Las Locas Aventuras De Las Hermanas De Tiktok m1n3i

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Índice Portada Sinopsis Dedicatoria UN MIEMBRO MÁS EN LA FAMILIA UN FANTASMA EN CASA MAMÁ, TODA UNA INVESTIGADORA UNA NOCHE TERRORÍFICA UNA MUJER MÁS EN CASA ME QUEDA BIEN EL FLEQUILLO NUESTRO GRAN SECRETO FIESTA DE PIJAMAS UNA NAVIDAD DIFERENTE UN GRAN SECRETO DESCUBIERTO MÍA SE QUEDA ABANDONADA EVENTO UNA NOCHE CON LA ABUELA CÓMO SACARLE PROVECHO A UN SUSPENSO EL DIARIO DE JULIA CUMPLEAÑOS DOBLE

UNA MENTIRA PIADOSA UNA SIESTA INOLVIDABLE ¡SIN RUEDINES! DESAPARECIDA VAMOS A COMER POM LA MENSAJERA DOS PERSONAS QUE AMAS CON LOCURA UN BAÑO EN LA PISCINA ESTO ES MEJOR QUE UNA CASA UN CASTIGO QUE UNE AHORA ME TOCA HABLAROS SOBRE MÍ Créditos

Mía y Julia son dos hermanas que no paran de meterse en líos cada dos por tres. Julia, que tiene trece años, intenta por todos los medios que su hermana pequeña no le estropee los planes con sus amigas, mientras que a Mía, que tiene ocho, siempre se le ocurre alguna travesura para fastidiarla. Sin embargo, en el fondo las dos se quieren con locura y son inseparables. Sobre todo, cuando se avecina una bronca de mamá… Pero las dos guardan un gran secreto. ¿Serán capaces de evitar que mamá lo descubra? Julia Menú García nos cuenta en su primer libro las locuras más disparatadas y divertidas de las famosas hermanas de TikTok.

Este libro se lo dedico a una gran persona muy especial para mí, un gran apoyo en todos mis proyectos y una gran ayuda que siempre está junto a mí: Francisco Callejón, mi esposo. También os lo dedico a todos vosotros, mi gran familia de amigos. Y, por último, a mi familia, que es lo que más amo en esta vida. Por esto y más, gracias. Os quiero, Julia Menú García

Julia y Mía están aprovechando las tardes de septiembre para echarse largas siestas. Es el único momento de tranquilidad en el día en esta casa de Roquetas de Mar, porque si no están dormidas, las hermanas no dejan de ir de acá para allá sin que papá y mamá acierten a saber qué nueva ocurrencia están teniendo. Julia es la mayor y le encanta cuidar de Mía, aunque ella no deje de hacer travesuras y de ponerle en aprietos delante de mamá y papá. Ellos trabajan mucho, así que a menudo las hermanas pasan tiempo solas. Mía no se conforma con ser la pequeña y quiere hacerse notar, y como es muy lista a menudo lo consigue, y de formas muy originales. Aquella tarde, al levantarse de la siesta, Mía quiere salir de casa. Busca a mamá por todos lados para preguntarle si puede salir a jugar fuera: —De acuerdo, pero solo un rato —le contesta mamá—, y no salgas del recinto de la urbanización. —¡Gracias, mami!—dice Mía feliz. Coge su carrito, acomoda en él a su muñeca y sale de casa tan rápidamente que mamá tiene que salir corriendo tras ella para darle el bocadillo y una botella pequeña de agua: —Nena, toma la merienda. Cómete el bocadillo entero, ¿eh? —Vale —contesta Mía con una sonrisa y se dirige directamente a un banco para sentarse a comérselo. De pronto, entre bocado y bocado, le parece escuchar a un perrito llorar. Deja de comer y mira para todos lados, pero no ve nada, así que se levanta y empieza a buscar de dónde vienen esos gemidos. Después de pocos pasos, distingue a lo lejos una caja blanca. No sabe bien lo que puede haber dentro, así que se acerca lentamente. Cuando llega hasta la caja, descubre en su interior a un cachorrillo de color marrón claro con manchas negras. No lo piensa ni un momento, se agacha decidida y empieza a acariciarlo. —¡Hola! ¿Estás aquí solito? —le dice mientras lo acaricia—. Tienes hambre, ¿verdad?

Mía mira el bocadillo que tiene en la otra mano y, sin dudarlo, lo abre, coge el jamón york y empieza a cortarlo en pequeños trozos que va dejando junto al cachorro. Él los come con desesperación, hasta el último cachito.

Entonces Mía piensa que probablemente el cachorro tenga sed, así que corre hacia el carrito de su muñeca, abre el bolso y busca algún recipiente donde poder echarle agua. Como no encuentra nada, termina sacando todo lo que hay en el bolso y no deja de rebuscar hasta dar con un plato de su muñeca. «Esto me servirá», piensa. Sin perder un segundo, coge la botella de agua y corre hacia la caja. Pone el plato dentro y lo llena de agua para el perrito, que está muy sediento. Mientras bebe, Mía lo acaricia y empieza a pensar en voz alta: —Te voy a llamar… —por un momento se queda pensativa—. ¡Ya sé! Pupy, como la mascota de nuestra gran familia de amigos. Cuando el cachorro deja de beber, tiene tantas ganas de jugar que empieza a dar saltos. —No, Pupy —le advierte Mía—. Para, que queda agua en el plato y te estás mojando. Pero Pupy no deja de saltar, así que Mía lo agarra y lo saca de la caja. ¡Está empapado! Mía se queda mirándolo un instante y rápidamente se acerca hasta su carrito, coge la mantilla de su muñeca y vuelve para secarlo con ella. —Pupy, mira cómo te has puesto. Mientras tanto, mamá, en casa, consulta la hora y se da cuenta de que Mía está tardando más de la cuenta, así que decide salir a buscarla. Mira a un lado y a otro, pero no la ve.

—¡Míaaa! —grita. —¡Aquí estoy, mami! —chilla Mía al escuchar a mamá. —¡Vamos dentro! Que ya se hace tarde. —¡Voy! —contesta, al tiempo que mete a Pupy en su cajita. Al dejarlo Mía se da cuenta de que la caja está completamente mojada, así que extiende la mantita de su muñeca en el fondo y deja a Pupy sobre ella.

—Adiós, Pupy, me tengo que ir. Al alejarse escucha cómo el cachorrillo empieza a llorar de nuevo, tratando de salir de la caja. —No te puedo llevar a casa —se disculpa girándose hacia él con cara de tristeza —. Mamá me regañaría. Pupy se sienta y empieza a menear la colita. Ella se queda mirándolo por un momento, y al instante se dirige hacia él y lo saca de la caja. Corre hacia su carrito, saca de él la muñeca y coloca en su lugar a Pupy. Lo tapa casi por completo con la mantita y le dice: —Vamos para casa. Pero tienes que estar en silencio para que mamá no se dé cuenta. Cuando Mía entra en casa, saluda como siempre: —Ya estoy aquí —saluda y mira disimuladamente a mamá, que está preparando la cena. Corre hacia su habitación y cierra la puerta. Entonces retira un poco la mantita con la que ha tapado a Pupy y le dice muy bajito: —Chsss, silencio. Abre su armario y busca una caja de zapatos que pueda servir de casita para él. Luego la prepara con la mantita y mete también un peluche, para que Pupy no se sienta solo. —¡Niñas, a cenar! —escucha de pronto que dice mamá avisándoles a ella y a su hermana. Mía coge a Pupy del carrito y lo mete en su nueva casita. —No te muevas de aquí. Ahora vengo —le asegura, antes de darle un besito y dejarlo bien escondido debajo de la cama. Una vez sentadas a la mesa y cuando la cena está servida, Mía aprovecha para preguntar:

—Mamá, ¿qué come un bebé cachorro? —¿Por qué me preguntas eso? —No, por nada… —Nena, un bebé cachorro se alimenta de la teta de su mamá —le explica Julia, y mamá asiente con la cabeza. —Ah, vale —contesta Mía, y planea para sí: «Pues ahora cojo un poco de leche y listo». Cuando termina de cenar, se despide rápidamente. —Me voy a dormir, que estoy muy cansada y mañana hay cole. Va directa a su habitación y al mirar debajo de la cama, ve que Pupy está en su nueva casita durmiendo como los angelitos. Con tranquilidad, decide esperar a que toda la familia se quede dormida. Al cabo de un rato se asoma para comprobar que todos están acostados y entonces va silenciosamente a la cocina, coge un poco de leche y vuelve a su habitación. Cierra la puerta y corre a sacar a Pupy de su casita para que beba la leche que le ha puesto. Pupy se termina la leche rápidamente y mira a Mía expectante. —Ya no más, Pupy. La leche que queda es para mañana. Venga, a dormir —le dice con dulzura y lo deja nuevamente en su casita. A la mañana siguiente, mamá, como siempre, entra a despertar a Mía. —Nena, vamos, arriba, que ya es hora. Al marcharse, cierra la puerta tras de sí y Mía se levanta de un salto y se agacha para ver cómo está Pupy. —Buenos días, amigo. Hora de desayunar. Le pone otro poquito de leche. —Pupy, no hagas ruido. Ahora voy a desayunar yo.

Sale a desayunar y se toma el colacao casi sin respirar para correr al cuarto de nuevo. Mientras se viste, el cachorro juega con su nuevo amigo, Peluchín. —¡Mía! —escucha de pronto gritar a mamá—, ¡vamos, que llegamos tarde al cole! —No te muevas de aquí —le advierte antes de marcharse—. En un rato estoy de vuelta. Le da un beso y lo vuelve a meter debajo de la cama. Mamá deja a Mía en el cole y a Julia en el instituto, pero al volver a casa se sorprende al creer escuchar un llanto de cachorro. Busca por la casa hasta que, al entrar en la habitación de Mía, se encuentra a Pupy, que ha salido de su casita y está en el suelo frente a ella. Mamá se echa las manos a la cabeza. «¿Pero cómo puede ser?», piensa, e inmediatamente recuerda la pregunta que Mía le había hecho la noche anterior en la cena: «¿Qué come un bebé cachorro?». Por un momento no sabe qué hacer, pero opta por cerrar la puerta de la habitación y dejar allí a Pupy hasta que Mía vuelva del colegio. En el cole, Mía no deja de pensar en Pupy durante toda la mañana y apenas presta atención en clase. El profesor le pregunta unas cuantas veces si está bien. —Te veo muy pensativa —le dice, pero Mía afirma que se encuentra bien. Cuando por fin llega la hora de salida y mamá la recoge en el coche, se extraña cuando mamá le dice: —Nena, ¿por qué me preguntaste anoche qué comía un bebé cachorro? —Por nada… —Mía, ¿de dónde has sacado al perrito? —Lo has encontrado… —susurra Mía muy sorprendida—. ¿Qué has hecho con él? —Nada —la tranquiliza mamá—, está en tu habitación. Pero ahora, cuando lleguemos a casa, tienes que cogerlo y dejarlo donde te lo encontraste.

—No, mamá —replica Mía echándose a llorar—. Es mi mejor amigo. Se llama Pupy. —Mía, no podemos tener un perro. No hay más que hablar. Durante todo el camino a casa, Mía no deja de llorar. Al llegar, corre a su habitación y allí está Pupy. Se lanza a abrazarlo y entre sollozos le dice: —Mamá te descubrió y no te podemos tener en casa. Jamás te olvidaré, amigo Pupy. Obediente, sale de casa con el cachorro y lo lleva hasta el lugar donde lo había encontrado. Lo deja allí y coloca junto a él a Peluchín: —Pupy, aquí te dejo a Peluchín para que no te sientas solo. Entonces Mía escucha la voz de mamá a su espalda: —Mía, nena, venga, vamos, que mañana por fin es tu cumpleaños y tenemos que prepararlo todo. —Voy, mamá —contesta Mía mirando a Pupy—. Amigo, serías el mejor regalo de mi vida. Jamás te olvidaré.

Ha llegado el 21 de septiembre, el día en que Mía cumple años, y esta vez van a ser ocho. Siempre disfruta mucho celebrando su cumpleaños y le encanta que todos sus amigos del cole vayan a casa, abrir regalos, jugar, cantar, bailar… Pero este cumpleaños no tiene muchas ganas de celebraciones. Hace unos días que papá le contó que no podría estar en su fiesta porque tenía un viaje urgente del trabajo. Mía se quedó con el corazón partido, aunque al final comprendió que papá tenía que viajar. Pero además la despedida de su amigo Pupy la ha dejado muy triste. —Mamá, no quiero celebrar mi cumple. Mamá sabe perfectamente el motivo, pero aun así le dice: —Cariño, llevas todo un año esperando este día. Ya tenemos todo preparado, tus amigos ya vienen de camino... Mira a tu alrededor, todo está listo para tu fiesta. Mía observa por un momento y todo es perfecto. La casa está llena de globos rosas, hay una mesa grande repleta de comida e incluso han colocado una colchoneta, pero todo esto ahora no le importa. —Mami, todo esto me da igual, lo único que me importa es saber qué va a ser de mi amigo. —Cariño —le contesta mamá mirándola a los ojos—, verás como tu amigo va a ser muy feliz. Además estoy segura de que hoy vas a recibir un regalo que te va a entusiasmar, porque no has dejado de pedírnoslo a papá y a mí durante todo el año. Julia está en su habitación preparando una sorpresa para Mía antes de que lleguen los invitados. Desde allí escucha la conversación. Siempre siente mucho ver a su hermana pequeña triste y trata de ayudarla en todo lo que necesita, así que en ese momento decide salir para intentar animarla: —Claro, nena —le dice acercándose—. Venga, vamos a ducharte y a ponerte guapa para tu fiesta. Mía aún no está muy convencida, pero acepta lo que le propone y Julia la lleva hasta el baño mientras mamá termina de preparar algunos detalles de la fiesta.

—Nena, no te preocupes por tu amigo Pupy —empieza a decirle Julia cuando entran al baño—. Seguro que encuentra una familia que lo va a cuidar muy bien. —No, tati —contesta Mía echándose a llorar—. No entiendo por qué mamá no me deja que me lo quede. —Cariño, no llores más, que te pones muy fea —le dice Julia limpiándole las lágrimas y procura animarla mientras la baña. Por fin llega el momento de vestirse para la gran fiesta. La sorpresa de Julia es un vestido de la princesa favorita de Mía, la Cenicienta, que ha preparado para ella. Cuando lo saca y Mía lo ve, aún con lágrimas en la cara, se le escapa una sonrisa. —Nena, ¿te gusta? —le pregunta Julia. —Sí, tati, es el vestido de mi princesa favorita. —Venga, primero vamos a peinarte como Cenicienta y si quieres también te puedo maquillar un poco. Así vas a ser toda una princesa, aunque bueno, tú ya eres nuestra pequeña princesa. Mía ya está casi lista cuando sus amiguitos empiezan a llegar a casa. Está a punto de salir y ha quedado como una verdadera princesa, pero aun así sigue sintiéndose muy triste. —Nena, ya estás lista —dice Julia—. Es hora de salir, cariño. Aprovecha tu día. Llevas todo un año esperando este momento, así que ahora te toca disfrutarlo, ¿vale? Mía alza la mirada hacia Julia y con la cabeza le dice que sí. —Venga —la anima Julia—. Voy a salir yo primero y cuando te avise, sales, ¿vale? —Vale, tati —le contesta ella sin mucho convencimiento. Julia sale de la habitación y anuncia en voz alta: —¡Atención! ¡Todo está listo y vamos a recibir a nuestra princesa Mía! Mía,

cuando quieras puedes salir. Mía abre la puerta y se encuentra con todos sus amigos. —¡Felicidades! —gritan todos a la vez y se lanzan hacia ella para abrazarla. —Venga, todos a la mesa —anuncia mamá. Todos corren hacia allí menos Mía, que se queda la última. —Venga, cariño, ve con tus amiguitos —le dice mamá. Mía va hacia la mesa, pero muy lentamente. Sabe que es su gran día y que está vestida de Cenicienta, pero a pesar de eso se siente muy triste. La mejor amiga de Mía, Marta, ha notado que le pasa algo, pero no sabe qué puede ser. Cuando terminan de comer, no puede esperar más y se acerca a ella para preguntarle: —Mía, esta mañana estabas muy rara en el cole y ahora otra vez, ¿qué te pasa? ¿Por qué no me lo cuentas? Mía coge a su amiga de la mano y se la lleva a su habitación. Cierra la puerta y se desahoga contándole lo que ha pasado y cómo se siente. Mamá, que no le ha quitado ojo a Mía en toda la merienda, cuando ve que ella y su amiga se marchan, decide darles un momento antes de ir tras ellas. Después va a buscarlas y desde la puerta escucha a Mía llorando una vez más por su amigo Pupy. Entonces se le escapa una sonrisa y abre la puerta: —Pero ¿qué hacéis aquí? Venga, id fuera, que están todos jugando, y además ya vamos a partir la tarta y abrir los regalos. Por fin Mía y su amiga salen y se unen a todos los demás. Mamá va directa a la cocina para preparar la tarta y en pocos minutos avisa a Julia para que organice a los niños. —¡Vamos, todos a la mesa! —anuncia Julia—: ¡Llegó el momento de la tarta! Cuando mamá sale con la tarta, todos cantan el cumpleaños feliz.

—Nena —le dice Julia a Mía acercándose a ella—, pide un deseo antes de soplar las velas. —Deseo que mi amigo Pupy vuelva a casa —dice Mía antes de apagarlas y todos aplauden con entusiasmo. —Vamos, que toca abrir los regalos —le dice Julia. Mamá ha preparado una mesa con todos los regalos y los amigos rodean a Mía mientras ella los va abriendo. Hay muchos regalos y los abre uno a uno, pero ninguno le hace ilusión, aunque intenta disimular con una sonrisa forzada. Al final llega el momento de abrir el regalo de mamá, papá y Julia. Es una caja muy grande, y al romper el papel Mía se da cuenta de que es una bicicleta. Siempre había querido tener una, pero en aquel momento ni siquiera la bicicleta logra hacerle olvidar a Pupy. Ya ha abierto todos los regalos que había en la mesa y todos piensan que se han acabado, pero mamá anuncia de pronto: —Aún queda un regalo. Esperad un momento. Entonces sale de casa y vuelve a entrar con una caja rosa muy grande. Coloca la caja frente a Mía y le dice: —Cariño, estoy segura de que este regalo va a ser el mejor. Ya puedes abrirlo. Mía destapa la caja y encuentra a Pupy. No se lo puede creer y empieza a llorar de la emoción. Coge en brazos a Pupy y mira a mamá. —Muchas gracias, mamá. Sin duda es el mejor regalo de mi vida. Ahora sí creo en que los deseos se pueden hacer realidad. Entusiasmada, vuelve a abrazar al cachorro. —Pupy —le dice—, te prometo que te voy a cuidar el resto de tu vida. Sin poder evitarlo, empieza a saltar de felicidad. No puede creer que Pupy vaya a quedarse en casa para siempre. Pero de repente se queda parada, mira a mamá y le pregunta:

—Mami, ¿en qué momento has decidido traer a Pupy? —Nena, en el primer instante en que vi que tus lágrimas salían del corazón. Entonces supe que Pupy tenía que estar aquí contigo. Aproveché el momento en que tu hermana te estaba bañando para ir a por él. Mía vuelve a saltar de alegría: —¡Gracias, mami! —grita—. ¡Vamos a jugar con Pupy! —les dice a sus amigos —. Vais a ver qué juguetón es. Mamá se queda observando cómo juegan todos los niños encantados con el perrito y, al ver cómo sonríe Mía, piensa: «Ahora sí es mi hija».

Siempre que mamá se marcha a trabajar, a pesar de que Julia ya es mayor y responsable, le da mucho miedo dejar a las hermanas solas en casa. Pero no tiene otra opción… Al menos se consuela pensando que va a estar fuera solo cinco horas; lo que no sabe es que en esas cinco horas a Mía le da tiempo a hacer mil y una travesuras. Aquel día al quedarse solas, Mía le dice a Julia riéndose: —Tati, ¡solas en casa! —Sí, por fin puedo ver lo que yo quiera en la tele sin que mamá ni nadie me moleste, ¡yujuju! —dice Julia al tiempo que coge el mando y pasa de un canal a otro para ver qué están echando. De pronto, en uno de los canales aparecen los dibujos preferidos de Mía. Esta estaba jugando con Pupy y ni siquiera estaba mirando la televisión, pero al escuchar los dibujos dice: —Tati, tati, déjalos, que quiero verlos. —No. Estás distraída con Pupy. Ahora me apetece ver a mí la televisión. —A mí me da igual —replica Mía con una rabieta—. ¡Pon mis dibujos! —Y como ve que Julia la ignora por completo, insiste—: Es que no me estás escuchando. Julia se enfada. —Nena, te he dicho que no, que ahora voy a ver yo una serie. Si quieres verlos, ve al cuarto de mamá. —Pues no, ¡vete tú! —responde Mía muy enfadada (y justo en ese momento se le ocurre una grandísima idea ahora que se acerca la fiesta de Halloween, un plan para molestar a Julia) y le dice—. Está bien, te dejo tranquila para que veas tu serie. Pupy y yo seguimos jugando, pero antes voy al baño, ¿vale, tati? Julia la mira y pone un gesto de satisfacción pensando «¡Ajá, me salí con la mía!».

Al caminar hacia el baño, Mía mira hacia atrás para comprobar que Julia está distraída. Entonces corre hacia la habitación de mamá. Ha recordado que una vez descubrió que el mando de la televisión de mamá también cambiaba la tele del comedor, así que va a la mesita de noche, lo coge y se lo esconde entre el pantalón y la camiseta. Cuando vuelve a entrar en el comedor, Julia se sorprende:

—Nena, ¿ya has hecho pipí? —No, tati, es que en el camino se me quitaron las ganas. A Julia le suena raro, pero está tranquila porque piensa que Mía no puede hacer ninguna travesura estando ahí con ella. —Venga, nena —le dice a Mía con una sonrisa—, sigue disfrutando de que Pupy esté aquí, que al final lo conseguiste. Mía se pone a jugar de nuevo con Pupy, pero de vez en cuando mira la televisión para controlar a Julia. En cuanto ve que Julia está distraída, saca el mando, con mucho disimulo cambia el canal y sigue acariciando a Pupy tan tranquila. —Nena —dice Julia sorprendida—. ¡El canal se ha cambiado solo! —Tati, ¿cómo se va a cambiarsolo? —contesta Mía girándose como si no supiera nada—. Le habrás dado sin querer al mando. —Que no, nena, que el mando está encima de la mesa. Julia agarra el mando y vuele a poner la serie. Pasados unos segundos, Mía vuelve a observar a Julia y cuando la ve distraída de nuevo, ¡pum!, vuelve a cambiar el canal. —¡Nena, mira, mira, otra vez se cambió la televisión sola! —Tati, deja de gastarme bromas, que a mí me dan mucho miedo estas cosas… —contesta Mía. —Que no, nena. Ven, siéntate aquí conmigo y verás. Mía se levanta de la silla y se sienta en el sofá:

—A ver, tati, pon otra vez la serie. —Mira, nena —dice Julia después de poner la serie—, dejo aquí el mando para que veas que es cierto lo que te estoy diciendo.

Mía por dentro se está muriendo de la risa. Por un momento intenta idear cómo va a cambiar de canal ahora sin que Julia se dé cuenta. Sigue teniendo el mando entre el pantalón y la camiseta, así que piensa: «Ya sé. Me voy a sentar muy atrás para que Julia no me vea». Efectivamente Julia está sentada en el borde del sofá muy atenta a la televisión para controlar si el canal se cambia de nuevo. Mía aprovecha para levantarse la camiseta y muy rápidamente le da al mando. —¡Ves, nena, otra vez! —exclama Julia levantándose del sofá. —Tati, es verdad. ¡Qué miedo! —dice Mía y simula que empieza a llorar—. Tati, ¡hay un fantasma en casa! Pupy se acerca a los pies de Mía para consolarla y Julia, que está flipando, decide apagar la televisión. —Nena, ya está. La apagamos y ya. Tranquila, venga, ve y sigue jugando con Pupy. Puedes enseñarle a sentarse y así cuando venga mamá se lo muestras. Mía la hace caso y al alejarse, de espaldas a Julia, aprovecha para reírse. Se sienta en el suelo con Pupy, pero sin dejar de controlar a Julia, que ahora está mirando el móvil. «Este es el momento —piensa Mía—, ahora tengo que hacer que estalle la bomba». Y ¡pum!, enciende la televisión. Julia, que está concentrada tranquilamente con su móvil, escucha de repente la televisión. Levanta la cabeza y se queda mirándola fijamente. «No puede ser — piensa sin parpadear—. ¿Es cierto lo que estoy viendo?».

En ese momento Mía vuelve a apagar la televisión y a Julia se le cae el móvil de las manos. Acaba de ver con sus propios ojos cómo la televisión se ha apagado sola. «Ahora sí que me estoy muriendo de miedo», piensa. Se levanta corriendo del sillón y coge a Mía del brazo para sacarla de casa. En ese momento a ella se le cae el mando al suelo, pero Julia está tan asustada que ni siquiera escucha el golpe. Saca a Mía a toda prisa y cierra la puerta sin darse cuenta de que, con el susto, no ha cogido las llaves ni el móvil y además Pupy también se ha quedado dentro. Mira la hora en el reloj que lleva puesto y aún faltan tres horas y media para que llegue mamá. —Nena, tenemos que esperar aquí a que llegue mamá. —No, tati, tenemos que entrar en casa sí o sí, que Pupy se ha quedado solo — replica Mía. —Nena, no podemos, no tenemos llaves. Además en casa hay un fantasma. —Que no, tati, ¡que tenemos que entrar como sea! Podemos ir por detrás, la puerta del patio está abierta. ¡Yo salto si quieres! —¿Cómo vas a saltar? ¡Lo que faltaba!, que te caigas. —Pues salta tú, tati —insiste Mía. —Que no, nena, que a mí me da miedo, que dentro hay un fantasma. Vamos a esperar aquí a que vuelva mamá y le contamos lo que ha pasado. Mamá nos va a creer porque lo hemos visto las dos. Además, ¿es que no te da miedo el fantasma? —Tati —contesta Mía nerviosa; sabe que el mando de mamá se ha quedado tirado en el suelo y que Julia podría descubrirla si lo ve—, no es eso, es que es que Pupy se ha quedado solo dentro y además mamá nos tiene dicho que no salgamos de casa cuando ella no está, y cuando venga y nos vea aquí, nos va a castigar. —No, tranquila, que mamá nos va a creer y Pupy va a estar bien. Ven, vamos a sentarnos aquí a esperar.

Se sientan en el rellano. Julia le echa el brazo por detrás a Mía y la abraza con fuerza. —Tranquila —le dice—. Mamá va a entenderlo. Ella sabe que nosotras nunca salimos de casa. Mía está pensando: «Si a mí lo que menos me preocupa es que nos regañen por salir, lo que me preocupa es que el mando de mamá se ha caído al suelo. No sé si se habrá roto… Además, mamá me va a castigar por coger su mando y encima hacerle creer a Julia que hay un fantasma en casa. ¡Uff, Mía, en qué lío te acabas de meter! Prepárate», se dice. El rato va pasando y siguen abrazadas, pero sin hablar. Mía sigue pensando en un plan para poder salir del problemón y ya se le ha ocurrido uno, solo tiene que esperar a que Julia se duerma. «Si se duerme, estoy salvada», piensa, y se hace la dormida para ver si así a Julia también le entra sueño. Y al cabo de un rato lo consigue, ¡Julia se queda dormida! —Tati, ¿estás despierta? —le pregunta muy suavemente para comprobarlo, y como ve que no le contesta, le coge el brazo y muy despacio se lo deja sobre la barriga. «¡Por fin! —piensa Mía—. ¡A por el plan!». Sale corriendo hacia la parte trasera de la casa decidida a saltar el muro. Es alto, pero no tarda en encontrar una caja sobre la que subirse. Le da miedo pero tiene que hacerlo. «Mía —se dice—, ¡vamos allá!». Salta y por el otro lado se deja caer poco a poco arrastrando las rodillas por el muro. «Es el momento de soltarse», piensa. De modo que se suelta y cae al suelo, pero no se hace daño. Entonces corre hacia dentro y ahí está el mando. Se le había salido la tapa de detrás. Mía se agacha, le pone la tapa y va a dejarlo en su sitio. Cuando lo vuelve a colocar en el cajón, respira hondo. «De la que te has librado —piensa tocándose la frente y se echa a reír—. ¡Uy! Julia sigue fuera durmiendo —recuerda—. Tengo que salir antes de que se despierte para que no me vea». Antes de salir, acaricia a Pupy para que esté tranquilo y luego vuelve al patio para salir por donde ha entrado, pero ahora tiene otro problema, ¿cómo se sube al muro por este lado? «¿Y si pongo una silla? —piensa—. Pero, claro, ¿luego cómo la quito? La silla ahí colocada va a cantar mucho». Un nuevo problema, y esta vez no sabe cómo salir de él. «Si salgo por la puerta, Julia está durmiendo

pero va a escucharme. Y por aquí no puedo saltar. ¡Oh, no! ¿Qué hago? Piensa, Mía, piensa, que el tiempo se te agota». Finalmente se decide a salir por la puerta. «Si Julia se despierta, pues le digo que necesitaba urgentemente ir a hacer popó y he tenido que saltar. ¡Venga! —se dice—. ¡Vamos a salir!». Abre la puerta muy despacio y se da cuenta de que Julia no está. «¡Dios! Julia se ha despertado y seguramente me está buscando». Cierra la puerta a toda prisa y decide sentarse y esperar a que Julia vuelva. —¡Míaaaa! ¡Míaaaa! —grita Julia por fuera. Está buscando a Mía desesperada y a punto de echarse a llorar: «No puede ser. ¿Dónde está?»—. ¡Míaaaa! ¡Míaaaa! Mía escucha al fin los gritos de Julia llamándola. Se levanta y sale corriendo para fuera. —¡Tati! ¡Eeeh! Estoy aquí —la avisa levantando la mano. Julia se gira y, al verla, sale corriendo hacia ella y la abraza. Después la coge por los hombros con las dos manos y, zarandeándola, le pregunta: —Pero ¿dónde te habías metido? ¿Por qué te vas sin decirme nada? ¿No me ves que estoy desesperada buscándote? —Ay, tati, me estás haciendo daño, suéltame. Fui a tocar a la vecina para ver si me dejaba entrar al baño. Pero no había nadie y cuando volví, tú ya no estabas, así que me senté a esperar a que volvieras. En cuanto te he escuchado he salido —se excusa tocándose los hombros, porque Julia con los nervios no ha controlado su fuerza y le ha hecho daño. —Nena, lo siento mucho —le dice Julia al ver que está dolorida—. Fue sin querer. Yo pensaba que te habían secuestrado. Me quería morir. Cuando he oído tu voz, el corazón me latía a mil. —No pasa nada, tati. Todo esto está pasando por mi culpa. —No, cariño, esto no es culpa tuya. Es culpa del fantasma que hay en casa. Vamos a esperar a mamá en la puerta, que tiene que estar al llegar ya. Las dos van a la puerta de casa mientras Julia se seca las lágrimas de los ojos. Se vuelven a sentar, Mía junto a la puerta y Julia enfrente.

—Veo, veo —dice Mía proponiéndole a Julia jugar.

—¿Qué ves? —Una cosita. —¿Qué cosita es? —Empieza por la letra M.

—¡Marco! —No, ¡es mamá! Julia se gira y ahí está mamá.

