca” (Flp 4,4.5. – Antífona de entrada). Pero esa exhortación a la alegría resuena ya al comienzo mismo del adviento con la invocación de las preces en las I vísperas: “Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada”. Nuestro tiempo no es un tiempo vacío, al contrario, es un tiempo redimido por la intervención de Dios que encarnándose se ha adentrado en la historia de los hombres para convertirla en historia de salvación.

La espera se convierte en un salir al encuentro de alguno que llega. Se trata de una espera dinámica y laboriosa que nos pone en camino hacia la meta, hacia el encuentro con Cristo: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un dia a tu derecha, merezcamos poseer el reino eterno” (Colecta, I domingo). Las 7 antífonas al Magnificat que van desde el 17 de diciembre hasta el 23, llamadas antífonas mayores y atribuídas a san Gregorio Magno, ilustran la personalidad del Esperado en quien se cumple la esperanza de Israel y de toda la humanidad, apoyándose en antiguas imágenes bíblicas; estas antífonas enumeran los títulos divinos del Verbo encarnado, y su insistente “ven” expresa la esperanza de la Iglesia: Él es la “la Sabiduría que brota de los labios del Altísimo” (cfr. Sir 24,3-9; Sabi 7, 28-30; 8,1), “Adonai” (del hebreo que significa Señor y en griego Kyrios), “renuevo de Jesé” (cfr. Is 11,1-2.10; Ap 22,16; Rm 15,12), “La llave de David” (cfr. Is 22,20-22; Ap 3,7), “sol que nace de lo alto, resplandor de la luz eterna, so, de justicia” (Is 9,1; 42,6; Ml 3,19-20; Lc 1,78-79), “Rey de las naciones y deseado de los pueblos, piedra angular de la iglesia que hace de dos pueblos uno solo” (Is 28,16; Sal 118,22; Zc 14,9; Ap 15,3-4), “Oh Emmanuel… esperanza y salvación de los pueblos” (Is 7,14; Mt 1,22). Estas mismas expresiones se usan en el verso del Aleluya. La liturgia del adviento se abre reproponiendo el desesperado grito de Israel en la espera del Mesías: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!” (I lectura I domingo, ciclo B). Después el adviento es una continua invitación a nutrir la esperanza viva del regreso del Esposo, Cristo, por quien la esposa, la Iglesia, grita: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20), expresión que atraviesa todo el adviento y que la Liturgia de las Horas repite insistentemente con algunas variantes, de manera especial en las invocaciones de Laudes y en las preces de Vísperas: “Ven, Señor Jesús”, “ Ven, Señor, y no tardes más”, “Ven, Señor, y quédate con nosotros”, “Venga tu reino, Señor”, “ven, Señor, y sálvanos”, “quédate con nosotros, Señor”.

CHARLA 2: Tiempo del Espíritu Santo; el Precursor y los precursores Adviento es el tiempo del Espíritu Santo, es el verdadero precursor de Cristo en su primera venida y él es ya el precursor de la segunda. Él ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María; el evangelio de San Lucas lo demuestra en su primer capítulo, cuando todo parece un anticipado pentecostés, una efusión del gozo mesiánico en la profecía y alabanza del Benedictus y el Magníficat. Por eso, en la espera de la definitiva manifestación gloriosa, la Iglesia pronuncia su Ven, Señor Jesús como esposa guiada por el Espíritu (Ap 22,20). Durante el adviento, la Iglesia pone en nuestros labios las palabras ardientes, los gritos de ansiedad de los grandes personajes que a lo largo de la historia santa han protagonizado más intensamente la esperanza mesiánica. No se trata de remedar artificialmente la actitud interior de estos hombres como quien representa un personaje en una obra de teatro. La espera continúa. La salvación mesiánica no es todavía una realidad plena. Por ello, esos grandes hombres siguen siendo hoy día como los portavoces en cuyo grito de ansiedad se encarna todo el ardor de la esperanza humana. El primero de estos protagonistas es Isaías. Nadie mejor que él ha encamado tan al vivo el ansia impaciente del mesianismo veterotestamentario a la espera del rey mesías. Después Juan Bautista, el precursor, cuyas palabras de invitación a la penitencia, dirigidas también a nosotros, cobran una vigorosa actualidad durante las semanas de adviento. Y, finalmente, María, la Madre del Señor. En ella culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo hebreo. La espera continúa. Continuará hasta el final de los tiempos. Hasta entonces, Isaías, Juan Bautista y María seguirán siendo los grandes modelos de la esperanza, y en sus palabras seguirá expresándose el clamor angustioso de la Iglesia y de la humanidad entera ansiosa de redención.

LA PREDICACIÓN DEL BAUTISTA. Juan Bautista en su ministerio -son los temas de una parte de las lecturas evangélicasrecoge el hilo de estos anuncios y los lleva adelante; su mensaje es el del mismo evangelio: la metánoia o conversión. La idea que para él está en la base de la preparación inmediata a la venida del mesías y del anuncio del reino es la síntesis de todo el movimiento y de toda la predicación profética: cambio de mentalidad, camino en la rectitud hacia el día del Señor, vigilancia en la espera y en la esperanza; todo esto tiene que ser al mismo tiempo la situación espiritual y la conducta del pueblo que acoge su predicación: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos" (cf Mc 1,1-3 y par) 15.

