FRANCISCO ROJAS GONZÁLEZ. El diosero. Leer Juntos Sariñena. 30 de mayo de 2012
1.- VIDA Y OBRA.
nvestigador social, etnólogo, ensayista, cuentista, novelista y argumentista de cine. Nació en Guadalajara, Jalisco, el 10 de marzo de 1904. Murió en la misma ciudad, el 11 de diciembre de 1951. Realizó sus estudios primarios en La Barca, Jalisco. Estudió Comercio y istración en la Ciudad de México y Etnografía en el Museo Nacional. Fue canciller en Guatemala y cónsul en Salt Lake City, Denver y San Francisco en los Estados Unidos de Norteamérica. En 1935 se retiró del Servicio Exterior e ingresó al Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Rojas González colaboró en las siguientes obras: Cuatro cartas de geografía de las lenguas de México, Estudios etnológicos del Valle del Mezquital, Estudio etnológico de Ocoyoacac, Los zapotecas, Los Tarascos, Casta etnográfica de México y Atlas etnográfico de México. Fue redactor de la revista Crisol y colaboró en los principales diarios y publicaciones del país. Sus frecuentes viajes por la República y sus os con los grupos indígenas le inspiraron una obra literaria muy original y de altos valores estéticos. De su obra literaria podemos mencionar el cuento Historia de un frac (1930), llevada al cine en Hollywood en 1942, sin darle crédito, por lo cual acusó de plagio a los productores: “…fue plagiada para el argumento de Seis destinos, famosa película de Duvivier que produjo la Fox. El verdadero autor [Francisco Rojas González] demandó a la casa norteamericana y logró que ésta reconociera el plagio; pero no obtuvo la indemnización a que tenía derecho porque esa empresa echó las culpas al coproductor y este resultó insolvente (…)” (Tiempo. Vol. V, No. 129, 20 de octubre de 1944. P. 35). También es autor de los cuentos: El pajareador, Ocho cuentos (1934), Chirrín y la celda 18 (1944), Cuentos de ayer y de hoy (1946), La última aventura de Mona Lisa (1949) y El diosero (edición póstuma, 1952). Las novelas: La negra Angustias (1944), realizada en 1949 por Matilde Landeta; Lola Casanova (1947), también llevada a la pantalla grande por la misma realizadora en 1948. Además de otras publicaciones de ensayos: Sobre la literatura de la Revolución (Crisol, mayo de 1934); El cuento mexicano su evolución y sus valores (Tiras de Colores, números 34 y 35, 1944); Por la ruta del cuento mexicano (México en el Arte, números 10-11, 1950) y 12 monografías (Etnografía de México, 1947). En 1944 Francisco Rojas ganó el Premio Nacional de Literatura: “Los jueces (…) se decidieron por La negra Angustias, novela de la que es autor Don Francisco Rojas González. Después del fallecimiento del escritor, Manuel Barbachano produjo de manera independiente la película del realizador Benito Alazraki, Raíces (1953). Utilizó su experiencia como productor para llevar a la gran pantalla cuatro de los cuentos incluidos en la colección de relatos El diosero. Después de su muerte, Djed Borquez publicó en la Revista Universidad de México, la siguiente semblanza del escritor:
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He de hacer una rápida semblanza de Francisco Rojas González. Lo conocí en Guatemala por allá en 1922, cuando él se había iniciado en el servicio diplomático, empezando por el cargo menor de canciller de un consulado. Estaba Rojas en su primera juventud (…) Era un muchacho imberbe, estudioso y lleno de il usiones. Buen conversador, se hizo muy pronto de numerosos amigos. Sentía predilección por tratar a los revolucionarios mexicanos y no perdía oportunidad de oírles referir sus hazañas. Rojas manifestaba desde entonces una enorme simpatía por todo lo que fu ese esencialmente mexicano: Las canciones románticas y los corridos, el alegre taconeo del jarabe tapatío y el producto elaborado del maguey que crece en Jalisco. Entre sus parientes viejos contaba a dos notables escritores, a quienes iraba y eran su orgullo: don José López Portillo y Rojas, y el periodista que presidió el Constituyente de Querétaro, Luis Manuel