—Mamá, todo tiene una explicación —contesta Julia. —Venga, levantaos del suelo. Entrad a casa. Ya podéis tener una buena explicación… Las tres entran en casa y Julia, nerviosa, le explica a mamá lo sucedido. —Venga —dice mamá muy sorprendida—. ¿Es eso verdad? —Mami, en serio —dice Mía—. Tati está diciendo la verdad. Nos tienes que creer. Pero mamá no las cree. —Que sí, mamá —dice Julia llorando—. Que es verdad. Mira el móvil en el suelo. Cuando se apagó la televisión, se me cayó del susto y yo solo pensé en coger a Mía y salir para fuera corriendo. Al ver el móvil en el suelo y que Julia está llorando de verdad, mamá las cree: —Vale, tranquilas. Vamos a encender la televisión. Seguramente está fallando y tengamos que comprar una nueva. Los fantasmas no existen. Las tres se sientan en el sillón y encienden la tele. Julia está esperando a que el fantasma se manifieste de nuevo, pero pasan unos minutos y la televisión funciona como siempre. —No puede ser, mamá —dice Julia sorprendida—. Ahora va perfectamente, pero lo que te estamos contando es verdad. —Nena —dice mamá levantándose del sillón y mirando a Julia—. Te creo, no pasa nada, pero la próxima vez que pase algo así no quiero que salgas de casa. Me llamas por teléfono y vengo corriendo, ¿de acuerdo? —Está bien, mamá —contesta Julia. —Venga, estad tranquilas y disfrutad de Pupy, que se habrá asustado al veros salir tan de repente. Voy a ducharme y ahora os preparo vuestra merienda

favorita. «¡Uf! Al final todo ha salido bien —suspira Mía para sí—. ¡Gracias, Dios, por salvarme de una gran bronca!».

Aunque ya han pasado un par de días desde que tuvo lugar el suceso del fantasma, Julia sigue muy asustada. No quiere dormir sola ni estar sola en casa, así que desde entonces pide a Mía que la acompañe hasta para ir al baño. Mía, por su parte, está encantada, porque ahora Julia le presta atención todo el rato, juegan, hacen las tareas juntas… Hoy es el día libre de mamá, y ese día siempre aprovecha para limpiar a fondo cuando las niñas están en el cole. Se pone la música a todo volumen y manos a la obra. Va pasando habitación por habitación, y al final toca el comedor, donde mueve el sofá para barrer y fregar por debajo. «Uff, ¡cómo pesa esto! —piensa secándose el sudor de la frente—. ¡Vamos, otro empujón más! —se dice, y al mirar al suelo ve que hay una pila—. Pero ¿qué hace aquí está pila? ¿De dónde será?», piensa agachándose a recogerla, y la deja encima de la mesa sin darle mayor importancia. Pero para su sorpresa se encuentra otra y, después, cuando está barriendo debajo de la mesa, descubre otra pila más que sale rodando al pasar la escoba. «Esto ya sí que es extraño —se dice preguntándose de dónde serán—. Por el tamaño pueden ser del mando de la tele…», pero al coger el mando, ve que tiene sus pilas puestas, así que de ahí no pueden ser. «Ah, ya sé, son las del mando del DVD», piensa entonces, pero al sacar el mando ve que tampoco son de ese. «¡Qué extraño!». No para de darle vueltas a la cabeza y revisa todos los aparatos del comedor que llevan pilas de ese tamaño, pero todos tienen sus pilas. Mosqueada, busca en los aparatos que llevan pilas de toda la casa, pero nada, no consigue averiguar de dónde son. «Esperaré a preguntarles a las niñas», decide finalmente dejándolas encima de la mesa para seguir con la limpieza. Termina justo a tiempo para ir a recoger a Mía con Pupy y hoy decide esperar también a que salga Julia para volver juntas a casa y poder preguntarles. —Me he encontrado unas cuantas pilas limpiando —les comenta en el trayecto de vuelta—. ¿Vosotras sabéis de qué son?

—No, mamá —contesta Julia, sin embargo, Mía se queda callada sin decir ni media palabra.

—¿Y tú, Mía? —insiste mamá. —Mmm… no, mami. ¿Qué son pilas? —Sí, nena, hazte la tonta, como si con ocho años que tienes no fueras a saber qué son unas pilas —salta Julia. —Nena, esa boquita —le reprende mamá. —Perdón, mamá. ¡Pero cómo no va a saber la hermana qué son unas pilas! —Bueno, ahora cuando lleguemos a casa verás lo que son —dice mamá. —¡Ah, mami, ya sé! Es con lo que funciona el mando de casa, ¿verdad?

—¿Ves como sí sabes lo que es? —dice Julia. —¡Ay!, que me dejes en paz. —Pues si es que es verdad, enana. —¡Ya está! Dejad de pelear —les corta mamá. Cuando llegan a casa y mamá les enseña las pilas, las dos dicen no saber de dónde han salido, pero esto deja a mamá más mosqueada todavía. Así que decide llamar a papá: —Dime, cariño —contesta él al teléfono. —¿Por casualidad no sabrás tú de dónde son unas pilas que he encontrado en el suelo del salón? —No. ¿Les has preguntando a las niñas? —Sí, pero ellas tampoco lo saben.

—Bueno, no te rayes, que son unas pilas. Quizá estaban olvidadas en otro sitio y Pupy las ha llevado hasta allí. ¡A saber cuánto tiempo llevan por ahí rondando! —No, no pueden llevar mucho tiempo porque limpio a fondo cada semana y no las había visto. —Pues serán del algún mando… —He estado mirando por todos los aparatos de casa, pero tienen sus pilas. Por eso estoy así de rayada… —Sí, mi amor, ya veo. ¡Menos mal que son unas pilas porque si llega a ser otra cosa me haces salir del trabajo para ir a casa! —contesta papá riéndose. —¡Pues a mí no me hace ninguna gracia! —contesta mamá enfadada. —Vale, vale, cariño. A ver, ¿has mirado el mando que hay en mi mesita? —¡Ah! No me acordaba, es lo único que no he mirado. Venga, voy a ver. Nos vemos esta noche. Te quiero. —Mami, ¿qué te ha dicho papá? —le pregunta Mía cuando cuelga el teléfono. Pero mamá, sin contestar, va a su habitación a buscar en la mesita y, ¡efectivamente!, descubre que las pilas misteriosas son de ese mando. —¿Vosotras habéis cogido este mando? —les pregunta a las niñas saliendo de la habitación con él en la mano. —No —contestan las dos. —Vamos, quiero saber la verdad. Las pilas no han llegado al salón por arte de magia. —Mamá, yo no tengo ni idea de cómo han llegado las pilas hasta aquí — contesta Julia. Mía intenta cambiar de tema: —Mami, tengo hambre. ¿Comemos ya?

—Mía, has sido tú, ¿verdad? —Que no, mami. —Te conozco perfectamente, como que te he parido. Ahora vamos a comer, pero primero me cuentas para qué has cogido el mando. Mía se queda callada. —Te estoy diciendo que me lo cuentes y mi paciencia se está agotado —le advierte enfadada. —Mamá, ¿pero para qué va a coger la hermana el mando? —comenta Julia—. No tiene lógica. —Primero escucha a tu hermana lo que tiene que decir, y verás como seguro que le encuentras la lógica. Vamos, Mía, estoy esperando. —Mami… —susurra Mía, pero luego se queda callada. —¡Cuéntalo ya! Vamos. —Es que el otro día se me ocurrió gastarle una broma a la hermana… Antes de que Mía termine de contar lo que sucedió, Julia se da cuenta de todo: —¡Nooo! Nena, ¡entonces lo del fantasma es mentira! ¿Eras tú? —Sí, tati —contesta Mía bajando la cabeza. —¿Qué os tengo dicho de no tocar las cosas de mi habitación? —dice mamá. —A mí no me eches la culpa, yo no tengo nada que ver —se defiende Julia. —Mami, solo quería gastar una broma a la hermana. Nunca pensé que ella se asustaría tanto. Y por miedo a que me castigaras no dije que era una broma. —¡Pues mira por dónde te ha salido la broma! —replica mamá—: ¡Vas a estar castigada una semana sin salir fuera! Y por engañar de esa manera a tu hermana olvídate de tablet y videojuegos. Vas a estar metida en tu habitación haciendo deberes que yo misma te voy a poner. Ahora, venga, a lavaros las manos y a

comer. En ese momento suena el teléfono de mamá. —Hola cariño —contesta mamá. Papá está llamando porque se ha quedado dando vueltas al tema—. Ya está todo aclarado… Nada, luego te lo cuento porque es una larga historia. No te preocupes que todo está bien. —Ok, cielo. Nos vemos esta noche. Te quiero. Mientras tanto, Julia y Mía han ido a lavarse las manos. —Pero, nena, ¿cómo eres tan mala? —le pregunta Julia en el baño—. ¿Por qué haces esas cosas? Viste que me iba a dar un infarto. Estos días tenía tanto miedo que no he querido estar sola en ningún momento y tú no has abierto la boca. —Tati, es que nunca habías compartido tanto tiempo conmigo. No quería decirte nada para que siguiéramos pasando rato juntas y me hicieras caso. —¿Más caso, dices? Nena, si cada vez que estamos solas siempre estoy pendiente de ti para que no me metas en un lío. Ya veo que eres mucho más lista que yo y siempre me la acabas jugando. Pero se acabó, ya sé que no hay ningún fantasma en casa y ahora ya puedo volver a estar sola en mi habitación. ¡Yujuuu! Antes de salir del baño Julia se sacude las manos en la cara de Mía y la deja allí sola. —Mía, ¿qué te queda? —escucha decir a mamá cuando ya se está secando las manos—. ¡Vamos, que la comida se enfría! Mía se da prisa y también come rápido para poder levantarse de la mesa cuanto antes, pero mamá se le adelanta: —Ahora cuando termines de comer —le dice— te metes en tu habitación y quiero que escribas doscientas veces «No volveré a gastar ninguna broma a mi hermana», ¿ok? —¿Doscientas veces, mami? —Exactamente.

—Puff —resopla Mía. —Termina de comer y no resoples tanto… Gracias a las pilas descubrieron al fantasma y Julia pudo volver a estar tranquila en casa, ir al baño sola y dormir sin ningún miedo. Mía estuvo castigada todo el tiempo que había dicho mamá y no le quedó más remedio que escribir doscientas veces la frase. Después mamá le hizo escribir otras doscientas veces «Nunca volveré a coger nada del cuarto de mamá».

El otoño ha ido pasando y por fin ha llegado una de las celebraciones favoritas de Julia y Mía. —Mamá, ¿este año vamos a ir como siempre al pueblo en Halloween? — pregunta Julia muy emocionada un día antes de la fiesta. —Cariño, este año no podemos permitírnoslo económicamente. Hemos tenido muchos gastos —le explica mamá—. Pero no te preocupes porque os voy a hacer un disfraz a cada una y saldremos a pedir caramelos por las casas del barrio. A Julia le entusiasma la idea porque siempre han pasado Halloween en el pueblo y nunca con los amigos del barrio, pero algo no le cuadra. —Pero mañana ya es Halloween, ¿te va a dar tiempo a hacerlo? —Como siempre guardo todo tipo de cosas, voy a revisar lo que tengo y os voy a hacer un disfraz casero. ¡Verás qué buenos trajes van a quedar! —Vale, mamá, pero tienes que hacérnoslos superchulis, ¿eh? —Que sí, venga, vete a jugar un rato fuera y así controlas a tu hermana, a ver qué está haciendo. Cuando Julia se marcha, mamá se queda muy rayada porque se da cuenta de que solo tiene un día y medio para preparar los dos disfraces, así que decide ponerse manos a la obra. Baja al trastero y rebusca por todas las cajas, ¡y encuentra un montón de cosas que le valen! Lo que más le llama la atención son unas cortinas blancas. «Mmm, ¿para qué guardaría yo esto? —piensa—. Bueno con estas haré el disfraz a Julia». Separa todo lo que cree que puede servirle y llena de cosas una caja gigante. «¡Listo! Con todo esto algo me saldrá», se dice. De allí va directa al cuarto de la costura y se pone manos a la obra. A Julia le hace un vestido de novia cadáver, pero antes de terminarlo suena el timbre de

casa. —¡Va! —grita mamá. Cuando abre ve que son Julia y Mía, y que Mía está llorando.

—¿Por qué lloras? —le pregunta. —Pues, mamá —empieza a hablar Julia rápidamente— porque le he regañado porque se estaba peleando con la vecina. —Mentira —dice Mía—. Mami, la vecina me ha llamado fea y yo para defenderme le he dicho que ella está gorda. —Pero, Mía, ¿cuántas veces te he dicho que no quiero que seas maleducada? — la regaña mamá. —¡Pero fue ella quien empezó, mami! —No, mamá, fue Mía —aclara Julia. —Tú te callas, mentirosa —replica Mía fuera de sí—. ¡Solo quieres que mamá me castigue! —Bueno, ya. Pasad para dentro las dos ahora mismo. No quiero que salgáis más en todo el día. —Pero, mamá, si yo no he hecho nada —suplica Julia—. Déjame salir. —No, vamos, las dos para dentro. Las dos entran empujándose y replicándose la una a la otra. —He dicho basta. Como sigáis así no os hago ningún disfraz —dice mamá muy enfadada. —¿Qué disfraz, mami? —pregunta Mía. —¡Mira! Ya ha dejado de llorar —salta Julia.

Mamá se dirige hacia el cuarto donde les está haciendo los disfraces. Mía corre tras ella y Julia, con mucha curiosidad, va detrás. —¡Wow! Mami, pero ¿qué es todo este desorden? ¿Qué estás haciendo? —Vuestros disfraces, nena. A ver, ¿a ti de qué te gustaría disfrazarte? —Mmm, ¡de bruja! —¿De bruja otra vez? Si ya te disfrazaste de eso el año pasado —dice Julia. —Me da igual. Yo quiero de bruja, mami —le dice con toda seguridad. —Mamá —dice Julia—, pues yo quiero de... —Tú quieres de novia cadáver, que es el que te estoy haciendo. —¡Wow! ¡Me encanta! Sí, sí, mamá. ¡Voy a ser una novia! ¡Yupi! —Jo, mami… —replica Mía—. Yo también quiero. —¡Qué envidiosa eres! —le dice Julia—. ¿No querías de bruja? —¡Basta, Julia! Deja a tu hermana en paz —dice mamá algo cansada. Y luego mira a Mía—. Nena, o de bruja o de otra cosa, pero de novia no puedes, que solo tengo estas cortinas blancas. —Pero ¿de verdad me vas a hacer el disfraz con cortinas? —pregunta Julia. —Pues sí, nena, con cortinas. Al menos vas a tener disfraz. —Es verdad, mamá —asiente Julia—. Hay muchos niños que no pueden disfrazarse. Lo siento. —Vale, mami, pues yo me disfrazo de bruja —afirma Mía—, y no tienes que hacerme ningún disfraz, me pongo el del año pasado. —¡A ver si te piensas que siempre vas a quedarte pequeña! ¡Pues anda que no has crecido este año! —comenta mamá—. Bueno, venga, las dos para fuera, no me hagáis perder más tiempo. ¡Y no quiero escucharos pelear! —les advierte cuando ya se marchan, pero ellas no contestan—. ¿Me habéis escuchado?

—¡Que sí! —responden las dos a la vez. —¡Chispita! —salta Mía, porque siempre que dicen algo a la vez, quien antes pronuncie esta palabra hace que la otra tenga que quedarse parada como una estatua. —Anda, déjate de chispita y chispito —contesta Julia metiéndose en su habitación sin hacer caso del juego. Mía se queda en el comedor y la tarde pasa rápidamente. Cuando mamá mira la hora son las ocho y media. «Se me echa el tiempo encima. Aún tengo que hacer la cena y terminar el disfraz de Julia». —¡Juliaaaaa! —grita mamá, pero Julia no da señales, así que mamá la sigue llamando, pero es Mía quien contesta al escucharla desde el comedor: —Mamá, ¿qué quieres? —¿Tú te llamas Julia? —Ay, mami, pues no. Yo creo que cuando nací me pusieron Mía. —¡Mírala qué graciosilla! Anda, llama a tu hermana. Mía entra en la habitación de Julia y ve que está con los cascos puestos. —Tati, tati —la avisa tocándole la espalda. —¡Ay! —se sorprende Julia y se quita los cascos—. ¡Qué susto me has dado! —Sí, vamos, ni que fuera un fantasma… Te llama mamá. Julia va al cuarto de costura y mamá la regaña por no contestar cuando la llama. —Estaba escuchando música con los auriculares —se disculpa Julia. —Ven, pruébate esto a ver cómo te queda. —¡Genial! Ya casi lo tienes terminado. —¡Qué ojo tengo, te queda perfecto! —se tira el farol mamá cuando Julia se lo

prueba. —¡Wow, mami! Parece un vestido de novia —dice Mía. —Pero, mamá, no me gusta —comenta sin embargo Julia—. Es que se queda muy caído. —No te preocupes, mañana busco el cancán de tu comunión.

—¡Genial! —Mami, ¿y mi disfraz? —pregunta Mía. —Con el tuyo me pondré manos a la obra después de cenar. —Mmm, sí, que tengo mucha hambre —dice Mía tocándose la tripa y relamiéndose. Papá llego justo a la hora de cenar y todos se sientan a la mesa. —Buah, papi —comenta Mía cuando ya están todos cenando—. Voy a ser una bruja y mañana te voy a hechizar. —¡Uyyy! ¡Qué miedo! —contesta papá entre risas. Después de cenar, papá se da una ducha y Julia y Mía se ponen a ver la tele, pero mamá se mete nuevamente al cuarto de la costura. Antes de irse a dormir papá pasa a darle las buenas noches a mamá. Al entrar coge el sombrero de bruja y se lo pone: —Buuu —le dice acercándose a ella—. Esta noche te voy a hechizar. Mamá lo mira y se echa a reír.

—¿Sí? ¿Qué hechizo me vas a hacer? —Mmm, es secreto de brujo —contesta él haciendo reír a mamá de nuevo—. Bueno, y fuera de bromas, ¿te queda mucho?

—No, como Mía quiere ir de bruja otra vez solo hace falta ponerle un bajo al vestido del año pasado. —Bueno, sí que nos ha salido una hija un poco brujilla —contesta papá riendo. —¡Y tan brujilla! —responde mamá. Papá da un beso de buenas noches a mamá y se marcha para acostarse porque está cansado. —Princesas, buenas noches —les dice a las niñas desde la puerta del comedor. —Buenas noches papi. —Que descanses, papá. Mía está que se cae de sueño. Le pesan los ojos e intenta aguantar, pero al final se queda dormida. Sin embargo, Julia sigue despierta viendo la tele cuando mamá sale del cuarto a la una de la mañana. Por fin tiene los disfraces listos y cuando ve que las niñas siguen en el sofá les manda a la cama inmediatamente. Al día siguiente es domingo y las niñas duermen hasta tarde. Mamá las deja dormir hasta que quieran porque sabe que esa noche van a acostarse tarde. Por la tarde preparan los últimos detalles. Mía y Julia están deseando vestirse. —Vamos, niñas —dice mamá—, es la hora de vestirse, así cenáis ya disfrazadas. —¡Yujuuu! —exclama Mía muy contenta. —Primero voy a maquillar a Julia, que con lo desastre que eres, Mía, seguro que tú te tocas el maquillaje. Mamá maquilla a Julia como una verdadera novia cadáver. Después le toca a Mía, y mientras tanto Julia se va vistiendo. Mamá tarda mucho menos en maquillar a Mía, a pesar de que ella no para de menearse. —¡Lista! Nena, no te vayas a tocar la cara, ¿eh? —No, mami —contesta Mía—. Tati, ¿qué tal he quedado?

—¡Wow! ¡Estás genial! —contesta Julia. —Guapísima, mi niña —dice mamá, y luego le dice a Julia—: Venga, ayuda a tu hermana a vestirse mientras yo preparo la mesa. Cuando mamá termina de preparar la cena, Julia y Mía ya están listas, pero tan nerviosas que no pueden ni probar bocado. —Mamá, no queremos cenar. Queremos salir ya. —Tenéis que cenar. Terminad mientras yo me visto. —Tati, yo no tengo nada de hambre —dice Mía cuando mamá se va—. ¿Y si tiramos la comida a la papelera? —Yo tampoco… Venga, vamos a tirarla y esperamos aquí sentadas hasta que salga mamá y vea que hemos terminado. Sin pensarlo más, tiran la comida a la basura. —Nena, pero no la tires toda, que eso va a cantar mucho. Deja algo en el plato. —Vale, tati. También tiran una bolsa de patatas vacía para tapar la comida. —Así mamá no la verá —dice Julia, y las dos se echan a reír y chocan las manos —. Somos unas cracks. Venga, vamos a la mesa, que mamá está a punto de salir. Julia y Mía se vuelven a sentar y esperan a que salga mamá. En cuanto la escuchan venir hacen como que están terminando de cenar. —Míralas las que no tenían hambre —comenta mamá—, y os lo habéis comido casi todo. Muy bien. —Mamá, ya no queremos más —dice Julia—. ¿Nos podemos ir ya? —Venga, id a por vuestras cestas de calabaza mientras yo recojo la mesa. Así lo hacen y antes de salir mamá intenta dejarlo todo recogido. Cuando va a tirar los restos a la basura, le parece ver comida dentro. Se queda mirando

fijamente y levanta la bolsa de patatas para asegurarse de lo que está viendo. Toda la cena está en la basura; se queda alucinada. «Ya me extrañaba a mí que estas niñas se comieran casi todo». De muy mal humor, deja los platos en el fregadero y escucha a las niñas discutir por las cestas.

—Niñas, ¿os habéis quedado con hambre? —les pregunta alzando la voz. —No, mamá, nos hemos quedado satisfechas, además la cena estaba superrica —contesta Julia. —¿Así que estaba superrica? ¿Qué, le habéis preguntado a la basura si estaba buena o no? Julia y Mía se miran y no saben qué decir. —Venga, ya os podéis quitar la ropa que no vamos a ir a ningún sitio. —No, mami, por favor. Perdónanos —le pide Mía. —¡Ni perdón ni no perdón! Os voy a enseñar yo a vosotras que no se tira la comida y mucho menos se le miente a mamá. Vamos, ven para acá que te quite el maquillaje, Mía. —No, mami, no. —Por favor, mamá, no —dice Julia—. Mira qué guapas nos has dejado. Venga, vamos a salir. Nunca jamás lo volveremos a hacer. —Por supuesto que nunca más lo vais a hacer porque no vais a ir a ningún sitio, y no quiero escucharos más. Se acabó la conversación. Ven aquí para que te desmaquille. Mamá desmaquilla a Mía mientras ella no para de llorar y Julia se desmaquilla sola. En ese momento llega papá de trabajar y se encuentra el percal.

—Pero ¿qué es lo que pasa aquí? —¿Que qué es lo que pasa? Que nos han salido unas niñas muy listas. Pero aún les queda mucho por aprender. ¡A mi edad van a intentar engañarme! Cuéntale lo que ha pasado, Julia, cuéntale. —Lo que habéis hecho está muy mal —afirma papá cuando se entera de todo—. Castigadas estáis, así aprenderéis y el día de mañana estaréis agradecidas de la

educación que os estamos dando —dice y las manda a las dos a dormir. Todas las horas que mamá estuvo cosiendo no sirvieron de nada, porque las niñas finalmente no salieron en la noche de Halloween. Pero tenían que aprender que lo que habían hecho no estaba bien.

Una mañana de noviembre Julia se despierta con un enorme dolor de tripa. Al destaparse para levantarse se da cuenta de que su cama está manchada de sangre y se asusta tanto que no sabe qué hacer. Es consciente de que le ha bajado la regla, pero le da mucha vergüenza hablarlo con mamá. Se levanta corriendo, tapa la cama y se va al baño. Cierra la puerta y se echa las manos a la cabeza pensando: «¡Dios mío! ¿Cómo le digo esto a mamá?». —No, no, tierra trágame… Después de diez minutos pensando en cómo contárselo a mamá, esta entra en la habitación de Julia: —Vamos. ¡Arriba, que ya que es muy tarde! Se da cuenta entonces de que Julia no está en la cama.

—¡Juliaaa! ¿Dónde estás? —grita. —En el baño, mamá —contesta Julia muy nerviosa—. Ya salgo. Mamá sale de la habitación y se pone a hacer el desayuno mientras Julia aún no sabe cómo afrontar la situación… Por fin decide coger su móvil y buscar en Google: «¿Cómo contarle a mamá que me ha bajado la regla?». Le salen varios consejos sobre cómo decírselo, pero el que más le convence es este:

Establece una conexión con ella como mujer. No olvides que tu madre también ha pasado por esto. De hecho, es posible que aún menstrúe todos los meses. Lo que debes tener presente es que ella lo entiende y que está ahí para ayudarte. Tu madre cuenta con la experiencia necesaria para responder a las preguntas que tengas.

Julia, ya convencida de que se lo va a contar a mamá, se mira en el espejo, apoya las manos en el lavamanos y, muy seria, se dice:

—Julia, ya eres una MUJER. Y se echa a reír. Recuerda entonces que tiene que cambiarse y sale del baño corriendo hacia su mesita para coger unas braguitas. Entra de nuevo al baño, cierra el pestillo (cosa que mamá nunca les deja hacer) y rebusca en el mueble. No tarda en encontrar una caja en la que se lee: «Tampax». Se queda mirándola con cara sorprendida. «Upss. No, no, esto no». Sigue buscando y encuentra la caja de compresas: «Sí», piensa. Se mete corriendo a la ducha y cuando mamá escucha el agua desde la cocina, se extraña. —Nena, ¿estás bien? —pregunta llamando a la puerta. Julia, sorprendida, apaga el agua. —Sí, mamá, es que tenía calor y me apetecía darme una ducha rápida. Así mamá se queda tranquila y se va a seguir haciendo el desayuno. Cuando Julia termina de ducharse, llega el problema: abre la compresa y ve que es enorme. Se queda mirándola y piensa: «¿Pero esto qué es?». Lee la caja, que dice: «Cottonlike noche. Alas más largas y más anchas en la parte trasera». Lo cierto es que no entiende nada, así que finalmente se la pone. Ya está lista, y sale del baño en dirección a la cocina. «¡Dios, qué incómodo es esto! —va pensando—. ¡Si apenas puedo andar! Parece que estoy escocida. Si mamá me ve andar así, me va a preguntar que qué me pasa. Tengo que contárselo ya». Decidida, entra en la cocina para contárselo, pero resulta que papá está allí. «Uff, con papá delante sí que sí que no se lo cuento. Me muero de vergüenza. ¿Qué hago? Ya sé. Me siento en la mesa y ahí me quedo hasta que papá se vaya». Con mucho disimulo para aparentar naturalidad logra sentarse a la mesa, pero entonces papá le pregunta: —Julia, ¿qué te pasa? ¿Te duele algo? Estás muy rara y tienes la cara muy pálida. —No, papá —contesta rápidamente—. Estoy bien. Es solo que esta noche he tenido una pesadilla.

Al escucharla mamá le pregunta: —¿Aún sueñas con esa pesadilla por la que tantas noches hemos estado en vela? —Sí, mamá —contesta, y empieza a comer pensando: «Wow, les acabo de mentir a mis padres». —¿La de los puntitos blancos y grises que te quieren atacar? —le pregunta papá. —Sí, papá, pero no os preocupéis, algún día esta pesadilla desaparecerá — contesta Julia tratando de quitarle importancia, pues sabe que sus papás lo han pasado muy mal con ella por culpa de esos puntos extraños que se le aparecen en sueños. —Bueno, princesas —dice de pronto papá—. Os dejo, que llego tarde al trabajo. Se levanta, da un beso a mamá y luego se dirige hacia Julia: —Cariño, recuerda que solo es una pesadilla, mi vida. Le da un beso en la frente y se marcha. En cuanto escucha la puerta cerrarse, Julia empieza a llorar. Mamá, pensando que es por la pesadilla, va rápidamente a abrazarla: —No, mi niña. ¡Maldita pesadilla que volvió otra vez! —No, mamá, no es eso —le dice Julia apartándola. Mamá se queda extrañada. —¿Pero entonces qué te pasa, nena? Julia mira hacia abajo, pero mamá le coge la barbilla y le levanta la cabeza para mirarla a los ojos: —¿Qué te pasa? Puedes confiar en mí, hija mía, que yo estoy en este mundo por y para vosotras. Mamá empieza a asustarse, así que Julia, sin pensarlo más, le dice:

—Mamá, ya soy mujer. A mamá le impresiona la noticia, pero, para que Julia deje de llorar, empieza a hablarle: —¿Y por eso lloras, hija mía? Eso es algo normal en esta vida. Anda, deja de llorar —y empieza a acariciarle la cabeza con dulzura—. Esto es algo por lo que sentirse feliz. Mira qué mujercita tan bonita estás hecha. Si incluso te están creciendo estos garbancitos —le dice refiriéndose al pecho para que Julia se ría, y Julia sonríe—. Me gusta que sonrías, cariño, por esto no hay que llorar. Es algo importante que toda mujer vive. Ven, corre, que tengo algo preparado esperando que llegara este día. Mamá saca una bolsa y Julia ve que contiene lo mismo que ella había cogido del baño. —No, mamá —le dice—. Si yo ya te he cogido una de estas. Va a por la caja y se la enseña. Entonces mamá se echa a reír a carcajadas.

—¿De qué te ríes? —Cariño, esas son muy grandes para ti. Son de noche. Toma esta caja, que son las que a ti te van a venir bien —Julia coge la caja y mamá continúa diciéndole —: Nena, recuerda que ahora tienes que cambiarte cada dos horas.

—¿Cómo que «cambiarme», mamá? —Sí, cielo, con una sola compresa no puedes estar todo el día, pero no te preocupes que tú misma te darás cuenta cuando te toque cambiarte. Lo irás notando. —Aaaaah —asiente Julia con cara de «No entiendo ni papa» (o sea nada). —Venga, corre, ponte una de estas. Julia se mete al baño y en ese momento mamá corre hacia el comedor, coge el móvil y llama a papá. —Papá, que la niña no estaba así por esa pesadilla… —le explica. —¿Y qué es lo que le pasaba entonces? —contesta él—. La he visto muy rara… —Ay, cariño, que la niña se nos ha hecho mujer. La cara que se le queda a papá es un mapa. —Cariño, no sé qué decir. Hemos hablado muchísimo de esto y llegó el día. En ese momento Julia aparece en el comedor. —¿Con quién hablas, mamá? —Bueno, papi, luego hablamos —se despide mamá de él, y cuelga el teléfono. —¡No, mamá! —exclama Julia—. ¡Qué vergüenza! ¡Se lo has dicho a papá! ¡Ay, Dios! ¿Con qué cara lo voy a mirar yo esta noche? —Cariño —le dice mamá acercándose a ella riendo—, tu padre y yo hemos hablado de este tema muchas veces. Sabíamos que algún día llegaría. Además es tu padre, cielo, no tienes por qué sentir vergüenza. Julia, sorprendida, le pregunta: —Pero, mamá, ¿qué te ha dicho?

—Nena, pues nada, ¡qué me va a decir! Papá se siente muy orgulloso de ti, igual que yo. —Mamá —le interrumpe Julia—, una cosita más: me duele mucho la barriga, ¿será por esto? —Claro, Julia, a muchas mujeres en estos días les duele la tripa, depende de cada mujer. Por ejemplo, tu tía ni se enteraba, en cambio yo hace años me moría de dolor. Recuerdo que me tenía que meter en mi habitación a oscuras, me ponía malísima. —Pero, mamá —le corta Julia—, yo nunca te he visto así. —Claro que no, porque cuando tú naciste me cambió todo el metabolismo. —O sea que gracias a mí… Y las dos se echan a reír.

—Cariño, ¿pero es un dolor muy fuerte? —le pregunta mamá. —No, mamá, es como una molestia, pero soportable. —Vale, si ves que te empieza a doler mucho me lo dices y te doy una pastillita para que te calme. Si tienes cualquier duda, pregúntame. Y ahora ve a prepararte mientras yo recojo aquí. —Gracias, mamá —le dice Julia mirándola a los ojos—. Gracias por ser como eres. Te quiero. Julia se sintió mucho más tranquila después de hablar con mamá y entendió que una nueva etapa comenzaba.

Con Pupy los días se pasan volando. Mía está encantada jugando a todas horas con él, pero aun así sigue sin soportar que Julia no le preste atención cuando las dos se quedan solas en casa por estar entretenida con su móvil. Y más aún cuando lo está mirando y está echándose unas risas, porque con lo cotilla que es Mía no aguanta no saber con quién está hablando Julia y de qué se ríe. Además, hoy le ha preguntado varias veces y Julia le ha contestado todo el rato con un «A ti que te importa». —Tati, estoy muy aburrida —se queja Mía tratando de que Julia juegue con ella y con Pupy. —Pues pégate cabezazos contra la pared —contesta Julia con una sonrisa pícara. —Soy pequeña, pero no tonta. ¿Piensas que voy a hacerme daño dándome cabezazos? Julia la mira y se echa a reír. —Bueno, podría colar. —¿Con quién hablas? —le pregunta Mía por cuarta vez. —Nena, con quien no te importa. —Joo, tati, pues ponme los dibujos. —No, que estoy viendo yo la tele. —Pero si estás con el móvil… —¿Y? —salta Julia con ironía—. Estoy con las dos cosas a la vez. —Pues me voy al cuarto de mamá a ver la tele. —No, tú no te mueves de aquí. Sabes que mamá no quiere que entremos a su cuarto. —Me da igual. No voy a tocar nada, solo voy a poner la tele.

