Newman 383s23

Índice de contenido

Portadilla Prólogo

1. Corpus 2. Newman 3. Mariu 4. Corona de espinas 5. Como un volcán 6. Un engaño más o la trampa de los ocho escalones 7. Dilo a la comunidad 8. Cielo o Infierno 9. Cordero de Dios 10. ¿Nadie advierte nada? 11. Redes de silencio 12. ¿Hasta cuándo? 13. No se sana lo que no se habla 14. Soy el Papa Francisco 15. Cumbres siempre borrascosas: ¿En defensa de las víctimas o de la

Iglesia? 16. La Catedral con la que sueño 17. Facebook 18. Vidas partidas 19. Carta de una mamá 20. El Caso Malenchini 21. Traición, la raíz de todo abuso. El Caso Puccio 22. Honrar la vida 23. Pescadores de hombres 24. Tomates verdes fritos 25. Ser padres 26. El camino de la Virgen

Denuncia graves hechos de abuso sexual se constituye en particular damnificado Epílogo. Acerca de la verificación de la vocación de los seminaristas Agradecimientos

Newman

RUFINO VARELA

Newman

Un colegio, los abusos y los límites del encubrimiento

Prólogo de MARIANO BERGÉS

Varela, Rufino Newman / Rufino Varela. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2019. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-6836-8

1. Autobiografías. 2. Pedofilia. I. Título. CDD 808.8035

© 2019, Rufino María Varela

Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Fotografía del autor: Lucas Perez Alonso

Todos los derechos reservados

© 2019, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta ®

Av. Independencia 1682, C1100ABQ, C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar

Primera edición en formato digital: septiembre de 2019 Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-6836-8

A quienes sufren por situaciones de abuso y/o maltrato. A Mariu, a nuestros hijos Camila y Matías. A los buenos amigos. A mis padres.

PRÓLOGO

Por intermedio de un amigo común, me fue presentado a principios de 2018 Rufino Varela. Estaba inquieto, indeciso y angustiado en nuestra primera reunión. Me contó a grandes rasgos su historia de vida, marcada a fuego por los abusos sexuales padecidos durante su infancia. Mi experiencia como abogado, pero especialmente como Juez Penal, provocó que no me afectara el puro hecho de escuchar —una vez más— relatos sobre abusos de mayores a chicos, pero sí me perturbó profundamente conocer que Rufino fue abusado por un sacerdote, el capellán del Colegio Cardenal Newman Alfredo Finnlugh Mac Conaister, minutos después de que desolado, le narrara desesperadamente que estaba siendo sometido sexualmente por un dependiente de su padre (casero o jardinero), que trabajaba en la vivienda que habitaba con su familia. Hay que estar enfermo, o tener decididamente un perfil perverso para llevar a cabo un comportamiento de este tipo, con esas condiciones previas. Y así fue expuesto en la denuncia:

La situación con el Padre Alfredo Finnlugh Mac Conaister (abuso sexual) se produjo en el dormitorio que tenía debajo de la Capilla del Colegio Newman… No pude hacer nada… Fueron segundos eternos de pánico… «Esto es un secreto entre Dios y vos (Rufino).» «No se lo podés contar a nadie.»

También me sorprendió e indignó que el ex rector del Colegio Cardenal Newman, John Burke, hubiera sabido de esos hechos aberrantes, como seguramente de otros similares, en tiempo real, y jamás hubiera hecho algo al respecto, siendo que además, años después, fue enviado a Irlanda para trabajar en cuestiones vinculadas a los abusos sexuales de sacerdotes y/o de la Congregación Hermanos Cristianos. La hipocresía en su máxima expresión.

Con mucho gusto patrociné a Rufino Varela en la promoción de la acción penal, conociendo que todos los autores de los abusos han fallecido —y con esto que la prescripción está al alcance de la mano—, con excepción de Burke, quien fue denunciado por el delito de encubrimiento. Es evidente que, por regla general, no es de buena práctica parangonar al autor de un determinado hecho con quien lo encubre. Pero cuando se habla de este tipo de sucesos, desde mi perspectiva el encubridor, y a su vez la entidad que los integra, pasan a tener la misma condición nociva, negativa y execrable que quien llevó materialmente a la práctica los abusos a menores. Conversamos mucho sobre la denuncia. Que sí, que no, que si era útil a esta altura. Fui firme con esto: las denuncias hay que hacerlas. No importa la prescripción. No importa que no se investiguen (sucede mucho en nuestro país) o que la pesquisa se demore por años. La modificación de costumbres y dejar de lado la cultura del ocultamiento solo ocurrirá en la medida en que —entre otras importantes medidas— se denuncien como práctica usual estos sucesos. Obvio que es difícil para las víctimas. Entonces, nosotros tenemos que esforzarnos para entender, para ponernos en su lugar y tomar dimensión de lo que significa que un niño a merced de un sacerdote sea vejado sexualmente y torturado en su psiquis, para que luego de cuarenta años, aún tenga casi las mismas dificultades que otrora para denunciar y exponer su caso. La repetición de denuncias, lo delicado y complejo que es la decisión de hacerla, y la toma consecuente de conciencia social, es lo que muy lentamente está modificando costumbres e imponiendo a las diversas iglesias —quizá con la católica a la cabeza— la necesidad de un cambio radical. Esto lleva también, por elemental propiedad transitiva, a que finalmente haya comenzado un proceso de limpieza y relanzamiento de la Iglesia como corporación que siempre aceptó callada estos abusos, como parte de un todo que era mejor ocultar, lo que la convirtió en encubridora. Si se quiere, la primera responsable. Si Burke hubiera denunciado al padre Alfredo ante el primer hecho de abuso y a los de la Congregación Hermanos Cristianos también involucrados por complicidad, encubrimiento y/o por abusos a otros alumnos, es evidente que no se habrían repetido y muy posiblemente Rufino no habría sido sometido. El dato de color es que esto no sucede porque la Iglesia lo haya promovido, más allá de algunos esfuerzos recientes del Papa Francisco —que desde mi lugar

celebro porque otros no lo hicieron—, sino porque la situación ha desbordado y obligado a tomar medidas concretas. Bienvenido entonces que en España, por ejemplo, se haya resuelto al interior de la Iglesia Católica que es obligación de todo integrante la puesta en conocimiento de la Fiscalía de cualquier hecho relacionado con el abuso sexual. Los primeros cambios comienzan a percibirse. Rufino sintió un alivio inmenso cuando la denuncia fue presentada. Así me lo manifestó y por supuesto que le creí sin dudar. No confundamos alivio con fin del dolor y de la angustia. Estos hechos dejan huellas muchas veces imborrables. Con la ayuda de su familia y este destape involuntario, va logrando una paz que no tuvo antes. Pero ha recibido críticas y no la ha pasado nada bien. El Newman no es cualquier colegio. Es una especie de cofradía, donde —aun sin saber o tener mínima idea— muchos de sus integrantes, padres y ex alumnos defienden a capa y espada el nombre. La careta. Mucho más ahora cuando es el colegio del Presidente. Incluso, no está de más destacar que pocos meses antes de esta publicación, se suscitó una mediación judicial promovida por Rufino, y el Colegio Cardenal Newman la cerró sin ofrecer absolutamente nada. Apenas, por obligación, envió a los abogados a dar la noticia. Todo este derrotero está ampliamente expuesto en las páginas que siguen. Que para Rufino Varela fueron —según comentó— un parto. Que ilustran, esclarecen, estremecen, y dejan al lector movilizado y con la sensación de que hay que emprender un nuevo sendero, con muchos más caminantes, en el cual no haya medias tintas, no haya defensas corporativas, y se privilegie por fin la defensa de las inocentes víctimas.

DR. MARIANO BERGÉS Buenos Aires, junio de 2019

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Corpus

Cuando faltaban pocos kilómetros para llegar al pueblo, los latidos de mi corazón se aceleraron y empecé a sentir que me faltaba el aire. Apreté fuerte las mandíbulas pero no pude evitar las primeras lágrimas. No quería que mis hijos, ya grandes, se dieran cuenta de que tenía los ojos húmedos. Una mano delicada y generosa tomó la mía sabiendo que de a poco me ayudaría a recuperar el aliento. Dudé unos instantes, puse el guiño y giré en la calle principal. Con una extraña excitación, sugerí dar una vuelta. Casi de memoria llegué a los corrales de la vieja feria donde se hacían los remates de hacienda y una a una fui reconociendo las casonas que aún estaban de pie. No sé si fue casual o no. Por ese misterioso olfato que la nostalgia nunca pierde, pude encontrar el camino de tierra. Tras la densa polvareda que íbamos dejando atrás, empecé a describir en voz alta —entre el nerviosismo y la perturbación— el paisaje casi intacto hasta percibir el brutal paso del tiempo: la escuelita rural abandonada entre pastos altos con su mástil de pie, desvestido y oxidado. A pesar de lo que esta visita significaba, pude disfrutar el intenso olor a campo. Miraba de un lado a otro buscando referencias… pero me di cuenta de que no hacía falta. Recuerdos guardados bajo llave por casi treinta y cinco años súbitamente estaban ahí presentes, frente a frente. Respiré hondo, bajé de prisa y caminé despacio hasta llegar a la tranquera. Me di

vuelta forzando una sonrisa. Casi temblando abrí la misma cadena que había cerrado por última vez a los once o doce años. Esta vez con mi familia, volvía a Corpus. Necesitaba mantener la calma aunque en mi interior era un torbellino, un corazón desbordado en mil latidos. Al llegar a la casa principal donde había pasado veranos e inviernos durante gran parte de mi niñez, saludé primero a Emita, una de mis tres hermanas del alma y después, apurado, a su marido, hijos y amigos. El asado al que habíamos sido invitados estaba listo pero me disculpé para primero reencontrarme con mis vivencias de niño. Corpus era el campo de mis vecinos de San Isidro a quienes llegué a querer como a mi propia familia. Quedaba en las afueras de Rauch y uno de sus límites era el arroyo Chapaleufú al que en mi niñez respetaba como un gran río. El arroyito que dividía el jardín de los potreros había dejado de ser el cauce de agua limpia con remolinos que me invitaba a pescar extraños pececillos verdosos, mojarras y algún que otro dientudo sobre el puente de troncos. Ese era mi programa diario. Estaba muy cerca de la casa y al principio no tenía ni edad ni coraje para ir al gran río del fondo que quedaba más lejos. Solo lo conocía acompañado por algún grande. El enorme galpón de chapa parecía que se había contraído con el paso del tiempo pero al abrir sus puertas sentí el mismo mundo de mi infancia, con cinco, seis o siete años. En aquel entonces el galpón era gigante y oscuro. La sombra de la volanta, el sulqui, los aperos, las bolsas de maíz, las herramientas y el repentino aleteo de alguna paloma o murciélago lo hacían más misterioso. Desde muy chico solo le tenía miedo a las arañas y a las víboras. Por eso cuando Charito, el dueño del campo, casi un padre adoptivo, llamaba a los gritos a Hugo, el peón que vivía entre el galpón y los corrales y él no contestaba, me divertía ir hasta allí acompañado por alguno de los perros a buscar las papas o cebollas que habían faltado para la sopa o el puchero. Mi gran susto fue antes de cumplir los nueve. Esa noche me había llamado la atención que la puerta estuviera entornada con el candado abierto en su pasador.

Pensé que estaba Hugo. Lo llamé una y otra vez antes de ingresar. No respondió. Supuse que estaba en el campo y que él se había olvidado de cerrarlo. Entré solo, tanteando en la oscuridad las bolsas de arpillera. Había logrado poner unas cuantas papas en el balde, y al intentar la misma suerte con las cebollas percibí un aliento. Algo grande se movía, escondiéndose entre las bolsas de maíz. Por la inocencia de la niñez creí que era Hugo. Lo volví a llamar pero no contestó. En ese momento sentí que alguien había tocado mi brazo y en plena oscuridad pude ver la sombra de un hombre grandote. Salí corriendo como un rayo dejando las papas y cebollas diseminadas por el camino. Entré llorando a la casa y antes de darme cuenta, Ema, mi madre postiza y esposa de Charito, me estaba abrazando. Lloraba con angustia. Era mi primer miedo. Charito llamó a sus perros y con una linterna y su cuchillo de plata salió gritando «¡Hugo, Hugo!», en dirección al galpón. Hugo no estaba y el pobre linyera que me había asustado seguía en un rincón entre las bolsas de maíz acomodándose para resguardarse del frío. Charito lo dejó pasar la noche en el galpón y creo que desde ese episodio nunca más volví a buscar papas y cebollas. De poco sirvió que me explicaran que los linyeras no hacían daño, que solían deambular por los ríos y al oscurecer se acercaban a donde había luz para pasar las frescas noches de campo. Por alguna razón ese verano decidí postergar mi primera exploración solitaria al Chapaleufú. Mientras recordaba lo del linyera y traje a mi memoria a Hugo, tan joven y desaliñado, mi mirada se humedeció al repasar aquel otro susto apenas unos meses después. Estaba ansioso por acompañar a Charito a una feria de hacienda en Rauch pasado el mediodía. Había llovido bastante y nos llevaría más tiempo llegar en la camioneta por los veinte kilómetros de camino embarrado. Me pidió que le preguntara a Hugo cuánto faltaba para el puchero que preparaba desde temprano en la vieja cocina a leña. Hugo era mi amigo o al menos lo sentía así a pesar de su aspecto brutal y primitivo. Yo tenía ocho años; él más de veinte.

Hola, Hugo. Me mandó Charito a preguntarte cuánto falta para el puchero. Con su mirada levemente rojiza por los primeros tragos de vino, me dijo que faltaba un rato. Llegué corriendo para avisarle a Charito y seguí jugando con mi honda recién estrenada, apuntando a los pájaros y pegando siempre lejos, a veces al cielo. Charito era rezongón pero muy bueno y me sentía muy protegido cuando estaba cerca de él. Se hacía tarde y la impaciencia iba y venía. Andá a preguntarle otra vez cuánto falta y decile que estoy apurado. La mirada de Hugo había cambiado. Su barba a medio crecer resaltaba sus ojos oscuros escondidos detrás de un rojo intenso. Hugo, pregunta Charito si ya está listo. Su cara se transformó. ¡Andá y decile que si quiere comer rápido que vaya al pueblo! Se había desatado su furia. Estaba descontrolado. Agarró su látigo de cuero trenzado y el viento del primer latigazo pasó a centímetros de mi cara y golpeaba en el piso de tierra levantando polvareda. ¡Andá y decile eso o el próximo te pego! Mientras corría asustado y llorando hacia la casa, sabía que la amistad con mi amigo del campo había llegado a su fin. Abrazado con fuerza a la pierna de Ema y apretando mi cara contra la larga pollera azul pude ver de reojo los pasos firmes de Charito saliendo furioso hacia el galpón. Nunca más supe de Hugo cuando desperté a la mañana siguiente. Al volver en mí recordé la nueva cocina a leña, la mesita redonda donde con Ema tomaba el té con tostadas y queso de campo, y el cuchillo de Charito con el que todas las noches cortaba su dulce de batatas.

Dormir esa noche no fue fácil. Los recuerdos a flor de piel se hamacaron con tanta fuerza en mis sueños que apenas pude mantener cerrados mis ojos en esa casa de techos bajos. Entre risas nerviosas conté en el desayuno cuando en el campo vecino de los Andraca me enseñaron a tejer. Con ovillos de lana de colores y dos agujas gruesas me metía en la cama y con los pies jugaba con una bolsa de agua caliente mientras rezaba con Ema. Con la luz tenue de los faroles a kerosene me quedaba dormido con un par de vueltas de mi larga bufanda de punto Santa Clara. Al día siguiente fuimos todos en auto hasta Egaña, un pequeño pueblo de Estación de Ferrocarril. Para todas mis preguntas sobre ese caserío las respuestas eran las mismas: ¡Ya no está más!, o en el mejor de los casos, ¡abandonada! Moría de ganas de mostrar a los míos cómo se elaboraba ese rico queso que solían convidarme de las grandes hormas recién hechas en la vieja fábrica de Egaña. En la cancha de paleta a metros de la vieja estación solo quedaban leves marcas de pelotazos en el frontón descascarado. Me fue invadiendo la nostalgia. Estaba conmovido y por eso decidí apoyar mis manos contra el vidrio de la puerta del almacén de ramos generales. La caramelera, las latas de galletitas, las botellas verdosas y de color ámbar, los viajes en la F100, en el sulqui o a caballo desde Corpus a Egaña estaban todavía ahí, pesándose en una balanza roja que seguía intacta sobre el gran mostrador de madera impregnado de mates y ginebras. Unas pocas fotos en la estación de tren abandonada bastaron para irme sin antes dar una vuelta por el castillo San Francisco que solo en mi imaginación me seguiría transportando una y otra vez a esos tiempos de felicidad casi plena. Muy cerquita de Egaña, a solo un par de kilómetros, la imponente y elegante construcción inmersa en un monte de eucaliptus. Nunca imaginé que me encontraría con el castillo de mi infancia derruido y saqueado. Fue esa la última

imagen antes de despedirnos y emprender la vuelta a casa. Ya en Buenos Aires supe que mi regreso a Corpus me había generado la necesidad de poder cumplir en algún momento una promesa de años. Había ido a ese campo desde los cuatro o cinco años con mis vecinos de Suarez Sánchez, una calle cortada de San Isidro. Ya de grande pude darme cuenta de que Ema y Charito seguían siendo mis padres adoptivos del alma. Emita, María y Gloria eran las hijas de Ema y Charito y siempre las quise como verdaderas hermanas. Por esas crueldades que a veces arroja el destino, el que creí también que era un gran amigo, me prohibió volver a Corpus a partir de los once años.

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Newman

Apenas recuerdo mi examen de ingreso en el viejo edificio de la Avenida Belgrano en Buenos Aires. Por primera vez estaba solo frente a frente con un miembro de la Congregación Hermanos Cristianos. El Hermano Condon era un hombre de gran porte, pelirrojo y con manos de boxeador. A los pocos días, sorprendido y fascinado, entraba a esa gigantesca construcción de ladrillos y ventanales que se imponía en un barrio tranquilo de quintas, baldíos y calles de tierra de zona norte. Era el nuevo edificio del Colegio Cardenal Newman de la calle Reclus 1133 de Boulogne, San Isidro. Con uniforme casi nuevo me senté en el primer banco libre del 4º C de la planta baja y enseguida conocí a otros Hermanos de la Congregación. El Hermano Barry era joven, alto, de piel blanca y pelo oscuro. Su mirada penetrante y voz elevada me provocaron temor al enterarme de que sería uno de mis educadores. Desconozco la edad que tenía el Hermano Dehram cuando lo vi por primera vez en nuestra clase. Lo sentí anciano, severo y tal vez por su nariz prominente y postura encorvada, tenebroso. Después conocí al Hermano Michael O’Brien, un hombre muy delgado con una mirada clara y bondadosa que nunca pude encontrar en otros de su Congregación. Con el correr de los días fui conociendo a otros Hermanos pero nunca supe cuántos eran los que vivían allí cruzando un misterioso puente que atravesaba el hall principal y que, según sabíamos solo por comentarios, conducía a sus dependencias privadas.

Venía de un colegio totalmente distinto. En el St. John’s de Martínez jamás había visto a un hombre vestido con sotana. Tal vez por eso mi especial temor y respeto a esos hombres de negro de distintas edades y semblantes con cruces, medallas o escapularios colgando de sus cuellos. Algunos guardaban en sus mangas pañuelos blancos que usaban para apaciguar la tos y estornudos casi crónicos, como si estuviesen siempre enfermos. Para un niño de mi edad verlos era como ver a Dios en la tierra. Nunca antes los había visto. Me inspiraban una rara mezcla de respeto y miedo. En mi colegio anterior no teníamos tantas cruces y símbolos religiosos como en cada rincón del Newman. Tuve que esforzarme en aprender las oraciones que rezábamos en aquellas interminables misas del primer viernes de cada mes. En 1974 cuando ingresé, tomé mi Primera Comunión con los chicos de tercer grado. Recuerdo las clases preparatorias de catequesis, comulgar por primera vez, confesarme, el moño blanco y cada instante de la ceremonia perfectamente ensayada que me producía felicidad y nerviosismo. No tardé en hacer buenos amigos que perduraron en el tiempo. Fueron varias las maestras y los hermanos que me hicieron respetar y querer el colegio. Ahora pienso que ellos me inspiraron para ser un buen alumno, una mejor persona, y que me esforzara en jugar en el mejor equipo de rugby sin saber aún hoy si era realmente lo que más disfrutaba. Al Hermano Condon le tenía aprecio y tal vez por ello quise integrar su coro. Fue uno de mis entrenadores de rugby en primaria y me impactó enterarme de que dejaba la congregación para casarse con una de mis maestras. Nunca terminé de comprender por qué mis padres me sacaron del St. John’s al concluir mi tercer grado de primaria. Allí quedaron muchos amigos y el recuerdo de las idas y venidas en bicicleta con mis hermanos. Tal vez quisieron que tuviera una formación católica que el Cardenal Newman parecía garantizar. Empecé jugando de hooker en la primaria y tuve la suerte de hacerlo con los mismos compañeros durante varios años. Tener a mi amigo el Gordo de pilar significaba que nada podía pasarme en cada scrum aunque me colgara de sus hombros para intentar sacar la pelota con la cabeza.

Las invitaciones a las casas, padres compinches que nos llevaban al club donde nos tocaba jugar de visitantes y además se ocupaban de tener listas las mejores hamburguesas y choripanes para cuando terminábamos cada partido en nuestro campo de deportes. El festejo en El Matrero, el gran velero que timoneaba el padre de mi amigo Toribio, sigue siendo inolvidable. Fuimos casi todos los del equipo después de haber ganado un torneo en el Club Belgrano Athletic en Pinazo. Nos llevaron a navegar toda la tarde por el Río de la Plata. La gira en avión a Uruguay para jugar con nuestros pares del Stella Maris de Carrasco y el divertido viaje en tren desde Constitución hasta Tandil donde los del equipo contrario, Los Cardos, nos recibieron en un pub a la madrugada con vasos largos de menta granizada, y a las pocas horas tener que jugar contra ellos en condiciones desfavorables. Cómo olvidar a las cocineras del comedor cuando mi padre me dejaba junto a mis dos hermanos más grandes muy temprano en el colegio para llegar a horario al de mi hermana mayor que quedaba en el corazón de San Isidro. El inconfundible olor a cera Suiza del hall principal recién encerado y las breves dormidas sobre los bancos de cemento calentitos por los caños de calefacción que pasaban por debajo, esperando ansioso que me avisaran para ayudar a preparar las mesas para el mediodía, a cambio de un puñado de papas fritas, palitos salados o barritas de chocolate Águila que Lidia o Teresita me daban a escondidas en la despensa repleta de cosas ricas para los Hermanos. Cuando ingresé al Colegio Cardenal Newman ya nos habíamos mudado con mi familia desde San Isidro a Don Torcuato. La casa que con esfuerzo habían comprado mis padres era muy simple y pequeña. Rodeada de viveros y terrenos baldíos quedaba a dos cuadras largas de la Ruta 202 sobre la misma calle de la gran fábrica papelera. Éramos una familia numerosa y muy unida. Soy el cuarto de siete hermanos. Al poco tiempo de mudarnos mis padres se embarcaron en una obra de ampliación que duraría más tiempo del esperado. Don Torcuato era un barrio muy tranquilo de calles de tierra, zanjas abiertas con renacuajos y grandes terrenos. Jugábamos al fútbol en la canchita de la fábrica Fadete con vecinos y operarios.

Al colegio me llevaban mis padres en auto todas las mañanas y por la tarde casi siempre volvíamos en colectivo. Mi casa quedaba a menos de diez kilómetros pero las vueltas en el 15 o el 203 solían ser eternas. El cruce a pie de la ruta Panamericana en la vieja rotonda de Ituzaingó aunque algo peligroso era nuestro mejor atajo. Había empezado a encontrar la forma de pasarla bien yéndome algunos viernes con mi bolso para quedarme todo el fin de semana en lo de algún compañero. Tuve buenos amigos. Algunos, sin saberlo, me estaban salvando de los acosos de José, el encargado de la casa de mis padres. Estoy seguro de que Jorgito nunca supo ni se imaginó lo importante que fue para mí que me invitara a su casa de las cinco esquinas en el centro y a la quinta de José C. Paz, ni tampoco del gran cariño que le tuve a Carmen, su ama de llaves, y la iración que sentía por su madre cuando la veía sentada al sol, haciendo rosarios para los presos de una cárcel. No me alcanzaría el libro entero para transmitir anécdotas y relatar momentos felices con mis compañeros de clase y de rugby que me hicieron querer el colegio como lo quise, hasta que se desató el infierno. Ya en la secundaria, el sueño de ser hooker se estrellaba en tercer año, en marzo de 1981.

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Mariu

Me cuidé tanto para que nadie se enterara por temor a ser rechazado, que acepté ser humillado y sometido para seguir viviendo una vida «normal». Jugar en ese entonces al rugby me ayudó muchísimo para sentirme protegido, aunque fueran pocas horas por semana, como una red de contención por parte de mis compañeros y los entrenadores. No tienen idea de lo que ellos significaron para mí en esa época tan cruda. Y también no puedo dejar de reconocer cuán importantes fueron algunas novias de mi adolescencia temprana hasta que logré liberarme del espanto. Ninguna de esas chicas —estoy seguro— imaginó alguna vez lo que significaba para mí estar de novio, e incluso ser invitado a sus casas, donde siempre me sentí protegido. Los noviazgos tempranos dejan huellas marcadas a fuego que, en mi caso, fueron experiencias tan buenas y positivas que me ayudaron a transitar momentos terriblemente difíciles y disfrutar de una vida «normal» a pesar de lo que estaba padeciendo. Motivado por algunos amigos, empecé a jugar al tenis con más frecuencia en segundo año de secundaria, dejando en un segundo lugar al rugby. Hoy no podría dimensionar qué habría sucedido si no me hubiera ido del Colegio Newman en tercer año. Cuando en marzo de 1981 repetí y tuve que irme del Newman, intenté convencer a mis padres para ingresar al José Manuel de Estrada de Don Torcuato. Quedaba cerca de mi casa y conocía a algunos chicos que iban ahí. Era un colegio de gente muy simple de barrio. Pero mis padres insistieron en su decisión: a las cuarenta y ocho horas estaba sentado en mi nuevo banco del colegio Carmen Arriola de Marín, de San Isidro.

El Marín era un colegio totalmente distinto, con una población muy amplia de compañeros de posiciones socioculturales y económicas diversas. Muchísimo deporte. Una relación muy abierta con los profesores y sobre todo la comodidad o satisfacción que encontré enseguida por el horario de medio turno. Así aproveché esos mediodías libres cuando no tenía gimnasia para dar clases de tenis a gente conocida en Don Torcuato sin saber o imaginar que cuando terminara el colegio —cursé apenas unos meses dos carreras universitarias, Agronomía y istración de Empresas, sin éxito—, me iba a dedicar de lleno al tenis como profesor, intentando un negocio de venta de productos de deportes y como director de un club social y de unas canchas privadas. Estoy convencido de que haber trabajado desde muy chico con el deporte con tantos alumnos adultos y con chicos muy chicos me dio la confianza necesaria para seguir creciendo como persona. Reconozco y valoraré siempre cuánto me sirvió haber hecho el Servicio Militar Obligatorio en 1984. Empezó siendo una distracción pero terminé dándome cuenta de que además de la instrucción militar me ayudó a ser mejor persona y más solidario con mis pares. Ya mayor de edad, con mis primeros ahorros me compré una camioneta Ford A 1931 y durante semanas pasé horas en el taller de chapa y pintura de Ramón, un pastor Testigo de Jehová, colaborando en lo que podía para que el arreglo fuera más barato. Cuando le dio el último lustre descubrí que Ramón era un artista. Había quedado impecable y empecé a disfrutarla especialmente cuando iba a mis entrenamientos de tenis en San Martín, muy cerca de una importante fábrica de cigarrillos, Nobleza Picardo. Con esa camioneta bordó con guardabarros negros y caja de madera llevé por primera vez a esa chica que me gustaba hacía muchos años cuando a veces íbamos a buscar a mis hermanas a un colegio de San Isidro y la veía caminar por la vereda de la calle Alem con su largo pelo castaño y sus medias rojas caídas. Cuando a los 20 o 21 años inauguré un local de deportes en Don Torcuato y mis socios que estaban de novios me insistieron para que invitara a alguna chica a la inauguración, me fui sin dudarlo hasta Punta Chica y toqué el timbre de su casa. La invité para esa misma noche pero me fui con las manos vacías porque ella ya tenía programa. Quedamos entonces en que la buscaría el viernes siguiente para

salir. Salimos varias veces pero ella estaba indecisa entre otro chico y yo. Tal vez desesperado la invité a una casa antigua de té en San Isidro y con la excusa de irme al baño le entregué una carta que había escrito, declarándole mi amor. Le pedía como respuesta un sí o un no. A los pocos días ella me pidió salir para hablar. Fuimos una vez más a nuestro restaurant favorito y después a bailar a New York City. Estábamos nerviosos y antes de irnos nos pusimos de novios. Nuestro noviazgo duró un año y medio y nos casamos el 1 de octubre de 1988 en la catedral de San Isidro. Mariu es una persona muy paciente, prolija y solidaria. Siempre tuvo un corazón gigantesco. Gran compañera, fuerte sostén y una incondicional consejera. En los momentos más difíciles Mariu fue la gran fortaleza de nuestra familia Tuvimos dos hijos, Camila y Matías, hoy ya grandes. Más allá de todo el esfuerzo o sacrificio que pude haber hecho por ellos y de todo el amor que les tengo, la linda familia que formamos es, en gran medida, gracias a Mariu. Ella se bancó muchas situaciones, siempre con una sonrisa y optimismo puro. Cuando decidí romper el silencio y contar mi historia públicamente sabía que lo que sobrevendría iba a ser difícil. Sentí temor de que se pusiera en riesgo nuestro matrimonio. Tal vez pequé de ingenuo, no imaginé que lo que sucedería iba a ser tan grave. Muchas veces en silencio pero siempre con una fortaleza increíble, Mariu me sostuvo dándome aliento para que no claudicara y pudiera llegar a la verdad. Sin Mariu y nuestros hijos nada podría haber sido posible. Sin ellos nada habría tenido sentido.

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Corona de espinas

CBC eran las letras bordadas en el escudo del Colegio Cardenal Newman que lucí con orgullo en mi saco bordó cuando ingresé en cuarto grado de primaria en 1974. CBC-Certa Bonum Certamen-Lucha la Buena Lucha. Claro y contundente. Nunca imaginé que elegiría esta frase para luchar contra las amenazas, los silencios, la complicidad y el encubrimiento que permitieron que durante años se sucedieran abusos sexuales y maltratos en mi colegio. Hasta fines de 2015 solo personas de mi absoluta confianza, mi esposa, mis hijos y muy pocos conocían algunos de los secretos de esta historia. Durante muchos años por temor y vergüenza los mantuve en el mayor de los silencios, por la sensibilidad del tema y por una sociedad que entendía no estaba preparada para recibir este tipo de noticias y obrar en consecuencia. Hasta que se me «disparó el dedo» en diciembre de 2015, cuando leí una nota en el diario La Nación que me dejó perplejo. En esa nota se informaba que el Newman modificaría el tradicional escudo del león rampante agregándole una corona dorada para homenajear a un Rey, al Excelentísimo —ex alumno recientemente electo— presidente Mauricio Macri. ¿Pueden creerlo? Una corona dorada sobre el león, rey de la selva. Ergo, Rey de Reyes, la máxima victoria para un colegio que se vanagloriaba de haberlo tenido como alumno. ¿Qué mejor homenaje que ese? Clara señal de que la excelentísima enseñanza y disciplina habían dado sus frutos. What else? Cuando terminé de leer esa nota, me costó salir de mi estado de impavidez.

Corona dorada… no, señores, corona de espinas, muchas espinas, demasiadas para un chico que buscó consuelo, corona de espinas que se clavan en el alma, corona de espinas, seres aberrantes. No sé si fue un acto reflejo e inconsciente de bronca e impotencia lo que me llevó a ingresar a Facebook para buscar a Alberto Olivero, el Director del Colegio. Sí, allí estaba, y no lo dudé, le escribí un sincero mensaje cargado de emoción. Hasta ese momento no lo conocía personalmente ni tampoco había hablado con él.

Estimado Sr. Alberto Olivero: Si bien no tengo el gusto de conocerlo personalmente, tenemos algo en común: el Colegio Newman. Sinceramente, me ha alegrado muchísimo el pedido que le ha realizado el Sr. Mauricio Macri, flamante Presidente electo de Argentina, de no modificar el escudo del Colegio. Creo que habla de una humildad enorme e intenta con su pedido, en cierta forma, enviar un mensaje a la sociedad entera y especialmente a la del Newman, que no sirve de nada el exitismo o el orgullo egoísta. Agregarle una corona al escudo histórico del colegio por el solo hecho que un ex alumno alcance, por su educación y especialmente por su capacidad y esfuerzo personal, un cargo semejante, daría por sentado que entonces también se le debería agregar al mismo escudo, algún símbolo que represente a aquellos ex alumnos, profesores, sacerdotes y/o incluso hermanos de la congregación que lo condujera, por aquellos actos o acontecimientos tristes y/o aberrantes de los que pudieron ser protagonistas, partícipes o cómplices. Tengo 50 años y fui alumno del colegio, al igual que mis hermanos y varios sobrinos. Jamás en todos estos años desde que lo dejara, he tenido una actitud revanchista o vengativa para con el mismo y, casi inexplicablemente, guardo algunos buenos recuerdos. Cuando escuché la noticia del cambio del escudo, enseguida me pregunté cuál sería el símbolo que habría que agregarle al lado del CERTA BONUM CERTAMEN, si salieran a la luz, aquellos castigos corporales que a mí, a otro y seguramente a muchos alumnos más, infligía el entonces capellán del colegio, en su habitación debajo de la Capilla cuando apenas éramos alumnos de primaria. Boca abajo en su cama, sigo, a pesar de mis 50 años, recordando mi miedo y el dolor de los 10 cinturonazos en mi cuerpo desnudo. Hace apenas pocos años, decidí «trabajar» esto junto a mi mujer e hijos. Es un dolor que inexplicablemente estuvo dormido desde aquel pacto de silencio entre el mismo

Obispo de San Isidro y algunos hermanos de la congregación, desde el mismo momento que a mis 15 años me presentara, en absoluta soledad ante el Obispo para denunciar lo sucedido, con el único propósito de LUCHAR MI BUENA LUCHA. Estoy muy contento de que Mauricio Macri sea nuestro nuevo Presidente. También muy dolido que el Papa Francisco, hasta hoy, no haya transmitido sus felicitaciones. Hace apenas 2 meses, por primera vez conté con detalles mi propia historia a un periodista y hoy estoy trabajando en la edición de un libro, con la enorme convicción de poder ayudar a otros contra el abuso y los silencios macabros en mi propia Iglesia. Antes de hacerlo, pretendo que estos hechos ocurridos en el Newman con el silencio cómplice del obispo de entonces, lleguen al Papa Francisco. Estoy trabajando en ello. Mi humilde reflexión es que no sería bueno agregar una corona al escudo como homenaje a quien acaba de ser elegido Presidente de nuestro país. A mí me reconfortaría más ver en el escudo un látigo o una corona de espinas, en recuerdo por las aberraciones vividas en el Newman por mí, por otro y seguramente por muchos otros, que por temor y sobre todo por vergüenza, siguen callando con ese dolor profundo que el abuso causa para siempre. Atentamente,

RUFINO VARELA

PD: Le escribí estas líneas con el mayor respeto posible y en su condición de Director del Colegio Newman. Le pido encarecidamente absoluta reserva.

Me animé a expresarle sin filtro lo que sentía por haber leído la noticia del diario y a contarle parte de mi historia. Apenas confirmé el envío hablé con una de mis hermanas y le conté lo que había hecho. Sin juzgarme, soltó: ¡Ay no, Rufo! Enseguida entendí su preocupación al acordarme de que su hijo menor estaba en su último año de secundaria y que otros sobrinos nuestros eran también alumnos de primaria. En vano intenté borrar el mensaje y al no poder hacerlo asumí lo que alguien que

adoro me había advertido unos meses antes, cuando le contaba lo que me estaba pasando. Te vas a tener que hacer cargo, Rufo. ¡Me hice cargo! Esa nota sobre la corona dorada me despertó la experiencia más nefasta que viví, reavivó una herida muy dura para poder cicatrizar. Supuse que recibiría una respuesta en forma inmediata. Con el correr de los días me fui olvidando, sobre todo ante el inesperado y lindísimo anuncio del casamiento de mi hija para el 17 de diciembre del año siguiente. Los meses transcurrieron, y nada pasó. Sabía que me había hecho bien animarme a escribir lo que había sentido y en ningún momento me arrepentí de contar a un desconocido parte de mis secretos. A pesar del silencio estaba seguro de que ese mensaje había llegado a destino, y la sensación de que algo oculto se estaba gestando más de una noche me quitó el sueño. Sorpresivamente a fines de mayo de 2016, Alberto Olivero respondió mi mensaje privado de Facebook pidiéndome mi celular. Se lo pasé y me llamó enseguida. Me dijo que no usaba usualmente esa red, y que lo había abierto de casualidad el día anterior y había encontrado más de cien mensajes. Le llamó la atención el mío, y le dio prioridad. Rufino, te pido por favor que nos reunamos mañana mismo. Y si no tenés inconvenientes, quiero que esté también presente algún miembro del Board. El tema me excede… porque la situación me excede, es muy complicada… y es muy grave. Si bien no tenía la misma urgencia que había tenido tiempo atrás, accedí sin ningún problema a su pedido. En la primera reunión del mes de mayo de 2016 en el Colegio Cardenal Newman de Boulogne, San Isidro, me reuní con Alberto Olivero y Oscar Gosio. Apenas nos presentamos e instalamos en la Dirección me comentaron: Supongo, Rufino, que sabrás que el Padre Alfredo y la mayoría de los Hermanos

de la Congregación de tu época están muertos. El Colegio ya no pertenece a la Congregación Christian Brothers. Actualmente solo vive acá el Hermano Thomas. No sé si lo conocés… Al enterarse ayer de todo esto, estuvo toda la noche rezando y en este momento está en la Capilla, arriba nuestro, pidiendo para que esta reunión salga bien. Fue un encuentro amigable. Pero a medida que avanzaba la reunión, lanzaron una seguidilla de preguntas extrañas e insólitas. Sentí que todas estaban encabezadas por todo lo contrario a la prédica cristiana. ¿Odiás al Newman? ¿Odiás a los Brothers? ¿Odiás a la Iglesia? ¿Odiás a tus padres? ¿Odiás a Macri? Un interrogatorio inquisidor y mis rotundos No como respuesta. Enseguida preguntaron ¿en qué te podemos ayudar? Lo único que pretendo —esa fue mi respuesta en esa reunión y en las sucesivas — es que el Colegio y la Congregación me ayuden a ayudar a otras personas, entre ellas, a otros ex alumnos para que puedan romper sus silencios. Y además es importante que se pida un perdón público en la cena de ex alumnos de este año. Mantuve mi eje, mi entereza. Tal vez sorprendidos por mi respuesta, Alberto me detalló lo que pasó luego de que leyera mi primer mensaje. Rufino, apenas leí tu mensaje hice varias llamadas a distintas personas por la gravedad del tema, entre ellos al Obispo de San Isidro Monseñor Oscar Ojea, quien te quiere conocer; al Padre Carlos Saracini, Provincial Pasionista, porque el Padre Alfredo había pertenecido a esa Congregación; a distintos del Board y especialmente llamé a la República de Irlanda para hablar con el Hermano John Burke, como sabés de la Congregación Christian Brothers, quien fue rector del Colegio cuando vos eras alumno. Mientras Alberto Olivero hablaba y Oscar Gosio asentía, yo pensaba que en los años de John Burke como rector ocurrieron, entre las sombras, mi caso y el de tantos otros. Vos sabés que estuvo Burke en esa época, enfaticé.

Justamente le pregunté a Burke sobre casos de abuso sexual en el Colegio durante su rectoría, y me manifestó que recordaba perfectamente lo sucedido — aclaró Alberto. Pero lo más alarmante del caso fue cuando me mencionaron en la conversación telefónica. Me imagino que Burke habrá permanecido mudo unos segundos. Porque Alberto me miró en silencio y Oscar tragó saliva. Porque iban a contarme qué habían hablado con Burke. Percibí que algo no andaba bien… Rufino, cuando le comentamos tu caso a Burke, se quedó shockeado. ¿No lo sabía? Burke nos dijo que recordaba perfectamente que en 1980 le había pedido asesoramiento al padre de un alumno del colegio… y que en ese momento no había estado en condiciones de decirle a ese padre que una de las víctimas era su propio hijo. Burke le había confirmado a Alberto Olivero y a quienes habrían participado de esa conversación telefónica sobre mi caso, que en su momento le había pedido asesoramiento a mi padre. Por sus dichos nunca le dijo que una de las víctimas de abuso sexual y maltrato físico había sido uno de sus hijos. Ese padre… era mi padre. Abrí los ojos como platos, se me cayó la mandíbula. Yo también estaba en shock. No pude disimular el impacto de la noticia. Solo quería salir disparando de ahí. Al terminar la reunión hice lo posible para disimular mi angustia y aturdimiento. Me despedí de Alberto y Oscar con un abrazo, creyendo en ese momento que ellos no tenían ninguna responsabilidad ni culpa de todo lo sucedido. Ellos habían sido muy cordiales; a Oscar lo sentí especialmente conmovido. Ya no quedaba nadie en el colegio. Mi auto era el único que estaba estacionado sobre la calle Reclus. Caminé como perdido sin saber qué hacer. Subí y no quise volver enseguida a casa. Qué les diría a Mariu y a mis hijos, no quería que me vieran mal. Conduje hasta el puente Capitán San Martín y me detuve unos

minutos a metros de la misma parada donde esperábamos el colectivo con mis hermanos para volver a nuestra casa a la salida del colegio. Intenté no llorar pero la bronca y la impotencia me ganaron la pulseada. Bajé a la Panamericana y sin pensarlo manejé a alta velocidad hasta llegar a Don Torcuato. Al regresar a San Isidro ya me había calmado y fui muy cuidadoso en contar lo que había pasado. Ese mismo día me invadieron el aturdimiento, la confusión, la desconfianza, estragos en las emociones, náuseas, todo atentaba para pulverizarme. A poco de andar advertimos con Mariu que lo peor aún no había empezado.

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Como un volcán

29 de mayo de 2016

Mr. John Burke,

I was not sure to write you this letter but here I am. Many years have ed since I met you for the last time. You were my school rector and I was just a teenager student who was trying to find explanations to torturous experiences in my short life.

No estaba seguro de escribirle esta carta pero aquí estoy. Muchos años han pasado desde que me encontrara con Ud. por última vez. Ud. era el rector de mi colegio y yo un estudiante adolescente que estaba intentando encontrar explicaciones a mis experiencias tortuosas en mi corta vida.