Rojas. Fui testigo de la estimación que le tenía Luis Manuel, quien a menudo me hablaba con encomio de su sobrino. Rojas González había iniciad o sus balbuceos literarios en un pequeño círculo que en la Secretaría de Relaciones formó el escritor y poeta Juan B. Delgado. Entre sus compañeros estaban Luciano Joublanc Rivas, Armando Amador, Agustín Granja Irigoyen y el autor teatral Guz Águila [Antonio Guzmán Aguilera]. Durante su estancia en Guatemala, Rojas González afinó sus dotes de observador, se hizo todavía más mexicano y tomó gran cariño a los indios, que en caravanas llenas de color y de brillantes reflejos desfilan rumbo al mercado. De allá volvió decidido a seguir sus estudios literarios. Pronto iba a publicar su primer cuento. Desde la aparición de La historia de un frac que sirvió a un aventurero judío para realizar una película famosa con el título de Seis destinos, Rojas González publicó en revistas y diarios, y después en libros, una cantidad considerable de cuentos. Tenía gran facilidad para tratar este género literario. Los producía a raudales, llenos de gracia y de intención. Bastaría recordar aquel de Voy a cantar un corrido… para reconocer en Rojas González al mejor cuentista de México (…) Por sus méritos en el campo de la divulgación científica y la sociología, conquistó una plaza de Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional. Durante varios años fue el discípulo predilecto de aquel sabio que tanto quisimos, Miguel Othón de Mendizábal, historiador y maestro a quien mucho deben la ciencia y la cátedra en México. “Esta es la síntesis de una vida breve, pero fecunda. (…) (“Semblanza de Francisco Rojas González”. Por Djed Borquez. Revista Universidad de México. Vol. VII, No. 73, enero de 1953. PP. 5 y 10). Fuente: http://escritores.cinemexicano.unam.mx/biografias/R/ROJAS_gonzalez_francisco/biografia.html
Análisis de El diosero. Pese a que todos los cuentos de El diosero están dentro de la línea indigenista, es decir, son relato o pintura de ritos, creencias, formas de vida de ciertas comunidades, y de la psicología y comportamiento peculiarmente indígenas, pocos son los que se quedan en lo pintoresco; son más los que trascienden ese aspecto menos profundo. Dada su variedad temática, podemos clasificarlos en: 1. Cuentos de personaje: "La parábola del joven tuerto" y "El diosero"; 2. Cuentos de situación: "Las vacas de Quiviquinta", "El cenzontle y la vereda", "Nuestra Señora de Nequetejé",
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"La cabra en dos patas", "Los diez responsos", "La plaza de Xoxocotla", y 3. Cuentos de costumbres: "La Tona", "Los novios", "Hículi hualula", "La venganza de Carlos Mango", "La triste historia del pascola Cenobio". Nos apoyaremos en esta división para comentar los más representativos de cada grupo: 1. Cuentos de personaje. El más impactante es "El diosero", cuento que da nombre al volumen completo y literariamente uno de los mejores de éste. El protagonista es Kai-Lan, "señor del caribal de Puná", gran sacerdote y cacique de los lacandones, personaje cuya misión y poder consiste en moldear "deidades doblegadoras de las pasiones, moderadoras de los fenómenos naturales que en la selva se desencadenan con furia diabólica, domadoras de bestias, amparo contra serpientes y sabandijas y resguardo opuesto a los hombres malos del más allá de los bosques". Un día se desencadena una terrible tormenta en plena selva lacandona. Kai-Lan fabrica un dios especial, pero éste es impotente para domeñarla. El agua todo lo invade y la tormenta sigue. El diosero, iracundo, rompe la obra de sus manos. Entonces elabora otro, un cuadrúpedo fabuloso con airosa cola de quetzal. Éste sí es poderoso y la tormenta cede. El diosero lleno de orgullo, sale del templo y lanza alaridos de júbilo. "No hay en toda la selva uno como Kai-Lan para hacer dioses... Mató a la tormenta", dice el propio sacerdote. El cuento termina con una visión poética, pues "prendido a la copa de un ramón, el arco iris esplende."