—Te he dicho que no. —Tú no mandas en mí, ¿vale? —Cuando mamá y papá no están, yo mando aquí y te estoy diciendo que no. —¿Ah, sí? —contesta Mía con tono vacilón—. ¿Cómo vas a mandar tú si ni siquiera Pupy te hace caso? Aquí te quedas, yo me voy a ver la tele. Mía se va sin más contemplaciones y Julia, como sabe que si se lo prohíbe va a ser peor, se levanta corriendo y va a la habitación también. —Venga, te pongo yo los dibujos, pero no quiero que toques nada —le advierte Julia. —Ay, que ya lo sé, pesada. Así lo hace y se marcha de la habitación dejando a Mía sola viendo los dibujos. Pero no se fía de ella. Necesita saber qué hace a cada rato, así que cada dos por tres vuelve a la habitación para controlar que no está haciendo nada malo. Después de varias veces Julia se queda tranquila y no vuelve a revisar. Poco rato después, Mía se cansa de los dibujos y empieza a abrir los cajones de mamá. «¡Wow! ¿Qué será esto?». Se entretiene mirando cosas y al rato encuentra una caja blanca pequeña. «Mmm… ¿Qué habrá aquí?», se pregunta, y la abre rápidamente. «¡Wow! ¿Por qué tendrá mamá esto?». Acaba de encontrar algo que le da una idea y, por si las moscas, se asoma por la puerta con mucho cuidado para asegurarse de que Julia sigue distraída con su móvil. Entonces se mete en el baño corriendo. Se mira al espejo y se pregunta: «Mmm, ¿me quedaría bien un flequillo?». Siente que le apetece un cambio de look. «Yo creo que sí… Quiero tener flequillo». Sin darle más vueltas, Mía se pone manos a la obra y Julia no se imagina la que le espera. «¡Wow! Qué bien me sienta. ¡Me encanta! —se dice mirándose al espejo finalmente—. Vamos a ver si a mi hermana le gusta tanto como a mí». Y antes de ir donde está Julia, decide ponerse una gorra para darle la sorpresa con más intriga. —Tati, ¡mira!

—Nena, ¿qué haces con mi gorra? —le dice Julia al verla—. Déjala ahora mismo donde estaba. —Tranquila, que esta no es la sorpresa. —¿Qué sorpresa? —pregunta Julia poniéndose nerviosa, y antes de esperar a que se lo cuente corre hacia la habitación de mamá a ver qué ha liado Mía esta vez. Al entrar ve que todo está como siempre. «Uff —resopla aliviada—. Menos mal». —Nena, ¿de qué sorpresa me estás hablando? —Cierra los ojos y hasta que yo no te diga no los abras —le dice Mía. —Venga, déjate de tonterías. ¿Qué has hecho? Que te conozco. —Venga, tati, cierra los ojos —le repite Mía, y al final Julia los cierra—. No los abras hasta que yo no te diga, ¿eh? —Que sí, venga, date prisa. Mía se quita la gorra y se peina el flequillo con las manos. —Venga, ¡ya! Cuando Julia abre los ojos y la ve, se queda unos segundos sin reaccionar, mirando a Mía fijamente sin parpadear. —Tati, tati, ¿estás bien? —le pregunta Mía. —Nena, pero ¿qué has hecho? —responde por fin Julia echándose las manos a la cabeza.

—¿Estoy guapa o no? —Pero ¿de dónde has cogido las tijeras? ¡Si yo no te he visto salir del cuarto de mamá! Dios mío… ¡Mamá me va a matar! Nena, ¿tú sabes el lío en el que me has metido? ¿Y si te hubieras cortado con las tijeras? —Julia se pone tan nerviosa que no para de hablar—. ¿Cómo vamos a disimular esto? Mamá se va a

dar cuenta. De momento, que sepas que a mí me va a caer una buena… Pero tú no te vas a quedar atrás, a ti también te van a castigar. —Pero, tati, ¿me queda bien? Julia no puede dejar de pensar en qué hacer para que mamá no se entere, pero Mía le insiste en lo que a ella le importa:

—¿Te gusta, tati? —¡Que sí! Que te queda muy bien. ¿Eso es lo único de lo que te preocupas? —Pues sí, porque soy yo la que va a llevar flequillo —dice Mía tan tranquila. —Pero no lo entiendo, si mamá siempre te está diciendo que te va a cortar el pelo porque lloras cuando te peina y tú siempre le dices que no. ¿Por qué ahora te lo cortas tú? Por lo menos te lo has cortado bien... —Sí, acabo de decidir que voy a ser peluquera. ¿Quieres que te corte el flequillo a ti? —¡Tú estás mal de la cabeza! ¿Crees que me voy a poner en tus manos? —Tati, mira qué bien me lo he dejado. Venga, vamos a cortárnoslo las dos. Total, mamá nos va a regañar igual. —Que no, que no. —Mmm, ese no me está sonado a que sí —insiste Mía con una sonrisa pícara y, de hecho, Julia ya está casi convencida—. Anda, tati, si lo estás deseando después de ver lo bien que me queda, y tú y yo somos muy parecidas, hemos salido las dos a mamá. A ti también te tiene que quedar guapísimo. —Venga, vale —accede por fin Julia—. Pero córtamelo como el tuyo, ¿eh? Venga, vamos al baño. —No, no, en el baño no. Vamos mejor a tu habitación —dice Mía—. Voy a por las tijeras, espérame allí. Julia se mete en su habitación y Mía busca rápidamente unas tijeras…

—Tati, aquí las tengo. ¿Estás preparada? —La verdad es que estoy un poco nerviosa, pero, venga, manos a la obra. Córtamelo como tú, ¿vale? —Que sí —contesta Mía.

—Pero ¿no coges un peine? —Tati, ¿un peine para qué? —Pues para peinar hacia abajo. ¿Tú cómo te lo has cortado? —Mmm… —Mía no sabe qué responder, así que dice lo primero que se le viene a la cabeza—. Tati, yo con las manos. Así, mira. Selecciono esta parte y con los dedos te lo peino. Cógete tú el resto del pelo y así no se mezcla. No te muevas, ¿eh? Que voy. Julia cierra los ojos con fuerza mientras deja que Mía le corte el flequillo. Siente cómo le va cortando por un lado y por el otro, suponiendo que está intentado dejarlo parejo. Finalmente acaba dejándole tres dedos de flequillo.

—¡Lista! ¡Wow, qué guapa has quedado! —¿En serio, nena? Julia se toca el flequillo y rápidamente se da cuenta de que algo no está bien. Inmediatamente se levanta y va corriendo al baño para mirarse al espejo.

—¡Nooo! —grita—. Nena, pero ¿qué has hecho? ¡Me has dejado sin flequillo! —exclama, y se echa a llorar. —Tati, lo siento, es que no me quedaba recto. —Lo has hecho aposta. Mira como tú sí te lo has dejado perfecto. —Tati, es que… —¿Es que qué? —le dice Julia mirándola fijamente. Mía se lleva las manos al flequillo y de repente se lo quita… —Pues que es una peluca. —Nena, esto no te lo voy a perdonar en la vida. Me mientes y encima mira lo que me has hecho. ¿De dónde has sacado esa peluca?

—Estaba en un cajón de mamá. —¿A ver en qué cajón? Ven para acá. Ya en la habitación de mamá, Mía le señala el cajón. —En esa caja blanca que ves. Julia saca la caja, la abre y encuentra un papel en el que pone «Flequillo postizo». Es un postizo de mamá. —¿Cómo he podido ser tan tonta y no darme cuenta? —dice Julia. —Tenemos el mismo color de pelo que mamá, por eso parecía que era mío. —Ya, ya sé que tenemos el mismo color de pelo… Anda, dame el flequillo que voy a colocarlo en su sitio para que mamá no se entere. Julia lo peina con mucho cuidado y lo mete en su caja. Después guarda todo donde estaba y vuelve a su habitación para recoger el pelo que ha caído al suelo. —Nena, quédate fuera —le dice Julia a Mía al ver que va a entrar—. ¡Que bastante tengo ya! —le grita. Mía se queda sorprendida. Es la primera vez que ve a su hermana enfadada de verdad, así que decide sentarse en el sillón y no menearse. Mientras tanto Julia recoge todo y piensa en que va a llevar gorra hasta que le crezca el pelo. —Nena, mamá está a punto de llegar —le dice Julia a Mía al cabo de un rato—. No digas nada de lo ocurrido, voy a intentar disimular. Te caerá una buena bronca si mamá se entera, pero también a mí por dejarte hurgar en sus cajones, así que mejor evitamos contárselo. —Está bien, tati. Cuando mamá llega, las saluda como siempre y ellas corren a darle un beso. Sin embargo, a mamá le parece extraño ver que Julia tiene los ojos como tomates. —Julia, ¿por qué tienes los ojos así?

—¿Cómo, mamá? —contesta ella intentando disimular.

—¿Has estado llorando? —No. —A ver, ven que te los mire. Quítate esta gorra —No, mamá, que estoy bien. —Julia, te conozco —dice mamá con seriedad y en ese momento mira a Mía y comprende que pasa algo—. ¿Qué es lo que está pasando? —Mamá, es que… —empieza a hablar Julia, pero rápidamente Mía la corta. —Mami, yo te cuento. Nos hemos puesto tu vídeo de la boda una vez más y ya sabes que la hermana siempre llora. Pues otra vez se ha puesto llora que te llora, por eso tiene los ojos así.

—Ya lo sé, mamá, pero es que se os ve tan felices que no puedo aguantarme — se excusa Julia siguiendo la mentira de Mía. —Bueno, me voy a duchar, que hoy he tenido un día de trabajo duro. Mamá se mete en la habitación y Julia y Mía se quedan a solas de nuevo. —Uf, nena, pensé que ya me iba a ver el flequillo —dice Julia aliviada—, menos mal que se te ha ocurrido eso porque yo le iba a contar la verdad. —No, tienes que ocultarlo hasta que te crezca. Tati, a partir de este momento no vamos a volver a hablar de lo que ha pasado, ¿vale? Yo voy a ayudarte a que no se enteren —le asegura Mía. Aquel día se prometieron que por muchas peleas que tuvieran, no le iban a decir nada a mamá, pero lograrlo no les sería tan fácil.

Las hermanas se las están apañando para que mamá y papá no se enteren de que Julia tiene flequillo. Ella está peinándose de formas que lo disimulan y hasta ahora les está yendo bien. Además de este secreto, algo que las hermanas tienen en común es que su serie favorita es la misma. Todas las noches después de cenar la ponen en la tele y la ven las dos juntas y muy formales. Esta noche no podía ser diferente, las dos están viendo la serie, pero mamá las manda a la cama un poco más pronto de lo normal porque ella mañana tiene que madrugar para ir a trabajar y además papá está de viaje de trabajo. —Venga, niñas, a dormir, que ya es tarde —les dice mamá. —Joo —replican ellas con caras tristes.

—Mamá, déjanos un rato más, porfi —le pide Mía. —Sí, mamá, además ya somos grandes —añade Julia. —No, venga, a la cama, que mañana hay cole —contesta mamá determinante. Las dos se levantan del sofá poniendo muecas y caras de pena. —Nena —le dice mamá a Julia—, acuérdate de que mañana tienes que dejar a tu hermana en el cole antes de ir al instituto. Yo trabajo temprano y llego a casa a las diez de la mañana. —¡Que sí, mamá! No tengo memoria de pez —contesta Julia riéndose. —Anda, tira a dormir, ¡memoria de pez! —le dice mamá. Cuando Julia se despierta a la mañana siguiente, lo primero que hace es coger el móvil. Cuando ve la hora, se lleva las manos a la cabeza: «¡Dios! ¡Son las diez menos cuarto! ¡Me he quedado dormida!». Se levanta corriendo, se viste a toda velocidad y corre hacia la habitación de Mía.

—Nena, corre, corre, levántate. —¿Qué pasa, tati? —pregunta Mía mientras Julia ya está sacando la ropa del armario. —¡Nada! ¡Vamos, corre, vístete! Mientras ayuda a Mía a ponerse la ropa, Julia vuelve a mirar la hora. ¡Son las 9:54! —¡Quedan seis minutos para que llegue mamá! ¡Noooo! —susurra y le dice a Mía—: Nena, coge tu mochila, vamos. Mía no entiende nada, solo pregunta: —Pero ¿qué pasa, tati? —Nada, nena, ahora te cuento. Este será «nuestro gran secreto». Mía, a medio vestir, sin peinar y con los cordones desabrochados, coge la mochila y las dos salen de casa. Julia la agarra de la mano y echan a correr sin que Mía logre entender nada. —Tati, pero ¿qué pasa? —sigue preguntando—. Así al cole no puedo ir. Se reirán de mí. —No, tranquila, si al cole hoy no vas —contesta ella riendo—. Ahora te cuento. Tú corre. Por fin llegan al parque que hay justo detrás de su casa, jadeando por la carrera. Julia se agacha para atarle a Mía los cordones de los zapatos y por fin le explica lo que sucede. Como se ha hecho tan tarde, es un cantazo que vayan al cole, así que Julia piensa que es mejor no ir. Mía sigue sin entenderlo muy bien, pero se siente feliz porque va a estar todo el día con su hermana. Va a columpiarse mientras Julia se distrae con el móvil. —Tati, tengo hambre —le dice Mía a Julia pasado un rato. Julia saca de su mochila un pequeño monedero y comprueba que lleva unos cuantos euros.

—Vamos, nena —le dice—, hoy vas a desayunar lo que tú quieras. Mía no puede estar más feliz.

—¿Lo que yo quiera, tati? —pregunta dando saltos. —¡Sí, sí! Lo que tú quieras. Van andando hasta el supermercado y, cuando entran, la gente se les queda mirando extrañada al ver a dos niñas con las mochilas del colegio. —Tati, ¿por qué nos miran tanto? —pregunta Mía al darse cuenta. —Nena, porque somos muy guapas —responde Julia. Mía se tapa la boca con la mano y se echa a reír. —Venga, nena, ¿qué quieres para desayunar? Mía se encuentra indecisa y empieza a mirar por todos lados porque no sabe qué quiere. —Vamos, decídete, que nos tenemos que ir —insiste Julia. Mía le señala unos donuts de chocolate.

—¿Esto? —pregunta Julia.

—¡Sííííí! —Vale, ¿y de beber? —Un batido de chocolate —responde muy decidida. De vuelta en el parque, se sientan en los columpios y se balancean lentamente mientras se toman el desayuno. Julia mira la hora: «Uff, aún son las once y media», piensa». —Nena, ¿quieres que juguemos a algo? —¡Sí, tati! —responde Mía tan feliz—. Que ya me he terminado el desayuno. —¿A qué te apetece jugar? —No sé, tati… —¡Al pilla pilla! —propone Julia y sale corriendo—. ¿A que no me pillas? Mía sale detrás y la persigue corriendo por todo el parque. Julia se sube por el tobogán y da vueltas por los columpios. —¡Te pillé! —grita Mía cuando logra cogerla por detrás. Julia se gira, mira a Mía y le dice con una sonrisa: —Nena, recuerda que este es «nuestro gran secreto». Mía asiente con la cabeza varias veces. —¡Venga! —salta Julia de repente—. ¡Corre, que te pillo! Mía echa a correr gritando: —Tati, ¿a que no me pillas?

Julia corre tras ella, hasta que de pronto Mía tropieza de tal manera que da una voltereta y aterriza en plancha en el suelo. Asustada, Julia corre hacia ella y la ayuda a levantarse del suelo. —Nena, ¿te has hecho algo? —No, no. —¿De verdad? ¿Seguro que no te duele nada? —le pregunta mientras le va sacudiendo la arena. —¡Que no, tati! —¡Pues te pillé! —grita Julia, y las dos se echan a reír a carcajadas—. Nena, ¿quieres que nos sentemos debajo de esa caseta roja y descansamos un poco? —Sí, tati, que estoy un poco cansada. Cogidas de la mano, caminan juntas hacia la caseta del parque. Allí dentro se sientan y se ponen cómodas. A Mía se le abre la boca de sueño, así que Julia coloca la mochila como almohada y le dice: —Nena, ven, échate aquí. Mía se tumba y Julia la arropa con su cazadora y empieza a hacerle caracolillos en el pelo; sabe que a Mía eso le encanta. Y así se queda dormida. Julia la mira mientras duerme y no puede evitar pensar: «Mira dónde está durmiendo la enana por mi culpa». Esto le pone triste. Mira la hora nuevamente y es casi la una. «Queda muy poco para volver a casa», piensa sintiendo cómo a ella también le está entrando sueño. Pero hace todo lo posible para no dormirse y seguir controlando la hora. —Vamos, nena —le dice cuando son ya las 13:40—. Ya es la hora. Mía se despierta mirando para todos los lados, hasta que se da cuenta de dónde está. Las dos se levantan y se sacuden. —Venga —la anima Julia, y las dos se echan a andar hacia el colegio de Mía—. Recuerda que este es «nuestro gran secreto» de hermanas —le dice por el

camino, y las dos cruzan los dedos meñiques y se abrazan. Todos los niños están saliendo ya cuando llegan al colegio. —Ahora corre y métete entre los niños —le dice Julia a Mía—, para que mamá te vea salir de allí. Mía abraza a Julia: —Tati, hoy ha sido el mejor día de mi vida —le dice y le da un beso antes de salir corriendo. Julia se le queda mirando con lágrimas en los ojos, pero rápidamente echa a correr y se esconde detrás de un contenedor para vigilar el coche de mamá. Consulta otra vez la hora: le toca esperar sola una hora más. En ese momento ve que mamá baja del coche con Pupy en los brazos para esperar a Mía y que Mía corre a abrazarlos. —¿Qué tal el día cariño? —le pregunta mamá a Mía dándole un beso. —Hoy ha sido el mejor día de mi vida —contesta Mía con cara de felicidad. —¿Y eso a qué se debe? —le pregunta mamá sorprendida. Mia se echa a reír y le dice: —Es un gran secreto. —¡Aaah! —contesta mamá sorprendida—. Pues si es un secreto, los secretos no se cuentan —dice, y se echa a reír. Ya en casa Mía le pregunta: —Mamá, ¿cuánto falta para que llegue tati? —Cinco minutos —responde mamá mirando el reloj—. ¿Por qué? —No, por nada, por saber. La verdad es que Mía está muy nerviosa. Camina para arriba y para abajo

deseando que su hermana llegue ya porque sabe que está sola. De pronto se escuchan las llaves. —¡Hola! —saluda Julia entrando por la puerta. Mamá le da un beso. —Hola enana —le dice a Mía mientras deja la mochila en el suelo. —¿Qué tal el día, cielo? —le pregunta mamá. —Genial, mamá —contesta Julia mirando a Mía. —¿Y eso? —dice mamá. —Es un gran secreto. —¡Vaya! ¡Qué de secretos tenéis hoy! Julia y Mía se miran con una sonrisa. —¿Por qué lo dices, mamá? —dice Julia. —Porque la niña me ha contestado lo mismo. Julia se echa a reír mirando a Mía y le guiña el ojo; otro secreto más entre las dos que tratarán de guardar, pero este al menos les ha permitido pasar un día inolvidable juntas.

Hace unas semanas Julia le preguntó a mamá si podía hacer una fiesta de pijamas en casa con sus amigas durante las vacaciones de Navidad. Mamá al principio se negó, pensaba que sería una locura que durmieran tantas niñas en casa, pero Julia insistió durante varios días hasta que la convenció. Tenía planeado todo lo que quería hacer esa noche y se lo comentó a mamá para saber su opinión. A ella le pareció bien, así que cuando por fin llega Navidad y el día esperado, Julia está entusiasmada. Lo tiene todo calculado y sabe perfectamente con qué van a entretenerse. Las amigas que Julia ha invitado son cinco y cuando llegan a casa lo primero que hacen es cenar. Julia había pensado en unas pizzas y mamá se encarga de prepararlas mientras todas esperan en la mesa entre risas. Allí está también Mía, que quiere ser una más, pero Julia no la deja y cada dos por tres le salta con alguna bordería. —Tati, ¿y qué vamos a hacer después de cenar? —¿Perdona? ¿Has dicho que qué vamos a hacer? —Sí. —¿Qué parte es la que no entiendes? Esta es mi fiesta y quiero pasarla sola con mis amigas. Tú aquí sobras. Julia ha planeado disfrutar de sus amigas sin que Mía pueda fastidiarle la noche con sus ocurrencias, así que no quiere que su hermana pequeña esté con ellas. Pero Mía se queda avergonzada después de esa contestación, porque además todas las amigas se echan a reír, menos la mejor amiga de Julia, Lidia, que le dice: —No trates así a tu hermana. ¡Qué más da que se quede! Si estamos aquí todas, ¿por qué no puede estar ella? Sin embargo, Julia contesta muy tajante: —Porque es mi fiesta y punto.

—Bueno, ya —dice Cristina, otra de sus amigas—. Dejemos la fiesta en paz. Julia, ¿qué vamos a hacer después de cenar? —Tengo pensado que juguemos a algunos juegos de mesa que tenemos aquí en casa. —Pues, fíjate, todos los juegos que hay son míos y no te los pienso dejar —salta Mía. —Eso ya lo veremos, enana. —Ajá, que vas por las malas, ¿no? —dice Mía, y como Julia se echa a reír le salta—: Sí, tú ríete, ríete, que quien ríe el último ríe mejor. —Aah, ¿y qué vas a hacer? ¿Una travesura de las tuyas? Mamá está en casa y papá está a puntito de llegar. —Tranquila, tranquila, que hay mucha noche —contesta Mía amenazante. Mamá ya tiene dos pizzas listas y al llevarlas a la mesa se da cuenta de que sus hijas se están peleando. —¿Qué está pasando? —les pregunta. —Nada, nada, mamá —contesta Julia. —Quiero tener la noche en paz. —Vale. Pero Mía no abre la boca en ningún momento. —Venga, aquí tenéis esta dos pizzas. Repartidlas mientras se hacen las otras dos. Mamá deja las pizzas y se vuelve a ir. —Por tu culpa me ha regañado mamá —le acusa Julia a Mía. —¡Qué pesada eres! Déjame ya y céntrate en tus amigas. Julia se queda alucinada con la contestación de Mía. Pero tiene razón, mira a sus

amigas y se da cuenta de que lleva un rato sin prestarles atención por estar discutiendo con Mía. —Lo siento chicas pero es que mi hermana me saca de quicio. —Ojalá mi hermana fuera como la tuya —le contesta Lidia.

—¿Lo estás diciendo en serio? —pregunta sorprendida Julia. —Pues sí, muy en serio. —Dices eso porque no sabes lo que es estar con una listilla las veinticuatro horas del día. —Y otra vez hablando de mí… Qué aburridas sois, por favor —salta Mía. Las amigas se echan a reír y poco a poco empiezan a estar más pendientes de Mía que de Julia. Julia se empieza a dar cuenta, así que en cuanto terminan de cenar les propone que vayan a su habitación. Cuando todas se levantan, Mía también lo hace, muy feliz, para ir con ellas, pero Julia la empuja haciendo que vuelva a sentarse y le dice: —Tú te quedas aquí. —Tati, si me voy a portar bien... —Te he dicho que te quedas aquí —le repite y luego les dice a sus amigas—: Venga, vamos a por nuestra noche. Las amigas se quedan mirando a Mía y tratan de convencer a Julia de que deje que su hermana se una. —Estáis locas, si metemos a mi hermana ya no vamos a poder hablar de nuestras cosas. —Pero qué más da, si vamos a jugar. Además son sus juegos. —Claro, que se venga.

Julia se siente presionada y al final no tiene más remedio que dejar a Mía ir con ellas. —Está bien, vamos, enana. —Gracias, tati. Voy a mi habitación a por todos los juegos. Las chicas ya están sentadas en la habitación cuando Mía llega con una torre de juegos. Todas corren a ayudarla, pero después de ver los juegos se dan cuenta de que con ninguno pueden jugar todas. —Esperad, que mamá tiene uno de más jugadores —recuerda Julia, y se va a pedirle a mamá el parchís de seis jugadores que tienen en casa. —Tenemos este de seis —anuncia al entrar de nuevo en la habitación—. Lo siento, enana, tú no puedes jugar. —Venga, tía, vamos a hacer un sorteo para ver quién no juega —propone Cristina. —Sííí —contestan las demás. —Tengo una idea —anuncia Mía. —¿Qué idea? —le pregunta Lidia, y todas se quedan mirándola expectantes. —Cogemos un cubo y metemos siete papeles numerados. Cada una saca uno y a quien le salga el siete le toca mirar una partida. —¡Genial! —contestan. A todas les parece bien, menos a Julia: —No, no, esa idea no vale. —¿Cómo que no? ¿Tienes tú una mejor? —le pregunta su mejor amiga. Julia se queda pensando por un momento. —Venga, va, vamos a hacer lo que ha dicho la cerebrito de tu hermana —sugiere otra amiga. —Vale, voy a buscar un cubo y mientras tanto apuntad los números —dice Mía,

y sale muy emocionada. —Tía, pero ¿por qué eres así con tu hermana? No está haciendo nada malo. —¿Me queréis dejar ya? —contesta Julia molesta. —Pero no te enfades —le dice otra amiga. En ese momento llega de nuevo Mía. —Esto es lo que he encontrado. —Nena, pero si eso es una papelera. Tira y deja eso donde estaba, no traigas aquí porquerías —le salta Julia, que ya no sabe qué más hacer para que Mía se marche. —Tati, pero está limpia. La uso para guardar juguetes. Mira. —Sí, Mía, esto nos vale —afirma Cristina. Así, una vez más Julia se queda con cara de boba. Además empieza a sentirse muy celosa de Mía, porque sus amigas están más pendientes de su hermana pequeña que de ella. —Yo me encargo de repartir los papeles —dice Lidia—. ¿Quién coge primero? —Yo, yo —contesta Mía. —Vale, venga. No lo abras hasta que todas tengamos un papel. En ese momento mamá aparece en la habitación. —Mía, venga, vamos para fuera. Deja a tu hermana con sus amigas. —Sí, por favor, mamá, llévatela —le dice Julia. —No, mami, déjame aquí con ellas —le pide Mía. —Puede quedarse aquí con nosotras —le dice una amiga a mamá—. Vamos a jugar al parchís.

—¿Estáis seguras? —pregunta mamá. Las amigas afirman con la cabeza y miran a Julia, que finalmente siente que no hay más remedio: —Está bien. Mamá, déjala aquí con nosotras. —Vale, que disfrutéis. Mía, pórtate bien. Cuando mamá se marcha continúan sacando los papeles una a una y, cuando tienen todas, empiezan a descubrirlos. —Vamos, Mía, tú la primera. ¿Qué número tienes? —¡Yujuuu! Tengo el dos, ¡yo juego! —dice y se pone en pie para celebrarlo con un bailecito. Todas empiezan a reírse de lo entusiasmada que está y luego van abriendo los papeles una a una y diciendo su número: —Puff, me ha tocado el siete —dice Julia al descubrir el suyo. Las amigas empiezan a reírse. —Entonces en esta partida no juegas —le dice Lidia. Mía se da cuenta de la cara de decepción de Julia y le dice: —Tati, juega tú, que yo no juego. —Da igual, nena. —Que no, que juegues tú, que es tu fiesta —insiste Mía. —Gracias, enana. —¿Ves como no es tan mala como dices? —le susurra Lidia al oído. Julia la mira y le sonríe. Y entonces se le ocurre una idea: —Nena, tú juegas conmigo. Ponte a mi lado que vamos a ganar a todas.

—¡Wow! Vale, tati. Vamos a por ellas. La partida se puso muy interesante y al final ganaron las hermanas. —¡Ganamos, ganamos, ganamos! —exclama Mía celebrándolo, y se levanta para echarse otro baile que hace que todas se echen a reír a carcajadas. Estuvieron jugando y hablando entre risas hasta muy tarde y Mía, como una campeona, aguantó despierta. Aquella noche Julia se dio cuenta de que no merece la pena estar a la defensiva con su hermana, a pesar de que es una pesada y muy traviesa. En el fondo sabe que Mía hace lo que sea por verla feliz. —Tati, a esta fiesta la vamos a llamar… —dice Mía cuando ya se van a echar a dormir. —La pesada de mi hermana —contesta Julia bromeando. —Noo, tati —dice Mía riendo—. Mmm, la vamos a llamar fiesta de pijamas con una intrusa, que soy yo. Todas se echan a reír una vez más con la ocurrencia de Mía. —Tía, qué hermana más divertida tienes —le comentan antes de quedarse dormidas. —Ya —dice Julia abrazando a Mía—, si en el fondo esta listilla me tiene loquita de amor.

Ya han pasado algunas semanas desde que Mía le cortó el flequillo a Julia y le ha crecido bastante, aunque no lo suficiente como para que mamá no se dé cuenta. Las hermanas tienen el pelo tan largo que el flequillo de Julia aún es muy cantoso. Hasta ahora ha estado usando gorras, diademas, coletas altas con mucha gomina… Mamá no ha dejado de decirle que deje de echarse cosas para lucir el pelo tan bonito que tiene, pero Julia siempre ha conseguido encontrar cualquier excusa. Durante todo este tiempo Mía ha ayudado a Julia poniéndose ella también diademas en el pelo para que mamá no sospeche. Y lo cierto es que las diademas les encantan y siempre que mamá va de compras trae alguna porque sabe que les hace ilusión. Pero las mentiras tienen las patas muy cortas y tarde o temprano la verdad sale a la luz… Para la Nochevieja de este año mamá les ha comprado un vestido superchulo a cada una y el día 31 de diciembre les advierte que con ese vestido no van a llevar diadema. —¿Por qué, mamá? —pregunta Julia.

—Quiero haceros un recogido. Julia y Mía se miran alarmadas. No pueden permitir que eso pase. Si mamá peina a Julia todo el esfuerzo de este tiempo no habrá servido para nada. Así que Mía comienza a llorar quejándose: —No, mami, yo quiero diadema. —Sí, mamá, por favor —continúa Julia—. A nosotras nos gusta llevar cosas en el pelo. —Vamos a ver: lleváis varios meses poniéndoos todos los días diademas, gorras, pañuelos... Con el vestido que os he comprado y un señor recogido vais a estar guapísimas y muy elegantes. Julia también comienza a llorar. Mamá está a punto de descubrir lo que tanto les ha costado ocultar.

—Pero ¿qué pasa aquí que estáis las dos llorando? —pregunta papá al entrar por la puerta en ese momento y verlas. —Papi, es que nosotras queremos llevar algo en el pelo pero mamá quiere hacernos un moño —le explica Julia entre sollozos tratando de que papá se ponga de su parte. —Bueno, bueno, eso es cosa de mujeres. Yo ahí no me meto —contesta papá riendo. Julia y Mía, como ven que en ese momento no pueden convencer a mamá, sin decir más se van a la habitación. —Cariño —dice entonces papá a mamá—, ¿qué más da que lleven esos adornos que se ponen? Si además les hace más niñas de lo que son. Y a mí me encantan. —Es que no entiendo de dónde les ha salido esa manía de llevar cosas en el pelo. Antes Julia se ponía una gorra solo de vez en cuando y Mía siempre llevaba sus dos coletas. —Será la moda ahora, ya sabes cómo son los niños: uno se pone algo y ya todos quieren ponérselo. Anda, deja ya de rayarte y déjalas que se pongan lo que quieran —dice papá acercándose a mamá con cara de pillín. Mamá resopla. —Pues sí, tienes razón… Julia y Mía mientras tanto están buscando una solución. —Tati, ¿y si le comentamos a mamá que nos compre un gorro de esos que son supermonos? —propone Mía. —¿Te refieres a una boina? —¡Sí, eso! —Nena, seguro que mamá no va a querer. No hay nada que hacer… Nos va a descubrir.

