Tiririn Tin Tin Tararan Tan Tan 5f4k1a

TIRIRIN TIN TIN… TARARAN TAN TAN En uno de esos viejos campanarios abandonados, sucedía algo muy peculiar, sin precisar la hora cada noche se escuchaba el sonar de las campanas, sonido que se hacía melodía y melodía que se hacía baile y baile que siempre es alegría. Pero, en este lugar no es el viento quien hace sonar las campanas sino uno de esos personajes que a veces vemos en sueños, este en especial lucía un tanto desaliñado, podríamos suponer que llevará varios días en no bañarse, pese a ello a él parecía no importarle ya que siempre tenía una gran sonrisa en el rostro y un fulgor que lo hacía bailar a tocar las campanas. Y hablando de las campanas, él tenía varios problemas al momento de tocarlas debido a su corta estatura, día con día iba siempre en busca de una caja…, una silla, un banquito y un par de viejos libros que acomodados con arte envidiable para cualquier equilibrista le servían de escalera, claro que no parecía una escalera muy segura pero, él con todo cuidado comenzaba subiendo un pie, seguido del otro y con ayuda de sus manos alcanzaba el siguiente peldaño, todo este esfuerzo bien valía la pena ya que al llegar arriba comenzaba el divertido de los juegos. Mucho tiempo llevaba con su rutina, rutina que parecía no aburrirle, pero como hay algunos días en que uno no desea despertarse, hay otros en los que levantamos y queremos soñar despiertos (seguro que a ustedes también les ha pasado). Y uno de esos días nuestro amigo despertó con más ganas de lo último que de lo primero, así se dispuso a esperar la noche para ir en busca de su primera aventura. Ese día el cantar de los pájaros y el ladrar de los perros le sonaban diferente, sonaban a nuevos amigos, nuevos lugares, nuevos juegos y por supuesto nuevos bailes; así que con mas emoción preparaba lo necesario para el viaje, el cual pensó no sería muy largo, así que únicamente se preparo un poco de pan y por si fuera a arroparlo la noche con su manto frío se hizo de una capa que le cobijaría de calor. La noche tardo más en llegar de lo que acostumbra, así que la impaciencia ya la esperaba en compañía de nuestro amigo, alegrándose ambos de su presencia ya que siempre es bueno esperar acompañado, pero lo malo de ello es el momento de la despedida que a pesar de ser momentánea llega a agobiar al corazón. Sin darse cuenta la aventura iniciaba y como tal se tenían que tomar decisiones y la primera de ellas en este caso fue la de la dirección, no le tomo mucho tiempo a nuestro amigo decidir el rumbo, “porque si no se sabe a donde ir, entonces o importa el camino que se tome… porque han de estar seguros de llegar a algún lado, si sólo se camina lo suficiente”. Bajo esta lógica que a él le pareció irrefutable siguió el camino de la derecha, internándose en el bosque que rodeaba el campanario, alejándose por primera vez de lo que podría llamarse su hogar.