Maybe you heard, after the last elections in Argentina, that some of the community of Newman School were promoting the idea to modify the traditional coat by adding a gold crown over the head of the lion as a signal of honor and pride because the new president, Mauricio Macri, was an ex student.

Tal vez se enteró de que después de las últimas elecciones en Argentina, algunos

de la comunidad del Colegio Newman estuvieron promoviendo la idea de modificar el tradicional escudo, agregando una corona dorada sobre la cabeza del león como señal de honor y orgullo porque el nuevo presidente, Mauricio Macri, fue un ex alumno.

I truly believe all people, no matter religions, nationalities, ages, professions… have their own crosses because of different situations in their lives.

Sinceramente creo que todas las personas, sin importar sus religiones, nacionalidades, edades, profesiones…llevan sus propias cruces por diferentes situaciones en sus vidas.

There is no manual that teaches how to live life.

No existe un manual sobre cómo vivir la vida.

Parents just try to do their best for their children and one of their main decisions is the election of the school where they should spend many years to complement their own education.

Los padres solo tratan de hacer lo mejor por sus hijos y una de las decisiones más importantes es la elección de un colegio donde deberán pasar muchos años para completar su propia educación.

I am 51. Married since 1988 with a beautiful wife and have two lovely children (25 and 23).

Tengo 51 años. Estoy casado desde 1988 con una estupenda mujer y tengo dos hijos maravillosos (25 y 23).

My immediate reaction when I heard the news of the changes to the coat was to Mr. Alberto Olivero.

Mi reacción inmediata, cuando me enteré de la noticia de los cambios en el escudo, fue ar al Sr. Alberto Olivero.

Without knowing him I wrote a private message on his Facebook with respect, suggesting that if the Newman Community was even thinking on this idea, they should also propose to add a crown of thorns as a sign of honor and sorry to all the students that have been victims of abuses at school.

Sin conocerlo le escribí un mensaje privado con respeto en su Facebook, sugiriéndole que si la Comunidad Newman estaba realmente pensando en esa idea, deberían también colocar una corona de espinas como un símbolo de honor y perdón a todos aquellos estudiantes que fueron víctimas de abusos en el colegio.

Since I left Newman School in third year of secondary I had different hard moments even after I got married.

Desde que dejé el Colegio Newman en tercer año de secundaria he vivido momentos difíciles incluso después de haberme casado.

As a volcano that is always burning inside but sometimes never erupts I thought my whole life was going to be the same. Just burning inside and making daily efforts to build my own lovely family. Since young, with all my fears, I was forced to live two lives.

Como un volcán que siempre se quema en su interior, pero que nunca erupciona, pensé que toda mi vida iba a ser igual. Solo quemándome por dentro, y al mismo tiempo haciendo un esfuerzo diario para construir mi propia familia. Desde muy chico, con todos mis temores, fui obligado a vivir dos vidas.

After many years of marriage and as a volcano without advising, one day I told my history to my wife. She cried when she saw me crying that way. But I asked her to promise me we were not going to tell anything to our children before they were 21.

Después de muchos años de matrimonio y como un volcán que no anuncia su erupción, un día le conté mi historia a mi mujer. Lloró cuando me vio llorar de esa manera. Pero le pedí que me prometiera que no les contaríamos nada a nuestros hijos hasta que cumplieran 21 años.

Last September, I was invited to a radio station to talk about my history. I was surprised listening to messages from people calling the radio expressing horror and solidarity with me. This was the first time I felt my heart started to heal.

En septiembre de 2015, fui invitado a un programa de radio para hablar de mi historia. Quedé sorprendido al escuchar mensajes de la gente que llamaba a la radio expresando horror y solidaridad. Esta fue la primera vez que mi corazón empezó a sanar.

After this program I was ed by the reporter and he proposed me to write a book to help children and parents regarding abuse situations.

Después de este programa fui ado por el periodista y me propuso escribir un libro para ayudar a niños y padres sobre situaciones de abuso.

A few days ago, I received a call from Mr. Alberto Olivero because of my message about the coat and when we started talking I explained why I was referring about a crown of thorns. I felt free to tell him my story of the punishments with lashes to my nude body given by Father Alfredo in his own room under the Newman Chapel when I was a 7th grade primary student. Then I explained Mr. Olivero, when I was in 3rd year of secondary and Brother Finnigan heard about my intentions of telling my suffering to my parents and to the bishop of San Isidro, how he forced me to pray with him during the long break times, trying to convince me not to do it.

Hace unos días, recibí un llamado del Sr. Alberto Olivero con motivo de mi mensaje sobre el escudo y cuando empezamos a conversar le expliqué por qué me refería a las coronas de espinas. Me sentí con la libertad de contarle mi historia sobre los castigos con cinturonazos en mi cuerpo desnudo que el Padre Alfredo me infringía en su propio dormitorio, debajo de la Capilla del Newman, cuando era un alumno de séptimo grado de primaria. Luego le expliqué a Olivero que cuando estaba en tercer año de secundaria y el Hermano Finnigan se había enterado de mis intenciones de contarles mis padecimientos a mis padres y al Obispo de San Isidro, me obligaba a rezar con él durante los recreos largos, tratando de convencerme de no hacerlo.

I also told Mr. Olivero that the punishments of Father Alfredo in 7th grade were the consequence of my own confession telling him that I was suffering sexual abuses for long in my own house by an employee of my parents. I was looking

for help and instead Father Alfredo abused me in the worst aberrant way.

También le conté al Sr. Olivero que los castigos del Padre Alfredo en séptimo grado fueron consecuencia de haberle confesado que estaba sufriendo hacía tiempo abusos en mi propia casa por un empleado de mis padres. Yo estaba buscando ayuda y en cambio el Padre Alfredo abusó de mí de la forma más aberrante.

Mr. Olivero asked me to have a meeting and we did it a few days ago in the school. Mr. Oscar Gosio was invited and I repeated the complete story of both abuses. It was really very hard for me to be there ing dark moments of my childhood. When they both offered me I just asked them to help me to help other people that could be suffering abuse situations and to allow me, whenever I be ready, to visit the room under the Chapel.

El Sr. Olivero me pidió reunirse conmigo y así lo hicimos en el colegio hace unos días. También fue invitado el señor Oscar Gosio a quien le repetí la historia completa de los dos abusos. Fue muy fuerte para mí estar y recordar los momentos más oscuros de mi niñez. Cuando ambos me ofrecieron su ayuda solo les pedí que me ayudaran a apoyar a otras personas que pudieran estar sufriendo situaciones de abuso y que me permitieran, cuando estuviera preparado, visitar el cuarto debajo de la Capilla.

At the end of our meeting they told me that after their first call conversation with me they called you immediately to ask you if you ed something about this situation when you were rector. I was shocked when Mr. Olivero told me you ed that you have ed my own father to advise and help you and with the approval of the bishop, Father Alfredo was fired out of school.

Sobre el final de nuestra reunión, me contaron que luego de nuestra primera

comunicación, se aron inmediatamente con Ud. para preguntarle si recordaba algo sobre esta situación cuando Ud. era el rector. Quedé en shock cuando el Sr. Olivero me contó que Ud. recordaba que se había ado con mi padre para que los asesorara y ayudara, y que junto a la aprobación del Obispo, el Padre Alfredo fue echado del colegio.

After many years I have come to the conclusion that my expectations about stopping my inside volcano eruptions are not as I expected.

Después de muchos años llegué a la conclusión de que mis expectativas de detener las erupciones de mi volcán interior no fueron las esperadas.

Because of your explanations I must accept that my father (Florencio Varela), ed away without knowing that when he agreed with you as and the Bishop to cover up Father Alfredo (the offender), the victim was his own son.

Por sus explicaciones debo aceptar que mi padre (Florencio Varela), falleció sin saber que, cuando acordó con Ud. y con el Obispo «tapar» el caso del Padre Alfredo (el abusador), la víctima era su propio hijo.

I accepted the invitation of Mr. Olivero because I still need to understand that dark history of my own school and also need to know how many students of that time have been victims of Father Alfredo with the concealment of third parties of the Newman community.

Acepté la invitación del Sr. Olivero porque todavía necesito entender esa historia oscura de mi propio colegio, como también necesito saber cuántos alumnos más de aquella época fueron víctimas del Padre Alfredo con el consentimiento de

terceros de la Comunidad Newman.

During many years of my life I have been trying to fight my own good fight (CERTA BONUM CERTAMEN). Trust it was not easy. Some part of me is dead since long.

Durante muchos años de mi vida intenté «luchar mi propia lucha» (CERTA BONUM CERTAMEN). Créame que no fue fácil. Una parte de mí está muerta hace mucho tiempo.

Today my big bet is to write a serious book about this. I need to help children and parents. This is my cross and my destiny.

Hoy mi mayor apuesta es escribir un libro serio sobre esto. Tengo la necesidad de ayudar a niños y a padres. Esta es mi cruz y mi destino.

God bless you!

Rufino Varela San Isidro, Bs. As. Argentina Newman School Student 4th Primary - 3rd Secondary

Este fue el primer email que le escribí a John Burke, de los Christian Brothers quien fuera Rector del Colegio Newman durante mis años de alumno de secundaria, después de haber mantenido una primera reunión en el colegio con Olivero y Gosio. Fueron ellos quienes me facilitaron su correo confirmándome que podía escribirle. Esa noche me costó dormir y no pude dejar de pensar en tanta traición. Me prometí a mí mismo llegar hasta la verdad más profunda sin importarme el costo que tuviera que pagar. Sabía que me había metido en un terreno complicado y hasta peligroso pero no tenía vuelta atrás. La carta que le envié a John Burke fue una de las más importantes que haya escrito en mi vida y creí que no recibiría su respuesta. Habían pasado varios días y me encontraba en una autopista de Buenos Aires cuando un aviso de correo llegó a mi celular. Nunca imaginé que al llegar al peaje y abrirlo me iba a encontrar con la respuesta de Burke. Su correo incluía un adjunto que por unos segundos no quise abrir. Estacioné en la banquina y me limité a leer sus disculpas por la demora en responder debido a que había tenido que reflexionar sobre mis palabras. Me sentí aturdido por una extraña sensación de victoria. Al abrir el archivo y reconocer el membrete de la Congregación entendí que estaba en el camino correcto. Empezaba una nueva etapa.

Gracias por su carta del 29 de mayo. Permítame expresarle mi agradecimiento por la manera en que me ha confiado tanta información personal. Lamento que debamos reunirnos después de tantos años sobre cuestiones que le han causado tanto dolor en su vida. Fue bueno que proporcionara el contexto que lo llevó a comunicarse con el Dr. Alberto Olivero. He notado que usted ha compartido sus experiencias con él, aquellas que le ocurrieron en el colegio y aquellas que siguieron en su vida como resultado de las experiencias en el colegio y en otras circunstancias.

Permítame decirle que nada de lo que usted describió debería sucederle a un niño o a un joven. Lamento profundamente que haya sufrido tanto dolor como resultado de las experiencias que ha expuesto. Claramente, nunca debería haber ocurrido, y usted no puede atribuirse ninguna culpa o responsabilidad en estos asuntos. Simplemente no fue responsable por el daño que ha sufrido, y no dudo en afirmarlo. Puedo entender su asombro al escuchar que había hablado con su padre sobre el sacerdote. En ese momento no tenía idea de quién estaba involucrado en la denuncia, hasta que el Dr. Olivero recientemente me lo informó, y fue confirmada en su carta. Mi conmoción, en algún punto, fue similar a su propia sensación de conmoción. Como sucedió en ese momento, no estaba en condiciones de nombrar a la persona por quien buscaba asesoramiento de su padre. Así es como fue y, no hace falta decirlo, cuánto lo lamento ahora. Tenga la seguridad de que mi principal preocupación fue asesorarme para echar al sacerdote de la escuela. Nunca tuve la intención de que hubiera lo que usted llama «un encubrimiento». No me arrepiento de ninguna manera de la acción que tomé para que el sacerdote fuera removido de la escuela. Puedo entender perfectamente su necesidad de arreglar las cosas. Acepto plenamente que haya peleado su propia buena pelea: «Certa Bonum Certamen». En un nivel muy importante, su vida matrimonial y familiar es un testimonio de esto. Por supuesto, acepto que no ha sido fácil para usted, y respeto lo que sea necesario hacer. No dude en ponerse en o conmigo como mejor le parezca, y es posible que podamos conversar en el futuro. Con un cordial saludo y deseándole una profunda sanación y paz en su vida.

Cuando recibí la respuesta de Burke confirmando todo su proceder, me sentí muy aturdido porque me estaba respondiendo quien había sido mi rector casi treinta y cinco años antes. Su respuesta, aunque sincera, me hizo pedazos al enterarme de cosas que nunca se me hubiese ocurrido imaginar. Se concretó una segunda reunión en el Newman a la que asistieron Alberto Olivero, Oscar Gosio y Miguel Pavlosky, también miembro del Board (sin tener muy clara la diferencia entre el Instituto y el Board ya que en mi época de estudiante no

existían, pude saber que el Instituto era un equipo de personas integrado por ex alumnos o familiares de alumnos para delinear y dirigir el correcto funcionamiento del colegio). Les leí la respuesta de Burke y parecieron conmoverse ante lo que escuchaban. En cierta forma quise leérselas creyendo que podrían sentir la impotencia y el dolor que me había producido a mí. Les insistí en que me ayudaran a ayudar a otras víctimas del Newman, sabiendo hasta ese momento de la existencia de otros dos casos que conocía por boca de las propias víctimas y que organizaran un pedido de perdón público en la Cena de Ex Alumnos 2016 prevista para octubre para cerrar heridas. A fines de agosto de 2016 y ante una situación que cada día se tornaba más complicada y sin resolución, Alberto Olivero me comenta que el «Instituto» había aprobado que yo viajara a Irlanda para mantener un encuentro personal con el Hermano John Burke, ya que él no tenía pensado viajar a Argentina. Rufino, qué mejor que ir allá. El Colegio costea todo el viaje. Y además Burke tiene miedo de viajar en avión, intentaba convencerme Alberto. No puedo irme a Irlanda. Estoy complicado, sobre todo en noviembre. Los gastos corren por cuenta del colegio. Qué más que reunirte con él allá, cara a cara… Y además, es cierto, a Burke le da miedo viajar en avión… Era el casamiento de mi hija lo que me impedía viajar, pues me decían de hacerlo en noviembre, pero también sentía cierto temor de ir solo. Olivero siguió insistiendo para que yo viajara, pero debí ser tajante para que le quedara claro. No estoy dispuesto a viajar a Irlanda y menos aún en noviembre ya que el 17 de diciembre se casa mi hija. Ante mi negativa, Alberto Olivero comenzó enseguida a enviarme una seguidilla de mensajes. Desde el Monasterio de Los Toldos, desde una Peregrinación en San Nicolás de los Arroyos y a los pocos días desde Calcuta frente a la tumba de la Madre Teresa, me dijo que le estaba pidiendo a la Virgen para que intercediera en mi encuentro con el Hermano John Burke, que pudiera llevarse a cabo. Rezo por vos, parecía decir Olivero desde cada rincón de su travesía espiritual. Rezo

por vos. Nunca estuve convencido si debía creerle o no. En todo caso, prefiero la canción de Charlie. Finalmente Olivero me confirmó desde Calcuta que John Burke llegaría a Argentina el 16 de octubre casi en secreto. Que había confirmado su viaje «fuera de agenda» exclusivamente para encontrarse conmigo ya que a esa altura no estaba previsto o programado que viajara por otro motivo. Que quede claro: Burke viajaba especialmente para reunirse conmigo. Según lo confirmado por Olivero en conversaciones telefónicas que mantuvimos y a través de distintos mensajes que me enviara, el Hermano John Burke arribó efectivamente a Buenos Aires el lunes 16 de octubre. Ese mismo día me reunía con él en el Colegio Cardenal Newman en San Isidro por primera vez después de treinta años. La última vez que lo había visto había sido con mi uniforme de colegio. Estaba en tercer año de secundaria viviendo el peor momento de mi vida. Porque mi vida era un infierno, el peor de los infiernos. Sabía aun en mi inocencia que eso terminaría de la peor manera. Él era el Rector del Colegio y aunque siempre tuve mis dudas, jamás imaginé que sería capaz de hacer lo que hizo conmigo y con tantos otros. El volcán ya se ponía en actividad.

6

Un engaño más o la trampa de los ocho escalones

Si bien soy consciente de que nunca conoceré la verdad, debo reconocer que el esfuerzo de Alberto Olivero, director del Colegio Newman para que yo me reuniera con el Hermano John Burke fue irable. Primero intentó convencerme de que yo viajara a Irlanda para reunirme con él en Dublin. Pero ante mi negativa por el inminente casamiento de mi hija convenció a Burke para que viajara a Buenos Aires fuera de agenda y se reuniera conmigo las veces que fuera necesario. La noche anterior a la primera reunión con John Burke no pude dormir. Me imaginé abrazando a aquel Rufino de 12 años con el uniforme del Newman. Me quedé dormido y al despertar estuve a punto de llamar a Alberto Olivero para suspender todo. Fue ahí cuando ese Rufino de 12 años me convenció de que debíamos ir. Unos minutos antes de la hora acordada estacioné mi auto en la playa de estacionamiento del Colegio sobre la calle Reclus. Estaba muy nervioso pero al mismo tiempo convencido de que de una buena vez por todas tenía que llegar a la verdad por más dolorosa que fuera. Me costó subir los pocos escalones y abrir la puerta de vidrio de la entrada principal. Al entrar me anuncié a la recepcionista y enseguida apareció Alberto Olivero. Me saludó amablemente y enseguida vi acercarse a John Burke desde el hall principal. Al verlo sentí que había dejado de ser el Rufino adulto y que quien aceptaba el saludo de mano y su abrazo era aquel Rufino vulnerable e inocente de los primeros años de secundaria. Sabía que gran parte de la Comunidad del Newman iraba a John Burke y que muchos ex alumnos —que misteriosamente estaban enterados de todo lo

conversado en las reuniones que había tenido en el colegio— ya me tenían entre cejas por lo que yo sostenía sobre Burke. Si de algo estaba muy seguro era que el principal obstáculo para llegar a la verdad iban a ser los negadores seriales, como suele suceder en la mayoría de los casos de abuso y maltrato. Nuestro saludo fue cálido. Creo que los dos sentimos que habíamos vuelto el tiempo atrás. John Burke seguía siendo mi rector y yo aquel alumno de secundaria. Alberto Olivero nos acompañó a una sala de reuniones que está ubicada entre el hall principal y la primaria. Al entrar había una mesa con sándwiches de miga, masas, café y té. Los tres conversamos unos minutos parados alrededor de la mesa hasta que Alberto Olivero nos dejó solos. En un rincón pegado a la calefacción había dos pequeños sillones individuales y una mesita estratégicamente acomodados. La desconfianza me había invadido en las últimas semanas. Quizás algo paranoico, esperé a que John Burke tomara su café antes de probar el mío. Estaba convencido de que los sillones no estaban puestos en ese rincón de casualidad. Por eso decidí pedirle a John que la reunión se hiciera en inglés para que no hubiera malos entendidos. Nunca podré saber si nos grabaron la conversación. Si lo hicieron, se habrán sorprendido por mi trato y mis preguntas. Conversamos algo más de una hora hasta que me di cuenta de que quería irme. Ya había sido suficiente para un primer encuentro. Desde la primera reunión de mayo de 2016 la posición del Colegio Cardenal Newman fue siempre la misma: Rufino, no te preocupes por otras posibles víctimas. No estás preparado para ayudar. Queremos que inicies un tratamiento profesional con profesionales recomendados y pagados por la misma Congregación. Esta fue la «insistente sugerencia» para luego convertirse en la posición intransigente del Colegio y de la Congregación Christian Brothers a través de Alberto Olivero y sobre todo del Hermano John Burke. En la segunda y última reunión del viernes 21 de octubre de 2016 con el Hermano Burke pedí que estuviera presente Alberto Olivero para hacerle las

mismas preguntas que le había realizado en la primera reunión. 1) ¿Qué edad tenía cuando llegó de Irlanda para hacerse cargo de la rectoría del Colegio? Si mal no recuerdo treinta y cinco años. 2) Cuando le pidió asesoramiento a mi padre, ¿le dijo que una de las víctimas era yo, su propio hijo? No estuve en condiciones de hacerlo. 3) ¿Qué había hecho con el Padre Alfredo? Mi prioridad fue sacarlo del colegio y no supe más de él. 4) ¿Está dispuesto a encabezar un pedido de perdón público en el Colegio ante toda la Comunidad Newman? Rufino ,no es el momento de hacerlo. Usted primero tiene que sanar. No se preocupe por otras posibles víctimas. Fue mi idea que en ambas reuniones con Burke se hablara en inglés para evitar dobles sentidos. En cuanto a la insistencia de que aceptara ser tratado por un profesional, les confirmé a John Burke y a Alberto Olivero que ya había agendado una reunión. Que sería el 7 de noviembre con una persona muy conocida, incluso por gente de la comunidad Newman. Esta persona era alguien con gran experiencia en acompañamiento espiritual. Mi única intención, sin ningún compromiso, era contar con un consejo, una opinión más de la situación que estaba viviendo desde mayo, cuando empezó el rally de reuniones en el colegio. En este caso se trataba de una persona dedicada al acompañamiento espiritual. Al nombrársela a Alberto Olivero, me afirmó: Esa señora es una genia. Yo empecé un curso con ella. Te va a ayudar mucho.

Sin embargo, en la última reunión fue el mismo Hermano John Burke quien, a pesar de conocerla y de saber de sus buenas intenciones, afirmó: Esta señora no está capacitada para manejar un caso tan complejo como el de Rufino. Lo miré sorprendido a Olivero, quien inmediatamente me dijo: Rufino, lo que intenta explicarte John es que tu caso no es para cualquiera. No lo puede resolver un profesional que te cobre 100 o 200 pesos la sesión. Te estamos ofreciendo profesionales que son muy buenos y muy caros y nos haremos cargo nosotros. Fue en ese mismo momento en que di por terminada la reunión y me fui con una profunda frustración a mi casa. Hice un esfuerzo enorme para mantener la calma y saludarlos con respeto. En ese momento decidí que esa sería mi última reunión con ellos. Sentí que lo único que buscaban era volver a silenciarme. Pero esta vez Rufino Varela ya no era un niño. Esa última reunión fue un día después de que el mismo John Burke participara como orador en la Cena Anual de Ex Alumnos. En esa Cena Anual del Colegio de 2016, ante más de 1.000 ex alumnos, entre ellos el Presidente Macri, Alfonso Prat-Gay y Jorge Triaca, el mismo John Burke hablaba sobre los valores de la educación, y bla bla bla, sin mencionar una sola palabra sobre mi caso y otros. Alberto Olivero y John Burke habían estado la noche anterior festejando en la Cena Anual sin decir una sola palabra de lo que yo y otras posibles víctimas reclamábamos, ni una mención. Actuaban como si nada sucediera o perturbara sus ánimos, cuando su viaje había sido anunciado como «fuera de agenda». Yo ya sabía de esa comida. Solo había querido darme la oportunidad de creer que cumplirían el pedido que les había hecho en la primera reunión en mayo. Alberto Olivero me había confirmado una y otra vez que John Burke viajaría fuera de agenda exclusivamente para reunirse conmigo. Mantuvimos dos reuniones en el mismo Colegio Cardenal Newman, pero de nada sirvió. Un hipócrita encubridor. El mismo John Burke que como rector hasta mi último

día en el Colegio Newman había callado, silenciado o encubierto varios casos de abusos y maltratos a distintos alumnos por parte del Padre Alfredo, el Hermano Dehram, el Hermano Finningan y seguramente otros. La noticia de la Cena Anual en el Colegio Newman salió publicada en varios diarios y en las redes sociales, incluso con la foto del Hermano Burke ante el micrófono. Intentaron por todos los medios que iniciara una terapia con profesionales pagados por ellos. Seguramente con la idea de evitar la divulgación de los gravísimos sucesos de los que muchos de sus alumnos fuimos víctimas. Tal vez en forma desesperada estaban intentando todo lo posible para que aceptara su juego y así poder declararme «enfermo» para desacreditarme ante toda su comunidad y la sociedad misma en caso de que llegara a hablar. Intenté agotar todas las instancias para ser escuchado. Entre mayo y noviembre de 2016 mantuve unas ocho reuniones en el colegio, incluyendo las dos últimas con el Hermano Burke. No solo eso. Le envié un correo a Burke el 24 de octubre, tres días después de haber mantenido la última reunión en Buenos Aires. Mi tono era aun más fuerte. No creía que algo cambiara a partir de esas reuniones. Y que no confundiera silencio con compasión:

The question is: How many bags of candies have been given to abused and tortured young pupils in that lonely room under the Chapel by at least one of your priests after sexual conversations, masturbations, genital touchs, nude punishments with leather lashes?

La pregunta es: ¿Cuántas bolsas de caramelos fueron entregadas a jóvenes alumnos abusados y torturados en ese solitario dormitorio debajo de la Capilla por al menos uno de sus sacerdotes después de conversaciones sexuales, masturbaciones, toques genitales, castigos corporales con cinturones de cuero?

El 8 de diciembre le escribo otro correo advirtiéndole sobre la aparición de otros casos de abuso y maltrato y que yo ya me había enterado de que el Padre Alfredo había sido destinado, tras su expulsión del colegio, a otra institución en José León Suárez. Mi tono no es tan duro, aunque sí firme. El 21 de ese mes recibo la respuesta de Burke. Es contundente al intentar aclararme mis inquietudes y vuelve a enfatizar en ese correo que debía aceptar la ayuda profesional que me habían ofrecido para poder sanar. El Colegio Cardenal Newman a través de su Director Alberto Olivero y la Congregación Hermanos Cristianos representada por el Hermano John Burke me daban una sola opción: ponerme a cargo de psicólogos de su conocimiento para tenerme controlado y evitar el escándalo. Aun en este contexto, siempre tuve claro que, por su posición institucional, Alberto Olivero estaba en una situación difícil. Indignado ante tanta mentira e hipocresía, en ese momento, por pedido de mi mujer, hijos y personas de extrema confianza, decido terminar el diálogo iniciado en mayo de 2016. A principios de diciembre de 2016 vuelvo al Colegio Newman acompañado por Mariu para la graduación de un sobrino. Para esa fecha la nota del diario La Nación estaba prácticamente terminada.

7

Dilo a la comunidad

Por eso decidí terminar con la hipocresía, la mentira y el engaño y hacer pública mi historia basándome en un claro mensaje del Evangelio:

Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.

Mateo 18, 15-20

Faltaban apenas dos meses para el casamiento de mi hija y no todo era alegría en casa. A las claras el Newman había roto la confidencialidad de nuestras reuniones y conversaciones desde hacía tiempo. Yo ya lo sabía pero no quise que Olivero o ningún miembro del Board se dieran cuenta. Les quería seguir el juego para saber hasta dónde llegaban sus intenciones. Las presiones se hacían sentir a través de llamados y visitas de personas con las que no me había visto ni hablado por años. Fueron semanas insoportables para nuestra familia. Como lo que me sucedió con un abogado, alguien con quien no tenía ningún vínculo, ex compañero de clase, que se hizo el distraído al encontrarme en la puerta de mi casa. Me interrogó disimuladamente.

Hola Rufo, tanto tiempo. ¿Cómo estás? Me la venía venir y a propósito le di pie para que preguntara. Me enteré de casualidad. No lo puedo creer. ¿Vos? ¡Si vos eras un capo! Casi un líder. Si me hubiera enterado que le había pasado a… lo hubiera entendido porque era un goma. ¿Pero vos? No me acuerdo cómo terminamos la conversación. Me pareció deplorable por dos motivos: bajo la máscara de la cordialidad, no solo intentó sacarme información, sino que ya estaba informado del contenido de algunas reuniones en el colegio que supuestamente debían ser confidenciales. Por lo visto la formación del colegio distaba mucho de ser un ejemplo. Ya había pasado un año desde que me animara por primera vez a contar parte de mi historia en el programa del periodista Franco Torchia en Radio Ciudad, a quien estaré por siempre agradecido. Esa medianoche tímidamente había empezado a romper mis silencios. La nota del diario La Nación del 30 de diciembre de 2016 surgió milagrosamente. Mariu es muy tranquila y reservada. En una comida con amigas de su colegio conversaban sobre un caso de abuso de un menor. En medio del debate, con cuidado comenta la delicada situación que estábamos viviendo hacía meses con el Newman. Una muy buena amiga le recomendó que me pusiera en o con algunos de los chicos ya adultos del caso Malenchini y además con el periodista Nicolás Cassese de La Nación. Nicolás había escrito un libro sobre esa triste historia ocurrida a ex alumnos del tradicional colegio San Juan El Precursor de San Isidro. Entre esa comida de Mariu y sus amigas y mi primer o personal con Nicolás Cassese sucedieron algunos episodios con el Colegio Newman y con Alberto Olivero que me terminaron de convencer de que debía cortar las buenas relaciones que había mantenido durante meses y empezar otro camino. Estamos hablando de octubre de 2016, a solo dos meses del casamiento de mi hija, en plenos preparativos con presiones de distintos lados, algunas identificadas y otras no, sobre todo para que hiciera silencio. Algunos llamados y mensajes ya pasaban el límite de lo normal para convertirse en advertencias o amenazas. No tuve miedo, pero a esa altura ya podía imaginar lo que pasaría después de hacer pública mi historia. Estaba a punto de patear un hormiguero y

descubrir para siempre inmundicias escondidas debajo de alfombras. Estaba viviendo días de mucha presión, no me sentía bien y había sacado un turno con el cardiólogo. Cuando le conté al médico lo que estaba atravesando, fue muy categórico. Más allá de cuidarme con el peso y eliminar el cigarrillo, me decía que tenía que parar porque tenía un pico de estrés que podía terminar en algo mucho peor. Los resultados de los estudios no dieron bien aunque no fueron alarmantes. Tenía la presión por las nubes mañana tarde y noche y me explotaba la cabeza pero no podía parar. A las pocas horas recibí un llamado de Nicolás Cassese. Propuso una reunión. En ese instante dudé, pero finalmente nos reunimos en mi casa. Nicolás fue muy claro. Primero me comentó que no estaba seguro de si el diario iba a aceptar una nota semejante por el tenor y los intereses que tocaba, que lo iba a hablar, y que en caso de que consiguiera permiso para escribirla no iba a escribir nada que no estuviera respaldado por testimonios o documentación. Quedamos en volver a hablar y a los pocos días me llamó para confirmar que todo estaba bien y fue ahí cuando me ofrecí a colaborar en lo que pudiera necesitar. Seguí sus indicaciones para empezar a armar el rompecabezas. Sabíamos que el Padre Alfredo había pertenecido a la Congregación Pasionista, que era irlandés y que su nombre verdadero era Finnlugh Mac Conastair. Una de las premisas de Nicolás Cassese y su equipo de investigación había sido que debíamos investigar y chequear información y que de ninguna manera se tenía que enterar el Colegio Newman. Porque en caso de que eso ocurriera, corríamos el riesgo de que la nota nunca fuera publicada. Se me ocurrió visitar la página web de los Pasionistas. Fui muy directo y sincero en mi primer mensaje:

Necesito conversar con alguien responsable por un caso de abuso y maltrato ocurrido hace muchos años que involucra a un miembro de su congregación.

La respuesta fue inmediata. El Provincial Pasionista Carlos Saracini se ponía a disposición. Me invitó a que lo visitara al día siguiente a las 19. El lugar de encuentro fue la sede de la congregación pasionista en el barrio de San Cristóbal en Buenos Aires. Como referencia me indicaba que estaba en el mismo predio de la Iglesia de la Santa Cruz, en la calle Estados Unidos. Una iglesia con una historia muy fuerte de los peores años de la última dictadura militar. Tal vez por eso preferí pedirle a Nicolás Cassese que me acompañara, y junto a su colega Fernando Massa, también del diario La Nación, nos reunimos con Carlos Saracini durante horas. Con muy buena voluntad, el provincial pasionista me facilitó una carpeta del Padre Alfredo y me entregó copias de algunas cartas y documentos que para mí fueron valiosísimos para empezar a entender tantos años de misterio. Soy consciente de que Carlos Saracini no estaba obligado a mostrarme o entregarme ninguna carta o documento, pero por alguna razón lo hizo. Gracias a él mi vida y la de otros empezaban a tener alivio. Cuando nos subimos al auto, los primeros minutos fueron de absoluto silencio. Nicolás, Fernando y yo quedamos aturdidos. Habíamos ido con un solo objetivo que era encontrar información sobre el Padre Alfredo. Carlos Saracini, además, nos hizo una visita guiada de cada rincón de la Iglesia de la Santa Cruz, relatando los terribles acontecimientos sucedidos aquel 8 de diciembre de 1977, el Día de la Inmaculada Concepción, fueron secuestradas y desaparecidas por la última dictadura las madres de Plaza de Mayo María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, la activista de derechos humanos Angela Auad y las monjas sas Léonie Duquet y Alice Domon. Los restos de las cuatro primeras fueron hallados y se encuentran enterrados en la iglesia. Los de Alicia Domon aún no han sido hallados. Alfredo Astiz se había infiltrado en las reuniones de estas familiares de desaparecidos y activistas con el nombre falso Gustavo Niño. Crímenes de lesa humanidad. La reunión con Carlos Saracini fue muy conmocionante. Nicolás avanzó con la nota y me prometió que no iba a ser publicada antes del casamiento de mi hija que era el 17 de diciembre para no alterar nuestra paz y, sobre todo, la de Camila y su novio Marcos. Me confirmó que la nota saldría después del 20 de diciembre. Pasado el casamiento volví a preguntarle si había novedades y su respuesta me asustó.

Rufino, como decía Bob Dylan, The world is changing. Me comentó que existían presiones pero que me quedara tranquilo porque tenía el total apoyo de dos grandes profesionales y personas. No sé qué me pasó pero hice catarsis con Nicolás. Seguramente por la impotencia de imaginar que desde el poder laico o religioso estaban presionando al diario para parar la nota. Nico, si el diario no la quiere publicar, lo haré yo a través de las redes sociales. Me pidió que me calmara y una vez más me confirmó que, si bien había presiones, él tenía el apoyo de quienes necesitaba tenerlo y que la nota saldría el 29 de diciembre. Apenas lo confirmó, les escribí un correo a todos mis hermanos, a unas tías que quiero mucho y a unas pocas personas de confianza y les anticipé la nota. Todos me apoyaron, atentos a la publicación que finalmente sería el 30 de diciembre. Antes de que yo pudiera tener el diario físico en mis manos, leí la noticia en internet. Horas después, llovían los llamados. El primero que recibí y que me conmovió el alma fue el de una madre de un ex alumno de Newman diez años menor que yo. Me agradeció infinitamente lo que yo acababa de hacer, dado que su hijo también había sido abusado en el colegio. En su caso, por el hermano Derham de la Congregación Hermanos Cristianos, contemporáneo del Padre Alfredo y que por ello había estado en terapia durante varios años. Mi sensación ante ese testimonio fue inexplicable. Por un lado sentía bronca y compasión por ese chico ya grande, y por otro lado sentía que todo el camino recorrido y el alto costo que estaba empezando a pagar tenían un verdadero sentido. El 30 de diciembre de 2016 fue uno de los días más importantes de mi vida. Sensaciones y sentimientos encontrados. Felicidad, tristeza, alegría, compasión, dolor, paz y esperanza. Recibí infinidad de llamados, correos y mensajes. Para el fin del día ya había tres nuevas víctimas confirmadas del colegio, y una cantidad importante de muestras de apoyo y solidaridad, muchos de los cuales eran de ex alumnos del Newman de distintas promociones. El trabajo profesional y trato personal de Nicolás Cassese fue irable. Aquel

objetivo que me había comentado cuando se comprometió a hacer la nota de investigación fue cumplido. Con su equipo y mi humilde ayuda logramos recopilar información sensible sin que se enteraran las autoridades del colegio. Recién un par de días antes de que saliera la nota —ya no tenía vuelta atrás— fue Nicolás Cassese quien se comunicó con Alberto Olivero para notificarle que saldría todo a la luz.

Casualidad o no, el mismo 30 de diciembre en que salió la nota en La Nación, el Colegio Cardenal Newman publicaba un tibio comunicado informando de un supuesto caso de abuso ocurrido cuarenta años antes. Apenas un par de meses más tarde, en abril, no les quedaría otra opción que reconocer públicamente que había más víctimas de abuso y maltrato.

Unos meses después Hugo Cáceres me envió otra carta en respuesta a un correo mío.

En nombre de mi familia, y de todas esas personas conocidas y desconocidas que se atrevieron a romper sus silencios a partir de la nota del diario La Nación del 30 de diciembre de 2016, mi agradecimiento a los periodistas Nicolás Cassese, Fernando Massa, Carlos Guyot y Gail Scriven.

8

Cielo o Infierno

Dios es bueno, dios es bueno. Es un día gris de otoño. La voz firme y autoritaria del hermano Desmond Finnigan resonaba en la gran biblioteca del primer piso. Algunos alumnos que concurrían por voluntad propia a la Congregación Mariana lo escuchaban con atención en una nueva reunión semanal. El eco de su voz es claro, su insistencia me permitió escucharlo desde el pasillo. Dios es bueno… Dios es bueno. Apenas pasé la puerta entreabierta de la biblioteca y escuché esas palabras, me invadió una sensación de bronca e impotencia. No lo podía creer. Sentí que se estaban burlando de mí. La indignación y vergüenza me llevaron de inmediato al llanto. Se me desató la furia, el dolor contenido tanto tiempo… Apenas salió de la biblioteca, le arrojé sin filtro: ¡Dios no es bueno… porque me abusó y me pegó! El tiempo se detuvo de repente. Su expresión furibunda me calló, quedé aturdido y asustado mientras los chicos más grandes salían apurados en busca de la escalera. Segundo año de secundaria. Mi relación con el Padre Alfredo Finnlugh Mac Conaister y el Hermano Finnigan se fue tensando hasta alcanzar un nivel de violencia psicológica impensado. Los Hermanos Dehram y O’Brian seguían muy de cerca cada paso que yo daba.

Parecían también estar enojados conmigo. Por siempre me quedará la duda de si ese enojo de los Hermanos, a partir de segundo año de secundaria, pudo haber sido porque sabían que yo sabía de otros casos de abuso y porque estaba dispuesto a contar mi historia y las de otros. Ya me había enterado de un caso por boca del mismo alumno a quien le juré confidencialidad de por vida o hasta que me autorizara a hablar de él. Para fines de primer año ya había escuchado de otros alumnos abusados y maltratados. Estos casos habían ocurrido en el mismo tiempo en que el Padre Alfredo abusaba de mí. Pero siempre sospeché que había más casos en los que podrían haber participado otros abusadores protegidos por cómplices y encubridores. Desde ese mismo momento empezó la otra pesadilla en el Colegio Cardenal Newman. La extorsión del Padre Alfredo y del Hermano Finnigan se basó en constantes amenazas. Si yo hablaba con alguien del tema, sería rechazado y humillado por todos mis compañeros y por mi propia familia. Y peor aún: me caería la maldición de Dios, sería castigado eternamente por él, cerrándome las puertas del Cielo para enviarme al Infierno. Dehram y O’Brian solo me hacían notar que me vigilaban todo el tiempo. Incluso me animaría a decir que en el caso de «Manolo» O’Brian su violencia se debía más a su temperamento irascible que a encubrir hechos. En cambio nunca dudé de la perversidad de los otros.

S.O.S. La Catedral

1980. Tercer año de secundaria. A mis quince años, con el infierno adentro, en julio o agosto sentí que había una salida, que debía haberla, que alguien me escucharía y que podría confiar. Cansado de tanta perversión y con una rebeldía inconsciente, a pesar de todo

intentaba volver a confiar en Dios. Por eso decidí golpear la puerta de la Catedral de San Isidro con la única intención de contarle todos mis padecimientos al Obispo, a quien no conocía personalmente, y sin siquiera saber si me recibiría. Fue en horario de colegio y le había pedido un justificativo a mi madre para no ir a deportes e «irme a lo de un amigo». Fui en colectivo y golpeé la puerta de madera lateral que sigue estando enfrente del obispado y de la estatua del Cristo con los brazos abiertos ubicada sobre la avenida Libertador General San Martín. Me atendió una señora y le dije que quería hablar con el Obispo. No sabía con quién hablaría pero estaba desesperado y decidido a romper mis silencios. Siempre supe que no hablé con el Obispo de entonces pero sí con dos sacerdotes. Empecé contando lo que pude y me dijeron que me quedara tranquilo. Que me iban a proteger y ayudar. Que se ocuparían de todo pero que no hablara con nadie. Ni con amigos ni con mi familia. Les relaté con lujo de detalles lo que estaba viviendo en el colegio especialmente con el Padre Alfredo y el Hermano Finnigan desde el primer episodio en el cuarto de la capilla en séptimo grado y la situación con José, el encargado de la casa de mis padres. Shhh, no hables con nadie, cruzó el índice sobre la boca como el cuadro que aparece en los hospitales. En vano, había vuelto a confiar.

Las represalias

Al día siguiente, la furia del Hermano Finnigan, del Padre Alfredo y de otros de la congregación fue insoportable. Viví literalmente meses de angustia extrema. El respeto que siempre había sentido hacia el Rector, el

Hermano John Burke, se estaba transformando en temor, en terror. Era evidente que también él se había enterado de mi visita a la Catedral; las represalias parecían estar tocando a mi puerta. A Finnigan le había empezado a tener pánico desde el primer año de secundaria. Cada día era, al menos conmigo, más macabro. Se había enterado, nunca supe cómo, que yo había comentado en el Obispado de San Isidro que estaba dispuesto a hablar, a romper mi silencio. Empezó a llevarme a un aula en la planta baja, casi en diagonal al quiosco de la secundaria que atendía Tomás, un buen hombre que, además de ocuparse de vender bebidas y golosinas, era empleado de limpieza y mantenimiento. Cada vez que Finnigan me llevaba a ese lugar, me imaginaba que iba a irrumpir Tomás y que me salvaría. Pero nunca sucedió. ¿Sabía realmente lo que estaba pasando? En esa misma aula había estado varias veces en las clases prácticas de biología. Finnigan trababa la puerta y me obligaba a que nos ubicáramos en un rincón, creo hoy, para que nadie pudiera vernos. Me hacía rezar de rodillas en el piso a veces sobre un pañuelo o una tela blanca con granos de arroz para que sintiera castigo físico. Me taladraba la mente para que yo le pidiera a Dios que me ayudara a perdonar al Padre Alfredo porque era anciano y no sabía lo que hacía. Y me amenazaba: yo debía guardar silencio absoluto para no ser humillado por todos y para no irme al Infierno. Alguna vez ante la más mínima interrupción en el rezo me pellizcaba fuerte mi oreja o me daba pequeños y molestos golpes en mi cabeza con el canto de una medalla o moneda que llevaba sujeta a una cadena que escondía en el bolsillo oculto de su sotana negra. Parecía… era la Inquisición. Cuando intentaba rezar más rápido porque me dolían las rodillas, al lado de mi cara largaba la medalla sosteniendo la punta de la cadena y me repetía una y otra vez lo mismo en su rudo inglés: No corras, Rufino. No ofendas a Dios. Nunca logré entender qué había hecho yo para que Dios estuviera tan enojado conmigo. Pero ya tenía 15 años y sentía que estaba determinado, de una u otra forma, para terminar con todo.