En ese momento mamá entra en la habitación. —Niñas, está bien —les dice—. Voy a dejaros que os pongáis algo en el pelo, pero voy a buscar algo que quede bien con los vestidos. —Mamá, ¿qué tal una boina chula de esas elegantes? Como las que salen en la tele —sugiere Julia. —¡Me parece muy bien! Como tengo que salir para terminar de comprar unas cosillas, voy a ver si veo unas. De momento Julia y Mía se quedan tranquilas. Han conseguido encontrar una solución sin que mamá se entere, y además mamá les va a comprar unas boinas. Cuando mamá vuelve de la compra y les enseña las que les ha comprado, se quedan entusiasmadas.

—¡Wow, qué chulas, mamá! —exclaman. —A ver, Mía, ven que te la pruebe para ver si os quedan bien —dice mamá. Mía se acerca a ella y se quita la diadema para probarse la boina. Le queda perfecta. —Si es que tengo un ojo para las medidas… —dice mamá echándose flores—. A ver tú, Julia. —Mamá, ya me la pruebo yo después, que ahora tengo que ir al baño urgentemente. Julia logra salir del paso con esa excusa y por la tarde, cuando llega la hora de vestirse, las dos hermanas se encargan de ponerse todo y quedan preciosas con su vestido y su boina. Toda la familia disfruta de una noche estupenda en casa de la abuela y, una vez pasada la Nochevieja, Mía y Julia esperan con ansia el día de Reyes. Ese día tan esperado, las niñas se preparan para salir con mamá y papá a ver las carrozas. Hace una tarde noche estupenda y, mientras esperan a que llegue la cabalgata, comienzan a jugar con papá. Sucede entonces que entre juego y juego papá sin querer le quita la diadema a Julia.

Julia se la coloca de nuevo a toda velocidad, pero los ojos de mamá son más rápidos. Sin decir nada, mamá se coloca frente a Julia, le quita la diadema y el flequillo despeinado queda suelto, igual que el de un cachorro de león. Mamá y papá se quedan con la boca abierta y también Mía se queda sin palabras. —Mamá, te lo puedo explicar —dice Julia muy nerviosa. —Claro que me lo vas a explicar, pero en casa. Adiós a la víspera de Reyes, porque vuelven a casa inmediatamente y en todo el trayecto no se escucha ni el volar de una mosca. Al llegar a casa, antes de que Julia pueda explicarse, mamá comienza a hablar. —Ahora comprendo por qué esa obsesión de llevar siempre cosas en el pelo… La charla dura un buen rato, y solo para gracias a que papá le dice a mamá que deje que las niñas se expliquen. —Está bien, Julia, cuéntame cómo pasó y cuándo… —dice mamá conteniendo el seguir con la regañina. —Mía, tú también sabías esto, ¿verdad? —pregunta papá. —Sí… Julia y Mía les cuentan todo y mamá y papá no comprenden cómo en todo este tiempo no se han dado cuenta. —Claro, Julia se lava el pelo sola, se peina sola… —reflexiona mamá—. Ya te decía yo que era muy extraño que siempre quisieran ir con cosas en el pelo… — dice dirigiéndose a papá. —Cariño, ¿cómo iba a imaginarme que podía ser por esto? Las hermanas son unas niñas muy listas y tienen mucha suerte, pero en esta ocasión no les vale de nada, porque todo ha salido a la luz en la fecha equivocada. Mamá y papá, con todo el dolor de su corazón, les dijeron que iban a avisar a los Reyes Magos de que no les trajeran sus regalos y, por mucho que Julia y Mía pidieron perdón, mamá y papá no se bajaron del burro…

Aun así a la mañana siguiente se despertaron con la esperanza de que los Reyes hubieran venido. Corrieron hacia el árbol como todos los años para abrir sus regalos, pero esta Navidad fue diferente: el árbol estaba vacío y Julia y Mía jamás lo olvidarían.

Hoy mamá está supercansada. Han pasado el último fin de semana de enero en la casa del pueblo con la familia y apenas ha dormido. Cuando llegan a casa sobre las ocho y media de la tarde del domingo se propone organizarlo todo rápidamente: —Niñas, vamos, a la ducha para no tardar. Bañaos una en cada baño. —Yo me baño en el grande —dice Julia. —No, en el grande me baño yo —replica Mía, y se tiran un buen rato discutiendo hasta que mamá les grita desde la cocina: —¡Parad ya de pelear! Vamos, os quiero listas en cinco minutos. —Ya habéis oído a vuestra madre —interviene papá. —Está bien, enana —dice Julia, que, sorprendida por el grito de mamá, deja de discutir al instante—, quédate tú en el grande. Pone cara de rabia y burla a la vez, pero Mía se queda tan satisfecha porque se ha salido con la suya una vez más. Se duchan a todo correr mientras mamá les prepara la cena. —Mami, yo ya estoy —dice Mía, que resulta ser la más rápida. —¡Y yo! —grita Julia al poco rato. —Venga, sentaos a la mesa que ya está la cena. Papá, que está sentado en el sofá, se levanta para ayudar a mamá. —¿Qué voy llevando, cariño? —Coge los platos que ya están servidos. —Mmm, ¡qué bien huele la sopa, amor! Tú como siempre haciendo cenas riquísimas.

—Tira, tira —contesta mamá sonriendo—, que los platos queman. —¿Qué vamos a cenar, mamá? —pregunta Julia mientras corren a sentarse a la mesa del comedor. —Sopa de bolitas. —Mmm —se relame Mía cuando mamá llega con los platos—, me encanta la sopa de bolitas. —Mía —dice de pronto mamá mirándola fijamente—, ¿te has duchado? —Sí, mamá, ahora mismo. —Mía… —insiste mamá—, ¿te has duchado? Mía baja la cabeza sin decir nada. —¡Qué marranona eres! —le dice Julia. —Tú calla y come —le reprende mamá, y después vuelve a dirigirse a Mía—. Mírame —le dice, y ella levanta la cabeza lentamente para mirarla—. ¿Por qué no te has duchado? —Es que, mamá, tenía frío. Iba a bañarme, como nos habías mandado, pero al encender el agua me ha dado mucho frío y en vez de bañarme me he puesto el pijama directamente. Pensé que no te darías cuenta... —¿Cómo no me iba a dar cuenta? ¿Tú no ves los chorretes que llevas de haber estado todo el día jugando en el campo con Pupy? ¿Así piensas ir mañana al cole? Julia se echa a reír, pero mamá la para en seco: —Te he dicho que comas. Mamá no está bromeando, así que Julia prefiere comer y no decir ni media palabra más, no le vaya a salpicar la bronca. —Venga —concluye mamá dirigiéndose a Mía—, termínate la sopa, que ahora te voy a meter yo en la bañera y verás qué baño te voy a dar.

Mía empieza a cenar muy seria porque mamá la ha pillado… Julia, por otro lado, intenta aguantar la risa porque no está el horno para bollos. Y mamá, que está supercansada, piensa en que ahora tiene que bañar a Mía, bañarse ella, fregar los platos de la cena, plancharles la ropa a las niñas para el cole... Solo pensar en todo lo que le queda aún por hacer le quita las ganas hasta de cenar, así que se levanta de la mesa sin haber probado apenas la sopa y va a la cocina. Papá se levanta preocupado y se dirige a la cocina tras mamá.

—¿Por qué no has cenado? —le pregunta. —No tengo ganas… —Todo por tu culpa —susurra Julia a Mía en ese momento—. Mira, mamá no ha probado ni la sopa. Mía, que llevaba un rato aguantándose el llanto, se siente culpable y en ese momento rompe a llorar. —Cielo, ¿por qué estás llorando? —pregunta mamá al escucharla desde la cocina. Vuelve rápidamente, pero a Mía no le salen ni las palabras de lo mal que se siente porque mamá no haya cenado—. Venga, ya, que no te voy a castigar por lo que has hecho, pero que no se repita. Hay que ducharse todos los días, que si no hueles a chotilla —le dice y empieza a hacerle cosquillas para hacerla reír. —Jajaja, ay, mamá, jajaja, para —contesta Mía entre risas. —Venga, si habéis terminado de cenar vamos a bañarte. Julia, recoge tú la mesa mientras baño a tu hermana. Julia se siente culpable por lo que le ha dicho a Mía. De pronto se le pasa por la cabeza que Mía en el baño le pueda contar a mamá por qué estaba llorando y, para evitarlo, reacciona rápidamente: —Mmm… Mamá, ¿recoges tú la mesa y yo baño a Mía? —No —replica Mía—, yo quiero que me bañe mami. —¿Quieres que te bañe yo? —pregunta papá.

—No, quiero que me bañe mami. A Julia se le ha chafado el plan, pero prueba con una segunda posibilidad: —Vale, ¿y si recogemos rápido entre todos y luego mamá, tú y yo pasamos juntas un ratito en el baño? —Vale —contesta Mía, que esa idea le gusta más. —No, venga, id a bañar a la niña —dice papá—. Yo me encargo de recoger la mesa. —No, papi —contesta Mía muy convencida—, vamos a recoger entre los cuatro. Mía y Julia empiezan a recoger la mesa a toda velocidad y mamá y papá se echan a reír mientras las ven llevar los platos a la cocina. —Tened cuidado, niñas, no vayáis a tirar los platos con las prisas, que la bañera no se va a ir —comenta mamá. En la cocina Mía coge el trapo y Julia busca el limpiacristales en el mueble de la limpieza. —¿Pero qué haces? —le pregunta mamá al entrar en la cocina. —Busco algo para limpiar la mesa… —Venga, anda, dejad todo donde estaba, que papá termina de recoger. Nosotras vamos al baño. Una vez allí, mamá pone el calefactor. —Mía —le explica—, la próxima vez que tengas frío cuando te vayas a bañar, nos dices a mí, a papá o a tu hermana que te encendamos esto para que el baño esté calentito. Rápidamente baña a Mía de arriba abajo. —¡Listo! Mira qué bien hueles ahora. Venga, niñas, ahora a la cama que mañana hay cole y ahora voy a bañarme yo. Dulces sueños, princesas —les dice dándoles un beso a cada una.

—Buenas noches mami. —Buenas noches mamá. Julia y Mía se van directas a la cama. Mía es la primera que se queda dormida, pero Julia no tarda mucho más. Mamá termina de bañarse y se asoma para comprobar que están durmiendo. Efectivamente, como angelitos. Entonces mira la hora, ¡ya son las once y media de la noche! Papá ha terminado de recoger la mesa y se ha quedado dormido en el sillón. «Él tiene que madrugar mucho más que yo», piensa mamá. —Cariño —le susurra—, ve a la cama. Te has quedado dormido en el sillón… —Ups, no me di cuenta. Venga, vamos los dos a dormir. —Yo tengo que terminar unas cuantas tareas. —Déjalo para mañana, cuando lleguemos de trabajar nos ponemos los dos y lo hacemos en un plis plas. Además está todo recogido —insiste. —No, vete tú, que yo termino rápido. Papá se da por vencido. Sabe que mamá es muy cabezona y por más que le diga no servirá de nada. —Está bien, te espero en la cama —le dice, y le da un beso antes de irse. Sin perder un segundo, mamá empieza a hacer todas las tareas pendientes. Dos horas más tarde, a la una y media de la mañana, por fin termina todo. Se sienta en el sofá y de puro cansancio se queda dormida. Cuando suena el despertador de papá, él se da cuenta de que mamá no está en la cama. Extrañado, se levanta pensando qué estará haciendo a estas horas. «Aún le quedan dos horas más para dormir —piensa cuando se la encuentra dormida en el sofá—, mejor no la despierto, no se vaya a desvelar». De modo que se prepara y sale de casa silenciosamente. Cuando Julia se despierta y mira la hora, piensa: «Qué extraño que mamá no nos

haya despertado para ir al cole». Se levanta de la cama en silencio y al salir de la habitación ve a mamá dormida en el sofá. —¡Mami, mami! —escucha decir a Mía, que acaba de despertarse y está saliendo de su habitación. —Chsss —la avisa Julia—, nena, que mamá está durmiendo. ¿Qué hacemos? Ya es la hora de ir al cole, ¿la despertamos? —Pues, tati, no sé. El susurro de las niñas despierta a mamá. —¡Oh, Dios! —exclama al mirar la hora—. ¡Me he quedado dormida! —Mamá, no sabíamos si despertarte o no… —Vamos, niñas, vestíos rápido. Tenéis la ropa ahí —les dice señalando la silla —. Mientras os vestís voy a prepararos el desayuno y el bocadillo para el cole. Mía y Julia se visten corriendo. —Desayunad mientras yo me cambio —les dice mamá, que ya ha dejado listo el desayuno en la mesa. —Pero, mamá, ¿tú no desayunas? —le pregunta Julia. —Ahora no hay tiempo. Cuando os deje en el cole, desayuno yo. Mamá mira la hora, quedan diez minutos para que Mía entre. Va a toda prisa a su habitación y cuando termina de vestirse las niñas ya están preparadas. —Venga, vamos. Las tres salen de casa y se montan en el coche. —Primero dejamos a Mía —indica mamá—, y después entro contigo al instituto, Julia, y hablo con el director. Cuando llegan al cole de Mía, se escucha el timbre. Mamá aparca y no pierde un segundo:

—Espera aquí en lo que acerco a Mía —le dice a Julia mientras coge de la mano a Mía y corre hacia la puerta del cole con ella. Los niños están entrando ya a clase. Mamá se agacha y le da un beso: —Que tengas buen día, cielo —le dice, y le da un azote en el culo. Mía echa a correr hacia su fila y mamá se monta de nuevo en el coche. —Julia, tú vas a llegar tarde —le avisa mamá mientras las dos se dirigen caminando al instituto, que está al lado del cole—, pero no te preocupes, entro contigo. Al llegar a la puerta, llaman al timbre. El conserje les abre. —Perdone, soy la madre de Julia. Es que hemos tenido un problema y por eso Julia llega un poco más tarde. —No se preocupe, señora, que la niña pase y vaya a su clase. —Venga, nena, corre. Dame un beso. Julia le da un beso a mamá y acto seguido va directa a su clase. —¿Podría entrar para hablar con el director? —pregunta mamá al conserje en ese momento. —Sí, señora. El conserje la acompaña hasta la oficina del director, pero de camino se encuentran con el tutor de Julia. —Hola Fernando, ¿qué tal? —le saluda mamá. —Muy bien. ¿Qué hace por aquí? —Nada, que he tenido un pequeño problema y Julia ha llegado tarde. Solo quería avisar. —No se preocupe, ya lo tengo yo en cuenta —contesta el profesor muy amable —. Por cierto, Julia faltó hace unas semanas y no lo tiene justificado. Le

pregunté y me dijo que se encontraba mal. —¿Cómo que Julia ha faltado? —pregunta mamá sorprendida—. Si en lo que lleva de curso no ha faltado ningún día, por eso mismo estoy yo aquí, porque hoy ha llegado tarde por mi culpa… —Venga, vamos a la sala de profesores y así le puedo decir el día exacto. En la sala el profe saca una carpeta, busca entre los papeles y encuentra lo que buscaba. —Mire, este fue el día que Julia no asistió a clase. —Perdone. ¿usted está seguro? —Por supuesto, además me extrañó porque Julia es una niña que nunca falta, y si falta siempre lo justifica, pero este día no lo justificó. —Perdone, me he quedado a cuadros. Deje que luego hable con ella y que me cuente. Si vuelve a ocurrir, llámeme en ese mismo momento. —Sí, siempre se llama, pero ese día su teléfono estaba apagado. Mamá está tan alucinada que no sabe qué más decir. —Bueno, esta tarde en cuanto llegue Julia hablo con ella. Muchas gracias y perdone las molestias. —No se preocupe, para eso estamos aquí. De camino al coche, mamá no para de darle vueltas al tema imaginando mil cosas que empiezan a ponerla muy nerviosa. «Relájate —se repite—, espera a que llegue Julia y te explique. Seguro que tiene alguna explicación o es un malentendido, porque ella sí vino ese día al instituto». En casa no para de mirar las agujas del reloj. Sale a dar un paseo con Pupy e incluso así el tiempo parece pasar muy lento. Para distraerse decide hacer limpieza de armarios y encuentra el móvil de Julia. Sabe que está mal revisar sus cosas sin que ella lo sepa, pero quiere saber si ha hecho algo raro.

Coge el móvil y se sienta en la cama de Julia. Aunque está bloqueado, mamá se sabe el código. Lee las conversaciones del whatsapp y la verdad es que no encuentra nada raro, solo conversaciones con sus amigas sobre trabajos del cole y cosas por el estilo. Luego entra en la galería de fotos, pero tampoco encuentra nada alarmante, solo vídeos de tiktok y fotos normales. Se queda más tranquila y deja el móvil tal como lo encontró para que Julia no se dé cuenta de que lo ha cogido. Y ya es casi la hora, así que se prepara y va a buscar a Mía. —Hola mami —la saluda Mía al subir al coche. —Hola cariño. Mamá arranca el coche y se dirige hacia el instituto de Julia. —Mami, ¿dónde vamos? Por aquí no se va a casa. —Cielo, vamos a recoger a tu hermana. —Pero ¿por qué mamá? Si la tati siempre se va a casa andando con sus amigas. —Bueno, nena, hoy me apetece a mí recogerla —le dice sin más, porque empiezan a agobiarle las preguntas de Mía y no quiere contarle nada. Una vez en el instituto, esperan a que salga viendo cómo van saliendo todos los alumnos. Mamá ve al fondo a Julia riéndose con sus amigas y le pita desde el coche. Al verla, Julia se acerca extrañada: —Mamá, ¿qué pasa?, ¿qué haces aquí? —Venga, móntate en el coche.

—Pero ¿qué pasa? —Te he dicho que te montes.

Julia no entiende nada, pero les dice adiós a sus amigas con la mano y obedece a mamá. Cuando arrancan, se da cuenta de que está muy rara y el ambiente también, así que decide no hablar. Mía también prefiere no preguntar más, no vaya a ser que mamá le salte otra bordería. —Mía —dice mamá en cuanto llegan a casa—, métete ahora mismo en tu habitación. No quiero que salgas hasta que yo te lo diga. Tú, Julia, ven, que vamos a tener una conversación muy interesante. Mía, sin decir nada, se mete en su habitación y cierra la puerta, pero se queda con la oreja puesta para intentar escuchar algo. —Te voy a preguntar una cosa —le dice mamá a Julia sentándose con ella en el sofá—, y quiero que me contestes con la verdad, ¿ok? —¿Qué es, mamá? —responde Julia extrañada. —Dime, ¿has faltado un día al instituto? A Julia se le abre la boca de sorpresa, se queda blanca y con los ojos muy abiertos. —Contesta —dice mamá. —Sí, mamá, un día no fui al instituto. Mía, que está escuchando toda la conversación, se acuerda de «nuestro gran secreto». «¡Oh, no! ¡Mamá lo ha descubierto!», piensa llevándose las manos a la boca y pegando la oreja aún más. —¿Y por qué ese día no fuiste? ¿Dónde estuviste? ¿Con quién? —Mami… —dice Mía acercándose, pues ha decidido salir de la habitación. —Te he dicho que no salgas hasta que yo te diga. —Mami, es que ese día yo estaba con la hermana. Ese es «nuestro gran secreto». ¿Te acuerdas, mami?

Mamá se queda callada por un segundo. —A ver, a ver, Mía —dice intentando aclararse—, ¿de qué estás hablando? —Mamá, yo te lo explico —contesta Julia. —Sí, pero bien explicado. Vamos, sentaos ahora mismo las dos y conte qué pasó. Con muchos nervios Julia le cuenta a mamá todo lo que sucedió aquel día, y ella recuerda el momento en que recogió a Mía del cole y ella le dijo que había sido el mejor día de su vida.

Mamá no puede creer lo que está escuchando. Julia y Mía se miran sin decir media palabra, pues saben que mamá se está enfadando. Pero, por otro lado, a mamá le alivia saber lo que ocurrió porque pensaba que su hija andaba por mal camino y esto le quita ese peso de encima. Aun así tiene que castigarlas para que aprendan que eso está muy mal hecho. —Pensad el riesgo que tiene que dos niñas vaguen solas por la calle toda una mañana, mientras yo estoy aquí en casa tan tranquila pensando que estáis en clase. —Mamá, perdóname —dice Julia—. Yo ese día lo pasé fatal. Por mi culpa Mía estuvo durmiendo en la caseta que hay en el parque de detrás de casa y eso me sabe muy mal. Sé que cometí un gran error, pero no sabía qué hacer. Mamá, perdóname, por favor. —Mami, sí, además Julia me cuidó mucho. Me compró él desayuno y estuvo jugando conmigo como nunca antes lo había hecho. Si pudiera repetir ese día, lo repetiría una y mil veces, mami. No la castigues, porfi —le pide Mía con cara triste. Mamá ve que las dos están muy arrepentidas. Ella mejor que nadie conoce a Julia y sabe que jamás haría nada malo que perjudicase a su hermana, así que decide olvidar lo sucedido. —Está bien, tema zanjado, pero no quiero que vuelva a ocurrir. Mirad, hoy he sido yo la que se ha quedado dormida, a todos nos puede pasar, ¿de acuerdo, Julia? —Sí, mamá. —Venga, de un abrazo —las dos se lanzan a ella y la abrazan. A continuación mamá las separa y les dice—: Bueno, pues ahora ya no es «nuestro gran secreto», sino «el gran secreto descubierto». Las tres se echan a reír. —Mmm, mami, tengo mucha hambre —dice Mía—. ¿Cuándo vamos a comer?

—Pues la verdad es que se ha hecho muy tarde —comenta mamá mirando el reloj—. ¿Os apetece comer fuera?

—Síííííííí.

Las tres salieron a comer y siguieron hablando del tema. Mamá también le contó a Julia que había revisado su móvil porque necesitaba saber si escondía algo. De hecho, si no se lo hubieran contado jamás se le habría pasado por la cabeza lo que en realidad ocurrió.

Después de descubrir el gran secreto de Julia y Mía, mamá decidió apuntarlas al bus escolar y al comedor. De modo que ya no van a comer en casa. Mamá las va a dejar en la parada a las siete de la mañana y a la vuelta las va a esperar allí para recogerlas. Las niñas están contentas de ir en bus porque saben que sus mejores amigas también lo cogen, pero eso de comer en el comedor del colegio no les hace mucha gracia. Tienen entendido, por lo que sus amigas les han contado, que la comida no está muy buena y que te obligan a comértelo todo. —No queremos comer en el comedor —le dicen a mamá. —Con mi nuevo horario de trabajo no queda más remedio —Julia y Mía están muy enfadadas pero saben que lo que dice mamá es lo que tienen que hacer—. Está decidido, a partir de mañana vais en bus y coméis en el comedor del colegio. —Mami, pero Julia no va a mi colegio, ella va al de los grandes… —Pero como el colegio y el instituto están al lado comparten el comedor, así que comeréis en el mismo lugar, solo que cada una estará sentada con los de su edad. —¿Entonces ahora llegaremos más tarde a casa? —pregunta Julia. —Sí, hija, ahora llegaréis comidas del colegio. —Joo, mami, yo no quiero —protesta Mía. —Nadie está preguntando si queréis o no —contesta mamá—. Se acabó la conversación. A partir de mañana ya sabéis lo que hay. Julia —le dice mirándola —, las dos vais a salir a la misma hora del comedor. Lo único que tienes que hacer es esperar a tu hermana en la puerta y llevarla hasta el bus. Quiero que te sientes con ella y que no la dejes sola ni un solo segundo, ¿entendido? —Sí, mamá —contesta Julia con muy pocas ganas. —Venga, ¿tenéis deberes que hacer?

—Sí —contesta Julia. —No —contesta Mía. —Venga, pues Julia, ve a hacerlos y tú, Mía, no quiero que molestes a tu hermana. —Está bien, mami. Julia se mete en su habitación a hacer los deberes y Mía se queda en el salón jugando con Pupy. Pasados unos minutos Julia se asoma por la puerta y llama a Mía en voz baja. —Nena, nena —cuando Mía mira, Julia le hace señas con la mano—. Ven. Mía camina hacia Julia dudosa y mirando a mamá, que está en la cocina. —¿Qué quieres, tati? —Mañana cuando nos subamos al bus nos sentamos juntas para que mamá lo vea. Pero cuando el bus eche a andar, tú te sientas con tu amiga y yo con la mía, ¿vale? —Sí, tati, vale, pero si se entera ya sabes la que te va a caer. —Mejor dicho… —Julia la mira fijamente—, la que nos va a caer a las dos. ¡No te flipes! —Pues no, porque tú eres la que me tiene que cuidar, ¡anda! —contesta Mía con un gesto de burla. —¡Chsss! —le hace callar Julia—. Sal, que viene mamá. Acuérdate de lo que hemos hablado. Mía sale rápido de la habitación, pero mamá la pilla. —¿Qué te he dicho de molestar a tu hermana? —No, mami… —Ni sí ni no, la próxima vez te castigo.

Mía se va enfadada porque mamá la acaba de regañar sin tener culpa de nada y además Julia, que está en su habitación y lo ha escuchado todo, se está partiendo de risa. —Vamos, niñas, que ya es hora —las levanta mamá al día siguiente. Las dos están nerviosas porque es el primer día que van al cole en bus. Se visten, desayunan a todo correr y salen de casa puntuales. —Mami, yo nunca he visto a niños en la parada —comenta Mía de camino hacia allí—. ¿Hay? —Claro que hay, pero no los has visto porque a la hora que nosotras salíamos el bus ya se había marchado. —Ah, ya entiendo —contesta Mía. —Si es que tú eres muy lista —le responde mamá guiñándole el ojo. —¡Wow! ¡Mami, Marta está ahí! —exclama Mía al acercarse a la parada y ver a su mejor amiga, e inmediatamente sale corriendo hacia ella. —Nena, te tengo dicho que no corras. En la parada están todos los niños esperando al bus. —Mamá, pero ¿te vas a quedar aquí hasta que llegue el bus? —pregunta Julia. —Sí, nena, los primeros días sí. —¡Ya viene! —gritan los niños al tiempo que corren a hacer cola. Julia y Mía están sorprendidas. No entienden por qué hacen cola si todos van a subir. Ellas esperan a que la fila avance. Mamá les da un beso de despedida y espera a que suban y estén sentadas. Mía le dice adiós a través del cristal y mamá le responde diciendo adiós con la mano. Al fin el bus echa a andar y Julia escucha su nombre. Cuando mira hacia atrás descubre que es su amiga Lidia, que está sentada atrás del todo. —Julia, ven a sentarte aquí con nosotras.

—Venga, Mía —le dice Julia—. Ve a sentarte con tu amiga. Julia se levanta del asiento para ir a sentarse con Lidia, y desde ese momento se despreocupa de su hermana. —Tía, Julia, pero ¿qué haces tú aquí? No me habías avisado —le dice su amiga. —Es que no sabía nada. Mi madre me lo dijo ayer. Pero no te he visto en la parada… —Claro, amiga, porque a mí el bus me recoge dos paradas antes. Ahora queda una parada más para recoger a los niños que faltan. —Ah, no sabía —contesta Julia, y se echan las dos a reír—. Por cierto, también vamos a comer en el comedor. —¡Buak! ¿En serio? —Sí, tía, ¡qué asco! Yo no quiero. —Venga, que tampoco es para tanto. A veces la comida no está buena, pero pasamos muchos ratos divertidos, ya verás. Pues entonces como yo me monto antes, desde ahora te guardo un sitio aquí atrás, ¿vale? —Sí, ¡genial! Llegan al cole y todos los niños se levantan superrápido, pero Julia no ve a Mía. —¡Mía! ¡Mía! —empieza a gritar. —Estoy aquí, tati —le contesta alzando la mano. —No te muevas de tu asiento que ya voy yo. Mía obedece y espera a que Julia llegue. —Venga, vamos —le dice alargando la mano para que se agarre, pero Mía no lo hace—. Nena, que me des la mano. —Tati, ahora, cuando ya estemos abajo, que aquí es muy incómodo.

Julia baja la primera. —Nena, baja con cuidado que los escalones son muy altos. —Tía, que tu hermana tiene ya ocho años, que no es una niña —le salta Lidia. —Bueno, por si las moscas, que luego la bronca me la llevo yo. En cuanto Mía baja, Julia la coge de la mano. —Tati, déjame que vaya con Marta, que no va a pasar nada. ¡Mira dónde está la puerta! —Claro, amiga, que no tiene que cruzar carreteras ni nada. Anda, déjala que vaya con su amiga. —Está bien. Venga, ve con Marta, pero ve directamente hacia ella —le advierte Julia. Mía echa a correr. Marta la está esperando. Julia la sigue con la mirada sin quitarle el ojo de encima, pero con tantos niños como hay la pierde de vista. Levanta la cabeza tratando de localizarla. —Amiga, venga, vamos para clase que no le va a pasar nada a tu hermana. Seguro que ya está en su fila. Como Julia sigue pendiente de ver a Mía, su amiga le insiste varias veces. —Está bien —cede Julia finalmente—. Es solo por prevenir —dice echándose a reír. Después de toda la mañana de clase, cuando llega la hora de salir, Julia se pregunta cómo llegará Mía hasta el comedor. Decide preguntarle a Lidia. —Tía, cuando toca el timbre todos los niños que van al comedor preparan una fila y bajan todos juntos —le contesta su amiga—. Nosotras somos más grandes, por eso vamos solas. No te preocupes que no se va a perder. Julia se queda más tranquila, pero al llegar al comedor no logra ver a Mía entre tanto niño. Sin embargo, para su sorpresa, ve al chico que le gusta.

—Tía, tía, ¡que está ahí Ángel! —le comenta a su amiga. —Ya lo sé. Él come aquí todos los días. Julia está tan nerviosa que se olvida de Mía. Ahora mismo solo tiene cabeza y ojos para mirar al chico. Mientras come no le pierde de vista. —¡Qué fuerte, amiga! Es la primera vez que puedo ver a Ángel tanto tiempo seguido. —¡Vamos! Id terminado de comer —grita en ese momento la encargada del comedor. Están a punto de levantarse cuando Julia ve a Ángel caminando en dirección a su mesa. —Amiga, amiga, que viene para acá —comenta asombrada Julia. —¿Qué haces tú comiendo por aquí? —le pregunta Ángel al llegar. —Pues ya ves —contesta Julia supernerviosa—, cosas de mi madre. —Venga, id saliendo —se escucha decir a la coordinadora—. No quiero gritos ni carreras. Julia se levanta y camina hacia fuera. Ángel se pone a su lado. —¿Te ha gustado la comida? —le pregunta él. —Bueno, no ha estado mal. —La verdad es que hoy estaba buena, otros días está que… ¡ufff! Lidia los adelanta para dejarlos solos. —Julia, te espero en el bus —dice alejándose. —¡Vale! —contesta Julia y continúa dirigiéndose hacia Ángel—: Bueno, eso es como todo. Mi madre a veces hace cada comida que ni nuestro perro Pupy quiere comérsela.

De camino al bus Ángel y Julia siguen hablando y hablando. Y mientras Mía, que ha salido una de las últimas, se queda esperando en la puerta del comedor a que salga Julia. —¿Cuál es tu bus? —pregunta Ángel. Julia contesta señalándole justo el que tienen enfrente. —Ah, pues nos iremos viendo por el comedor. Mi bus es el último. —Vale, nos vemos mañana —contesta Julia, y se despiden con una sonrisa. Julia se monta corriendo en el bus y va directa hacia atrás para contarle todo a Lidia. Entonces el conductor toca la campana de aviso de que va a cerrar las puertas y el bus echa a andar. Mientras tanto, Mía sigue esperando en la puerta. Ya no queda nadie allí, está sola. De repente escucha unas risas dentro del comedor y decide entrar. Los cocineros están terminando de limpiar la cocina. —Hola, hola, ¿hay alguien? —entra preguntando Mía. —Pero, niña, ¿qué haces aquí aún? —le dice sorprendido un cocinero al verla. —Estoy esperando a que salga mi hermana. —Pero si aquí ya no queda nadie, solo estamos nosotros. —No, mi hermana tiene que estar aquí. —¿Cómo te llamas? —Me llamo Mía. —Ven conmigo, Mía —le dice el cocinero. Entonces la coge de la mano y la acompaña hasta el despacho del director. Toca a la puerta y pregunta: —¿Se puede?