Caminando un tiempo no corto ni largo, más bien trivial, se inundó en diversas reflexiones al ritmo de sus pasos, pensamientos quizás no muy profundos ni trascendentales pero si muy divertidos, como el que pasaría si las tortugas volaran, siendo esto cierto, y otros fueran mentira como que los caramelos son amargos y el jugo de limón es dulce. Pero hay que recordar que después de caminar un largo trecho nuestros pies comienzan a llamarnos y nos obligan a detener el andar y sentarnos en varias ocasiones, y esta situación se repitió varias veces para nuestro amigo, que al pasar el tiempo la noche le invitaba a regresar, rechazando la invitación una vez y dos más pero una cuarta insistencia acompañada del crujir del estomago (porque han de saber que nuestro amigo es muy tragón y el pedazo de pan que preparo para el viaje no duro mucho tiempo) y el cansancio de los pies lo detuvieron a dormir y soñar debajo de un roble en medio de la noche, teniendo como techo un mar de estrellas en el cielo. El aura de la mañana lleno de rocío al que aún dormía, dejándole como regalo una tercia de gotas sobre su rostro y un par más sobre el cabello; que por cierto muy bien le sirvieron para despertar por completo. Entonces inicio el viaje de regreso a su hogar, llevando a cuestas la pesadumbre de no haber tenido ninguna fabulosa aventura o siquiera conocer a alguien con quien jugar. Llegando entonces al viejo campanario se dispuso a olvidar su intento de viaje, pero el vuelo de las aves en el cielo incitando a las nubes a imitar su vuelo lo invitaban a jugar con ellas para saltar, bailar y volar en el cielo, aquella tarde la brisa fresca acariciaba su rostro y el caer de las hojas sobre sus pies lo hacían retomar la esperanza y las ganas de volver a aventurarse, con la diferencia de que esta ocasión estaba seguro de no perder el animo. Nuevamente la noche se apodero del día y la aventura daba inicio, esta vez no tardo tanto tiempo en decidir el camino y emprendió el viaje hacía su izquierda, lo cual le hizo caminar un largo espacio en el bosque sin terminar de llegar a lado alguno, optando por cambiar de rumbo en varias ocasiones, dando vuelta a la izquierda, derecha, en círculos, cuadrados, triángulos y un sin fin de figuras asimétricas. Al final de su camino llego a una colina desde la cual podía verse pendiente abajo una serie de luces de colores y mucho movimiento lo que lo hacía parecer como una gran representación de un ballet de luciérnagas, que por supuesto lucía sumamente atrayente y muy divertido. Bajo deprisa pero con cuidado, estando atento de no ser visto a la primera, ya que prefería descubrir las cosas por si mismo, empezando por observar a la gente y sus costumbres, paseándose entonces entre las calles del pueblo.

Bien cubierto con su capa, inició su camino entre las calles encantándose de miles de olores que se desprendían de cada uno de los coloridos puestos a su alrededor, sintiendo el cálido olor del atole de arroz recién preparado acompañado de multicolores tamales dulces, el pan recién horneado y las familias comprando el que a su gusto resultaba ser el mejor, los dulces de frutas siempre hacen provocar antojos a cualquiera y nuestro aventurero personaje no podría ser la excepción, así sirviéndose de su menuda estatura cogió uno de esos deliciosos dulces y lo comió de un solo bocado (porque debemos recordar que es bastante glotón), le gusto tanto el dulce que comenzó a tomar uno de aquí y otro de allá, y uno más de aquí y otro de hasta allá, combinados al sin par de tamales, atoles, hojaldras, manzanas de caramelo y otros tantos sabores que al cabo de unas horas lo obligaron a tomar asiento en las cercanías de un parque al cobijo de las jacarandas y a cuidado de la luna. Llevaba poco rato descansando en el parque y pensando nuevamente en lo que a muchos les pudiera parecer fantástico e irreal (volar por los aires, hablar con los animales o convertirse en un ave cantando al romper el día), pero algo más maravilloso irrumpió su concentración, música nueva y fabulosa un tiririn tin tin por un tararan tan tan, llenó el baile de voces y cantos, niños y grandes bailando con ritmo y sin ello, un mundo de colores en movimiento… ¿Y qué podría esperar él para unirse a la fiesta? Quizás algo aún más maravilloso le faltaba por conocer… una pareja de baile. Escuchaba la música y vio a las personas bailar contentas, entonces el quiso ir a bailar, pero lo dudaba, porque siempre había bailado solo. Sintió la cercanía de alguien a sus espaldas y antes de que le diera tiempo de voltear una alegre voz le dijo: -

¿Por qué estas solito? ¿No te gusta bailar – le dijo una niña –.