Mi último intento de volver a confiar en otros representantes de Dios parecía haberse truncado una vez más, después de darme cuenta —a las pocas horas de mi inconsciente visita al Obispado de San Isidro para pedir ayuda—, que se había filtrado información. Siempre tuve la duda sobre quiénes me habían recibido en la Catedral. Sabía que no había sido el mismo Obispo y muchas veces durante años tuve la certeza de que uno de aquellos sacerdotes había sido Carlos María Franzini, con quien pude conversar por teléfono durante casi cuarenta minutos el mismo día que me reuní por primera vez en Buenos Aires con una conocida acompañante espiritual el 7 de noviembre de 2016, antes que se hiciera público mi caso. Al salir de esa agradable reunión dudé en tomar un taxi o caminar hasta la estación Lisandro de la Torre del tren Mitre. Las reuniones que había mantenido con las autoridades del Newman desde mayo, el intercambio de correos con el Hermano John Burke donde me enteraba de cosas espantosas y, por último, los dos encuentros con él en el colegio en octubre y enterarme a través de un diario que él mismo había hablado sobre valores de la educación en la Cena de ex alumnos me produjeron un profundo aturdimiento y demasiada confusión. Había empezado a caminar por las veredas de Palermo y sin saber por qué tuve la necesidad de hablar con Carlos María Franzini. Solo sabía que era el arzobispo de Mendoza. Busqué en internet a través de mi celular el teléfono del Arzobispado y sin dudarlo llamé. Pedí hablar con Franzini. A pesar de mi insistencia el joven que me había atendido me repetía una y otra vez que el Arzobispo no atendía llamados y que debía pedir una audiencia. Exploté por la presión que sentía. No te hagas problema, solo avisale al Arzobispo que llamó un tal Rufino Varela de San Isidro y que seguramente lo nombrarán en una nota que saldrá en las próximas horas por un tema de abusos sexuales de hace muchos años en la diócesis de San Isidro cuando él era vicario. Le dejé mi número de teléfono. Parecía sorprendido sobre todo cuando no le respondí sus preguntas. Corté. Para bajar la ansiedad decidí seguir caminando hasta la estación aunque sabía que estaba como a treinta cuadras. Mi cabeza iba y venía a mil por hora. No habían pasado cinco minutos desde que había cortado mi conversación con

Mendoza cuando sonó mi celular y al atender Franzini estaba del otro lado de la línea. Agradecí su llamada, me presenté y pude contarle algunas cosas. Me escuchó atentamente y le comenté sobre la nota que estaba por ser publicada en el diario La Nación. Le recordé lo de aquella visita a la Catedral cuando yo estaba en tercer año de colegio y fue muy sincero. No me acuerdo, Rufino, pero seguramente haya sido así. Una mancha más al tigre no cambia nada. Ya estarás enterado de esto del Próvolo. Es un desastre. No sé si nos veremos algún día pero te pido por favor que no abandones la lucha que empezaste. Conversamos cerca de cuarenta minutos mientras yo cruzaba calles y avenidas en absoluta inconsciencia. Había llegado a Lisandro de la Torre sin darme cuenta. Lo que él mencionó del «desastre del Próvolo» era un escándalo total. Un periodista se había infiltrado en el hospital donde estaba internado el padre Eligio Piccoli y, haciéndose pasar por un ex alumno del instituto Antonio Próvolo de Verona, había logrado que el religioso le diera escabrosos detalles de cómo eran los abusos a los que él y otros curas sometían a los internos, niños sordos. Las pruebas habían reforzado las denuncias de las víctimas en la causa que investiga la justicia italiana y podrían tener repercusiones en los casos de Argentina: Piccoli confirmaba, además, que los curas que eran descubiertos o denunciados eran enviados al Instituto Próvolo en Mendoza. El Arzobispo de Mendoza falleció el 8 de diciembre de 2017. Aunque seguiré desconociendo si fue él quien en 1980, después de escucharme o enterarse de mis dichos en la Catedral de San Isidro, se comunicó con los Hermanos de la Congregación, guardo un buen recuerdo de nuestra última conversación que fue muy respetuosa y sincera. Hoy creo más que nunca que a través del abuso sexual y el maltrato, al menos en mi época de alumno, los Hermanos Cristianos tenían un sistema perverso de selección y depuración de su alumnado en complicidad con el Padre Alfredo. Demasiados son los testimonios que llevan a pensar que el capellán del colegio mantenía informados a distintos hermanos de la Congregación sobre las confesiones que escuchaba de cada alumno. De haber sido así es muy comprensible la depuración realizada por el mismo John Burke durante sus años de rector. Independientemente de la exactitud de mis informaciones sobre lo sucedido en el colegio Cardenal Newman, los informes Murphy y Ryan de Irlanda confirman que miles de niños en distintos colegios de la Congregación

Hermanos Cristianos fueron abusados sexualmente y maltratados físicamente por algunos de sus durante décadas y que todo se mantuvo en el más absoluto silencio. El informe Murphy llega a la conclusión de que por lo menos hasta 1990, los hechos investigados se mantuvieron en secreto para evitar escándalos y preservar la reputación de la Iglesia, sin tener en cuenta el bienestar de los niños ni la justicia. La policía de Irlanda tampoco aportó pruebas para acusar a los sacerdotes que fueron trasladados en cambio a otras parroquias donde continuaron sus perversiones. Uno de los hechos más escabrosos fue la confesión de uno de los sacerdotes: había abusado de niños más de 100 veces. El 11 de diciembre de 2009 el Papa Benedicto dijo: «La Santa Sede toma muy en serio las cuestiones centrales planteadas por el informe, incluidas las relativas a los líderes locales de la Iglesia con responsabilidad pastoral sobre los niños.» El informe Ryan revela que desde el año 1930 al 2000, más de 20.000 niños y niñas de Irlanda sufrieron malos tratos, violaciones y toda clase de humillaciones físicas y psíquicas en más de 250 centros istrados por centenares de sacerdotes y monjas. Siempre supe y me llevó casi cuarenta años descubrir y comprobar que nadie actuaba solo en lo que considero fue una macabra red de pedofilia dentro del Colegio Cardenal Newman. No es casual que la inmensa mayoría de quienes sufrieron abusos sexuales y castigos físicos en el colegio no terminaron la secundaria allí. Terminé de cursar como pude mi tercer año de secundaria y en enero de 1981 viajé a Europa con mis padres y hermanos. Mi cabeza ya tenía un precio y el más cómodo fue que repitiera de año. En marzo de 1981 fui reprobado en tres materias y tuve que dejar el Colegio Newman y a mis amigos de la noche a la mañana. Aun sin modificar la historia escrita, es evidente que todo sucedió ex profeso.

Era, a esa altura, más conveniente para el colegio que yo y otros que habían tenido el «honor» de ser invitados a ese cuarto debajo de la capilla o a otros lugares silenciosos y ocultos del colegio no estuvieran más. Sus voces debían ser acalladas para siempre de alguna forma. Jugaba en uno de los mejores equipos de rugby. Mi padre participaba mucho como tantos otros colaborando con los Hermanos, sobre todo entrenando equipos del colegio. Fui un alumno regular. Ni yo mismo puedo saber cuánto pudo haberme afectado la situación que en el silencio más íntimo vivía desde séptimo grado. Pero no tenían motivos para que me fuera por mala conducta, ni mis calificaciones eran de aplazo. Hoy, sabiendo de otros casos, entiendo con más claridad cuál era el plan de la Congregación en este Colegio en esos años. Todo pasa y todo se esconde y tolera. Insisto en creer que existió una especie de plan sistemático de depuración de clase, de estereotipo de alumnos. Nunca lo quise decir pero hay testimonios de otros ex alumnos que, aún sin haber sido abusados o maltratados, lo aseveran. Preferí sepultar lo que me había pasado, tratando de olvidar para poder hacer una vida «normal», o lo «más normal posible». Pero debo reconocer que por momentos ha sido muy difícil. Porque lo fui aprendiendo con el tiempo: en estos casos el olvido es prácticamente imposible. Hablar y decir lo que me sucedió es lo único que redime mi espíritu y me permite llegar a una cierta paz y tranquilidad. Hoy puedo darme cuenta de que durante años lo único que hice fue vivir una doble vida. Es el común denominador de las personas que pasan por experiencias de abuso sexual y maltrato y que por razones inexplicables muchas de ellas deambulan toda su vida con mochilas repletas de silencios siniestros. Desde que se hiciera pública parte de mi historia, no he dejado de recibir testimonios a través de correos, mensajes, llamados y encuentros personales con

víctimas de abuso sexual y maltrato, de distintas edades, clases sociales, creencias e ideologías. Muy pocos son los que han podido romper sus silencios. No es sencillo reconocer o conocer personas con tanto dolor guardado, que en la mayoría de los casos se traduce en dobles vidas, entiéndase, en algunos casos como la de los «mimos o payasos». El abuso sexual es un calvario difícil de explicar, pero tiene que ver con el dolor presente de la vulneración del cuerpo. Entre todas estas personas que fueron confiándome sus silencios, me encontré con gente conocida de las que nunca hubiera imaginado que pudieran haber sido abusadas. Escucharlas soltar sus silencios guardados por años es tremendo. Al mismo tiempo ser testigo del alivio que eso genera es una gran recompensa al altísimo costo que estoy pagando por haber decidido hablar después de tantos años. De lo único que me arrepiento y que cada día me genera una gran culpa es no haberme animado antes a romper mis silencios. Sé que de haberlo hecho habría podido ayudar a prevenir otros casos. En esas mochilas de personas que siguen deambulando solo encontré vidas partidas, inseguridades, miedos, agresión, depresión, soledad, desconfianza y tantas otras desazones. Sin quererlo me había metido en la boca del lobo y supe que no sería fácil poder escapar.

9

Cordero de Dios

Anoche apenas pude pegar un ojo. Cómo decirlo, en qué momento hablar. Ya no puedo seguir postergándolo más, la angustia me carcome. Tengo que hablar con él. Porque siento que solo él me puede ayudar. Ya es insoportable seguir viviendo lo que vivo. Pero cómo lo digo… qué le digo… En algún recreo… El Padre Alfredo es mi referente, es alguien que respeto. Tiene que ser él. Un hombre grande, es la única persona que en este momento me puede ayudar. Porque para mí es casi Dios. Padre Alfredo, necesito hablar con usted. Padre Alfredo, ¿puedo hablar con usted? Necesito contarle algo muy importante. Cuando me desperté ese día, ensayé todos los saludos posibles. Fue en un recreo cuando lo vi caminando por el patio, algo infrecuente en él. Estaba hablando con un chico a quien le apoyaba su mano sobre el hombro y tal vez esa imagen fue el disparador para animarme a hablar apenas estuviera solo. No recuerdo con precisión qué se me cruzó por la cabeza, seguramente lo imaginé paternal, protector, en quien confiar. Al igual que algunos pocos Hermanos de la Congregación, el Padre Alfredo no era de andar muy seguido por los recreos entre los alumnos. A veces lo veía entrar a alguna clase o conversar con algún chico en algún rincón del patio o del campo de deportes que estaba pegado al edificio pero es imborrable el recuerdo viéndolo entrar a la capilla del primer piso con algún alumno siempre con su mano apoyada sobre el hombro. El único vínculo que tenía con él era asistir a sus misas en las que siempre contaba los mismos cuentos de guerra. El recreo estaba por finalizar. Algunos de mis amigos estaban jugando un picado

de fútbol, otros en su mundo intercambiando figuritas intentando completar sus álbumes. El Padre Alfredo había quedado solo y se estaba acercando a la puerta que comunica el patio con el pasillo donde están las aulas de primaria. Esa mañana había ido al colegio decidido a buscarlo para contarle todo y el destino quiso que estuviera cerca de mí para no tener tiempo de dudar. Caminé hacia él y cuando estaba a pocos metros se detuvo para hablar con el Hermano Dehram. Estaba seguro de que tocaría el timbre antes de poder hablar con él. Me angustié. Me quedé cerca sin importarme lo que hacía el resto de mis compañeros en el patio alborotado. Apenas terminaron de hablar, volvió a caminar hacia la puerta, entonces me acerqué y sin darme cuenta lo llamé por su nombre. Hola, Alfredo, necesito hablar con usted, es muy importante. El Padre Alfredo se detuvo una vez más y me miró a través de sus gruesos anteojos verdosos. Nunca supe si se dio cuenta de que yo estaba muy nervioso y al borde del llanto después de saludarlo. Enseguida sentí su mano sobre mi hombro al tiempo que reclinaba su cabeza hacia mí, quizás intentando que la conversación fuese solo nuestra. Oí el timbre y creí que mi oportunidad de hablar con él estaba perdida. Tenía que volver a clase. El Padre Alfredo me pidió que lo esperara y vi cómo caminaba hacia el Hermano Dehram que, junto a otros hermanos y maestros, controlaba el orden en las filas que se iban formando. Algo se dijeron al oído y el Padre Alfredo volvió hacia mí. Otra vez su mano sobre mi hombro. Por unos instantes me sentí el chico más protegido y feliz del mundo. Cuando subimos la escalera del hall central y entramos a la Capilla en penumbras sentí tranquilidad. Dios estaba conmigo. Pero cuando pasamos los primeros bancos, se detuvo: Vayamos a un lugar más tranquilo para conversar. Si alguien entra a rezar, no vamos a tener la privacidad que necesita nuestra charla… Lo hubiera seguido donde él dijera. Con solo 12 años yo solo buscaba su ayuda, para aliviar mi alma. Pasamos detrás de la sacristía, lo sigo, desciende una escalera oculta y empinada. Lo sigo. Pocos escalones y ahí nomás un cuarto subterráneo con un televisor con

un filtro color azul, una bolsa grande de caramelos sobre un pequeño escritorio, una silla y una cama contra la pared. ¿Qué es este lugar? ¿De quién es? Mil veces me he preguntado cómo pude haber sido tan inocente para creer que me había llevado a un lugar privilegiado para conversar. Un lugar oculto al que solo algunos tenían el «honor» de ser invitados. Hay algo que no está bien… Cierra la puerta que es corrediza. Venga, siéntese acá en la cama… Él se sienta en una silla y me mira. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. Nos persignamos. Cuénteme qué le estuvo sucediendo con el empleado de sus padres. Con mucha vergüenza, desde la ingenuidad o la inocencia de creer que estaba hablando con Dios (o con alguien que lo representaba de casi igual porte), empecé a contarle los abusos y la manipulación perversa que desde hacía tiempo sufría por parte de José en la casa de mis padres y en las excursiones de caza y pesca a las que me llevaba cada vez más seguido. A mi manera y como pude le conté cómo José me amenazaba para que no hablara con nadie. Enseguida me pidió más detalles, cosa que hice sin dudar. A los pocos minutos, el Padre Alfredo se levanta, traba la puerta, me mira con ojos distantes y me ordena: Sáquese la parte de abajo. Pero, ¿por qué? ¿Por qué? Estoy temblando. Necesito más detalles… Me atraviesa con su mirada, me intimida. Ya no son los ojos de Dios. No me gusta su expresión. Su tono es frío y distante. Percibo mi propio miedo, estoy petrificado. Estoy solo con él en un cuarto subterráneo bajo llave debajo de la

Capilla del Colegio. Mis compañeros están en clase. No puedo gritar. Con resignación lo acepto: Dios me está abandonando, no entiendo por qué. Cordero de Dios… Más detalles. Sáquese el pantalón. Me quito los zapatos temblando. No me puedo bajar el pantalón. Estoy paralizado. El Padre Alfredo no dudó. Con sus manos blancas y agrietadas me saca el pantalón y luego me saca los calzoncillos. Todo sucedió rápido. En ese estado de pánico y aturdido solo miro la bolsa de caramelos sobre el escritorio. Me empieza a tocar, a manosear. Miro los caramelos. Cordero de Dios… Me pide que me acueste boca abajo en su cama. Me niego. Me obliga. Hago lo que me ordena. Me habla sobre sexo y me sigue tocando con la excusa de examinar mi desarrollo físico. Me habla de semen y de deseos sexuales. Nunca había escuchado a nadie hablar de esa forma. Ni a mis padres ni a mis hermanos. A nadie. El Padre Alfredo era para mí un hombre grande de edad y físicamente y, por sobre todas las cosas, un referente. Siento pánico y mucho asco. Un gigantesco nudo en la garganta me deja sin habla y mis ojos no se animan a llorar por el miedo. Intento rezar, le pido ayuda desesperada a Dios. Pero no llega. El Padre Alfredo se detiene. Escucho que una puerta se abre, creo sentir un ruido a metal y otra vez la puerta que golpea al cerrar. Intento reaccionar pero no puedo. Es cuando siento el peor atentado a mi intimidad. Mi integridad había sido violada para siempre. Es algo extraño que de alguna manera me da alivio, porque lo que recuerdo de ese momento es que no fue su mano o alguna parte de su cuerpo. Me caen las lágrimas.

Lo sé. Es un objeto rígido que nunca pude ver. Hoy prefiero imaginar que fue algo como una vela. Cordero de dios, que quitas… Sigo boca abajo. Soy una basura que no valgo nada. Toma una almohada y presiona mi cabeza, siento ahogo y náuseas. Lloro. La almohada y su mano izquierda haciendo fuerza hacia abajo. Minutos eternos del peor de los infiernos. Y pánico. Ya no sé si fueron dos o diez golpes con un látigo, cinturón o soga que marcaron mi cuerpo desnudo. Porque eso ya no importa. Ya no puedo parar de llorar. Dios me abandonó y soy un niño indefenso. Cordero de Dios que quitas… Sorpresivamente se detiene con el gesto adusto, enojado, nervioso. Vístase rápido y deje de llorar —es autoritario. Me visto rápido, no lo miro. Rufino, ahora está en paz. Sigo mudo, perplejo. Y esto es un secreto entre Dios y usted. No se lo puede contar a nadie. Me abraza fuerte. Me desagrada su olor, el escudo que luce en su sotana, me desagrada su sotana. Me desagrada todo. Estoy aturdido. Dios me dejó solo. Al soltarme, abre la puerta, toma un puñado de caramelos y me los ofrece. Se los rechazo, e intentando un codazo sobre su pecho, salgo de ese cuarto subterráneo del infierno corriendo, desesperado, sin saber dónde ir. No sé cuánto tiempo estuve encerrado en el baño del colegio, ni cómo pude volver a la clase sin decir una palabra. Sucedió lo mismo al llegar a casa. Ya le tenía miedo a Dios y todo el horror que vivía lo sepultaba con el silencio. En mi casa y en el colegio.

Era un chico de 12 años. No pude hacer nada. A pesar del paso del tiempo, nunca pude olvidar su olor y el escudo que lucía en su sotana que muchos años más tarde supe que pertenecía a la Congregación Pasionista. Sigo recordando su mirada nerviosa y la defino como la de un perverso degenerado. Mis 12 años pulverizados en un túnel cada vez más oscuro.

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¿Nadie advierte nada?

Luego del impacto de la noticia, una persona me hizo una pregunta que la carcomía: ¿Es posible que en un hogar se sucedan abusos a uno de los hijos y que nadie advierta nada, NADA? Lo medité unos instantes y esto le respondí: Más allá de estadísticas públicas y privadas que indican que cerca del 80% de los casos de abusos son intrafamiliares también está la cruda realidad de todos los días no siempre computada. Por supuesto que es posible que nadie advierta nada cuando el victimario es alguien que se ha ganado la confianza de la familia y de su entorno y tiene la capacidad de manipulación y dominio sobre la víctima con distintas conductas cínicas o macabras. Aunque nunca lo haría sin el consentimiento escrito, intento imaginar cómo reaccionaría la sociedad si se dieran a conocer algunos nombres de abuelos, padres o tíos abusadores de sus propios nietos, hijos, sobrinos o hermanos. Salvo pocas excepciones y aun cuando las víctimas han logrado romper sus silencios, la enorme mayoría de abusos intrafamiliares son silenciados por las mismas familias sin importarles NADA lo que sienten o viven sus propias víctimas. Podría pasar horas escribiendo sobre casos espantosos de abusos que me han ido confiando a partir de 2017 pero conforman un triste tesoro que estoy obligado a guardar bajo llave hasta que cada víctima decida, tal vez algún día, romper su silencio. Creo que una forma seria e inteligente de responder correctamente a la pregunta

es preguntar exactamente lo mismo pero para otros aspectos de la vida. Y lo quiero hacer con mucho respeto por haber conocido una gran cantidad de historias que no han dejado de sorprenderme y aturdirme a lo largo de los últimos meses. ¿Es posible que en un hogar, un marido casado hace muchos años y con varios hijos, mantenga una vida paralela con otra mujer y otros hijos sin que nadie advierta nada, NADA? ¿Es posible que en un hogar se sucedan golpizas brutales de un marido a su mujer o de uno de ellos a un hijo durante años y que nadie advierta nada, NADA? ¿Es posible que una mujer casada, referente en una comunidad con hijos en colegios religiosos, tenga como amante a su jardinero, piletero, remisero, y que cada noche con un beso y un abrazo reciba a su marido con la mesa puesta y las sábanas limpias y que ni él ni nadie advierta nada, NADA? Sucede algo parecido cuando lamentablemente padres se enteran de que un hijo está en un hospital y repiten desesperados: ¡¡¡NO PUEDE SER!!! «Mi hijo es muy prudente», y está luchando por su vida después de haber chocado a 160 km por hora. «Mi hijo no toma ni una gota de cerveza», y está en terapia intensiva en coma alcohólico. «Mi hijo no fuma ni un cigarrillo y es muy tranquilo», y lo encontramos sin vida por una sobredosis de droga sintética. Todo lo que parece imposible es posible. Y puedo asegurar que con el abuso infantil aún es peor, porque se trata de menores dominados por adultos perversos en contra de sus voluntades. Este es mi humilde punto de vista sobre las conductas humanas que tendríamos que empezar a cambiar para mejorar como sociedad. El primer gran paso es DEJAR DE NEGAR Y ACEPTAR LA REALIDAD SIN MIEDO NI VERGÜENZA.

Creo que esta pregunta terminó siendo un valioso DISPARADOR, sobre todo en estos tiempos de reflexión.

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Redes de silencio

Después de dos años de dedicarme a escuchar a cientos de víctimas de Abuso Sexual y Maltrato Infantil del Colegio Cardenal Newman y de distintos lugares, a fines de 2018 me llamé a silencio por unos meses para poder procesar aquello que manifestaran públicamente durante meses distintos periodistas, religiosos, abogados y profesionales de la Salud sobre estos temas complejos y aberrantes. La mayoría de quienes hoy pretenden dar cátedra pertenecen a generaciones en las cuales el tema pedofilia fue silenciado, encubierto o acaso ignorado por incapacidad, conveniencia o complicidad. La desinformación, sumada a las barbaridades y mentiras que se escuchan a diario —sobre todo cuando se intenta proteger a los victimarios y condenar a las víctimas—, demuestra a las claras que el Abuso Sexual Infantil seguirá siendo un delito protegido y encubierto por gran parte de la sociedad laica y religiosa, al menos en Argentina. El abusador en soledad o protegido por una «red de pedofilia» elige a las víctimas por distintos motivos, sabiendo de antemano que, de ser descubierto, en la mayoría de los casos será también protegido por una Red de Silencio desde la misma familia, Iglesia o ambiente de la víctima para evitar el escándalo. Las «seduce» utilizando el abuso de poder (edad, fuerza física, autoridad, status económico, temor a Dios) para luego ejercer el abuso sexual premeditado a través de una manipulación perversa sobre la culpa, humillación, vergüenza, autoestima y por supuesto desde las amenazas personales o en nombre de Dios. Silenciar a la víctima, guardar silencio y vivir con apariencias de lo que no se es, sigue siendo una constante del Abuso Sexual en Argentina. Difícilmente podremos encontrar una solución en la medida que quienes se arroguen el derecho y autoridad moral y profesional para encontrarla sigan siendo los

mismos que permitieron durante años que toda esta inmundicia siguiera sucediendo sin haber dicho una sola palabra en el tiempo justo. Por experiencia, creo que el cambio solo puede producirse desde las bases y sobre todo escuchando a quienes hemos pasado por situaciones similares. Quienes hemos podido transitar y/o superar nuestras propias vivencias de Abuso Sexual tenemos una posición de «privilegio» para poder ayudar a otros que han pasado o están pasando por lo mismo, sin tantas teorías o pensamientos filosóficos. Simplemente sabemos qué es lo que siente el abusado sobre todo ante una sociedad tan conflictiva y negadora como la nuestra. El Delito de Abuso Sexual no se arregla con títulos y honores o con definiciones que suenen armoniosas. El pedido de perdón desde las Iglesias sin acciones concretas no sirve para nada. Campañas temporales contra el Abuso Sexual sin una Política de Estado a largo plazo, es gastar pólvora en chimangos.

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¿Hasta cuándo?

La Iglesia sigue teniendo poder para silenciar a las víctimas y proteger a los victimarios. Se legitima en el poder, y por eso no debe haber fisuras ni corrupción. Porque si se erigió como el Gran Poder Espiritual, no puede permitir que los abusos de la carne que cometen sus funcionarios estén en primera plana. Aun así surgen preguntas, porque necesitamos saber qué pasó, saber quiénes son los responsables, y cómo serán juzgados. ¿Cómo puede el Vaticano seguir respaldando a la Congregación Hermanos Cristianos cuando se dieron a conocer los abusos sexuales y maltratos a menores que muchos de sus cometieron, silenciaron y encubrieron durante años en distintos países? Esa fue la última pregunta que le hice al Papa Francisco en nuestra conversación telefónica del 8 de febrero de 2017 que cuento más adelante. Aun hoy sigo esperando su repuesta. Las estadísticas indican que el 80% de los casos de abusos sexuales a menores son intrafamiliares; el 20% restante son cometidos por abusadores ajenos a la familia de la víctima, conocidos o desconocidos y también aquellos causados por de distintas religiones, entre ellas, la católica. Todos los abusos sexuales deben ser condenados. Los cometidos por curas pedófilos son todavía más graves, precisamente porque lo hacen en nombre de la religión. Las cifras son escalofriantes. El compromiso debería ser de todos para generar conciencia y producir un verdadero cambio de paradigma. ¿Cómo hablar de los crímenes sin detallarlos, sin darle una cara a los criminales y una voz a las víctimas? No hacerlo sería ser cómplice del encubrimiento eclesial, participar de la dilución de los hechos, colaborar con el manto de

neblina con que ha intentado cubrir la Iglesia sus hechos más tenebrosos desde el comienzo de su historia. Por eso en todo el mundo los cenotafios y los monumentos de memoria de los horrores de la humanidad intentan nombrar a todas las víctimas, porque cada víctima, cada ser humano muerto, torturado, abusado debe ser recordado, oído, visualizado. Y donde no todos los nombres pueden ser recuperados se erige el lugar especial a la víctima anónima. El camino del espanto en la Argentina: dos curas violaban niños sordos ayudados por una monja en el Próvolo, un centro de la Iglesia. Las violaciones y vejaciones de todo tipo —una adolescente denuncia que fue encadenada y objeto de abusos por cuatro personas a la vez— se producían casi siempre en un altillo, en una sala a la que llamaban «la casita de Dios». La policía encontró las cadenas y material pornográfico. Nadie quiso oír las denuncias de las víctimas o sus familiares. Eran niños sordos y muy pobres. Las víctimas ideales. Era fácil convencerlos de que no contaran nada. Y si lo hacían, como pasó en algunos casos, nadie les creyó. Todavía hoy, ya veinteañeros, sorprenden a los abogados y fiscales por las caras de terror que ponen en las rondas de reconocimiento cuando ven al padre Corradi, de 82 años. Se llevan la mano a la boca y cierran el puño. Le siguen teniendo miedo aunque esté en la cárcel. Son los niños del Próvolo de la provincia de Mendoza, un instituto para niños sordos donde los curas cometieron abusos sexuales de todo tipo durante años, en ocasiones con la ayuda de una monja que probaba a las niñas y niños para encontrar a los más débiles y entregárselos a los sacerdotes. El 20 de marzo de 2017, la Suprema Corte de Justicia de la Nación confirmó la condena a quince años de prisión dictada en 2009 contra el cura Julio César Grassi por el Tribunal en lo Criminal Nº 1 de Morón, que determinó que el sacerdote es autor reiterado de abuso sexual agravado, que tuvo como víctima probada a «Gabriel», pero que seguramente no fue la única. Perversa paradoja bautizar la fundación con el nombre de «Felices los niños». Grassi, condenado en 2009 por abuso sexual agravado a uno de los chicos a los que debía cuidar en la Fundación, funcionó como disparador. Hasta entonces, solo se habían conocido nueve hechos de abuso sexual por parte de curas. Era, hasta ahora, la mayor condena a un sacerdote por casos de abuso sexual a menores. Aunque ese límite máximo fue sobrepasado por el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay cuando condenó al cura Juan Diego Escobar Gaviria a la pena máxima de 25 años de prisión de cumplimiento efectivo, acusado de los delitos de corrupción de menores y abuso sexual ultrajante.

La agencia de noticias Télam reveló que en todo el país se han conocido desde 2002 en adelante 62 nuevos casos de abuso sexual por parte de integrantes de la Iglesia. Son 59 sacerdotes y tres monjas los denunciados en el país. De todos ellos, ocho recibieron una condena judicial. En nuestro país no existen registros oficiales sobre la cantidad de sacerdotes o monjas denunciados ni la cantidad de víctimas. En los últimos quince años, solo tres curas fueron sancionados y expulsados de la Iglesia, lo que implica que ya no pueden ejercer más el sacerdocio. El primer caso conocido fue el de Miguel Ángel Santurio, expulsado en 2013. El Papa Francisco fue quien ordenó la sanción contra José Mercau y Cristian Gramlich, ambos sacerdotes de San Isidro. Y aunque el primero terminó con una condena a 14 años por abuso sexual agravado contra cinco chicos de entre 11 y 15 años, las denuncias contra Santurio y Gramlich —cura en el colegio Marín de San Isidro — nunca fueron llevadas a la justicia. Ahora, la condena a Escobar Gaviria marca un punto de inflexión. El cura, que fue párroco de Lucas González entre 2005 y 2016, hoy suspendido por la Iglesia y que acumuló cuatro denuncias en la Justicia —tres por corrupción de menores, una por abuso sexual simple—, fue condenado a la pena máxima de 25 años de prisión. El Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay firmó un fallo por unanimidad en el que condenó a Escobar Gaviria. «Se endilga a Juan Diego Escobar Gaviria cuatro hechos, todos ellos cometidos contra la integridad sexual de menores de edad», leyó la presidenta del Tribunal, María Angélica Pivas. Junto a sus pares, Darío Crespo y Javier Cadenas, dieron por probadas las acusaciones de los fiscales Federico Uriburu y Dardo Tórtul, los hechos de abuso cometidos por el cura en la casa parroquial de San Lucas Evangelista, de Lucas González, como así también durante los viajes que hacía el sacerdote en compañía de menores fuera del pueblo. Los abusos los cometía entre los más vulnerables y se aseguraba el silencio de un modo voraz. «En términos intimidantes, le decía que si quería seguir asistiendo a las misas no tenía que decir nada», señaló el Tribunal respecto de uno de los chicos abusados por el sacerdote. «Las conductas fueron cometidas en forma continua y repetitiva», ilustraron los jueces en su resolución, y llegaron a una conclusión «de carácter incriminatorio

y con contenido de certeza, tanto en lo que respecta a la completa ocurrencia de los mismos (los abusos), tal como fueran adjudicados, como en lo atinente a la autoría, concluyendo que Juan Diego Escobar Gaviria fue el autor material y penalmente responsable de los hechos ilícitos que se le imputaron». «Escobar Gaviria actuó con intención y voluntad en todos los casos», argumentó el tribunal. La Justicia condenó a 25 años de prisión a un sacerdote católico tras hallarlo culpable de abuso sexual contra siete niños, ocurridos en un seminario entre los años 1985 y 1993. La Cámara I del Crimen de Paraná, en la provincia de Entre Ríos, condenó a Justo José Ilarraz —de 57 años— con la pena máxima prevista en la ley por abuso y corrupción de menores contra siete niños en el Seminario Arquidiocesano de Paraná. El hombre era prefecto de disciplina y guía espiritual en el seminario donde perpetró los abusos de niños que estaban bajo su tutela. Las víctimas tenían entre 13 y 14 años, pero en el lugar había niños más pequeños. Los investigadores sospechan que puede haber más víctimas que se mantienen en silencio. Los chicos eran internos del seminario de menores y vivían aislados de sus familias con quienes tenían o una vez al mes o menos. Al menos 66 religiosos fueron denunciados en Argentina por abuso en los últimos diecisiete años, desde que en 2002 estalló el caso de Julio César Grassi, a quien hasta la fecha y a pesar de que su condena ha sido ratificada por la Suprema Corte de Justicia el Papa Francisco no ha expulsado de la Iglesia. El horror de estos hechos no es patrimonio exclusivo de un país, una situación socioeconómica o la pertenencia a un grupo determinado. Es un delito que no ha discriminado ni condición ni ideología. En Alemania más de 3.600 niños fueron abusados por curas entre 1946 y 2014. La investigación fue encargada por la Conferencia Episcopal alemana y fue publicada por el prestigioso semanario Der Spiegel en su edición digital. El estudio revela además un sistema de encubrimiento de los abusos; los abusadores fueron trasladados a nuevas comunidades, donde no se emitió ninguna alerta sobre sus acciones. El encubrimiento de la Iglesia Católica que llegó al extremo de destruir archivos sobre los autores de abusos sexuales fue reconocido por el cardenal y arzobispo de Múnich, Reinhard Marx, durante la histórica cumbre en el Vaticano sobre la lucha contra la pederastia. «Los

archivos que hubieran podido documentar estos actos terribles e indicar el nombre de los responsables fueron destruidos o incluso no se llegaron a crear», aseguró el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana y consejero directo del Papa Francisco. Salpican estos crímenes hasta la más altas jerarquías, más de 500 chicos fueron abusados en un coro católico dirigido por el hermano de Benedicto XVI. Los abusos ocurrieron entre 1945 y 1990. Georg Ratzinger estuvo al mando del grupo por treinta años. Al menos 547 niños del coro católico de Ratisbona fueron víctimas de malos tratos, incluyendo violaciones, entre 1945 e inicios de la década de 1990, según un informe publicado sobre uno de los peores escándalos de la Iglesia en Alemania. De esos 547 niños y jóvenes adolescentes del coro Regensburger Domspatzen (los gorriones de la catedral de Ratisbona), unos 500 sufrieron maltrato físico y 67 fueron víctimas de agresiones sexuales, incluyendo violaciones, indicó Ulrich Weber, el abogado al que la Iglesia encargó la investigación del caso, que estalló en 2010. El número total de víctimas podría ser mucho mayor, e incluso superar los 700 casos, consideró Weber en la presentación del informe. También en Australia, la Comisión de Investigación Real llevó a cabo una investigación durante cinco años que culminó con un documento que responsabilizaba a la Iglesia Católica y a los organismos públicos de los numerosos casos de pederastia, a los que calificó de «tragedia nacional». «Australia faltó gravemente a sus deberes» con los niños durante décadas, aseguraba un expediente que reveló que un 7% de los sacerdotes católicos que trabajaron entre 1950 y 2010 en el país fueron acusados de abusos sexuales. Además, según este documento, «4.500 personas se quejaron a la Iglesia por presuntos abusos a menores cometidos por unos 1.880 de esta institución». El arzobispo australiano Philip Wilson, de Adelaida, fue declarado culpable de ocultar el abuso de los monaguillos en la década de 1970 por el sacerdote pedófilo James Fletcher, que murió en prisión tras haber sido hallado culpable de abuso sexual. A su vez Wilson fue el funcionario católico de más alto rango en ser condenado por encubrir el abuso sexual. Pero el caso más resonante de la iglesia australiana fue el del cardenal George Pell, quien en marzo de 2019 pasó a ser el funcionario de mayor rango del Vaticano condenado por abuso sexual hasta la fecha, la pena fue de seis años de prisión por agredir sexualmente a dos niños del coro de la iglesia a fines de los años noventa. Pell, de 77 años, fue declarado culpable de un cargo de penetración sexual de un niño

y cuatro cargos de cometer un acto indecente con otro, en diciembre de 2018, después de un juicio secreto de cinco semanas. Vecino a nosotros todavía escuchamos los ecos de lo sucedido en Chile, donde el Papa Francisco fue provincial de los jesuitas; 10 obispos y 152 sacerdotes están entre los investigados por abusos sexuales dentro de la Iglesia católica chilena. La cantidad de víctimas de abusos sexuales aumentó a 248, según nuevos datos aportados por el fiscal nacional Jorge Abbott. De esa cantidad, 131 eran menores de edad cuando ocurrieron los hechos. Causó un profundo desagrado entre los católicos chilenos que el papa se refiriera públicamente a los abusos como «calumnias». Afirmación de la que después tuvo que retractarse. En este rápido recorrido, que no pretende agotar ni naciones ni casos podemos ver que resuenan muy fuertemente los de Estados Unidos, donde la fundamental investigación de Pensilvania, que relata los abusos sexuales a más de 1.000 menores por más de 300 religiosos durante siete décadas, revela que desde al menos 1963 el Vaticano conocía algunos de esos casos y que se mostró tolerante. Pero obviamente tampoco Pensilvania tiene la exclusividad de los delitos sexuales perpetrados sobre menores. En 1985 Gilbert Gauthe itió haber abusado de 37 niños y se declaró culpable de 34 cargos criminales, informó The New York Times. Fue sentenciado a 20 años de prisión, pero liberado después de 10 años. Las diócesis de Estados Unidos han adoptado una práctica en los últimos meses: publicar un listado de los sacerdotes con «acusaciones creíbles» de abuso sexual a menores. La mayoría de los religiosos ya no viven o fueron removidos de sus labores eclesiásticas. Bishopability.org, un sitio web que rastrea todos los crímenes de esta índole en la Iglesia, afirma que la institución ha revelado cerca de 7.000 curas denunciados desde 1950, pero que seguramente la cifra es mucho mayor. Según los informes que maneja el portal, dedicado a recabar las cifras desde hace más de una década, el porcentaje de abusadores oscila entre el 6 y el 10%, lo que supondría 11.000 curas pederastas. Las fiscalías estatales que investigan actualmente estos crímenes también han concluido que los listados están incompletos. También la sociedad irlandesa reaccionó con fuerza ante los hechos verificados en este país. La visita del Papa no hizo más que ratificar la situación escandalosa y la gran pérdida de adherentes católicos. El Informe Ryan se refiere a las conclusiones sobre los abusos cometidos en Irlanda durante prácticamente todo

el siglo XX por instituciones religiosas católicas, especialmente Hermanas de la Magdalena y Hermanos Cristianos o Christian Brothers. Con más de 2.600 páginas y casi una década de investigación por parte de la Comisión de Abusos Infantiles puso de manifiesto lo que era un secreto a voces: desde el año 1930 al 2000 más de 20.000 niños y niñas de Irlanda sufrieron malos tratos, violaciones y toda clase de humillaciones físicas y psíquicas en más de 250 centros istrados por de estas congregaciones. Con total impunidad abusaron cruelmente de su poder en una situación que tal y como el propio documento expresa, llegó a ser endémica. La Comisión presidida por la juez Yvonne Murphy publicó el 26 de noviembre de 2009 el llamado Informe Murphy con el resultado de las consultas públicas por el escándalo de abuso sexual en la arquidiócesis católica de Dublín. Este informe aparece pocos meses después del de la Comisión Investigadora del Abuso Infantil (Informe Ryan), presidida por Sean Ryan, que se limitó a las escuelas industriales controladas por órdenes religiosas católicas. Hasta 1990, los hechos investigados se mantuvieron en secreto para evitar escándalos y preservar la reputación de la Iglesia sin tener en cuenta el bienestar de los niños ni la justicia. La Arquidiócesis no aplicó las reglas de derecho canónico y eludió las leyes del Estado. El abuso sexual infantil fue encubierto. Se ignoraron las quejas de padres e hijos y otras familias también corrieron peligro. E incluso algunos abusos ocurrieron dentro de la sede del arzobispo de Dublín. Las críticas arrecian sobre la Iglesia Católica irlandesa no solo por los crímenes abominables que han salido a la luz sino sobre todo por la complicidad que tuvo con los culpables y por la intención de ocultarlo todo a cualquier precio. El Estado Irlandés también fue responsable, en parte, de la impunidad que la Iglesia gozó durante años. La Policía de Irlanda (Garda) tampoco aportó pruebas para acusar a los sacerdotes trasladados a otras parroquias donde continuaron con los abusos. En 2002 se transmitió en Irlanda el programa de televisión Secretos Cardenales que relataba casos de niños abusados en Dublín, pero las denuncias fueron ignoradas por la Iglesia y la Policía. Los arzobispos, John Charles Mc Quaid, Dermot Ryan, Kevin Mc Namara y Desmond Connell manipularon las denuncias. Uno de los sacerdotes declaró que había abusado de niños más de 100 veces. Otro que lo había hecho durante veinticinco años. Uno que murió en 2002 reclamaba no haber hecho nada malo.