—Sí, sí, pasen. —Perdone —dice el cocinero entreabriendo la puerta—, esta niña está buscando a su hermana. Dice que está en el comedor, pero allí ya no queda nadie. Mía se asoma y el director ve que está a punto de llorar. —Pasa, niña —le dice—. Siéntate aquí. —Bueno, aquí se la dejo —avisa el cocinero al director, y luego se gira hacia Mía—. No te preocupes, Mía, que tu hermana te estará buscando. Hasta luego. —¿Te llamas Mía? —le pregunta el director. —Sí. —¿Y cuántos años tienes? —Ocho. —¿Cómo se llama tu profesor? —Es profesora. —Ah, vale, profesora. ¿Y cómo se llama? —Silvia. El director llama por teléfono a Silvia, a ver si sigue en el colegio. —Sí, hola Silvia —dice cuando ella le coge la llamada—. Soy Pedro, el director. ¿Sigues por el colegio? —Sí, ¿por qué? —Es que tengo aquí a una alumna tuya que se llama Mía. ¿Puedes venir a mi despacho? —Sí, ahora mismo voy. Julia sigue muy emocionada contándole a su amiga la conversación con Ángel,

pero de repente se acuerda de Mía. Echa un primer vistazo a ver si la ve, pero después se levanta y empieza a mirar asiento por asiento. En uno de ellos está Marta, la mejor amiga de Mía, pero a su lado el asiento está vacío. —¿Dónde está Mía? —le pregunta Julia. —No sé, cuando salimos del comedor me dijo que ella tenía que esperarte en la puerta. —¡Conductor! ¡Conductor! —grita de pronto Julia corriendo hacia la parte delantera del bus—. Dé la vuelta, que mi hermana se ha quedado en el colegio. Va tan nerviosa y sin agarrarse a nada que tropieza y cae al suelo. Se levanta rápidamente y todos en el bus se quedan en silencio, pendientes de Julia. Ella llega hasta el chófer y le insiste en que tiene que dar la vuelta. Pero él trata de calmarla: —Tranquila, seguro que tu hermana está bien. Yo no puedo dar la vuelta. Los padres de todos estos niños están esperando. —¡Me dan igual los padres! ¡Dé la vuelta! —exclama Julia desesperada y, llorando, empieza a darle golpes al conductor. En ese momento varios niños la sujetan y se la llevan hacia atrás.

—¡Que me soltéis, que mi hermana está perdida! —Eh, escúchame —le dice Lidia agarrándola de la barbilla—. Tranquila, seguro que Mía está con algún profesor. Ellos se van mucho más tarde. Tranquila. —¡Que noooo! ¡Que me dejéis! ¡Que pare y me bajo y voy a buscar a mi hermana! Julia ya no tiene fuerzas ni para gritar, pero la siguen sujetando. Al final se da por vencida, sabe que no puede hacer nada hasta que no llegue a su parada y se lo cuente a mamá. Mientras tanto Mía sigue esperando con el director. —Pero, cielo —le dice Silvia cuando llega—. ¿Por qué sigues aquí?

—Maestra, es que no sé dónde está mi hermana. Yo tenía que esperarla en la puerta del comedor y ahí estuve, pero ella nunca salió. —No te preocupes, vamos a llamar a mamá. Seguro que Julia no se acordó y se fue al bus sin pensarlo. La profesora llama a mamá, que ya está esperando en la parada la llegada del bus.

—¿Hola? —Hola, soy Silvia, la profesora de Mía. —Sí, dime, Silvia. —Es que tenemos aquí a Mía. Se ve que a Julia se le ha olvidado recogerla. —No me diga eso… ¡Ay, ay! —Tranquila, mujer, que Mía está bien aquí con nosotros. —Pero ¿dónde está Julia? Esta niña un día me mata de un disgusto —en ese momento ve a lo lejos que ya llega el bus—. Ahora voy a por Mía, que el bus ya está aquí. —Vale, no se preocupe que Mía está en buenas manos. Cuando el bus se detiene en la parada y se abren las puertas, mamá sin pensarlo dos veces sube al bus: —¡Julia, Julia! De pronto ve que está rodeada por unos cuantos niños, pero en ese momento Julia se abre paso y sale corriendo hacia mamá. —Mamá, ¡no sé dónde está Mía! Julia tiene el codo ensangrentado de la caída, pero solo piensa en Mía y ni siquiera se ha dado cuenta.

—¿Pero cómo te has hecho esto? —No sé, mamá —responde Julia mirándose—. Pero esto no importa. ¿Dónde está Mía? —Tranquila, Mía está en el colegio. Vamos a por ella. El chófer saca el botiquín y le da a mamá una gasa con un poco de agua oxigenada. —Tome, para que se limpie. —Muchas gracias. —Tranquilícela, que no vea el viaje que nos ha dado. —Descuide —contesta mamá, y las dos bajan del bus. —¡Vamos, mamá! Vamos a por Mía. —Ven ahora mismo para acá, Julia, que te mire el codo. Tu hermana está bien — la calma mientras le limpia el codo y ve que no es nada, solo una pequeña herida —. Nada preocupante. Toma, aguántate la gasa y ahora en cuanto lleguemos a casa te curo bien. Ya de camino al cole en el coche mamá le pregunta a Julia: —Pero ¿qué estabas haciendo para olvidarte de tu hermana? —Mamá, no sé. Había mucho ruido, muchos niños, yo iba hablando con mi amiga… Y no me acordé de Mía. Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde. Le insistí al chófer en que diera la vuelta, pero él no quiso. Recuerdo que incluso me lancé a pegarle para que parara.

—¿Cómo? —Sí, mamá, perdí el control. —Julia, pero ¿tú sabes que podías haber provocado un accidente?

—Ya, mamá. Lo siento, solo pensaba en mi hermana. —Vale, tranquila. Mía está bien. Julia no puede parar de llorar, así que cuando mamá se baja a por Mía, ella espera en el coche. Al ver a mamá a lo lejos, Mía, que está esperando con Silvia en la puerta, sale corriendo hacia ella. —Ya, ya —le dice mamá cogiéndola en brazos—. No llores, cariño —en ese momento ve a la profesora acercarse y se disculpa diciéndole—: Lo siento mucho. —No se preocupe, no pasa nada. —¡Ay! Tengo a la hermana hecha un mar de lágrimas en el coche. —Mami, bájame —dice Mía al ver a Julia—, que voy con ella. Entonces corre hacia el coche y toca en la ventanilla. Julia levanta la mirada y al ver a Mía se baja del coche y la abraza con todas sus fuerzas. —Perdóname, Mía, perdóname. Mamá se despide de la profe disculpándose una vez más y luego se acerca a las niñas, que están abrazadas llorando. Aunque intenta disimular, también a ella se le cae alguna que otra lágrima. —Venga, vamos, montaos en el coche —les dice con dulzura. Al llegar a casa mamá cura la herida de Julia. —Mamá, nunca más me olvidaré de recoger a mi hermana. Mamá no les volvió a sacar el tema, pero durante una temporada Mía se hizo llamar «la niña abandonada».

El día ya está terminando y se acerca la hora de cenar cuando papá les anuncia a Julia y a Mía algo que no esperaban: —Niñas, esta noche mamá y yo vamos a salir a cenar. —Uy, ¿y dónde vais? —pregunta inmediatamente Mía, tan cotilla como siempre. —Vamos a un evento, cielo —contesta mamá. —¿Los niños pueden ir? Yo quiero ir con vosotros. —No. Los niños no pueden ir. Lo siento —le responde papá sin dudarlo.

—¿Y con quién nos vamos a quedar? —Vais a quedaros en casa de la abuelita. —¿De la abuela María? —pregunta ilusionada Julia. —No, de la abuela Dolores —responde mamá. —¿Y por qué no se viene la abuela a casa? —¿Pero cómo sois tan preguntonas? —salta papá riendo—. Venga, se acabó el interrogatorio. Id a prepararos. —Papá, yo no quiero quedarme con la abuela Dolores… —protesta Julia—. Es que nos regaña mucho. Papá y mamá se miran y se echan a reír. Ellos saben perfectamente que la abuela Dolores es muy estricta, pero ya está todo decidido: —Hoy os toca con la abuela Dolores. No hay más que hablar —concluye mamá —. Id a preparar las mochilas que papá os va a llevar ya. —¿Yaaaa, mamá? —pregunta Mía extrañada. —Mía, vamos —le dice Julia—, que te voy ayudar a preparar la mochila.

Mía, encantada de que Julia vaya a ayudarla, va con ella a la habitación. —Nena, ya sé qué vamos a hacer —le dice en voz baja Julia, que desde que papá les ha dicho que van a casa de la abuela Dolores no ha dejado de pensar en un plan para no ir. —Tati, cuenta, cuenta. —Te lo cuento en casa de la abuelita. —Pero ¿qué plan es ese si lo que queremos precisamente es no ir a casa de la abuelita? —Niñas, ¿qué os queda? —escuchan vocear a papá. —Ya casi estamos —contesta Julia alzando la voz, y luego le dice a Mía—: Venga, nena, coge la mochila. Tranquila que este plan va a funcionar aunque de primeras tengamos que ir. Allí te lo cuento. Vamos. En la puerta les están esperando papá y mamá. —Quiero que os portéis bien, ¿eh? —les advierte mamá antes de salir. —Mami, ¿por qué no nos lleváis los dos? —pregunta Mía —Cariño, yo tengo que arreglarme. —Ay, mamá, ¿y qué te vas a poner? —pregunta Julia con tono pícaro. —Pues un vestido bonito —contesta mamá guiñándole un ojo—. Venga, anda, que papá os está esperando. Las dos se despiden de ella con un beso y en el coche no tardan en llegar a casa de la abuelita. Cuando entran, el abuelo ya está dormido y ellas saludan muy formales a la abuela, como saben que a ella le gusta. —Bueno mamá, aquí te dejo a las niñas —se despide papá apresurado—. Mañana venimos a recogerlas. —Vale, hijo, no te preocupes que aquí van a descansar bien.

—Niñas, ya sabéis lo que os ha dicho mamá. No molestéis mucho a la abuela ni hagáis ruido, que el abuelo está durmiendo ya. —Ay, que sí, papá —contesta Julia. —Adiós papi, que os divirtáis —le dice Mía. En cuanto papá se marcha la abuela prepara la mesa para cenar. —Abuelita, ¿qué has hecho? —pregunta Mía. —Crema de calabacín. —¿Qué? Abuela, pero eso a mí no me gusta —protesta Julia. —Y a mí tampoco —la secunda Mía. —La crema de calabacín es muy buena, y es lo que hay para cenar —contesta la abuela tajante—. Venga, a lavaros las manos.

—Abuela, pero yo no quiero cenar eso —insiste Julia, aun sabiendo que la abuela Dolores no es fácil de convencer. —Niñas, se come lo que se ha hecho, no lo que se le antoja a una en cada comida. —Pues es que yo prefiero no cenar, y seguro que mi hermana también. —¡Uy! Pues a ver si voy a tener que llamar a vuestro padre —comenta la abuela sin decirlo en serio. —Pues llámalo —contesta Julia con descaro. Esa contestación termina de enfadar a la abuela y entonces decide verdaderamente llamar a su hijo. Le pilla justo en el momento en que está entrando por la puerta de casa.

—¿Qué ocurre, mamá? —Hijo, que aquí tengo a las dos niñas peleando conmigo porque no quieren cenar. —Dile a Julia que se ponga —dice inmediatamente papá, y cuando Julia coge el teléfono le dice—: ¿Qué es lo que está pasando? ¿No lleváis ni quince minutos en casa de la abuela y ya la estáis liando? —Papá, es que la abuela nos quiere obligar a comer crema de calabacín, que no nos gusta. —Pues os la tenéis que comer. —¿Qué pasa? —pregunta mamá por detrás al escuchar a papá. —Toma, habla con tu hija —le dice papá a mamá pasándole el teléfono. —Mamá, la abuela quiere que cenemos crema de calabacín. —Nena, no seas desagradecida. Si es lo que hay para cenar tenéis que hacer un esfuerzo. —Pero no me gusta, ¡parece papilla! —contesta Julia muy alterada. —Julia, tranquilízate. Sabes que la abuela sufre jaquecas, así que no la pongáis nerviosa u os tendremos que ir a recoger. —Pues ven a por nosotras porque yo no me pienso comer la crema de calabacín. —Uy, ¿será posible que digas eso? —suspira sorprendida la abuela—. ¡Qué maleducada! El comentario de Julia ha colmado la paciencia de mamá, que no comprende cómo puede estar hablando así, pero además lo que ha dicho la abuela le ha hecho sentir muy ofendida. —Julia, haz el favor de relajarte y pásame con la abuela —le indica mamá, y

cuando escucha que la abuela ha cogido el teléfono le dice—: Dolores, no quiero que las niñas te den dolor de cabeza, pero además creo que es demasiado llamarlas maleducadas. —Pues a la vista está que son unas caprichosas… —comenta la abuela—. En mi casa siempre se ha comido lo que he preparado. —De acuerdo, Dolores, no vamos a discutir —contesta mamá sintiéndose impotente, pues no ha conseguido hacer entrar en razón a Julia, ni puede pasar por alto el comentario ofensivo de la abuela—. Ahora mismo vamos a recoger a las niñas —dice muy convencida. —Pero ¿qué ha pasado? —pregunta papá sorprendido después de que mamá cuelga el teléfono. —Tu madre tiene una forma muy fea de decir las cosas y yo no voy a permitir que mis hijas y ella se pasen la noche discutiendo. Venga, vamos a por las niñas ahora mismo. En casa de la abuela, Julia y Mía siguen empeñadas en no cenar, así que la abuela deja de insistirles: —Habéis conseguido que vuestra madre venga para acá —dice finalmente disgustada. —Tati —dice Mía mirando a Julia con pesar y en voz baja—, creo que vamos a estar castigadas un mes. —Me da igual, nena. Prefiero estar castigada un mes a comer esa comida —salta Julia, y al ver que Mía tiene los ojos llorosos le dice—: Ahora no llores que necesito que utilices la cabeza para pensar y ayudarme a salir de esta. Al poco rato suena el timbre de casa. Cuando la abuela abre la puerta, mamá la saluda fríamente y entra hacia dentro muy enfadada para decirles a las niñas: —Venga, coged vuestras mochilas que nos vamos. Sin decir palabra, Julia y Mía salen de casa de la abuela y se meten en el coche. Mamá y papá se quedan hablando con la abuela, y Julia y Mía pueden ver desde el coche que mamá está muy alterada, pero ya no hay vuelta atrás.

—Tati, ¿este era tu plan? —le pregunta Mía a Julia. —No, nena.

—¿Pues cuál era? —Yo tenía pensado que nos fuésemos a dormir pronto y al rato fingir que estaba teniendo la pesadilla, así la abuela llamaría a mamá y vendrían a por nosotras. Lo que pasa es que cuando he escuchado que había crema de calabacín he aprovechado… —Pero, tati, ¿cómo se te ocurre ponerte así por una crema? —Nena, tenía que hacer lo que fuera. Yo no quiero estar con la abuela Dolores. Siempre nos riñe, hagamos lo que hagamos… —Sí, pero tati, vas a ver mamá… Cuando papá y mamá se montan en el coche, mamá llama inmediatamente a su madre. —Mamá, ¿te puedo dejar a las niñas en casa? —escuchan que le dice. La abuela María siempre está encantada de ver a las niñas, así que todos saben que está diciendo que sí antes de que mamá se despida—: Muchas gracias, mamá. Vamos para allá —acto seguido cuelga el teléfono y mira para atrás muy seria hacia Julia y Mía—. Os vais a quedar con la abuela María. Y mañana cuando os recoja vamos a tener una buena conversación. Nadie comenta nada más en el trayecto, pero Julia y Mía saben que han llegado demasiado lejos y mañana sufrirán las consecuencias... Al llegar a casa de la otra abuela, ella las está esperando fuera y las niñas corren a abrazarla en cuanto se bajan del coche. —Mamá, mañana te cuento lo que ha pasado —dice mamá a la abuela—. Ahora no podemos entretenernos porque llegamos tarde. Las niñas aún no han cenado. —De acuerdo, ahora les preparo algo. En cuanto papá y mamá se van, la abuela les indica a Julia y Mía que vayan a

ponerse el pijama y mientras tanto ella prepara la cena. —Nena, tengo otro plan —dice Julia mirando a Mía de reojo. —Pues como sea como el de antes… Creo que está quedando claro que quien sabe hacer planes de las dos soy yo… Bueno, a ver, ¿cuál es? —Ahora le contamos todo a la abuela y ella seguro que habla con mamá y le hace entender que nosotras tenemos razón.

—¡Wow! Tati, ese es muy buen plan, eres una máquina —susurra Mía antes de salir de la habitación. —Tú sí que eres una máquina, enana. Venga, vamos, que nos está esperando la cena y la verdad es que ya tengo mucha hambre…

Después de lo sucedido con la abuela Dolores, las niñas pasaron la noche con la abuela María, pero tenían claro que, aunque se habían salido con la suya, les iba a caer un buen castigo, así que pusieron en marcha el plan de Julia. Al sentarse a la mesa para cenar en casa de la abuela María, ven que les ha preparado uno de sus platos favoritos, así que las dos se relamen. —Mmm, abuela, esto sí que es una cena y no la crema esa de calabacín — comenta Julia. —Cariño, la crema de calabacín es muy buena también. Hay que comer de todo. —Abuelita —dice Mía al observar que solo hay dos platos—, ¿y tú no cenas? —No, yo ya he cenado. —Ah. Mmm, abuela, qué rico está. ¡Menos mal que tú sí que eres buena! —Ya sabemos que la abuela Dolores es un poco cascarrabias, pero también os quiere mucho. Venga, terminad de cenar y me contáis lo que ha pasado. Julia mira a Mía con complicidad y las dos terminan rápidamente la cena. Se lo comen todo todito. —¡Qué bueno estaba, abuelita! —dice Mía después del último bocado. —Me alegro —contesta ella—. Venga, voy a recoger la mesa. —No, abuela —dice Julia—. Recogemos nosotras. —Ay, mis niñas… —suspira la abuela con una sonrisa—. Vale, dejad los platos en el fregadero y mañana los friego yo. Una vez recogidos las tres se sientan en el salón y la abuela les pregunta qué ha sucedido. Julia le cuenta que no les gusta estar con la abuela Dolores porque siempre se enfada. Esta vez se ha empeñado en que coman algo que no les gusta y las ha llamado maleducadas. —Niñas, pero es vuestra abuela —les dice la abuela María después de escuchar

con mucha atención—. A ella le tiene que doler que no queráis estar con ella. —Ya, abuelita, pero nos trata muy diferente a como lo haces tú —contesta Mía —. Siempre está renegando por todo. En su casa nos sentimos como unas prisioneras. —Además no se comporta igual con sus otros nietos —comenta Julia—. Solo es así con nosotras. Yo creo que no nos quiere… —No, niñas, no digáis eso. Claro que Dolores os quiere, os quiere mucho, pero ella tiene una manera diferente de expresarlo y una forma de ser más difícil. —Abuelita, mi madre nos va a castigar mañana. Porfa, nos tienes que ayudar — le suplica Mía. —Sí, abuela, nosotras no hemos hecho nada… Solo hemos protestado por la cena... —Bueno, mañana cuando venga vuestra madre hablaré con ella, aunque no os garantizo nada. Pero tenéis que prometerme que vais a tener paciencia con Dolores, ¿vale? —Lo intentaremos, abuela —dice Julia. —¡Gracias abuelita! —dice Mía, y las dos se lanzan a abrazarla—. Te superquiero, abuelita. —¡Anda ya, pelotilla! —contesta la abuela sonriendo—. ¿Os apetece jugar a algo? —Síííííí —contestan las niñas, pero en ese momento suena el teléfono de casa y la abuela se levanta para cogerlo. —Mamá —escucha la abuela al cogerlo, y rápidamente distingue la voz de su hija—. ¿Cómo están las niñas? —Bien, cielo. —¿Han cenado?

—Se lo han comido todo, y hasta han recogido ellas la mesa. Están bien, no te preocupes. Disfruta de la fiesta.

—¿Te han contado lo que ha pasado? —Sí, pero no vamos a hablar del tema ahora. Tú disfruta del evento que las niñas están bien y mañana hablamos. —Vale, mamá. Dales un beso de mi parte. En cuanto se despiden y la abuela María cuelga el teléfono Mía le pregunta:

—Abuelita, ¿mamá está muy enfadada? —No, cielo. Todo lo contrario, se le notaba preocupada por vosotras. Seguramente os regañará, pero no os va a castigar, os lo digo yo —afirma la abuela, y para cambiar de tema les pregunta—: ¿A qué jugamos entonces? —A las cartas —propone Mía. —Mía, a las cartas no —replica Julia—, que luego pierdes y te enfadas… —Que no me enfado, tati… —¿Queréis que hagamos una sopa de letras? —sugiere la abuela. A Julia y Mía les parece muy buena idea, así que la abuela María se sienta en medio de las dos, abre una revista y reparte bolis entre las tres. —Venga, empezamos por la palabra «temperatura». La primera que la encuentre gana un punto. —Vale —contestan las dos a la vez. Al poco rato la abuela va ganado con cinco puntos, Julia lleva dos y Mía ha conseguido uno. —Jo, abuelita, es que eres una máquina, las encuentras tú todas —le dice Mía.

Julia se echa a reír. —Nena, yo estaba pensando lo mismo. Mía no tarda en quedarse dormida y Julia empieza a frotarse los ojos. —Bueno —dice la abuela al verlas—, vámonos ya a dormir. Mañana será otro día. A la mañana siguiente, cuando mamá llama a la puerta las niñas siguen durmiendo como troncos. —Pero, hija —le dice la abuela al abrir la puerta y verla—, ¿cómo es que has venido tan pronto a por las niñas? Aún están durmiendo. —Mamá, vengo a recogerlas para que no te molesten, que las conozco. —Si a mí no me molestan, todo lo contrario, me alegra el día estar con ellas. Por cierto —comenta la abuela recordando la conversación del día anterior con las niñas—, tienen miedo de que las castigues por lo que pasó ayer. Están arrepentidas, pero además ayer me contaron que tu suegra les trata de una manera diferente al resto de los nietos. —Yo también me había dado cuenta de eso, pero pensé que las niñas no. —¿Te piensas que las niñas son tontas y no se enteran? Por eso mismo no les tienes que regañar. Y si las niñas no quieren estar con su abuela, no las obligues. —Ya, mamá, siempre procuro evitar dejárselas a ella pero también es su abuela, por mucho carácter que tenga... —Cuando tengas que ir a algún sitio me las dejas a mí, que me dan vida. Con ellas vuelvo a sentir lo que sentía contigo y tus hermanos. Venga, vete a casa a descansar, ¡que mira qué cara me traes! Después de comer las llevamos tu padre y yo.

—¿Estás segura, mamá? —Que sí, anda, ve a descansar.

—Gracias, mamá, por cuidarnos a mí y a las niñas. —Anda, anda, tira, y no regañes a las niñas, que me han prometido que van a tener paciencia con su abuela Dolores. —Tienen que aprender a portarse bien, mamá, pero tendré paciencia. Cuando mamá se va, la abuela María está tan contenta de poder pasar la mañana con sus nietas que no aguanta esperar a que se despierten y rápidamente se dirige a su cuarto: —Niñas, niñas, vamos, arriba —les dice—, que tengo buenas noticias. —¿Qué pasa, abuela? —pregunta Julia aún medio dormida. —Vuestra madre ha venido a por vosotras. —¿Qué? ¿Ya?, ¿pues qué hora es? ¿Ves, abuela?, seguro que nos va a castigar, por eso ha venido tan pronto… —Abuelita, porfa, ayúdanos —le pide Mía. —Chsss, relajaos, que se ha ido a casa. —¿Cómo que se ha ido? —Os vais a quedar a comer aquí y después el abuelito y yo os llevamos a casa. —Pero, abuela, no entiendo nada —dice Julia confusa. —Venga, lavaos la cara y ahora os cuento todo. Vamos a pasar una mañana estupenda juntas. Julia y Mía disfrutaron del día con los abuelos y, cuando volvieron a casa, mamá no las regañó. Aun así las niñas les pidieron a papá y a mamá que nunca más las dejaran en casa de la abuela Dolores. —Aunque sea muy exigente, lo hace por educaros —les explicó mamá—. La abuela no tiene un carácter fácil, pero os quiere y siempre que estéis con ella tenéis que portaros bien. Yo voy a intentar no dejaros solas con ella, pero entended que las personas mayores están más débiles y hay que tener paciencia.

Papá y mamá también hablaron con la abuela Dolores y, al parecer, lograron entenderse.

A Julia y a Mía les han dado las cuatro y media de la tarde viendo una película. Esta semana Julia ha terminado los exámenes de febrero y estaba deseando relajarse. Siguen en el sofá cuando el teléfono de Julia empieza a sonar. Mira quién la está llamando y es su amiga Lidia, así que se levanta y, sin decirle nada a Mía, se mete en su habitación y cierra la puerta. Mía, tan cotilla como siempre, se acerca sigilosa a la puerta y pega la oreja para intentar oír algo. —Así que el examen está suspendido —le escucha decir a Julia. «¡Dios mío, ha suspendido!», piensa por un momento separándose de la puerta sorprendida. De inmediato vuelve a pegar la oreja para no perder detalle, y escucha la voz de Julia diciéndole a su amiga:

—¿Y ahora qué? Mía está tan impresionada que no puede aguantar la tensión. No espera a escuchar más y entra en la habitación sin ni siquiera llamar. —Le voy a decir a mamá que has suspendido —le salta a Julia. —¿Pero de qué estás hablando? —Sí, sí, no disimules que he escuchado perfectamente que has suspendido, tati. Julia se queda mirándola con asombro y le dice a su amiga por teléfono: —Ahora hablamos —y cuelga la llamada. Entonces mira a Mía fijamente. —Nena, no se lo vas a decir a mamá, ¿verdad? —Pues sí, en cuanto entre por la puerta. —No puede ser —se lamenta Julia echándose las manos a la cabeza—. Nena, pídeme lo que quieras. —Has dicho lo que yo quiera… —remarca Mía.

Julia asiente con la cabeza. —Tati, quiero que me des tu camiseta favorita. —Pero si no te vale, ¿para qué la quieres? —Si no hay trato se lo digo a mamá. —Vale, vale —contesta rápidamente Julia—. Te la puedes quedar. —También quiero que me hagas las tareas todos los días. Sorprendida, Julia trata de hacerla razonar: —Nena, las tareas las tienes que hacer tú, si no no vas a aprender nada. Además, nuestra letra es totalmente diferente. —Si no hay trato, vas a mamá. Al ver que Mía lo tiene tan claro, Julia se echa a reír.

—Está bien. ¿Algo más, señorita? —Por supuesto que sí. Quiero que me des tu ordenador. —Por ahí no paso, nena —contesta Julia—. El ordenador lo necesito para estudiar. —¿Sí? ¿Para estudiar? —responde Mía con tono burlón—. Pues no se nota, porque has suspendido. —Está bien —asiente Julia con fastidio—. ¿Pero me lo dejarás? —Bueno… Depende de cómo te portes —contesta echándose a reír. En ese momento se escucha la puerta de casa. —Nena, acaba de llegar mamá. No le vas a decir nada, ¿verdad? —No… Siempre y cuando cumplas el trato.

Las dos salen de la habitación para saludar a mamá y en ese momento el teléfono de Julia vuelve a sonar. —Tati, tu teléfono está sonando. Será tu mejor amiga… —comenta Mía burlándose de ella. Julia corre a su habitación para coger el móvil y antes de descolgar mira quién la está llamando. Es Amiga 2, el nombre con el que ha guardado el teléfono de su crush para que nadie sepa quién es en realidad. Por un momento Julia se teme que Mía esté otra vez detrás de la puerta, así que se asoma antes de cogerlo, pero Mía está hablando con mamá, de modo que cierra la puerta y se acomoda para contestar. —Hola. —Hola, princesa —le saluda su crush—. ¿Qué haces esta tarde? —Nada especial. Estoy aquí en casa. —¿Te apetece que quedemos? Julia se queda callada mientras su corazón empieza a latirle a mil por hora. —¿Te apetece o no? —le insiste él. —Claro que sí —responde—. Le voy a preguntar a mi madre si me deja salir un rato. ¡Espera! Sale de su habitación como un rayo y, sin separarse el móvil de la oreja, va directa a donde está mamá y le pregunta: —Mamá, ¿me dejas salir un rato con Lidia? —Sí, pero solo un rato. Antes de continuar la conversación al teléfono, vuelve a su habitación: —Has oído, ¿no? —le pregunta riéndose. —¿Nos vemos en media hora donde siempre? —le propone él.

—Genial. Sin esperar un segundo, Julia cuelga y lanza el teléfono a la cama. Abre el armario para buscar su mejor look del momento, pero justo en ese instante Mía aparece en la habitación. —Tati, llévame contigo —le pide, porque le encanta estar con Julia y sus amigas. —No —contesta Julia sin más mientras sigue buscando en el armario. —Pues ahora mismo le digo a mamá que has suspendido y entonces no te va a dejar salir. Julia está tan emocionada que ni siquiera escucha a Mía. Y, como no contesta nada, Mía sale de la habitación enfadada y va directa a hablar con mamá. La encuentra en la cocina y sin pensárselo dos veces le salta: —Mamá, mi hermana ha suspendido un examen.

—¿Cómo que ha suspendido? —Sí, mami, la he escuchado hablando con su amiga. —¡Juliaaa! —grita mamá al instante. Julia está tan emocionada vistiéndose que al escuchar a mamá sale corriendo alegremente: —¿Qué pasa, mamá? —Dice tu hermana que has suspendido. ¿Cuándo pensabas decírmelo? Julia mira a Mía y se echa a reír. —¡Qué inocente eres! —le dice. A continuación se da la vuelta y se dirige hacia su cuarto, pero mamá está superenfadada. —¿Dónde vas? ¡Estoy hablado contigo, Julia!

—Espera, mamá —le dice dándose la vuelta, y va a buscar su mochila. Saca de ella una carpeta, vuelve al comedor y delante de Mía saca un folio que le entrega a mamá—. Aquí está el examen. Mamá se pone las gafas y comprueba que en la hoja no solo no hay un suspenso, sino que hay escrito un pedazo de diez. Entonces mira a Mía y acto seguido mira a Julia. —¿Ves, mami? —salta Mía—. Te dije que había suspendido. Yo no miento. —Tú no mientes… —repite mamá mientras le pasa la hoja del examen. Mía ve entonces que allí hay un diez y se queda alucinada. No entiende nada. —No puede ser, mami, yo la he escuchado hablando de que había suspendido el examen. —Mamá —interviene rápidamente Julia—, Mía me ha escuchado hablar con Lidia, pero estábamos hablando de que ella ha suspendido. Era de ella y no de mí de quien hablábamos; Mía lo malinterpretó. Mía se queda pasmada. Sabe que la ha liado y que le va a caer una buena bronca. —Venga, Julia —responde mamá—, termina de vestirte. —A continuación mira a Mía y le dice—: Vamos a mi habitación. Mamá echa a andar y Julia mira por un momento a Mía haciéndole burla con el examen en la mano. —Enana, ¿pensabas que te iba a dar mi ordenador por la cara? —Esta me la vas a pagar —contesta Mía muy enfadada, pero Julia se echa a reír. De pronto se vuelve a escuchar la voz de mamá: —Mía, te estoy esperando en mi habitación. —Corre —le dice Julia a Mía—, que mamá tiene un regalito para ti. Julia vuelve a su habitación para seguir vistiéndose, pero siente mucha curiosidad por saber qué le está diciendo mamá a Mía, así que se acerca hasta su

puerta e intenta escuchar. Mamá está regañando a Mía: —Pero ¿por qué eres así? ¿Por qué te inventas las cosas? Estás castigada una semana sin videojuegos. Al escucharlo Julia se echa las manos a la cabeza. «¡Uf! La que te ha caído en un momento, nena», piensa. En ese instante se da cuenta de que mamá va a salir de la habitación, así que corre hacia el baño que está al lado y disimula haciendo como si se está peinando. Al pasar por delante, mamá la mira por un momento y le dice: —Muchas felicidades por ese diez. Por cierto, cuando yo no esté en casa no quiero que le dejes a tu hermana la Play, ¿ok? —Ok. Cuando mamá se ha marchado, Julia se asoma a la habitación donde se ha quedado Mía. Está tirada en la cama bocabajo. Al escuchar que entra alguien, Mía se da la vuelta y, al ver que es Julia, le dice: —Tú prepárate porque te espera una pero bien gorda. —Ups, ¡qué miedito! —responde Julia riéndose. —Sí, tú ríete, disfruta del momento, que después no te vas a reír tanto. —Bueno, enana, aquí te quedas. ¡Chao! Julia sale de la habitación y Mía se queda pensativa. De repente sonríe y empieza a reírse diciéndose a sí misma: «Tranquila, Mía, tranquila, que la cosa no acaba aquí. Has perdido esta batalla, pero no la guerra...». Julia sale de casa y se encuentra con Ángel en el sitio acordado. —Lo siento. He tardado un poco por culpa de mi hermana. —No te preocupes, las cosas bonitas siempre se hacen esperar —contesta Ángel con una sonrisa de oreja a oreja. Julia se queda patidifusa, y cuando por fin logra reaccionar y va a contestarle,

Ángel le indica con el dedo en los labios que no diga nada. —Chsss. Antes de que sea más tarde quiero hablar contigo. A Julia se le abren los ojos como platos.