Pertenece también a este grupo, aunque con características más terrenas y con una indeleble carga de dolor, tristeza y ternura, "La parábola del joven tuerto”. Este relato, está lleno de ironía y de humor negro. Como su hijo está tuerto y todos se burlan de él, la madre pide a la virgen de San Juan de los Lagos un milagro para que la gente se apiade o el pequeño se componga. Así las cosas, cuando en el atrio del santuario madre e hijo preparan su retorno al pueblo, un fuego artificial estalla en la cara del niño y le revienta el ojo sano. La madre agradece a la Virgen el milagro porque su crío ya no será objeto de burlas por estar tuerto: ahora es ciego. 2. Cuentos de situación. La ignorancia y el atraso de los indios chinantecos de Oaxaca se ponen de manifiesto en el cuento de este grupo "El cenzontle y la vereda" Irónico a la par que doloroso testimonio, relata un incidente con unos indios a quienes se obsequiaron ciertas píldoras para combatir el paludismo, y ellos, en vez de ingerirlas, sólo habían atinado a ponérselas a modo de "collar de comprimidos de quinina, bermejos y brillantes" para que el mal no se les acerque, en la creencia de que éste "le tiene miedo al sartal de piedras milagrosas". También en esta clasificación tienen gran calidad "Las vacas de Quiviquinta" y "La cabra en dos patas". 3. Cuentos de costumbres. Pertenece a este grupo “La Tona”, que abre la colección. Se describe en él de forma ruda, primitiva y casi inhumana, cómo Crisanta, una indiecita muy joven, se dispone ella sola y luego ayudada por la vieja comadrona del lugar, a dar a luz. La acción sucede en Tapijulapa, "el pueblo de indios pastores", y gracias a la intervención de un médico se resuelve con final feliz. En este relato se nota el tono levemente burlón del autor. Otro cuento que destaca es "Los novios", simple desarrollo de una relación amorosa y las vagas inquietudes del muchacho, descendiente de alfareros de Bachajón, por estar ya en edad de "querer tuna", como dice su padre; su vergüenza al ser descubiertos sus deseos, el conocimiento de "ella", el ceremonial de
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petición de mano; luego, el rito del matrimonio y, finalmente, la ida de ambos por el vallado donde "él toma entre sus dedos el regordete meñique de ella, mientras escuchan, bobos, el trino de un jilguero". Publicado en 1952, Rojas González no hace demagogia ni folklore con el problema indígena mexicano, sino que es el producto literario de su convivencia con el indio en sus propias comunidades, única forma de conocer e interiorizarse en sus costumbres, conflictos, necesidades y creencias, los cuales el autor recrea con arte. Es evidente el interés real, auténtico, que el indio despierta en el autor, quien lo trata con cariño, respeto y profundidad, describiendo sus pasiones, defectos y miserias, ahondando en su angustia y compleja psicología. De estilo cuidado y sencillo en sus poéticas descripciones llenas de elementos significativos, desenlaces muy bien logrado s y gran efecto plástico, el saldo final que deja El diosero es el de una colección de verdaderas recreaciones literarias con rasgos antropológicos y realistas en cuanto al lenguaje utilizado, pero no por ello carente de depuración es tética y lirismo. 2. CONCLUSIÓN. Con un trabajo literario corto pero rico en matices, Francisco Rojas González logró llegar al fondo del pensamiento indígena y pueblerino hasta lograr recrearlo con sencillez y emotividad. Creencias y formas de pensamiento de las diferentes etnias de nuestro país se mezclan en su obra, la que nos permite conocer y llegar a comprender ese mundo aparte con su mitología y costumbres. El haber desarrollado estudios etnológicos en difere ntes partes del país le permitió poseer un mayor conocimiento de las costumbres indígenas, lo que hizo posible que desarrollara mejor su obra. Con todo, fue la sensibilidad para captarlas la que provocó que su trabajo literario le permitiera convertirse en una de las figuras más destacadas del panorama literario mexicano. Fuente: http://www.fomentar.com/Jalisco/Tapatios/index.php?codigo=275&inicio=260