Una última nota, que como dije más arriba no agota el escenario de los abusos, concierne a México. Tras al menos seis décadas de silencio e impunidad, la conferencia episcopal mexicana abrió una instancia para investigar los casos de abuso sexual. Por este motivo se suspendió a 152 sacerdotes en nueve años «por agravio a menores» y se reunió con víctimas y organizaciones civiles. Pero el pasado de encubrimiento y desdén que caracterizó a la institución genera un clima de incredulidad. En el artículo «Comunidad de fieles o corporación», publicado en la revista Criterio de abril de este año, el ensayista Ramón Oliveira Cézar reflexiona sobre varios aspectos muy relevantes de la política del Vaticano ante estas denuncias. «La Santa Sede no ha abierto los archivos relacionados con pedófilos y los obispos que ocultaron los crímenes», advierte un Informe de la ONU sobre los Derechos del Niño. No se han tomado «las medidas necesarias para atender los casos de violaciones contra niños y proteger a los menores, y ha adoptado políticas que llevaron a la continuación del abuso y la impunidad de quienes lo perpetraron». Más adelante llama al Vaticano a «establecer reglas claras para denunciar los crímenes en forma obligatoria y también declararlos imprescriptibles». Este ensayo nos brinda un dato que pocos conocen: el manual de las «siete jugadas» que, según un informe del FBI y el fiscal de Pensilvania Josh Shapiro, implementan en las diócesis de ese estado norteamericano. Resumidamente: 1) usar eufemismos, nunca la palabra «violación», 2) no conducir investigaciones con personal capacitado, 3) aparentar integridad, 4) no informar razones cuando un sacerdote fue trasladado, 5) continuar sosteniendo económicamente a un sacerdote violador, 6) no retirarlo del sacerdocio, trasladarlo a otro destino aun cuando se corra el riesgo de proporcionarle nuevas víctimas y 7) sobre todo, no informarlo a la policía, manejarlo como un asunto personal. Frente a esto, ¿cuál es la visión del Papa Francisco sobre estos delitos macabros? La respuesta de Oliveira Cézar es contundente: «Algunos antecedentes no lo ayudan, como su actuación como obispo ante el caso Grassi, cuando abrió una investigación paralela a la de la Justicia con la intención, si no de exculpar, al menos de plantear dudas, si bien finalmente fue

condenado por la Corte Suprema, todavía el Papa no lo ha expulsado de la Iglesia. ¿Podía no saber Bergoglio que los curas violadores de Italia (affaire Corradi-Próvolo) eran encubiertos y trasladados a la Argentina, donde continuaron con sus violaciones, manoseos y masturbaciones de niños sordomudos? »¿O desconocer y relativizar las denuncias que pesaban sobre el obispo Zanchetta? Quizás uno de los errores más graves fue afirmar a la prensa, durante su visita a Chile, que el caso Barros-Karadima era una calumnia. Afirmación de la que luego tuvo que retractarse ante la contundencia de las pruebas.» Además traza un paralelismo entre Iglesia y Estado: «Existe terrorismo de Estado cuando un gobierno, actuando en contra de las leyes de la Nación, coacciona ilegítimamente a sus ciudadanos. Lamentablemente los tres abusos de la Iglesia —abuso de conciencia, abuso de poder y abuso sexual— tienen puntos de o con el terrorismo de Estado. Porque aquella institución a la que el creyente recurre como directora de conciencia, como ejemplo de una moral superior a la que puede referirse y tomar como guía, no solo está compuesta por algunos hombres que actúan criminalmente, sino que la institución los protege y los exime de someterse a la justicia, encubriéndolos. El creyente abusado, como la víctima del terrorismo de Estado, sufre un triple daño: el del abuso en sí, el de quien debía protegerlo y no lo hizo, y el de la institución que no hace lugar a su denuncia». En su edición del 15 de abril, la prestigiosa revista The New Yorker destaca en tapa una extensa nota de Paul Elie: «What do the Church’s Victims Deserve?». Paul Elie es un católico practicante en su parroquia de Brooklyn; académicamente se desempeña como senior fellow en el Centro Berkley de Religión, Asuntos Internacionales y Paz de la Universidad de Georgetown, donde también actúa como Director del Programa Americano de Peregrinación dedicado al diálogo interreligioso. Autor y editor de libros, es un colaborador de larga data de la publicación Commonweal, que es el órgano católico independiente de opinión de más antigüedad en Estados Unidos. Hay un dato alarmante: son 101 obispos en el mundo acusados de abusos o conductas sexuales equívocas, de ellos 40 son estadounidenses. Los montos pagados en ese país por indemnizaciones superan los tres mil millones de dólares. Quince diócesis y tres órdenes se han presentado en quiebra y cuatro diócesis más están analizando entrar también en este régimen de protección

económica. La nota de Elie se enfoca en el programa de asistencia a las víctimas de abusos que se ha puesto en práctica en la diócesis de New York. «Hasta ahora y a pesar de los tres mil millones gastados por la iglesia la respuesta que inorgánicamente han dado los obispos es percibida como inadecuada, engañosa y fuera de foco.» Fue el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de New York, quien tuvo una muy buena idea: convocó a Kenneth Feinberg y su asociada Camille Biros para llevar adelante un plan de reparación para las víctimas de abusos. Feinberg y Biros tienen un largo historial en programas de indemnización por perjuicios de diversos desastres. Fueron quienes se ocuparon de negociar con los damnificados por el ataque a las Torres Gemelas, entre otros. Hasta la fecha han distribuido más de veinte mil millones de dólares. Más allá de ser «un programa que fue lanzado como un instrumento de reconciliación con las víctimas, en realidad servirá para que la iglesia cometa una nueva —¿última?— maniobra de evasión y ocultamiento». Existen infinidad de noticias sobre Abuso Sexual y Maltrato a Menores cometidos por de la Iglesia Católica que sería imposible recopilar en un solo libro. En estos últimos años, por recomendación de buenos amigos, me atreví a mirar distintas películas y series basadas en hechos reales. A través de ellas también podemos tomar conciencia de lo que ha pasado y aun hoy lamentablemente sigue sucediendo. Spot Light cuenta la investigación de un equipo de periodistas del Boston Globe que conmocionó a la ciudad y al mundo al sacar a la luz el encubrimiento sistemático de la Iglesia Católica de innumerables casos de pedofilia perpetrados por más de 70 sacerdotes locales. El equipo de periodistas sigue las huellas de un sacerdote local acusado de haber abusado sexualmente de docenas de jóvenes feligreses a lo largo de treinta años. Pero la protección sistemática de la Iglesia a sacerdotes agresores sexuales llegaba mucho más lejos de lo que ninguno de ellos habría podido imaginar, como el cardenal Law de Boston. Cuando se publica la investigación en enero de 2002, se dan a conocer muchos otros casos similares en más de 200 ciudades de todo el mundo.

Ganó el premio Pulitzer. Oranges & Sunshine cuenta la historia de una trabajadora social de Nottingham que se enfrentó al gobierno británico, que trasladó por la fuerza a más de 130.000 niños de Gran Bretaña a otros países entre los años cuarenta y setenta. Más de 7.000 niños llamados «degenerados» y «no aptos» que se encontraban bajo la protección de los servicios sociales británicos fueron enviados a Australia. Humphreys (clasificadora de riesgos) comenzó sus investigaciones sobre este caso de Gran Bretaña en 1986 y publicó un libro sobre ellos, Empty Cradles, en 1996. Esta película está basada en su libro. A los niños les dijeron que sus padres estaban muertos; los padres pensaron que sus hijos fueron adoptados. En realidad, los niños fueron deportados. A los niños se les dijo que esperaran «naranjas y sol» cuando llegaron a Australia. En su lugar, fueron utilizados como mano de obra no remunerada, y muchos de ellos fueron abusados física y sexualmente. Muchas de las instituciones, orfanatos y escuelas de Australia a las que fueron enviados estaban dirigidas por la Iglesia, por los Hermanos Cristianos, Barnardos y otras organizaciones benéficas. La serie documental The Keepers analiza la muerte de la hermana Catherine Cesnik, asesinada hace décadas, y el sospechoso vínculo con un sacerdote acusado de abuso sexual a estudiantes. Dos ex estudiantes del Instituto de Mujeres Arzobispo Keough de Maryland, emprenden una investigación exhaustiva sobre el caso de la hermana asesinada en 1969. Ya mayores, las sobrevivientes describen los abusos sexuales cometidos por un sacerdote y cómo sus actos se vinculan al asesinato de la hermana Catherine. En 1992, una sobreviviente reúne el valor para enfrentarse al abuso del que fue víctima y a la terrible amenaza que la mantuvo tanto tiempo en silencio. En 1994, dos estudiantes presentan cargos contra un sacerdote acusado de abuso sexual, pero se topan con la poderosa oposición de la arquidiócesis. La hermana más joven de Catherine se une a la causa. El grupo busca respuestas de parte de

las autoridades y de los posibles sospechosos. Los sobrevivientes y las familias de las víctimas quieren cerrar el caso, pero en el camino enfrentan la burocracia y una batalla legislativa con su arquidiócesis. Examen de conciencia analiza las denuncias de abuso sexual contra niños dentro de la Iglesia Católica de España a partir de testimonios de sobrevivientes, periodistas, expertos y el clero. Sobrevivientes de abusos sexuales en escuelas de los Hermanos Maristas cuentan su experiencia y qué respondieron los directivos. Habla uno de los acusados. Víctimas del presunto abuso de un profesor se enteraron más tarde de que los filmaba. Activistas y un padre cuestionan la orden de tolerancia cero del Papa Francisco. Un sobreviviente viaja al famoso lugar de peregrinación en Montserrat para contar su historia, mientras otro enfrenta al cura que él acusa de abuso. Fuentes: BBC (septiembre de 2018), El País, EFE, La Nación, perfil.com, CNN, The New York Times, La Higuera.net, Bishopability.org, Telam.

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No se sana lo que no se habla

Desde las primeras reuniones en el Colegio en mayo de 2016 hasta que saliera la primera nota del diario La Nación el 30 de diciembre del mismo año, pasaron muchas cosas. La noticia. La sorpresa. El impacto. Las miradas. Los llantos. Los enojos. La tristeza. La bronca. La incertidumbre. La sospecha. Las burlas. Las dudas. La solidaridad y la indiferencia. La hipocresía. El perdón. Los abrazos. El rechazo. La soledad. Y las muestras de apoyo. En marzo de 2017 se organizó una reunión con cena incluida organizada por ex compañeros. Tuve muchas dudas en ir. La nota del diario me había puesto en primera plana y no sabía si estaba lo suficientemente armado, la cena podía llegar a ser inquisitoria. Juan José Losada (Guiso) me llamó, insistió que fuera, me buscó por mi casa y me llevó en su auto. Concurrieron alrededor de cuarenta ex compañeros, muchos de los cuales no veía hacía décadas. Las posturas estaban divididas: los que no creían en nada o que no tenía sentido hablar del tema después de tantos años, los neutrales y unos pocos que entendían que lo que había sucedido conmigo y con otros en el colegio muchos años antes era muy grave y que solo hablando podía ser superado. Guiso fue muy generoso, se expuso ante sus amigos de toda la vida para abrir el debate y que cada uno dijera lo que pensaba y que pudiéramos escucharnos. Lo que sucedió esa noche fue maravilloso.

Creo que marcó un antes y un después en la camada 82 que entiendo fue protagonista para que las cosas pudieran empezar a cambiar de una buena vez por todas en el Colegio Newman y en la sociedad toda. Y a pesar de que algunos negaron o prefirieron seguir callando, nunca olvidaré la valentía y coraje de algunos compañeros en esa noche en la Parroquia del Padre Ignacio Alvarado en Virreyes. Porque allí estábamos todos reunidos, debatiendo. El Padre Ignacio Alvarado, ex compañero de mi camada que era un referente del colegio y además un gran sacerdote, fue un fiel testimonio de lo sucedido. Escribió una carta, valiosísima, que nos mandó a los pocos días al grupo que había estado en esa comida en su parroquia en marzo de 2017:

NO SE SANA LO QUE NO SE HABLA Queridos todos: Movido por el pedido de «informar» y de la «representatividad», quería compartirles algunos sentimientos. Respecto a INFORMAR, iluminados por la frase que preside este escrito «NO SE SANA LO QUE NO SE HABLA», mi intención es hablar con el BOARD de lo siguiente: Solo en la camada 82, creo que hay MÁS de 10 abusos. SÉ que en otras camadas, hay abusos. Los abusos consistían, entre otras cosas, en: desnudar, toquetear, franelear, ser masturbado por las manos del P. Alfredo, heladera del cura con frasquitos de semen de chicos de séptimo grado, dedos en el orto, diferentes tipos de golpes, caramelitos. También, me consta, que B. Derham sentaba a niños en su falda y «los besaba en la boca».

Hay preguntas sin respuesta: ¿El B. Burke NO sabía? ¿Fue cómplice? ¿Ocultó? ¿Utilizó información surgida del SECRETO SACRAMENTAL del P. Alfredo para «manejar/ conducir» el colegio? ¿Se tomaron decisiones «trascendentes» a partir de esto; por ejemplo echar a alumnos? ¿El P. Alfredo, rompió el SECRETO SACRAMENTAL, compartiendo lo que algún alumno le había contado? Respecto a la «representatividad», les comparto de corazón que no la necesito. No es porque no crea que sea importante que me la concedan, es un HONOR y RESPONSABILIDAD, sino porque siento que no puedo callar lo que he escuchado. Pasando los días posteriores a la reunión, fui sintiendo un profundo dolor por todo el dolor de tantos de ustedes y otros, que sufrieron en el colegio. También, sentí una profunda vergüenza de haber vivido muy ajeno a estas situaciones. Solo conocía en profundidad los cuentos de… y… Que había «rumores» de que el P. Alfredo era un perverso, había. Como les compartí en la reunión, el tema de los abusos me ocupa el corazón desde hace más de 15 años, por distintas razones. Retomando el «informar», hoy, domingo, me reuniré con un filósofo argentino, muy reconocido, para pensar juntos, cómo hacer de este HORROR un camino de VERDAD, JUSTICIA, SANACIÓN, REPARACIÓN. Desde el miércoles de la reunión comenzó un proceso interior que me llevó a «interiorizarme» de todo este horror. Hablé con algunas personas y seguiré hablando. Estos son mis sentimientos. Cualquiera que quiera hablar conmigo, les dejo mi cel. ¡Ah! Me olvidaba. Mañana, lunes, a la tarde, me reuniré con Monseñor Ojea, mi Obispo, para compartirle todo esto.

Por último, por el momento, les pido PERDÓN DE CORAZÓN a TODOS por los hechos aberrantes que hemos sufrido por «consagrados» de la Iglesia. No puedo dejar de decirles, que si bien vivo el ministerio sacerdotal como un MISTERIO, me siento pleno de ser sacerdote. Esto implica ser miembro de un cuerpo que tiene mucha LUZ y OSCURIDAD. Bueno, no los aburro más. Estamos esperando respuesta del Board para una reunión. Les mando un fuerte abrazo. Unidos en la Eucaristía. Los quiero mucho. EL RUSO

Una carta dura, sin anestesia, que cuenta detalles escabrosos y reales. Y aunque su carta no tenga validez para la Justicia, para mí, mi mujer, mis hijos y seguramente para muchos ex alumnos que sufrieron situaciones dolorosas en el colegio, tal vez esta carta también sane heridas entre tanto dolor.

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Soy el Papa Francisco

Buenos Aires estaba desierta como en cada febrero. Desde hacía varias semanas esperaba con ansiedad que llegara ese día convencido de que tendría buenas noticias en la nueva audiencia por la causa sobre despido que estaba siguiendo en ese Juzgado abarrotado de expedientes hasta en los pasillos. Llevaba cerca de dos años esperando que la Justicia me diera una respuesta concreta. Nunca antes había demandado a nadie y sabía que no sería sencillo luchar contra semejante empresa. Una vez más había tropezado con la misma piedra. Esta cadena de retail también había jugado muy feo conmigo en los noventa cuando entonces era su proveedor pero esta vez era mil veces peor. La traición había sido miserable. Cuando en 2010 me ofrecieron trabajar en forma exclusiva para la compañía, equivocadamente confié en sus jóvenes gerentes y directivos, aceptando una propuesta que, muy a mi pesar, dejaron de honrar unilateralmente de la noche a la mañana después de cinco años de mi total dedicación y compromiso. Como creí que el 8 de febrero de 2017 sería trascendente en el juicio, le pedí a Mariu que me acompañara. Por primera vez en mi vida llevaba largos meses sin trabajo. Era evidente ante cada postulación a ofertas laborales que cuando se tomaba conocimiento de mi demanda contra esa empresa, automáticamente era rechazado como candidato sin tener en cuenta que durante más de veinte años no había tenido un solo problema con las mejores cadenas. Paradójicamente, al igual que sucede en la mayoría de los casos con víctimas de abuso que después de animarse a hablar pasan a ser ignoradas o dejadas de lado, por haber presentado mi demanda laboral todas las puertas se me fueron cerrando.

A diferencia de todas las audiencias anteriores a las que había viajado en tren y subte, esta vez fuimos en auto para llegar a tiempo a la primera reunión que Mariu tendría más tarde en su trabajo para planificar el año. En una fila interminable de despedidos nos encontramos con mi abogada. Antes de entrar y sin garantizarlo sugirió que podría haber novedades. Cuarenta minutos más tarde en el café de la esquina se esforzaba para levantarnos el ánimo y aconsejarnos cargarnos de paciencia. Apenas nos despedimos de ella, caminamos con Mariu en silencio tomados de la mano hasta el estacionamiento. De vuelta a San Isidro fuimos debatiendo sobre el vergonzoso tiempo de la Justicia. Más allá de nuestra frustración, bronca e impotencia por mi demanda concluimos que con una Justicia lenta e ineficiente como la que teníamos era imposible que el país pudiera salir adelante. Con indignación y asombro recordábamos una y otra vez la parva de expedientes acumulada en el pasillo al alcance de todos, en ese lamentable Juzgado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Una vergüenza. Pila de carpetas en el pasillo al alcance de cualquiera. Sensación de subdesarrollo. Nos consolamos mutuamente como pudimos repitiendo sin convicción que debíamos tener paciencia y esperar otros largos meses hasta una nueva audiencia. Manejé lentamente hacia el norte por Avenida del Libertador como perdidos en el tiempo hasta que la calle adoquinada nos avisó que habíamos llegado a San Isidro. Antes de llegar al colegio en el que Mariu trabaja hace más de treinta años nos dimos ánimo y volvimos a prometernos paciencia. Bajó del auto y entró en el edificio. Hacía mucho calor y estacioné debajo de los árboles de la vereda. El sonido de una pelota golpeada me distrajo y empecé a mirar un partido de tenis que dos enamorados de las altas temperaturas estaban jugando en las canchas de polvo de ladrillo de enfrente.

Abrí las ventanas del auto pero no corría ni una gota de aire. El calor era insoportable. Era cerca del mediodía y seguía rumiando sobre la lentitud de la Justicia cuando recibí un mensaje de Cami, mi hija recién casada. Hola, Pa. ¿Cómo les fue? ¡Avisame! No sé si fue la ansiedad, la impotencia, el estrés, el calor o un combo de todo pero cuando intenté contestarle, un nudo en la garganta me hizo explotar en llanto. Como en otras situaciones de mi vida sentí que algo pasaría. Me sentí raro, incómodo y nervioso. Cerré las ventanas, prendí el auto, la radio y el aire acondicionado. ¡Paciencia Rufino!, me repetí una y otra vez. Cami volvió a escribirme y me ayudó a calmarme. Pa, cuando terminen llamame. ¡Todo va a salir bien! Decidí llamarla. Respiré profundo para que no se diera cuenta de lo que me estaba pasando. ¡Hola, Cami!, nos fue bien pero hay que seguir esperando. Ya me avisarán para una nueva audiencia. ¿En serio? ¿En cuánto tiempo? ¡Sí, Negra! Tenemos que seguir esperando y sin perder la calma. La justicia argentina es un desastre pero no podemos hacer otra cosa. Calculo que la próxima audiencia será dentro de tres o cuatro meses. Estoy en el colegio esperando que mamá termine su reunión. Si querés pasamos por tu casa y te invitamos a almorzar. No llegó a contestarme cuando una llamada de celular indicando Número Privado me cortó nuestra comunicación de WhatsApp.

Pensé en las insoportables promociones de las compañías de celulares. No quise atender y volví a llamar a Cami. Hola, Cami. Se cortó por una llamada del teléfono. ¿Quién era? No sé. Algún pesado. Era un número privado. Nuestra conversación volvió a interrumpirse con otra llamada de Número Privado y atendí con bronca. ¡Hola! ¿Quién habla? ¿Rufino Varela? ¡Sí! ¿Quién habla? ¡Soy el Papa Francisco! Corté, convencido de que se trataba de una broma. Por tercera vez sonó el celular mostrando otra vez Número Privado. Estaba a punto de mandarlo al diablo cuando escuché su voz. ¿Rufino Varela? Tranquilo. Soy Francisco. Esta vez lo había escuchado bien. Supe que era él. Entré en un túnel, en un torbellino confuso, como si la voz que me estaba hablando del otro lado de la línea, diciendo mi nombre no fuera real. Salir de esa sensación de irrealidad me llevó segundos que parecieron eternos, Rufino Varela, tranquilo. Soy Francisco. En milésimas de segundo me hice demasiadas preguntas pero una me retumbaba cada vez más fuerte: ¿por qué a mí? Perplejo, casi mudo, apagué la radio y el auto sin darme cuenta de que quedaba encerrado sin aire acondicionado con una sensación térmica cercana a los 40 grados. Seguía sin entender. Dudé por un instante hasta que me volvió a decir, «Tranquilo».

Rufino, le pido perdón en nombre de la Iglesia Católica. Recibí una carta de una persona que lo quiere mucho y me contó todo. ¡Usted no está solo! Por segunda vez un nudo en la garganta me ganó la pulseada. ¿Quién me podía querer tanto para escribirle una carta al Papa Francisco pidiéndole que me ayudara en lo que estaba haciendo? No supe qué contestarle. No entendía qué estaba pasando. El Papa Francisco me había llamado a mi celular para pedirme perdón y para alentarme a continuar mi lucha contra el abuso. Mientras intentaba reaccionar volvió a conmoverme con una simple pregunta. ¿Cómo está, Rufino? ¡No puedo creer que esté hablando con usted, Francisco! La verdad que no lo sé. Son muy duras y tristes las historias que estoy recibiendo cada día y siento que estoy solo. Le aseguro, muy solo. Jesús también estuvo solo, Rufino. Un poco más calmado me animé a contestarle que yo no era Jesús y que no le llegaba ni a la uña del dedo más pequeño del pie. Usted es un eslabón de una cadena rota y solo usted decide el grosor del eslabón y el largo de la cadena, Rufino. Francisco siguió hablándome pero en mi cabeza seguía resonando cada vez más fuerte lo del eslabón de una cadena rota. Es lo que había soñado desde chico. Ayudar a otros. Solo intentar ayudar a otros. Hablamos durante diez minutos. Volvió a pedirme perdón y que no dejara de estar en o con el Obispo Oscar Ojea de San Isidro. Le pido por favor que no cese en ayudar a quienes lo necesitan y no se deje amedrentar por quienes intenten ponerle piedras en el camino. No serán pocos quienes van a pretender silenciarlo una y otra vez. Su misión es ayudar a quien lo necesite desde el lugar en que se encuentre. Yo voy a rezar por usted y su familia, y le pido que usted rece por mí.

Nos enviamos un fraternal abrazo y me dio su bendición final. Yo no quería cortar y esperé que lo hiciera él. Apenas terminó la comunicación me di cuenta de que estaba muy transpirado por el calor que hacía dentro del auto. El sudor se mezclaba con mis lágrimas. Quedé aturdido sin saber qué hacer. Miré el celular y tenía varios mensajes de Cami y la llamé. Entre titubeos e incredulidad le conté quién me había llamado. Se volvió loca. No lo podía creer. Sentí su emoción y felicidad; sin darse cuenta me contagió hasta lo más profundo. Cuando Mariu se subió al auto, le pregunté cómo le había ido en su reunión. Contame vos primero cómo te fue y después te cuento yo. Luego de escucharla, la miré a los ojos y todavía nervioso le dije: Me llamó el Papa Francisco. Tardó en reaccionar y nos emocionamos juntos. Le pregunté si estaba la dueña del colegio y me preguntó para qué. ¿Te diste cuenta? Me acaba de llamar Francisco y yo estaba estacionado acá, en la puerta del Colegio Holy Cross (Santa Cruz). Bajé y con mucha emoción pude compartirlo con Margarin y otras personas que fueron muy importantes en la formación de nuestros hijos en ese colegio que los vio crecer desde sus tres o cuatro años, y en el que Mariu trabaja desde antes que nos casáramos en 1988. Antes de ir a buscar a Cami para almorzar, llamé a un par de personas de mucha confianza, entre ellos a Nicolás Cassese, el periodista del diario La Nación que me había hecho la nota. Me sugirió que compartiera lo que pudiera en mi facebook. Seguí su consejo y publiqué el llamado del Papa Francisco, refiriéndome solamente a la metáfora del eslabón y la cadena rota.

Las reacciones no se hicieron esperar y todo se potenció cuando esa misma tarde La Nación digital mencionó el llamado. Todo parecía color de rosa. Hasta que empezamos a sufrir la intolerancia de desconocidos a través de correos, mensajes, llamados agraviantes y las primeras amenazas. Nunca había imaginado que podríamos terminar de esta manera. De a poco fuimos entendiendo que nada volvería a ser como antes de hacer pública mi historia, nuestra historia. Tal vez por vivir esa situación inexplicable que vivimos durante los primeros meses de 2017, terminé de convencerme de que las palabras del Papa Francisco, día a día cobrarían más sentido en mi vida. Rufino, le pido perdón en nombre de la Iglesia Católica. Usted es un eslabón de una cadena rota. El 31 de julio de 2018 le escribí un e-mail al encargado de protocolo del Vaticano, Monseñor Guillermo Karcher para pedirle que le entregara al Papa Francisco la carta que le adjunté. A las pocas horas me confirmó que la misma había sido entregada.

Estimado Francisco, Gracias a la generosidad de Guillermo tengo esta nueva oportunidad de comunicarme con Ud. Le aseguro que en algún momento de cada día recuerdo nuestra conversación telefónica del 8 de febrero de 2017. Siguiendo su invitación y con absoluta convicción he intentado ser un eslabón de esa cadena rota que bien me explicara. Con el correr de los meses me fui dando cuenta de que no puedo dejar de ayudar a otros. Llevo casi dos años sin trabajo y percibo que no me será fácil poder reinsertarme laboralmente mientras siga ocupándome de todo esto.

Desde el mismo día de su llamado he recibido mensajes y hasta correos criticándome o hasta incluso amenazándome simplemente por haber conversado con Ud. y por expresar públicamente, más allá de alguna critica que pude haber hecho, ser un defensor o fiel seguidor del Papa Francisco. Usted lo debe saber mejor que nadie pero no es sencillo estar en medio de extremos, muchas veces cargados de intolerancia. En aquella valiosa conversación, me repitió que Jesús también había quedado solo y respetuosamente le contesté que yo no era Jesús y que ni siquiera le llegaba a la uña del dedo más chico del pie. Me pidió que rezara por Usted y me dio mucha Paz cuando me dijo que Ud. iba a rezar por mi familia y por mí. Desde hace tiempo y tal como se lo había comentado en su momento a Oscar Ojea, siento que debería irme de Argentina para empezar una nueva vida, sobre todo para proteger a mi mujer, mis hijos y nuestro matrimonio. Tengo muy claro que mi misión es ayudar desde mi propia experiencia. Me han tentado políticos, fundaciones y otras iglesias pero a todos les he dicho que no. Siento que mi humilde misión debe ser junto a mi propia Iglesia, la nuestra. No tengo claro si existe alguna posibilidad que me pueda ayudar con esto pero siento la necesidad de pedírselo. Actualmente mi hija de 27, que se casó el 17 de diciembre de 2016 en Santa Teresita del Niño Jesús, está viviendo con su marido en Australia. Se fueron hace ocho meses con la idea de quedarse un año y medio. A veces siento que no solamente se han ido buscando una experiencia sino también empujados por todo lo que estábamos viviendo acá con toda mi situación que, por supuesto, también afectó a mis hijos. He pensado incluso en irnos para allá y trabajar para otras iglesias o fundaciones pero insisto mi deseo es ser útil a la Iglesia Católica. Tal vez recuerde que en nuestra conversación del año pasado le preguntara respecto a la Congregación Christian Brothers de Irlanda y sinceramente por todo lo sucedido desde mayo de 2016 hasta después de que se hiciera público mi caso donde aparecieran más casos del Newman, y se dieran situaciones de manipulación perversa que nos afectó como familia, por recomendación de buenas personas y de absoluta confianza, finalmente decidí presentar una

extensa denuncia ante la Justicia Argentina. Sabiendo que su eventual difusión mediática podría afectar la resolución del debate por el tema Aborto, la misma será presentada después del 8 de este mes y será incorporada en mi primer libro que espero poder terminar y editar para fines de septiembre o principios de octubre. El 1º de octubre cumpliremos treinta años de matrimonio. Presentarlo en esa fecha significaría un premio a nuestra vida. Estoy convencido de que mi misión es ayudar y lo seguiré haciendo pero sinceramente estoy en una situación económica muy complicada por la falta de trabajo. Siento la necesidad de transmitirle todo esto porque más allá de haber podido estar enojado con Dios, con Obispos, Sacerdotes o hasta incluso en algún momento con Ud., quiero defender mi Iglesia Católica y morir sabiendo que puse todo de mí para colaborar con el Papa Francisco a quien mi traicionado padre, respetaba y iraba cuando aun fuera el Obispo Mario Bergoglio. Él murió hace más de 10 años y hoy sigo guardando un libro suyo sobre minoridad y familia del que en algún momento le había regalado un ejemplar a Ud. Cada día que despierto, a pesar de todos los problemas, asumo con inmensa pasión su invitación a ser un simple eslabón de una cadena que con tristeza pero Esperanza, cada día percibo más rota. Hoy le pido la ayuda que pueda estar a su alcance. Siempre rezo y le pido por Ud. a mi mejor guía, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida. Un cordial abrazo, RUFINO VARELA

No respondió mi e-mail. Con el paso del tiempo comprendí que, sin importar lo que haga el Papa Francisco, la Iglesia Católica, otras Iglesias, las Instituciones y los Gobiernos de turno, mi humilde misión es intentar ayudar a otros desde mi propia experiencia.

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Cumbres siempre borrascosas: ¿En defensa de las víctimas o de la Iglesia?

Cuando pienso en aquel Papa Francisco de polémicos dichos durante su visita a Chile en 2018 que defendía al Obispo Barros de Osorno, «no se dejen llevar de las narices por estos que buscan líos nomás, que buscan calumnias» y a fines del mismo año, cuando se conocieron los escándalos que reveló el Gran Jurado de Pensilvania, Estados Unidos, cuando afirmó «Hemos descuidado y abandonado a los pequeños» me doy cuenta de cuán cierto era aquello que con cautela durante años me animé a comentar a algunos pocos: estoy convencido de que al menos dentro de la Iglesia Católica existió y sigue existiendo una perversa red de pedofilia amparada por sus más altas jerarquías, por la indiferencia de la sociedad laica y sobre todo por la complicidad e inoperancia de la Justicia. Durante la cumbre de este año el Papa Francisco intentó patear el tablero. Como hombre de la Iglesia y como sujeto político advirtió que si no se hacía una fuerte autocrítica, la Iglesia se desmoronaría. Bajo el lema «Escuchemos el grito de los niños que piden justicia», por primera vez en la historia, doscientos líderes de la Iglesia Católica se reunieron para hablar sobre la plaga de abusos sexuales cometidos por religiosos de todas partes del mundo. Se escucharon crudos testimonios de víctimas de abusos sexuales cuando eran niños. «Pedimos que se apliquen con rigor y rápido las leyes que existen, la tolerancia cero. Que se entreguen esos criminales a la justicia civil. No solo a los que abusan sino también a los que encubren», reclamó Juan Carlos Cruz, chileno, una de las doce víctimas recibidas en el Vaticano. De hecho, uno de los organizadores de la cumbre y expertos sobre este tema, el arzobispo Charles Scicluna reconoció la gravedad de una realidad ocultada por

la propia Iglesia, «Es el momento de la verdad. Aunque dé miedo y nos humille». Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, contó que se pretendió ocultar «actos terribles» y encubrir a los responsables. «Los archivos que hubieran podido documentar estos actos terribles e indicar el nombre de los responsables fueron destruidos o no se llegaron a crear», declaró el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana. «En lugar de castigar a los culpables, fueron las víctimas las que fueron reprendidas y silenciadas», lamentó. Paralelamente a la cumbre vaticana, se organizó la contracumbre en Roma con organizaciones internacionales antipederastia como SNAP (Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual) y ECA (Fin al Abuso del Clero). Organizaciones que exigen una mayor transparencia sobre los juicios que lleva a cabo la Iglesia y que se divulguen el número de casos examinados por los tribunales eclesiásticos, que se anule el secreto confesional y el concordato para tener precisa información sobre estos delitos, además de exigir una rendición de cuentas, tolerancia cero e imprescriptibilidad. El Vaticano espera que la cumbre marque «un punto de no retorno» en la lucha contra la pedofilia. Solo cabe seguir luchando contra estos delitos aberrantes, hacer la denuncia judicial, seguir sumando voces y exigir a la justicia —corporativista por esencia — que siempre defienda a las víctimas.

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La Catedral con la que sueño

San Isidro es un barrio histórico ubicado en la zona norte del Gran Buenos Aires. Conserva calles adoquinadas, casonas centenarias, árboles de copas frondosas y añejos naranjos que todavía quedan en algunas de sus veredas. Parte de mi infancia la viví en sus calles, plazas y en su imponente Catedral. Por esas decisiones de los padres que a veces los hijos no comprendemos, en plena niñez nos mudamos a Don Torcuato. Viví allí durante muchos años hasta que me casé con Mariu en 1988. Desde entonces con nuestro propio proyecto volvimos al corazón de San Isidro y nuestro primer departamento sobre la calle Martín y Omar. Don Torcuato era un pueblo de calles de tierra y grandes extensiones. Sobre su avenida principal sigue estando intacta la austera Iglesia San Marcelo. Desde mis primeros años en Don Torcuato hasta que me fui ya casado, San Marcelo era un punto de encuentro. Muchas veces ir a misa era una simple excusa para encontrarnos con amigos y organizar ahí mismo escondidas, reuniones o partidos de fútbol en algún baldío. Recuerdo haber ido los domingos a veces obligado por mi madre que no era practicante pero sí creyente y participar en el coro o, más de una vez, de monaguillo en alguna ceremonia. Los sacerdotes italianos que oficiaban las misas conservaban un acento muy marcado de su tierra que hacía a veces difícil entenderlos, aunque transmitían cariño y compromiso con sus fieles. El Padre Luiggi siempre estuvo cerca de mi familia. Se llevaba muy bien con mi padre a quien no recuerdo haber visto con frecuencia en misa.

Cuando mi madre murió en agosto de 1992, mi padre me pidió que llevara parte de su ropa a la parroquia para que Luiggi la repartiera entre los más necesitados. Ese encuentro que tuve con él apenas mi madre hubo partido, fue conmovedor. Con respeto quiso saber cómo habían sido sus últimos minutos y se emocionó hasta las lágrimas cuando le dije que se había dormido con mucha paz. A las pocas horas se acercó a nuestra casa para saludarnos y al día siguiente volví a verlo en el entierro. Me sentí muy cerca de Dios cuando lo vi triste con lágrimas en sus ojos. Cuando decidimos casarnos con Mariu éramos muy jóvenes. Ella tenía 24 y yo, 23. Siempre había soñado casarme en esa iglesia austera de Don Torcuato, y que Luiggi oficiara la ceremonia. Pero no fue así. Por pedido de mi suegro que conocía muy bien al Obispo de San Isidro, Jorge Casaretto nos casó el 1º de octubre de 1988 en la Catedral de San Isidro. En ese momento Jorge Casaretto era un obispo respetado y querido por la comunidad. Sin embargo, años más tarde fueron muchos los que en voz baja lo responsabilizaron por silencios y encubrimientos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes de su diócesis durante su obispado. Eran rumores que cada día se hacían más fuertes y que de a poco empezaban a incomodarme. Yo lo había conocido personalmente en mi último año de secundario como alumno del colegio Carmen Arriola de Marín. Habíamos tenido dos reuniones junto con un par de compañeros de las distintas divisiones. El motivo de esas audiencias fue pedirle que intercediera para que el rector fuera removido. En un colegio con marcadas diferencias sociales, culturales y económicas, sentíamos que el rector —más allá de su capacidad y bondad como sacerdote— ostentaba su buen pasar ante el alumnado. Tal vez parezca insignificante pero alumnos de familias humildes o con dificultades económicas cuestionaban la ostentación del Padre Montes con su buen vestir, su auto de alta gama, sus mucamas, sus viajes, o la última videocasetera de ocho cabezales que se acababa de comprar. El Padre Montes solía invitar a alumnos a almorzar a su departamento ubicado en el mismo colegio y muchos comentaban con un dejo de bronca su buen vivir. Pedimos que lo trasladara y que fuera reemplazado por un cura más austero, más humilde para estar al frente de alumnos tan distintos. En cierta medida sentíamos que el Padre Manucho Montes no era un buen

ejemplo para muchos de los chicos que concurrían al colegio Marín ya que generaba resquemores, diferencias, críticas a la Iglesia y pérdida de la fe. Con el paso del tiempo supe que esas reuniones habían tenido un efecto tardío. Cuando terminé la secundaria, el Padre Montes fue removido de su cargo y nombrado Presidente del Tribunal Eclesiástico. Lo supe años después, cuando caminábamos con Mariu y nuestra pequeña Camila por la calle Chacabuco en San Isidro y nos topamos con él. Nos saludó con una sonrisa mientras acariciaba los rulos de nuestra hija y sin ningún tipo de rencor o malicia nos preguntó cómo estábamos. Le comenté que nos habíamos casado hacía un par de años y que Camila era nuestra primera y única hija. El comentó con cierto sarcasmo que yo le había hecho un gran favor: gracias a mi pedido y el de otros en el Marín, tras ser removido del colegio, el Obispo Casaretto le había conseguido un lugar inmejorable que en cierta medida lo volvía a sus años de abogado. Burlonamente me confirmaba que gracias a nuestra movida, lo habían nombrado Presidente del Tribunal Eclesiástico. El recuerdo de la época del Obispo Jorge Casaretto, del Padre Montes y de otros sacerdotes de su generación sigue siendo el de una Iglesia Católica que parecía acomodada a gusto y conveniencia de las familias tradicionales de un pueblo con demasiada historia. Un pueblo donde las negaciones y silencios fueron siempre uno de sus sellos más perversos en pos de miserables apariencias. Para muchos la catedral de San Isidro es un simple lugar turístico al pie de la plaza Bartolomé Mitre con sus grandes y bellas tipas, las escalinatas y un lindísimo reloj de flores sobre su barranca pronunciada. Año tras año para la fiesta de San Isidro Labrador el 15 de mayo pasábamos horas en la kermés organizada en la Plaza Mitre y algunas veces nos sumamos a la procesión del Santo Patrono. En la Catedral de San Isidro bautizamos a nuestros hijos, y ahora me viene el recuerdo de tantos acontecimientos vividos. Comuniones, confirmaciones, casamientos, misas en memoria de nuestros muertos, encuentros de jóvenes, coros y algunas confesiones en las que siempre terminé guardándome secretos. La Catedral de San Isidro siempre me inspiró trascendencia. iración por su construcción y por lo que pudo haber significado a lo largo de su historia para

miles de personas que depositaron tanta esperanza frente al Cristo colgante sobre el altar mayor. Si bien por distintas circunstancias tuve idas y venidas con la Iglesia Católica por algún motivo a lo largo de los años volví a acercarme a la Catedral de San Isidro. Quizás esa ambivalencia se deba en parte a mi triste experiencia a mis quince años cuando, como último recurso, golpeé su puerta para pedir ayuda, una ayuda que nunca llegó. Volver allí, y atravesar sus puertas me producía una doble sensación. Algo estaba inconcluso, pendiente. Algo necesitaba ser resuelto en algún momento aunque jamás tuve la certeza de cuándo ocurriría. Fue en esa reunión cuando Alberto Olivero me confirmó que el obispo de San Isidro, Monseñor Oscar Ojea, quería conocerme porque supuestamente estaba muy consternado ya que unas horas antes se había enterado de mi historia por las mismas autoridades del colegio. A Oscar Ojea apenas lo conocía a través de alguna noticia vecinal o por alguna publicación en las redes sociales de algún conocido. La primera vez que me encontré con él fue unos días después de haberme reunido en el Colegio Newman, sin saber cuál sería el motivo y el resultado. Fue en el mismo obispado. Yo estaba nervioso, mi corazón empezaba a correr. Me recibió una señora muy amable que me recordó a aquella mujer que me había recibido a mis 15 años con mi uniforme del Newman y me abría la puerta de la secretaría de la Catedral a la que había ido para pedir ayuda. Lo esperé unos minutos en su oficina con la mente en blanco. Apenas ingresó pude retener su aspecto y su rostro. Detrás de sus anteojos creí ver ojos que reflejaban congoja y sensibilidad. En ese entonces Ojea era un obispo más de una iglesia que, entendía, me había mentido y traicionado de forma miserable y macabra durante años. Pero me quise dar la oportunidad de conocerlo, de escucharlo y de tratar de comprenderlo. Nos sentamos frente a frente en un escritorio repleto de papeles. Quedé irado del crucifijo que colgaba de su cuello al punto que le dije que me gustaría tener uno igual.

Fui a esa primera reunión convencido de que tenía que mantener la calma y que a pesar de mis dudas y desconfianza podría ayudarme a terminar de armar ese rompecabezas inconcluso desde mi niñez que unas horas antes se había complicado aun más por lo que me había enterado en la reunión del colegio de boca de su director Alberto Olivero. Ojea fue muy sincero y me expresó su consternación y vergüenza en nombre de la iglesia. Quise convencerme de su honestidad. Me sugirió que me ocupara primero de mí mismo y me ofreció ayuda profesional a través de una licenciada y su equipo de extrema confianza. Un equipo que me dijo haber creado él mismo para poder hacer frente al desastre que había dejado el obispo saliente Jorge Casaretto por distintos casos de abuso que habían sido silenciados o encubiertos durante años y que habían empezado a explotar apenas asumió su obispado. Una y otra vez insistió en que era su gran preocupación. Cuando intenté relatarle con detalles lo que me había sucedido en la Catedral de San Isidro cuando tenía 15 años, el abuso en mi casa y el horror en el Colegio Newman, me quebré. No podía hablar, no podía desatar el nudo que me cerraba la garganta. Al levantar mi vista con pudor —mis ojos estaban vidriosos— sentí cierto alivio al ver los suyos al borde del llanto. Me ofreció su pañuelo blanco, entonces recordé los pañuelos blancos de algunos Hermanos Cristianos escondidos en sus mangas y me negué a aceptarlo. Mantuvimos una charla sincera en la que me brindó su apoyo e insistió en que yo no estaba preparado para ayudar a otros y que debía ocuparme solo de mí. Su mensaje fue muy similar al que poco tiempo después empezaría a escuchar hasta el hartazgo por parte de Alberto Olivero y el Hermano John Burke. No sé si me sentí más tranquilo o más inquieto que al llegar. Antes de irme propuso bendecirme y acepté. Nos despedimos con un abrazo, saludé a la señora que me había recibido, cerré la puerta y crucé la calle. Al llegar al auto me di cuenta de que estaba al pie de la gran escultura del Cristo con los brazos abiertos que está sobre la avenida Libertador al costado de la Catedral y exploté en llanto sin comprender qué me estaba pasando. Supe que no sería la última vez que me reuniría con el Obispo Oscar Ojea. La segunda reunión con él fue a los pocos meses cuando todo empezó a tornarse

más extraño y difícil. Había podido darme cuenta gracias a Mariu, mis hijos y algunas personas de extrema confianza que el Colegio Newman y la Congregación de Hermanos Cristianos me estaban manipulando para volver a silenciar todo y hacerme pasar por loco al insistir que yo no estaba en condiciones de ayudar a nadie y que debía aceptar la ayuda profesional que ellos brindaban. Ese segundo encuentro fue muy distinto al primero. No me quebré y le prometí que lucharía por mi verdad y la de otras víctimas sin importar quién intentara impedirlo o bloquearme el camino. Oscar me dio el número de su celular e insistió en que me comunicara las veces que fuera necesario. Meses después preferí mantenerme en silencio sabiendo que era inminente hacer pública mi historia. Apenas salió publicada la nota en La Nación el 30 de diciembre de 2016, todo se desencadenó de forma brutal: el impacto que provocó la noticia, mi turbación y angustia frente a todo lo que fue sucediendo, y el 8 de febrero de 2017 el llamado del Papa Francisco quien, entre otras cosas, me sugería que siguiera en o con Oscar, refiriéndose al obispo Ojea. Entendí que había llegado el momento de hacer algo con todas las personas conocidas y desconocidas que me habían ado para confiar sus historias y pedir ayuda. Necesitaba recuperar mi tranquilidad y paz y por supuesto la de mi familia que por mi inexperiencia también estaba expuesta. Muchas de las víctimas y familiares que me habían ado no eran católicas, otras estaban muy alejadas de la iglesia y de Dios. Entendí que debía resolver mi conflicto con la iglesia y para ello se me ocurrió pedirle al Padre Máximo Jurcinovic que hablara con el obispo y que le pidiera si podía celebrar una misa para víctimas de abuso. Independientemente de mis buenas intenciones sabía que una misa en la Catedral de San Isidro celebrada por el obispo tendría un significado muy importante para la sociedad y sobre todo para muchísimas víctimas. Necesitaba un mensaje claro, pacífico y contundente de que esta lucha que habíamos empezado tímidamente entre unos pocos no tendría descanso y que nunca jamás bajaríamos los brazos. Recibí la confirmación del Padre Máximo de que no solamente el obispo había aceptado celebrar la misa sino que había decidido declararla diocesana cursando invitaciones a toda la diócesis, incluidas autoridades del Colegio Newman, y que en lugar del 9 de marzo como yo lo había pedido me sugería que fuese el viernes

10. A esa misa me acompañó gente católica y de otros credos con un profundo respeto. Jamás podré olvidar la emoción de compartir ese banco con mi mujer y mis hijos rodeados de personas que quiero y aprecio, y a pocos metros, entre nuestros asientos y el altar, iluminada con una tenue luz que caía desde lo alto a una escultura de piedra negra de rostro indefinido y manos juntas, Nuestra Virgen, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida y la sentida homilía del obispo Ojea y sus preciosas palabras al bendecirla.