Juan se presenta como heraldo de la buena nueva predicando la palabra de Dios con una fuerza irresistible. Personaje central de la liturgia del adviento, es el pregonero y el precursor del mesías, hasta el punto de que este tiempo recibe la definición de su persona carismática, de su figura profética y de su acción impregnada y movida por el espíritu. Su vida en el desierto recuerda y remite a Israel a sus orígenes, al sitio donde tiene que volver siempre que reflexione sobre su propia identidad y sobre su misión, para volver a comenzar de nuevo tras las repetidas violaciones de la alianza (cf por ejemplo, 1 Re l9, I-18). Su persona y su vida impresionaron fuertemente al pueblo hasta el punto de que se le consideró como a Elías vuelto a la vida, que venía a prevenir al pueblo de la aproximación de los últimos tiempos (cf Jn 1,21; Mt 17,10-13 y par). El mismo Jesús a su vez, atestiguó que Juan era el mayor entre los nacidos de mujer y su testigo más alto (Mt 11,11); a su vez, la demostración suprema de Juan no será la de la palabra, sino la del martirio (Mt 14,1-12 y par). Los evangelistas se preocupan de subrayar los rasgos que el precursor tiene en paralelo con Cristo. Es sintomático y sorprendente el hecho de que, como ocurrió con Jesús, Juan fue escuchado por los publicanos (Lc 3,12-13), mientras que los judíos, los fariseos y los dirigentes del pueblo le opusieron una obstinada repulsa (cf Jn 1,19ss). Su palabra, tan impetuosa, se convertirá en un segundo tiempo en la proclamación de la presencia de Cristo: "En medio de vosotros hay uno que no conocéis" (Jn 1,26). "No era él la luz, sino testigo de la luz" (Jn 1,18). Será el bautizador de Jesús de Nazaret y el testigo, en la teofanía, de la investidura mesiánica y de la presentación al mundo de las credenciales divinas. Su predicación orienta hacia la visión del mesías escatológico, que bautizará en Espíritu y en fuego (Mt 3,11). LA VIRGEN MARÍA Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, ha declarado el tiempo del adviento como un tiempo mariano por excelencia en el año litúrgico. De hecho en este período la María es recordada frecuentemente. Incluso la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 dic) estuvo inserta en el tiempo de adviento como por casualidad, porque no es un elemento originario del adviento, pero su contenido puede estar en sintonía con el espíritu del adviento, “como preparación radical (Is 11,1.10) a la venida del Salvador, y feliz exordio de la Iglesia sin mancha y sin arruga” (Marialis cultus n° 3). Es más, las actuales lecturas bíblicas de la eucaristía (Gen 3,9-15.20; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38) leen el misterio de María Inmaculada en la global prospectiva histórico-salvífica que es propia del adviento. En los días cercanos a la navidad, la liturgia de las ferias del 17 al 24 de diciembre adquieren un carácter exquisitamente mariano. En los días 20, 21 y 22 de diciembre se leen los evangelios de la Anunciación (Lc 1,26-38), de la visitación (Lc 1,39-45) y del Magníficat (Lc 1,46-55). Las colectas de los días 17,19,20 y 23 de diciembre son de

contenido mariano. Lo mismo las antífonas de la comunión en los días 20,21,22 resaltan el componente mariano de la celebración del adviento de Cristo. El domingo que precede la navidad, se leen las antiguas profecías sobre la Virgen María y sobre el Mesías y los episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y de su precursor. El 20 de diciembre, por ejemplo, se presenta a María como aquella que confía en la Palabra, en la oración colecta, se pone en la espera del cumplimiento de esta palabra. La liturgia presenta la espera del Mesías realizada en modo ejemplar en María. El prefacio II de adviento recuerda la amorosa espera de María en estos términos: “A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre”. María es el prototipo, la figura por excelencia de la espera del pueblo de Israel y de la Iglesia. Podemos sintetizar los diferentes títulos que presentan los textos del adviento sobre la Virgen María:            

María es la llena de gracia La bendita entre las mujeres La Virgen La esposa de José La sierva del Señor Es la mujer nueva La nueva Eva, como canta un prefacio de adviento, que restablece y recapitula en el designio de Dios, por la obediencia de la fe, la promesa inicial de la salvación Es la Hija de Sión, la que representa al antiguo y nuevo Israel Es la Virgen del SÍ La Virgen fecunda Es la Virgen de la escucha y de la acogida En su ejemplaridad hacia la Iglesia, María es plenamente la Virgen del adviento en la doble dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria.

En la feliz subordinación de María a Cristo, en su total docilidad hacia la acción del Espíritu, y la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es tiempo de la Hija de Sión, Virgen de la espera que en fiat anticipa el maranathá de la esposa; como Madre del Verbo encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo, en el mundo y en la historia del hombre. La Virgen del Adviento resume en sí las esperanzas de su pueblo y las realza como esperanzas de la Iglesia. Como protagonistas del misterio de la encarnación ofrece su colaboración y su complicidad a Dios. Y el sí de la anunciación se convierte en el sí de la nueva alianza. María transformó en presencia la espera.