—Pero ¿qué pasa? —Tranquila, no es nada malo… —Entonces, ¿qué es? —pregunta Julia muy nerviosa. «Vale, Ángel, vamos a ello», se dice a sí mismo. —Julia, mírame a los ojos. Julia levanta la mirada pero le da tanta vergüenza que empieza a reírse a carcajadas. —Venga, Julia, mírame —le pide Ángel, pero antes de que a Julia le dé tiempo a hacerlo le suelta—: ¿Quieres ser mi novia? Julia, que aún seguía riéndose, se queda de pronto paralizada al escuchar la pregunta de Ángel. —Julia, ¿sí o no? —Puu, puu —está tan nerviosa que empieza a tartamudear—. Pues claro, sí, Ángel, sí quiero ser tu novia. Al escuchar el sí de Julia, a Ángel los ojos empiezan a brillarle de una forma muy especial y sin pensárselo dos veces se lanza a abrazarla y le dice al oído: —Te quiero. Julia se siente feliz. —Y yo a ti, Ángel.

Mía está disfrutando de un rato tranquilo en el comedor con mamá, pero pronto empieza a aburrirse y para entretenerse piensa en cómo molestar a Julia, que está en su habitación. Aún sigue castigada por lo que pasó con el examen de Julia y está deseando devolverle la jugada. Se levanta y camina lentamente hacia allí. Se asoma y ve a Julia sentada en el borde de la cama con su diario en la mano. Se queda un buen rato observándola y ve cómo Julia mira el diario riendo. «¿Qué estará leyendo que le hace tanta gracia?», piensa. Luego ve cómo se pone el diario en el pecho, levanta la cabeza mirando al techo y se ríe mordiéndose el labio inferior. «Ayyyyy, quiero saber qué pone —se dice —, esta será mi mejor venganza, pero Julia nunca deja su diario a la vista. ¿Dónde lo esconderá?». En ese momento ve que Julia le da un beso al diario, lo cierra y lo esconde debajo de la almohada. «¡Wow! Encontré su escondite, ¡yupi!». En ese momento Julia se levanta de la cama y Mía, para que no la pille allí, sale corriendo y se sienta en el comedor como si nada. Segundos después Julia entra. —¿Puedo salir un rato, mamá? —pregunta. Mamá levanta por un momento la mirada del libro que está leyendo y le dice que sí. —Nena, ¿te quieres venir conmigo? —le pregunta a Mía. —No, tati —contesta ella—. No tengo ganas de salir. Julia se extraña, incluso a mamá le parece raro. —Cariño, ¿es que te duele algo? —le pregunta mamá. —No, mami, es solo que no tengo ganas. Mamá mira a Julia con un gesto de aceptación, como diciendo «¡pues nada!». —Bueno, nena, tú te lo pierdes —dice Julia y acto seguido se va.

En cuanto Mía ve que Julia ha salido de casa y comprueba que mamá está muy entretenida leyendo su libro, se levanta y va a la habitación de Julia a coger el diario. Mamá se da cuenta de que Mía se ha levantado del sofá sigilosamente y sabe que algo está tramando. Mía coge el diario y se sienta en la cama. Tiene un candado, pero la llave está colgada de él, así que no tiene problema. Sin embargo, le cuesta abrirlo y prueba a sacar y meter la llave varias veces. Por fin lo consigue y en ese preciso instante, mamá entra en la habitación. —Mía, ¿qué estás haciendo? —le pregunta al verla con el diario de Julia. —Nada, mamá —contesta cerrándolo rápidamente. —¿Nada, Mía? ¿Qué haces con el diario de tu hermana? Ahora entiendo por qué no te has querido ir con ella. Has estado vigilando a tu hermana para saber dónde lo escondía, ¿verdad? Deja eso ahora mismo donde estaba y tira para tu habitación. Estás castigada. Esa es la privacidad de tu hermana. Mía deja el diario donde estaba y se levanta con la cabeza baja. —Que sea la última vez que coges algo que no es tuyo —le dice mamá mientras Mía sale por la puerta y no la quita el ojo de encima hasta que entra en su habitación. Un segundo después mamá corre hacia el diario, se sienta en la cama y lo abre. Pero Mía ha escuchado los pasos, así que se acerca lentamente y se asoma. Se queda alucinada al ver a mamá leyendo el diario justo después de haberle dicho que era privado. —Mamá, ¿qué haces? —le pregunta acercándose. —No, nada —se excusa mamá, sorprendida de que Mía la haya pillado—. Solo estaba revisando que lo hubieras dejado tal como tu hermana lo tenía para que no se dé cuenta. —Aaah —asiente Mía poniendo caritas. Mamá deja nuevamente el diario debajo de la almohada y después mira a Mía.

—¿Yo qué te he dicho? —le pregunta, y Mía se queda callada—. Te he dicho que estás castigada, así que tira para tu habitación ahora mismo. —Pero, mamá —replica Mía rápidamente—, me estás castigando por algo que tú también has hecho. —¿Aquí quién manda? —responde mamá muy cabreada—. Mando yo, ¿no? —Pero, mamá, no se trata de quién mande. Me estás castigando por cotillear el diario de mi hermana y tú has hecho lo mismo. Mamá sabe que Mía tiene razón, pero no quiere reconocerlo. —Ahora vas a estar castigada una semana para que aprendas que no tienes que contestar a tu madre. —Pero… —intenta replicar Mía, pero mamá no le deja terminar: —Pero nada. Venga, tira para tu habitación. No te quiero escuchar más. Mía decide no decir nada más porque mamá ya está suficientemente enfadada, de modo que se va a su habitación, pero por el camino empieza a hacer burla a mamá: —Pero mamá nada —va diciendo. —¿Has dicho algo? —le pregunta mamá al escucharla. —No —responde Mía dándose la vuelta—, no he dicho nada. —Ah, me había parecido… «¿Quién es más cotilla de las dos?», piensa Mía con fastidio al entrar en su habitación. Se siente mal porque le ha contestado a mamá, pero está convencida de que tiene razón. «Mamá se tiene que salir con la suya», se dice y se va enfadando cada vez más. Mamá se ha quedado en la habitación de Julia y por un momento recapacita. Sabe que no ha hecho bien y siente remordimiento. Así que decide ir a hablar con Mía.

—Nena —le dice abriendo la puerta de su habitación—. Lo siento. Sé que tienes razón, te estaba regañando por algo que yo también he hecho. —No pasa nada, mami —contesta Mía mirándola a los ojos—. Yo también lo he hecho mal, pero es que he visto que la hermana estaba abrazando el diario y dándole besos y me ha entrado una curiosidad tremenda por saber por qué hacía eso. En ese momento mamá siente aún más curiosidad. —Nena, venga, vamos a leerlo las dos —le propone—. Esto será un secreto, ¿eh? —Sí, mami —asiente Mía con una sonrisa—. Vamos. Juntas se sientan en la cama de Julia, cogen el diario y lo abren. Por un momento dirigen su mirada al diario pero luego se miran la una a la otra.

—¿Estás pensando lo mismo que yo, nena? — pregunta mamá. —Sí, mami. Mejor vamos a dejar el diario en su sitio. —Las dos sabemos que Julia es una buena hija y una buena hermana. No tenemos que desconfiar de ella. Así es como deciden dejar el diario y después se dan un gran abrazo. Dos horas más tarde, Julia vuelve a casa después de haber estado con sus amigas y jamás se llega a enterar de que mamá y Mía, a pesar de su enorme curiosidad, han sido capaces de respetar su intimidad.

Hoy es 12 de marzo, el cumpleaños de Julia, y esta vez cumple 14 años. Mamá siempre ha organizado la celebración en casa, pero esta vez será muy diferente, por primera vez Julia lo celebrará fuera. Hace unas semanas mamá le preguntó qué quería para su cumple, y aunque Julia lo sabía perfectamente, al principio no sabía cómo decírselo a mamá. —Mamá, yo no quiero nada material, lo que quiero es que me dejes celebrarlo con mis amigos. —¿Cómo con tus amigos? Si siempre los celebras con ellos. —No me estás entendiendo, mamá. —A ver, explícate mejor. —Quiero que me dejes celebrarlo sola con ellos. Yo tenía pensado ir al cine y luego a cenar. Ya tengo 14 años y me gustaría poder celebrarlo sola con mis amigos. —Pero, cariño, ¿y tus primos, tíos y abuelos qué? —Podemos comprar una tarta y soplo las velas con ellos, así también lo celebro con la familia, y no me tienes que regalar nada. Mamá recuerda que, a esa edad, ella también quería celebrar el cumple con sus amigos a sus anchas, así que decide darle permiso. Pero con dos condiciones: —Yo te llevaré y te recogeré, y también tienes que celebrarlo con la familia. —De acuerdo, mamá. Contaba con que tú me llevaras y recogieras y me encanta celebrarlo también con la familia, así que este año tendré doble cumpleaños. El día de la celebración ha llegado y Mía insiste en ir con Julia, pero ella no quiere tener que estar pendiente de su hermana pequeña el día de su cumpleaños. Además, si Mía va, Julia no va a poder estar con su novio. —Nena, no te puedes venir. Eres pequeña y además no quiero estar pendiente de ti todo el rato.

—Tati, te prometo que me voy a portar bien. Porfi… —No insistas más, que es que no. Mía comienza a llorar y va a buscar a mamá. —Mami, yo quiero celebrar con la hermana su cumple y ella no me deja. —Cielo, mañana lo vamos a celebrar aquí toda la familia. Hoy Julia lo celebra con sus amigos. Pero Mía no quiere comprenderlo. Empieza a llorar más fuerte, e incluso le entra una rabieta. —Nena, deja de comportarte como una niña chica —le regaña mamá—. Tienes que entender que no puedes ir. Deja ya de llorar. Mamá se pone muy seria y Mía ha visto pocas veces a mamá así de enfadada, así que para de llorar y se sienta de morros en el sillón. —Nena, no te enfades —le dice Julia. —Que me dejes en paz. —Mía, ¿qué maneras son esas de hablar? —le llama la atención mamá. —Mami, pero si es ella… —Tú hermana no te ha dicho nada malo. Que sea la primera y la última vez que le hablas así, ¿entendido? —dice mamá con firmeza, y Mía contesta que sí con la cabeza sin decir nada—. Julia, ¿estás lista ya? —Sí, mamá. —Venga, pues vámonos. Mía, levántate, que ya sabes que tú también vienes a llevar a tu hermana. Y basta de malas caras. Mía se levanta a regañadientes y camina con la cabeza baja y con unos morros que le llegan al suelo. Durante el trayecto al centro comercial nadie habla. —Mamá, ¡mira! Ahí están mis amigos —dice Julia al llegar.

Mamá para el coche para que Julia pueda bajar. —Nena, nosotras estaremos dando una vuelta mientras vais al cine y cenáis. No salgas de aquí, ¿eh? —le advierte mamá. Julia asiente y le da un beso de despedida. —Te quiero, mamá —le dice, y luego mira a Mía, que sigue enfadada, así que no le dice nada. Una vez Julia se ha bajado del coche, Mía levanta la cabeza y mira cómo se aleja mientras le caen lágrimas de los ojos. Mamá, a la que ya se le ha pasado el enfado, ve por el retrovisor cómo Mía llora silenciosa mirando a su hermana. —Venga, nena, que tú y yo nos vamos de compras —le dice tratando de animarla—. ¿Te apetece que vayamos primero a tomar un helado? Mía contesta que sí con la cabeza. —Vale, pues nos lo tomamos aquí mismo, en el centro comercial. Después de aparcar, mamá y Mía se van directas a la heladería. —Mami, ¿puedo ir a hacer pipí? —pregunta Mía nada más sentarse con el helado. —Ve, pero no tardes, que el helado se te va a derretir. Mía se conoce el centro comercial como la palma de la mano y en vez de entrar en el baño se echa a correr en dirección a los cines para ver si ve a su hermana. Julia está en la fila esperando a entrar junto con todos sus amigos y ni siquiera puede sospechar que Mía la está espiando. En ese momento Ángel le coge de la mano y Mía se queda alucinada. Y cuando ve que Julia le da un beso, eso ya sí que la deja boquiabierta y con los ojos como platos. Justo en ese momento Julia la ve de refilón.

—¡No! ¡Dios, mi hermana!

La ha descubierto y Mía se da cuenta. Echa a correr, pero Julia sale tras ella, sin embargo, como hay tanta gente, no consigue ver hacia dónde se ha dirigido. Ángel no sabe qué está pasado, pero va detrás de Julia. —¿Qué pasa? —le pregunta al llegar hasta ella. —Que mi hermana nos ha visto. —¿Estás segura de que era tu hermana? —Que sí, que sí. —¡Julia! ¡Ángel! —escuchan en ese momento. Les llaman sus amigos—. Vamos, vamos, que ya tenemos que entrar. —Venga, Julia, vamos. Ya verás como ha sido una alucinación tuya. Julia entiende que no tiene sentido seguir buscando a su hermana, así que lo mejor es entrar en el cine y disfrutar de la tarde, pero una vez dentro no puede concentrarse en la película. No consigue quitarse de la cabeza la imagen de Mía mirándola y se pregunta si se lo habrá contado a mamá. «Y si mamá se entera, ¿qué pasará?», no deja de preguntarse. Mía, ya de vuelta en la heladería, regresa a la mesa y se sienta disimuladamente. —Mami, es que había dos personas en el baño. Por eso he tardado un poco. —Bueno, no pasa nada. Venga, cómete el helado. Mía, sin decir más, comienza a comerse el helado y mamá la observa por un momento. —Nena, ¿estás bien? —le pregunta. —Sí, mami. ¿Por qué? —No sé, desde que has venido del baño estás muy rara, como pensativa. —No, mami, no me pasa nada.

—Bueno, en cuanto te termines lo poco que te queda del helado nos vamos a ver tiendas. Mamá y Mía se recorren todas las tiendas, y en todo ese rato Mía no deja de pensar en lo que ha visto. Tiene muchas ganas de contárselo a mamá, pero si lo hace la va a regañar por haberse ido sola, así que decide callarse. Julia, por su parte, no puede disfrutar de la peli y apenas cena. Cuando quiere darse cuenta ya ha llegado el momento de encontrarse de nuevo con mamá y Mía. Ve a las dos a lo lejos y a medida que se acerca el corazón le late más fuerte y más acelerado. Entonces, se tapa la boca con la mano y le dice a Ángel con mucho disimulo: —Tú no te pares, ¿vale? Sigue hacia delante. —Ok —le contesta él. —Bueno, ¿qué? ¿Cómo lo habéis pasado? —les pregunta mamá a Julia y sus amigos cuando llegan hasta ellas. —Muy bien —contestan todos. —¿Ves como tu hermana no le ha dicho nada? —le susurra Lidia a Julia al oído —. Tu madre está como siempre. —¿Y vuestros papás? —les pregunta mamá. —Ya han venido a recogernos. Nos están esperando. —Ah, vale, pues entonces no os entretengo más. —¿Ves lo que yo te he dicho? No sabe nada —le dice una vez más Lidia a Julia al darle un abrazo de despedida. —Que no, amiga, que está disimulando para que no os enteréis. Espera a que me monte en el coche… Mía, a quien no se le escapa una, se da cuenta de que Julia está hablado de eso. Entonces se adelanta un poco para ponerse al lado de ella y en voz bajita le dice:

—Tati, no le he dicho nada a mamá... —Gracias, enana —susurra Julia con una sonrisa de oreja a oreja. —Pero este secreto te va a costar bien caro.

Hoy toca celebrar nuevamente el cumpleaños de Julia, esta vez con la familia. Ayer Mía descubrió que Julia tiene novio y a cambio de no contárselo a mamá le pidió a Julia que le presente al hermano de Ángel. Pero cambia de opinión de la noche a la mañana y ahora quiere otra cosa. —Tati, si no quieres que le diga a mamá que tienes novio me tienes que dar todos los regalos que más me gusten —le dice a Julia unas horas antes de que lleguen todos sus familiares a casa. —Nena, pero si habíamos quedado en que ibas a conocer al hermano de Ángel… —Ya, tati, pero he cambiado de opinión. Y si no aceptas, se lo cuento a mamá. —No, no, por favor, nena —le suplica Julia—. Está bien, todos los regalos que te gusten te los puedes quedar. —Mmm, esto ya me gusta más. Trato hecho —contesta Mía satisfecha. «¿Cómo es posible que con ocho años que tiene sea así…? —piensa Julia—. Bueno, a mí los regalos no me importan. Yo quiero a Ángel y por él hago lo que haga falta». De todos los invitados los primeros en llegar son la abuela María y el abuelo. Las niñas van a saludarlos entusiasmadas. Julia sabe que la abuela siempre le regala dinero, así que en el momento de darle un beso y antes de que la abuela le dé nada, le dice con un susurro: —Abuela, sé que va a sonar mal lo que te voy a decir… —¿Qué pasa, cariño? —¿Me puedes dar mi regalo sin que Mía lo vea? —le dice llevándosela un poco aparte. —¿Y eso por qué, mi niña? —No, por nada… Es que me da pena por ella. A Mía siempre le regalan juguetes y no quiero que vea cómo me das dinero.

—Pero ¿quién te ha dicho que ese es tu regalo? —Como en estos últimos años me has regalado dinero he supuesto que ese sería mi regalo también esta vez… —Ay, mi Julia, ¡cómo cuida a su hermana! Toma, te lo doy ahora que ella no está. Has acertado, es dinero. Guárdalo para que Mía no lo vea —contesta la abuela. —Gracias, abuela, este es uno de nuestros primeros secretos. —Guárdalo, guárdalo, que viene tu hermana. —Abuelita, ¿qué le vas a regalar a mi hermana? —pregunta Mía acercándose a ellas. La abuela y Julia se miran por un momento, pero la abuela María sabe salir del paso: —Ay, mi niña, esta vez no puedo regalarle nada porque ando escasa de dinero. —Oooh, bueno, no pasa nada, abuelita —la consuela Mía—. ¿A que no, tati? —No, nena, no pasa absolutamente nada —contesta Julia mirando a la abuela y ella le guiña el ojo. Mía se queda convencida y se va con el abuelito. Julia aprovecha entonces para esconder el regalo y pronto empiezan a llegar más invitados. Mía no deja de observar todo el rato los regalos que abre Julia para escoger con cuál va a quedarse. Ha fichado ya un maletín de maquillaje y un reloj. Los demás hasta ahora han sido juegos de mesa que no le interesan y algo de ropa que no le gusta mucho. —Mami, ¿quién falta por venir? —pregunta Mía. Mamá observa a todo el mundo. —Creo que solo falta la tía Maruja. —Aj —contesta Mía con desprecio.

—Nena, compórtate con la tita, ¿eh? —le advierte mamá. Mía asiente con la cabeza y se queda mirando nuevamente los regalos. «A ver con qué más puedo quedarme —piensa—, porque la tía Maruja seguro que le va a regalar algún libro de más mayores, como siempre». —Nena, ¿ya sabes qué es lo que quieres? —le pregunta Julia en ese momento acercándose a ella. —Sí, tati, quiero el reloj y el maletín de maquillaje. —Nena, pero el reloj te queda grande. —Da igual, tati, es muy chuli. —Y el maletín de maquillaje, me dejarás usarlo, ¿verdad? —Bueno siempre y cuando no me lo rompas… —Mira qué graciosa. La que tiene que tener cuidado eres tú. —Pues si lo rompo, mío es —contesta Mía con chulería. —Puff —resopla Julia, que ya no sabe que más contestarle—. Bueno, está bien, esas dos cosas para ti. Pero hasta mañana no te las doy para que nadie sospeche, ¿vale? —Vale, tati. Por fin llega la tía Maruja y lo primero que hace es felicitar a Julia y darle un gran beso. —Toma, para que te compres lo que quieras —le dice después dándole un billete de 50 euros—, que no he tenido tiempo de ir a comprarte nada. A Mía se le abren los ojos como platos y empieza a frotarse las manos. —Muchas gracias, tita, pero no, toma el billete. Cuando puedas vas y me compras algo tú. Mía está sorprendida. «No puede ser». La tía Maruja insiste:

—No, toma, cómprate tú lo que quieras. —No, de verdad, tita —insiste Julia—. Por favor, quédatelo y cuando puedas me compras algo, que a mí me hace mucha más ilusión. —Está bien —acepta la tía Maruja—. La semana que viene te traigo tu regalo. —Sin prisas, tita, cuando puedas. —Tati —le dice Mía en bajito cuando la tía Maruja se va a saludar a los demás —, pero ¿por qué no los has cogido? —Porque no quiero dinero. —Pero yo sí —contesta Mía. —Nena, no he caído, lo siento. Cuando la tita me traiga el regalo, te lo quedas. —¡Madre mía! —resopla Mía—. Cincuenta euros que acabo de perder… —Nena, pero ¿qué vas a perder? Si no son tuyos. —Ya, pero lo podían haber sido. —Bueno, se acabó, ya no hay más regalos —dice Julia ya cansada de las condiciones de Mía—. Mañana te doy los que has elegido. Ahora déjame. Durante la fiesta, Julia observa todo el rato a la tía Maruja y a Mía. Quiere pillar a la tía sin que Mía la vea, y cuando ve que Mía está jugando distraída y que la tía va al baño, corre hacia ella. —¡Tita, tita! —la llama con disimulo para alcanzarla antes de que entre en el baño. —¿Qué pasa, cielo? —Que sí acepto tu regalo, pero antes te he dicho que no porque me da pena por Mía, que ella siempre recibe juguetes —le dice, igual que le había contado a la abuela María. La tía Maruja se lo cree y le da los 50 euros nuevamente.

—Tita, que no se entere mi hermana, ¿vale? —le pide Julia. —Tranquila, que esto de aquí no sale —le promete la tía. —Con esto voy a comprarme ropa —dice Julia muy alegre. —Te puedes comprar lo que quieras. Julia le da un beso de agradecimiento y se va corriendo a esconder el dinero junto con el de la abuela. «No podía permitir que Mía se quedara con 50 euros», se dice mientras guarda el dinero en el armario. Cuando la fiesta termina y todo el mundo se va, Julia lleva los regalos a su habitación. Y Mía, que no le quita ojo, la sigue hasta allí. —Tati, ya no hay nadie. ¿Me das mis dos regalos? —le dice entrando en la habitación. Julia los coge y se los va a entregar, pero los retiene un momento y le dice: —Nena, antes me tienes que prometer que jamás le vas a contar a mamá nada de lo que viste. Mía se queda pensado. —Nena, prométemelo —le exige Julia. —Te lo prometo, tati —acepta al fin. —Ya sabes que mamá siempre nos dice que las promesas se tienen que cumplir. —Que sí, pesada, que te lo prometo. —Toma, espero que los cuides. Mía se va dando saltos de alegría. Ha conseguido dos regalos por la cara. «Bueno, un reloj y el maletín… —se queda pensando Julia—. Tampoco es que me haga mucha ilusión. Al menos Mía me ha prometido que no va a decir nunca nada. Y encima me quedo con el dinero de la abuela y, el de la tía», se dice Julia, y una sonrisa se dibuja en su cara.

Además de ir a trabajar y cuidar de la casa, mamá siempre está pendiente de todo. Ahora que ha pasado el mes de marzo y es primavera, cuando tiene que salir a hacer recados, Mía siempre quiere acompañarla. Esta tarde antes de que mamá se marche, insiste en ir con ella una y otra vez. —Nena —le contesta mamá con dulzura—, no sé cuánto tiempo voy a tardar. Es mejor que te quedes en casa. —Pero es que en casa con la hermana me aburro… —dice Mía, pero finalmente mamá le deja claro que no puede ir con ella y Mía, aunque lo entiende, se queda medio llorando cuando mamá se va. —Llora un poquito… —le dice Julia para picarla, pero, aunque no es su intención, resulta que Mía empieza a llorar—. De verdad, nena, pareces una bebé. ¡Que era broma! —Déjame en paz —contesta Mía de malas maneras, así que Julia sigue burlándose de ella: —¿A ver cómo llora la bebé de la casa? Mía se levanta del sofá, le tira un cojín a Julia y se va a su habitación. —¡Llorona! —le dice Julia riéndose—, que eres una llorona. Mía está tan enfadada que piensa: «Esta me la vas a pagar» y se tumba en la cama con Pupy decidida a idear qué le puede hacer a su hermana. Pasado un rato, Julia sigue en el comedor y empieza a mosquearse. «Es extraño que no escuche a Mía. Voy a ver qué está haciendo», se dice. Al acercarse a su habitación, Mía, que sigue tumbada, la escucha llegar y se hace la dormida. —¡Wow! Qué buena eres cuando estás durmiendo —comenta en bajito Julia al verla—. Mmm, voy echarme una siesta ahora que esta demonia está dormida. Mía lo escucha todo y que Julia la llame demonia no le hace ninguna gracia. Poco después de que Julia se haya ido a su habitación, se levanta y va hacia allí sin hacer ruido. Se asoma a la puerta y ve que Julia está roncando panza arriba.

«Ahora te vas a enterar, hermanita —piensa—, por la burla que me has hecho y por cómo me has llamado. Que comience el juego». Mía se dispone a desordenar toda la casa. Empieza dejando el comedor como si hubieran entrado los ladrones. Después va a la cocina, coloca todos los vasos en línea y con un cartón de leche los mancha todos. Después aprovecha para picotear un poco de chocolate y patatas fritas, dejándolo todo perdido. Pupy está alucinado observándola y aprovecha la ocasión para comer lo que cae en el suelo. Por un momento Mía se entretiene comiendo también, pero luego continúa con su juego. Agarra el pintalabios favorito de Julia y empieza a dibujar en el espejo del baño pensado: «Ahora vas a tener que limpiar si no quieres que mamá te castigue. ¡Limpia, limpia!». Tan solo queda la habitación de mamá, pero Mía sabe que es territorio prohibido, de modo que ha terminado su venganza y está deseando que Julia lo vea. «¿Y ahora cómo la despierto…? ¡Ya sé!». Acto seguido corre hacia la cocina y rápidamente coge una olla y una cuchara. Equipada de este modo, se coloca enfrente de Julia y cuenta «una, dos y tres…». —¡Vamos! ¡Arriba! —exclama al tiempo que golpea la olla—. ¡Alguien tiene mucho que limpiar antes de que llegue mamá! —Pero ¿qué haces, enana? —le dice Julia aturdida por ese despertar—. ¡Qué susto me has dado! No te doy un guantazo porque mamá me lo tiene prohibido… —Un guantazo es lo que te va a dar mamá como no limpies todo lo que has manchado con tus amigos. —¿De qué estás hablando, niñata? —Tú ve y mira… —le dice Mía con cara maliciosa. Julia se levanta corriendo y va al comedor. —¡Nooo! Nena, pero ¿qué has hecho? —exclama mientras corre a colocar los cojines del sillón. Al ver el comedor tan desordenado teme que mamá se enfade con ella por haber dejado que eso sucediera, así que se apresura a ordenarlo todo. —. Pero ¿por qué me haces esto? ¿Yo qué te he hecho? —¿Que qué me has hecho? Te has burlado de mí, así que aprende la lección: quien ríe el último, ríe mejor. Y ahora sí que me voy a echar una siesta, que estoy

muy cansada. —No, no. Tú te vas a poner a limpiar conmigo —le advierte Julia. —Jaja, eso no te lo crees ni tú. Mamá tiene que estar a punto de entrar por la puerta y yo que tú no perdería el tiempo en discutir conmigo. Si mamá llega y ve todo esto, le diré que han sido tus amigos. —Ya, sí, como que mamá te va a creer… —Pues cuando vea el montón de vasos sucios… —No, dime que en la cocina no has hecho nada —dice Julia impresionada al tiempo que corre hacia allí—. ¡Noooooo! Esto no puede ser verdad —exclama cuando llega. Julia vuelve donde está Mía y se le queda mirando fijamente sin decirle ni media palabra, pero Mía se limita a hacer como si bostezara, se estira y dice: —Ay, qué sueño tengo. Me voy a dormir, que la demonia se vuelve buena cuando duerme. Chao, pescao —salta, y se da la vuelta para irse. En ese momento recuerda que le ha faltado contar una cosa—: ¡Aaah! Que se me olvidaba: tu pintalabios favorito descansa en paz. En el baño puedes llorar su muerte. —¡No me puedo creer que con ocho años hables así! ¿Dónde has aprendido todo esto? —Mmm, en Google una aprende muchas cosas. Adiós —contesta, y va a encerrarse en su habitación celebrando su victoria. Al entrar coge la tablet y le da un beso. «Tú eres mi salvadora», piensa. Mientras tanto Julia ha descubierto su pintalabios y esto le hace explotar:

—¡Esta me la vas a pagar! Te lo prometo —grita. —No prometas tanto —le contesta Mía—, y ponte a limpiar que mamá tiene que estar al llegar. La demonia se va a dormir. Mía se tumba en la cama. Se siente satisfecha porque piensa que se ha cobrado

las lágrimas que Julia le ha hecho derramar, y se queda dormida abrazada a su amiga la señora tablet. Por su parte, Julia limpia a todo correr para que cuando llegue mamá lo encuentre todo tal cual lo dejó. Cuando mamá vuelve, algo le resulta extraño en la casa. —¿Qué ha pasado, Julia? —Nada, mamá, se me cayó el zumo al suelo y ya aproveché para limpiar un poco. Para sorpresa de las dos, mamá se queda tan sorprendida que le regala 20 euros a Julia. Y, claro, cuando Mía se entera, ella también los quiere. —Tu hermana se los ha ganado por haber recogido un poco la casa —le explica mamá. —Quien ríe el último ríe mejor —le dice Julia, repitiendo las mismas palabras que Mía había utilizado hacía un rato—. Con estos 20 euros voy a comprarme un pintalabios nuevo y mejor. Gracias, enana. Mía no puede creerlo, a veces las cosas no resultan como una las planea. «La próxima vez me encargaré de que esto no suceda».

Hoy Julia, con el permiso de mamá, va a ir a dar una vuelta en bici y Mía está deseando poder salir, así que en cuanto se entera se apresura a preguntar: —¿Puedo salir con mi bici yo también, mami? —Sí, mamá, déjala —la apoya Julia, pues le parece buena idea—. Yo cuido de ella. —Está bien, puedes salir, pero con la condición de que no salgáis del recinto de la comunidad —les advierte mamá—. Y poneos el casco y las rodilleras. Mía empieza a saltar de alegría. Le encanta coger la bicicleta que le regalaron por su cumpleaños y hace ya varios meses que no la usa. Además Pupy puede correr a su lado, así que también lo saca con ella. En cuanto salen de casa, Julia y Mía empiezan a jugar a las carreras. Pero de repente a Mía se le ocurre otra cosa: —Tati, yo también quiero aprender a llevar la bici sin ruedines. Enséñame, porfa. —Nena, es muy difícil… —Pues por eso mismo, qué mejor maestra que tú, mi hermana querida. Mía logra convencer a Julia y entre las dos tratan de averiguar cómo se quitan los ruedines. —¡Ajá! —exclama Julia de pronto—. Recuerdo que papá te los puso con una llave que está en el maletín de las herramientas… Pero no podemos cogerlo, nena, porque mamá está en casa. —Tati, pero tú sabes qué llave es, ¿verdad? ¿Y sabes dónde está el maletín? —Sí… —Pues vamos a casa, tú haces como que tienes sed y aprovechas para coger la llave y mientras tanto yo entretengo a mamá. —Wow, nena, qué lista eres —accede Julia—. Venga, vamos.