HOMILÍA DE MONSEÑOR OJEA PARA LA MISA POR LAS VÍCTIMAS DEL ABUSO SEXUAL Y EL MALTRATO INFANTIL Catedral de San Isidro, 10 de marzo de 2017

Escuchamos en el Evangelio esta parte del Sermón de la montaña de Jesús; para Jesús hay muchos modos de matar, y el abuso sexual de menores es una de esas formas tremendas, heredadas de Caín y Abel, la vieja historia de la humanidad: el poder y el débil, la fuerza y la debilidad, tantas formas de matar. Para que haya verdaderamente abuso, tiene que haber un poderoso y un débil. El abuso supone manipulación del poder, de una forma de poder sobre la debilidad; supone invadir toda la intimidad, arrasar la intimidad de un inocente; maltrato físico y maltrato psicológico son los componentes de esta aversión. Cuando el débil puede salir de esa red de silencio al que lo obliga el poderoso; ese secreto pactado para comprimir a la criatura cuando puede hablar, cuando puede expresarse, cuando puede decir qué ha pasado, decírselo a sí mismo y decirlo a los demás, comienza la verdadera sanación. Para el Evangelio el hombre se cura con la palabra, y también para la psicología moderna, visto desde otro lugar, cuando podemos empezar a hablar. Jesús hace esto maravillosamente desde el Evangelio de los discípulos de Emaús; él deja que se desahoguen, los deja expresar, les da la palabra.

Por eso la Acción de Gracias en este momento, de esta Misa penitencial, es por todas aquellas personas que han sido señales de Dios en el camino de las víctimas, y que han permitido que se pudiera hablar, que han escuchado, que han abierto el corazón, que se han puesto al lado de estos hermanos que han sufrido tanto y que sufren tanto. Pero también la sanación supone transformar las heridas, el dolor y la bronca, supone transformar todo eso en vida, si no, no sanamos; no podemos sanar comiendo rencor, no nos hace bien. Es imprescindible orientar esa fuerza, esa energía para poder trabajar en función del futuro, nuestros niños, nuestros jóvenes; capitalizar todo ese dolor para poder ser semilla de un mundo nuevo, que nos permita cuidarnos y poder transmitir a los chicos y a los jóvenes este empoderamiento para que sepan decir que no, cuando se trata de la invasión de la propia intimidad. Aprendan de chiquitos a defenderse de este poder que avasalla y que corrompe la dignidad de la persona, obligada al silencio. Por eso nosotros estamos celebrando esta misa penitencial de Cuaresma. Le agradecemos a Rufino que nos haya pedido la Eucaristía, que nos haya pedido la Misa. Junto al Obispo Auxiliar Martín y los sacerdotes presentes te agradecemos, Rufino, te agradecemos por darnos la oportunidad de presidir una misa en la cual rezamos por todas las víctimas de nuestra Iglesia particular y de toda la Iglesia. El abuso es un tremendo problema social, viene de la violencia, de la violencia recibida por aquel que abusa, que seguramente ha quedado anidada en el corazón y que después se derrama implacablemente sobre aquel que sufre el abuso. La violencia, uno de los males más tremendos del mundo en que nosotros vivimos, uno de los cánceres del mundo en que vivimos. Hay que poder vencer esas redes de silencio familiares e institucionales, redes que se han tendido para oprimir y obligar al secreto. El hablar, el expresarse, es también un clamor de justicia. Una justicia exigida en reparación de aquel que ha sufrido una violación semejante; una justicia exigida por la misma naturaleza. La Iglesia ha pedido perdón y yo renuevo ese pedido de perdón aquí, en mi Diócesis, a todas aquellas personas que han sido víctimas de abusos siendo niños

o jóvenes, por de nuestra jerarquía, pedimos perdón a estos hermanos y a estos hijos nuestros. Pero el perdón no solamente como una palabra, sino como un compromiso de acompañar, de estar al lado. En lo que respecta a aquellas denuncias hechas contra estas conductas aberrantes, en de la jerarquía eclesiástica, nosotros tenemos el deber por nuestros protocolos, al realizarse la denuncia, de indicar inmediatamente el camino del derecho a hacer la denuncia en el Tribunal civil, la denuncia penal; y en segundo lugar a iniciar, con el consentimiento de aquel que denuncia, el debido proceso canónico inmediatamente. Este es el compromiso que hemos tomado en estos últimos tiempos, a partir del Papa Benedicto particularmente y a partir del Papa Francisco. He leído con dolor cómo, en algún medio, al Santo Padre se lo quiere hacer aparecer, como protegiendo a los abusadores. El Papa, que tiene que luchar con muchas cosas, ha querido ser clarísimo en este punto; y ya no les hablo mis queridos amigos, mis queridos hermanos, del conocimiento personal que yo puedo tener a la persona del Santo Padre —he sido su Obispo auxiliar tres años, y sé perfectamente quién es y cómo obra y particularmente en este punto—, sino por sus gestos, por sus palabras y por su conducta. Es triste querer ensuciar al Papa, tal vez para entorpecer un liderazgo natural en el mundo, un liderazgo de humanidad, de bien y de seguimiento fresco y literal del Evangelio de Jesús. Queridos hermanos, en esta Eucaristía nosotros ponemos delante de Jesús a tantos hermanos que han sufrido, le pedimos al Señor poder servir a la Justicia y a la verdad. Y le pedimos también tener un mundo en el que nos cuidemos mejor, en que podamos apreciar lo que significa la intimidad del propio cuerpo, la sacralidad de la dignidad de la persona humana, por la cual tenemos que luchar cada día. Que el Señor Jesús nos ayude a servir y a vivir hondamente su Evangelio de vida. ¡Que así sea!

Nunca había escuchado a un Obispo dar un mensaje tan claro y contundente sobre este tema. Tiempo después el obispo Ojea fue nombrado Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Aunque tuve necesidad de dialogar con él, por sus nuevas responsabilidades preferí no molestarlo. Continué el diálogo con el padre Máximo, al que aprecio mucho más de lo que imagina, a pesar de las discusiones que hemos tenido. Aun con dudas, miedos y cierta desconfianza en reiteradas ocasiones ofrecí mi ayuda en caso de que necesitaran apoyo en la lucha contra el abuso. A pesar de mi ofrecimiento y predisposición para colaborar, por mi forma de actuar, rebeldía e inconsciencia siento que a veces he sido, soy y seguiré siendo un clavo en el zapato para la Iglesia Católica. Algo que conversamos con el Obispo Ojea en uno de nuestros encuentros fue lo mismo que durante años conversé con mucha confianza con distintos sacerdotes de diferentes lugares. Tenía que ver con el Sacramento de la Confesión. El pedido de perdón. El perdonar. Con el Obispo Oscar Ojea hablé algunos temas que, entendí, podía confiarle sobre lo que estaba sucediendo desde mayo de 2016 con el Newman y los Hermanos Cristianos. Le comenté sobre las personas que se estaban acercando de una u otra forma para confiarme sus propias historias. Historias desgarradoras, no solamente de abuso sexual sino también de maltrato, violencia familiar e innumerables dramas. Intenté transmitirle que era muy doloroso conocer a muchas de esas víctimas desde antes sin siquiera haber imaginado lo que habían vivido y seguían sufriendo desde sus silencios muchas veces forzados. Pero que era más difícil para mí aceptar seguir caminando por la calle, especialmente de mi San Isidro y reconocer a personas que, por desgarradores testimonios, serían victimarios sin que nadie lo sospechara. Ojea, consternado, frunció sus grandes cejas y juntó sus manos en posición de rezo. Estaba dispuesto a contarme algo muy fuerte, con reserva de las identidades y ninguna pista de quiénes podían ser o en qué época o lugar había sucedido. Casualmente me confiaba eso, lo difícil que había sido para él haber estado durante tantos años confesando personas una y otra vez, sobre todo escuchar de familias católicas de buena posición sociocultural y económica, casos tremendos de abuso intrafamiliares, y desde su lugar solo poder perdonar

espiritualmente, bajo el pacto de secreto de la confesión. Estoy convencido de que el Poder Legislativo de cada país debería intervenir con seriedad: más allá de la espiritualidad y sacralidad de toda religión o creencia hay vidas humanas que, silenciadas por el opresor, seguirán siendo aniquiladas. Apenas unas semanas antes de escribir este capítulo, el Papa Francisco encabezaba en Roma el Sínodo de Obispos para exponer por primera vez en la historia de la Iglesia Católica las atrocidades cometidas por clérigos contra menores en el mundo entero. «Confesamos que hemos protegido a los culpables y silenciado a las víctimas de abuso» (Papa Francisco, febrero 2019). A los 54 años siento que haberme animado a escribir este libro para ayudar a otros desde mi humilde experiencia es volver a intentar cerrar una herida que por una u otra razón nunca había terminado de cicatrizar. Escribirlo es haber podido cumplir mi promesa de hace muchos años. Lamentablemente, el aberrante delito de abuso sexual difícilmente podrá ser erradicado de las familias, instituciones e iglesias más allá de los deseos y tibias medidas. Desde que tengo uso de razón escucho a candidatos políticos decir que si fueran gobierno sanearían y limpiarían el Riachuelo, incluso prometiendo que en menos tiempo del imaginado las familias que viven sobre sus orillas podrán volver a pescar peces no contaminados. Siguen pasando los gobiernos y ese extenso cauce de agua que nace en la provincia de Buenos Aires y desemboca en el Río de la Plata sigue podrido y contaminado atentando contra millones de vidas inocentes. Así sigo viendo a mi Iglesia Católica y a gran parte de la sociedad en la que he vivido y sigo viviendo. Promesas. Vacías promesas. A pesar de todo, cada día que despierto me permito creer y soñar con un mundo mejor.

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Facebook

Nunca antes me había preguntado cuál fue el motivo principal para que la pesca me gustara tanto, sobre todo por la forma en que la practicaba, en absoluta soledad. Desde muy chico tuve facilidad para llevarme bien con todo tipo de gente pero curiosamente no tuve la necesidad de tener amigos íntimos. Fui muy familiero o por lo menos intenté siempre tener una buena relación con mis padres, mis hermanos, mis suegros, mis cuñados e incluso con las familias de ellos. Desde muy joven me he sentido más cómodo con personas mayores que yo. Así soy. Cuando aparecieron las redes sociales, principalmente Facebook, no me llamó la atención para empezar a interactuar como a otros. No me generaba curiosidad. Siempre fui de los que prefieren el mano a mano, el encontrarse para charlar con un café, una cerveza. Verse. Las redes sociales me parecían absurdas. Sin darnos cuenta, el ser humano empezaba a sentirse más a gusto a través de un teclado y una pantalla. El mundo empezaba a comunicarse virtualmente dejando a un costado el interactuar personalmente como yo me había criado. En 2009 alguien me convenció y me uní a la comunidad. Tiempo después empecé a usar esta red social para mi actividad comercial, creando una página para promocionar mis productos y así continué, sin darle la importancia que la mayoría de mis conocidos hacía, como compartir cuestiones familiares, amistades o actividades de la vida diaria. Mi privacidad quedaba resguardada con los más íntimos. No me interesaba tener un millón de amigos —virtuales— como Roberto Carlos. Disfrutaba mi soledad. Jamás imaginé que Facebook iba a terminar siendo tan importante en mi vida. Creo firmemente que todo el desenlace de mi historia no hubiese sido posible si no hubiera contado con esta maravillosa red social. En diciembre de 2016 se me ocurrió compartir la nota publicada en el diario La

Nación en mi muro y sin poder preverlo o anticiparlo, Facebook empezó a convertirse en algo impensado, en una herramienta que me garantizó tranquilidad, seguridad, transparencia, protección y contención. Jamás imaginé que esta red me iba a permitir contar con archivos importantes como uno de 2010 que le envié a un ex compañero de colegio por privado que no nombro por respeto a su intimidad comentándole que estaba intentando escribir un libro sobre mi historia y sobre otras que seguramente habían sucedido en nuestro colegio muchos años antes. Tampoco creí que iba a rescatar una publicación de 2013, en la que anunciaba que tenía interés en organizar una ONG o Fundación en el Instituto de Ciegos Roman Rosell de San Isidro, y dos o tres publicaciones posteriores en las que informaba sobre los avances en las conversaciones con la Sra. Teresa González, directora de ese instituto y con la Srta. Belén quien manejaba la agenda del Subsecretario de la Niñez Dr. Gabriel Lerner. Cómo olvidar esos días cuando ambos funcionarios se negaban a darme una reunión hasta que se me ocurrió sincerarme con la directora del instituto y decirle que si no me quería atender era su problema pero que entonces se enteraría a través de los medios sobre abusos sexuales ocurridos en esa institución muchos años antes. Reaccionó enseguida casi rogándome que nos reuniéramos pero entonces decidí jugar su propio juego y me negué a verla. Ya era tarde. En octubre de 2016 utilicé Facebook para participar a mis amigos del casamiento de mi hija Camila con Marcos. Lo que empezó a suceder apenas compartí en mi muro la nota del diario La Nación del 30 de diciembre de 2016 es algo que aún hoy me cuesta entender. Nunca lo había imaginado. Publicaciones propias, comentarios de amigos de la vida y virtuales, publicaciones de terceros y por supuesto también infinidad de mensajes privados que guardo en un cofre bajo llave como un verdadero tesoro. Entre esos cientos de mensajes hay historias de abusos y de otras situaciones tremendas de ex alumnos de mi colegio y de otros colegios. Gravísimas situaciones intrafamiliares de gente conocida y desconocida de Buenos Aires, de otras provincias y de distintos países. Todas absolutamente todas me permiten comprender la brutalidad y bestialidad del ser humano. Un tesoro —repito— inesperado que me ayudó a poder estar tranquilo en los momentos más complicados junto a mi familia.

Soy un convencido de que sin esta red no podría haber llegado hasta donde llegué. No podría haber descubierto la verdad y desenmascarar tantas inmundicias de la forma en que lo hice con la ayuda de muchos. Estoy convencido de que sin Facebook muchos periodistas y medios tradicionales tampoco se habrían animado a ofrecerme su tiempo y espacio. Facebook fue mi principal aliado. Fue el medio más sincero y fehaciente que pude haber tenido. Me permitió enfrentarme día a día con una realidad a veces no muy grata, cruda, con mensajes agresivos, agraviantes e incluso amenazantes que también he recibido. Creo que tanto en mi caso como en otros de distintas situaciones me permitió descubrir y exponer una triste realidad de silencios, encubrimientos, engaños, mentiras, falsedades, hipocresía, negaciones y manipulaciones que durante décadas estuvieron presentes en nuestra sociedad laica y religiosa como algo «normal». Me permitió además sacar la mugre debajo de las alfombras, reírme de cientos de negadores seriales y de una parte de la sociedad a la que pertenezco que se preocupó siempre por cuidar —ante todo— las apariencias. También me dio la posibilidad de desenmascarar esa parte oscura de mi Iglesia y de miles de católicos sin vergüenzas. Pero también me brindó la oportunidad de poder mirarme al espejo y verme rodeado de mi mujer, mis hijos y de buenas personas, conocidas y desconocidas, demostrándome su apoyo para que pudiéramos llegar juntos a la verdad. Este libro era una promesa que me había hecho hace muchos años, incluso antes del messenger que le envié a mi ex compañero del Newman en 2010. En gran parte se lo debo a las redes sociales, a esa infinidad de buena gente que me fue acompañando de distinta manera y también a todas esas personas con quienes hemos discutido o nos hemos distanciado. Se lo debo a todos, incluso a mis enemigos, a aquellos detractores que alguna vez creí que eran parte de mi familia o buenos amigos. Insisto, más allá de que el origen de Facebook haya sido otro, para mí es una herramienta muy valiosa que me permitió después de años encontrar un verdadero alivio. Compartí noticias, novedades, mis estados de ánimo. Nunca dudé en transmitir cómo me sentía al escuchar tantas historias tristes, por estar sin trabajo durante

largos meses o lo feliz que fui cuando gracias a uno de mis pocos amigos de verdad, Daniel Romero, me atreví a empezar a manejar su auto como trabajo temporal o como de a poco fui sintiendo que se convertía en mi actividad principal. A veces siento que el orden de las cosas por más difícil que resulte entenderlo tiene siempre una lógica. Hoy creo que haber estado sin trabajo durante tanto tiempo fue lo mejor que pudo haberme pasado para poder dedicarme a leer tantas historias y a encontrarme cara a cara con tanta gente que estaba sufriendo y que solo me pedía ser escuchada. Sin desentenderme de mi lucha pero algo más tranquilo y contento con mi nuevo trabajo, a fines de 2018 a través de Facebook también empecé a compartir mis cuentos sobre pasajeros. Simples historias cargadas de sentimiento. Fue por eso que de casualidad o por causalidad un alma generosa y sensible se ó conmigo para proponerme hacer realidad mi viejo sueño. Le gustaron mis cuentos pero seguía conmovida por mi historia y la de tantos otros que venía siguiendo desde aquel 30 de diciembre de 2016. Nos reunimos y escuché sorprendido su ofrecimiento. «Queremos ayudarte a escribir tu libro.» Con una mezcla de sensaciones, el 21 de marzo de 2019 en la Sala Mario Benedetti firmaba el contrato con la Editorial Planeta en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

FACEBOOK MESSENGER 16/08/2010 23:01 … querido… escribir un libro sobre mi infancia… del cura Alfredo incluidos… Para saber mi verdad quiero que se conozcan muchas verdades que hasta ahora por alguna razón siempre se taparon. Siento que vomitar eso y otras cosas… me hacen muy bien. Te mando un abrazo enorme. Rufo

17/08/2010 10:47 me encanta Rufino y desde ya contá conmigo, creo haber sido víctima total del cura ese. ya te contaré… llamame… y juntemonos… pasame tu fono. gran abrazo…

CATÓLICOS SIN VERGÜENZA Durante más de 30 años PREFIRIERON MIRAR PARA OTRO LADO, SILENCIAR, OCULTAR, TAPAR, ESCONDER Y/O ENCUBRIR para que los «delitos escandalosos de abusos y maltrato» no salieran a la luz y así cuidar y transmitir una imagen de lo que no son. Todavía no pasó el primer año desde que empezará a destaparse tanta inmundicia a partir de mi caso y aún hoy estoy convencido que quedan muchos por hablar aunque ya es suficiente con tanta perversidad relatada por los mismos ex alumnos y hasta por un sacerdote muy respetado de su comunidad. Entonces, ¿con qué derecho me vienen a pedir, sugerir o presionar para que deje de hablar sobre el Newman, los Christian Brothers o la Iglesia misma? ¿Con qué autoridad moral me escriben pidiendo que no hable de tal o cual cura o hermano argumentando que lo conocen de toda la vida? Si son tan católicos y espirituales, ¿por qué entonces no se ponen en el lugar de los que pasaron por estas degeneraciones en vez de defender a un hermano, al menos, encubridor por ingenuidad, perversidad o conveniencia, de por lo menos 12 casos? ¿Qué les pasa por la cabeza? ¿De qué Espíritu Santo me quieren hablar? ¿Cuál es el significado que tiene para Uds. el Certa Bonum Certamen? ¿Leyeron los Evangelios alguna vez?

Se cagaron en demasiadas personas y familias durante años por aparentar algo que no son y ¿ahora pretenden hablar de conducta, moral, sanación, espiritualidad e imponer tiempos? ¡No, señores! Están muy equivocados. Se terminó la basura debajo de las alfombras. Se terminó la mentira y el engaño. Ahora nos toca a nosotros. Durante años callamos muchas cosas porque nos hicieron callar desde distintos lugares. Podemos perdonar a quien muestra arrepentimiento pero nunca a quien sigue jugando con el dolor. El tiempo y las decisiones ahora son nuestras. Recién va un año de los 35 que nos robaron. Tenemos mucho tiempo para hablar, escribir y ayudar. O ¿acaso ahora tambien pretenden volver a abusar desde el poder? Entiendan bien: NUNCA MÁS NOS ABUSARÁ ni el Newman, ni los Christian Brothers ni la Iglesia ni NADIE. Mírense al espejo y traten de descubrir la crueldad y aceptar la vergüenza de una vez por todas. Sanen primero Uds. antes de insistir en que sanemos nosotros.

VERDAD Y JUSTICIA Rufino Varela Ex Alumno C. Newman De 4to grado a 3er año

Camada 1982 29/11/2017

PASADO, PRESENTE Y FUTURO ¿Cuántas veces con parientes, amigos o compañeros de trabajo hablamos con orgullo de nuestro pasado lejano? Nos sentimos campeones al recordar una y otra vez aquello que hicimos hace décadas. Ya nos duelen las rodillas, la espalda o tenemos problemas de próstata o algún by pero seguimos inflando el pecho relatando con pasión aquel try, gol o carrera de hace cuarenta años. ¿A quién acaso no lo han homenajeado en vida con alguna cena, un plato grabado con su nombre y el aniversario número no sé cuánto, por aquel un viejo logro? Al mismo tiempo en nuestras casas o trabajos, estratégicamente exhibimos con orgullo medallas y copas de torneos de tenis, golf, rugby, fútbol y hasta diplomas de chinchón de aquel club que ya no existe. Colgamos por todos lados fotos que nos muestran al joven deportista espléndido o al súper macho nocturno bailando con la chica más linda de aquella fiesta de quince en los ochenta. Seguimos hablando una y otra vez sobre lo que aprendimos hace años luz en el colegio, la facultad o en aquel máster de Indiana sobre Enrique VIII, Colón y sus carabelas, el Apolo XI, Hiroshima y Nagasaki, la Guerra Civil Española, la penicilina o el asesinato de Kennedy. Seguimos sintiendo escalofríos al recordar «La mano de Dios», aquel gol con la mano de Maradona a los ingleses en 1986. El médico antes de intervenir a un paciente pide la historia clínica y pregunta por

antecedentes en la familia. El arquitecto o ingeniero estudia la historia del suelo antes de poner el primer kilo de cimiento. El abogado lleva cada caso por su capacidad y experiencia respetando los Códigos y muchas veces apoyándose en la jurisprudencia. Si podemos hablar del pasado, de lo que se nos ocurra con tanta libertad entonces me pregunto: ¿Por qué incomoda tanto hablar del ABUSO SEXUAL Y MALTRATO? Los negadores seriales sostienen: «Pasó hace mucho» o «Son heridas del pasado». Justamente, son heridas del PASADO que están PRESENTES y si las seguimos callando arruinarán nuestro FUTURO. El PASADO es HOY. Que nadie quiera callar Tu Historia.

DEL ABUSO AL ABRAZO Comparto lo que me escribió una persona maravillosa que conocí personalmente hace muy poco tiempo pero que fue solidaria desde el primer día y que tiene una rica experiencia en el tema (fue Director del Colegio San Juan El Precursor de San Isidro hasta el año pasado).

Del abuso al abrazo

Abuso, que te mata, te domina, por poder y por violencia

Abuso, del pacto que lo oculta, no lo mira y lo silencia Abuso, del que te come el rencor, el dolor y te deja en el pasado Abuso, del que persiste porque para muchos seguís siendo el abusado

Abrazo, del que habla y señala y le pone fin a su historia Abrazo, de los que te escuchan, te miran, y no pierden la memoria Abrazo, del perdón, del alivio, del que soy, y del que sana Abrazo, porque con vos y con voz hoy comienza mi mañana.

(Para Rufino, con toda mi iración, abrazo y solidaridad) Eduardo Cazenave Del abuso al abrazo

12/03/2017

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Vidas partidas

Lamentablemente, la lista de ex alumnos del Colegio Newman que sufrieron abusos sexuales y/o castigos corporales se siguió agrandando. Después de las cartas de pedido de perdón del Colegio y de la Congregación de Hermanos Cristianos del 10/4/2017 y del 18/5/2017, creí que volveríamos a la «normalidad». Pero no fue así. Desde que se había publicado mi historia en el diario La Nación el 30 de diciembre de 2016, había empezado a recibir infinidad de testimonios de casos ocurridos en el Colegio Newman y en diferentes lugares de Argentina y otros países. En la mayoría sentí la desesperada necesidad de hablar. Tuve la sensación de que esa nota había sido un disparador demasiado fuerte para que muchos se animaran a romper sus silencios. En parte sentí culpa por remover heridas del pasado pero al mismo tiempo sabía que seguir callando era aniquilar el presente y condicionar el futuro. Mi aturdimiento era total sobre todo cuando leía o escuchaba testimonios de ex alumnos más grandes o más chicos que yo. Nunca me había imaginado tanto dolor y silencios guardados. Mi solidaridad e incondicional abrazo para quienes pudieron romper sus silencios de años por su propio bien y para quienes aún no lo han logrado. A todos les deseo paz. Con mucho respeto y dolor, preservando las identidades, comparto algunos testimonios que recibí.

Recibido el 10/07/2017

En 197… ingreso al Cardenal Newman y permanezco en el colegio hasta … año del secundario, 198… Año en el que informan q no seré itido, para continuar en la institución.

El año en que sufrí el abuso por parte del padre Alfredo me es difícil discernirlo, fue en una sola oportunidad, pero recuerdo de manera imborrable lo acontecido, y alguno de sus dichos y su rostro. También lo que pasó por mi mente al salir de allí, una mezcla confusa entre la conciencia y ausencia total de la misma, y de lo que acababa de suceder. Su convocatoria a presentarme a su habitación, es algo que también generó gran inquietud. El rector «el Burke» había hablado conmigo, y era evidente que por sus palabras tenía conocimiento de mis confesiones al padre Alfredo que se suponían bajo secreto sacramental. Al presentarme en la habitación del padre Alfredo, este se presenta como «médico pastoral», entiendo que para dar un marco al pedido de que fuera al baño, me bajara los pantalones y pusiera en erección mi pene, sorprendido, aturdido, hago lo que me pide y vuelvo con los pantalones hasta las rodillas intentando mantenerlo en erección. Se sienta frente a mí y me toca los testículos, me mira y hace un comentario acerca de las buenas piernas fuertes que tengo…no recuerdo nada más relevante que su mirada lasciva. Me retiro y pasa por mi mente su comentario, y la inquietud que esto me generó. Es difícil saber a ciencia cierta cuánto y de qué manera esta experiencia afectó mi vida. Lo cierto es que luego de una nueva frustrada relación de pareja, y a esta altura de mi vida, cuando vuelvo a pensar en la necesidad de una terapia que me ayude a entender los motivos por los cuales sigo eligiendo relaciones tan destructivas, que implican en sí mismo un grado de aceptación del abuso, y la dificultad que he tenido en ponerle límites, y encontrar felicidad en relaciones sanas, me llega la información de esta denuncia por parte de uno de los damnificados por este colegio, y sus curas, o «hermanos» pedófilos. Durante mucho tiempo, y especialmente durante los años transcurridos en esa institución creía haber algo malo en mí, creía ser un degenerado, algo vergonzante, y vergonzoso, e inconfesable. ¿En quién podía confiar si ni el

secreto en las confesiones fue respetado? El representante de Dios su intermediario en la tierra, no lo había hecho. Con esto he tenido que vivir toda mi vida, internalizado hasta un punto difícil de describir, muy profundo. Algo que jamás conté a nadie. Junto a un temor irracional que nunca supe de dónde venía, de que me consideraran un pedófilo a mí. Verdadero Terror!!! Algo que tal vez aumentaba por mi capacidad, y empatía con los niños, algo parecido a un don para conectar con ello. Temí siempre con esto, y me ha generado mucha angustia nunca manifestada, inexplicable, siempre en silencio. Pavor que alguien algún día siquiera lo sugiriera, por qué este temor?? He llegado a pensar que podía tener que ver con alguna vida pasada, o delirio por el estilo. Los niños tienen afinidad conmigo, por lo general se acercan espontáneamente, esto lo disfruto, tiene que ver con mi profesión, en muchos casos siento entenderlos, y conocer la manera de entrar en su universo, esta facilidad sin embargo siempre pasa por el filtro de este temor. Creo que he vivido durante mucho tiempo negando o desconociendo inconscientemente el abuso del que fui víctima. Tal vez resida aquí la explicación por estos temores, esta angustia inconsciente, la cruz de haberme sentido inapropiado, degenerado, y las vías de escape que encontré, muchas nocivas… otras me han hecho ser el que soy, cosa que agradezco, pero aún hoy lo sigo padeciendo, en muchos aspectos busco la manera de exorcizar, si cabe el término, estos demonios.

Recibido el 16/01/2017

Querido Rufino, antes que nada felicitarte por tu valentía, estoy seguro que tu coraje es sanador no solo para vos sino para muchos que hoy todavía están en silencio.

Fui alumno de Newman de primer grado a cuarto año de secundaria (once años), cuando me echaron por falsos motivos. Solo mentes enfermas podían pensar así. Sufrí la hipocresía de este tal Alfredo y los brothers de aquella época, ningún abuso físico, sí espiritual, y nunca más pude creer ni confiar en la iglesia. Un fuerte y sincero abrazo. (De la camada 59/60.)

Recibido el 12/01/17

Estimado Rufino, no te conozco pero también soy ex alumno camada… hijo de ex alumno camada… y tengo sobrinos ex alumnos. Leo atentamente todo lo que escribís con gran valentía. No soy un fanático del colegio pero le tengo mucho aprecio porque forjé muchas amistades allí que aunque no las veo con frecuencia sé que siempre están. No pongas reparos si hay enojos o divisiones. Contá tu verdad siempre, que nada te frene. Somos muchos como yo que te apoyamos en silencio pero en la oración (hoy miraba mi foto de comunión con Alfredo y se me vino el alma al suelo. Cuánta hipocresía). Seguí para adelante… Las palabras que no decimos nos ahogan… Sé libre. Espero esto te sirva para que sepas que hay muchos que te siguen y apoyan… En mi camada en el grupo de wap se habló de todo esto y sé que piensan como yo la mayoría. Te mando un fuerte abrazo, y que Dios te dé la paz y tranquilidad que necesitas. Siempre para adelante!!!

Recibido el 14/01/2017

Hola Rufino, quería mediante el presente brindarte mi apoyo y solidaridad y felicitarte por tu valentía. Soy ex alumno del colegio, conocí a tu padre que fue entrenador mío en el año 74 y soy de la camada 79 con tu hermano… Siempre se comentó sobre el pervertido del padre Alfredo y el pederasta de Derham alias «el cuervo», también me dio mucha bronca la actitud de Finnegan (alias «la víbora») y Burke. Te mando un gran abrazo. (De la camada 79.)

Recibido el 31/12/2016

Qué bueno Rufo! Supe ser muy amigo de tu hermano por esos años, probablemente me recuerdes. Una bestial mezcla de emociones al leerte; me perforó el alma el imaginar tu dolor y el peso de cargar esa mochila por casi cuarenta años y, al mismo tiempo, alivio de ver que te hayas resuelto a descargarla en alguna medida. Nada de lo que contás nos era ajeno a aquellos que vivíamos en el colegio por esos años. Quienes digan no haber sabido es porque eligieron mirar para otro lado. Ojalá tus aguas fluyan menos revueltas de aquí en más. Todo mi apoyo, aunque poco signifique a la distancia. Fuerte abrazo y lo mejor para vos. (De la camada 79.)

Recibido el 08/01/2017

Estimado Rufino, Después de haber leído detenidamente toda la documentación que acredita los sucesos de torturas y abusos que sufriste en nuestro Colegio Cardenal Newman y

que ahora son de público conocimiento, me animo a dar testimonio de un descarado e inaceptable abuso sexual al que fui sometido en esa casa de estudios en mis primeros años de la secundaria. Sin descartar el bullying al que fui sometido por no ser deportista y por lograr niveles altos en lo académico te tengo que transmitir detalladamente y como apoyo lo que me sucedió en horario de clases en la residencia del Padre Alfredo en ese entonces capellán del Colegio Newman. Se me solicita mi presencia ante el cura sin motivo alguno aparente, cosa que me alegra ya que perdía la hora de clase sin saber aún con mi inocencia de adolescente que iba a la boca del lobo. Me apersono en su residencia bajo la capilla del colegio y me recibe cordialmente dándome el motivo de su llamado a una charla informativa de educación sexual. Comienza con preguntas generales sobre sexualidad, masturbación, pecado de la fornicación, etc. La incomodidad comienza cuando me pide desnudarme ya que tiene que examinarme para chequear si mis genitales funcionaban bien. Allí viene lo peor, me acuesta boca abajo en su propia cama y después de manosear mis nalgas introduce en mi ano su o sus dedos provocándome un dolor intenso. Luego los retira y me dice que me vista y me vaya que todo estaba bien. Volví al aula avergonzado y confundido sin decir una palabra ni a mis compañeros de lo sucedido ni tampoco luego a mis padres, que hoy a los 91 y 87 luego que les revelara semejante secreto, lo lamentan porque me hubieran sacado en el acto de un Colegio con Pederastas. Había, sin yo saberlo, sido violado!! Te acompaño en tu sufrimiento y espero esta carta sirva para prevenir a nuevas víctimas de nuestro colegio y a sanar a los tantos casos de abusos y torturas que deben haber ocurrido y/o puedan todavía pasar.

Un fuerte abrazo

Recibido el 04/01/2017

Hola Rufino cómo estás? Leí tu caso y me pareció espeluznante. Cuando se lo conté a mi mujer se me trabó la voz y tuve que contener las lágrimas para no llorar. Así que te mando un abrazo. Mi caso es más leve, si se puede decir. Aunque todo mi transcurso en el colegio fue tortuoso de principio a fin, al punto que no sé bien cómo soporté tantos años pasándola tan mal sin explotar. Hasta no hace mucho eventualmente soñaba que estaba en el colegio. Desde mi punto de vista hubo abusos de poder, de autoridad y particularmente en mi caso también sexual. Con el agravante por supuesto de ser una institución educativa y además religiosa. Yo entré al colegio en… grado, donde estaba muy bien y tenía un gran grupo de amigos. Era el año 198… Me cambiaron de colegio para llevarme a uno «mejor» supuestamente. Por esto es que mi madre tiene también una especie de sentimiento de culpa que quizá notaste cuando hablaste con ella. El tema es que como todo niño que ingresa a un colegio a mitad de camino se le hace difícil ubicarse, ser aceptado y empezar a funcionar socialmente. Estaba el Brother Derham que en ese momento estaba al frente de una especie de biblioteca y era algo así como el cura bueno o amistoso con los niños. El resto era palo y palo, reglazos y pellizcones en el cuello. Supongo que ese primer año en el colegio estaba tan solo que necesitaba acercarme a alguien. Lo que recuerdo es que un día en algún recreo pasé del otro lado del mostrador y estaba a su lado, también recuerdo que no había nadie más (el timbre ya había sonado). Entonces me sentó en su falda y me dio un beso en la boca. Recuerdo perfectamente la forma de su boca, la humedad de sus labios y una especie de grano que tenía. También recuerdo de vuelta al aula caminando ese pasillo desierto con una confusión mental importante.

Bueno todo eso quedó reprimido en algún lugar del inconsciente por muchos años. Un día en terapia, yo ya tenía 23 o 24 años más o menos, ese recuerdo salió a la luz. Fue revelador y realmente ahí empezó un proceso de «cura» o no sé, desintoxicación. Como te decía, todo mi paso por el colegio fue doloroso y sombrío. Pero bueno, todas esas experiencias me conformaron lo que soy hoy. Te mando un abrazo.

Recibido el 03/01/2017

Una vez una amiga me dijo hay un lugarcito en el infierno para los indiferentes! No quiero ser uno de esos! Rufo no te conozco pero te banco! Sé que el cura Alfredo abusó de un amigo de Newman también! Yo fui abusado psicológicamente y físicamente por O’Donell el director de primaria. ¡Como no era un buen alumno no le dije a mi padre por miedo a que él también me pegara! La profesora de inglés me humilló hasta el hartazgo, no solamente a mí, a mi hermano también! En fin, la pasé para el orto en el colegio! El bulling que recibí de parte de los profesores y después de mis compañeros es interminable al punto que pedí que me sacaran del colegio! Y así fue que al finalizar primer año me fui. No sé qué más decir… iro todo lo que hiciste, tenés mucho valor! Un fuerte abrazo.

Recibido el 31/12/2016

Hola Rufino, iro mucho lo que has hecho y espero que estés bien con tu familia, esto es algo que seguro le ha pasado a muchos más en nuestro colegio,

espero que más gente se anime. Un abrazo grande.

Recibido el 30/12/2017

Rufino querido… soy ex Newman y estaba con tu hermano en la clase… un crack… sentí mucho dolor y tristeza mientras leía la nota en La Nación… antes cuando me llegó la carta de Newman dije… el padre Alfredo… y acerté… reverendo hijo de puta… te mando un fuerte abrazo y hoy me gustaría ser tu amigo… quedo a total disposición… abrazo enorme para vos y tu familia… ojalá te apoyen y tengan la única mirada que hay que tener hoy de apoyo incondicional y pensar solo en vos y no en nosotros.

Recibido el 2/01/2017

Rufo querido, leí la nota de La Nación. Sabía lo del Padre Alfredo, un montón lo sabíamos y hubo muchos casos más. Claro que no sabía por qué habías ido a verlo. Se ve que venías cargando esta mochila pesada desde hace mucho tiempo y por fin te la sacaste de encima. Espero que esto te ayude a curar las heridas. Un abrazo grande.

Son infinidad de testimonios que duelen. Con el paso del tiempo los del Colegio Newman fueron cediendo lugar a otros de personas conocidas y desconocidas. Al releer cada uno y tratar de comprender el porqué de tanta crueldad y sufrimiento concluyo, aunque de poco sirva, que si bien en mi caso se trató de un primer abuso con un empleado de la casa de mis padres y luego con un sacerdote pasionista y otros religiosos pertenecientes a la Congregación Hermanos Cristianos o Christian Brothers, la inmensa mayoría de casos son de abusos intrafamiliares. Con mi más profundo respeto y tal vez representando a cientos de historias que recibí, comparto estos dos últimos mensajes que tanto me conmovieron. El primero por el título elegido por la propia víctima que anticipa su profundo dolor, y el último por haber compartido con ella lindos momentos de nuestra infancia sin haberme dado cuenta de su sufrimiento.

Recibido el 12/07/2017

Me habían fusilado en mi dignidad. Yo también fui ultrajada a los (– de 10) años por un amigo de mi papá, cada siesta me llamaba a su habitación y él estaba acostado y yo con shorts tenía (– de 10) años y era en la ciudad de… Este señor con sus dedos me tocaba la… Lo negué años, y un día resurgió, pero nunca pude ser feliz como persona… Ya de grande lo conté y fue como si contara una pavada… nadie me abrazó, nadie se lamentó, nadie nadie entendió que me habían fusilado en mi dignidad. Viví con esto. No sé si es dolor, no lo sé… a veces creo que es soledad, dolor… se convive. Gracias (+ 60).

Recibido el 22/01/2017

Silencio por mamá. Hola Rufino, mi caso es intrafamiliar y lo único que le produciría a mamá es un dolor enorme, no por lo que me pasó a mí, sino por mi hermano, su hijo ejemplo y predilecto, una psicóloga me dijo un día: vas a empezar a sanar cuando se lo digas en la cara, y no hace muchos años, se lo dije adelante de mi marido y una de mis hermanas, ese día sentí mucho alivio, siempre rezo por él, yo estoy bastante en paz, me costó mucho la vida a partir de eso, pasé por muchas situaciones feas, casi pierdo el rumbo, por eso es que mientras mamá viva, este secreto seguirá guardado para ella. Imaginate que desde muy niños, mamá escuchaba que nos peleábamos y sin preguntar qué pasaba, me ponía a mí en penitencia y a él no, sabía perfectamente que me podía hacer lo que quisiera que mamá siempre le iba a creer a él, por eso no lo puedo hablar con ella, lamentablemente. Por el momento no le encuentro mucho sentido decirle esto a la vieja, tengo

suerte de no ser rencorosa, pero me he pasado la vida observando a mi hermano para que jamás le haga lo que me hizo a mí a nadie más.

Todos los testimonios duelen porque son de vidas partidas. Vidas partidas que siguen viviendo lo mejor que pueden con esa herida que aunque se intente mil veces cicatrizar siempre está más o menos abierta. De algo estoy seguro y me gustaría que cada vez más personas lo pudieran entender:

EL ABUSADOR NO PIDE PERMISO. EL ABUSADOR PIENSA Y PLANIFICA. EL ABUSADOR PUEDE ESTAR EN TU COLEGIO, EN TU IGLESIA, EN TU CLUB, EN TU BARRIO, ENTRE TUS AMIGOS O, AUNQUE DUELA DECIRLO, DENTRO DE TU PROPIA FAMILIA.

Terminaba de escribir este capítulo y recordé a María Vanbiesem, mi consuegra. María, además de una gran mujer, es acompañante espiritual. Sabe de lo que habla. Siento que sus palabras tienen que estar aquí, en este lugar, antes de cerrar este capítulo.