Él no sabía que contestarle, nunca antes alguien le había hablado, ¿Qué si le gusta bailar? ¡Claro que le gustaba!, pero ¿Cómo decírselo? Para él no parecía ser tan sencillo. -

Si no sabes bailar yo puedo enseñarte – continuaba la niña –, es muy fácil y divertido.

Fue entonces sin darle oportunidad de hacer otra cosa, lo tomo de la mano y fueron juntos a la pista de baile. La niña comenzó su baile doblando las rodillas para dar pequeños saltitos mientras levantaba los brazos. Ella no tardo en volver a tomarlo de las manos buscando que siguiera sus movimientos pero, él sólo la miraba como el que mira una bella pintura que no entiende.

Ante el extraño baile que presenciaba nuestro fabulezco amigo se animó a decirle unas primarias palabras. -

Yo se me otro baile, ¿quieres verlo?

Fue entonces cuando al sentir la música más fuerte, un nuevo ritmo empezaba a crear desde su corazón y entonces comenzó a bailar. Primero se encorvo un poco para dar pequeños pasitos para luego de manera inmediata dar vueltas levantando los pies y las manos repetidamente de atrás hacía adelante y luego al revés. A la niña pareció gustarle mucho el baile ya que después de examinarlo comenzó a seguirlo a su propio ritmo. Resultaba gracioso ver como dos pequeños niños saltaban, brincaban y rebotaban dejando sus siluetas en el aire. Así bailando, riendo y cantando pasaron las horas sin que alguien pusiera atención a ellas; la fiesta estaba terminando y a su vez los padres de la niña terminaban por llamarlo una décima vez para volver a casa. La niña le pregunto a su nuevo amigo si volvería mañana para continuar sus bailes y juegos, a lo cual él asintió y quedaron entonces de verse al día siguiente debajo de la jacaranda del parque. Nuestro aventurero amigo regreso feliz a su casa tocando las campanas a la mañana siguiente al ritmo de la música que había escuchado. Llegada la noche él estaba presto en el lugar que habían acordado. No tardo ni tres segundos que llegará su amiga, dando paso entonces a la fiesta… pero antes a la comida. Merodeando entre los puestos lograron recolectar mazapanes, gomitas, chocolates, galletas, pan dulce, nieve, gelatinas y jugo de uva. Una vez satisfecho el apetito tocaba el turno de bailar. Era el último día de la feria lo cual hizo que la niña se pusiera muy triste ya que sabía que no volvería a ver a su amigo hasta el próximo año, así que hicieron una promesa de encontrarse cada año debajo de la Jacaranda y revivir año con año esas noches. Pasaban los años sin faltar ninguno de los dos a su cita, y pasaron tantos que la niña crecía y crecía, sin embargo nuestro amigo seguía siendo pequeñito. Pese a esta diferencia seguían siendo amigos y continuaban repitiendo e inventando sus bailes con más y más alegría año con año… y uno de esos años sucedió lo siguiente.

Al encontrarse debajo de la jacaranda y después de un prolongado abrazo, juntos recorrieron las calles del pueblo siempre repletas de personajes como sucedía en aquellas fechas e inundadas de miles de olores, colores y sabores; sin embargo en esta ocasión las cosas se miraban de forma diferente. En ocasiones anteriores él y ella caminaban codo a codo y paso a paso – es decir, a la par –, pero ahora él tenía que dar dos y hasta tres pasos por uno de ella, situación que no le incomodaba pero lo obligaba a ir más a prisa. Nuevamente sirvieron de sabores a su paladar y a gusto de cada quien, ya que si ella prefería…, él optaba por algo como…, pero siempre coincidiendo con… Por fortuna la música lograba hacerlos coincidir de inmediato para alegría de ambos. Ese momento fue diferente, no porque bailaran mejor que antes o inventaran nuevos pasos, ni siquiera por la bella sonrisa de ambos, sino porque dentro de la unión de ambos existía un puntito mas brillante que los demás el cual los hacía pensar que sus bailes jamás terminarían.