—¿Ya os habéis cansado de bici? —les pregunta mamá al verlas entrar en casa. —No, mami, es que la hermana tiene sed —contesta Mía, y continúa diciendo —: Mami, ¿me puedes mirar la espalda? Creo que me ha picado algo. —A ver, ven aquí a la luz para que te vea bien —le dice mamá, y empieza a mirarle la espalda al tiempo que Mía le guiña el ojo a Julia. Julia aprovecha para ir a por la llave. —Nena, pues yo no te veo nada… —dice mamá—. ¿Es por aquí? —No, mami, un poco más abajo. Cuando Julia consigue la llave, se la esconde debajo de la camiseta, vuelve al comedor y le hace una señal a Mía. —Nena, no tienes nada —dice mamá en ese momento. —Vale, mami, qué alivio, pensé que me había picado algo. —¿Ves, nena? —dice Julia, y luego le explica a mamá—: Yo también la miré fuera y tampoco le vi nada. Anda, vamos, que hemos dejado las bicis fuera. Julia y Mía salen y, entre risas, Julia le enseña la llave a Mía. —Vamos a escondernos en aquella esquina para quitar los ruedines —le dice, y así lo hacen, pero, aunque tienen la llave, no consiguen quitarlos. —Tati, ¿estás segura de que esta es la llave que utilizó papá? —pregunta Mía. —Que sí, estoy segurísima. ¡Mira!, ¿ves?, ¡un ruedín quitado! —salta de pronto Julia.

—¡Wow! —Nena, sujeta la bici para que no se caiga mientras quito el otro… ¡Listo! — dice al poco rato. —Tati, esconde los dos ruedines debajo de esas matas para que no nos los roben.

—¿Qué te van a robar?, ¿para qué van a querer esto? —Bueno, da igual, escóndelos ahí. Finalmente Julia los esconde y se disponen a probar la bici sin ruedines, pero entonces Mía confiesa: —Tati, tengo miedo. —No te preocupes, que yo te ayudo. A ver, lo primero que tenemos que comprobar es que llegues al suelo con los pies. Venga, móntate. Tranquila que yo estoy sujetando la bici. Mía se monta y llega perfectamente al suelo. —¡Genial! Nena, ahora escúchame atentamente. Tienes que poner un pie en el pedal y con el otro aguantar el equilibrio. Yo te voy a ayudar por detrás, ¿vale? —Sí, tati. —Muy importante: cuando veas que la bici se va a quedar parada tienes que bajar los pies para aguantar el equilibrio, ¿vale? Venga, vamos. —Tati, no me sueltes. —Que no. Venga. Una, dos y tres. Empiezan a avanzar y Mía está entusiasmada. —¡Wow! ¡Tati, qué chuli! Voy sin ruedines. —No te flipes que te tengo cogida yo por detrás. A Mía le está encantando, así que empieza a ir más rápido. —Nena, pero no corras —le advierte Julia. —No pasa nada, tati, si me tienes cogida. —Sí, nena, pero yo no puedo correr más. Frena, frena, nena —insiste Julia, pero Mía no lo hace y sigue aumentando la velocidad—. ¡Que frenes te estoy

diciendo! Mía, ¡que le des al freno! Julia no puede correr más y suelta a Mía, que en ese momento va como una bala, con Pupy siguiéndola a toda velocidad. —Nena, ¡usa el freno, por Dios! —le grita viendo cómo se aleja.

—Tati, ¡ayudaaaaaa! ¡Pum! Mía se estrella contra una pared. Julia se queda en shock por un momento al ver a lo lejos a Mía tumbada en el suelo sin menearse y con la bici tirada a su lado con las ruedas aún girando. Al instante reacciona y corre hacia ella. —Nena, nena —le dice agachándose a su lado, pero ve que Mía no reacciona. Entonces empieza a gritar—. ¡Mamá, mamá, ayuda por favor! Nena, por Dios, dime algo. Pupy también se pone nervioso y corre a un lado y otro de Mía gimiendo, con la intención de que se despierte. —Tati, ¿qué ha pasado? Por fin Mía dice algo, pero parece estar aturdida. —¡Ayuda, mamá! ¡Mamá! —vuelve a gritar Julia. Mamá desde el salón escucha las voces y sale corriendo afuera inmediatamente. —¿Qué pasa, qué pasa? —en ese momento ve a Julia y Mía tiradas en el suelo —. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué ha pasado? —pregunta al llegar hasta ellas. —Mami, me duele mucho la cabeza —contesta Mía balbuceando y tocándose la cabeza—. Tengo sangre. —Tranquila, cielo, no es nada —le dice mamá—. Julia, entra a casa y coge mi bolso y las llaves del coche. Mamá coge a Mía en brazos y camina rápido hacia el coche. Julia corre como nunca y cuando mamá llega al coche ella ya está allí.

—Ábreme el coche —le indica mamá a Julia y luego sienta a Mía dentro—. Tranquila, cielo —le dice a Mía—. No llores, ¿eh? No quiero que te duermas. Julia, coge a Pupy y espere en casa. —Mamá, quiero ir con vosotras —dice Julia. —Nena, no puedes. Venga, coge a Pupy y ve a casa. Mamá conduce hacia urgencias a toda velocidad. Por el camino no para de hablarle a Mía para que no se duerma. Y Julia, en casa, está desesperada pensando que Mía está a punto de morir por su culpa. Se está volviendo loca y no sabe qué hacer, así que llama a mamá una y otra vez, pero ella no le coge el teléfono... —Mía está bien —le dicen por fin a mamá después de esperar un rato en urgencias a que atiendan a Mía—. Solo ha sido un susto. Tiene unos rasguños y dos puntos en la frente, nada grave, en unos días estará como nueva. Mamá agradece mucho la noticia, y después de despedirse de la doctora, ya más tranquila, mira el teléfono y ve cincuenta llamadas perdidas de Julia, sin embargo ahora, cuando le devuelve la llamada, Julia no contesta. —¿Cómo te sientes, Mía? —Bien, mami, pero tengo hambre. —Vamos a casa, que tu hermana debe de estar desesperada. En cuanto lleguemos te cocino lo que quieras. Antes de arrancar el coche, mamá vuelve a llamar a Julia para tranquilizarla y contarle que Mía está bien, pero Julia sigue sin contestar, y a mamá le resulta extraño. —¡Julia, ya estamos aquí! —grita en cuanto llegan a casa. —¡Tati, tati, que estoy bien! —grita también Mía, pero solo Pupy sale a recibirla dando saltos de alegría a su alrededor. Mía corre hacia la habitación de Julia, pero al entrar ve el móvil de Julia encima de la cama.

—Mami, la hermana no está y se ha dejado aquí el móvil. —¡Julia, Julia! —grita mamá. —Tati, ¿dónde estás? —empieza a gritar también Mía. —Cariño, siéntate aquí en el sillón y no te muevas, que necesitas reposo —le indica mamá. —Que no, mami, quiero saber dónde está mi hermana… —Tranquila, seguro que salió a buscarnos. Quédate aquí sentada. Mamá sale a ver si Julia está fuera, pero no. La bici de Mía sigue tirada, pero de la de Julia no hay ni rastro. Entra corriendo a casa para comprobar si está la bici de Julia, pero tampoco la encuentra allí. Desesperada, decide llamar a papá, que está trabajando. —No te preocupes, cielo —le dice papá después de haberle contado todo—. Ahora mismo voy para casa. No te muevas de ahí. Mientras mamá habla con papá, Mía la desobedece y se va al cuarto de Julia. Se fija bien en todo, para ver si hay algún cambio. —Nena, te he dicho que no te muevas del sillón —escucha que le dice mamá a sus espaldas. —Mami, solo quería ver si Julia había dejado algo más aparte del móvil… —Ven, tranquila, que Julia está bien. Mira qué caña de chocolate tan grande tengo para mi princesa. —Mmm, mami, me encanta, pero guarda la mitad para la hermana. —No, cómetela entera, que hay otra para ella. Ahora cuando venga se la damos. —Mami, ¿seguro que la hermana va a venir? —Seguro no, segurísimo, cielo. En ese momento papá entra por la puerta muy preocupado y agitado, pero mamá

le hace un gesto para indicarle que no hable más de la cuenta delante de la niña.

—¡Papiiiii! —Hola princesa. Mmm, ¡qué pinta tiene esa caña de chocolate! —¿Quieres un poco? —No, gracias, cométela tú, que tienes que crecer. ¿Te cuento un secreto? —Papi, los secretos no se cuentan. —Cierto, cielo. —Pero sí, cuéntamelo. —Cuando yo tenía tu edad me pasó lo mismo que a ti. Quería aprender a llevar la bici sin ruedines. ¿Ves esta cicatriz? —Mía mira la cicatriz del hombro de papá—. Fue por la caída. —Papi, mi hermana no tiene culpa de nada. —Chssss, nadie tiene la culpa. Esto es algo por lo que pasan todos los niños. Unas caídas son más flojas y otras más fuertes. —No sabemos nada de la hermana, papi. ¿Dónde está? Papá mira a mamá, pues no sabe qué contestar. —Tranquila, cielo —responde mamá—, ya te he dicho antes que seguro que nos está buscando. Venga, cómetela entera. Papá y yo vamos a salir a buscar a Julia. Tú quédate aquí con Pupy y no te muevas mucho. Mamá no se queda tranquila dejando a Mía sola, así que decide llamar a la vecina para que se quede en su casa. Así, Mía está en buenas manos y papá y mamá salen a buscar a Julia. No puede estar muy lejos, sin embargo, después de una hora dando vueltas en el coche sin encontrarla, están nerviosos. —Vamos a la Policía —dice papá.

—Espera, antes de ir vamos a volver a casa a ver si ya ha vuelto. Pero Julia tampoco está en casa y mamá rompe a llorar mientras le cuenta al agente de policía que su hija ha desaparecido. —Tranquila, señora —le dice él—. Su hija va a aparecer.

Después del golpetazo que se ha pegado Mía, Julia se siente muy culpable. No se hace a la idea de que a su hermana le pueda pasar algo por su culpa y ni siquiera se siente capaz de mirar a papá y a mamá a la cara. Tras muchos intentos fallidos de hablar con mamá por teléfono, se teme lo peor, así que decide marchase de casa. Está tan desesperada que la única solución que ve es irse. Saca todos sus libros del instituto de la mochila y mete algo de ropa. Coge unos cuantos pasteles y zumos, y también su hucha con los ahorros que ha reunido. Al salir por la puerta piensa que lo mejor es dejar el teléfono en casa para que nadie la pueda encontrar, así, pues, corre a su habitación y lo lanza sobre la cama. Lo deja a la vista a propósito para que lo encuentren cuanto antes y no se empeñen en llamarla. Sale de casa y camina mirando para todos los lados asegurándose de que nadie la ve. Al pasar por el lugar del golpe, mira la bici de Mía, que sigue donde se cayó y por un momento los ojos se le llenan de lágrimas. Luego corre hacia su bici y empieza a pedalear sin parar. No sabe adónde ir, pero pedalea y pedalea, porque necesita esconderse. A medida que se aleja de casa, va recordando lo sucedido. Avanza cada vez más rápido dejando que las lágrimas le caigan por las mejillas antes de limpiárselas con la mano. Transcurrido bastante tiempo, se siente muy cansada y decide parar y descansar. Se sienta en un bordillo y se echa las manos a la cabeza. «¿Por qué, Julia? ¿Por qué tuviste que quitarle los ruedines?», piensa. Está tan enfadada consigo misma que vuelve a sentirse desesperada y coge la bici de nuevo para seguir pedaleando sin parar. De repente empieza a llover y Julia frena de golpe. Mira a su alrededor y se da cuenta de que ha salido del pueblo y no hay ningún edificio a su alrededor. Le entra el miedo y vuelve a pedalear, pero más lentamente para encontrar algún lugar donde refugiarse. Al fondo le parece ver algo, pero no puede distinguir qué es, así que decide acercarse. Cada vez llueve con más fuerza, pero logra llegar hasta allí y ve que es una casa abandonada en medio de la nada. Tiene miedo, así que primero se asoma por una ventana sin cristales. —¿Hay alguien? —grita, pero tan solo recibe el eco de su voz. La casa está

totalmente vacía. Cuando empuja la puerta para entrar, esta está tan vieja que se cae hacia dentro. Julia se asusta tanto que da un repullo hacia atrás. Pero necesita un lugar donde refugiarse, está totalmente mojada y tiene frío, así que se decide a entrar lentamente observando todo a su alrededor. —¿Hay alguien? ¿Hola? Julia corre a por su bici, que se ha quedado fuera. La mete dentro y se sienta en una esquina. Cuando abre la mochila ve que la poca ropa que había cogido está mojada, pero mucho menos que la que lleva puesta, así que decide cambiarse. «¿Qué le habrá pasado a Mía? —no para de preguntarse—. Da igual, Julia, el mal ya lo has hecho. Ahora te toca afrontar que eres una cobarde y has huido. Mamá no te enseñó esto…» Se acurruca en una esquina y pone la mochila como almohada. Intenta dormir, pero el miedo, la desesperación y los nervios no la dejan tranquila. Al poco rato se levanta, camina hacia un lado y otro, y de vez en cuando se asoma por la ventana; sigue lloviendo. La noche está al caer. Solo pensar en estar allí a oscuras le da pánico. Sin pensarlo agarra la bici y la mochila y se dice: «Voy a volver a casa». Y a pesar de la lluvia, pedalea y pedalea. Mamá aún sigue en la comisaría denunciado la desaparición de Julia. —Tranquila —le repite el agente una y otra vez—, si la bicicleta de su hija no está, eso es que ella se ha ido. Con esta tormenta es probable que Julia vuelva a casa. Vaya a esperarla allí. Nosotros la vamos a buscar por todos los rincones. Papá abraza a mamá. —Tranquila, cielo —le susurra—. La niña está bien, instinto de padre. Mamá y papá se marchan a casa y por el camino no dejan de mirar hacia todos los lados por si ven a su hija. Julia ha recorrido todo el camino sin parar y está llegando a casa cuando de repente ve a lo lejos el coche de papá. Inmediatamente se baja de la bicicleta, la

deja detrás de un coche y se esconde a todo correr entre unos contenedores. Cuando el coche va a entrar en el garaje, se asoma para poder observarlo. En ese momento ve que mamá está llorando como una magdalena y, mientras esperan que el portón se abra, papá le da un abrazo. Al verlos, Julia piensa lo peor: «¡Noooo! Mía ha muerto…». Se deja caer y comienza a llorar. Cuando vuelve a asomarse, mamá y papá ya no están y se queda escondida entre los dos contenedores. La noche ha caído ya y sigue lloviendo. De repente ve las luces de un coche de policía. «Seguro que vienen a por mí. Tengo que irme de aquí —se dice—. Vamos, Julia, piensa adónde podrías ir…». Recuerda en ese instante un coche que Mía siempre señala cuando bajan al garaje. Es un coche abandonado y Mía siempre dice: «Tati, algún día podemos usar ese coche como casa. Mira, le falta una puerta». Julia decide esconderse allí, pero ¿cómo va a entrar en el garaje? El portón está cerrado. «Esperaré a que algún vecino entre o salga». Cada vez está más nerviosa. El coche de la policía no para de dar vueltas. «Tengo que evitar que me encuentre… Pero, Julia, fue un accidente, tú no querías que pasara eso», piensa sin dejar de darle vueltas a la cabeza. Por fin un coche va a entrar. Mira hacia todos los lados para controlar que nadie la vea. Espera a que el coche entre del todo, y después se echa a correr. Avanza con zancadas tan grandes que se le cae la mochila, pero si retrocede a por ella la puerta se va a cerrar, así que la deja ahí tirada. ¡Ya está dentro del garaje! Primero se esconde tras un coche para que los vecinos que han entrado no la vean. Espera a que se vayan y luego se mete en el coche abandonado. Al verse dentro, se le vienen a la cabeza de nuevo las palabras de Mía: «Algún día podemos usar ese coche como casa». Y recuerda cómo ella siempre se ha reído de ese comentario de Mía diciéndole: «Nena, esa es tu futura casa». «Ojalá estuvieras aquí conmigo, mi terremoto». Le resulta inevitable comenzar a recordar todos los momentos que ha pasado con Mía, y empieza a reírse ella sola a la vez que las lágrimas le van mojando las mejillas. Y, sin darse cuenta, al poco

rato se queda dormida. Mía sigue con la vecina, pero mamá ya no puede ocultarle más la verdad. Toca al timbre y es Mía quien abre. —Mami, has tardado mucho. ¿Dónde está mi hermana?

—A ver, relájate. ¿Tú cómo estás? —Yo genial. Déjame que voy a ver a mi hermana —Mía sale corriendo hacia casa gritando—: ¡Tati, tati! ¿Dónde te habías metido? Recorre toda la casa y entonces se da cuenta de que Julia no está. Entonces mira a mamá, que acaba de entrar en casa después de dar las gracias a la vecina, y con cara desolada le pregunta: —Mamá, ¿no has encontrado a mi hermana? Mamá intenta guardar la entereza por un momento, pero no aguanta más y se derrumba. Se deja caer de rodillas al suelo y Mía corre a abrazarla. En ese momento suena el timbre de casa. —Mami, seguro que es la hermana. Rápidamente abre la puerta y se encuentra frente a ella a un agente de policía al que mira de arriba abajo. —¿Alguna novedad, agente? —pregunta mamá por detrás de Mía. —Hemos encontrado la bicicleta de su hija y esta mochila. —¡Es la mochila de mi hermana! ¿Ella dónde está? En ese momento papá está saliendo de la ducha, y al escuchar las voces se cubre con la toalla y sale a toda prisa.

—¿Qué ha pasado? —Han encontrado la bici y la mochila de la niña —le explica mamá—, pero de

ella no saben nada. —No puede estar muy lejos, porque la mochila estaba justo en la entrada del garaje y la bici un poco más adelante —dice el agente—. Estamos rastreando toda la zona. En cuanto sepamos algo, os avisaremos. —Espere, señor agente —dice de pronto papá—. Me voy con ustedes a buscar a mi hija. —No, ustedes quédense aquí en casa. Es lo mejor. —Por favor, señor, encuentre a mi hermana —le pide Mía al agente. —Tranquila, bonita, verás como tu hermana estará muy pronto contigo. Mía se sienta en el sillón dando vueltas a lo que ese hombre ha dicho: la mochila estaba en la puerta del garaje… —Mía, Mía —la llama mamá, pero ella no la escucha—. Mía —le dice finalmente a su lado tocándole la cara, pero aun así no reacciona, sino que se queda mirando fijamente a mamá sin decir ni media palabra—. Nena, pero ¿qué te pasa? —Mami, ya sé dónde está la hermana —dice, y sin más se levanta y sale corriendo fuera de casa. —¡Mía! ¡Mía, espera! Mamá sale corriendo tras ella, Pupy la sigue y papá, que estaba preparando un té a mamá, lo deja todo y también sale detrás aunque no sabe lo que está pasando. Al bajar la escalera, Mía tropieza y se cae, pero se levanta como una bala sin percibir dolor alguno, pues sabe dónde está su hermana. —Nena, por favor, cuidado —le dice mamá al verla caer—. ¡Espera! Mía se asoma por la ventana del coche. Dentro está Julia acurrucada durmiendo. Al verla, se mete por donde no hay puerta y mamá y papá, que la ven de lejos, se sorprenden porque no entienden qué está haciendo. Pero cuando se acercan al coche, ven a Julia y Mía abrazadas.

Mamá hace el ademán de lanzarse a abrazarlas también, pero papá la frena. —Chsss, déjalas a ellas un momento. Espera aquí mientras yo voy a avisar de que la niña ha aparecido. —Nena, ¿estás bien? —le pregunta Julia a Mía. —Sí, tati. —Pero ¿cómo sabías que estaba aquí? —Tati porque un señor vino y dijo que tu mochila estaba en la puerta del garaje. Esa frase se me quedó grabada y de repente se me ocurrió que estarías en mi futura casa, como me dices siempre. Por un momento Julia y Mía se sonríen y luego vuelven a abrazarse. —¡Ah! Cuidado, tati, que el hombro sí me duele un poco. —¡Ups! Lo siento, nena.

Pupy entra en el coche dando brincos de alegría y ellas se echan a reír. En ese momento, mamá, que ya no aguanta más, da dos toques en la ventanilla. Las dos niñas miran y la ven al otro lado de la ventana sonriendo y llorando a la vez. Julia sale del coche y se tira a los brazos de mamá. —Lo siento... —Chsss, ya tendremos tiempo de hablar. Ahora vamos a casa para que te des un baño, que estás calada. —También tengo mucha hambre, mamá. —¡Pues arráncate el culo y come carne! —salta Mía con una carcajada. —¡Ay, mi demonia! No cambies nunca —le susurra Julia al oído. Ya en casa, más tranquilas, Julia les cuenta dónde ha estado. Mamá y papá dejaron pasar unos días antes de hablar con las niñas de lo sucedido. Julia prometió no volver a irse de casa. Confesó además que había pasado mucho miedo. Y durante un tiempo Mía se sintió culpable, porque ella había sido quien había querido aprender a andar en bici sin ruedines. Cuando Mía se recupera, papá la enseña a montar en bici sin ruedines. —¡Tati, tati, mira! Voy sola y ahora no me caigo. Pupy corre tras ella y Julia, aliviada, no deja de sonreír. —Eres una campeona, nena.

El precioso mes de mayo ya ha comenzado. Hoy es sábado por la mañana y mamá va a salir a hacer la compra. Julia y Mía aún están acostadas y hoy han dormido juntas porque ayer por la noche Mía se empeñó en dormir con Julia e insistió tanto que al final la convenció. Antes de marcharse mamá prefiere avisarlas, así que trata de decírselo a Julia sin despertar a Mía: —Nena, nena. —¿Qué pasa, mamá? —Voy a salir a comprar algunas cosas. Si se despierta tu hermana le haces el colacao, ¿vale? —Mamá, ¿pues qué hora es? —Las once y cuarto. —Es pronto. ¿Puedo seguir durmiendo un poco más? —Bueno, pronto, pronto, no es, aunque puedes seguir durmiendo, que hoy es sábado. Pero estate atenta por si se despierta tu hermana. Cuando mamá se marcha, Julia y Mía siguen durmiendo y casi una hora más tarde, cuando mamá regresa, aún siguen en la cama como angelitos. —¡Niñas! ¡Ya estoy aquí! —avisa mamá al entrar en casa, pero ellas no contestan. «¿Será que siguen durmiendo?», piensa por un momento y, efectivamente, cuando va a comprobarlo ve que siguen en la cama. —¡Vamos, arriba! —les dice descorriendo la cortina para que entre la luz—. Que ya son casi las doce de la mañana. Julia abre por fin los ojos. —Mami, ¿dónde estabas? —pregunta Mía desperezándose. —¿Y tú cómo sabes que no estaba?

—Me desperté y al ver que te habías ido me eché a dormir otra vez. —Nena, ¿en qué momento te has levantado? Yo ni me he enterado —se sorprende Julia. —Tati, normal, si estabas dormida como un tronco —contesta Mía riendo. Julia y Mía por fin se levantan y mamá va a prepararles el colacao. —Dios, nena, ya no duermes más en mi cama, que no paras de moverte por la noche… —Pues anda que tú que hablas sola, y encima eres una pedorra. —¿En serio me tiro pedos durmiendo? —Que si te tiras… Puff —resopla Mía. —¡Niñas! Ya tenéis el colacao en la mesa —se escucha a mamá alzar la voz desde la cocina. Julia y Mía salen corriendo y se sientan en la mesa a desayunar. Julia sigue sorprendida por lo que le ha dicho Mía, así que le pregunta a mamá: —Mamá, ¿cuando dormidos nos tiramos pedos? —¿A qué viene eso ahora, Julia? —Es que la tati durmiendo es muy pedorra —explica Mía y mamá no puede evitar echarse a reír. —Nena, tienes a quien parecerte… —le contesta mamá a Julia entre risas. —A papá, ¿verdad? —le pregunta Julia. —Sí —asiente mamá con una sonrisa. —Es verdad, mami, papi es un pedorro —afirma Mía. —Bueno, dejad ya esta conversación. ¿Os habéis terminado el desayuno?

—Yo sí —contesta Julia. —A mí me quedan dos tragos, mami —dice Mía apresurándose a bebérselos. —Pues venga, nena, termínatelo y a lavaros y quitaros el pijama mientras voy haciendo la comida. —Mamá, pero ¿vamos a comer tan pronto? Si acabamos de tomar el colacao… —pregunta Julia. —Tranquila, que a la comida aún le queda. Además papá hoy llega tarde, así que comeremos sobre las tres. —¿Y qué vamos a comer, mami? —pregunta Mía. —¡Pues comida! —contesta mamá sonriendo por todas las preguntas que Julia y Mía hacen siempre a cada rato—. Anda, id a cambiaros. Así lo hacen. —Nena, me vas a ayudar a hacer la cama, ¿no? —le dice Julia a Mía de camino a la habitación. —¿Yo? ¿Por qué si es tu cama? —Pero, nena, has dormido hoy conmigo. Tú tienes la cama hecha. Ayúdame, que entre las dos es más fácil y más rápido. Mía accede a ayudar a Julia y entre las dos no tardan nada. Se visten y luego Mía se pone a ver vídeos en la tablet y Julia se queda en su habitación con el móvil. Mamá sigue haciendo la comida, pero de pronto se da cuenta de que se le ha olvidado el pan. —Nena, corre, ve a comprar el pan —le dice a Julia—. No tardes, que la comida ya casi está. —Vale, mamá —contesta Julia sin rechistar.

Ya fuera de casa, Julia se entretiene con el móvil haciendo tiktok y cuando mamá aparta la comida ya lista del fuego se extraña de que aún no haya vuelto. —Nena, tu hermana está tardado mucho —le comenta a Mía—. Voy a salir a ver si la veo. No te muevas de ahí, ¿vale? Mamá sale y se lleva a Pupy con ella, aunque no camina mucho, pues al girar la esquina ya ve a Julia a lo lejos. Cuando llega hasta ella y ve que está entretenida con el móvil, no puede creerlo. —¿Dónde te he mandado yo? —le dice de repente, y Julia, que no la ha visto llegar, pega un respingo. —A comprar el pan —contesta. —¿Y dónde está el pan? —Mamá, se me ha olvidado... —¿Cómo que se te ha olvidado? ¿Es que ya estabas grabado vídeos de esos? —Sí, mamá. Se llama tiktok. —Pues ahora vas a estar tres días sin móvil. Dámelo ahora mismo. —No, mamá, ¡el móvil no! —Dame el móvil te estoy diciendo y tira para casa, que está tu hermana sola. Ya voy yo a comprar el pan. Cuando Julia llega a casa, Mía le pregunta por mamá para saber qué ha pasado. Julia le cuenta lo ocurrido y concluye cabizbaja: —Así que mamá ha ido a por el pan y me ha castigado unos días sin móvil. Julia se mete en su habitación y Mía empieza a reírse silenciosamente tapándose la boca con la mano. Poco después llega mamá, pero no trae pan. Sin saludar apenas va directa hacia la habitación de Julia. «A la tati le va a caer una buena bronca», se teme Mía.

—¿Qué? Estarás contesta, ¿no? —le salta mamá a Julia. Julia levanta lentamente la cabeza y mira a mamá extrañada. —¿Has comprado el pan? —La tienda ya está cerrada. Ahora vamos a comer pom. Julia empieza a reírse por la ocurrencia de mamá. —¡Ah! ¡Encima te hace gracia! Pues ahora vas a estar también todo el fin de semana sin salir a la calle. —No, mamá. Lo siento. Es por lo de pom. —Pues a mí no me hace ninguna gracia. Te esperan unos días sin móvil y todo el fin de semana sin salir y en cinco minutos te quiero sentada en la mesa para comer. —Mmm, ¡qué bien huele la comida! —se escucha decir a papá, que acaba de llegar. Saluda a todas y rápidamente se da cuenta de que a mamá le pasa algo, así que le pregunta. Cuando ella se lo cuenta aún enfadada, él trata de quitarle importancia: —Bueno, no pasa nada, comemos sin pan. Si tu comida está tan deliciosa que no hace falta pan —añade guasón.

Y lo cierto es que, aun sin pan, los cuatro comieron felices, a pesar de que Julia no dejó de pensar en que no iba a poder comunicarse con su novio en todo el finde. Menos mal que tuvo una mensajera de diez…

Julia no lleva ni unas horas sin móvil y ya está desesperada. No puede hablar con Ángel y, lo que es peor, ni siquiera puede contarle lo sucedido y, así, él quizá se imagine algo que no es. Julia le ha pedido el móvil a mamá para que se lo preste solo un segundo, pero mamá cuando castiga, castiga de verdad, así que no se lo deja. Mía, sin embargo, no le ha quitado ojo a mamá y ha podido ver dónde ha dejado el móvil de Julia. «Es imposible cogerlo si mamá no se va», piensa, pero se le ocurre un plan y corre a contárselo a Julia. —Tati, tati, he visto dónde ha dejado mamá tu móvil. Tengo una idea. Voy a estar pendiente de lo que hace y en cuanto se entretenga con alguna tarea aprovecho la oportunidad para coger tu móvil. —Nena, nos la vamos a cargar si hacemos eso… —Déjame que termine… Este es el plan: tú le mandas un mensaje rápido a tu… novio —dice Mía sonriendo— y le dices que esté a una hora concreta en la puerta de casa. En cuanto lo hayas escrito yo devuelvo el móvil a su sitio. Y entonces le escribes una carta a Ángel y yo se la doy, así le puedes contar lo que ha pasado. —¿En serio, enana? ¿Harías eso por mí? —Sí, tati. Soy traviesa, pero no quiero verte llorar —afirma Mía con sinceridad. —Te quiero, nena. —¡Pues yo no! —contesta Mía riendo, pero acto seguido le da un abrazo y le dice—: Claro que te quiero, eres mi hermana mayor. Bueno, voy a controlar a mamá, a ver si puedo coger tu móvil. —Está bien. ¡Suerte! Mía sale y se sienta cerca de mamá esperando el momento adecuado, pero mamá está viendo la tele y no hay manera de que despegue el culo del sofá. Mientras tanto Julia escribe la carta a Ángel.

«Estoy castigada sin salir y sin móvil. No vamos a poder hablar hasta que nos veamos en el insti. Mi hermana me está ayudando para poder contártelo. No aguantaba sin saber nada de ti. Mañana te vuelvo a escribir». —Mami, tengo hambre —dice Mía ya cansada de esperar a que mamá se mueva de allí. —Ay, perdón, cielo, ¡si es hora de merendar! Normal que tengas hambre. Voy a preparar la merienda. En cuanto mamá se va a la cocina, Mía aprovecha para coger el móvil de Julia y se lo lleva corriendo. —¡Tati, tati, corre! Envía el mensaje, que mamá está a punto de volver. Con los nervios, Julia no atina. Y de repente escuchan a mamá llamando a Mía. —¿Qué pasa, mami? —contesta Mía yendo corriendo hasta la cocina. —¿Ya estás molestando a tu hermana? —No, mami, le he ido a preguntar si quiere merendar ella también. —Pues claro que tiene que merendar, quiera o no. Venga, ve a llamarla. Aquí os dejo los bocadillos —dice, y se va a sentarse de nuevo en el sofá. Mía sale corriendo a avisar a Julia. —Tati, ¡ahora sí que estamos en una bien gorda! Mamá ha vuelto a sentarse en el sofá y aún tenemos el móvil. —Uy, nena, espero que no le dé por revisarlo…

—¿Ya has enviado el mensaje? —Sí, como lo planeamos. —Venga, pues dame el móvil, así lo tengo yo y en cuanto mamá se descuide lo dejo en su sitio.