Shhhh Onomatopeya de guardar silencio Orden de callar Mandato de mantener el secreto

Muchos recordamos el famoso cuadro de los hospitales, donde Muriel Mercedes

Wabney, modelo argentina, ordenaba guardar silencio, un silencio respetuoso ante quien está enfermo o convaleciente. Hay un silencio de respeto ante la muerte. Cuando guardamos un minuto de silencio antes de los partidos de fútbol, en los actos protocolares o como homenaje a alguna persona fallecida. Hay un silencio sagrado, aquel silencio de asombro gozoso ante la maravilla de la Creación, silencio donde podemos escuchar nuestro corazón, donde podemos escuchar nuestros anhelos más profundos, silencio de intimidad con Aquel que nos habita. El silencio contemplativo. Y hay silencios impuestos, silencios que no vienen del respeto ni de lo sagrado. Silencios para guardar secretos. Secretos para asegurarse la impunidad. El secreto es siempre un problema. El secreto es una cadena invisible que ata a la persona, que la tiene sujeta, sin poder ejercer su libertad. Sin la libertad de poder narrarse, sin la libertad de poder vivir en la verdad. La verdad os hará libres (Jn 8,32), y el secreto os hará esclavos. Por eso siempre necesitamos buscar la verdad, y la verdad aunque duela. Aunque el costo sea un matrimonio roto, aunque el costo sea una familia herida, aunque el costo sea perder afectos, aunque el costo sea perder relaciones muy queridas. El secreto no solo ata a la víctima a la que se lo impone, no solo ata a quien se lo impone a sí mismo, sino que afecta a su descendencia. Los secretos se legan de una generación a la otra, como una desgraciada herencia. Se observa que los hechos de una familia que han sido mantenidos bajo secreto, suelen repetirse en las siguientes generaciones. María Torok, psicoanalista sa, habla del efecto durable y punzante de un secreto de familia. Es como si, en alguna parte, no se tuviera el derecho de saber y de hablar de ello; y al mismo tiempo, como si uno no tuviera el derecho de olvidar y que, todo eso, es preciso hacerlo saber, pero no decirlo explícitamente,

ni incluso saber que se lo sabe y que se lo transmite: un doble nudo gordiano. (Anne Ancelin Schutzenberger, ¡Ay, mis ancestros!, Editorial Omeba, 2006.) Los hechos sucedidos claman por salir a la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado (Lc 8,17). La experiencia me indica que cuanto más procuramos ocultar un hecho, encerrándolo en un baúl bajo siete llaves, este adquiere más fuerza, la fuerza necesaria para romper los cerrojos, y esa fuerza a veces sale como menos se espera. Según la mitología griega, el rey Midas estaba muerto de vergüenza por sus orejas de burro y consiguió esconderlas bajo su corona de rey. Solo su peluquero sabía lo de las orejas de burro y tenía prohibido contárselo a nadie. El peluquero no estaba muy seguro de poder guardar el secreto y tenía miedo de que algún día se le escapara sin querer. Así que se fue a la orilla de un río, cavó un hoyo muy hondo y susurró en el hoyo el secreto. Así el secreto quedaría enterrado. No contó con que la tierra nos devuelve todo lo que sembramos. Y en el lugar del hoyo creció un enorme junco que se doblaba cuando pasaba alguien y gritaba a los cuatro vientos. «¡El rey Midas tiene orejas de burro!», así gritaba el junco siempre que pasaba alguien. Y así fue cómo todo el mundo en Frigia sabía que al avaro rey Midas le habían salido unas enormes orejas de burro. ¡El secreto clama por salir a la luz! Freud recordaba que «aquel cuyos labios callan, conversa con la punta de sus dedos». Se traiciona por todos sus poros. ¿Cuántas veces hemos escuchado siendo niños que los trapos sucios se lavan en casa? ¡Mentira! Los trapos sucios no han solido lavarse en casa, se los guardaba como basura bajo la alfombra («técnica de la alfombra», como dice el Padre Larry Yevenes sj), como si al no verlos y no hablar sobre ellos, estos se desintegraran por la simple acción del tiempo.

Pero estamos viendo con gran esperanza que las familias comienzan a lavar sus trapos sucios. Los niños que han padecido abuso lo cuentan a su mamá, o a una persona en quien pueden confiar, y los adultos pueden escucharlos, recibirlos en su desconcierto y en su dolor, pueden buscar ayuda en profesionales de la salud, en profesionales del derecho… y en Acompañantes Espirituales. Muchos adultos ya no escuchan estas cosas como fantasías, como disparates de los niños, sino que toman en serio estos relatos y toman cartas en el asunto. Durante mucho tiempo se priorizó el prestigio de las instituciones, fuera un colegio de renombre, la familia, la Iglesia, por sobre las personas afectadas. La sociedad antes era como esos tres monitos de nuestra infancia que no quieren ver, escuchar ni hablar de ciertos temas como el abuso o el maltrato. «Ojos que no ven, corazón que no siente». Hoy vemos que eso está cambiando. El prestigio de una institución ya no se mantiene mediante el secreto, tapando hechos dolorosos y aberrantes. Ya no está aceptado el encubrimiento, el trasladar al abusador a otro lugar, sin actuar a conciencia. Por el contrario, ya somos muchos los que creemos que el prestigio de una institución se agiganta cuando la institución vive en la verdad, cuando asume las faltas o delitos que se producen dentro de ella y de parte de de la institución, cuando acoge a las personas afectadas y colabora con la investigación de la justicia. Ya somos muchos los que queremos poner el foco en la víctima, y no en el prestigio o en la imagen. Durante mucho tiempo, se fueron sumando y multiplicando secretos tras secretos. Secreto sobre secreto. El adulto que abusaba a un niño le imponía el secreto: Este es un secreto entre nosotros, si hablas:

• nadie te va a creer • lastimarás a tu familia a la que decís querer tanto, tu familia se dividirá… • te voy a matar, o mataré a tu familia, o…

Si el abuso sucedía en el colegio, y el niño se atrevía a decirlo a la autoridad de esa institución, recibía una nueva orden de Secreto: ¡No lo digas a nadie! ¿Qué van a decir de nuestro Colegio? ¡Calla! Vas a arruinar la imagen de esa persona, vas a arruinar la imagen del Colegio. Reza por esa persona y no se te ocurra comentarlo. Si el abuso sucedía en el ámbito de la familia, y el niño se atrevía a contarlo, muchas veces tenía que escuchar: ¿Qué estás diciendo? Si tu tío Juan es buenísimo. ¡No lo repitas nunca! ¡Vas a romper la familia en dos! El secreto afecta tanto como el abuso. El secreto también lo observamos en las mujeres golpeadas. Los médicos y enfermeros escuchan a las mujeres cuando llegan a los hospitales con las costillas quebradas, con el relato de «me caí por las escaleras». Y el maltratador logra que ella mantenga el secreto mediante engaños o amenazas. El abusador, el maltratador o el encubridor, someten a la víctima mediante presiones psicológicas y morales, chantajes o amenazas, para que guarde el secreto e incluso a veces, se pretende comprar el silencio de las víctimas para no llegar al juicio. Es imprescindible salir del círculo del secreto, lo que en la Mafia llaman OMERTÁ. La omertá o ley del silencio es un código de honor de la mafia. En la cultura de la Mafia, romper el juramento de omertá es punible con la muerte. «Si hablas, eres hombre muerto. Mantén la boca cerrada.»

Esta práctica es muy difundida en casos de delitos graves o en los casos de mafia donde un testigo o una de las personas incriminadas prefiere permanecer en silencio por miedo a represalias o por proteger a otros culpables. En general, estos hechos aberrantes padecidos recién se cuentan a los veinte, treinta, cuarenta años de sucedidos. Hace falta mucho tiempo para poder romper el secreto. (Por eso estos delitos no pueden prescribir.) Pero creo que eso también está cambiando. Los niños ya se atreven a hablar más. Quizá la sociedad, las comunidades, las familias, la Iglesia, estén más atentas o dispuestas a querer escucharlos. Y al develar el secreto, comienza la sanación. Recordar, relatar, elaborar. Y es necesario denunciar ante la autoridad de la Institución donde se produce el abuso o maltrato, denunciar ante el Provincial en el caso de ser un religioso, denunciar ante el Obispo en el caso de ser un sacerdote, denunciar ante el Nuncio en el caso de ser un Obispo. Denunciar ante una fiscalía al abusador o al maltratador, sea este un familiar, conocido, maestro, o quien fuera. Denunciar como un acto de caridad. Caridad para proteger a otras posibles víctimas, porque así podemos prevenir futuros abusos o maltratos a otros. Y caridad para con uno mismo. Cada persona necesita poder narrarse, sin lagunas, sin baches, sin secretos. Cada persona merece poder relatar su historia como historia de salvación, transformando sus heridas en ayuda y bendiciones para otros. Y lo más importante: PREVENIR. Tenemos que enseñar a nuestros niños a no guardar secretos que los dañen. Que el niño sepa que la mamá o alguien de su confianza siempre estará de su lado, siempre dispuesta a escucharlo, a creerle, a defenderlo.

Y termino con el punto 29 de Amoris Laetitia del Papa Francisco: «El abuso sexual de los niños se torna todavía más escandaloso cuando ocurre en los lugares donde deben ser protegidos, particularmente en las familias y en las escuelas y en las comunidades e instituciones cristianas». Y con el punto 54: «Destaco la vergonzosa violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud que no constituyen una muestra de fuerza masculina sino una cobarde degradación. La violencia verbal, física y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunos matrimonios contradice la naturaleza misma de la unión conyugal». Me siento honrada por la vocación de Acompañante Espiritual que Dios me regaló. Miro con gran esperanza esta época que nos toca vivir, época bisagra entre un mundo ocultador y un mundo que busca la verdad aunque duela, que ayuda a las personas a romper sus Secretos. Acompañante Espiritual: El acompañante espiritual ayuda a la persona a romper el secreto, mediante un clima de confianza que se genera en los encuentros de acompañamiento. Mediante una escucha contemplativa, respetuosa y sagrada, irá animando a la persona a romper el secreto, a recordar situaciones olvidadas. Será tarea del Acompañante facilitar a la persona un espacio donde ir haciendo su proceso y dejarse sanar por Dios.

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Carta de una mamá

Estimado Rufino, No nos conocemos pero como madre de un alumno del Cardenal Newman, quería agradecerte por tu valentía. Imagino lo difícil que habrá sido para vos y otros compañeros mantener este silencio durante tantos años. Imagino también la impotencia que habrás sentido frente a la inoperante y cobarde respuesta de adultos y autoridades responsables en el pasado. Entiendo que lamentablemente tampoco fue más fácil en el presente. En estos días hablando con madres del colegio sobre estos hechos y otros que por distintas razones siempre prefieren taparse, les decía la importancia de darnos cuenta de que ¡las personas siempre, siempre estamos por encima de las Instituciones! Sea la institución que sea, Iglesia, partido político, colegio, club e incluso la misma familia. ¡¡El respeto a la integridad de las personas está por sobre todas las cosas!! ¡Si fallamos en esto, fallamos en todo! Todos lo sabemos, que la RAZÓN de ser de un colegio son sus Alumnos, que ellos son lo Más importante. ¿Por qué entonces «EL CUIDADO» a la Institución pasa a ser lo que más preocupa? Quizás el colegio no tiene del todo claro que decir las cosas por su nombre y

actuar en consecuencia en nada lo mancha, todo lo contrario lo ensalza, lo hace más fuerte y confiable. El peor problema no es cometer errores, todos lo hacemos. Lo terrible y poco sabio es no verlos y permanecer en ellos. Te agradezco que hayas tenido el coraje de romper con este miedo a decir lo que está mal y buscar un resarcimiento, un reconocimiento del error, y un pedido de disculpas como mínima por parte del colegio, tanto para vos como para otros. En nombre de la Comunidad Newman te agradezco que hayas hablado y exigido perdón. En nombre de la sociedad toda, te lo agradezco. Sin duda nos despierta, nos ayuda a todos a vivir más sinceramente. Siento enormemente que hayas tenido que pasar por todo esto y otras personas también. Y también siento que en la medida en que estos y otros hechos se tapen por miedo al «qué dirán» o «a no pertenecer» el abuso sigue estando presente. Tanto el abuso físico, como otros actos que atenten contra nuestra integridad, libertad y dignidad solo pueden ser sanados y corregidos cuando una Institución junto con todos sus actores tiene el coraje de reconocer con humildad sus errores y pedir perdón de corazón. Me alegro que… como representante del colegio lo haya hecho finalmente. Es también mi deseo de sumarme y pedir perdón en nombre del colegio y el de la sociedad toda. Por mi parte espero y deseo tener siempre el coraje de no callar, de no tener miedo a decir lo que está mal y actuar en consecuencia. ¿No es acaso esto «Luchar la Buena Lucha»? Qué paradoja, ¿no? Sin duda todos somos responsables los unos con los otros; con nuestro hacer, nuestro sentir y decir diario.

Quiero que sepas que lo que te comento aquí también lo hablaré con las autoridades del colegio. Gracias nuevamente y por favor acercá este agradecimiento a tus otros compañeros que también se animaron a hablar. Todo mi respeto y respaldo a cada uno de ustedes. Atentamente,

Mamá de un Alumno del Colegio Newman 28 de junio de 2017

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El Caso Malenchini

Nunca pude olvidar un mediodía de 2004 cuando almorzaba con un pariente bastante mayor que yo y apareció una noticia en la TV que conmovió a toda la sociedad, y sobre todo a los jóvenes. Y luego su comentario mordaz: ¡Mirá a estos grandulones que vienen a hablar ahora! ¡Qué vergüenza! Hoy intento recordar cada una de sus palabras y lo que sentí en ese momento para poder entender lo que me había sucedido a partir de la primera reunión en el Colegio Newman en mayo de 2016 cuando intentaba encontrar las piezas de un rompecabezas que desde chico nunca había podido terminar de armar. En el noticiero de agosto de 2004 el periodista comentaba la cámara oculta que había permitido sacar a la luz el caso Malenchini del colegio San Juan el Precursor, de San Isidro. Pedro Víctor Malenchini, profesor de dibujo, confesaba ante una cámara oculta del programa de televisión Código Penal que veinticinco años antes, cuando era profesor de dibujo del colegio San Juan el Precursor de San Isidro había abusado de sus alumnos menores de edad. Esa exitosa cámara oculta había sido acordada entre la producción y los denunciantes, ex alumnos del tradicional colegio de San Isidro. Los protagonistas de esa historia eran apenas unos años mayores que yo. Cuando escuché la noticia me sentí absolutamente identificado con ellos. ¡Mirá a estos grandulones que vienen a hablar ahora! ¡Qué vergüenza! Parecía que esas palabras me las dijera a mí. Tuve la sensación de que me estaba amordazando para que no se me ocurriera hablar de mi propia historia. Sin duda, todo mi proceso que fue muy largo y muy penoso y que se visibilizó cuando pude animarme a hablar con los medios, se lo debo en gran parte a esas valientes

personas que fueron víctimas y amigos de las víctimas del caso Malenchini. Nunca pude olvidarme de ese mediodía ni de esa persona que tanto apreciaba. Preferí creer que su afirmación no había sido hecha con maldad, aun pudiendo haber estado enterado de mi propia historia, sino desde una forma de ver las cosas de una sociedad acostumbrada por décadas a ocultar y a negar. Preferí creer y pensar que su forma de pensar tan negadora se debía por haber crecido en una sociedad de apariencias. Fue muy duro ese mediodía. Porque sentí que esos chicos ya grandes no lo estaban haciendo por ego sino, en gran parte, para ayudar a otros y poniendo sobre aviso a la sociedad sobre un abusador para que se lo condenara y no volviera a cometer más abusos. Si bien yo ya había roto mi silencio con muy pocas personas de mi máxima confianza y llevaba varias hojas escritas aún sin saber que un día escribiría un libro, sentí que también me estaban hablando a mí. Sentí que eran muy solidarios, y que me estaban alentando como a tantos otros a que no bajáramos los brazos en nuestras propias luchas internas. Sabía que los chicos que fueron abusados por Malenchini eran muchos: algunos habían sufrido abuso sexual, y otros sufrieron por lo que pasaron sus propios amigos y compañeros del colegio. Cuando salió publicada la nota del diario La Nación, uno de los primeros llamados que recibí fue el de Juan Carlos Bancalari que me dio todo su apoyo en nombre de los otros chicos en momentos tan duros para mí. Juan Carlos había sido uno de aquellos ex alumnos del colegio San Juan El Precursor que había sufrido por lo que habían pasado sus amigos y compañeros. Vinieron a casa. Estuvimos un rato conversando. Era la primera vez que nos veíamos. Esa tarde conocí personalmente a Tupa Belgrano, Otto Kexel y a Juan Carlos Bancalari. Nos transmitieron tanto a mi mujer como a mí muchísima paz. Fue una de las cosas lindas que nos dejó todo esto. Quedamos en volver a hablar. Coincidíamos en que podíamos hacer algo juntos

y esa fue la razón por la que tiempo después volvimos a encontrarnos. En mi segundo encuentro conocí a Juanqui Belgrano. Me quedaba claro que eran seres excepcionales. Coincidimos en la idea de ayudar a otros e incluso de colaborar con las Iglesias y con el Estado, sobre todo en lo referido a prevención. Después vino la vorágine del 2017 y 2018 y cada uno siguió su camino aunque atentos a lo que estábamos haciendo desde nuestros lugares. Y aunque estos gestos parezcan pequeños —un simple llamado, un abrazo, un encuentro para decir simplemente te apoyo o estoy con vos para lo que necesites — son grandes, porque hacen que uno pueda seguir adelante con luchas que no son solamente personales sino que involucran a otros y deberían incluir a todos. En nombre de mi mujer, mis hijos y yo, el agradecimiento eterno a Juan Carlos Bancalari, al Tupa Belgrano, a Otto Kexel y a Juanqui Belgrano que merecen ser mencionados en este libro. Estuvieron en el momento más difícil a cambio de nada, poniendo sus hombros, sus oídos y simplemente dándonos su aliento.

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Traición, la raíz de todo abuso.El Caso Puccio

A medida que fueron pasando los meses desde que hiciera pública mi historia, fui entendiendo que más allá que el tema expuesto había sido el abuso sexual y maltrato infantil, muchas personas me arían por otro tipo de abusos y situaciones complejas. Sabía que tarde o temprano hablaría con alguien que lo había conocido mejor que yo. No es difícil comprender que su historia pudiera haber dejado heridas tan profundas y duraderas en tanta buena gente. Este caso es apenas uno más de muchos que han devastado a amigos, familias y conocidos para siempre. Siempre imaginé que algún día iba a escribir sobre la traición y cuando una «amiga virtual» publicó en mi muro de Facebook un título que decía: ¿Y QUE NADIE ADVIERTA NADA, NADA?, entendí que había llegado el momento. Durante años pensé en el dolor de sus íntimos amigos que, por ese vínculo sagrado de la amistad, reaccionaron instantáneamente en montonera para respaldarlo y defenderlo a capa y espada ante las aberrantes acusaciones. Unos años más chico que él, apenas lo conocía. Sabía que jugaba al rugby con uno de mis hermanos en la primera del Club Atlético San Isidro y que también había debutado en el Seleccionado Argentino Los Pumas. Apenas unos días antes de su detención, había pasado un día en la casa de mis padres en Don Torcuato junto a amigos y mi familia. Me había dado el «lujo» de intercambiar algunas palabras con él. En ese entonces para mí era un privilegio. El tipo que había visto en la tele con la camiseta de Los Pumas estaba en casa

hablando conmigo de su negocio, inventos e ideas para ganar plata. Le comenté sobre unas pesas de plástico de colores que se llenaban con agua o arena porque se habían puesto de moda. En esa época me dedicaba al tenis. Adelante de mi tío Jorge, con total naturalidad me dijo: «Cuando quieras, pasá por el negocio que te regalo un par». Ese negocio de windsurf que llamaba la atención en pleno San Isidro estaba pegado a su casa, donde con frecuencia se juntaban amigos íntimos a ver algún video o a comer unas pizzas o empanadas. Alejandro fue detenido el 23 de agosto de 1985 en su casa de la calle Martín y Omar en pleno corazón de San Isidro. Estaba con su novia y en un sótano tenían todavía viva a una de sus víctimas secuestradas. A diferencia de los anteriores, esta mujer tuvo la suerte de ser rescatada y seguir viviendo. Cuando lo detuvieron negó ser parte del clan y la mayoría de sus amigos y su novia no creyeron en su culpabilidad. Salvo al principio, nunca se habló demasiado del tema ni en la calle, bares o en el mismo club. Después de muchos años algunos de sus amigos o compañeros pudieron expresar lo que sentían: «Fue uno de los golpes más duros que me dio la vida. Es una mancha y un dolor que no te sacás más. Fue un monstruo, un asesino, un traidor. No creo que nadie se imagine el dolor que nos causó», confiesa treinta años después Eliseo «Chapa» Branca, ex jugador del CASI y compañero de Alejandro Puccio. «Fue un miserable, nos traicionó» (Hugo Porta). Esas palabras sentidas de Branca y Porta como las de tantos otros me resonaron durante mucho tiempo, tal vez inconscientemente fueron también parte de los disparadores que me animaron a hacer lo que finalmente hice en diciembre de 2016. Estoy convencido de que el común denominador a todo tipo de ABUSO es la TRAICIÓN. Solo desde ese lugar pude comprender lo que habrán sentido o seguirán sintiendo quienes fueron amigos o confidentes de Alejandro Puccio o

de los otros de ese clan criminal. Lo entiendo desde aquella misma amistad traicionada que tuve de chico con José Moreira, el casero al que mis padres le habían dado una enorme oportunidad de mejorar su calidad de vida y que los traicionara sin piedad abusándome y manipulándome durante años. Y más tarde con la confianza aniquilada por el Padre Alfredo, el Colegio Cardenal Newman, los Hermanos Cristianos y la misma Iglesia Católica. El abuso de la amistad y confianza de Alejandro Puccio tenía como fin el secuestro, el dinero y la muerte. El abuso de amistad y confianza de los míos y de tantos otros, lo sexual y el maltrato.

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Honrar la vida

Recuerdo la cara de felicidad de mi padre al darnos los regalos que había traído de uno de sus viajes laborales a Estados Unidos. La gran sorpresa eran unas cajas de cartón con la leyenda FRÁGIL. Desde esa misma noche en nuestro living sonaría la más variada música en el flamante equipo de audio. Nunca fui de tener preferencias, disfrutaba escuchar lo mismo que elegían mis hermanos mayores. Eran los años en que el rock nacional se había hecho fuerte y muy poca música importada sonaba con demasiada frecuencia. Los long play y cassettes de Serú Girán, León Gieco, Piero, Víctor Heredia, Pedro y Pablo y Mercedes Sosa se mezclaban con unos pocos de Génesis, Yes, Queen, Clapton, Floyd, Camel, Young, y de música clásica y marchas patrias. En mi juventud tardía había encontrado el gusto por la lectura. Influenciado por mi madre terminé enamorándome de la historia europea y sobre todo de la guerra civil española. Desde hacía tiempo venía sufriendo abusos y una manipulación perversa por parte de José, el encargado de la casa de mis padres. La misma persona a la que ellos habían ayudado sacándolo de la marginalidad y pobreza confiándole un trabajo y lugar en nuestra casa, me tenía preso con sus mentiras y terribles amenazas. Y en el Colegio Newman, el Padre Alfredo y el Hermano Finnigan se aprovechaban de mi vulnerabilidad con atrocidades como muchos años más tarde supe que también habían hecho a otros alumnos de distintas camadas. Por primera vez en mi vida sentía odio contra mis abusadores, cómplices y encubridores pero no podía hacer nada.

A mi manera, por miedo a la humillación y vergüenza me esforcé para seguir viviendo como cualquiera, sin levantar la más mínima sospecha por el macabro temor a las represalias. Como pude, me fui acostumbrando a transformar mis llantos en sonrisas forzadas para los demás. Había empezado a martirizarme la sola idea de que alguien se enterara de lo que me estaban haciendo. No fueron pocas las letras de canciones que sonaban de día y de noche en nuestra casa que me conmovían el alma y poco a poco fui aprendiendo a amigarme con cada una de ellas. Podría nombrar decenas que a propósito escuchaba seguido en la nueva bandeja Technics con púa de cuarzo. Pero nunca pude olvidarme de la canción que sin importar quién la cantara le daba un nuevo sentido a mi vida, a lo que padecía y al mismo tiempo añoraba. Ya había perdido la noción del tiempo. Las pesadillas parecían no terminar nunca. En mi casa y en las excursiones de pesca con José y en el colegio con el Padre Alfredo de los Pasionistas y el Hermano Finnigan de la Congregación Christian Brothers. Manipulado y amenazado, viví guardando silencio hasta escuchar por primera vez Honrar la vida, de Eladia Blázquez, interpretado por la Negra Sosa. Sin saberlo, se convertiría en una de mis canciones preferidas. A los catorce años me fue invadiendo la rebeldía, y la posibilidad de romper silencios con unos y otros parecía más cercana. José ya me había prohibido que volviera a Corpus, el campo en Rauch de mis vecinos de San Isidro, y fue forzándome a que abandonara el rugby y que dejara de irme los fines de semana a las casas de mis amigos de colegio. Muchas veces me pregunté si lo que me había sucedido con José y con el Padre Alfredo y el Hermano Finnigan podía acaso haber tenido alguna similitud con el Síndrome de Estocolmo. «Si hablás, todos se burlarán de vos», «Nadie te va creer» y «Tu familia y amigos te abandonarán». Con los religiosos de mi colegio mi sufrimiento fue aun peor ya que la perversidad era en nombre de Dios. Fueron años de mucha impotencia y demasiada vergüenza. José, el Padre Alfredo y el Hermano Finnigan seguían sintiéndose mis dueños pero sus manipulaciones macabras de a poco empezaron a encontrar resistencia.

Ya no me importaba nada. Ya no quería seguir viviendo prisionero en mi propia casa y en mi colegio y entendí que una forma para poder liberarme era empezar a amenazar yo mismo con contar todo. La posesión y manipulación se tornaron insoportables, y mi rebeldía y enfrentamiento aún peores. Empezaban las fiestas de quince y a pesar de mi aturdimiento, dudas, inseguridades, confusión y miedos disfrutaba mis salidas. José estaba obsesionado y parecía enloquecer cada vez que me veía con alguna novia o con amigos. Nuestra casa tenía muchas ventanas y algunas no tenían cortinas ni persianas. Sin importarle que estuviera con mis padres o hermanos, en cualquier rincón de la casa buscaba la forma de espiarme hasta cruzarme con su mirada brillosa y desafiante. Pasaron muchos años hasta que pude controlar mi miedo y angustia, de solo pensar estar viendo sus ojos pegados a la persiana de mi cuarto. Recuerdo los enojos de uno de mis hermanos cada vez que entraba al baño y lo encontraba lleno de vapor y con el espejo empañado. ¡Abran la ventana cuando se bañan!, gritaba a veces enojado. No creo que haya sabido que era yo quien se bañaba con las ventanas cerradas y la persiana bien baja. Era la única forma de sentirme algo más seguro aunque todo terminaba siendo en vano.

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Pescadores de hombres

Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Mateo 4:19

Enero de 2005 fue mágico. Había descubierto un lugar soñado para poder pescar el tiempo que quisiera sin descuidar a Mariu y mis hijos. La Olla estaba cerca del centro de Punta del Este. Una playa con demasiada gente pero con un entorno perfecto para cualquier pescador. Rocas impregnadas de mejillones que formaban un pequeño estuario al que estaba prohibido acercarse nadando. A cincuenta metros de la sombrilla podía ir y venir las veces que quisiera. Pasaba de piedra en piedra esquivando los mejillones, que cortaban como cuchillas filosas. Disfrutaba pescar corvinas rubias y burriquetas. Hacía tiempo que me había dado cuenta de que los uruguayos tenían un trato especial. Podían ser reservados pero pocas veces me había cruzado con alguno que no hubiera sido amable y educado. Casi todos los días veía llegar a un hombre adulto y robusto con dos cañas, un balde blanco y un bolso colgando en la espalda. Su rutina parecía cronometrada. Acomodaba su vieja bicicleta y mientras miraba de reojo el mar —siempre parado sobre la misma piedra— preparaba meticulosamente sus líneas y carnadas. Hacía algo diferente que me causaba curiosidad.

Probaba un par de tiros para un lado y para el otro sin esperar demasiado. Si no pasaba nada en los primeros veinte o treinta minutos, se iba. Si en cambio sacaba algo, se quedaba un rato más, como forzando algún horario. A los dos o tres días de verlo me acerqué, y con un disimulado esfuerzo pude entablar el primer diálogo. Acostumbrado a pescar en la costa argentina donde siempre hubo viento y corrientes más fuertes que en la uruguaya, supuse que había algo que pudiera ser distinto a la hora de pescar allí. Ese policía de Maldonado me fue confiando de a poco los secretos de la pesca que conocía como la palma de su mano. El peor defecto de un pescador es creer saberlo todo pero ese hombre tenía algo especial. Leía el comportamiento del agua, los remolinos, el color y la espuma como nunca antes había visto. Era el mediodía. Estábamos el policía, otro uruguayo y yo pescando rubias desde las rocas. Las olas golpeaban cada vez más fuerte y no era fácil mantener el equilibrio ante cada embestida. En el pequeño estuario la espuma se hacía más densa y desaparecía con los intensos remolinos que iban y venían. Venga que le voy a prestar un cangrejo. El agua está para las negras. Puede que pasen, me gritó desde lejos. Por las dudas lo seguí al igual que el otro pescador. Con mucho cuidado, fuimos atando los cangrejos vivos a cada anzuelo y nos metimos en el pequeño estuario lanzando a no más de cuarenta metros de distancia. Cada uno empuñaba su caña. A pesar del rugido del mar, guardamos silencio, atentos a cualquier ataque sorpresivo. ¡Carajo! La caña del tercero pegó un latigazo tremendo y a los diez minutos de pelea intensa le sucedió lo mismo a la del policía. Apenas vi el lomo de la primera pensé: que no me agarre una de esas porque la caña y el hilo no van a aguantar.

Era un espectáculo fabuloso para ver. El policía miró hacia la costa y le hizo señas a alguien que estaba entre la gente que se aglutinaba para mirar. Un muchacho delgado con la inconfundible remera de Peñarol se zambulló al mar como un rugbier haciendo un tacle, listo para ayudar. Nunca había visto algo así. En el primer intento abrazó una tremenda corvina negra levantándola como un trofeo. Entre los aplausos y festejos, esta vez me tocaba a mí. Un latigazo atrás del otro y el reel que chilla por la tanza que corre a toda velocidad. Mientras el policía luchaba con su presa, me gritó ¡que no se le vaya a las piedras! ¡No la deje ir hacia las rocas que le va a cortar con los mejillones! Generosidad y adrenalina extrema. El primero, que ya tenía su negra de doce kilos en la playa, volvió a entrar para ayudar al sargento a agarrar una bestia peleadora de catorce largos. Apenas la tuvieron segura, dejaron todo y se acercaron en mi ayuda. Para acortar distancia y achicar la resistencia del hilo nos fuimos metiendo los tres hasta caer en un pozo con el agua hasta el cuello. Entre los dos me sujetaron para que pudiera trabajar mi reel mientras buscábamos el banco de arena. La corvina negra, con buenos reflejos, se acercaba y luego disparaba en dirección a las piedras, como si supiera que si se metía en algún recoveco los mejillones cortarían el hilo. Esa vez me tocó ganar porque la corvina no pesaba más de diez kilos. Si hubiese sido más grande, la habría perdido. Al salir del agua me di cuenta de que no podría cocinarla en mi departamento por lo que se me ocurrió hablar con una de mis hermanas que estaba en una casa más grande en La Barra. Esa misma noche, leña, parrilla, estrellas y mucho limón. Como solía ser un familión, solo quedaron las espinas. En la playa el programa era disfrutar en familia, un picadito de fútbol, tejo, mucha paleta pero siempre atento a la oportunidad de pescar. Pocas veces bajaba sin mi equipo para probar suerte. Recuerdo también aquella vez cuando me convencieron de ir a pasar el día a otra playa. No me gustaba la idea. Desde muy chico había tenido preferencia por la gente más simple, la de barrio. Más de una vez comenté un poco en chiste y un

poco en serio, que la cigüeña me había largado en el lugar y tiempo equivocados. Apenas llegamos a Bikini, la playa de moda, coloqué la sombrilla, acomodé las sillas, ayudé a estirar la lona para mirar las rocas en busca de algún pescador, imaginando otra buena jornada. Un sol muy fuerte partía el mediodía. El cielo estaba más azul que celeste y no corría una gota de viento. Algunos me decían: «A esta hora no hay nada»; «El pique se da cuando baja el sol»; «Te conviene temprano a la mañana»; «Con camarón no pican»; «Es una pérdida de tiempo». Meras opiniones que me causaron gracia. A falta de una divisé dos cañas que se acercaban a las rocas y la adrenalina otra vez me obligó a postergar el almuerzo. Tomé mi equipo y a paso firme fui en busca de un buen lugar en esas rocas de la Playa Bikini. Por primera vez me acompañaba mi padre pero se aburrió a los quince minutos después del tercer pique, enganches y cortes. «¿Vamos, Negro? Vas a perder todas las líneas. Seguro que son cangrejos ¡Vamos a almorzar!» A mi viejo lo adoraba y sobre todo en esos últimos años en que habíamos establecido una relación de compinches que no muchas veces se ve entre grandes. Siempre nos habíamos llevado bien y sobre todo cuando enviudó de mi madre. Había terminado de aprender que también él era de carne y hueso y que además podía ser un gran amigo. Me quedé con los pescadores uruguayos, pescadores en serio. Esos que pescan para vender a los turistas o para darle de comer a sus familias. Uno me miraba burlonamente como suele suceder entre los que pescan cuando hay galletas, enganches o cortes. Mientras me reía por dentro, porque conocía las reglas del juego, me concentré en poner una línea nueva y una plomada más pesada. Esta vez tiré más largo y un poco más a la derecha.

No había terminado de marcar el hilo para calcular la distancia y acomodarme en la piedra mojada y resbalosa, cuando sentí el cuarto pique. Hermosa rubia, murmuró uno de los uruguayos. Sin apuro reforcé prolijamente la carnada con la mitad de otro camarón bien atado al anzuelo. Volví a tirar una y otra vez al mismo lugar, guiándome en parte por la marca de distancia en el hilo. No había pasado una hora desde el tercer enganche y ya había pescado trece o catorce corvinas rubias. Una más linda que la otra. En ese momento llegó un amigo de la familia que vivía en Suiza hacía muchos años. Con semejante botín, mi amigo me dio una mano ante las miradas atónitas de los pescadores uruguayos. Entre grandes y chicos esa noche fuimos un regimiento en lo de mi hermana y la cocinera se convirtió en Diosa del Mar. Algunas al limón, otras a la crema con ajo y perejil y unas tremendas al roquefort. El blanco acompañó como agua de manantial esos exquisitos manjares. Las primeras mojarras y quizás algún bagre flaco los pesqué con una linda caña improvisada por mis abuelos. Una ramita flexible bien derecha, hilo de costura, corcho, un alfiler doblado, lombrices del jardín y un balde de plástico. Nunca pude saber qué pasaba por mi mente durante tantos años cuando pescaba. Desde esa primera vez en el bajo de San Isidro en mi niñez temprana cuando con una caña casera esperaba el pique de alguna mojarrita hasta cuando ya casado invitado por la empresa que representaba me embarqué con Mariu, Camila y Matías en la Barrera de Coral en Australia y vimos una aleta de un Marlin que se acercaba a toda velocidad a uno de nuestros señuelos. Cuando era muy chico solía ir a pescar con mis hermanos, primos o amigos al muelle de madera del Club Náutico de San Isidro. Recuerdo esos intentos frustrados de un amigo de mis padres que, para entretenernos, se enredó de pies a cabeza con una tanza de nylon azul con anzuelos encarnados al intentar revolearla mar adentro en las escolleras de Mar del Plata. Y el viaje de casi cincuenta días con mis padres y hermanos por el sur argentino.

Un viaje feliz en nuestro Valiant acampando en lugares increíbles a la orilla de lagos de San Martín de los Andes, Villa La Angostura y San Carlos de Bariloche. La carpa azul con su alero debajo del que yo dormía sobre un catre por mi asma y alergia a las plumas de las bolsas de dormir. Las latas de leche Nido y de Nesquik y los jarritos de aluminio recién lavados en el arroyo colgando de una soga. La fiambrera con salames enteros, pan de campo y carne fresca que mis padres compraban a los lugareños y el infaltable vino en damajuana. Mi viejo y mis hermanos que pescaban con sus cañas de acero y reeles rotativos y mi felicidad de haber aprendido a pescar con lata a la par de ellos. Mi madre era una divina. Siempre de buen humor y con una generosa sonrisa pendiente de que todos estuviéramos bien, incluso los más chicos a quienes les lavaba sus pañales de tela con agua que hervía en una pava. Disfrutábamos con muy poco de una naturaleza imponente que con los años fue cambiando. Almuerzos y comidas a la luz del sol de noche o de lunas llenas. Si habremos comido cordero y truchas recién pescadas a la parrilla con ensalada de papa y huevo. Ese viaje dejó en mí una huella imborrable y un gran amor por la pesca. Nunca supe si por mi personalidad de hablar demasiado José supo aprovecharse de mi interés por la pesca. Nunca lo sabré. Lo cierto es que tras pedirle permiso a mi madre, me llevó por primera vez a pescar al Río Lujan pasando Escobar. Habíamos ido en colectivo con todo el equipo incluyendo una carpa Cacique verde con sobre techo anaranjado. Esa misma noche José me traicionaba de la peor forma y comenzaba mi infierno en silencio. Cuando años después pude liberarme de José al contarle todo a mis padres y ellos lo echaron de nuestra casa, y ya me había ido del Colegio Newman liberándome también de las perversidades del Padre Alfredo, del Hermano Finnigan y otros que no me interesa nombrar, seguí pescando, a veces en el Río de la Plata y otras veces en el Sur. Fue cuando me casé con Mariu cuando la pesca volvió a ocupar un lugar muy importante en mi vida. Siempre estuve convencido de que algún día terminaría de armar mi inconcluso rompecabezas con la pesca. Con Mariu y más tarde con nuestros hijos viajamos cada vez que pudimos al mar. No recuerdo haber ido alguna vez sin mis cañas y mi equipo de pesca y menos aún de haber alquilado alguna casa o departamento para nuestras vacaciones que no tuviera una parrilla para las corvinas al limón.

La pesca me enseñó muchas cosas, entre ellas la paciencia, mi mayor aprendizaje. Por la pesca terminé amando la soledad para poder encontrarme a mí mismo. Esa sensación que se tiene al estar solo sentado en la arena con una caña en medio de la noche, iluminado por las estrellas y la luna que se reflejan en imágenes danzantes en el mar, el viento que golpea continuo contra la cara y la mirada cansada, concentrada en un posible pique a veces imperceptible, ha sido durante años mi incentivo para seguir viviendo tranquilo y en paz. La pesca ha sido sin duda mi mejor terapia. La más sana. La menos invasiva de mi privacidad. Ha sido respetuosa de mis tiempos. Supe elegirla después de haber intentado en el más absoluto silencio otras alternativas que descarté de cuajo aunque le pudiera servir a otros. He gastado mucho dinero y tiempo en psicólogos, sacerdotes, pastores, tarotistas, reikistas, astrólogas, yoga, grupos de víctimas, esencias naturales, hipnotismo, coaches y hasta en brujas, aun sabiendo que la respuesta debía encontrarla en mi interior y que debía ser paciente. Siempre creí que mi matrimonio y mi familia serían el mejor camino para alcanzar la felicidad. Y así fue como se fueron dando las cosas. No era cuestión de olvidarse del pasado sino con delicada paciencia intentar entenderlo para poder acomodarlo en el presente. Soy un convencido de que las cosas en la vida suceden por algo y que de todas, aun de aquellas muy tristes y dolorosas a simple vista, se pueden extraer valiosas enseñanzas. Aquella noticia de diciembre de 2015 sobre la corona dorada en la cabeza del león rampante del escudo del Newman, mi inmediato mensaje al director Olivero sugiriendo en su lugar una corona de espinas, el anuncio de casamiento de mi hija Camila con Marcos, la graduación universitaria de mi hijo Matías, la bendición de tantos años de casados y esa impensada primera reunión en el colegio donde me entero de cosas tan conmocionantes produjeron un terremoto en mi interior, ahora significaba el momento de empezar una nueva etapa desde otro lugar. Por un sinfín de razones entendí que había llegado el momento justo de tomar la decisión de despojarme de aquello que tanto había querido, me había lastimado tanto y que me había ayudado a sanar a mi manera.

Un domingo de agosto de 2016 finalmente tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. ¡Ya estoy en la puerta!, me avisó por mensaje. En ese preciso instante sentí que no iba a poder cumplir mi promesa y además podía quebrarme ante un desconocido. Salí al encuentro de Carlos, nos dimos la mano, lo hice pasar y me acerqué a la mesa de pinotea del comedor. Todo estaba perfectamente acomodado como en una vitrina de trofeos. Hablamos de marcas, tramos, pesos, lugares y experiencias hasta que tímidamente me preguntó: ¿Cuál es la que vendés? Sentí que me temblaban las piernas y sin poder controlarlo me invadió un profundo ahogo incierto, de angustia o liberación. Publiqué esta, tiene solo dos usos pero vendo todo. Me miró abrumado sin entender mi respuesta. ¡Pero no tengo plata para todo esto! Carlos, no es cuestión de lo que tengas, sino de lo que quieras. Arreglamos un monto insignificante, apenas simbólico y lo ayudé a llevar todo al auto ante la mirada confusa del guardia de seguridad Ese domingo de agosto de 2016 había tomado la decisión de despojarme de lo que para mi familia y amigos había significado una de mis mayores pasiones. Solo me quedé con una caña y un reel que le había regalado a mi hijo. Ese día se fueron de mi vida cajas de pesca, líneas, boyas, cucharas, anzuelos, plomadas, reeles y varias cañas, entre ellas mi adorada Waterdog gris plomo con bordó que había comprado en mi adolescencia. Sentí el despojo como nunca antes.

Lloré unos minutos mientras miraba unas fotos con algunas de mis presas. Fue cerrar una etapa a mi manera, o tal vez permitirme reabrir una herida mal curada de muchos años. Estoy seguro de que algún día volveré a pescar. Será con otras cañas y otros reeles pero con la misma paz y pasión que recuerdo desde siempre.

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Tomates verdes fritos

Mientras escribo miro al espejo y me reconozco en mi madre de aquellos días de 1992 cuando su vida le ganaba la pulseada a la muerte. Hacía muy pocos meses nos habíamos mudado a una casita pegada a la de mis padres que ellos habían comprado con un crédito pensando en ayudar a alguno de sus hijos recién casados. Se la ofrecieron a uno de mis hermanos mayores pero él ya tenía un proyecto de vivir en otro lado. A nosotros nos venía bien por lo que nos hicimos cargo del crédito convirtiéndonos en jóvenes dueños. Nos habíamos casado en 1988; Mariu estaba embarazada de Matías y Camila tenía casi dos años cuando nos instalamos en plena reforma que fuimos haciendo como pudimos. Habíamos dejado el adoquinado centro de San Isidro por el Don Torcuato de calles de tierra. Mariu trabajaba en un colegio del bajo de Beccar y yo daba clases de tenis en un Club Social, en uno privado y también en una cancha de polvo de ladrillo en la casa de mis padres. Todo era novedad y entusiasmo. Nuestra primera casa, Camila, el embarazo, las reformas, nuestros trabajos, nuestros proyectos. Hasta que recibimos la difícil noticia. Martha, mi madre, una gran mujer con apellido y sangre tana aceptaba en silencio el peor diagnóstico con un coraje irable. La inesperada noticia de un cáncer de pulmón nos golpeó a todos de la noche a la mañana. Por primera vez me daba cuenta de que mi padre era de carne y hueso. Me dolió

sentirlo quebrado y aturdido ante lo inevitable. En la casa de la calle Burgos solo vivían mis padres, mi hermano menor y un matrimonio de uruguayos que trabajaban de cocinera y casero. Sin quererlo, empezamos a odiar nuestra nueva casa cuando mi madre se agravó después de fallidos intentos de operaciones y tratamientos. Mariu tenía fecha para junio y mi madre insistía en su promesa que llegaría a abrazar a nuestro segundo hijo antes de partir. Matías nació el 16 de junio y a los pocos días era alzado y mimado por su alegre abuela, ya muy débil. Unas semanas después su médico personal a quien siempre quise y iré vino a casa y me abrazó con fuerza. ¡Te quiere ver, Negro! No creo que pase de esta semana. Mamá estaba acostada en su cama mirando el jardín a través del gran ventanal. Cuando me vio acercarme, esforzó una sonrisa que dibujaría por última vez sus adorables pocitos. Vení, Negro, sentate acá. Me conmovió y no lo pude evitar. Emocionados hasta las lágrimas, nos dimos un fuerte abrazo durante unos minutos que parecieron eternos. Todo va estar bien, Negro. No tengo miedo. Esto es parte de la vida. Fui feliz con tu padre y todos ustedes. Me hubiera gustado vivir un poco más para conocer y disfrutar a todos los nietos pero tuve una muy linda vida. No espero ningún milagro. Tengo mucha paz. ¡Quiero que veamos una película! Cuando la nombró le pedí que no la viéramos. Ya había visto un par de veces Tomates verdes fritos y en ese momento no pude entender por qué quiso verla

conmigo. Nos emocionamos varias veces y terminamos riendo tomados de la mano. Quiéranse mucho con Mariu y cuiden siempre a sus hijos y a tu padre. Me pidió un favor que pude cumplir con mucho esfuerzo y dolor. Quiero verte dando clases de tenis otra vez antes de morir. Intenté negarme pero entendí que le haría bien. Invité a un amigo a pelotear y por un rato me descargué golpeando cada pelota con fuerza sin que nadie lo notara. Necesitaba descargar mi enojo, mi desazón. Morí de amor cuando la vi desde lejos sentada en su cama mirándome jugar como tantas veces lo había hecho. Nuestro último encuentro a solas fue el más lindo. Estoy harta de esta comida de hospital. Tengo un antojo. Una vez más me ganaba la pulseada. Fui a casa y preparé el pollo al ajillo más rico de mi vida. Volví con dos platos bien abundantes y comimos juntos a escondidas sabiendo que el olor a ajo nos delataría. Nos abrazamos, en un torbellino de emociones, y de despedida. Martha Elena Pellegrini de Varela murió el 7 de agosto de 1992. Desde ese momento creí que no nos quedaba nada pendiente. En parte con este libro imagino que lo estamos hablando ahora, tranquilos, sin reproches ni lastimarnos.

25

Ser padres

Si bien en el capítulo anterior hice una breve mención de la despedida de mi madre después de una cruda enfermedad, creo que es importante para tratar de entender una historia como la mía —por la que pasan miles de niños y jóvenes —, que les cuente quiénes fueron mis padres o el recuerdo que tengo de ellos y mis hermanos. Somos siete en total: cuatro varones y tres mujeres. Soy el cuarto, nos llevamos poca diferencia de edad y aunque tuvimos los mismos padres biológicos, ellos seguramente fueron muy distintos para cada uno de nosotros. Creo que, condicionados por un mundo en permanente transformación, debieron adaptarse, como pudieron, a las distintas etapas de su matrimonio y a la formación de sus hijos ante la posibilidad de dedicarle más o menos tiempo a cada uno, a veces por la situación laboral y económica de cada momento. Cada uno de mis hermanos puede coincidir o no con lo que yo creí en su momento, o sigo pensando, de mis padres. En mi caso los extraño a los dos por igual y tal vez aún más después del desenlace de esta historia, por no haber tenido la posibilidad de haber conversado como debíamos haberlo hecho. Varias veces en estos últimos años me preguntaron si les tenía bronca. Incluso alguno se animó a preguntarme si los odiaba por lo que me había pasado. Estoy convencido de que no es un mecanismo de defensa sino simplemente darme cuenta, después de haber sido padre, que uno hace lo que puede con los hijos. No existe un Manual de Paternidad. Nos vamos haciendo padres al andar, expuestos a aciertos, errores, descuidos y a cobardes traiciones como las que conmigo sufrieron por parte de José, el

encargado de su casa, y de las autoridades del Colegio Newman en mi época de alumno. Soy un convencido de que la mayoría de las veces los errores no son por deficiencias como padres sino por un mundo que nos confunde brutalmente. A mi madre siempre la sentí como una amiga incondicional. Por supuesto que estaba el vínculo de madre hijo, hijo madre. Aún así sigo sintiendo el privilegio de haber compartido cosas increíbles aunque se haya muerto tan joven. Tal vez por esa linda relación que tuvimos, muchas veces me cuestioné por qué no pudimos hablar sobre lo que ambos sabíamos que había pasado. A mi madre la iré por haber tenido la familia que supo construir y por cómo irradiaba su amor puro por ese gran hombre que eligió estar a su lado. Una mujer que se ocupó incondicionalmente de sus siete hijos y sobre todo de mi padre. Fiel compañera y gran consejera. Nunca podría echarle la culpa por lo que me pasó y agradezco infinitamente haberla tenido de madre. Aprendí muchas cosas que me sirvieron para entender un poco más cómo ser padre y cómo llevar en armonía un lindo matrimonio. Me hubiese gustado tenerla un poco más para que disfrutara a sus nietos y compartir más cosas. Tan joven se fue, a los 56 años. De mi padre, qué decir. Una persona que para muchos era un tipo duro pero que tenía un niño interior impresionante. Pudimos disfrutarlo en familia, junto a Alicia, su segunda gran mujer. Salir a pescar por el delta en el Fantasía, su bote anaranjado, acompañarlo en sus últimos años a presentaciones de libros o a dar charlas y conferencias en distintas ciudades de Buenos Aires y en el interior del país fue un amoroso privilegio. Lo que más iré de él fue su entrega absoluta a la niñez. Mi padre era un tipo muy activo y feliz que disfrutaba cada vez que veía reír a un chico. Por alguna razón me quedaron grabadas esas visitas a los institutos Otamendi, Ramallón y Unzué. Íbamos a pasar el día cuando había actos en fechas patrias o algún evento y compartíamos buenos momentos con los internos visitando los talleres de carpintería, de electricidad o alguna obra de teatro.

Parece una locura pero su dedicación a esta tarea fue justamente con lo que José me tenía amenazado. Me hacía creer que si yo hablaba, iba a destruir la carrera profesional de mi padre. Mi padre había sido Juez, Director de Institutos y en mi peor momento de sometimiento era Secretario de Estado de Minoridad y Familia. Si hablás, será una vergüenza pública. Si decís algo, a tu padre lo destruirán públicamente. No sé cómo hacía pero me convencía de que debía seguir callando. ¿Cómo era posible que se ocupara de la situación de los menores como un funcionario público y nunca advirtió que su propio hijo era abusado? Pude decírselo a una gran amiga y colaboradora suya, la licenciada Noemí Yunes que me ó apenas salió la nota de La Nación a fines de 2016. Una mujer que había trabajado con mi padre en los 70 en el Ministerio de Bienestar Social de la Nación. Que yo no tenía nada para recriminarle. En todo caso se trataba de una macabra traición a mis padres que le habían dado a José un trabajo y lo habían tratado con respeto y una traición en el colegio por quienes habían confiado tanto en el cuidado y educación de sus hijos. Mientras que mi padre era traicionado con uno de sus hijos, a su vez entregaba su vida por un montón de chicos desconocidos. En el verano 2005-2006 le escribí a mi padre desde Australia. Había sido invitado por la empresa que representaba para pasar un mes con Mariu y nuestros hijos. En ese correo le contaba que estábamos viviendo un cuento de hadas. Que todo parecía irreal y que sabía que ese viaje iba a terminar. Le describía el hotel en Port Douglas y lo que estábamos viviendo y que mi gran sueño era que al año siguiente pudiéramos repetir el viaje con él y su mujer Alicia. Su inmediata respuesta me conmovió profundamente: «Me encantaría largar mi profesión y trabajar con vos aunque sea de telefonista y disfrutar la vida de la forma que la disfrutan con Mariu y sus hijos». Le respondí que teníamos que hablar, que había algo pendiente para conversar tranquilos y el volvió a responder enseguida, «Negro, tenemos mucho de qué hablar». Volvimos a Buenos Aires, la vida continuó normalmente y estoy seguro de que ni él supo qué era lo que yo le quería decir, así como yo tampoco supe qué era lo que él me quería decir a mí. Murió en su ley en Capilla del Señor en diciembre de 2006. Estaba construyendo

un refugio para unos pollitos que estaban naciendo de unas gallinas que le habían regalado. La Colina, su querida chacra, se llenó de gente para despedirlo. Terminamos prendiendo fuego e invitando a todos a comer. Ese día, triste, se convertía en una inolvidable gran noche de campo. Creo que fue uno de los homenajes más lindos que pudimos hacerle. A Florencio Manuel Varela y Martha Elena Pellegrini, mis padres, los quise y lo amaré por siempre.

26

El camino de la Virgen

A pesar de mis enojos con la Iglesia Católica y a veces también con Dios nunca dejé de sentir algo muy especial por la Virgen María. Ese misterioso sentimiento empezó quizá por una estatuilla que tenían mis padres en su dormitorio. Era una Virgen pequeña tallada en madera con sus manitos juntas. Cuando me fui del Colegio Newman en marzo de 1981 e ingresé al Marín, mi devoción por la Virgen María se fue acrecentando. Durante los últimos tres años de mi secundaria no hubo un solo día en que, aunque anduviera apurado, no mirara de reojo a esa escultura blanca en el frente de mi nuevo colegio y le dedicara un silencioso saludo, o me detuviera y en soledad rezarle un Ave María. Aun sin haber sido místico ni muy ferviente en mis rezos, siempre sentí que estuvo a mi lado. Nunca pude olvidar un retiro espiritual en Schoenstatt de La Plata cuando estaba terminando quinto año. Fueron días tan intensos de silencio en esa casa de ejercicios espirituales. Más de una vez he concluido que fue allí donde definitivamente sellé mi destino. Apenas descendimos de los ómnibus e ingresamos al lugar el padre Ricardo Irigaray, capellán de nuestro colegio, fue asignando los dormitorios a mis compañeros, y cuando quedé solo me indicó cuál era el mío. Me sorprendió ver que era el único que tenía una sola cama; en una mesita de luz había una Biblia, un cuaderno, un bolígrafo y un rosario. La ventana era muy pequeña desde donde podía ver una escultura de la Virgen entre los árboles. Con Ricardo me llevaba muy bien. Le pregunté con confianza por qué yo no compartía cuarto con algún compañero. Su respuesta fue amigable pero

contundente. Según él yo tenía que estar solo para poder meditar tranquilo y aprovechar al máximo el retiro que, entendía, podía ser trascendente en mi vida. Fue el último día cuando Ricardo me confirmó que el sacerdote que nos había acompañado y dirigido me esperaba en la capilla para conversar a solas. Apenas lo había visto en alguna de sus charlas, caminando por el jardín o en el comedor. No quería ir solo. Pero ante la insistencia de Ricardo accedí, pidiéndole que se quedara cerca. Nunca le conté lo que había vivido debajo de la capilla del Colegio Newman algunos años antes. Entré en silencio, el sacerdote que parecía bastante mayor que Ricardo estaba arrodillado frente al altar. Al notar mi presencia se puso de pie, se acercó, me saludó. Era alto y corpulento, pelo casi blanco y vestía una sotana de otro color que el negro. Nunca pude recordar su nombre pero su presencia y voz siguen grabadas a fuego en mi memoria. Hablamos durante un largo rato. Por sus preguntas supuse que Ricardo le había contado que alguna vez yo había participado en algún retiro para alumnos más jóvenes dando charlas vivenciales y de la devoción que tenía por la Virgen María. Intentó convencerme de que fuera su discípulo en una orden de monjes de clausura que estaba fundando y de la que estaba esperando la autorización papal. Yo tenía 18 años. Él insistía en que debía estar contento y tomarlo como una bendición. Sentí una profunda angustia. Una vez más volvía a sentirme aturdido por un sacerdote al decirme que no podía hablar con nadie del tema porque era un secreto entre él, Dios y yo. Solo quería salir de esa capilla y escapar de esa situación que me perturbaba el alma. Con mucho temor y nervios le contesté que no a quien había dirigido ese retiro espiritual en silencio, aun sabiendo que era un reconocido religioso. Sentía una verdadera devoción por la Virgen María y me creía un hombre de fe. Pero desde muy chico supe que mi camino era el matrimonio y la familia y que podía vivir muy cerca de Dios sin entregarme exclusivamente a Él. Ya en el ómnibus de regreso a San Isidro tuve una charla con Ricardo quien parecía estar enterado del ofrecimiento y de mi respuesta. Insistió en que debía pensarlo porque se trataba de un llamado divino y que muy pocas eran las personas elegidas. Tal vez por miedo o impotencia terminé llorando apenas

también le dije no a él. Durante todo el viaje de vuelta le recé a la Virgen a mi manera para que me guiara y protegiera. Sin darme cuenta, mi amistad con Ricardo se había partido y nunca más volvimos a hablar con la confianza que supimos tenernos. En ese interminable intento de terminar de armar un rompecabezas tan siniestro, más de una vez me he preguntado si lo que sucedió conmigo en aquel retiro en Schoenstatt de La Plata no pudo acaso haber tenido relación con lo que me había pasado en el Colegio Newman, y la búsqueda desesperada incluso desde el Obispado de San Isidro de mantenerme callado para siempre de una forma muy diplomática. Preguntas que surgen inconscientemente para las que aún hoy no encuentro respuestas convincentes. En un viaje a Brasil en pleno mundial de fútbol 1998 con mi jefe y amigo canadiense Jim Jarosz, después de tres días intensos de una exposición en la que habíamos participado, salimos a caminar por el Parque Ibirapuera en San Pablo. De pronto empezamos a sentir tambores y después de varios intentos para descubrir de dónde provenían, llegamos a una esquina y vimos a tres hombres de color tocando distintos instrumentos de percusión que generaban una armonía sin igual a pocos metros de una feria artesanal. Me sigo preguntando qué fue lo que me pasó cuando desde lejos vi su imagen. Era una escultura de piedra negra de unos cincuenta centímetros sin rostro que me conmovió. Decidí comprarla sin importar su costo, aun sabiendo que teníamos que caminar varias cuadras hasta llegar al hotel y lo que significaría su traslado en el avión de vuelta a casa. Esa Virgen nos acompañó en cada mudanza y siempre le encontramos un lugar especial. Un día Mariu la encontró tirada en el piso con su cabeza rota. No entendíamos cómo podía haberse caído. Luego se ocupó de pegarle la cabeza. Poco tiempo después vinieron a comer a casa dos tías que adoro. Pinocha y María Martha son hermanas de mi padre y guardaré por siempre la imagen imborrable y tierna de verlas juntas caminando por las veredas de San Isidro,

haciendo las compras o volviendo de la Catedral. Apenas entró a nuestro departamento de la calle 25 de Mayo, Pino preguntó qué advocación de la Virgen era y de dónde la habíamos sacado. «Qué linda es», dijo mientras la acariciaba. Se sorprendió cuando le dije que no lo sabía, que la había comprado en Brasil y que unos días antes la habíamos encontrado en el piso con la cabeza rota. Impresionada, me confirmó que era Nuestra Señora de la Concepción Aparecida y que casualmente era la Patrona de Brasil. Enseguida nos contó su historia: «Dos pescadores al levantar su red en el río se encuentran con el cuerpo de una Virgen sin cabeza, y aguas arriba se sorprenden al encontrarla». Preferí tomarlo como una casualidad más de tantas que se venían sucediendo. Tal vez por sugestión, días más tarde tuve la sensación de ver el rostro de la Virgen al pasar por uno de los baños antes de irme a dormir. Fue una experiencia que no me gustó vivir. Tenía una extraña sensación de pánico y no dejaba de transpirar. No terminaba de creer que me podía haber pasado eso. Preferí no contárselo a nadie aunque estaba seguro de que la Virgen María, a través de distintas advocaciones, nos acompañaba y protegía. Esa noche le pedí a Mariu que durmiéramos con la luz encendida. En 2013 el Cardenal Jorge Mario Bergoglio es elegido Papa y ese mismo año celebra la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil visitando el Santuario de Aparecida. En ese entonces yo no sabía lo que significaba la Virgen que quince años antes había comprado en una feria de San Pablo para el pueblo brasileño y también para el Papa Francisco. Mucho menos imaginé que me iba a acompañar e inspirar de la forma en que lo hizo durante todos estos años. Pasaron muchísimas cosas con la Virgen que algún día tal vez me anime a compartir. Lo cierto es que cuando le pedí al Obispo de San Isidro Mons. Oscar Ojea la misa por las víctimas de abuso, le pregunté si podría estar presente y que fuera bendecida. Así sucedió el 10 de marzo de 2017 en la Catedral de San Isidro. Esa Virgen significa muchísimo para nosotros como familia y nunca dejamos de

sentir su presencia.

DENUNCIA GRAVES HECHOS DE ABUSO SEXUAL SE CONSTITUYE EN PARTICULAR DAMNIFICADO

Señor Fiscal/Sr. Juez de Garantías:

RUFINO MARÍA VARELA, DNI: 17.415.507, constituyendo domicilio en la calle Roque Sáenz Peña 308, piso 3ro., San Isidro, con el patrocinio letrado del abogado Mariano Bergés (Tomo XVII. Folio 422 CALZ), al Sr. Fiscal y Sr. Juez de Garantías, me presento y respetuosamente digo:

1. Soy de nacionalidad argentina, nacido en la Ciudad de Buenos Aires el 18 de diciembre del año 1964, hijo de Martha Elena Pellegrini y Florencio Manuel Varela, casado con la Sra. María Eugenia Montanelli y padre de dos hijos mayores de edad. Me presento a la Justicia después de muchos años para denunciar gravísimos abusos sexuales. De alguna forma, la llegada del Obispo Jorge Bergoglio al Papado, la extrema y muy cercana colaboración de mi familia (esposa e hijos), algunos amigos, y el abogado que me patrocina en esta presentación, permitió ahuyentar —al menos por momentos— la situación de humillación, destrozo psicológico, y presiones puntuales de instancias eclesiales —entre otros padecimientos—, todo sumado al marco social en el que me desenvuelvo a diario, para lograr formalizar la denuncia que, durante todo este tiempo, no estuve en condiciones anímicas de poder concretar. Ello no obstante, la exposición mediática del caso hace algunos meses, generaron una situación insostenible en lo que hace al trabajo que desarrollaba, al punto que mi nombre en Internet, de estar relacionado con una actividad bien concreta que desempeñé durante años, pasó a estar vinculada precisamente con este tema de los abusos sexuales llevados a cabo por sacerdotes contra menores de edad, lo que impidió mi continuidad en esas labores.

2. Hasta el mes de diciembre del año 2015, lo que se expondrá a continuación era conocido por muy pocas personas, todas de mi absoluta confianza, entre ellas mi esposa e hijos. Durante muchos años, por temor y vergüenza, lo mantuve en el mayor de los silencios por la sensibilidad del tema y por una sociedad que, aún hoy, pareciera no estar preparada para recibir adultamente este tipo de noticias y obrar en consecuencia. A raíz de un fuerte disparador, entre tantos otros que se fueron manifestando a lo largo de los años, fue en diciembre de 2015 cuando, sin conocerlo, le envié un mensaje privado al Director del Colegio Cardenal Newman (ubicado en jurisdicción de San Isidro, provincia de Buenos Aires) Alberto Olivero, con motivo de haber leído una noticia sobre la posible modificación de uno de los escudos institucionales como homenaje al Presidente de la República Argentina Ingeniero Mauricio Macri, ex alumno del Colegio. Esa modificación suponía el agregado de una corona dorada a un león rampante y mi sugerencia al Director fue que, como ex alumno del Colegio Newman, me parecía más oportuno que lo anterior, agregarle al león una corona de espinas en recuerdo de los aberrantes casos de abuso sexual y maltrato ocurridos en el colegio años atrás. La respuesta escrita de Alberto Olivero a mi mensaje llegó en el mes de mayo de 2016, además de un inmediato llamado telefónico a través del cual me hizo saber que no usaba habitualmente ese sistema de mensajería (messenger), que lo había abierto de casualidad el día anterior y que se había encontrado con más de 100 mensajes, llamándole la atención el mío, al que le dio prioridad. Muy insistente, me pidió tener una reunión en el Colegio al día siguiente, y permiso para que pudiera concurrir algún miembro del Board debido a que el tema lo excedía y consideraba muy grave. Aclaro que, más allá de que no hay una definición oficial pública, por confirmación de ex alumnos, el denominado Board vendría a ser el «Comité Rector de los lineamientos del Colegio» y está integrado por padres y ex alumnos. A la fecha, no he podido confirmar si en el Board tiene participación o intervención algún Hermano de la Congregación o representante. Si bien para mí no tenía la misma urgencia que quizás había tenido tiempo atrás,

accedí a su pedido. En esa primera reunión del mes de mayo de 2016 en el Colegio Cardenal Newman —ubicado en Eliseo Reclus 1133, Boulogne, provincia de Buenos Aires— me reuní con los Sres. Alberto Olivero y Oscar Gosio (Miembro del Board). Apenas nos presentamos e instalamos en la dirección me comentaron: Supongo, Rufino, que sabrás que el Padre Alfredo y la mayoría de los Hermanos de la Congregación de tu época están muertos. El Colegio ya no pertenece a la Congregación Christian Brothers. Actualmente solo vive acá el Hermano Thomas. No sé si lo conocés… Al enterarse ayer de todo esto, estuvo toda la noche rezando y en este momento está en la Capilla, arriba nuestro, pidiendo para que esta reunión salga bien. Siempre el qué dirán de por medio. El esconder y la búsqueda incesante de que nada se sepa. Que todo quede guardado y lejos de la reflexión y el análisis. Fue un encuentro amigable, no obstante; las preguntas hacia mí fueron precisas, aunque extrañas e insólitas: ¿Odiás al Newman? ¿Odiás a Macri? ¿Odiás a los Brothers? ¿Odiás a la Iglesia? ¿Odiás a tus Padres? Respondí a todas que NO, incluso recordándoles el texto del primer messenger a Olivero luego de lo cual fui preguntado: ¿En qué te podemos ayudar? Mi respuesta fue una y otra vez —en esa y en las reuniones sucesivas—, que solo pretendía que el Colegio y la Congregación Christian Brothers me ayudaran a ayudar a otras personas, entre ellas otros ex alumnos, a que pudieran romper sus silencios y que se pidiera un perdón público en la Cena de Ex Alumnos de ese mismo año. Tal vez sorprendidos, pasaron a explicarme que desde el día anterior en que habían leído mi mensaje, se habían ocupado en realizar varios llamados a distintas personas por la gravedad del tema, entre ellos al Obispo de San Isidro Monseñor Oscar Ojea —quien les había indicado que me quería conocer—; al Padre Carlos Saracini (Provincial Pasionista) porque el Padre Alfredo había pertenecido a dicha Congregación; a distintos del Board, y especialmente una llamada a la República de Irlanda para hablar con el Hermano John Burke de la Congregación Christian Brothers quien fuera rector del Colegio Cardenal Newman cuando ocurrieran —entre las sombras— mi caso y el de

tantos otros. Según Alberto Olivero (director del colegio), al comentarle y preguntarle a Burke sobre casos de abuso sexual en el Colegio durante su rectoría, el nombrado manifestó que recordaba perfectamente lo sucedido. Le comentaron sobre mí y Burke refirió estar shockeado porque en 1980 pidió asesoramiento al padre de un alumno del colegio, y que en ese momento no había estado en condiciones de decirle a ese padre que una de las víctimas era su propio hijo. Ese padre era mi padre, Florencio Manuel Varela, abogado, hoy fallecido. Por supuesto que nunca imaginé enterarme de una cosa así y no pude disimular el impacto que me causó ante ellos, al regresar a mi casa frente a mi mujer e hijos. Nunca me sentí tan traicionado. En este caso por Burke. Ese mismo día el aturdimiento, la confusión y la desconfianza comenzaron a hacer estragos en mi psiquis y estado emocional aunque, a poco de andar, advertimos que lo peor —por intentar transparentar lo sucedido— aún no había empezado. Para evitar suspicacias, es útil aclarar que lo anterior no surge de una simple conversación telefónica entre terceros sino de un intercambio de correos electrónicos entre el Brother John Burke y mi persona en los días posteriores a esa primera reunión (la documentación se encuentra a disposición del Fiscal y el Juez). A todo evento, la dirección del correo electrónico del Hermano John Burke me la suministró el mismo Director Alberto Olivero (johnburke-…). Recibida la respuesta de Burke confirmando todo su proceder, se concretó una segunda reunión a la que asistieron Alberto Olivero, Oscar Gosio y Miguel Pavlosky, también miembro del Board. Les leí los mails de Burke y volví a pedir (insistí) que me ayuden a ayudar a otras víctimas del Newman —sabiendo hasta ese momento de la existencia de otros 2 casos como mínimo— y que en conjunto organizáramos un pedido de perdón en la Cena de Ex Alumnos 2016 para cerrar heridas. Entre mayo de 2016 y noviembre del mismo año tuvimos unas ocho reuniones incluyendo las dos últimas con el mismísimo Hermano John Burke quien, ante mi negativa de viajar en noviembre a Irlanda para reunirme con él, viajó especialmente a verme, fuera de agenda según lo confirmado por Alberto Olivero, más allá de participar en la Cena de Ex Alumnos como orador, sin mencionar una palabra del tema abuso. Decimos fuera de agenda por lo

siguiente: hacia fines de agosto de 2016 y ante una situación (la mía) que cada día se tornaba más complicada y sin resolución, Alberto Olivero me comenta que el «Instituto» había aprobado que yo pudiera viajar a Irlanda en noviembre de ese año para tener un encuentro con el Brother John Burke, ya que él no tenía agendado o pensado viajar a Argentina (por confirmaciones de ex alumnos se llama Instituto al Colegio. No pude confirmarlo pero Olivero en su momento se refirió al Instituto). Olivero me confirma además que Burke tenía miedo de viajar en avión. A pesar de la insistencia, mi respuesta fue que no estaba dispuesto a viajar, menos aún en noviembre ya que el 17 de diciembre de ese mismo año se casaba mi hija. Ante mi negativa, empezó una seguidilla de chats (WhatsApp) de Alberto Olivero (a disposición) en los cuales desde una Peregrinación en San Nicolas de los Arroyos y a los pocos días desde Calcuta, frente a la tumba de la Madre Teresa, me escribía o mandaba audios, expresando que estaba pidiendo a la Virgen que intercediera para que mi encuentro con el Brother John Burke pudiera llevarse a cabo. Finalmente Alberto Olivero me confirmó desde Calcuta que John Burke llegaría a Argentina el 16 de octubre casi en secreto. Que había confirmado su viaje «fuera de agenda» exclusivamente para encontrarse conmigo ya que a esa altura no estaba previsto o programado que viajara por otro motivo. Según lo confirmado por Olivero en conversaciones telefónicas y en los mismos chats, algunos de los cuales copio a continuación, el Brother John Burke arribó a Buenos Aires el lunes 16 de octubre. Ese mismo lunes me reunía con él en el mismo Colegio Newman por primera vez, siendo la segunda y última reunión el viernes de esa misma semana (20/10) también en el Colegio, un día después que el mismo Brother John Burke participara como orador en la Cena Anual de Ex Alumnos del Colegio Newman en la que hablara sobre valores de la educación entre otras cosas. La noticia salió publicada en varios medios, incluso con la foto de Burke ante el micrófono —a disposición de la Fiscalía—. Indignado ante tanta mentira e hipocresía, es en ese momento en que decido terminar el dialogo iniciado en mayo de 2016 y me animo a hacer público mi caso. Cabe aclarar que toda esta situación que había comenzado en mayo de 2016 interfirió y afectó emocionalmente a mi familia (mujer e hijos) en los preparativos del citado casamiento. Los mensajes de WhatsApp son realmente patéticos, por eso su transcripción:

9/20/16, 22:51 - Alberto Olivero:

Mañana empieza la peregrinación a pie que te hablé a San Nicolás!! Rezaré especialmente por vos!!!

9/20/16, 22:53 - Alberto Olivero:

9/28/16, 3:06 - Alberto Olivero: Hola Rufino!! Acá lejos en India. Ayer llegamos a Calcuta y hoy estamos en un colegio cerca de los Himalayas que se llama Kurseong. Acá te mando una foto con los alumnos que me contaban que viven cerca de Nepal, Bangladesh, otro mundo, otra cultura!!

9/28/16, 3:06 - Alberto Olivero:

9/28/16, 3:09 - Alberto Olivero: Rufino estamos logrando algo que sería para mí extraordinario!! Que Brother Burke venga a Newman en octubre!! Sabe que recé por esto en la peregrinación y siento que la Virgen me lo está concediendo!! Sería muy bueno un encuentro con Él!! En cuanto se confirme te aviso!! Te mando un gran abrazo!! Alberto

9/28/16, 22:02 - Alberto Olivero: Buen Día acá en India, Buenas noches en Buenos Aires!! Rufino, me acaba de confirmar John Burke que llega el 16 de octubre y se queda una semana. Creo que es algo importante para vos y para nosotros también!! La Virgen en San Nicolas escuchó mis ruegos!! Sigamos confiando que Ella nos guiará por el mejor camino. Un gran abrazo. Alberto.

Un engaño más. Como tantos. Desde la primera reunión de mayo de 2016 hasta la semana siguiente a mi segundo encuentro con el Hermano John Burke, la posición del Newman fue siempre la misma: Rufino, no te preocupes por otras posibles víctimas. No estás preparado para ayudar. Queremos que inicies un tratamiento profesional con profesionales recomendados y pagados por la misma Congregación. A medida que fueron transcurriendo las reuniones desde la primera en mayo de 2016 esta fue la «insistente sugerencia» para luego convertirse en la posición intransigente del Newman y de la Congregación Christian Brothers a través de Alberto Olivero y sobre todo del Hermano John Burke en las dos reuniones que mantuviera con él. En la última reunión lo expresaron incluso afirmando que el o los profesionales que necesitaba eran muy caros y que por esa razón se haría cargo el Newman o la Congregación Christian Brothers. Esto también surge en uno de los intercambios de correos con John Burke en diciembre de ese mismo año en que en su respuesta insinúa que debía aceptar la ayuda que me ofrecieron para poder sanar. A esto se sumó un correo que copio a continuación, recibido del Hermano Hugo Cáceres (25/10/2017) desde Perú (Hugo Cáceres es quien había firmado los dos comunicados de perdón de la Congregación) en el cual insistió con la necesidad de mi sanación que copio a continuación. A mi entender y más allá de una redacción aparentemente solidaria y espiritual, la manipulación perversa está más que a la vista:

25/10/17 Hugo Cáceres para mí

Estimado Rufino, gracias por tu sinceridad. Como hemos afirmado antes, la verdad es la única luz que nos va a guiar, aunque a veces quedemos medio

enceguecidos por su resplandor. Mucho más, si ese anhelo es guiado por María, la mujer que aceptó que una espada le atravesara el corazón (Lc 2,35) para dar paso plenamente el destino de su Hijo, nuestro hermano. Comprendo que estés pasando un momento difícil en tu camino de sanación cuando el interés de tu camada y los medios de comunicación parecen haber perdido interés en el tema. Ojalá que continúes aceptando la ayuda que Newman te ofreció para centrarte en tu propia felicidad, que estoy seguro que está esperando a la vuelta de la esquina. Lo que me ha afirmado el directorio más alto del colegio es que han puesto a tu disposición la mejor ayuda profesional. Por favor no ceses de continuar en ese proceso. Lamentablemente como representante de los Hermanos en América Latina, soy parte de un equipo y debo comunicar a ellos cualquier información que tú me des en el futuro. Por ahora, no comunicaré nada de este correo a ellos, respondiendo a tu pedido de confidencialidad, pero si tú me das más información sobre «medidas preventivas» que piensas tomar, yo deberé comunicar esa información a mis compañeros. Estaré en Buenos Aires en el primer semestre del próximo año. Sin embargo mi representante o vicario, estará entre noviembre a diciembre. Él es una persona muy sabia, con conocimiento del alma humana y creo que te ayudará una conversación honesta con él. No dudes de que los Hermanos oramos por tu sanación y que llegue pronto el momento en que se desvanezcan las voces del pasado y tu familia y tu futuro ocupen el centro de tu interés y la «vida en abundancia» (Jn 10,10) que nos ha prometido Jesús se haga realidad en ti. No niego la responsabilidad de las personas que dañaron tu vida, pero estoy convencido de que una felicidad mayor te aguarda. Estoy contigo de corazón, HUGO CÁCERES

Es decir: me mandaron al loquero. Típica respuesta en estos casos. El menosprecio permanente a la víctima. La subestimación y la posibilidad de hacerla pasar por desquiciado, etc.

No se ofreció la necesaria ayuda desinteresada. Se la ofreció en la medida que se tratara de la única que ellos pretendían dar: ponerme a cargo de algunos profesionales psicólogos de su conocimiento. Para tenerme controlado y evitar mayores comentarios al exterior. En este sentido, cabe dejar sentado que en la segunda y última reunión con el Hermano Burke en el Colegio Newman (viernes 21/10/2016) pedí que estuviera presente Alberto Olivero para hacerle las mismas preguntas que le había realizado en la primera. Por pedido mío ambas reuniones fueron en inglés con la sola intención de que Burke se sintiera cómodo y no pudiera decir que algo no había entendido. 1) ¿Qué edad tenía cuando había llegado de Irlanda para hacerse cargo de la rectoría del Colegio?, 2) ¿Si al pedirle asesoramiento a mi padre le había dicho o no que una de las víctimas era yo, su propio hijo?, 3) ¿Qué había hecho con el Padre Alfredo? y 4) ¿Si estaba dispuesto a encabezar un pedido de perdón público en el Colegio ante toda la Comunidad Newman? En cuanto a la insistencia de que aceptara ser tratado por un profesional les comenté a ambos tal como se lo había informado al mismo Alberto Olivero antes (martes 18/10/2016) de la primera reunión con John Burke (lunes 17/10/2016), que tenía agendada una reunión para el 7/11/2016 con una persona muy conocida, incluso por gente de la comunidad Newman. Esta señora era Inés Ordoñez, titular del CESM (Centro Espiritual Santa María) a quien había ado a través de una persona de confianza. Mi única intención y así sucedió, era tener una opinión o consejo más de la situación que estaba viviendo desde mayo, en este caso de una persona dedicada al acompañamiento espiritual, pero sin ningún compromiso al igual que las que pude haber mantenido con distintas personas laicas y religiosas. Al nombrársela a Alberto Olivero, me afirmó: Inés es una genia. Yo empecé un curso con ella. Te va a ayudar mucho. Sin embargo, en la segunda reunión (Burke, Olivero y yo) al comentarle a ambos que no se preocuparan por un profesional porque ya había agendado una reunión con esa persona, Burke afirmó conocerla muy bien y que hacía un gran trabajo pero que «no era capaz de manejar un caso tan complicado como el mío». Lo miré sorprendido a Olivero, quien inmediatamente me dijo: Rufino, lo que intenta explicarte John es que tu caso no es para cualquiera. No lo puede resolver un profesional que te cobre 100 o 200 pesos la sesión. Te estamos ofreciendo profesionales que son muy buenos y muy caros y nos haremos cargo nosotros.

Fue en ese mismo momento que di por terminada la reunión y me fui con una profunda frustración a mi casa. Esos dos hombres habían estado la noche anterior festejando en la Cena Anual del Newman sin decir una sola palabra de todo lo que estaban insinuando conmigo y con otras posibles víctimas. Tal vez en forma desesperada estaban intentando todo lo posible para que aceptara su juego y así poder declararme «enfermo» para desacreditarme ante toda la comunidad del Newman y la sociedad misma en caso que llegara a hablar. Gracias a Dios confié más en mi esposa, mis hijos y algunas pocas personas de extrema confianza que siempre estuvieron cerca. Quede destacado entonces que en la Cena Anual del año 2016, ante más de 1000 ex alumnos, entre ellos el Presidente Macri, Alfonso Prat-Gay y Jorge Triaca, el mismo John Burke habló sobre valores de la educación, sin decir una sola palabra sobre mi caso u otros, ni sobre abusos y maltratos del pasado. Que precisamente era una de las razones por las cuales había viajado a la Argentina. Y uno de mis pedidos concretos. Un hipócrita encubridor. Mientras, se había intentado por todos los medios, que iniciara una terapia con profesionales pagados por ellos. Seguramente con la sucia idea de evitar la divulgación de los gravísimos sucesos de los que fui víctima. Por especial pedido de mi cónyuge e hijos, percibiendo la macabra manipulación, decidí publicar mi historia, a través de una nota en el diario La Nación del 30 de diciembre de 2016 (se acompaña). El mismo día que sale dicha nota, el Colegio Newman da a conocer un primer comunicado a través de su página web (se acompaña). A partir de ese momento, comenzó uno de los peores capítulos de esta historia. El mismo 30/12/2016 empiezo a recibir llamados y mensajes de otras víctimas del Newman y de distintos lugares. Mi cuenta personal de facebook se transformó de hecho en un medio de información y sobre todo de contención. Lo mismo ocurrió en los días siguientes. Por necesidad y por seguridad, a principios de diciembre de 2016 decidimos —con mi familia— mudarnos a lo de mis suegros en un barrio cerrado de Tigre. Hoy me doy cuenta que de no haberlo hecho la situación se hubiese vuelto —quizás— incontrolable. Personas conocidas y desconocidas confiándome historias de abusos intrafamiliares y clericales mañana, tarde y noche. Los medios de comunicación persiguiéndome

y, sumado a ello, hasta llamados y correos en tonos amenazantes (todo se encuentra a disposición). Entre los llamados y correos de los primeros días recuerdo el de Juan Carr que con total solidaridad me aconsejaba cuidarme y proteger a mi familia al tiempo que me preguntaba ¿Rufino, qué vas a hacer con todo esto? Me limité a decirle que necesitaba ayuda de alguien. En la desesperación y aturdimiento con la cantidad de casos, agradecí estar en lo de mis suegros sobre todo por la contención familiar y el apoyo y consejos profesionales para mí y para terceros. Mi suegro es psiquiatra y mi suegra psicóloga y creo que sin su ayuda no hubiésemos podido aguantar el «terremoto emocional». Estaba desesperado —y sorprendido— por mi familia y por la cantidad de personas que me llamaban, escribían o venían a verme. Me cansé de llamar al Newman para pedirles que se hicieran cargo y que pusieran alguna línea para atender a sus propias víctimas. Que yo no estaba preparado para aguantar tantos dramas, muchos de ex alumnos. Ya habían pasado 8 meses desde que había dejado de trabajar por toda la situación, y día a día me daba cuenta que no sería fácil poder volver a hacerlo. Cuando empecé a ver en Internet que ya no era el comerciante y referente de un producto, sino que únicamente aparecía abuso, abuso y abuso en los links, me sentí realmente muy mal. Hay que estar en mi lugar para comprender la situación humillante, triste y desesperante que se vive en estos casos. La calma vino —en parte— cuando recibí un llamado de uno de los «chicos» del caso Malenchini del Colegio San Juan de San Isidro. Sin conocerme, se ofrecieron a visitarme. Vinieron tres de ellos y además de su apoyo y solidaridad, me hicieron ver el desastre que se estaba armando no solamente con el Newman sino también con la Iglesia Católica. Mi propia Iglesia. Me daban aliento pero al mismo tiempo me hacían ver que había pateado un hormiguero de dimensiones incalculables. Que tuviera cuidado pero que no había vuelta atrás. Las semanas siguientes fueron cada vez peores y se agravaron el 8 de febrero cuando se hizo público que ese mismo día había recibido un llamado en mi celular del Papa Francisco. Desde ese mismo momento, fue todo un caos, confusión y aturdimiento. Los medios. La gente. El Newman. La Congregación. Los que apoyaban. Los detractores. La Política. Los correos y llamadas extrañas. Nunca más volvimos a tener paz y acepté el compromiso de seguir ayudando a otros sin siquiera poder parar para medir las consecuencias, aclarando que —como se expuso antes— había quedado sin trabajo. Esto es así, los daños son tremendos. Y también fui forjando la decisión de formular la denuncia ante Jueces y Fiscales. Para que se inicie la correspondiente investigación.

El 10 de marzo de 2017 el Obispo de San Isidro Oscar Ojea, con quien me había reunido en dos oportunidades durante 2016 en el Obispado de San Isidro, aceptó mi pedido de celebrar una Misa por las víctimas de abuso en la Catedral. Cabe aclarar que la primera reunión con el Obispo Ojea fue a los pocos días de la primera reunión con Olivero y Gosio en el Newman. Me propuso ar a una profesional de su confianza anticipándome que el Obispado se haría cargo del costo. En la segunda reunión —también en 2016 y ya con toda la situación del Newman muy complicada—, volvió a insistirme en aceptar esa ayuda aunque mi respuesta fue negativa. En cualquier caso, siempre me interesó contar con profesionales libremente elegidos. Me contó —no obstante— que esa profesional pertenecía a un equipo que él mismo apenas asumiera como Obispo había decidido organizar para —entre otras cosas— poder colaborar con el «desastre» que le había dejado el anterior Obispo Jorge Casaretto en cuanto a abusos cometidos por religiosos. Advertí predisposición del Obispo Ojea en las distintas reuniones que mantuvimos entre mayo de 2016 y fines de 2017, y se generó una buena relación. A los pocos días de esa Misa (15/3/2017) concurrí a una comida organizada por un sacerdote y ex compañero del Newman (Ignacio Alvarado) a la que asistieron cerca de 40 integrantes de nuestra camada. Sabiendo de las diferencias y malestares fui igual por pedido de un par de compañeros que se animaron a apoyarme. Esa noche empezó con una fuerte interpelación hacia mi persona, aunque con el correr de las horas fueron varios los que rompieron sus silencios por los abusos y maltratos en ese cuarto macabro debajo de la Capilla del Newman (que se mencionará más adelante). Días después, recibimos una carta del Padre Ignacio Alvarado, que desnudaba desde un lugar de mayor respeto y autoridad que el mío, las aberraciones sucedidas en el colegio y su perfecta interpretación de cómo el Hermano John Burke —ex Rector— pudo haber manejado el Colegio en esos años (se encuentra a disposición). A raíz de ese encuentro, se decidió crear una comisión para pedir una reunión con el Board del Newman. Esta comisión se reunió en el Colegio y el mismo Olivero confirmó al diario La Nación que a esa fecha (marzo 2017) ya se habían acercado 5 víctimas. A escasos días, el Newman y la Congregación Christian Brothers (o Hermanos Cristianos) emitieron y difundieron otro comunicado hablando de «víctimas», por primera vez en plural. Lo que siguió después fue el o con la Justicia de Irlanda y de ahí en más, la exposición en los medios y las repercusiones se perpetuaron con mayor o menor intensidad y virulencia hasta hoy.