—Niñas, ¿qué está pasando? —dice mamá entrando por la puerta. Julia le pasa el móvil a Mía rápidamente y las dos tratan de disimular, pero mamá lo ha visto. —Mía, dame ese móvil —dice muy seria alargando la mano. Mía y Julia se miran con cara de susto, y sin rechistar siquiera Mía le da el móvil a mamá. —Mami, lo siento —se disculpa Mía—. He sido yo la que lo ha cogido, te lo prometo. Y ahora mismo lo iba a dejar otra vez en su sitio. Mamá está tan decepcionada que no les dice nada. Se marcha con el móvil y solo les indica que se coman la merienda. —¡Wow, tati! No nos ha regañado. —Ya, nena… Venga, vamos a por el bocadillo antes de que nos vuelva a llamar la atención. Finalmente las hermanas consiguen su objetivo y Ángel se entera de lo que ha pasado. Pero Mía siempre tiene que sacar provecho de cada cosa que hace, así que le pide a cambio a Julia que le presente al hermano de Ángel y le dice que esta vez va en serio. —Nena, ¿en serio? Eres una niña. —Pues tú tampoco es que seas muy grande —replica Mía. —Está bien, cuando todo esto pase un día quedamos y le digo a Ángel que se traiga a su hermano. —¡Genial, tati! —contesta Mía muy contenta. Lo bueno fue que eso le hizo tanta ilusión a Mía que a lo largo del fin de semana hizo de correo entre Julia y Ángel, carta para arriba carta para abajo, cada dos por tres. Y con tanto ir y venir en una de las entregas pudo conocer al hermano de Ángel, pero no le cayó nada bien, así que a partir de entonces ya no dio más la tabarra con él.

El verano ya está aquí y Julia y Mía están emocionadas porque no falta nada para terminar las clases. Se pasan las tardes en el patio y hoy, como es habitual, están discutiendo. —¡Parad yaaaa! —les repite mamá una y otra vez desde la ventana, pero ellas ni caso. Siguen peleando sin parar hasta que llega un punto en que empiezan a tirarse las zapatillas, la crema del sol y todo lo que pillan. Cuando Julia tira a Mía un vaso de agua y Mía agarra la toalla de Julia y la lanza a la piscina, mamá explota. —¡Ya no puedo más! —le dice a papá—. No aguanto más esta situación. ¡Estás viendo a las niñas matándose y no eres capaz de hacer nada! —No hay necesidad de levantar la voz —le contesta papá. —¡Yo grito cuando me da la gana! Al escuchar los gritos de papá y mamá, Julia y Mía se miran y se hacen gestos de guardar silencio. Entonces escuchan que mamá le dice a papá: —¡Esta familia se está destruyendo poco a poco y tú no haces nada! Papá, que hasta entonces había mantenido la calma, ya se ha cansado de los gritos de mamá: —¡Si tú me gritas, yo grito más fuerte!, porque yo también estoy cansado de llegar de trabajar y escuchar tus gritos y a las niñas peleando todo el día. Estoy deseando llegar a casa para tener paz y me encuentro todo lo contrario. Creo que es mejor estar trabajando. Mía y Julia, sorprendidas, no dan crédito a lo que están oyendo. Es la primera vez que escuchan discutir de este modo a papá y mamá. —Tati, todo es por nuestra culpa —le dice Mía a Julia echándose a llorar. En un primer momento Julia intenta calmarla, pero ella también se siente culpable por haber provocado esa discusión y empieza igualmente a llorar.

Papá se asoma por la ventana en ese momento y ve a Julia y a Mía llorando. —Se lo están creyendo —le dice a mamá en voz baja, y con un gesto de complicidad añade: Sigue gritando. —¡Se acabó, quiero el divorcio! —salta mamá—. Ya no aguanto más esta situación. Cuando Mía escucha eso entra en casa y corre hacia el comedor, donde están mamá y papá. —¡Nooo! Por favor, no os separéis y menos por nuestra culpa. Julia llega también a todo correr e intenta hablar, pero el llanto impide que le salgan las palabras. —Princesas mías —les dice papá—, este matrimonio ya no va a ningún sitio. Mamá y yo nos vamos a separar. —Pero ¿por qué? —replica Mía—, si vosotros os lleváis muy bien. Nunca discutís, siempre estáis riendo y ahora de repente os escucho gritar. ¿Por qué? Por un momento papá no sabe qué contestar y mamá tiene el corazón roto de ver a sus hijas sufriendo. Julia se seca las lágrimas y muy seria les pregunta: —Hay una tercera persona, ¿verdad? Papá y mamá en ese momento no aguantan la risa y sueltan dos carcajadas. —¿Ahora de qué os reís? —preguntan las hermanas sin comprender nada. —Venid —les dice mamá—. Sentaos al lado de papá. Mamá coge un paquete de pañuelos y les da uno a cada una para que se limpien las lágrimas. Después les pregunta a las niñas: —¿Cómo os sentís después de habernos escuchado a papá y a mí gritando? —Mamá, muy mal —contesta Julia rápidamente—. Es una situación en la que ves discutir a dos personas a las que amas con locura y no puedes hacer nada.

—Y tú, Mía, ¿qué has sentido? Mía se tira a los brazos de mamá llorando. —Mamá, por favor, no quiero que discutáis más. No quiero que mis papás se separen… —Tranquila, cariño —le contesta mamá separándola de sus brazos—. Papá y mamá no se van a separar. Mía, confusa, se tira al suelo bocabajo y llora sin parar. Papá entonces la coge entre sus brazos: —Ya, princesa —le dice—. No llores más. —Pero, ¿por qué nos hacéis esto? —pregunta Mía—. ¿No veis lo mal que lo hemos pasado? —Sí, hija —contesta mamá—. Tengo el corazón destrozado de veros así, pero hemos hecho como si nos peleábamos para que sintáis lo que nosotros sentimos cada vez que vosotras discutís. Julia se queda alucinada. —Pues, mamá, creo que una broma así está fuera de lugar… —dice muy enfadada—. Pero gracias a ella acabo de darme cuenta de lo mucho que se sufre cuando se ve discutir a dos personas que amas con locura.

Por fin han llegado las vacaciones de verano y las hermanas están entusiasmadas, a pesar de que papá y mamá siguen trabajando mucho y ellas siguen pasando tardes solas en casa. Lo bueno es que ya han instalado la piscina en el patio, aunque papá y mamá les tienen dicho que no pueden bañarse si ellos no están en casa. Esta tarde Mía está jugando con la tablet tranquilamente en su habitación y Julia está sentada en el sillón del comedor entretenida con su móvil. A Mía le va entrando sueño poco a poco y al final se queda dormida con la tablet encendida. Al poco rato, a Julia le resulta extraño no escucharla. —¡Mía! —la llama en voz alta, pero no recibe respuesta. «Seguro que está haciendo una travesura de las suyas», piensa y se levanta corriendo y la busca por las habitaciones. —Nena, ¿qué haces? —va preguntando, hasta que la encuentra durmiendo. Julia sonríe de oreja a oreja. «Ay, pero qué guapa y buena eres cuando estás dormida —piensa riéndose, y sale de la habitación diciéndose tan contenta—: Si Mía está durmiendo puedo estar tranquila durante unas horas». Pero sucede que Mía se ha despertado cuando Julia ha entrado en la habitación, aunque se ha hecho la dormida. En ese momento se levanta de la cama y muy silenciosamente se asoma al pasillo. Ve que Julia está distraída y se le ocurre entonces colocar unos cojines debajo de las sábanas de manera que parezcan su propio cuerpo para que, si Julia vuelve, crea que está durmiendo. Después sale corriendo hacia el patio decidida a bañarse en la piscina, a pesar de que papá y mamá se lo tienen totalmente prohibido mientras ellos no están en casa. En ese momento se da cuenta de que no lleva el bañador… Si va a cogerlo Julia se va a dar cuenta de que está despierta, así que decide meterse con ropa. Mía no sabe nadar, pero por suerte los manguitos están fuera de la piscina. En cuanto se los pone, piensa: «Ahora sí, Mía, vamos al agua, que hace mucho calor», y se empieza a meter muy despacio. Mientras tanto, Julia sigue en el comedor con su móvil, pero no está del todo tranquila y decide comprobar que Mía sigue dormida. Al entrar nuevamente a la

habitación y ver el bulto bajo la manta, sonríe y piensa: «Duerme, bonita, duerme». Regresa al sillón tan tranquila mientras Mía sigue divirtiéndose en la piscina, pero en ese momento se escucha la puerta de casa. «¡Ha llegado mamá!», piensa Mía y sale corriendo de la piscina, se quita los manguitos y corre hacia dentro de la casa, pero está tan mojada que se resbala. Por suerte no llega a caer y logra llegar al baño. —Hola Julia —dice mamá al entrar. —Hola mamá.

—¿Dónde está tu hermana? —Está en su habitación durmiendo. —Uy, voy a despertarla, que mira qué hora es y esta noche si no no hay quien duerma —dice dirigiéndose a la habitación, pero de pronto grita—: Nena, ¿pero esto qué es? ¿Por qué está todo mojado? Julia se levanta de un salto del sillón y corre hacia allí. Mira el suelo y se queda alucinada. —Mamá, pero ¿qué es esto? —Explícamelo tú a mí… En ese momento mamá escucha el agua del baño y abre la puerta. Mía asoma la cabeza por un lado de la cortina. —Hola, mamá, me estoy bañando —le dice—, es que tenía mucho calor. Por los restos de agua que hay hasta el baño mamá sabe que aquello es cosa de Mía.

—¿Por qué está todo el suelo mojado? —pregunta.

—Mamá, no sé —contesta Julia muy nerviosa—. Yo me asomé a la habitación y la hermana estaba durmiendo. Al ver que Mía no contesta y sigue bañándose disimuladamente, mamá le dice: —Nena, sal ahora mismo de la ducha. «Ya me han pillado», piensa Mía apagando el grifo, y sale de la ducha con toda la ropa mojada. —Quiero que me expliques ahora mismo por qué está el suelo mojado y por qué te has metido con ropa en la ducha —dice mamá muy enfadada. —Es que me he metido en la piscina —confiesa Mía con la cabeza baja. Al escuchar eso mamá mira a Julia. —Mamá, te prometo que yo me asomé dos veces y la vi durmiendo. Tira para el comedor que ahora hablaremos tú y yo —le dice mamá. —Jo, mamá —replica Julia a punto de llorar—, siempre me toca pagar el pato de esta niña —dice marchándose y haciendo gestos de protesta con las manos. —¿Qué os tengo dicho, Mía? —pregunta mamá. —Que no nos metamos en la piscina mientras tú no estás en casa…

—¿Y qué parte no has entendido? Mía baja la cabeza. —Mírame cuando te estoy hablando —le dice mamá muy enfadada. Mía levanta la cabeza con la mirada triste. Sabe que le va a caer un buen castigo. —Que sepas que vas a estar castigada una semana sin bañarte en la piscina, ¿entendido? Mía dice que sí con la cabeza.

—Ahora cámbiate de ropa, que está toda mojada. Mía asiente sin rechistar pero de pronto dice: —Mamá, no regañes a la hermana, no es su culpa. Yo metí cojines en la cama para que pareciera que estaba durmiendo y poder meterme en la piscina sin que la hermana se diera cuenta. Mamá tiene tal enfado que ni siquiera le contesta, tan solo cierra la puerta del baño. Mía se queda dentro y empieza a quitarse la ropa. «¡Dios mío! ¿Cómo me ha salido una hija tan traviesa?», piensa mamá, y se echa a reír al recordar que ella de pequeña era mucho peor. Julia está llorando en el comedor porque piensa que mamá la va a castigar, pero mamá, sin decirle nada, se va a la cocina. «Wow —se dice Julia sorprendida—. No me ha dicho nada. ¿Le saco el tema comentándole que yo no sabía nada o espero a que ella me diga algo? —duda por un momento—. Mejor voy a esperar a que ella dé el primer paso». De pronto mamá se dirige hacia ella y teme lo que le pueda decir, pero pasa de largo hacia el patio sin ni siquiera mirarla. Julia se pregunta qué está pasando: «¿Por qué mamá no me echa la bronca de una vez? ¿Será que se ha dado cuenta de que yo en realidad no tengo la culpa y por eso no me dice nada? Sí, yo creo que va a ser eso —se dice, pero sigue dándolo vueltas—. A ver, piensa, Julia, ¿qué puedes preguntarle a mamá para saber si está enfadada o no? ¡Ah, ya sé!». —Mamá, ¿me puedo bañar en la piscina? —le pregunta entrando en el patio. —Sí —responde mamá—, ya sabéis que mientras yo esté en casa podéis bañaros sin problema. —Bien, voy a llamar a la hermana para que se bañe conmigo. —Eh, nena, deja a Mía, que ella sí está castigada con una semana sin piscina. Julia opta por no decir nada más. «Oh my God, una semana —piensa—. Pero qué extraño que mamá no me castigue también a mí. Bueno, mejor así», se dice sin entenderlo, pero satisfecha porque al menos por una vez el castigo no le ha caído a ella también.

Ya es pleno julio y una mañana mamá les da a las niñas una gran noticia: se van de vacaciones. Mía y Julia saltan de alegría. —¡Yupii! —grita Mía— ¡Nos vamos de vacaciones! —Estas vacaciones van a ser diferentes —les dice mamá. Julia y Mía se miran con intriga. —¿Por qué dices eso, mamá? —pregunta Julia. —Esta vez nos vamos en caravana. —Caravana —repite Mía—. ¿Y eso qué es? —Nena —responde Julia riéndose—, es como una minicasa teletransporte. Mamá se echa a reír al escuchar la explicación. —¡Wow! —exclama Mía impresionada—. ¡Una casa nueva! Mami, ¿y cuándo nos vamos? ¿Cuándo podemos ver la casa? ¿Me puedo llevar juguetes? —Nena, tranquila —le dice mamá—. Respira, que hablas muy rápido y solo me he enterado de la primera pregunta —reconoce echándose a reír. —Pero, mami, ¿cuándo nos vamos? —insiste Mía. —Nos vamos mañana —anuncia mamá. —¿Mañana? —repite Julia sorprendida—. ¡Vaya! Esto sí que es una gran noticia. —Venga, a preparar la maleta —les dice mamá—. Julia, ayuda a tu hermana que después le doy un repaso yo. —Pero, mami, ¿cuándo vamos a conocer la casa nueva? —vuelve a preguntar Mía. —Nena, cuando llegue papá. ¡Venga, a preparar la maleta!

Mía y Julia hacen por una vez la maleta juntas. Mía llama a Pupy, y él, que estaba durmiendo tan tranquilo en la cama de mamá, al escuchar su nombre corre hacia la habitación de Mía meneando su colita. —Amigo, que nos vamos de vacaciones —le dice cogiéndolo en brazos—. ¡Yupii! —exclama alzándolo y dando vueltas. —Nena —le dice Julia—, Pupy se queda aquí en casa. Él no es humano. —No es humano pero pertenece a esta familia —replica Mía abrazando a Pupy —, así que donde vayamos nosotros él viene. Además, vamos en una casa, él puede estar —afirma, pero para asegurarse deja a Pupy en el suelo y sale a toda prisa gritando—: ¡Mami, mami! A Pupy nos lo llevamos, ¿verdad? —Cariño, es mejor que lo dejemos en casa de la abuela —responde mamá. —¡No, no, Pupy viene con nosotros! Él también forma parte de nuestra familia. Además vamos en una casa teletransporte. Mamá se queda sin palabras al escuchar a una niña de ocho años razonar de esa manera y entonces asiente: —Está bien, Pupy se viene. Mía corre hacia su habitación para decirle a Julia mientras le hace burla: —Tati, anda, que Pupy sí que se viene. Una vez aclarado el asunto, siguen preparando la maleta. Pronto lo tienen todo listo, solo falta que pasen unas horas para viajar en su casa nueva. A las cinco y media de la tarde llega papá. —¡Papi! ¡Quiero ver la casa nueva! —dice Mía en cuanto entra por la puerta. —Tranquila, Mía —le dice mamá—. No seas impaciente. Deja a papá que al menos descanse un poco. —Jooo, llevo esperándolo toda la tarde, mami. —Está bien —dice papá—. Venga, vamos y la ves.

—Yo también quiero —dice Julia levantándose del sofá. Al final salen de casa los cinco: mamá, papá, Julia, Mía y Pupy. Mía, expectante, va la primera, y Pupy tras ella. —Nena, dame la mano —le dice mamá—, que por aquí pueden pasar coches. —¡Esa es! —anuncia papá señalando hacia el frente.

—Pero… —dice Mía con cara de chasco—, si eso es una forgoneta. —No se dice forgoneta —le corrige Julia—. Se dice furgoneta, pava. Y ya verás como por dentro no es cualquier furgoneta. Entran a la caravana con gran curiosidad y se asombran al ver lo organizado que está allí todo. Pero en cuanto ven la cama, Mía y Julia empiezan a discutir: —Mami, para mí esta —dice Mía. —No, esa es para mí —afirma Julia. —¡Noooo! Yo lo he dicho antes. —Para ninguna de las dos —dice mamá al fin poniendo paz—. Esa es la cama de papá y mamá. La vuestra es esa. Julia mira a Mía por un momento y luego le dice a mamá: —¿Me estás diciendo que tengo que dormir con ella? —Sí, y no quiero escucharos más. —¡Vas a dormir conmigo! —empieza a decirle Mía a Julia haciéndole burla y sacándole la lengua. Enfadada, Julia se baja de la caravana y se cruza de brazos pensativa: «Pues vaya rollo». Por fin llega la madrugada del sábado. —Niñas, vamos, arriba, que ya es hora —las despierta mamá a las cuatro de la mañana. Mía y Julia hacen oídos sordos y siguen durmiendo mientras mamá se va a terminar de preparar lo que falta para el viaje. Pero al rato vuelve: —Os levantáis ahora mismo o aquí os quedáis —les advierte enfadada.

—No, no, me levanto —contesta Mía. Las dos se levantan de un salto y, después de beberse un colacao, llega la hora de partir. Mía se sube a la caravana entusiasmada. Lo primero que hace es tumbarse en la cama y mirar a Julia: —Tati, yo me quedo con este lado. —Nena, bájate de ahí ahora mismo y siéntate —le dice mamá en cuanto sube a la caravana y la ve. —¿Por qué? —replica Mía—. Yo quiero ir tumbada. —No puedes ir tumbada. Venga, bájate de ahí. Mía se baja haciendo muecas y Julia no puede evitar reírse y hacerle burla. Muy cabreada, Mía le pega un pellizco en el muslo. —¡Aaah! —grita Julia—. ¿Pero qué haces, niñata? Mamá, que ya está sentada en el asiento del copiloto, se gira y les dice: —No os quiero escuchar más. A la más mínima, nos damos la vuelta y no vamos a ningún sitio. Julia y Mía agachan la cabeza. Mía espera a que mamá se dé la vuelta para decirle a Julia en voz baja: —Por tu culpa ya nos han regañado. —Pues no, es por tu culpa —susurra Julia—, porque siempre quieres ser el centro de atención. Mamá que se está enterando de todo se gira y les advierte: —He dicho ni una más. Mamá ya les ha dejado claro que no quiere escuchar ni una discusión más, así que Julia y Mía se callan al instante y se proponen no pelearse por el bien de las vacaciones. ¡Un viaje en minicasa teletransporte no se hace todos los días!

Las aventuras de las hermanas en este curso están llegando a su fin, pero no quieren terminar sin contaros sus vacaciones. Después de un viaje superlargo en la nueva casa sobre ruedas, cuando llegan a su destino las hermanas alucinan. Es la primera vez que van a un camping. —Mami, ¡mira! También hay piscina, ¡yupi! —exclama Mía. —Sí, cielo, y también hay un río y un parque. —¿Un río, mamá? Vamos al río, porfa —pide Julia. —Niñas, primero vamos a colocarnos en el camping y después nos vamos a dar una vuelta, ¿vale? —propone papá. Papá y mamá se ponen manos a la obra, y Mía no tarda en preguntar: —Mami, ¿podemos ir a dar una vuelta? —Está bien, pero solo un rato, mientras papá y yo organizamos todo, y no os alejéis mucho —les advierte mamá. —Vamos, Pupy, vente con nosotras —dice Mía, que nunca se olvida de su amigo. Las dos caminan mirando para todos los lados, sorprendidas por este lugar que les resulta tan novedoso. —Tati, vamos por aquí, a ver qué hay. —No, nena, no corras, que mamá nos ha dicho que no nos podemos ir muy lejos —le dice Julia, pero Mía está tan entusiasmada que ni siquiera escucha—. ¡Nena, nena, que no corras! Pupy corre detrás de Mía y a Julia no le queda más remedio que seguirlos a los dos. —¡Mía, que te pares! Que nos estamos yendo muy lejos y nos vamos a perder — grita Julia, y justo en ese momento Mía frena de golpe—. Nena, volvamos, que

nos hemos alejado mucho. —No, tati, mira, ese es el río que mamá nos estaba diciendo. ¡Wow! La gente se está tirando desde ahí arriba. ¡Yo quiero! —No, nena, luego venimos con mamá y papá. —Joo, tati, aunque sea vamos a tocar el agua, a ver cómo está. —Está bien, pero con cuidado. Mía se acerca y mete la mano. —¡Oooh! Tati, qué fresquita está. ¡Mira, ven! —Pupy, quédate aquí —de dice Julia antes de acercarse al río. También ella quiere tocar el agua y se agacha para meter la mano, y justo en ese momento Mía la empuja por detrás y se cae al río. —Jajajaja. Tati, está fresquita, ¿eh? Ya te lo he dicho. —Nena, pero ¿por qué me has empujado? Que estoy vestida. ¡Te vas a enterar! Julia sale del río y agarra a Mía para tirarla. —No, tati, que no sé nadar —dice Mía tratando de escabullirse. —Nena, ¡al agua, que no cubre! —exclama Julia tirándola al río—. ¿Qué?, ¿está fresquita? —Sí, mucho —contesta Mía riendo—. Tati, venga, ya que estamos mojadas, métete un rato. Julia asiente, pero antes de volver a meterse en el agua mira a Pupy y le dice: —No te muevas de ahí, ¿eh? ¡Al agua patos! Julia y Mía disfrutan jugando cariñosamente a las ahogadillas y salpicándose la una a la otra. De vez en cuando miran a Pupy, que sigue en su sitio observándolas, y así va pasando la tarde hasta que se dan cuenta de que ya ha

pasado un buen rato desde que se fueron. —Nena, vamos a salir, que mamá y papá seguro que nos están buscando. Mamá nos ha dicho que podíamos irnos un rato y llevamos un montón. Venga, vamos. —Tati, ¿qué le vamos a decir cuando nos vea mojadas? —No sé, nena, ya se nos ocurrirá algo. Vamos. Efectivamente mamá y papá están buscando a las niñas por todo el camping. —Ve tú por ahí y yo por aquí —le dice mamá a papá después de haber buscado por las instalaciones. —Tati, tati, espera —dice Mía antes de volver—. ¿Y si mojamos a Pupy y le decimos a mamá que se cayó al río y nosotras lo hemos rescatado? —Nena, nos va a regañar de todas formas. Nos dijo que no nos fuéramos muy lejos, pero… Sí, me gusta tu plan, así la bronca será más chica. —Lo sentimos, Pupy, el agua va a estar un poco fría —le advierte Mía antes de meterlo al río. —Ya, nena —le dice Julia al ver que Pupy ya está calado—. Venga, vamos, sácalo ya. Mía deja a Pupy en el suelo y las dos se echan a correr con Pupy tras ellas. No dejan de correr hasta que escuchan a mamá gritando:

—¡Míaaa! ¡Juliaaa! —Chsss, nena —dice Julia parando de pronto—. Mamá nos está llamando. ¡La que nos va a caer! —Tati, ¿qué hacemos? —Déjame hablar a mí y cuando termine di tú lo de que Pupy se ha caído al río y te inventas lo que sea, ¿vale? —Vale, tati.

Julia y Mía se desean mucha suerte, ojalá salgan de esta sin castigo. —¡Mamá, mamá! Estamos aquí —grita Julia. —Pero ¿dónde os habéis metido? ¿Yo qué os he dicho? ¿Por qué estáis los tres mojados? Papá y yo llevamos un rato buscándoos como locos. —Mamá, es que cuando íbamos andado Pupy se ha ido tras un perro —empieza a explicar Julia—. Nosotras lo estábamos llamando, pero no nos hacía caso, así que hemos salido corriendo tras él. Entonces Julia mira a Mía con cara de «te toca, nena». —Sí, mami, y cuando por fin hemos conseguido cogerlo, Pupy se ha caído al río. Hemos intentado sacarlo y yo me he resbalado y me he caído también. ¡Pero estamos bien! No nos ha pasado nada. Bueno, yo tengo mucha sed de tanto correr. —Pupy, ¿has visto lo que has conseguido? —le regaña mamá—. Has puesto a las niñas en peligro. Ahora vas a estar atado todas las canciones. —Bueno, mamá, déjalo —intenta defenderlo Julia, pero mamá está sacando su teléfono sin escucharla y llama a papá para avisarle de que ya ha encontrado a las niñas. De regreso, mamá va por delante regañando a Pupy, y Julia y Mía los sigue por detrás cuchicheando. —Tati, por nuestra culpa mira la que le está cayendo a Pupy… —Ya, nena, no pensé que mamá se fuera a enfadar tanto con él. —¿Qué vamos a hacer? —pregunta Mía muy preocupada. —No sé, nena. Vamos a ver qué pasa ahora. Al llegar ven que papá también estaba nervioso. —¿Dónde estaban metidas las niñas? —pregunta al verlas. —Quiero que amarres ahora mismo a Pupy —contesta mamá.

—¿Por qué?, ¿qué ha pasado? —No, mami, a mi amigo no lo puedes amarrar —lo defiende Mía. —Claro, mamá, ¡cómo lo vas a amarrar al pobre! —la sigue Julia. —He dicho que Pupy se va a quedar amarrado y punto —contesta determinante mamá metiéndose en la caravana. —¡Papi, papi, no lo amarres, porfa! —le pide Mía. —¿Pero qué es lo que ha pasado? —pregunta él sin comprender aún nada. Julia y Mía le cuentan a papá lo mismo que le han explicado a mamá, pero antes de que papá pueda decir nada, mamá sale de la caravana y, al ver que Pupy sigue suelto, le dice:

—¿Aún no lo has amarrado? —Voy ahora mismo —contesta papá yendo a buscar la correa de Pupy. Julia y Mía están desesperadas, no pueden permitir que amarren a Pupy, así que se miran y entienden que tienen que decir la verdad. —No, papá, espera —dice Julia—. Pupy no tiene la culpa. Todo lo que os hemos contado es una mentira… La hermana y yo desobedecimos a mamá, nos fuimos lejos y cuando encontramos el río nos metimos porque teníamos calor. Nos pusimos a jugar y cuando nos dimos cuenta ya había pasado mucho rato. Por miedo a que nos regañarais nos hemos inventado todo esto… Nunca pensamos que podríais castigar a Pupy. —Porfa, papi, no lo amarres. Él no tiene la culpa —suplica Mía. Si mamá antes estaba enfadada, ahora lo está más aún, pero no quiere montar un escándalo delante de todos los vecinos de alrededor. Opta por mandar a las niñas que entren en la caravana. Una vez dentro les dice muy seria: —Id a ducharos y poneos ropa seca. Cuando terminéis, quiero que bañéis a Pupy.

—Pero mamá… —No hay nada más que hablar. No ha pasado ni un día de vacaciones y las hermanas ya la han liado. Saben que lo han hecho mal, pero piensan también en que han estado jugando juntas y en lo mucho que se han divertido. Sin embargo, en los días siguientes no tardan en tramar otra de las suyas y mamá no tiene más paciencia y las castiga sin ir a la piscina ni al río ni al parque, así que Julia y Mía solo pueden estar alrededor de la caravana. A Julia no le afecta mucho porque ella se pasa las horas hablando con Ángel y con sus amigas por el móvil, y Mía incluso se siente feliz porque a Pupy no lo han amarrado. Tienen así mucho tiempo para hablar de sus cosas, jugar, reír, cantar… Así, este viaje las ayuda a estar más unidas que nunca. Por primera vez pasan de estar discutiendo todo el día a ser inseparables y entenderse a la perfección, pero esta tregua no durará mucho.

Espero que hayáis disfrutado de las locas aventuras de Julia y Mía. Antes de comenzar en este mundo estaba pasando por el peor momento de mi vida. Siempre estaba triste, no tenía ganas de hacer nada, me sentía agotada, no podía seguir luchando más. De cara a mi familia yo disimulaba, mostraba que estaba bien para que no sufrieran más al verme luchar y luchar por mi sueño de ser mamá sin conseguirlo. Vosotros le disteis vida a mi vida cuando lo veía todo gris. Comencé hace aproximadamente un año y medio en tiktok y en aquel momento jamás pensé que llegaría donde he llegado. Al principio todo mi entorno me decía: «estás loca, todo el día haciendo vídeos» o «deja de hacer eso, mujer» y muchas más cosas similares. Yo nunca les contestaba, simplemente me reía, pero por dentro me sentía mal al oír esos comentarios. Ellos no entendían el amor que recibía por vuestra parte, tanto que algo me decía: «Julia, a pesar de lo que te digan tu familia y tus amigos, continúa». Y eso hice. Si me hubiera dejado llevar por ellos ahora mismo no estaría escribiendo estas palabras. Fuisteis mi mejor terapia para seguir hacia delante. Os estaréis preguntando: ¿y ahora ya no quieres ser mamá? Sí, claro que quiero, y mucho, pero después de tantos años de sufrimiento, decepción y angustia, he decidido dejar pasar unos años y disfrutar de este momento. Ahora ya no estoy obsesionada, apenas pienso en ello, ni tan siquiera lloro cuando paso por una tienda de bebés. Todo lo contrario, ahora más que nunca sé que voy a conseguir ser mamá, pero este no es el momento. Y todo gracias a vosotros, que sin conocerme de nada apostasteis por mí. Cuando me propusieron escribir un libro, me sentí agobiada y los primeros días después de haber aceptado me arrepentí porque no me veía capaz de hacerlo. Escribir un libro no estaba en mis planes, todo lo contrario: «¿Yo, un libro? No, yo no valgo para eso». Y mira lo que estoy haciendo en este preciso momento. Estoy muy orgullosa de mí, jamás pensé que lo iba a conseguir. ¿Y por qué he hablado sobre las hermanas y no sobre mí? Las hermanas son muy importantes para mí. Sin darme cuenta han llegado a formar parte de mi día a día. Ellas son las que realmente tienen el mérito, porque muchas personas las quieren y se sienten identificadas con ellas. Pensé que sería mucho más divertido contar sus aventuras. Sobre mí no hay mucho que contar y, lo poco que hay, creo

que toda mi gran familia de amigos ya lo sabe. A mí siempre me ha gustado hacer vídeos, pero no confiaba en mí ni me veía haciéndolo. Recuerdo que mi primer vídeo para YouTube lo grabé tres o cuatro veces. Al principio, tan pronto grababa algo, lo borraba después. Hasta que un día me dije: «Julia, ¿por qué no? Venga, vamos, que tú puedes». ¡Y conseguí mi primer vídeo! Con todos vosotros he aprendido muchas cosas, como a confiar en mí misma y a ser mejor persona. ¿Por qué no me ofende lo que me puedan decir los haters? Pues simplemente porque ellos no me aportan absolutamente nada, todo lo que puedan decir de mí me entra por un oído y me sale por el otro. Lo único que me dan es pena, porque lo que quieren es hacer daño a las personas, pero conmigo pierden el tiempo. Yo me quedo con lo bueno, lo que realmente me da vida, felicidad, alegría, y que sois vosotros, mi gran familia de amigos. Muchas gracias a cada uno de vosotros.

Las locas aventuras de las hermanas de TikTok Julia Menú García No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede ar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Título original: Las locas aventuras de las hermanas de TikTok Diseño de la portada, Planeta Arte y Diseño © Fotografía de cubierta, Chema Artero, 2020 © Ilustraciones de cubierta e interior, Luis Doyague, 2020 Diseño de interiores, María Pitironte © Julia Menú García, 2020

© Editorial Planeta, S. A., 2020 Ediciones Martínez Roca, sello editorial de Editorial Planeta, S. A. Avda/ Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) idoc-pub.cinepelis.org Primera edición en libro electrónico (epub): enero de 2020 ISBN: 978-84-270-4695-5 (epub) Conversión a libro electrónico: Safekat, S. L. www.safekat.com