3. La UFI (Fiscalía) y el Juzgado de Garantías podrán preguntarse cuáles pueden ser las razones por las cuales se formaliza una denuncia por hechos que —se nos podrá decir ligeramente— prima facie se encontrarían prescriptos. O porque sus principales responsables han fallecido. Esto no es tan así. Vale decir: no es la suma de uno más uno. La última jurisprudencia ha autorizado la investigación y juzgamiento de este tipo de delitos no obstante el transcurso del tiempo, o el fallecimiento de sus autores (en este caso hay autores vivos y respecto del imputado Moreyra no se lo sabe), habida cuenta su aberrante naturaleza y su difícil o muy complejo modo de que el Estado pueda tomar conocimiento y pesquisarlos. En este sentido, citamos como adelanto, el fallo del Superior Tribunal de la Provincia de Entre Ríos, en los autos «Ilarraz, Justo José s/promoción a la corrupción agravada. Incidente de extinción por prescripción», en los cuales no se hizo lugar a la excepción de prescripción planteado. También puede analizarse otro caso que surge del CIJ (Nota 20.559), en el cual la Cámara Federal de Casación Penal rechazó la prescripción. Es decir, hay un naciente cambio de paradigma, más allá del respeto del principio de legalidad, como sucedió otrora con otros hechos delictivos. Independientemente de lo anterior, es innegable que existe una insostenible cadena de encubrimientos que debe ser investigada en nuestro país, y que tiene como principal responsable al Hermano John Burke (artículo 277, 1. a y d y 3. a del Código Penal). John Burke, como Rector del Colegio Cardenal Newman en la época de los abusos a que fui sometido, y conocedor de absolutamente todo lo sucedido, no solo no denunció los hechos a la autoridad policial o judicial, sino que los mantuvo ocultos deliberadamente como parte de una política sistemática y perdurable en el tiempo, hasta la fecha. Tan es así que, sin perjuicio de haberme presentado muchos años después y conversado con el aludido — conforme se narró precedentemente—, el aludido Hermano Burke soslayó cualquier comentario en la Cena del Año 2016, y algún comportamiento concreto posterior tendiente a poner en conocimiento de alguna autoridad lo ocurrido. Considerando que el delito de encubrimiento en este caso se trata de lo que se conoce como delito permanente, la investigación debe llevarse a cabo, toda vez que la acción penal en este sentido NO se encuentra prescripta. Y es sencillo el determinarlo. Es que, desde esa perspectiva, el cómputo del plazo para que opere la

prescripción de la acción penal se debe iniciar a partir del hecho por el cual se pone en conocimiento de alguna autoridad el o los sucesos delictivos. Se entiende que dicha autoridad no es la eclesiástica, sino que debe ser —en una interpretación amplia— cualquiera vinculada con el Estado (Ministerio Público Fiscal, Poder Judicial, Oficina de Violencias varias, etc.). Si afirmamos que el delito de encubrimiento ofende la istración Pública como bien jurídico a proteger, y la istración de Justicia como entidad específica, resulta evidente que el delito de encubrimiento que protege ese bien jurídico, es de carácter permanente, toda vez que se actualiza cuando el sujeto activo (Burke entre otros) omitió y omite —hasta hoy— denunciar hechos perseguibles de oficio que sabe se han cometido, y ha durado y dura todo el tiempo hasta que esa omisión se prolongue; a saber, insistimos, hasta que es puesto en conocimiento de la autoridad la comisión de esos acontecimientos ilegales; en consecuencia, ese será el momento a partir del cual comience a correr el cómputo del plazo para que opere la prescripción. Vale decir, esta presentación. La denuncia tiene, además, diversos motivos que se informan a continuación:

• Salvaguardar mi honra, la de mi mujer, la de mis hijos ante una sociedad laica y religiosa viciada de silencios e hipocresía. • Garantizar la protección jurídica y física de mi persona y mi familia ante sucesos poco claros —algunos intimidantes— desde que se hiciera pública mi historia. • Honrar a mi familia, en especial a mis padres que tal se desprende de la documentación, fueron cínicamente engañados por el entonces Rector del Colegio Newman John Burke y por otros Hermanos de la Congregación Christian Brothers a quienes les confiaron mi cuidado, protección y formación durante siete años de mi vida. • Honrar a los padres y familias de otros ex alumnos del Colegio Newman que pasaron por situaciones similares de abuso sexual, psicológico o maltrato físico y durante años vivieron en el engaño y la mentira. • Sentar el precedente para eventualmente poder accionar por los daños sufridos, contra el Colegio Cardenal Newman y/o la Congregación Christian Brothers y/o el Obispado de San Isidro y/o la Iglesia Católica y/o el Brother John Burke, por

los delitos de abuso sexual, maltrato físico, abuso psicológico, complicidad y/o encubrimiento. • Colaborar con la Justicia de Irlanda para que a través de esta denuncia pueda comenzar una investigación contra la Congregación y especialmente contra el Brother John Burke (Protocolos de Seguridad Infantil) quien, sorprendentemente sigue desempeñando funciones en la Congregación y, paradojalmente, relacionadas con el abuso sexual de religiosos. • Sentar un precedente para que otras personas que hubiesen sufrido o estuvieran pasando situaciones de abuso, se animen a recurrir a la Justicia en tiempo y forma antes que los delitos prescriban. • Sentar un precedente para que otras víctimas de abusos en el Colegio Cardenal Newman por parte de sus otroras autoridades, se animen a hacer públicas sus historias. No se olvide que últimamente, más allá de resistencias, se está produciendo al interior de la Iglesia católica un fuerte repudio, investigación y separación de integrantes involucrados en hechos de esa naturaleza. Sin ir más lejos, lo ocurrido en Chile nos informa de esta situación. • Sentar un precedente para impulsar nuevos cambios en las Leyes relacionadas al Abuso Sexual y Maltrato Infantil. • Recuperar mi paz y la de mis seres queridos.

4. Hechos Siendo alumno de 7º grado de primaria en el Colegio Cardenal Newman de San Isidro, en 1977, fui sometido a castigos corporales, abuso sexual y psicológico por parte del entonces capellán Padre Alfredo Finnlugh Mac Conaister (fallecido). Durante los siguientes años hasta terminar de cursar mi 3º año de secundaria y ser reprobado en los exámenes de marzo de 1981, fui sometido a abuso psicológico por parte del Hermano Desmond Finnigan (también fallecido), quien además entiendo cometió el delito de encubrimiento. El accionar de este último fue sostenido en el tiempo durante mi secundaria pero con mayor frecuencia e intensidad desde el mismo día siguiente al que en 3º año me presentara y contara

en la Catedral de San Isidro lo que me estaba sucediendo. Recuerdo que en segundo año me llevó por primera vez a hablar a la Capilla. Con autoridad o — quizá— cierto enojo me obligó a rezar para luego insistir una y otra vez en que no debía hablar de lo que había pasado en 7º grado con nadie. Quizá terminó convenciéndome que el Padre Alfredo era un sacerdote anciano y que por pedido de Dios debía perdonarlo. Que si yo hablaba con alguien del tema no podría seguir en el colegio por el rechazo y humillación que recibiría de mis compañeros, alumnos del colegio y de mi propia familia. Que sería condenado eternamente por Dios. Al principio, esa primera «amenaza» fue suficiente para ni siquiera pensar en el tema o volver a pedir ayuda a nadie. Intenté seguir haciendo una vida escolar normal pero percibiendo día a día que las actitudes de algunos Hermanos de la Congregación empezaban a ser distantes, esquivas, y en algunos casos agresivas. Si bien hoy estoy convencido que todos los abusos sexuales y maltratos físicos ocurridos en el Colegio Cardenal Newman (o gran parte), fueron conocidos por la mayoría de los Hermanos que residían en el mismo edificio, en mi caso entre 7º grado (1977) y hasta marzo de 1981, los mayores responsables fueron el Padre Alfredo Finnlugh Mac Conaister: por abuso físico con sus manos y/o tortura con un cinturón o látigo y una almohada con presión/asfixia, abuso sexual con sus manos y otro elemento que no reconocí ni pude ver cuando intentó penetración. A lo anterior, debe agregarse el abuso psicológico reiterado. Al nombrado se suman el Hermano John Dehram: por abuso psicológico y físico con sus manos y con una varilla en más de una ocasión, y el Hermano O’Brien: por abuso psicológico y físico con sus manos. Fue el único que me pidió perdón inmediatamente y quizás al único que pude perdonar o entender antes de irme del Colegio. Destaco que —según mi perspectiva— el Hermano Finningan fue el peor (por abuso psicológico y físico reiterado). Con sus manos y con elementos contundentes. Lleva por supuesto un párrafo aparte y fundamental, el Hermano John Burke, por su, a mi entender, complicidad total —encubrimiento— con el Padre Alfredo Finnlugh Mac Conaister y con el Hermano Desmond Finnigan. El Hermano John Burke es el único que actualmente está vivo, y durante años fue la principal autoridad del Colegio Newman. Debió denunciar a los depravados y debió excluir a los Hermanos aludidos del Colegio. Vive en Irlanda. En los 90 dejó el Colegio Newman para regresar a su país y ponerse al frente de la cantidad de denuncias por abusos en distintos colegios de la Congregación en varios países. Vaya paradoja —a esta altura inaceptable— que debe informarse a quien quiera saberlo, porque es imperioso que este tipo de hechos no sucedan más y no sean protegidos y encubiertos —delictivamente— como lo han sido.

Que se entienda muy bien y quede aclarado: la situación no era ajena al Hermano John Burke, quien fuera rector del Colegio Cardenal Newman durante mis últimos años como alumno, tal como se puede corroborar con referencias en correspondencias del año 2016 (Documentación a disposición de la Fiscalía) por lo que el aludido debe ser investigado en orden al delito de encubrimiento (artículo 277 ), teniendo en especial consideración que la acción penal no se encuentra prescripta. La situación con el Padre Alfredo Finnlugh Mac Conaister (abuso sexual) se produjo en el dormitorio que tenía debajo de la Capilla del Colegio Newman al que se accedía por una escalera ubicada detrás de la Sacristía. Percíbase esta situación dramática Sr. Fiscal y Sr. Juez de Garantías: por una situación de abuso sexual que estaba sufriendo de parte de un empleado de la casa de mis padres, de nombre José Antonio Moreira o Moreyra (a quien también se denuncia en esta presentación), desesperado decidí pedir ayuda al Padre Alfredo. Increíble pero real lo que sucedió después. Recuerdo que me invitó a acompañarlo a la Capilla y, al ingresar, indicó que lo siguiera para conversar en un lugar más tranquilo por si acaso entraba alguien a rezar. En ese momento solo buscaba ayuda y lo seguí sin dudar. Entendamos el contexto: fui a pedir ayuda. Un niño ingresando a la adolescencia que cursaba el 7º grado. Al ingresar a ese dormitorio que se encontraba debajo de la capilla noté enseguida un televisor con una doble pantalla color azul (filtro), un pequeño escritorio sobre el cual había una bolsa grande de caramelos, una silla, una cama contra una pared y puertas. Yo tenía 12 años. Apenas cerró la puerta corrediza, me pidió que me sentara en su cama y después de persignarnos me pidió que empezara a contarle sobre lo que me estaba pasando con el empleado de mis padres. Con mucha vergüenza pero desde la ingenuidad o inocencia de creer que estaba hablando con Dios (o con alguien que lo representaba de casi igual porte), comencé a contarle y enseguida me pidió más detalles, cosa que hice sin dudar. El Padre Alfredo era para mí un hombre grande de edad y físicamente, pero por sobre todas las cosas un referente. A los pocos minutos de empezar a hablar recuerdo que trabó la puerta y me pidió

que me desvistiera la parte de abajo. Cuando nervioso le pregunté por qué, su respuesta con un tono distinto fue que necesitaba que le explicara aún con más detalles lo que me había hecho el hasta ese momento único abusador. Me saqué los zapatos e intenté en vano bajarme solo el pantalón. Sin que pudiera evitarlo me ayudó a quitarme los calzoncillos. Todo sucedió rápido y creo, en estado de pánico y aturdido, solo podía ver la bolsa de caramelos mientras empezaba a «tocarme» hasta que me obligó a acostarme boca abajo en su cama para seguir hablándome y manoseando hasta que escuché que se abría una puerta, un ruido a metal y otra vez la puerta golpeando al cerrar. Intenté mirar para ver qué hacía, cuando sentí algo extraño que siempre estuve seguro que no fue su propia mano o alguna parte de su cuerpo. Fue un objeto rígido que no pude ver aunque hasta el día de hoy supuse, creí o preferí imaginar que pudo haber sido una vela, pero puedo confirmar que más allá de su posible intención, no hubo penetración. Quizá fueron solo unos minutos los que estuve esa vez en ese cuarto. Nunca podré estar seguro por más que siempre quise convencerme de ello. Tenía 12 años y además era chico físicamente. No pude hacer nada. Al recordar o intentar recordar detalles, lo que no tengo muy claro si hoy tiene sentido, me veo y siento muy asustado y paralizado. Recuerdo que una vez más me obligó a estar boca abajo hasta que sentí sobre mi cabeza una almohada con algo haciendo fuerza hacia abajo y el primer latigazo o cinturonazo en mis piernas. Abuso sexual y violencia de la mano. Fueron segundos eternos de pánico en los que pude contar o —siempre creí que fueron— unos 10 fuertes golpes. Como si estuviera enojado y nervioso me pidió que me vistiera rápido y que dejara de llorar porque «ahora estás en paz» y «esto es un secreto entre Dios y vos (Rufino)». «No se lo podés contar a nadie». Me abrazó fuerte sin que yo quisiese y quizá por ello nunca pude olvidar a pesar de los años su olor y el escudo que lucía en su sotana para mí, entonces siniestro, que muchos años más tarde supe que pertenecía a la Congregación Pasionista. Al soltarme abrió la puerta, tomo un puñado de caramelos y me los ofreció.

Se lo rechacé e intentando un manotazo salí de su cuarto corriendo, desesperado, sin saber dónde ir. Me encerré no sé cuánto tiempo en un baño y como pude volví a mi clase sin poder decir una palabra. Lo mismo sucedió al llegar a casa. Quizá por ese nuevo miedo a Dios (a este Padre), y lo que ya ocurría con Moreyra, no pude más que callar. Soy el 4º hermano de 7. Somos 4 varones y 3 mujeres. Una familia católica pero de padres no practicantes. De mesa diaria. Mi madre fue una gran ama de casa y mi padre (Florencio Manuel Varela), abogado especialista en Minoridad y Familia. Fue Juez y Director de Menores. Dedicó casi toda su vida a la Niñez (otra paradoja). También fue jugador y árbitro de rugby. Durante esos años que ocurrieron los hechos con el empleado de casa (Moreyra) y con lo del Newman, mi padre estuvo en la función pública y en la actividad privada. Se dedicó a trabajar todo lo que pudo para mantener nuestra familia numerosa. Vivíamos en Don Torcuato en una casa que fue ampliándose por lo cual vivimos mucho tiempo en obra de donde surge el «empleado victimario». Mis hermanas iban al Colegio Santa Inés y mis hermanos, cuando yo entré al Newman en 1974 en 4º grado, ingresaron en 7º grado y 1º año de secundaria. Los tres veníamos del Colegio Saint John’s de Martínez. Mi hermano menor fue el único que fue desde 1º grado hasta graduarse. En esa época, en casa se hablaba de deportes y cosas de los colegios casi todo el tiempo, viviéndose un clima familiar. Al menos mi relación con mis padres fue muy buena a pesar de lo que estaba viviendo. Si bien nunca vi a mi padre en misa, siempre supe que era creyente y mantuvo una estrecha relación por su trabajo con distintos referentes de la Iglesia Católica y de la Política. Mi madre murió muy joven (54) en 1992 de cáncer, y durante años sentí culpa creyendo que podía haberse desencadenado cuando logré contarle y resolver solo lo del empleado de casa en una situación complicada e impensada. Mi vida en el colegio con mis amigos siguió siendo normal, a pesar de que seguía la situación de abuso con el empleado de mis padres. Esta comenzó al menos un año antes del episodio del Padre Alfredo en el Newman y se mantuvo por cerca de 4 años. Sus abusos ocurrieron en mi propia casa, en las excursiones de caza y pesca a las que me llevaba con permiso de mis padres al Río Lujan pasando Escobar o a las Islas del Paraná y hasta en el Instituto de Ciegos Román Rossel de San Isidro, donde él también tenía un trabajo como Encargado de Mantenimiento. A diferencia de lo sucedido en el Colegio, la situación con esta persona la pude resolver en medio de un estado de desesperación y angustia

extrema al haberme sentido traicionado una vez más por Dios, cuando después de mi visita a la Catedral de San Isidro en mi último año del Newman se sucedió todo lo relatado previamente. El final fue muy traumático porque ante mi desesperación de no haber encontrado ayuda una y otra vez y al sentirme acorralado y amenazado tanto por el abusador de casa, como por la situación de abuso y manipulación del Newman, aún hoy sin poder fijar con precisión la fecha exacta, mi madre me encuentra en mi cuarto sentado en la cama con la pera apoyada sobre el caño de una escopeta 16 que usábamos para ir a cazar con el abusador. Recuerdo su grito y su cara de espanto. Si bien se me ocurre que nunca hubiese apretado el gatillo, al mismo tiempo sigo sintiendo que mi madre estuvo en el momento más importante de mi vida. Nos abrazamos. Lloramos. Y de a poco pude contarle lo de José Moreyra sin saber qué pasaría. Al rato llegó mi padre. Nunca supe qué hizo cuando lo enfrentó. Solo recuerdo al empleado (mi abusador) mirándome de reojo con una mirada perversa mientras acompañado por mi padre abandonaba nuestra casa. Nunca más supe de él. Ni tampoco se habló del tema esa noche o alguna otra. Se sepultó. Nunca pude comprenderlo y quizá por eso tuve la necesidad después, de finalizar mi Servicio Militar Obligatorio (la llamada colimba), y buscar al abusador de casa convencido que el quinto mandamiento «No Matarás» no tenía ningún significado para mí. Sigo agradeciendo a Dios no haberlo podido encontrar y haberme casado muy joven, a los 23 años. Estoy seguro que mi matrimonio y los nacimientos de nuestros hijos en 1990 y 1992 me devolvieron —en alguna medida— la tranquilidad. Durante mucho tiempo sentí culpa por la culpa misma que podrían haber sentido mis padres y seguramente por ello, todo lo referente al Colegio Newman me obligué a callarlo por más tiempo. Entretanto, quizá sea útil informar que jugaba al rugby en un buen equipo y había empezado a encontrar la forma de estar menos tiempo en casa sobre todos los fines de semana para zafar de las «invitaciones» de caza y pesca de mi primer victimario. Varios fines de semana enteros me instalaba en las casas de mis compañeros sin que ninguno supiera lo que me había pasado con el Padre Alfredo Finnlugh Mac Conaister o lo que me seguía sucediendo afuera del Colegio con José Moreyra. No obstante, recordemos que fui a buscar ayuda al Colegio a raíz del sufrimiento por ser abusado sexualmente, y me encontré con lo mismo —exacerbado por el contexto— de parte de mis pretendidos auxiliadores.

Una real devastación psíquica. Mi primer año de secundaria fue muy complicado en cuanto a mi relación con los Hermanos de la Congregación, porque para entonces ya había escuchado de más casos en ese cuarto debajo de la Capilla y otros castigos. Sin saberlo estaba empezando a entender. En segundo año —entre otras cosas—, ocurrió algo que me decide a hablar por primera vez. Pasaba por la Biblioteca que estaba al lado de la Capilla en el primer piso y escucho al Hermano Desmond Finnigan decirles a algunos alumnos de la Congregación Mariana que «Dios es bueno» y por esas cosas que aún hoy sigo sin entender (las reacciones humanas), lo crucé a la salida y casi gritándole con furia le dije que «Dios no es bueno porque me abuso y pegó en 7º». Desde ese mismo momento empezó otra pesadilla en el Colegio Cardenal Newman. Al día siguiente, apenas llegado al Colegio me busca el Hermano Finnigan y tuvo una fuerte charla a solas conmigo (hoy entiendo que empezaba su manipulación y complicidad perversa). A diferencia con el abusador laico de la casa de mis padres (José Antonio Moreira o Moreyra, quien empezó siendo un ayudante de albañilería siendo joven y luego mis padres para darle una oportunidad de mejorar su calidad de vida lo tomaron como casero, y tenía su dormitorio afuera pegado a un cuarto de herramientas en nuestra casa), la manipulación del Padre Alfredo y del Hermano Finnigan se basaba en que si yo hablaba con alguien del tema, primero iba a ser rechazado y humillado por todos mis compañeros y mi propia familia pero peor aún, iba a ser castigado eternamente por Dios. No menosprecio —por el contrario, también está denunciado con igual firmeza — en ningún momento lo que sufrí y padecí de Moreyra. Empero, es pertinente volver al contexto. Edad, colegio, religión, intimidación de educadores, etc. Esta situación continuó hasta mediados de 3º en que cansado de la situación y con una rebeldía inconsciente pero intentando volver a confiar en Dios, decidí a mis 15 años golpear la puerta de la Catedral de San Isidro para —si pudiera— contarle todo al Obispo, sin siquiera saber si me recibiría.

Imagínese el temor que sentía. Un adolecente ingresando a la Catedral de San Isidro para hablar con el Obispo. Con mi uniforme de colegio me recibió una señora y enseguida empezaba a contarle parte de mi historia a un par de religiosos quienes sorprendidos me pidieron que no hablara con nadie y prometieron que se ocuparían de resolver todo. Uno de estos sacerdotes con quien hablara personalmente en aquella oportunidad lejana, fue el recientemente fallecido Carlos Franzini con quien tuve la suerte de poder hablar por teléfono en noviembre de 2016 y quien me alentó a seguir con esta lucha contra el abuso. Al día siguiente de este episodio, el enojo o terror del Hermano Finnigan, del Padre Alfredo, y de los otros de la congregación que fueron mencionados precedentemente y, especialmente del Hermano John Burke, fue insostenible. Se advierte que se habrían enterado, y la represalia estuvo a cargo de Finnigan. Destaco que lo de la Catedral de San Isidro sucedió a mediados de 1980 cuando yo estaba en 3º año de secundaria, totalmente aturdido por lo que seguía viviendo con el empleado de mis padres y por lo que pasaba en el Colegio. Desde 2º año a Finnigan le había empezado a tener miedo. Cada día era más macabro. Él se había enterado por algún lado que yo quería empezar a hablar y fue entonces cuando empezó a llevarme en los recreos largos a un aula que estaba pegada al laboratorio de química en la planta baja, casi en diagonal al quiosco de Tomás. Siempre imaginé que algún día Tomás iba a darse cuenta y reaccionaría, pero nunca sucedió. Trababa la puerta, me hacía rezar de rodillas en el piso siempre obligándome a pedirle a Dios que me ayudara a perdonar al Padre Alfredo porque era anciano y no sabía lo que hacía y además, a seguir guardando absoluto silencio para no ser humillado por todos y para no irme al Infierno. Alguna que otra vez ante la más mínima interrupción en el rezo usaba su mano para pellizcarme fuerte mi oreja o me daba pequeños pero molestos golpes en mi cabeza con el canto de una medalla o moneda que llevaba atada a una cadena. Después de mi visita a la Catedral y ya en los últimos meses de mi 3º año, más enojado que nunca porque se había enterado —nunca supe por quién —, seguía llevándome a rezar pero por más tiempo y cuando intentaba rezar más rápido porque me dolían las rodillas, al lado de mi cara largaba la medalla sosteniendo la punta de la cadena y me repetía siempre lo mismo en inglés: «No

corras, Rufino. No ofendas a Dios». Nunca pude entender —en esa época— qué era lo que había hecho yo para que Dios estuviera tan enojado conmigo. Pero ya tenía 15 años y empezaba a darme cuenta que de una u otra forma tenía que terminar con todo. Mi último intento de volver a confiar en otros representantes de Dios parecía haberse truncado una vez más después de darme cuenta a los pocos días de mi visita inconsciente a la Catedral de San Isidro para pedir ayuda, que se había filtrado mi información. Fue en horario de colegio y le había pedido un justificativo a mi madre para no ir a deportes e irme a lo de un amigo. Me fui en colectivo y golpeé la puerta lateral. Me atendió una señora y le dije que quería hablar con el Obispo. No tenía idea quién era pero estaba decidido a romper mi silencio. Siempre supe que no hablé con el Obispo de entonces pero sí con dos sacerdotes. Les conté lo que pude y me dijeron que me quedara tranquilo, que me iban a proteger y ayudar. Que se ocuparían de todo pero que no hablara con nadie. Ni con amigos ni en mi casa. Creo que al día siguiente fue cuando me enfrente a esa peor versión del Hermano Finnigan. Siempre tuve la duda sobre quiénes me habían recibido en la Catedral. Sabía que no había sido el mismo Obispo y muchas veces durante años tuve la certeza que uno de los sacerdotes había sido Carlos María Franzini, como se expuso fallecido hace unos meses, pero esta vez tal vez fue la causalidad o casualidad, que pude recuperar cierta tranquilidad al haber podido hablar con él por teléfono por casi 40 minutos el mismo día que me reuniera por primera vez con Inés Ordoñez aquel 7 de noviembre de 2016, antes que se hiciera público mi caso. Franzini estaba en Mendoza y le anticipé que probablemente lo nombrarían en una nota que estaba próxima a ser publicada en el diario La Nación. Le recordé lo de aquella visita a la Catedral y fue muy sincero. «No me acuerdo, Rufino, pero seguramente haya sido así. Una mancha más al tigre no cambia nada. Ya estarás enterado de esto del Próvolo. Es un desastre. No sé si nos veremos algún día pero te pido por favor que no abandones la lucha que empezaste». Lo llamé desde mi celular y dejé un mensaje. A los 10 minutos me llamó Franzini a mi celular y hablamos (el celular está a disposición). Desconozco si fue Franzini quien —tiempo atrás como uno de los sacerdotes que me atendió en la Catedral de San Isidro— dio parte de mis dichos a los Brothers, pero como posibilidad no es para nada descabellada. No lo confirmó ni lo desechó. Solo adujo que no se acordaba de mi visita y mis comentarios. Me pregunto hoy si es posible no recordar tamaño relato. Siempre supe y me llevó casi 40 años descubrir y comprobar que nadie actuaba solo en esa macabra red de pedofilia dentro del Colegio Cardenal Newman y la

Congregación Christian Brothers aunque algunos prefirieron justificarlo, bajo la fachada de un «válido» plan de Depuración de Personalidades Conflictivas (la documentación disponible se encuentra a disposición de la Fiscalía y del Juez de Garantías). Terminé de cursar como pude mi 3º año y en enero de 1981 viajé a Europa con mis padres y algunos hermanos por cerca de dos meses. En marzo de 1981 fui reprobado en tres materias y tuve que dejar el Newman de la noche a la mañana. Es evidente que esto sucedió ex profeso. Era, a esta altura, más conveniente para el colegio que estuviera fuera. Siempre pensé que ocurrió a propósito. Las órdenes eran que no debía continuar en el colegio. Jugaba en uno de los mejores equipos de rugby del colegio. Mi padre participaba bastante colaborando con los Hermanos. Creo que ingenuamente lo engañaron como a tantos otros padres de ex alumnos que pasaron por situaciones parecidas. No era un buen alumno en cuanto a estudio (parece lógico por lo que estaba padeciendo desde hacía años), pero no tenían motivos para que me fuera por conducta, y las notas no eran de aplazo. Hoy sabiendo de otros casos, entiendo con mucha más claridad cuál era el plan de la Congregación en este Colegio en esos años. Todo pasa y todo se esconde y se tolera. Sucedieron cosas muy similares en muchos colegios que esta Congregación tuvo y sigue teniendo en otros países. Me animo a opinar que, de alguna forma existió una especie de idea de depuración de clase o de estereotipo de personas. Nunca lo quise decir pero hay testimonios de otros ex alumnos aún sin haber sido abusados o maltratados que lo aseveran. De iniciarse causa penal para que se investigue a fondo lo sucedido, podré dar más información sobre personas y situaciones en este sentido. Y esa carta del Padre Ignacio Alvarado, ex compañero de mi camada 1982, que siendo referente del colegio y además sacerdote es un fiel testimonio que aunque para la Justicia no tenga —quizás hoy— validez o peso, para mí, mi mujer e hijos, junto a las cartas de Burke, de la Congregación, de otras víctimas, son lo que hoy me permiten estar más tranquilo y sentir que todo este enorme costo que me devastó y cambió la vida, no fue en vano. En la carta de Alvarado dirigida a los que nos juntamos en su parroquia en marzo de 2017, está muy claro todo. Más allá de los frasquitos con semen (allí mencionados), lo que me lastima es saber que otros pensaban y piensan lo mismo del Hermano John Burke (el cuanto menos sindicado encubridor de todo, como Rector del Colegio en esa época) y sin embargo, prefirieron callar y seguir silenciando. Es cierto que pude haber sido un regular alumno, pero mi cabeza ya tenía un precio y el más cómodo fue que repitiera.

Por muchos años no quise o —de seguro— no pude hablar del tema pero por primera vez en mi adolescencia temprana comprendí la brutalidad del ser humano, laico o religioso y el siniestro poder de los silencios y la hipocresía. Después tomé conciencia del aprovechamiento, el miedo, la intimidación y la perversión para mantener todo inalterable. La lectura de esta denuncia puede o no sensibilizar al lector. No se imagina el Sr./Sra. Fiscal y Sr./Sra. Juez lo que me ha costado escribir —y leer— cada dato de esta presentación, más allá de la colaboración del abogado patrocinante. Fue el profesional quien insistió en la necesidad de presentar a la autoridad judicial un marco claro, concreto y entendible de lo que sucedió. Entiendo que se lo ha logrado, aunque quedo a disposición de la Fiscalía para aclarar o ampliar cualquier dato de interés para la investigación en ciernes. Tuve la suerte de poder terminar con la situación de abuso por parte del empleado de mis padres (José Moreyra) y, a pesar de todos mis problemas, tuve la bendición de poder construir una sana familia. Aunque sea duro y difícil de entender, siempre creí tener claro que habiendo sido traicionado por representantes de Dios en varias oportunidades (a quienes acudí buscando ayuda), no iba a ocurrir menos recurriendo a la Justicia. Además, los lógicos resquemores a la humillación y a que no se crea lo que dijera, me llevó a retraerme en este sentido. Equivocadamente o no, preferí sepultar lo sucedido y tratar de olvidar para poder hacer una vida normal. O lo más normal posible. Hago saber al Sr. Fiscal y Sr. Juez que no ha sido sencillo. Es sabido —lo aprendí con el tiempo— que en estos casos el olvido es prácticamente imposible. Finalmente, hablar y decir lo que sucedió es lo único que —de algún modo— redime el espíritu y permite llegar a una cierta paz y tranquilidad. En eso estoy. Con las inmensas dificultades que supone. Necesito que quede asentado en mi denuncia, que hoy puedo darme cuenta que durante años lo único que hice fue vivir una doble vida y que anhelo que algún día los Legisladores y Jueces puedan comprender que es el común denominador de las personas que pasan por experiencias de abuso sexual y maltrato; y que por razones inexplicables muchas de ellas apenas logran deambular toda su vida con

mochilas repletas de siniestros silencios. Desde que se hiciera pública parte de mi historia en el diario La Nación el 30/12/2016 y hasta la fecha, no he dejado de recibir testimonios a través de correos, mensajes, llamados y encuentros personales con víctimas de abuso sexual y maltrato, de distintas edades, clases sociales, creencias o ideologías. Muy pocos son los que han podido romper sus silencios y solo algunos lo han podido hacer a partir de mi testimonio público. No es sencillo reconocer o conocer personas con tanto dolor guardado, que en la mayoría de los casos se traduce en dobles vidas, entiéndase, en algunos casos como la de los mimos o payasos. Me he dedicado a escuchar e intentar ayudar dentro de mis posibilidades durante 18 meses totalmente ad honorem, por la sencilla razón de conocer por experiencia propia lo que siente el abusado por dentro. Es un calvario difícil de explicar, pero tiene que ver con el dolor presente de la vulneración del cuerpo. Entre todas estas personas que fueron confiándome sus silencios, me encontré con gente conocida de las que nunca había imaginado que pudieran haber sido abusadas. Escucharlas soltar sus silencios guardados por años es tremendo, pero al mismo tiempo ser testigo del alivio que eso genera es una gran recompensa al altísimo costo que estoy pagando por haberme decidido a hablar después de tantos años. De lo único que me arrepiento y que cada día me genera una gran culpa es no haberme animado antes a romper mis silencios. Sé que de haberlo hecho antes, hubiese podido ayudar a prevenir otros casos. En esas mochilas de personas que siguen deambulando solo encontré vidas partidas, inseguridades, miedos, sexualidad no deseada, agresión, depresión, soledad, desconfianza, y tantas otras desazones. También tengo claro que si ahora me decidí a formalizar la denuncia, es porque —aunque muchos años después—, finalmente me animo a concretarla y poner en conocimiento de los Fiscales y Jueces mi historia (que por supuesto puedo ampliar y agregar información) para que el Estado —con la responsabilidad que le cabe— lleve a cabo su trabajo, habilitando la pesquisa e investigación de los sucesos que se ponen en conocimiento con la mayor sinceridad y seriedad. Los hechos aquí narrados, entonces, configuran los delitos de abuso sexual conforme lo prescripto en los artículos 119 y siguientes del Código Penal (más allá de adaptar la legislación a la temporalidad de los acontecimientos), y encubrimiento (artículo 277 del Código Penal). Sin perjuicio de otros sucesos y otras calificaciones legales que puedan resultar de la investigación a iniciarse.

5. Documentación

Se acompaña la documental en fotocopia, citada en esta presentación.

6. Petitorio Por todo lo expuesto, del Sr. Fiscal solicito: Que se tenga por formalizada la denuncia, en términos de los artículos 285 y 286, con los alcances del artículo 268, todos del Código Procesal Penal de la PBA. Que se me convoque a ratificarla y ampliarla en declaración testimonial (artículo 80 PBA). Que se envíe el legajo al Juzgado de Garantías para que se resuelva la petición de ser particular damnificado, en términos de los artículos 77 y siguientes del Código Procesal Penal. Que se tenga por incorporada la documentación en fotocopia simple acompañada, para acreditar —de inicio— los hechos denunciados. Que se dé comienzo a la investigación de los sucesos, con miras a cumplir lo estipulado por el artículo 266 del mismo ceremonial. Tener presente lo expuesto y proveer de conformidad, SERÁ JUSTICIA

EPÍLOGO

Acerca de la verificación de la vocación de los seminaristas

Es de notar que algunos sacerdotes con los que hemos mantenido conversaciones nos han manifestado sus reservas e incluso, en algunos casos, angustia por la conducción y debidos controles sobre las condiciones y capacidades de los seminaristas, especialmente la vocación. La Iglesia debe tener la máxima seguridad acerca del comportamiento idóneo y adecuado de un hombre o una mujer que va a dedicar su vida a la dirección de conciencia de terceros. No solamente para evitar el extremo de abuso sexual sino también los mucho más habituales abuso de poder y abuso de conciencia, trípode que fuera explícitamente condenado por el Papa Francisco. Hay preocupación en estos sacerdotes. Mi suegro, que trabajó junto con el obispo de San Isidro, Jorge Casaretto, consideró necesario enviarme esta carta para clarificar algunos aspectos del tema:

OBISPADO DE SAN ISIDRO - SEMINARISTAS Durante aproximadamente diez años en la década de los 90 fui consultor del seminario de San Isidro. Mi función era opinar sobre algunos casos de seminaristas con problemas psicológicos. La metodología de trabajo era una reunión mensual con los encargados de Seminario.

Desde el mismo comienzo planteé que antes del ingreso de los futuros seminaristas era indispensable contar con una detallada historia familiar y varias entrevistas con el interesado a ingresar, y un psicodiagnóstico completo con vistas a evidenciar posibles problemas que pudieran entorpecer su futuro como sacerdote. Cuando era necesario se acoplaba a la reunión el Obispo Monseñor Jorge Casaretto. Esta tesis nunca fue aceptada dado que no se podía dudar de las vocaciones. Conversamos sobre muchos casos, encontrando muchas veces soluciones que ayudaron tanto a seminaristas como a los responsables incluyendo entrevistas con los futuros sacerdotes pero se presentaron dificultades de tal magnitud en las que yo sostuve que Monseñor debía tomar decisiones impostergables en vistas a preservarse él como Obispo, la Iglesia, la feligresía y los mismos sacerdotes que no fueron escuchadas produciéndose un vacío en nuestras relaciones.

Roberto Montanelli Médico doctor en Medicina, psiquiatra y especialista en psicología médica formado en el Instituto Max Planck y en el Hospital Jordanburn de Escocia. Ex miembro adherente de Apdeba.

Copia del documento original escrito por el padre del Padre Alfredo Finnlugh Mac Conastair, suministrado por el Provincial Pasionista Carlos Saracini en noviembre de 2016.

AGRADECIMIENTOS

Escribir los agradecimientos es tal vez una de las partes más complicadas del libro por la emoción que provoca pensar en cada una de esas personas que de una u otra forma fueron importantes en todo este largo proceso de búsqueda de la verdad y en mi vida misma. En pocas palabras intento expresar lo que siento desde el corazón y el alma. A María Eugenia Montanelli «Mariu», por la humildad y grandeza de su ser. Sin ella difícilmente mi vida hubiese tenido tanto sentido y jamás me hubiera animado a romper mi silencio y a escribir este libro. Es mi fiel compañera y consejera. La amo con todo mi ser. A Camila y Matías, potentes motores de mi vida. Equivocado o no, siempre entendí el rol de padre desde una relación de fieles amigos. Creo no haberme equivocado y he sabido aprender de ellos mucho más de lo esperado. Son mi orgullo, nuestro orgullo. Los quiero y iro mucho más de lo que pueden imaginar. A mi yerno Marcos Chiappe «Chapu», a quien me permito sentir y querer como otro hijo. A mis padres Florencio Manuel Varela y Martha Elena Pellegrini, por haberme inculcado el amor incondicional hacia las personas sin importar el ser o el tener. Un regalo enorme de la Vida que me hubiera gustado disfrutar por más tiempo. A mis hermanas y hermanos, por haber compartido lindos momentos de nuestras vidas. Con especial agradecimiento a Mila y Dama por haber tenido la posibilidad de estar muy cerca en los momentos más difíciles. A mis primos Paula Aranoa y Diego Quiroga, por sus valiosas compañías, charlas y consejos. A Alicia Tilmant, por su bondad y por haber logrado que mi padre volviera a reír.

A mis suegros Roberto Montanelli y Patricia Graüe, por tantos años de confianza y por las largas sobremesas. A toda mi familia (tíos, primos, sobrinos, cuñados), por ser parte de mi vida. Un especial agradecimiento a mis adorables tías Pino y María Marta por haber compartido tantos lindos encuentros hasta altas horas de la madrugada. A mis consuegros María Vanbiesem y Eduardo Chiappe, por habernos acompañado en momentos trascendentes. A mis hermanas del alma Emita, Gloria y María Rodríguez Egaña y, en el recuerdo, a sus padres, mis «padres adoptivos» Ema y Charito, por tantas vivencias y recuerdos en Corpus. A las amigas y amigos de Mariu, Cami y Mati, por haber bancado y por su buena onda siempre. A todos aquellos profesionales, amigos, compañeros de trabajo, clientes que durante años me regalaron su tiempo brindándome apoyo, contención y sabios consejos. A todas las personas conocidas y desconocidas que me aron durante meses para expresarme su apoyo y solidaridad. A todas aquellas personas que confiaron en contarme sus silencios sin siquiera conocerme. A quienes participaron ad honorem como oradores en el Primer Congreso contra el Abuso Sexual y Maltrato que realizamos el 26 de mayo de 2017 en San Isidro. Mi profundo agradecimiento a Mariana Rodríguez Campos, Paula Aranoa, Carolina Moretti, Eduardo Cazenave, Santiago Walsh, Noemi Yunes y a todos los asistentes. A mis compañeros y ex alumnos del Colegio Newman de distintas camadas que estuvieron muy cerca brindándome apoyo y contención. No puedo dejar de hacer una mención especial a Michael y Daniel Richards, Luis Hardoy, Guillermo Sansot, Marcos Nores, Juan José Lozada, Ignacio Alvarado, Wilson Diehl, Charlie Somoza y Juan Fernández Avendaño y ese grupo valiente de compañeros de su camada.

A Daniel Romero, un amigo de verdad, por haberme ofrecido su hombro y sus oídos cada vez que lo necesité y ayudado para que volviera a tener un trabajo digno y estable. A Carlos Saracini, Provincial Pasionista, por su disposición y ayuda para encontrar la verdad. Al Obispo de San Isidro, Monseñor Oscar Ojea, por haberme recibido y escuchado y por haber aceptado mi pedido de celebrar una Misa por las Víctimas de Abuso Sexual en la Catedral de San Isidro el 10 de marzo de 2017. Al Papa Francisco por su llamado del 8 de febrero de 2017. A los periodistas Nicolás Cassese, Fernando Massa, Carlos Guyot y Gail Scriven y al diario La Nación por haber aceptado investigar y publicar mi historia. A los periodistas que tuvieron el coraje de invitarme a sus programas, entrevistarme o hacerme notas a pesar de las presiones. Entre otros a María O’Donnell, Pablo Duggan, Mariana García, Franco Torchia, Marcela Tinayre, Chiche Gelblung, Nelson Castro, Carolina Amoroso, Paula García, Franco Mercuriali, Ricardo Canaletti, Diego Granda, Diego Sehinkman, Juan Miceli, Mar Centenera Garçon, Paul Byrne, Luis Henao, Almudena Calatrava y Lucía Benegas. A Maia y Felipe, por estar presentes siempre y por haberme recomendado y presentado al Dr. Mariano Bergés. Al Dr. Mariano Bergés, por su compromiso profesional, solidaridad y ayuda incondicional. A Corina Conti, por haberme recomendado que escribiera mi historia. A Paula Pérez Alonso, editora de Editorial Planeta, por su total apoyo para poder escribir y publicar este libro. A Isabel Ferreira Lamas, por su paciencia y respeto para guiarme en la escritura de este libro, que me costó tanto. Sin ella difícilmente podría haberlo concluido. Por último, a mi única guía espiritual, la Virgen María, bajo su advocación de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida.

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